La leyenda del Puente de Valentré de Cahors que «atrapa» las garras del diablo

Cuentan que el Puente de Valentré de Cahors en la Vía Podense o Camino de Le-Puy-en-Velay (Francia) tiene «atrapadas» las garras del Diablo. Se trata de la repetición de la leyenda de la construcción de un puente y el trato con Lucifer para que ayude con la edificación, aunque, en este caso, resulte un poco diferente. La historia de la construcción de este viaducto se remonta al siglo XIV y ha llegado hasta nuestros días a través de las coplas de los juglares y trovadores. En 1306 los cónsules de Cahors decidieron  dotar a la villa de una entrada defensiva sobre el río Lot como protección en las guerras franco-inglesas. El Puente de Valentré tiene un largo «vuelo» sobre el lecho del río y consta de ocho arcos y tres torres de 40 metros de altura, además, de una capilla en la torre occidental dedicada a la Virgen.

Lo cierto fue que el asentamiento de la construcción de los pilares sobre el cauce del río Lot resultó ardua y complicada, de forma que las tareas se eternizaban, asunto que irritaba al maestro de obras ya que no lograría finalizar los trabajos en el plazo convenido. Así que, la leyenda narra, que el arquitecto invocó a Lucifer y pactó, a cambio de su alma, que le ayudase a terminar la edificación en el período acordado. Pero el constructor era un buen cristiano e ideó una artimaña para engañar al diablo, poco tiempo antes de que las obras estuvieran terminadas; de modo que, llegado el momento, el maestro de la obra desafía a Satanás a transportar agua en un cedazo para saciar la sed de los picapedreros, objetivo que, lógicamente, no pudo cumplir. 

El diablo monta en cólera por haber perdido la apuesta y toma venganza lanzando un encantamiento sobre una piedra de la torre central de forma que todas las noches se caería al río y el Puente de Valentré nunca estaría finalizado.Sin embargo, en 1879 los gobernadores de Cahors deciden acometer los trabajos de restauración del viaducto al arquitecto Paul Gout, el cual constata que siempre falta una piedra en el mismo lugar y decide encargar a un cantero que cincele un diablillo agarrando el pedrusco como si quisiera arrancarla de su hueco. 

Hoy en día, todavía puede verse en lo alto de la torre central, a Satanás «atrapado» por toda la eternidad a la piedra que trata de llevarse. 

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Los segadores gallegos y la Virgen de las Nieves del Santuario de La Tuiza en el Camino Sanabrés

Cuentan que durante muchos años, hacia el final de la primavera entre abril y mayo, numerosas cuadrillas de jornaleros gallegos caminaban en dirección a los «anchos» campos de Castilla para ocuparse de las siegas del cereal, la alfalfa o el trigo. Los segadores gallegos descendían a través de los Montes de León, por los puertos de Piedrafita de O Cebreiro o por el Padornelo y A Canda dispuestos a ganarse su jornal —por ejemplo, unas 700 u 800 pesetas de los años cincuenta del siglo pasado— después de unas semanas en las que se concentraba la siega de los campos en la meseta castellana; hacían el mismo recorrido de ida y de vuelta, como el caso que nos ocupa del Santuario de La Tuiza, en las cercanías del pueblo de Lubián, en la comarca zamorana de Sanabria.


El Santuario de La Tuiza se encuentra entre los puertos de montaña de El Padornelo y el de A Canda, lugar donde la tradición cuenta que estos colectivos de segadores gallegos eran los más devotos de la Virgen de las Nieves, al igual que los peregrinos de este Camino Sanabrés, obligados a superar estas sierras habitadas por lobos. El viaje de los segadores gallegos era una práctica que se remonta desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX con las lógicas diferencias de los tiempos modernos de desplazarse, a pie, en ferrocarril y, finalmente, en autocares contratados por las mismas cuadrillas. Una odisea de penurias que comenzaba en el viaje de ida y no finalizaba hasta que volvían a casa.

