La leyenda del Puente de la Rabia de Zubiri en el Camino Francés

Cuentan que en el pueblo de Zubiri, en el Camino Francés, los peregrinos y peregrinas cruzan un puente para entrar en esta localidad navarra, que es conocido como El Puente de la Rabia, porque, según dicen, los furiosos animales sanan de sus malas intenciones si se les da una vuelta alrededor del pilar del viaducto. Este es un susedido que me acaeció en uno de mis primeros caminos y que no tengo para olvidar. Por entonces, como referencia, el Movimiento Punk, nacido en la década de los 70/80 ya había evolucionado hacia un perfil más reposado y sereno aunque sin perder su filosofía de cuestionar las modas y el mundo globalizado. Cuando me sucedió esta historia, por aquellos primeros años del siglo XXI, ya no se notaba la presencia de punkis como era habitual en las fiestas de Bilbao de los años ochenta. Esta es la historia:

La mañana de la segunda etapa del Camino amaneció fresquita con mi estómago reclamando suministro urgente en Orreaga-Roncesvalles. Por eso me dirigí, con rapidez, a desayunar a La Posada para intentar llenar el vacío matutino de mi cuerpo. A pesar de las agitadas prisas de algunos peregrinos por salir corriendo del albergue, había decidido tomarme las cosas con bastante calma y no estresarme cada madrugada; así que almorcé ricamente y partí hacia Espinal, encantador pueblo navarro de esta etapa, donde paré en una tienda de ultramarinos para aprovisionarme de pan, vino, chorizo y queso, el mejor y más completo avituallamiento; porque, con un buen picoteo, que se quiten esas sandeces de frutos secos, pasas y maíces para avituallarse en el camino. Un par de tragos de buen vino ––en este caso tinto navarro–– acompañado de unas buenas dosis de colesterol; este sí que es un almuerzo en condiciones para quemar en el camino.En Lintzoain, antes de comenzar la ascensión, paré a almorzar un poco. En una de las esquinitas del frontón me senté, cómodamente, acurrucado en el respalde del frontis, extendí el trapo para todo y me dispuse a cortar un poco de chorizo y queso, mientras la botellita de tinto navarro se refrescaba en el manantial cercano. Y en estos menesteres estaba cuando me sobresaltó una aguardentosa voz a mi espalda.

––¿Qué, almorzando un poco?

––¡Joder, vaya susto que me has dado! ––respondí, volviéndome.

––Bueno, bueno, no es para tanto. ¿Asusto o qué?           El tipo en cuestión tenía un aspecto como para salir corriendo. Era un joven escuchimizado, con la cabeza rapada a los lados y cresta de color rojizo hasta casi la nuca, con las puntas desafiando las leyes de la gravedad; con un piercing atravesado en la ceja derecha y otro en la comisura del labio inferior, que se completaban con dos aros colgando de las orejas a modo de pendientes. Sus ropas eran también espectaculares, vestía una chamarra oscura, que parecía de cuero ––pero no muy claramente–– llena de pegatas raídas, pantalones vaqueros ceñidos, bastante sucios, y botas negras notablemente desgastadas. El oscuro aspecto general obligaba a colocarse a la defensiva pero sus somnolientos ojos me transmitieron un flash de confianza que me desarmaron.

––Comprenderás que, con esas pintas, me  hayas asustado ¿no? ––le dije.

––El hábito no hace al monje, kompañero. Los punkis hemos sido estigmatizados por nuestra forma de vestir, los fascistas y los kapitalistas nos han perseguido porque nuestra filosofía es libertaria; nuestros propios familiares y amigos no nos han entendido nunca; nuestra música, a los mortales como tú, os parece espeluznante; somos el hazmerreír de todo el mundo, incluso se ríen de nosotros hasta los marginados de la sociedad ––me soltó a la cara, mientras se agarraba el candado que le colgaba  de la cadena del cuello.

––Es que no se puede ir contra todo el sistema establecido y, mucho menos, tan de cara como vais vosotros. ––dije, invitándole a sentarse a comer conmigo.

––Mira, ––continué–– rebeldes como vosotros, hemos sido todos. Cada generación tiene un movimiento respondón y a vuestra edad lo más idealista es querer cambiar el mundo; el ir contra corriente ha sido la filosofía de todas las generaciones de jóvenes de todo el mundo a lo largo de los siglos. Pero, al final, en muchos casos la persona cabal termina imponiéndose a través del pensamiento clásico y moderado y se pasa de nadar contra la corriente a dejarse llevar y aprovechar el oleaje. Es ley de vida.

Metidos en la conversación nos sentamos alrededor de la improvisada mesa y comenzamos a picotear. Gabriel, así se llamaba el punki, a sus 25 años llevaba en su mochila de la vida muchas experiencias, unas más limpias que otras, pero todas ellas de mucha enseñanza, como él mismo dijo en un momento de la conversación. Su presencia en un pueblo rural como Lintzoain tenía una explicación muy sencilla. El amor, esa fuerza de la naturaleza que todo trastoca, mueve y cambia de sitio, le había llevado hasta allí, siguiendo a una kompañera que había conocido hacía unos meses en Sanfermines.

––Mira tío, ––me explicó al poco tiempo de comenzar el almuerzo–– no te puedes fiar  de las promesas, porque te quedas “tirao cual colilla de truja”. Pero no importa porque resurgiré de mis cenizas libertarias y volveré a fumarme la vida como si fuera humo.

Y Gabriel enganchó la botella de tinto navarro y le endilgó un largo trago que dejó el vidrio medio vacío. Menos mal, que había tenido la precaución de llenarme mi katillu antes de comenzar el amaiketako. Al paso que iba el almuerzo, mi mochila iba a perder bastante peso, aunque lo que de verdad comenzaba a preocuparme era pensar hasta dónde iba a seguir con mi nuevo compañero peregrino, porque ya me veía acompañado por lo menos hasta Pamplona.

––¿Porqué has escogido la vida de punki? ––dije intentando llevar la conversación por otros derroteros.

