Las peregrinas convertidas en sirenas en San Martín de Valdetuéjar

Cuentan que en el Vexu Kamin, en el «Valle del Hambre» en la iglesia de San Martín de Valdetuéjar, se pueden ver dos imágenes de sirenas, en la ermita que se encuentra en lo alto de una colina junto a dos cabezas de atlantes. En la mitología griega, las sirenas eran unos seres con cuerpo de mujer y extremidad de pez, que finaliza en una aleta caudal; hijas de Aqueo y de la diosa Gea. En la poesía épica de la Odisea de Homero se cita a estas ninfas como unas criaturas que seducían con sus cánticos a los marineros para atraerles a un destino desgraciado. Este cuento del valle, que baña el río Valdetuéjar, es una historia de leyenda más de las muchas que se han narrado a lo largo de los tiempos, aunque, en este caso, resulta una narración bastante machista.


La leyenda cuenta que la ermita de San Martín fue monasterio en la edad media, que acogía a los peregrinos del Camino de la Montaña. Así, un buen día, llegaron al convento dos peregrinas, las cuales, lógicamente, fueron admitidas en la abadía. Pero las jóvenes viajeras optaron, primero, por descansar unos días y, luego, divertirse por las noches bailando con algunos de los monjes del claustro. 

La fábula relata que por entonces –no existe documentación fehaciente al respecto– el abad de San Martín de Valdetuéjar era San Guillermo, el cual en su juventud había peregrinado a Santiago de Compostela, y que a su vuelta a Italia fundó congregaciones benedictinas con una regla muy austera pues no se permitía en las comidas el vino, la carne y la leche, y, además, durante tres días a la semana, los monjes solo podían ingerir verduras y pan seco.

Así, el santo prior del convento observó que algunos frailes estaban muy fatigados durante las oraciones y rezos matinales. Sus sospechas de relajación de la regla de San Benito y la celebración de los guateques nocturnos fueron certificados, de forma que castigó a las peregrinas convirtiéndolas en sirenas del río Tuéjar; mientras que los afligidos y arrepentidos monjes fueron sancionados a modelar Así, el santo prior del convento observó que algunos frailes estaban muy fatigados durante las oraciones y rezos matinales. Sus sospechas de relajación de la regla de San Benito y la celebración de los guateques nocturnos fueron certificados, de forma que castigó a las peregrinas convirtiéndolas en sirenas del río Tuéjar; mientras que los afligidos y arrepentidos monjes fueron sancionados a modelar, las imágenes de dos sirenas en los capiteles de la abadía, como aviso a otros pecadores.

Esta ermita románica de San Martín de Valdetuéjar del siglo XII fue reconstruida en el XVIII manteniendo varios de los elementos originarios como las mencionadas sirenas y siendo declarada monumento histórico artístico en 1983.

El obispo de Le-Puy-en-Velay Godescalco, el primer peregrino ilustre

Cuentan que el obispo de Le-Puy-en-Velay, Godescalco, fue el primer peregrino ilustre que hizo el Camino a Santiago en el otoño del año 950; su intención era llegar a Compostela para la fiesta del martirio que, entonces, se celebraba el 30 de diciembre. Así, a pesar de ponerse en camino en las estaciones de mal tiempo, el prelado de la sede eclesiástica francesa se puso en marcha con una gran y lujosa comitiva de heraldos, que anunciaban la presencia del séquito a la entrada de cada pueblo, hombres armados, cortesanos, clérigos, pajes, siervos, criados y juglares, encabezados todos ellos por un caballero que portaba el estandarte con la imagen de la virgen negra de Nuestra Señora de Le-Puy-en-Velay. Todo este cortejo del obispo Godescalco se convirtió en el primer peregrino ilustre llegado a Compostela de más allá de los Pirineos, el cual, todavía hoy en día, mantiene vivo el símbolo de la Vía Podiense como importante ruta jacobea, aunque, en realidad, no existan referencias concretas de esta peregrinación en Le-Puy-en-Velay


El ilustre peregrino y obispo había sido monje y abad del monasterio de San Teofredo, en la región francesa de la Aubernia, hasta que, finalmente, fue ungido obispo de Le-Puy-en-Velay,  nombrado conde y, además, uno de los príncipes de Francia. En realidad, se sabe que Godescalco viajó a Santiago porque pasó por el monasterio riojano de San Martín de Albelda, en las cercanías de Nájera, para encargar la copia de un libro que trataba sobre la virginidad de la Virgen María, atribuido a San Ildefonso de Toledo, y que recogería a su regreso de Compostela. El monje encargado de la copia se llamaba Gomesano y fue, precisamente, quien confirmó, en el prólogo de la reproducción, la única referencia existente del paso de la comitiva del obispo por el monasterio de San Martín de Albelda. 