Los braceros gallegos, provistos de su «fouce» (hoz), un atillo con unas prendas para cambiarse y poco más, viajaban rápido, y al pasar, en la ida, por el Santuario de La Tuiza se encomendaban a la Virgen de las Nieves y, a la vuelta, solían dejar sus ofrendas en agradecimiento por regresar a Galizia. Atrás dejaban jornadas de trabajo de 16 horas, bajo el abrasador sol de Castilla, desde el amanecer hasta el anochecer y de lunes a domingo. 

Ya en 1863 la poetisa Rosalía de Castro  en su obra «Cantares Gallegos» reprochaba a Castilla el maltrato que obtenían los segadores gallegos: 
¡Castellanos de Castilla,
tratade ben ós gallegos;
cando van, van como rosas;
cando vén, vén como negros!
… 
Van probes e tornan probes,
van sans e tornan enfermos,
que anque eles son como rosas,
tratádelos como negros.

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El Puente del Paso Honroso de Hospital de Órbigo en el Camino Francés

Cuentan que al noble leonés, Suero de Quiñones, se le ocurrió una aventura caballeresca, en la localidad leonesa de Hospital de Órbigo, en el Camino Francés, donde encontramos un viaducto al que se le conoce como el Puente del Paso Honroso. En realidad, se trata de un hecho histórico, sucedido en el «año jacobeo» de 1434 y contrastado, según la crónica escrita por Pero Rodríguez de Lena, notario del rey  Juan II de Castilla. En aquellos tiempos, miles de peregrinos atravesaban Hospital de Órbigo camino de Santiago de Compostela. En total fueron unas 166 batallas las que mantuvieron durante un mes los amigos y caballeros de Suero de Quiñones, logrando mantener el paso invicto, hasta que cansados y malheridos decidieron dar por finalizada la contienda para dirigirse a postrarse a los pies del apóstol.

Esta aventura caballeresca comienza como consecuencia del enamoramiento del caballero Suero de Quiñones hacia Leonor de Tovar, pues el noble leonés, señor de Navia, portaba en su cuello una argolla y una cinta azul, como prueba de su amor hacia Leonor, con la leyenda: «Si no os place corresponderme, no hay dicha para mi». Pero parece que el caballero estaba ya cansado de llevar estos «grilletes» para lo que ideó peregrinar a Santiago, como prueba de amor, no sin antes derrotar a todos aquellos caballeros que osaran atravesar el Puente del Paso Honroso de Hospital de Órbigo.  Así que Suero de Quiñones solicitó permiso al rey, Juan II de Castilla, para el torneo y acampó en una de las orillas del río con 9 amigos, caballeros como él, dispuestos a luchar en un combate con lanzas contra aquellos hidalgos que quisiesen atravesar el puente. 

Durante un mes del verano de 1434 tuvieron lugar las justas con lanzas en el Puente del Paso Honroso, saliendo  los caballeros de Suero de Quiñones victoriosos en todos los desafíos. Pero estos duelos «pasaron factura» a los hidalgos leoneses, acampados en la orilla del río Órbigo hasta que, finalmente, levantaron el campamento y se dirigieron en peregrinación a Santiago de Compostela para depositar la gargantilla y la cinta azul en la capilla de las reliquias y en el cuello de la imagen de Santiago el Menor, respectivamente.

Hospital de Órbigo celebra a primeros de junio la festividad del Paso Honroso con romerías medievales y la reconstrucción de un torneo. En el viaducto un monolito recuerda los nombres de los amigos que acompañaron a Suero de Quiñones durante los combates: Pedro de Ríos, Sancho de Rabanal, Lope de Estúñiga, Diego de Bazán, Suero Gómez, Pedro de Nava, López de Aller, Diego de Benavides y Gómez de Villacorta. 

Esta es una historia real, cantada por numerosos poetas y juglares medievales.

La ermita del Cristo del Amparo de Guardo y su importancia como cruce de caminos

Cuentan que en el Vexu Kamin de la montaña, en la localidad palentina de Guardo había un castillo, ya desaparecido, donde se encontraba una capilla con un Santo Cristo, que no tenía brazos, en una de las esquinas del oratorio. En el mencionado palacio trabajaba como criado un niño llamado Miguel, muy piadoso, el cual frecuentemente visitaba la imagen de Jesús crucificado para rezarle y llevarle flores. Lo cierto es que Miguel se entristecía mucho cada vez que terminaba sus oraciones y regresaba a sus quehaceres diarios, porque el Santo Cristo no tenía brazos. 