––Egske ––contestó arrastrando la frase­­–– yo soy ingeniero, bueno, no he terminado la carrera porque la colgué hace unos años para saborear la libertad. Cuando okupábamos casas abandonadas yo era el encargado de robar la chispa de donde fuera. El tema eléctrico se me ha dado bien siempre, desde niño; hasta en mi pueblo, Puertollano, mis padres me encargaban arreglar las cosas del bar que tenemos.

Gabriel, según me explicó, era un chico normal, oriundo de ese pueblo manchego portal del Valle de la Alcudia, de familia de clase media y sin apuros económicos, pues sus padres tienen un bar, que les va muy bien a pesar de la crisis de las minas de carbón de Puertollano. Buen estudiante en el bachillerato, decidió irse a Madrid, a la universidad, a estudiar ingeniería y volver a casa para colocarse en cualquiera de las centrales energéticas o en la floreciente industria que se desarrolla en Ciudad Real. Pero la capital absorbe y la rebeldía de la juventud se encauzó hacia complicados derroteros.

––Mis padres son muy liberales y siempre me educaron para que tomase mis propias decisiones –– explicó Gabriel–– pero Madrid me cambió la perspectiva de la vida. 

Un chaval con 18 años, sin demasiados problemas de dinero, fuera de la influencia de sus padres, con valores a flor de piel, como libertad, amistad, fiesta, música y kolegas, termina por perderse en los vericuetos del camino, y abandonando el futuro que le han planificado sus progenitores. Para este momento de la conversación, ya habíamos terminado con el almuerzo, recogida la improvisada mesa, y los dos caminábamos cuesta arriba hacia el alto de Erro. 

La opinión que tenemos muchas personas de nuestra generación sobre los punkis es bastante peyorativa, porque les vemos desastrosos, como un despojo de la vida, sin darnos cuenta que también pueden tener más valores de los que aparentan.

Al llegar a la pequeña explanada del Paso de Roldan, muy cerca de la cruz donde falleció un peregrino japonés, Grabiel se paró y se sentó en una piedra, diciendo:

––¿Qué, colega? ¿Nos fumamos un peta?

––No gracias, he dejado de fumar hace ya muchos años. Ya sabes aquello que dicen que el tabaco adelgaza y mata ––intenté meterle un poco de miedo.

––Ya, pero si no me he muerto hasta ahora, con lo que he pasado, no creo que mi cuerpo se moleste demasiado y aguantará algunos años más. ––contestó, sacando de uno de sus bolsillos una bolsita con tabaco, que parecía de pipa, pero era, posiblemente, una mezcla de todas las colillas del mundo, y un pequeño triangulito de color oscuro, que al alargar la mano para ofrecérmelo olía a mierda, mierda humana de la auténtica y verdadera.

Me senté a su lado, no sin antes calibrar el sentido del viento para no ser un fumador pasivo de porros. Y fue en entonces cuando el ruido de dos motoristas se nos acercó por el camino y, al menos a mi, su vista me secó la garganta y me aceleró el corazón hasta el punto de notar los latidos desde la boca del estómago hasta la carótida: Una pareja de la Guardia Civil venía hacia nosotros en sus motos «todo-terreno». Miré al cielo y supliqué mentalmente, por favor, Santiago, no me hagas esto, te prometo no beber más orujo hasta Pamplona.

––Buenos días ––saludó el que llevaba los galones de cabo, un hombretón de cara morena y curtida por el sol navarro, mientras su compañero, más joven, nos miraba con atención un par de metros más atrás desde el lateral izquierdo.

––Depende de cómo se mire ––respondió Gabriel sin darme tiempo a nada–– porque para mi son buenas tardes. Aquí mi kolega, ya me ha invitado a comer y vamos camino de la siesta. Estaba bueno el chorizo, ¿eh?

Y me lanzó una mirada de complicidad, al mismo tiempo que echaba una calada al peta, mientras yo no sabía qué hacer. Decidí encogerme de hombros y mirar al cabo con ojos de cordero degollado.

––Bien, muy bien, gracias. Todo muy bien….. me he encontrado con este chico, que ha ido a visitar a su novia en Lintzoain, y vamos camino de Zubiri al albergue de peregrinos. Ya sabe, el Camino de Santiago, la confraternidad y todas esas cosas…––aseguré, poniendo mi careto mas angelical.

––Bueno, bueno, ––interrumpió Gabriel–– que tampoco hay que dar tantas explicaciones.

––Está bien ––finalizó el cabo–– si tiene algún problema ya sabe dónde llamar. Que tengan Buen Camino.

Tragué saliva varias veces mientras veía a los dos policías alejarse por el sendero, camino de Zubiri. Miré a Gabriel, que continuaba, impertérrito, fumándose el canuto, que estaba ya quemando sus uñas. 

––Eres la hostia, cabrón ––le dije muy enfadado–– ¿Cómo se te ocurre tratar así a la Guardia Civil? Todavía no entiendo como no nos han enchiquerado.

––¿Porqué? ¿por el peta? Pero si ellos también fuman. Mira tío, en más de una  movida de okupas, cuando estaba encadenado por ejemplo a un water, he terminado quemando porros con la bofia, mientras esperábamos a que vinieran a descerrajarme.

Gabriel había estado en muchas movidas y manifestaciones de todo tipo, de política, de okupas, como la de la fábrica de la Hamsa de Barcelona, la de Lavapiés de Madrid y hasta en la de Barakaldo. No se había perdido una sola de las sonadas.

––Egske ––volvió a arrastrar las palabras–– me meto en todas las movidas sin quererlo, pero ya estoy cansado. Lo de la kolega me ha llegado al alma, muy dentro.

––Hombre, ––aseguré con seriedad–– creo que ya has corrido mundo suficientemente. Seguro que tus padres están deseando recuperar al hijo que enviaron a Madrid. ¿Saben por dónde andas?

Gabriel se quedó mudo y me dejó todo el peso de la conversación. No volvió a decir nada hasta que llegamos al Puente de la Rabia, a la entrada de Zubiri. Al contarle la historia de que los animales sanaban de la rabia al dar una vuelta al pilar del puente, se quedó parado y, tras unos segundos de vacilación, se deslizó hasta la base y se puso a rodear la columna del puente, mientras yo me reía por tamaña ocurrencia.