Hoy en día, el camino desde Le-Puy-en-Velay, más conocido como la Vía Podiense, sigue atesorando un gran atractivo para muchos peregrinos y peregrinas, sobre todo randonneurs franceses que inician este trayecto para enlazar con el Camino Francés en Saint Jean Pied de Port – Donibane Garazi y atravesar el Pirineo hasta Orreaga Roncesvalles por la Ruta de Napoleon. 

Suele ser especialmente emotiva la Misa de las 7 de la mañana en la catedral de Notre-Dame du Puy al finalizar la ceremonia religiosa, cuando el obispo de Le-Puy-en-Velay reúne a los peregrinos alrededor de la imagen de Santiago (en la fotografía de la cabecera), les pregunta su origen, les bendice e invita a recoger, de una bandeja, y llevar a Compostela uno de los mensajes escritos por devotos con súplicas al apóstol.

La Vía Podiense tiene muchos atractivos ya que atraviesa regiones francesas de gran belleza e iglesias románicas muy antiguas como la abadía de Sainte Foy en Conques o la de San Pedro de Moissac; donde es recomendable madrugar un poco y acudir al amanecer para escuchar los cánticos gregorianos de los monjes. 

La leyenda del Puente de la Rabia de Zubiri en el Camino Francés

Cuentan que en el pueblo de Zubiri, en el Camino Francés, los peregrinos y peregrinas cruzan un puente para entrar en esta localidad navarra, que es conocido como El Puente de la Rabia, porque, según dicen, los furiosos animales sanan de sus malas intenciones si se les da una vuelta alrededor del pilar del viaducto. Este es un susedido que me acaeció en uno de mis primeros caminos y que no tengo para olvidar. Por entonces, como referencia, el Movimiento Punk, nacido en la década de los 70/80 ya había evolucionado hacia un perfil más reposado y sereno aunque sin perder su filosofía de cuestionar las modas y el mundo globalizado. Cuando me sucedió esta historia, por aquellos primeros años del siglo XXI, ya no se notaba la presencia de punkis como era habitual en las fiestas de Bilbao de los años ochenta. Esta es la historia:

La mañana de la segunda etapa del Camino amaneció fresquita con mi estómago reclamando suministro urgente en Orreaga-Roncesvalles. Por eso me dirigí, con rapidez, a desayunar a La Posada para intentar llenar el vacío matutino de mi cuerpo. A pesar de las agitadas prisas de algunos peregrinos por salir corriendo del albergue, había decidido tomarme las cosas con bastante calma y no estresarme cada madrugada; así que almorcé ricamente y partí hacia Espinal, encantador pueblo navarro de esta etapa, donde paré en una tienda de ultramarinos para aprovisionarme de pan, vino, chorizo y queso, el mejor y más completo avituallamiento; porque, con un buen picoteo, que se quiten esas sandeces de frutos secos, pasas y maíces para avituallarse en el camino. Un par de tragos de buen vino ––en este caso tinto navarro–– acompañado de unas buenas dosis de colesterol; este sí que es un almuerzo en condiciones para quemar en el camino.En Lintzoain, antes de comenzar la ascensión, paré a almorzar un poco. En una de las esquinitas del frontón me senté, cómodamente, acurrucado en el respalde del frontis, extendí el trapo para todo y me dispuse a cortar un poco de chorizo y queso, mientras la botellita de tinto navarro se refrescaba en el manantial cercano. Y en estos menesteres estaba cuando me sobresaltó una aguardentosa voz a mi espalda.

––¿Qué, almorzando un poco?

––¡Joder, vaya susto que me has dado! ––respondí, volviéndome.