Pasado un tiempo, el joven sirviente decidió construir unos brazos para el Santo Cristo y con mucho cariño elaboró dos preciosos miembros que completaron la imagen del Cristo crucificado. Así, Miguel quedó muy contento con el trabajo realizado y continuó acudiendo a la capilla para sus rezos diarios. 

Meses más tarde, en uno de los viajes que Miguel realizaba en mula al servicio de su señor, tuvo que vadear el río Carrión, el cual bajaba muy crecido. La mula perdió el equilibrio y se ahogó dejando al muchacho, desamparado a merced de la corriente, y pasando grandes apuros de muerte.

Fue entonces cuando Miguel prometió al Santo Cristo de su devoción hacerle una ermita si se salvaba. Se salvó y fiel a su promesa vendió todo cuanto tenía y comenzó a construir el templo, hasta donde trasladó al Santo Cristo, en una explanada cercana al castillo, en un lugar que era cruce de caminos. A los pies de la imagen del «Crucificado» puso un letrero que decía: «A devoción de Miguel, de apellido Santiago, se va a construir aquí una ermita para el Cristo del Amparo». 

Con las limosnas que Miguel iba recaudando y con la ayuda de cinco mil reales que consiguió del rey, construyó el oratorio. A partir de entonces, la ermita del Santo Cristo del Amparo se convirtió en parada obligada de peregrinos y peregrinas del Vexu Kamin de la Montaña a Santiago, arrieros y pastores de la Cañada Real Leonesa, que allí encontraban hospedaje y descanso. Esta capilla del Cristo del Amparo, que también se encuentra bajo la advocación de la Virgen del Carmen, es el principal santuario de la devoción guardense. En torno a esta iglesia y coincidiendo con las fiestas religiosas los días de la víspera de la Ascensión, el Carmen y el primer domingo de setiembre se reúnen en la explanada los devotos de toda la comarca. 

El Fuego de San Antón en el Camino Francés

Cuentan que a la entrada de Castrojeriz en el Camino Francés se estableció, por mandato de Alfonso VII de Castilla, hacia el año 1146 la Orden Hospitalera de San Antonio —los monjes Antonianos— que se dedicaban a cuidar a los peregrinos y peregrinas, sobre todo por una rara enfermedad que entonces se  llamó «El Fuego de San Antón». Nadie tenía conocimiento de por qué enfermaba la gente siendo la creencia, en aquellos años de la Edad Media, que era  «castigo divino» por lo cual los enfermos emprendían la peregrinación a Santiago de Compostela, Roma o Jerusalen para expiar sus pecados. La enfermedad era atroz, pues las personas afectadas padecían alucinaciones, espasmos, dolores abdominales y una fuerte quemazón que terminaba en una gangrena y la necrosis de sus extremidades para, finalmente, después de una horrible agonía, la muerte.


Fue en 1095 cuando Girondo, joven noble de la región francesa de Auvernia, contrajo la enfermedad. Por entonces el centeno era el cereal con el que, en muchas regiones de Europa, se hacía pan, llamado «pan de los pobres», infectado por el hongo del cornezuelo, que contaminaba los cultivos del centeno. Así, Gastón de Valloire, padre del muchacho enfermo, hizo voto de ofrecer sus bienes si San Antón curaba a su vástago, cosa que ocurrió a los pocos días. Padre e hijo cumplieron su promesa y, a partir de ese día, vestidos con un hábito negro con la letra tau azul en el pecho se dedicaron a curar los enfermos aquejados por «El Fuego de San Antón». Así nacía una de las órdenes religiosas más enigmáticas y desconocidas de la cristiandad; la Orden de los Caballeros de San Antonio, cuya constitución fue aprobada por el papa Urbano II, llegando a extenderse por los caminos de peregrinación de toda Europa —con más de 370 hospitales— y siendo, además, los encargados de la salud dentro de la curia vaticana.