––Usted, haga el favor de subir aquí rápidamente. ––reconocí un vozarrón de Guardia Civil, a mi espalda.

En la entrada de Zubiri, los dos números de la Guardia Civil nos esperaban a cada lado del puente, con cara de pocos amigos. Mentalmente, volví a prometer no beber mas orujo, esta vez hasta Logroño, mientras me veía en el cuartelillo dando explicaciones sobre mi compañero peregrino, al que encontraban un par de kilos de hachís, le metían en el trullo y tiraban la llave al río.

––Es un buen chico ––me dirigí al cabo–– sólo está un poco desorientado en la vida, seguro que se encauza en poco tiempo, no sean malos, tengan un poco de paciencia con él. ¿Han oído hablar del arcángel San Gabriel? ¿no? pues su nombre significa «Héroe de Dios» así es el chaval, porque se llama Gabriel y eso, seguro que tiene algo que ver en su vida…..

No se lo que pude hablar ni decir, pero todo el mitin que lancé al cabo sobre Gabriel era bueno; ensalzando y exagerando al baldragas que subía del río y se sentaba en uno de los muros con los pies colgando, dejando que el agua gotease por los agujeros de sus botas.

––Documentación, enséñeme su documentación ––dijo el cabo–– y déjese de hacer de abogado de causas perdidas.

Le entregué mi DNI, que me devolvió casi sin mirarlo, y avanzó hacia Gabriel, que sacaba de una cremallera de la chamarra una cartulina descolorida y algo parecida a lo que en su tiempo había sido un Documento Nacional de Identidad. El cabo lo recogió y se fue a su moto a transmitir los datos del presunto delincuente por la radio, mientras el guardia civil más joven se colocaba frente a nosotros con la mano derecha ligeramente apoyada en el cinturón, muy cerca de su arma reglamentaria.

––Estos picoletos….––susurró Gabriel, mientras yo le fulminaba con la mirada. 

––Papa, Orense, Roma…––deletreaba el cabo el apellido de mi kompañero peregrino–– Sí, has oído bien, Grabiel, ……jajajajaja….

El minuto de espera hasta la respuesta se hizo eterno. Parecía que el ordenador del cuartelillo de la Guardia Civil, en esos momentos, estaba conectado con la central de datos por fibra óptica a pedales. Finalmente, llegó la respuesta, «todo limpio» y respiré tranquilo.

El cabo se me acercó y me cogió por el hombro, llevándome unos metros adelante hasta la entrada de la plazoleta.

––Comprenda que nuestro trabajo es velar por la seguridad de ustedes, los peregrinos, que no les ocurra nada, que todo les vaya bonito y que lleguen a Santiago con bien. Y, en este caso, su compañía nos ha mosquedado. ¿Se hace cargo?

¡Cómo no! lo comprendía todo, pero no lo compartía. Los civiles, como les llaman los gitanos, hacían su trabajo y me tuve que callar por si acaso. Mientras, el cabo se dirigió hacia Gabriel con el DNI en la mano para devolvérselo.

––Toma, arcángel ––le soltó–– pórtate bien con este peregrino que si no lo haces, tendrás que vértelas conmigo. Y entrégame ese paquete de tabaco de pipa que llevas en el bolsillo. No vaya a ser que te siente mal, te ahogues y tengamos que llevarte a urgencias para hacerte una lobotomía. Ya sabes que el tabaco mata.

Gabriel, que no sabía callarse cuando era menester, sacó el paquetito del bolsillo y se lo entregó al cabo.

––Tenga, mi sargento ––alargó la mano–– que le aproveche. Aunque yo el cerebro lo tengo muy bien y no necesito que me toquen ni la cabeza ni la garganta.

––Cabo, hijo, cabo por el momento ––mientras abría el recipiente y lo dejaba caer al río Arga cual lluvia dorada, pues el picadillo de tabaco jugueteaba en el agua con los rayos de sol.

La china de hachís sonó, con un chof, de pronto, al entrar en el agua.

––Vaya, chaval, se te había metido una piedra en el paquete. ¡Menos mal! Porque estas porquerías nunca se sabe qué contaminación te pueden pegar ––terminó el guardia, yéndose hacia la moto y marchándose a la vez que levantaba la mano con un último saludo.

––Los picoletos ––barruntó Gabriel–– siempre vigilantes.

Y se echo la mano al bolsillo, sacando un peta ya liado, que se llevó a los labios para encenderlo.

No me llevé ninguna sorpresa, creo que hasta lo esperaba, y también le di una caladita para relajarme, para saber a qué sabía ¡a mierda! Porque mi nariz recogió el olor y no pude saborear nada de nada.

Suavemente, nos acercamos al albergue de peregrinos de Zubiri y trincamos un par de literas. La reconfortante siesta volvió a colocar las cosas en su lugar y al atardecer caminamos hasta el bar Gau Txori para cenar. Gabriel estaba serio, pensativo, ensimismado, como ausente.

––¿Qué te ocurre? ¿Te encuentras bien? ––pregunté.

––Nada, nada. No hago mas que acordarme de lo del puente. Egske, ––arrastró las palabras–– me ha dejao algo extraño aquí dentro.

Y, con la mano derecha plagada de chapitas anilladas en los dedos, se señaló el pecho en la zona del corazón.

No quise profundizar demasiado en sus pensamientos porque consideré que era mejor dejar a Gabriel que reflexionase y apaciguase su cabeza. Tal vez, el desengaño amoroso, el pisar el Camino de las Estrellas a Santiago, la magia del bosque navarro, los civiles y, ¿porqué no? la breve pero intensa compañía de un peregrino habían precipitado su mente hasta un estadio desconocido para su filosofía libertaria.

Por mi parte, cumplí mi promesa realizada en el Puente de la Rabia y no me tomé el consabido chupito de orujo al final de la cena, aunque mi vista llegara a vaciar mentalmente el que se estaba tomando Gabriel. Así que volvimos antes de las diez de la noche al albergue y nos fuimos a dormir.