––Bueno, bueno, no es para tanto. ¿Asusto o qué?           El tipo en cuestión tenía un aspecto como para salir corriendo. Era un joven escuchimizado, con la cabeza rapada a los lados y cresta de color rojizo hasta casi la nuca, con las puntas desafiando las leyes de la gravedad; con un piercing atravesado en la ceja derecha y otro en la comisura del labio inferior, que se completaban con dos aros colgando de las orejas a modo de pendientes. Sus ropas eran también espectaculares, vestía una chamarra oscura, que parecía de cuero ––pero no muy claramente–– llena de pegatas raídas, pantalones vaqueros ceñidos, bastante sucios, y botas negras notablemente desgastadas. El oscuro aspecto general obligaba a colocarse a la defensiva pero sus somnolientos ojos me transmitieron un flash de confianza que me desarmaron.

––Comprenderás que, con esas pintas, me  hayas asustado ¿no? ––le dije.

––El hábito no hace al monje, kompañero. Los punkis hemos sido estigmatizados por nuestra forma de vestir, los fascistas y los kapitalistas nos han perseguido porque nuestra filosofía es libertaria; nuestros propios familiares y amigos no nos han entendido nunca; nuestra música, a los mortales como tú, os parece espeluznante; somos el hazmerreír de todo el mundo, incluso se ríen de nosotros hasta los marginados de la sociedad ––me soltó a la cara, mientras se agarraba el candado que le colgaba  de la cadena del cuello.

––Es que no se puede ir contra todo el sistema establecido y, mucho menos, tan de cara como vais vosotros. ––dije, invitándole a sentarse a comer conmigo.

––Mira, ––continué–– rebeldes como vosotros, hemos sido todos. Cada generación tiene un movimiento respondón y a vuestra edad lo más idealista es querer cambiar el mundo; el ir contra corriente ha sido la filosofía de todas las generaciones de jóvenes de todo el mundo a lo largo de los siglos. Pero, al final, en muchos casos la persona cabal termina imponiéndose a través del pensamiento clásico y moderado y se pasa de nadar contra la corriente a dejarse llevar y aprovechar el oleaje. Es ley de vida.

Metidos en la conversación nos sentamos alrededor de la improvisada mesa y comenzamos a picotear. Gabriel, así se llamaba el punki, a sus 25 años llevaba en su mochila de la vida muchas experiencias, unas más limpias que otras, pero todas ellas de mucha enseñanza, como él mismo dijo en un momento de la conversación. Su presencia en un pueblo rural como Lintzoain tenía una explicación muy sencilla. El amor, esa fuerza de la naturaleza que todo trastoca, mueve y cambia de sitio, le había llevado hasta allí, siguiendo a una kompañera que había conocido hacía unos meses en Sanfermines.

––Mira tío, ––me explicó al poco tiempo de comenzar el almuerzo–– no te puedes fiar  de las promesas, porque te quedas “tirao cual colilla de truja”. Pero no importa porque resurgiré de mis cenizas libertarias y volveré a fumarme la vida como si fuera humo.

Y Gabriel enganchó la botella de tinto navarro y le endilgó un largo trago que dejó el vidrio medio vacío. Menos mal, que había tenido la precaución de llenarme mi katillu antes de comenzar el amaiketako. Al paso que iba el almuerzo, mi mochila iba a perder bastante peso, aunque lo que de verdad comenzaba a preocuparme era pensar hasta dónde iba a seguir con mi nuevo compañero peregrino, porque ya me veía acompañado por lo menos hasta Pamplona.

––¿Porqué has escogido la vida de punki? ––dije intentando llevar la conversación por otros derroteros.

––Egske ––contestó arrastrando la frase­­–– yo soy ingeniero, bueno, no he terminado la carrera porque la colgué hace unos años para saborear la libertad. Cuando okupábamos casas abandonadas yo era el encargado de robar la chispa de donde fuera. El tema eléctrico se me ha dado bien siempre, desde niño; hasta en mi pueblo, Puertollano, mis padres me encargaban arreglar las cosas del bar que tenemos.

Gabriel, según me explicó, era un chico normal, oriundo de ese pueblo manchego portal del Valle de la Alcudia, de familia de clase media y sin apuros económicos, pues sus padres tienen un bar, que les va muy bien a pesar de la crisis de las minas de carbón de Puertollano. Buen estudiante en el bachillerato, decidió irse a Madrid, a la universidad, a estudiar ingeniería y volver a casa para colocarse en cualquiera de las centrales energéticas o en la floreciente industria que se desarrolla en Ciudad Real. Pero la capital absorbe y la rebeldía de la juventud se encauzó hacia complicados derroteros.