Los monjes de San Antonio lograban éxito sanando esta rara enfermedad en muchas ocasiones porque lo que realmente sucedía era que «El Fuego de San Antón» no era una enfermedad infecciosa, sino una intoxicación por comer el pan elaborado con centeno infectado por el hongo que atacaba las cosechas, epidemia muy extendida, principalmente, a lo largo de los pueblos del norte de Europa, pues tenían como base de su alimentación el pan de centeno. Al contrario que en la Europa meridional, donde se nutrían con el pan de trigo. 

Los peregrinos y peregrinas infectados pedían a los clérigos antonianos que tocasen sus extremidades con su báculo en forma de Tau (letra hebrea y griega utilizada por la iglesia por parecerse a una cruz y, también, empleada por San Francisco como su firma); aunque la realidad era que los cuidados de los monjes cuando, por ejemplo, llegaban enfermos por «El Fuego de San Antón» al convento de Castrojeriz en el Camino Francés, se limitaban a alimentarles con pan de trigo, de modo que los contagiados dejaban de comer el perverso hongo y podían recuperarse, aunque tiempo después al regreso a sus lugares de origen podía repetirse la enfermedad.

Hoy el día del Convento de San Antón en Castrojeriz sólo mantiene sus muros y columnas, sin techo, aunque en los últimos 20 años la Fundación San Antón se ha encargado de dar vida a las ruinas y abrir un albergue, el cual ha acogido a más de 15.000 peregrinos y peregrinas, manteniendo el espíritu de los monjes antonianos; dando cama, cena y desayuno sin contraprestación económica alguna. http://fundacionsananton.org

La Torre de La Quadra

Cuentan que en el Vexu Kamin, Camino de la Montaña o Camino Olvidado se mantiene en pie la casa torre de La Quadra, en el municipio vizcaíno de Güeñes. La torre tiene una larga historia, enclavada en la Edad Media, protagonista de luchas banderizas e instrumento de financiación de nobles y eclesiásticos. Esta torre de La Quadra está situada en un lugar estratégico pues era el lugar idóneo para controlar el derecho de pontazgo  —de paso— por el río Cadagua y los caminos cercanos, por donde transitaban mercancías en dirección a la costa cantábrica y Bilbao, que debían pagar un peaje para el señor feudal; en aquellos tiempos exigido por un hijo bastardo de Ordoño de Zamudio, el cual se estableció en este punto fundamental de Bizkaia en el siglo XV.  


Esta época medieval se encuentra marcada por las luchas banderizas entre Oñacinos y Gamboínos, en las que los señores de la torre de La Quadra forman parte del bando de los Oñaz, aunque en alguna ocasión tuvieran que enfrentarse a familias de su mismo bando oñacino.

Como detalle histórico, hacia 1453 un señor del linaje de los Salazar se apropió de la torre y forzó a la viuda de Juan de la Quadra, propietaria entonces de la fortificación, a casarse con él, apoderándose así del patrimonio del linaje. Pero el prestamero, el funcionario de más autoridad  del Señorío de Bizkaia y, además, ejecutor de la justicia, acompañado por linajes oñacinos y gamboínos reunió un ejercito de 1.500 hombres para atacar a los Salazar, los cuales atrincherados, con tan sólo 800 hombres, derrotaron a los asaltantes. Pese a todo este éxito, los Salazar hubieron de restituir el torreón al linaje de los La Quadra.

Parece que esta guerra destrozó algunas partes de la torre, que hubo de ser reconstruida y, años después transformada en un caserío hasta que, finalmente, en 1981, un incendio destruyó la estructura interna y la casa fue abandonada.

Los 126 milagros de la Virgen Negra de Rocamadour

Cuentan que los monjes Benedictinos escribieron en el año 1172 los 126 milagros realizados por la Virgen Negra de Rocamadour, en la Vía Podense o Camino de Le-Puy-en-Velay, en Francia. En realidad, Rocamadour no es un lugar de obligado paso de caminos de Santiago, aunque muchos peregrinos y peregrinas se acercan desde el Camino de Le Puy  para rezar sus plegarias a la Virgen Negra y visitar el mágico conjunto, formado por siete santuarios, un castillo y una monumental escalera de 260 peldaños, por la cual abundantes pecadores suben de rodillas como penitencia para conseguir que su petición se haga realidad. Desde la ruta de Le Puy se camina a Rocamadour desde Figeac por el GR-6 (https://es.wikiloc.com/rutas-outdoor/figeac-rocamadour-gr6-3080821) después de 47 kilómetros, dividiendo el recorrido en dos etapas; hasta la localidad de Thémines (24 kilómetros) donde hay dos albergues y la siguiente hasta Rocamadour. Luego, para retornar al camino Le Puy se toma el GR-46 hasta Labastide-Murat y Cahors. 