––¡Eh!, jefe, me dejarías unas monedas, egske tengo que llamar a mi madre ––me desperté con la cara de Gabriel enfrente de la mía, susurrándome la petición. 

–– ¿A las cuatro de la madrugada? Tu madre se asustará, ¿qué quieres? ¿matarla de un infarto?

––Tranki, kolega, que mi vieja es muy dura ––sonrío Gabriel.

Le alargué varias monedas y vi cómo salía al jardín del albergue en medio de la noche. Por la ventana, la luna me guiñaba un ojo en medio de dos nubes, que corrían hacia el Este. Suspiré profundamente y, afortunadamente, me dormí en unos segundos. 

Al día siguiente, me desperecé, acordándome de mi kolega, Gabriel ¿dónde está?, me dije buscando su figura en la cama de al lado. Las dos mantas que había usado estaban apelotonadas en los pies, indicando una súbita huida. Me senté en la litera y pregunté a los peregrinos de al lado, pero nadie me dio su paradero, ninguno le había visto por la mañana. Me temí lo peor, pero no me faltaba nada; sólo su presencia.          Poco a poco, sonámbulo, guardé mis cosas en la mochila y me encaminé hacia el bar cercano al albergue para desayunar, esperando que Gabriel apareciese en cualquier momento, y decidí anotar en mi Cuaderno de bitácora los pormenores de la salida de la tercera etapa, mientras me zampaba un par de huevos fritos con chorizo para comenzar el día. 
         Allí, en la página donde tenía anotados los detalles para la tercera etapa, encontré a mi punki, al Arcángel San Gabriel escribiendo un mensaje:
        Querido kolega:
        No se qué me ha pasado, pero soy otra persona. Me vuelvo a casa.
        Y te juro que no estoy fumao.
        Mi vieja me ha suplicado que vuelva, que me necesita. Y yo, de pronto, me he dado cuenta que también quiero estar con ella. Fíjate, que hasta echo en falta ver a mi padre, con todo lo burro que es y con las hostias que, seguro, me dará. Pero no me importa, me vuelvo a Puertollano.
        Gracias por todo y, cuando llegues a Santiago, pídele que me vaya bonito en la vida. Si te acuerdas y sabes, reza algo por mi.
        Gabriel 
P/D: Lo de la rabia, funciona

  Había aceptado el primer encargo para Santiago de Compostela, pedir al apóstol por Gabriel, el punki. Así que, de nuevo, me soné los mocos, ajusté los correajes de mi mochila, me abrigué un poco y agarré mi bastón con fuerza como si fuera el único nexo de apoyo y unión con el mundo. Un nuevo día de Camino estaba por comenzar.

La ermita de San Pedro Zarikete

Cuentan que en el Vexu Kamin, Camino de la Montaña o Camino Olvidado, en la localidad de Zalla se encuentra la ermita de San Pedro Zarikete, a la vera del Camino Real en la ribera del río Cadagua y a la sombra de un frondoso roble, plantado en 1912, nieto del centenario Árbol de Gernika. La iglesia data del siglo XVI aunque, según los trabajos de restauración finalizados hace pocos años, existen indicios que se remontan a los siglos XI y XII. Presiden la portada del altar tres retablos localizado en el central, en un lugar preferente, la imagen de San Pedro Zarikete con sus considerables y desproporcionadas orejas, al que acompañan las tallas de San Antonio, San Bernabé, San Nicolás y Santa Mónica. Este retablo central y el de su izquierda son barrocos, los cuales se atribuyen a Francisco Martínez de Arce, retrablista del siglo XVII, considerado como uno de los artistas mas renombrados de su época.  Lo cierto es que la ermita de San Pedro Zarikete era muy conocida como consecuencia de su fama contra el «mal de ojo» y los demonios, pues multitud de devotos, que se consideraban poseídos por los duendes malvados venían a postrarse a los pies de San Pedro Zarikete para desembrujarse. Por allí pasaban al año miles de gentes piadosas, que se creían endemoniadas por los espíritus malignos, los cuales venían a postrarse a los pies de San Pedro Zarikete para ser exorcizados.


Dos son las conmemoraciones de la festividad de San Pedro Zarikete: El 29 de junio y el 1 de agosto, considerada esta última como «Día del Santo» en el que se celebran ceremonias y tradiciones como la costumbre, para protegerse de los malos espíritus, de dar una vuelta alrededor de la ermita entrando por una de las puertas y saliendo por otra, (para equivocar y librarse de los malignos) al tiempo que se arroja sal como protección contra los malvados espectros y el «mal de ojo». Esta superstición fue una creencia popular extendida en muchas partes del País Vasco y, además, en otras muchas civilizaciones, según la cual, la persona poseída era capaz de producir desgracias y males a los seres de su alrededor con sólo mirarles; se combatía con amuletos que guardaban en su interior laurel, pan bendito, azabache y otras sustancias. 

Muchas son las anécdotas que se narran de personas «embrujadas» que fueron a postrarse a los pies de San Pedro Zarikete. Se cuenta, por ejemplo, que una mujer de Madrid acudió a la ermita de Zalla porque era propietaria de una pensión a la que apenas entraba nadie; culpando de su mala suerte a que alguien le hubiera embrujado. Relatan que cumplió el rito ante San Pedro Zarikete para proteger su posada de los malos espíritus. Lo que se desconoce fue el resultado final.

El Camino Lebaniego Castellano por el Canal de Castilla y la montaña palentina hasta Santo Toribio de Liébana

La Diputación de Palencia ha colgado en su web una completa guía del Camino Lebaniego Castellano, que sube desde la capital palentina, por las orillas del Canal de Castilla hasta Fromista y Herrera de Pisuerga y, seguidamente, hasta Cervera de Pisuerga para afrontar la entrada a los Picos de Europa, por el parque natural de la Montaña Palentina y descender, finalmente, hasta el monasterio de Santo Toribio de Liébana. Un recorrido bastante bien señalizado con la única dificultad del ascenso a partir de Cervera de Pisuerga, San Salvador de Cantamuda, Camasobres, hasta el mirador de Piedrasluengas y el descenso hasta Pesaguero. Es posible que Santo Toribibio pudo realizar este recorrido en el siglo VI cuando en Palencia fue apedreado –los palentinos celebran la tradicional fiesta de la pedrea en su onomástica– y obligado a continuar su camino hacia el norte, hasta Liébana, donde levantó su eremitorio de pobreza y santidad.