––Mis padres son muy liberales y siempre me educaron para que tomase mis propias decisiones –– explicó Gabriel–– pero Madrid me cambió la perspectiva de la vida. 

Un chaval con 18 años, sin demasiados problemas de dinero, fuera de la influencia de sus padres, con valores a flor de piel, como libertad, amistad, fiesta, música y kolegas, termina por perderse en los vericuetos del camino, y abandonando el futuro que le han planificado sus progenitores. Para este momento de la conversación, ya habíamos terminado con el almuerzo, recogida la improvisada mesa, y los dos caminábamos cuesta arriba hacia el alto de Erro. 

La opinión que tenemos muchas personas de nuestra generación sobre los punkis es bastante peyorativa, porque les vemos desastrosos, como un despojo de la vida, sin darnos cuenta que también pueden tener más valores de los que aparentan.

Al llegar a la pequeña explanada del Paso de Roldan, muy cerca de la cruz donde falleció un peregrino japonés, Grabiel se paró y se sentó en una piedra, diciendo:

––¿Qué, colega? ¿Nos fumamos un peta?

––No gracias, he dejado de fumar hace ya muchos años. Ya sabes aquello que dicen que el tabaco adelgaza y mata ––intenté meterle un poco de miedo.

––Ya, pero si no me he muerto hasta ahora, con lo que he pasado, no creo que mi cuerpo se moleste demasiado y aguantará algunos años más. ––contestó, sacando de uno de sus bolsillos una bolsita con tabaco, que parecía de pipa, pero era, posiblemente, una mezcla de todas las colillas del mundo, y un pequeño triangulito de color oscuro, que al alargar la mano para ofrecérmelo olía a mierda, mierda humana de la auténtica y verdadera.

Me senté a su lado, no sin antes calibrar el sentido del viento para no ser un fumador pasivo de porros. Y fue en entonces cuando el ruido de dos motoristas se nos acercó por el camino y, al menos a mi, su vista me secó la garganta y me aceleró el corazón hasta el punto de notar los latidos desde la boca del estómago hasta la carótida: Una pareja de la Guardia Civil venía hacia nosotros en sus motos «todo-terreno». Miré al cielo y supliqué mentalmente, por favor, Santiago, no me hagas esto, te prometo no beber más orujo hasta Pamplona.

––Buenos días ––saludó el que llevaba los galones de cabo, un hombretón de cara morena y curtida por el sol navarro, mientras su compañero, más joven, nos miraba con atención un par de metros más atrás desde el lateral izquierdo.

––Depende de cómo se mire ––respondió Gabriel sin darme tiempo a nada–– porque para mi son buenas tardes. Aquí mi kolega, ya me ha invitado a comer y vamos camino de la siesta. Estaba bueno el chorizo, ¿eh?

Y me lanzó una mirada de complicidad, al mismo tiempo que echaba una calada al peta, mientras yo no sabía qué hacer. Decidí encogerme de hombros y mirar al cabo con ojos de cordero degollado.

––Bien, muy bien, gracias. Todo muy bien….. me he encontrado con este chico, que ha ido a visitar a su novia en Lintzoain, y vamos camino de Zubiri al albergue de peregrinos. Ya sabe, el Camino de Santiago, la confraternidad y todas esas cosas…––aseguré, poniendo mi careto mas angelical.

––Bueno, bueno, ––interrumpió Gabriel–– que tampoco hay que dar tantas explicaciones.

––Está bien ––finalizó el cabo–– si tiene algún problema ya sabe dónde llamar. Que tengan Buen Camino.

Tragué saliva varias veces mientras veía a los dos policías alejarse por el sendero, camino de Zubiri. Miré a Gabriel, que continuaba, impertérrito, fumándose el canuto, que estaba ya quemando sus uñas. 

––Eres la hostia, cabrón ––le dije muy enfadado–– ¿Cómo se te ocurre tratar así a la Guardia Civil? Todavía no entiendo como no nos han enchiquerado.

