Peregrinos de la vida

Un encuentro para no olvidar en el Camino de Arles (Francia), en la Via Tolosana

Cuentan que suele ser habitual encontrar peregrinos en los diversos Caminos de Santiago que andan de un lugar a otro, por la Vía de la Plata, el Camino del norte o de la costa, el Francés, Aragonés o cualquiera de los diferentes itinerarios jacobeos que atraviesan Europa. Son insólitos viajeros hacia Santiago, Jerusalén, Roma u otros lugares de devociones ancestrales que deambulan en busca, generalmente, de una vida o una mejor suerte. En más de una ocasión he encontrado algunos «Peregrinos de la vida» vagando en dirección a la supervivencia de su peculiar realidad, porque, habitualmente, resulta más fácil y seguro transitar por rutas señaladas con flechas amarillas, que siempre te llevan a lugares ilustres.


Recuerdo, especialmente, uno de estos «Peregrinos de la vida», que encontré en la Vía Tolosana en 2011. Era la primera etapa del Camino de Arlés, en Francia, que transcurre a lo largo de la orilla izquierda del canal del Gard, en dirección a Saint-Gilles, final de la primera jornada. Al rato, de frente, a lo lejos, vimos una silueta que venía a nuestro encuentro, la cual, al llegar a nuestra altura, nos saludó, con un breve bon jour. Nosotros respondimos al saludo y seguimos nuestra marcha, pero los símbolos peregrinos de su gorra me llamaron la atención. No pude evitar girarme y comprobar si llevaba en su mochila atributos santiaguistas  

–-¡Vaya por Dios! – extrañado, pude reconocer, cubriendo la mochila, la rojiblanca bandera del Athletic Club de Bilbao con su reglamentario escudo. No conseguí esquivar mi asombró y grité: 

—¡Aúpa Athletic! Mi voz hizo volverse al peregrino, que tenía una cara entre sorprendido y receloso.

—¿Eres de Bilbao? – le interrogué. —..…

—No, soy murciano, de Cartagena.

—¿Cómo es que llevas la bandera del Athetic?

—Es una larga historia. Me la regalaron en una carnicería de Estella, en Navarra,  la hermana del jugador del Athletic Javi Martínez. 

—¿Y a donde vas? porque el sentido de tu marcha no es hacia Santiago.

—Voy a Jerusalen….

No recuerdo cuál era su nombre. Lo cierto es que encontrar un peregrino con una bandera del Athletic, en medio de la campiña del parque de La Camargue, era todo un descubrimiento. El momento de las intimidades personales había llegado. Era «Peregrino de la vida» y atesoraba una historia de vida enrevesada; soltero, hombre de mil oficios y obrero de la construcción en Murcia, en los últimos años la crisis económica le había dejado en la indigencia. Su búsqueda de trabajo le condujo hasta la ciudad fronteriza de Irún por la que había deambulado durante un tiempo hasta caer en la depresión.  

—Ya no podía más —contó—  y, sin saber qué hacer, por mi cabeza pasaron demasiados malos pensamientos. Una tarde encontré un rótulo que indicaba albergue de peregrinos. Subí hasta  el primer piso y entré. Me recibió un hombre mayor de barba blanca y, con toda amabilidad, me explicó dónde me encontraba y qué era el Camino de Santiago. Me invitó a cenar y hablamos hasta bien entrada la noche. Entonces yo no era un hombre creyente, pero aquel hospitalero me animó a descubrir mi camino… Al día siguiente, después de tomar el desayuno, cuando ya pensaba en abandonar el albergue, el hospitalero me enseño un cajón lleno de cosas, que me ofreció; había un sinfín de bártulos que los peregrinos olvidaban o dejaban para quien pudiera necesitar. 

Así, aquel nuevo peregrino partió del albergue equipado en cuerpo y, sobre todo, alma para enfrentarse y buscar su camino en la vida. Desde Irún fue a Santiago por el Camino del Norte y de la Costa, descendió por la Vía de la Plata hasta Zamora y luego por el Camino de Levante hasta Alicante y Valencia regresando a Compostela por la Vía de la Lana y el Camino Francés. Sin dinero, «a salto de mata», confiando en la voluntad de Dios, tanteando y encomendando su supervivencia al comportamiento de aquellos que encontraba en su camino. Lo cierto es que, según continuaba la conversación, su confianza en la buena voluntad de la gente era conmovedora.

—¿Pasarás mucha hambre? –-le dije advirtiendo su enjuta figura. —A veces sí, pero Dios siempre me provee y me ayuda….

No lo podía imaginar, aquel ateo, que tiempo antes tuvo malos pensamientos, se había convertido en un creyente confiando su existencia «a la buena de Dios». 

—¿Y cómo te alimentas? ¿Tienes dinero?

—No mucho –-aseguró enseñando una cartera llena de papeles pero sin atisbo de efectivo.

De pronto, recordé que un par de días antes, al cruzar una calle de Bilbao, camino de casa para preparar la mochila, encontré en el suelo un billete de 50 €uros. El azar estaba claro, qué mejor destino para el billete que el bolsillo de aquel «Peregrino de la vida». 


Seguro que él lo iba a gastar mucho mejor que yo.

—No, no quiero que me regales nada; en todo caso intercambiamos y te daré algo mío 

Y de una de sus muñecas extrajo una sencilla pulsera con imágenes de vírgenes y santos, que aún conservo.

—Me la regalaron —dijo— las monjas del albergue de Las Carbajalas en León; me acompaña desde hace tiempo y lo mismo que a mi me ha cuidado, espero que a vosotros también os proteja. 

El trueque realizado para nosotros era más que suficiente, pero no para este caminante de la vida. Así que, de un bolsillo de la mochila, extrajo dos conchas de peregrino que nos ofreció a mi esposa y a mi.

—Para que las engancheis en la mochila —nos anunció—.

Nos dimos un abrazo deseándonos Buen Camino y cada  cual  continuó su marcha. Este peregrino de la vida era diferente a otros que, vestidos de marrón peregrino y sombrero de ala ancha, por ejemplo, pululan por los caminos de Santiago de otra manera. Quizás, por algunas desigualdades manifiestas, mi recuerdo de este «Peregrino de la vida» es diferente al de otros que también he encontrado en el camino y que he olvidado.