Según cuentan, los benedictinos fueron los que comenzaron a divulgar que Zaqueo de Jericó, después de la muerte de Cristo, se estableció en la ladera del río Alzou fundando una capilla que se llamó Roca de Amadour, la cual, pasados varios siglos, cayó en el olvido quedando sólo el Santuario de la Virgen, hasta que en el siglo X se descubrió el cuerpo integro del anacoreta San Amadour, motivo por el que se activó la fama del lugar, convirtiéndose en un lugar de peregrinación. Los benedictinos en 1172 redactaron los 126 milagros realizados por la Virgen Negra y convirtieron a Rocamadour en un lugar de paso obligado para los peregrinos y peregrinas que cruzaban Europa siguiendo los caminos de Santiago.

Entre los 126 milagros que se atribuyen a la Virgen Negra de Rocamadour, se puede destacar el número 36 «La mujer que no pudo ser ahogada» correspondiente a Sancha Garcés, hija de García Ramírez y hermana de Sancho el Sabio, reyes de Navarra. Cuenta la leyenda que la infanta navarra enviudó de Gastón de Bearne, señor de la histórica región francesa de Bearn, estando encinta, situación que alegró a los bearneses, pero a los 40 días la infanta abortó y fue acusada de haber dado muerte a la criatura y condenada a sufrir «la prueba del agua». Así, Sancha de Navarra fue atada de pies y manos a un escudo de acero y arrojada al río Grave. Sin embargo, la infanta invocó el auxilio de la Virgen, a la cual puso por testigo de su inocencia, cuando ante el asombro de los bearneses, el escudo flotó sobre el agua deslizándose hasta la orilla donde quedó posada sana y salva. Los bearneses la llevaron a su palacio y Sancha, en agradecimiento a la Virgen, confeccionó un precioso tapiz que entrego a Geraud, el abad de Rocamadour, que regresaba de Compostela.

Rocamadour es un pueblo enclavado sobre una peña de 150 metros de altura, con las casas y los santuarios construidos en la misma piedra a lo largo de esa pared sobre el río Alzou, que durante siglos ha sido un lugar de peregrinación de santos como, Santo Domingo Guzmán y San Bernardo, además, de personajes famosos como Enrique II de Inglaterra, Luis XI de Francia, Alfonso III de Portugal, Blanca de Castilla y Henri Plantagenêt, padre de Ricardo Corazón de León, que viajó hasta allí en 1159 para agradecer a la Virgen Negra su curación. La Virgen Negra es una talla de madera del siglo XII, ennegrecida por el humo de las velas y cubierta de exvotos.

Sobre la tumba de San Amadour se encuentra, clavada en la roca, la espada Durandal de Roland, el cual, herido de muerte en la batalla de Orreaga Roncesvalles, hizo sonar el olifante para pedir ayuda a su tío Carlomagno, que nada pudo hacer por su sobrino. Pero Roland, antes de morir, encomendó al arcángel San Miguel su sagrada espada, lanzándola con todas sus fuerzas a los cielos del Pirineo, hasta que llegó a clavarse en Rocamadour. 

El palacio árabe de oro macizo de Vegapujin

Cuentan que en el pueblo leonés de Vegapujin en el Vexu Kamin o Camino Olvidado narran una leyenda sobre la existencia de un palacio árabe con todos sus muebles de oro macizo, en una colina denominada El Teso de las Pozas, que los vecinos intentaron localizar hace muchos años. No es de extrañar que este cuento tenga como protagonista al oro, pues los romanos, ya en los siglos I y II, buscaron este vil metal en las montañas que baña el río Omaña por medio de varias explotaciones auríferas del Valle Gordo y la red hidráulica construida para buscar el oro en estas montañas leonesas donde, hoy en día, todavía se enseña a los turistas a explorar el río Omaña «a la caza» del rico metal.