––¿Porqué? ¿por el peta? Pero si ellos también fuman. Mira tío, en más de una  movida de okupas, cuando estaba encadenado por ejemplo a un water, he terminado quemando porros con la bofia, mientras esperábamos a que vinieran a descerrajarme.

Gabriel había estado en muchas movidas y manifestaciones de todo tipo, de política, de okupas, como la de la fábrica de la Hamsa de Barcelona, la de Lavapiés de Madrid y hasta en la de Barakaldo. No se había perdido una sola de las sonadas.

––Egske ––volvió a arrastrar las palabras–– me meto en todas las movidas sin quererlo, pero ya estoy cansado. Lo de la kolega me ha llegado al alma, muy dentro.

––Hombre, ––aseguré con seriedad–– creo que ya has corrido mundo suficientemente. Seguro que tus padres están deseando recuperar al hijo que enviaron a Madrid. ¿Saben por dónde andas?

Gabriel se quedó mudo y me dejó todo el peso de la conversación. No volvió a decir nada hasta que llegamos al Puente de la Rabia, a la entrada de Zubiri. Al contarle la historia de que los animales sanaban de la rabia al dar una vuelta al pilar del puente, se quedó parado y, tras unos segundos de vacilación, se deslizó hasta la base y se puso a rodear la columna del puente, mientras yo me reía por tamaña ocurrencia.

––Usted, haga el favor de subir aquí rápidamente. ––reconocí un vozarrón de Guardia Civil, a mi espalda.

En la entrada de Zubiri, los dos números de la Guardia Civil nos esperaban a cada lado del puente, con cara de pocos amigos. Mentalmente, volví a prometer no beber mas orujo, esta vez hasta Logroño, mientras me veía en el cuartelillo dando explicaciones sobre mi compañero peregrino, al que encontraban un par de kilos de hachís, le metían en el trullo y tiraban la llave al río.

––Es un buen chico ––me dirigí al cabo–– sólo está un poco desorientado en la vida, seguro que se encauza en poco tiempo, no sean malos, tengan un poco de paciencia con él. ¿Han oído hablar del arcángel San Gabriel? ¿no? pues su nombre significa «Héroe de Dios» así es el chaval, porque se llama Gabriel y eso, seguro que tiene algo que ver en su vida…..

No se lo que pude hablar ni decir, pero todo el mitin que lancé al cabo sobre Gabriel era bueno; ensalzando y exagerando al baldragas que subía del río y se sentaba en uno de los muros con los pies colgando, dejando que el agua gotease por los agujeros de sus botas.

––Documentación, enséñeme su documentación ––dijo el cabo–– y déjese de hacer de abogado de causas perdidas.

Le entregué mi DNI, que me devolvió casi sin mirarlo, y avanzó hacia Gabriel, que sacaba de una cremallera de la chamarra una cartulina descolorida y algo parecida a lo que en su tiempo había sido un Documento Nacional de Identidad. El cabo lo recogió y se fue a su moto a transmitir los datos del presunto delincuente por la radio, mientras el guardia civil más joven se colocaba frente a nosotros con la mano derecha ligeramente apoyada en el cinturón, muy cerca de su arma reglamentaria.

––Estos picoletos….––susurró Gabriel, mientras yo le fulminaba con la mirada. 

––Papa, Orense, Roma…––deletreaba el cabo el apellido de mi kompañero peregrino–– Sí, has oído bien, Grabiel, ……jajajajaja….

El minuto de espera hasta la respuesta se hizo eterno. Parecía que el ordenador del cuartelillo de la Guardia Civil, en esos momentos, estaba conectado con la central de datos por fibra óptica a pedales. Finalmente, llegó la respuesta, «todo limpio» y respiré tranquilo.

El cabo se me acercó y me cogió por el hombro, llevándome unos metros adelante hasta la entrada de la plazoleta.

––Comprenda que nuestro trabajo es velar por la seguridad de ustedes, los peregrinos, que no les ocurra nada, que todo les vaya bonito y que lleguen a Santiago con bien. Y, en este caso, su compañía nos ha mosquedado. ¿Se hace cargo?

¡Cómo no! lo comprendía todo, pero no lo compartía. Los civiles, como les llaman los gitanos, hacían su trabajo y me tuve que callar por si acaso. Mientras, el cabo se dirigió hacia Gabriel con el DNI en la mano para devolvérselo.