Este Camino Lebaniego Castellano se complementa con el itinerario que discurre por la cornisa cantábrica y que desde San Vicente de la Barquera asciende hasta el monasterio de Santo Toribio de Liébana, donde, desde la Edad Media, llegaban los denominados Peregrinos  de la Cruz para adorar el Lignun Crucis, al que se le otorgaban milagros y curaciones. Es un camino de peregrinación con 500 años de historia, de los muchos que llevaban a Compostela, buscando antes de continuar hacia Santiago el destino del Monasterio de Santo Toribio de Liébana donde se encuentra el fragmento más grande del Lignum Crucis, una de las reliquias más veneradas de la cristiandad.  La importancia de esta ruta viene adquirida, en parte, por ser paso obligado de la calzada romana Pisoraca, que unía la meseta con las tierras cántabras, aunque se desviase antes de Cervera hacia Aguilar de Campoo y Reinosa para descender hacia Suances (Cantabria). Tiempo después, este itinerario se  bifurcó en la Edad Media, por Cervera de Pisuerga hacia los Picos de  Europa, desempeñando en aquel momento un trascendental papel en la Reconquista. Por entonces, Cervera fue la capital del Condado de Liébana y lugar de residencia de familias de rancio abolengo, que convirtieron a la localidad palentina en un centro de intercambio de productos ganaderos y agrícolas entre el norte y el sur de la península. Así, los peregrinos utilizaban entonces esta ruta para adorar, en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, el Lignum Crucis y conseguir la indulgencia plenaria o redención de los pecados, según la Bula del Papa Julio II en 1512.


Enlaces al Camino Lebaniego del Gobierno de Cantabria y Diputación de Palencia para descargar la guía en pdf:
https://www.caminolebaniego.com
https://www.diputaciondepalencia.es/diputacion/publicacion-pdf/guia-camino-lebaniego

La Cruz de los Valientes

Cuentan que en el Camino Francés, en la frontera entre las localidades de Santo Domingo de la Calzada y Grañón, los peregrinos y peregrinas encuentran una gran cruz que es conocida por La Cruz de los Valientes; dicha cruz tiene una historia de enfrentamiento entre los dos pueblos por la titularidad de un encinar de mil fanegas que se encontraba entre las dos poblaciones riojanas. Este litigio medieval, entre la realidad y la ficción, terminó resuelto mediante una contienda singular, cuerpo a cuerpo, que hoy en día tiene su celebración en el mes de agosto, con los dos pueblos hermanados, por medio de una degustación de caparrones, alimento a base de alubias que, según dicen, proporcionó la victoria al luchador de Grañón. La cruz  se sitúa en el límite de los dos pueblos, justo en el lugar donde se celebró el combate.

La historia tiene sus orígenes en las rivalidades habituales entre pueblos limítrofes por derechos sobre tierras, regadíos o pastizales que se pierden en la nube de los tiempos; en este caso, por una amplia extensión de terreno ocupado por encinas y robles, que los dos pueblos consideraban como suya. El litigio era continuo y las discusiones no tenían fin con menciones por parte de cada pueblo a privilegios otorgados por reyes o linajes gobernantes.

Finalmente, los regidores de ambos municipios decidieron solucionar el problema por medio de una lucha, sin armas, entre dos valientes lugareños, uno por cada pueblo, dentro de un círculo; de forma que aquel que consiguiera expulsar al otro fuera del perímetro sería el vencedor y el encinar quedaría para siempre para el pueblo del victorioso campeón.

Así, Grañón escogió como su paladín a Martín García, joven mozo riojano dedicado en cuerpo y alma a las labores del campo y que fue alimentado a base de platos de caparrones; mientras que los de Santo Domingo de la Calzada seleccionaron al joven (del que se desconoce su nombre) más grande y fuerte del pueblo; bregado en mil riñas y marrullerías.

Llegado el día acordado para el combate los habitantes de Grañón y Santo Domingo de la Calzada se reunieron en el límite entre Grañón y Santo Domingo de la Calzada, junto al círculo marcado para la pelea. El forzudo calceatense se presentó desnudo, impregnado de grasa y aceite por todo el cuerpo, de forma que era muy difícil asirle para tirarle fuera del círculo; las protestas de los de Grañón no fueron tenidas en cuenta y el combate comenzó.

Martín García intentaba, una y otra vez, aferrar de alguna manera al gigantón de Santo Domingo de la Calzada, que se reía del joven grañonero una y otra vez, mientras esperaba el momento oportuno para, con un empujón, sacarle del redondel. Pero Martín, astutamente, se deslizó bajo sus piernas y, con todas sus fuerzas, introdujo su dedo corazón por el agujero del culo del coloso calceatense, el cual fue levantado y proyectado fuera del perímetro para asombro de todos.

Los calceatenses se retiraron y la dehesa quedó para siempre como usufructo de los grañoneros.

Esta es la historia de La Cruz de los Valientes, nombre con el que se la conoce desde entonces como recuerdo de los dos jóvenes riojanos que lucharon por su pueblo y que, según la tradición los peregrinos y peregrinas rezan un padrenuestro, para encontrar valor suficiente para continuar su camino hacia Santiago de Compostela.

https://caminanteasantiago.blogspot.com

APP para móviles de IGN con la Federación Española de Amigos del Camino de Santiago

En estos tiempos tecnológicos existen muchas aplicaciones (app) dedicadas a los diferentes caminos de Santiago que, poco a poco, iremos presentando en este apartado de «Guías gratis». Hoy, nos referimos a una de las más antiguas, desarrollada por el Instituto Geográfico Nacional/Centro Nacional de Información Geográfica (IGN) en colaboración con la Federación de Amigos de Camino de Santiago, que han desplegado una pauta para caminar por los Caminos de la Estrellas, que se puede llevar en el teléfono móvil, la cual se denomina Camino de Santiago

IGN. La app es gratuita (para iOs y Android) y los mapas e itinerarios se pueden descargar para trabajar sin conexión (offline). El manejo es sencillo y facilita caminar por las etapas de los caminos jacobeos utilizando como fondo la cartografía  y los servicios web del Instituto Geográfico Nacional, añadiendo, lógicamente, toda los detalles proporcionados por la Federación Española de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago.