Así, un buen día, los vecinos de Vegapujin se reunieron en asamblea y decidieron encontrar el palacio y repartirse los muebles de oro macizo; en realidad sabían, aproximadamente, dónde debían excavar para descubrir el tesoro. Poco a poco, hicieron una gran fosa hasta encontrar un pórtico de bronce que no lograron abrir a pesar de tirar, con todas sus fuerzas, de las argollas de aquel enorme portal. Uno de los vecinos propuso la idea de utilizar unos bueyes para abrir las puertas y penetrar en el palacio; tarea que hicieron enganchando los animales a las anillas de la entrada. La pareja de bueyes tiró y tiró, pero el portón no se movió un ápice hasta que, de pronto, las anillas cedieron hasta romperse dejando a los lugareños muy desanimados.
Otro de los vecinos tuvo otra idea, desviar un cercano riachuelo y echar agua en la fosa para ablandar la entrada y lograr echar las puertas abajo. Así lo hicieron pero el regato no sólo reblandeció el terreno sino que taponó la fosa con tierra, piedras y barro, de forma que ya no había nada que hacer.
En la actualidad el agua que viene de la montaña leonesa se precipita por un gran hoyo, que según dicen, corresponde a la fosa perforada por los vecinos, y sale en la parte baja de la colina para bañar el pueblo de Vegapujin.

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El arzobispo Fonseca que se fue de Sevilla y perdió su silla

Cuentan que Alonso de Fonseca I fue, durante el siglo XV, obispo de Ávila, y arzobispo de Santiago y Sevilla, además, de «favorito» del rey Enrique IV de Castilla, pero, en el caso que nos ocupa, para encuadrar toda esta complicada dinastía de los«fonsecas», es necesario señalar que era también tío de Alonso de Fonseca II. La cita correcta del titular de este relato está establecida por la realidad de la historia acaecida entre el tío y el sobrino, la cual ha servido para popularizar el dicho de «Quien fue a Sevilla, perdió su silla», aunque, la realidad es distinta, pues este suceso se materializa de forma diferente mediante el encabezamiento de este cuento jacobeo: «Quien se fue de Sevilla, perdió su silla».   


La verdad de todo este enredo de idas y venidas de los «fonsecas» entre Sevilla y Santiago ha ofrecido la posibilidad de dar nombre a lo que hoy en día se conoce como La Ruta del Camino Fonseca, el cual, en realidad, transcurre por caminos ancestrales como la Vía de la Plata, la Cañada Real, el Camino Mozárabe, el Camino Sanabrés y el Camino del Sureste, aunque, en esta Ruta Fonseca, el itinerario ha sido ajustado entre Salamanca y Santiago de Compostela. Un camino jacobeo más que se añade a la larga lista, el cual tiene un icono románico muy conocido en la portada meridional de la efigie de Santiago Peregrino (en la foto) situado en la población zamorana de Santa Marta de Tera.
Los cronistas del siglo XV coinciden en los detalles de la trama cuando se produjo la mencionada controversia entre Alonso de Fonseca El Viejo y Alonso de Fonseca El Mozo, cuando el joven fue nombrado arzobispo de Santiago de Compostela, en el año 1460, en un momento en el que Galicia andaba bastante revuelta; pues el conde de Trastámara maniobraba para colocar a su hijo Luis Osorio en la sede arzobispal y, por si fuera poco, Juan Pacheco, marqués de Villena y «favorito» de Enrique IV, intrigaba para que Fonseca El Viejo obligase a renunciar a su inexperto sobrino, Fonseca El Mozo, en favor de su primo el obispo de Burgos, Luis de Acuña y Osorio. Todo un enredo digno de las mas enrevesadas luchas cortesanas por el poder. 
Así estaban las cosas, cuando, con la aquiescencia real de Enrique IV y del Papa Pio II, se acordó que, los «fonsecas», tío y sobrino intercambiasen las sedes arzobispales que les correspondían, durante dos años, hasta que Alonso de Fonseca El Viejo lograse apaciguar las intrigas y tomar posesión de la sede arzobispal de Santiago, cosa que se produjo cuando cercó y ocupó la ciudad de Compostela, con el apoyo de un sector de la nobleza gallega y la ayuda de la mayor parte del Cabildo, dando muerte, además, al Conde de Trastámara.
Finalmente, resuelto el asunto y pacificada la sede de Santiago de Compostela, Alonso de Fonseca El Viejo deshizo el camino y regresó a Sevilla dispuesto a instalarse de nuevo en su silla arzobispal, pero se encontró con una desagradable sorpresa: su sobrino Alonso de Fonseca El Mozo se había enamorado de Sevilla y se negaba a restituir la sede arzobispal a su tío; problema que duró otro par de años. La entrevista entre el tío y el sobrino resultó muy dura, terminando El Mozo atrincherado en la catedral y suscitando un conflicto en la ciudad del Guadalquivir entre los partidarios de uno y otro bando. 
Finalmente, hubo de intervenir el Duque de Medina Sidonia y Beltrán de la Cueva, así como la visita del rey Enrique IV a Sevilla, además, de la mediación del mismísimo papa Pío II para restituir a Alonso de Fonseca El Viejo en su silla arzobispal, mientras Alonso de Fonseca El Mozo viajaba a Santiago de Compostela, donde entró solemnemente en 1464.
Está claro, según se deduce de este relato, que la frase mas certera es: «Quien se fue de Sevilla, perdió su silla».