––Toma, arcángel ––le soltó–– pórtate bien con este peregrino que si no lo haces, tendrás que vértelas conmigo. Y entrégame ese paquete de tabaco de pipa que llevas en el bolsillo. No vaya a ser que te siente mal, te ahogues y tengamos que llevarte a urgencias para hacerte una lobotomía. Ya sabes que el tabaco mata.

Gabriel, que no sabía callarse cuando era menester, sacó el paquetito del bolsillo y se lo entregó al cabo.

––Tenga, mi sargento ––alargó la mano–– que le aproveche. Aunque yo el cerebro lo tengo muy bien y no necesito que me toquen ni la cabeza ni la garganta.

––Cabo, hijo, cabo por el momento ––mientras abría el recipiente y lo dejaba caer al río Arga cual lluvia dorada, pues el picadillo de tabaco jugueteaba en el agua con los rayos de sol.

La china de hachís sonó, con un chof, de pronto, al entrar en el agua.

––Vaya, chaval, se te había metido una piedra en el paquete. ¡Menos mal! Porque estas porquerías nunca se sabe qué contaminación te pueden pegar ––terminó el guardia, yéndose hacia la moto y marchándose a la vez que levantaba la mano con un último saludo.

––Los picoletos ––barruntó Gabriel–– siempre vigilantes.

Y se echo la mano al bolsillo, sacando un peta ya liado, que se llevó a los labios para encenderlo.

No me llevé ninguna sorpresa, creo que hasta lo esperaba, y también le di una caladita para relajarme, para saber a qué sabía ¡a mierda! Porque mi nariz recogió el olor y no pude saborear nada de nada.

Suavemente, nos acercamos al albergue de peregrinos de Zubiri y trincamos un par de literas. La reconfortante siesta volvió a colocar las cosas en su lugar y al atardecer caminamos hasta el bar Gau Txori para cenar. Gabriel estaba serio, pensativo, ensimismado, como ausente.

––¿Qué te ocurre? ¿Te encuentras bien? ––pregunté.

––Nada, nada. No hago mas que acordarme de lo del puente. Egske, ––arrastró las palabras–– me ha dejao algo extraño aquí dentro.

Y, con la mano derecha plagada de chapitas anilladas en los dedos, se señaló el pecho en la zona del corazón.

No quise profundizar demasiado en sus pensamientos porque consideré que era mejor dejar a Gabriel que reflexionase y apaciguase su cabeza. Tal vez, el desengaño amoroso, el pisar el Camino de las Estrellas a Santiago, la magia del bosque navarro, los civiles y, ¿porqué no? la breve pero intensa compañía de un peregrino habían precipitado su mente hasta un estadio desconocido para su filosofía libertaria.

Por mi parte, cumplí mi promesa realizada en el Puente de la Rabia y no me tomé el consabido chupito de orujo al final de la cena, aunque mi vista llegara a vaciar mentalmente el que se estaba tomando Gabriel. Así que volvimos antes de las diez de la noche al albergue y nos fuimos a dormir.

––¡Eh!, jefe, me dejarías unas monedas, egske tengo que llamar a mi madre ––me desperté con la cara de Gabriel enfrente de la mía, susurrándome la petición. 

–– ¿A las cuatro de la madrugada? Tu madre se asustará, ¿qué quieres? ¿matarla de un infarto?

––Tranki, kolega, que mi vieja es muy dura ––sonrío Gabriel.

Le alargué varias monedas y vi cómo salía al jardín del albergue en medio de la noche. Por la ventana, la luna me guiñaba un ojo en medio de dos nubes, que corrían hacia el Este. Suspiré profundamente y, afortunadamente, me dormí en unos segundos. 