En la primera ventana puede verse un mapa con los diversos caminos existentes; tocando en la parte superior izquierda se despliega un menú con las opciones de; Configuración, Descargas, Ayuda, Guía del Peregrino, etc. Y si pulsamos sobre la imagen podremos escoger el tipo de mapa con la ortografía y capas del IGN a escala 1:25.000.

La app incorpora también informaciones sobre la cultura de cada una de las jornadas a caminar por las peregrinas y peregrinos, con aclaraciones sobre los monumentos, albergues y servicios que encontraremos en nuestro recorrido, además de consejos para comenzar a realizar cualquiera de los Caminos a Santiago.
En el siguiente enlace puede verse cada uno de los detalles de esta aplicación Camino de Santiago IGN 
https://www.caminosantiago.org/cpperegrino/comun/imgcomun/GuiaAPPv1.pdf

Eroski Consumer ofrece una interesante y completa aplicación

Con información de los Caminos de Santiago

Eroski Consumer ofrece totalmente gratis, desde hace ya un tiempo, una interesante y completa aplicación con información de los diferentes Caminos de Santiago, la cual incluye distancias de cada una de las rutas jacobeas, etapas a realizar, fotografías, monumentos y significativas descripciones del itinerario para que los peregrinos y peregrinas sepan en todo momento qué es lo que se encuentran en cada momento. La información que incluye la guía de Eroski Consumer comprende el Camino Francés, se inicia en Saint-Jean-Pied-de-Port o Donibane Garazi en Euskera y traslada al peregrino o peregrina por cada etapa hasta Santiago de Compostela y hace lo mismo con el comienzo en el puerto de Somport del Camino Aragonés que se une al Camino Francés en Puente La Reina Gares. Además, se documentan los itinerarios del Camino del Norte, Primitivo, el de San Salvador, Vasco del Interior, Baztanés, Vía de la Plata, Sanabrés, Catalán por San Juan de la Peña y el de Fisterra y Muxía.


La guía incluye una completa información de cada uno de los albergues en cada etapa, con fotografías, página web (si la tienen), teléfonos de contacto, persona que se encarga de la atención a los peregrinos y peregrinas, precios actualizados,  comentarios de los lectores, número de plazas, etc. 
Otras interesantes informaciones de esta guía es el apartado de Monumentos, donde se incluyen descripciones de localidades por donde pasa cada camino, además, de reseñas de iglesias, castillos y sus infraestructuras dignas de ser visitadas. 
La Guía basa toda su información en los contenidos de su web (https://caminodesantiago.consumer.es)  y en las informaciones que trasmiten los peregrinos y peregrinas, de forma que todos sus testimonios permiten una guía del Camino de Santiago perfectamente actualizada y digna de ser tenida en cuenta por aquellos que quieran planificar cualquiera de los caminos jacobeos.
Se puede descargar gratuitamente tanto para Apple 
https://apps.apple.com/es/app/camino/id378279011
Como Android: 
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El Zangarrón de Montamarta de Zamora

Cuentan que en el Camino Fonseca y la Vía de la Plata, en la localidad de Montamarta, en la Tierra del Pan de Zamora, celebran la fiesta del Zangarrón en los primeros días de enero; una tradición que pierde su origen en la noche de los tiempos. Se trata de una costumbre relacionada con el solsticio de invierno y el recibimiento del nuevo año, además, de la expulsión de los malos espíritus y el despertar de la naturaleza y la fertilidad. Todo un rito que tiene como protagonistas a los mozos del pueblo, pues, dos de ellos son los escogidos para protagonizar al Zangarrón, uno con su máscara negra el día de Año Nuevo y el otro con su máscara roja en la festividad de Reyes. Lo cierto, es que para los habitantes de Montamarta el personaje está considerado magnánimo ya que atrae energías positivas para la sociedad. Esta fiesta está declarada de Interés Turístico Regional al igual que otras muchas mascaradas de esta comarca zamorana como Los Carochos, de Riofrío de Aliste; los Diablos, de Sarracín de Aliste; los Cencerrones, de Abejera de Tábara y varias mas. Todas estas pantomimas son realizadas por los mozos del pueblo, los cuales, por sorteo escogen a los dos protagonistas para encargar al Zangarrón.

La vestimenta del Zangarrón es de mantillas de multicolores de pajas y perifollos en forma de plumas, hilvanados en los brazos y piernas; un cinturón de tres cencerros completa el vestuario junto con la máscara de corcho negro, ojos negros pintados en sus bordes de blanco, una capa hecha con la piel de un animal, puntiagudas orejas y morro con dientes blancos; todo ello parangonando la visión del demonio, pues el conjunto se completa con un tridente de tres puntas. Este es el Zangarrón del Año Nuevo, sin apenas florituras ni cintas de colores.

En cambio, el Zangarrón de la festividad de Reyes goza de más colorido en su vestimenta. Su máscara es roja y se adorna con flores y cintas de colores por diferentes partes de su cuerpo, de forma que muestra una visión mucho más amable.

El Zangarrón corre por las calles del pueblo persiguiendo a la gente, a los que felicita el nuevo año y pide el aguinaldo haciendo sonar los cencerros, que lleva en su cintura, y golpeando con su tridente tres veces en la espalda de los aldeanos. Mas tarde, cuando llega la hora de Misa, sale corriendo hacia la iglesia de Santa María del Castillo, situada en un alto sobre el río Esla. Las autoridades son recibidas por el Zangarrón, el cual, arrodillado, apoyándose en el tridente les muestra su respeto. 