Las peregrinas convertidas en sirenas en San Martín de Valdetuéjar

Cuentan que en el Vexu Kamin, en el «Valle del Hambre» en la iglesia de San Martín de Valdetuéjar, se pueden ver dos imágenes de sirenas, en la ermita que se encuentra en lo alto de una colina junto a dos cabezas de atlantes. En la mitología griega, las sirenas eran unos seres con cuerpo de mujer y extremidad de pez, que finaliza en una aleta caudal; hijas de Aqueo y de la diosa Gea. En la poesía épica de la Odisea de Homero se cita a estas ninfas como unas criaturas que seducían con sus cánticos a los marineros para atraerles a un destino desgraciado. Este cuento del valle, que baña el río Valdetuéjar, es una historia de leyenda más de las muchas que se han narrado a lo largo de los tiempos, aunque, en este caso, resulta una narración bastante machista.


La leyenda cuenta que la ermita de San Martín fue monasterio en la edad media, que acogía a los peregrinos del Camino de la Montaña. Así, un buen día, llegaron al convento dos peregrinas, las cuales, lógicamente, fueron admitidas en la abadía. Pero las jóvenes viajeras optaron, primero, por descansar unos días y, luego, divertirse por las noches bailando con algunos de los monjes del claustro. 

La fábula relata que por entonces –no existe documentación fehaciente al respecto– el abad de San Martín de Valdetuéjar era San Guillermo, el cual en su juventud había peregrinado a Santiago de Compostela, y que a su vuelta a Italia fundó congregaciones benedictinas con una regla muy austera pues no se permitía en las comidas el vino, la carne y la leche, y, además, durante tres días a la semana, los monjes solo podían ingerir verduras y pan seco.

Así, el santo prior del convento observó que algunos frailes estaban muy fatigados durante las oraciones y rezos matinales. Sus sospechas de relajación de la regla de San Benito y la celebración de los guateques nocturnos fueron certificados, de forma que castigó a las peregrinas convirtiéndolas en sirenas del río Tuéjar; mientras que los afligidos y arrepentidos monjes fueron sancionados a modelar Así, el santo prior del convento observó que algunos frailes estaban muy fatigados durante las oraciones y rezos matinales. Sus sospechas de relajación de la regla de San Benito y la celebración de los guateques nocturnos fueron certificados, de forma que castigó a las peregrinas convirtiéndolas en sirenas del río Tuéjar; mientras que los afligidos y arrepentidos monjes fueron sancionados a modelar, las imágenes de dos sirenas en los capiteles de la abadía, como aviso a otros pecadores.

Esta ermita románica de San Martín de Valdetuéjar del siglo XII fue reconstruida en el XVIII manteniendo varios de los elementos originarios como las mencionadas sirenas y siendo declarada monumento histórico artístico en 1983.