Al día siguiente, me desperecé, acordándome de mi kolega, Gabriel ¿dónde está?, me dije buscando su figura en la cama de al lado. Las dos mantas que había usado estaban apelotonadas en los pies, indicando una súbita huida. Me senté en la litera y pregunté a los peregrinos de al lado, pero nadie me dio su paradero, ninguno le había visto por la mañana. Me temí lo peor, pero no me faltaba nada; sólo su presencia.          Poco a poco, sonámbulo, guardé mis cosas en la mochila y me encaminé hacia el bar cercano al albergue para desayunar, esperando que Gabriel apareciese en cualquier momento, y decidí anotar en mi Cuaderno de bitácora los pormenores de la salida de la tercera etapa, mientras me zampaba un par de huevos fritos con chorizo para comenzar el día. 
         Allí, en la página donde tenía anotados los detalles para la tercera etapa, encontré a mi punki, al Arcángel San Gabriel escribiendo un mensaje:
        Querido kolega:
        No se qué me ha pasado, pero soy otra persona. Me vuelvo a casa.
        Y te juro que no estoy fumao.
        Mi vieja me ha suplicado que vuelva, que me necesita. Y yo, de pronto, me he dado cuenta que también quiero estar con ella. Fíjate, que hasta echo en falta ver a mi padre, con todo lo burro que es y con las hostias que, seguro, me dará. Pero no me importa, me vuelvo a Puertollano.
        Gracias por todo y, cuando llegues a Santiago, pídele que me vaya bonito en la vida. Si te acuerdas y sabes, reza algo por mi.
        Gabriel 
P/D: Lo de la rabia, funciona

  Había aceptado el primer encargo para Santiago de Compostela, pedir al apóstol por Gabriel, el punki. Así que, de nuevo, me soné los mocos, ajusté los correajes de mi mochila, me abrigué un poco y agarré mi bastón con fuerza como si fuera el único nexo de apoyo y unión con el mundo. Un nuevo día de Camino estaba por comenzar.

El Valle del Hambre y los Marqueses de Prado de Renedo de Valdetuéjar

La parroquia de San Adrian y las torres que rodeaban el Palacio de Los Marqueses de Prado. Al fondo la montaña de Peñacorada

Cuentan que en el siglo XV, en el Vexu Kamin, en la Montaña Oriental leonesa, se encuentra un lugar que se conoce como el «Valle del Hambre» pues sus habitantes sufrieron durante siglos la crueldad de los Marqueses de Prado, los cuales subyugaron a sus vasallos con el miedo, tributos e impuestos abusivos, hasta el punto de que se veían obligados a pasar hambre para poder pagar el vasallaje a sus señores feudales. Renedo de Valdetuéjar era el pueblo, en el que Nuño de Prado inició esta dinastía leonesa en el siglo XI, y donde construyeron un lujoso palacio de piedra como prueba de su poder, con escudos, cubos de defensa y una alta muralla de protección. Finalmente, la Guerra de la Independencia señala la decadencia de los Marqueses de Prado y del palacio barroco más espectacular del territorio de León.


Los Marqueses de Prado ejercieron durante siglos su dominación hasta que en el siglo XVIII entraron en decadencia pues se vieron obligados a vender su propiedad a indianos enriquecidos y comerciantes de la capital, de forma que las piedras, mobiliario y escudos de los Marqueses de Prado se dispersaron por el territorio leonés, pasando su propiedad de mano en mano, mientras sus murallas se derrumbaban y sus piedras las aprovechaban algunos aldeanos para construir nuevas propiedades; por ejemplo, la fachada barroca del palacio fue trasladada a la capital y, hoy en día, se encuentra en el Hospital de La Regla al lado de la catedral de León.

Los Marqueses de Prado de Renedo de Valdetuéjar, según cuentan las crónicas, financiaron durante muchos años las cuentas del Reino y, en especial, la Batalla de Lepanto, la conquista de Granada y obras de mecenazgo en Asturias y Castilla y León de forma que obtuvieron beneficios en el «Nuevo Mundo» en Hispanoamérica.

Esta es la entrada al palacio donde se encontraban dos estatuas de guerreros, que fueron trasladadas al castillo de los Alba, en Ampudia.

Los Marqueses de Prado eran auténticos señores feudales, dueños de vidas y haciendas, que tuvieron una gran influencia en la corte de diferentes reyes; de esta suerte, acogieron en su palacio durante un tiempo a Pepita Tudó, esposa de Manuel Godoy, primer ministro de Carlos IV, la cual encontró refugio en Renedo de Valdetuéjar tras la invasión de las tropas de Napoleón. Pepita Tudó es la presunta modelo de los dos cuadros de Goya de la Maja, la desnuda y la vestida. 
Lope de Vega escribió una obra de teatro «Los Prados de León» en la que cuenta la historia de los amores y desamores de Nuño de Prado, hijo del rey Fruela, el cual, finalmente, logró desposar a su amada Nise a pesar de todas las intrigas, tramadas en su contra en la corte de Alfonso II el Casto.