Luego, al final de la celebración litúrgica, el Zangarrón entra en la iglesia, y cuando el sacerdote imparte la bendición a los fieles, ensarta con su tridente los panes y abandona el templo. Es el momento de la celebración que todo el pueblo espera pues, el Zangarrón reparte los panes con sus vecinos y vecinas y se vuelve a lanzar, a la carrera, hasta la plaza del pueblo donde espera, de nuevo, la aparición de las autoridades y sus paisanos. Es el final de la fiesta ya que el Zangarrón vuelve a perseguir, esta vez a los mozos solteros y las mozas solteras, para exigir el aguinaldo.

Se ha puesto en marcha la credencial digital del peregrino de la Catedral de Santiago como nueva acreditación jacobea

La Catedral de Santiago ha presentado, recientemente, la Credencial Digital del Peregrino, una aplicación para móviles, tanto para IOs como para Android, de cara a certificar el paso del peregrino o peregrina por los caminos jacobeos y obtener la Compostela. En estos instantes, la app se encuentra en modo de implantación  y, en estos momentos, no sustituye a la credencial tradicional y, además, tampoco es gratuita pues cuando te registras piden 1,50€. La credencial de siempre en cartulina seguirá imprimiéndose por la Federación Española de Amigos de los Caminos de Santiago y su distribución también continuará vendiéndose por medio de las asociaciones jacobeas. La nueva modalidad «peregrina»nace como consecuencia del COVID-19 y se plantea para evitar el contacto físico y solucionar las posibles dificultades de obtener el correspondiente sello de paso de los peregrinos y peregrinas pues muchos albergues se encuentran todavía cerrados. Asimismo, esta credencial digital proporciona la oportunidad de ser utilizada por personas con dificultades de movilidad y con otros tipos de discapacidades diferentes. 

La app integra los traks de los diferentes caminos en la península con informaciones de los emplazamientos de acogida, talleres de bicicletas, cajeros de entidades financieras, etc.  de forma que servirá a las peregrinas y peregrinos de soporte para caminar con seguridad por medio de la geolocalización. Incluye también un acceso directo al sistema de alertas de la policía y un sistema de notificaciones en tiempo real con informaciones útiles y un botón muy práctico «Ir al Camino» que permite a la peregrina o peregrino encontrar el itinerario jacobeo en caso de pérdida o despiste, por ejemplo en poblaciones grandes, que le guiará al punto más cercano desde su posición.  
El empleo de la app es bastante fácil; pues el peregrino o peregrina sólo tiene que añadir el sello de su paso mediante la realización de una fotografía de la estampa o del edificio, el albergue (sin necesidad de entrar en él) o cualquier monumento o motivo que considere. Esta novedosa forma de «sellado» de la credencial avala su uso por las personas con movilidad reducida y el cumplimiento de la norma de distancia social. La fotografía que se toma con la cámara del móvil queda registrada mediante la geolocalización con la información del día y hora en que se realizaron. La validación de la credencial se habilita  automáticamente cuando la peregrina o peregrino se encuentran a kilómetro y medio de la Catedral de Santiago; la app examina el cumplimiento de los requisitos de paso imprescindibles para obtener la «Compostela digital», la cual se puede imprimir por medio de la web y, de la misma manera, en la cartilla «Mi Credencial» se integra un sello que acredita su validación.
Los diferentes establecimientos, albergues, etc. se deberán registrar subiendo su sello a la página web de la Catedral de Santiago de forma que la Catedral atribuirá a cada uno un Código QR distinto para que los caminantes encuentren cuáles son y puedan acercarse a sellar su credencial digital. Los códigos QR estarán a la vista en los albergues, iglesias y lugares de paso acreditados para ser escaneados, aunque, en estos momentos, por ser un sistema muy nuevo se necesitará tiempo para que se asiente a lo largo de los itinerarios jacobeos.

Página web generadora de sellos para establecimientos

Enlaces de descarga de la app:

para Android

para iOS

La derrota de las tropas napoleónicas en la batalla de Sorauren

Cuentan que en el Camino del Baztán, en la localidad navarra de Sorauren, se produjo una de las batallas de mayor trascendencia en la Guerra de la Independencia en julio y agosto de 1813 entre las tropas napoleónicas, al mando del general Nicolás Jean Dieu Soult, que mandaba a 80.000 hombres, y Arthur Wellesley, conocido como Lord Wellington, general de los ejércitos aliados españoles y comandante en jefe de las fuerzas británicas en la Península Ibérica, el cual contaba con 60.000 hombres. Mudo testigo de esta batalla es el viejo puente medieval de Sorauren en el que, según un documento de 1565, se cobraba pontazgo (un antiguo impuesto que recaudaban los señores feudales de Castilla, Aragón y Navarra por los derechos de tránsito) por ejemplo, al paso de la madera que se bajaba por el río Ultzama. 

Cuentan que en el centro de esta pasarela del río Ultzama el «Duque de Hierro», como era conocido Lord Wellington, se ubicó con su caballo Copenhagen dando órdenes a sus tropas para que rechazasen con coraje y valentía a los franceses; propósito que consiguieron los ejércitos hispano-británicos. El general inglés era un flemático y elegante estratega y, posiblemente, desde su ubicación en el puente medieval contemplaba toda la batalla que se desarrollaba, en las laderas del cercano monte Elordi de forma que supo arengar y capitanear a sus soldados a la victoria sobre las tropas napoleónicas.

Los franceses estaban acaudillados por Soult, un mariscal napoleónico de gran valía y experiencia, que trataba de frenar el avance de los aliados españoles, ingleses, portugueses y británicos de cara a liberar las asediadas plazas de Donostia San Sebastián e Iruña  Pamplona. Su ofensiva comenzó el día de Santiago con las llamadas Batallas de los Pirineos, que se produjeron en Amaiur Maya, Orreaga Roncesvalles, Lizaso y, finalmente, la decisiva de Sorauren. Napoleón irritado por la derrota sufrida en la Batalla de Vitoria por su hermano mayor José Bonaparte —Pepe Botella— cuando huía a Francia tomó la decisión de nombrar a Nicolás Jean Dieu Soult como general de los ejércitos franceses del norte para liberar las plazas de Donostia San Sebastián e Iruña Pamplona, que resistían el bloqueo a las tropas españolas, británicas y portuguesas. En principio, los franceses lograron victorias parciales, momento que intentaron aprovechar los sitiados en Iruña Pamplona para —saliendo de la capital navarra— procurar coger a las tropas aliadas de Wellington entre dos fuegos. Pero fracasaron porque no lograron romper el cerco aliado y se vieron obligados a retornar a sus posiciones. Lord Wellington consiguió reagrupar a sus hombres y plantar cara a Soult entre Zabaldika, Oricáin y Sorauren derrotando al ejercitó francés al que hicieron más de cuatro mil bajas.  
El mariscal Dieu Soult, visto que no podía socorrer a los asediados en Iruña Pamplona, decidió dirigirse a Donostia San Sebastián, plaza también sitiada, a través de Lekumberri y Tolosa, pero El «Duque de Hierro» adivinó las intenciones de las tropas francesas a las que hostigó en las cercanías de Eguarast, en la comarca de Ultzama, hasta conseguir que las milicias napoleónicas de Soult regresaran a los emplazamientos de pocos días antes y, posteriormente, derrotados, a su posición inicial en Donibane Garazi San Jean Pie de Port, dando por finalizada la campaña. Todas estas batallas se saldaron con unas 6.000 bajas de los aliados y más de 8.000 de los napoleónicos. 

El Puente del Diablo del barrio de Kastrexana

Cuentan que en el barrio de Kastrexana en el Camino del Norte hay un puente, cuya denominación es «El puente del Diablo», el cual une Bilbao con la localidad de Barakaldo. A esta pasarela sobre el río Cadagua se le atribuye una leyenda que Antonio Trueba y de la Quintana, escritor del siglo XIX conocido como «Antón, el de los Cantares», escribió en una de sus obras relatando lo que un amigo suyo le narró sobre «El puente del Diablo», nombre con el que se le conoce desde tiempos lejanos. En realidad, esta leyenda tiene muchas variantes, con protagonistas diferentes según en qué lugar del mundo se cuenta, aunque en el fondo del relato se encuentra, finalmente, la moraleja del arrepentimiento para la salvación del alma.


Este es el relato sobre «El puente del Diablo» de Kastrexana.

Cerca de la ermita baracaldesa de Santa Agueda, en las cercanías de río, vivía una hermosa joven enamorada de un apuesto mozo, que habitaba en la orilla de Bilbao; sus amores eran mutuos y, todos los días, se juntaban en el Cadagua, vadeando la corriente de agua a través de unas piedras, para hablar de sus cosas y planear su futuro juntos. Pero las crecidas intempestivas del río ponían en peligro la integridad de los amantes, que en algunas ocasiones ya habían sufrido angustiosos percances. 

La muchacha era fiel devota de la Virgen de Begoña, cuya imagen estaba en la ermita de Santa Agueda colindante a su casa, de forma que rogaba a la Madre de Dios poder casarse con su amado. Pero los progenitores de la doncella consideraron que era todavía muy joven para aceptar el enlace y acordaron con los padres del muchacho alistarlo en el ejercito y, de esta manera, evitar el matrimonio.

Cuando la chica conoció el acuerdo corrió al encuentro de su amado, pero ese día el Cadagua bajaba enfurecido y era imposible cruzar a la otra orilla. Entonces, la joven presa de una gran cólera maldijo desesperada su suerte, postrada de rodillas, clamando al sombrio cielo.

    — ¡Maldita sea mi suerte! no puedo cruzar el río e impedir que mi amado me abandone.

En ese momento, un cegador rayo fue seguido de un estrepitoso trueno; cuando surgió un hombre de pie, cubierto con una capa negra, frente a la atribulada muchacha.

    — Yo puedo ayudarte. Construiré un puente para ti antes de que amanezca y, así, podrás juntarte con tu novio… pero tengo una condición…    

— Cuál es, lo que sea…
    — Que cuando termine el puente, tu alma será mía 
La muchacha asintió y «El Diablo» hizo valer sus poderes y el puente comenzó a levantarse, piedra a piedra.
De esta manera, fue pasando la noche mientras el alba comenzaba a formarse en el horizonte.
Sin embargo, la joven se percató de lo que había hecho y, arrepentida, se encomendó a la Virgen de Begoña, la cual escuchó sus súplicas y envió a Santiago, quien con su bastón impidió que «El Diablo» pusiera la última piedra del puente; entonces, el gallo cantó, dando la bienvenida al luminoso sol, mientras Lucifer desaparecía en medio de una negra nube sin haber cumplido su trato con la joven.
Seguidamente, Santiago con un nuevo golpe con su cayado, colocó la última piedra dejando terminado el puente y, as´í, los enamorados novios corrieron a abrazarse.

El Puente del Diablo hoy en día, por el que cruzan los peregrinos y peregrinas en el Camino del Norte

Esta es una versión más de las muchas que existen en el mundo sobre «El Puente del Diablo», una leyenda con muchas variantes y personajes: jóvenes enamorados, albañiles y constructores o, incluso, ancianos, pastores y militares. La premisa básica es que todos consiguen engañar al Diablo, que se queda sin conseguir el alma de los protagonistas.
En el caso del puente de Kaxtrexana lo cierto es que fue construido en 1435  —autorizado por Isabel, La Católica— por el cantero Pedro Ortiz de Lekeitio; era una forma añadida para cruzar el río Cadagua en el Camino Real y para que los caminantes a Santiago de Compostela pudieran continuar con su camino hacia tierras gallegas.
También durante la Primera Guerra Carlista la lucha por el puente resultó una complicada batalla entre las tropas isabelinas de Espartero y los carlistas de Prudencio de Sopelana, que habían cruzado el puente y desde la posición de la ladera barakaldesa de Santa Águeda aniquilaron a las tropas isabelinas cuando intentaban atravesarlo.