El sepulcro de Sancho VII el Fuerte de Navarra en Orreaga Roncesvalles

Cuentan que cuando los rayos de sol cruzan la vidriera de la estancia donde se encuentra el sepulcro del rey navarro Sancho VII El Fuerte, su imagen mira el ventanal a su derecha mientras, discretamente, esboza una orgullosa sonrisa, al admirarse rompiendo las cadenas de los soldados negros, los imesebelen, que protegían al caudillo almohade, Muhammad Al-Nasir, en la batalla de las Navas de Tolosa. Toda esta fábula  tiene lugar en la Colegiata de Santa María de Roncesvalles, donde se encuentra la tumba del último soberano de origen vascón; un gigante de más de dos metros de altura, cuñado del rey de Inglaterra, Ricardo Corazón de León. Su primer matrimonio fue con Constanza de Tolosa, la cual fue repudiada, para casarse de nuevo con Clemencia, hija del emperador Federico I de Alemania. 


Además del sarcófago del rey navarro la cripta se complementa con una vidriera del épico momento en el que Sancho VII El Fuerte, montando sobre un caballo blanco, encabeza la carga de caballería y rompe el encadenamiento de la guardia del Miramamolin Al-Nasir, el cual se ve obligado a huir. Este precioso ventanal está realizada por la Casa Maumejean en 1906, fecha en la que se realizaron las obras de acondicionamiento del sepulcro de Sancho VII El Fuerte, cuando se cumplieron setecientos años de la batalla de las Navas de Tolosa.

Orreaga Roncesvalles, punto de inicio del Camino Francés para muchos peregrinos y peregrinas, es un enclave repleto de historias para visitar. Por ejemplo: 

  • La Iglesia de Santa María del siglo XIII a semejanza de la de Notre Dame de París, aunque más pequeña; donde se sitúa la bellísima imagen de Nuestra Señora de Roncesvalles, del siglo XIV. 
  • El Silo de Carlomagno o Capilla del Espíritu Santo, un lugar que la tradición atribuye su construcción a este emperador, el cual lo dispuso para enterrar a sus soldados, muertos en la Batalla de Roncesvalles.
  • La Cripta con sus pinturas geométricas. 
  • El Claustro, que fue construido en el siglo XVII, anexo a la iglesia, con una pila bautismal del siglo XII
  • La iglesia de Santiago, también llamada de Los Peregrinos, es de planta gótica, del siglo XIII y con una imagen del apóstol Santiago 

El Hospital de Santa Cristina de Somport

La Cruz del Peregrino de Somport

Cuentan que en el siglo XI, dos jóvenes caballeros franceses de alto abolengo decidieron emprender el Camino de Santiago en pleno invierno, porque su devoción les requería realizar un gran sacrificio como prueba de expiación de sus pecados. Así, dispuestos al padecimiento, tomaron la Vía Tolosana de Arles para atravesar los Pirineos por la cima del «Summus Portus» y entrar en la península por el Reino de Aragón camino de Santiago de Compostela; pero el invierno no era la época del año más idónea para atravesar el llamado hoy en día Puerto de Somport (en la foto, la Cruz del Peregrino) por los importantes peligros en forma de inclemencias meteorológicas, que suelen producirse en el Valle de Aspe durante el período invernal, pues le «vigilan» nieves perpetuas desde el Pico del Anie y el Midi D’Ossau.


Los dos jóvenes caballeros ascendieron penosamente en medio de una gran ventisca de nieve hasta la cima del Somport para iniciar el descenso hacia el valle de la Jacetania, pero las fuerzas comenzaron a escasear y, agotados, buscaron un lugar donde refugiarse para recobrar el aliento; de pronto, vieron una tenue luz a lo lejos por lo que se encaminaron hacia ella en busca de acogida. Se trataba de una cabaña, vacía de ocupantes, con la chimenea encendida y la mesa provista de alimentos que les reconfortaron y fortalecieron el ánimo y las fuerzas.

Los dos caballeros agradecieron a Santiago el haber sobrevivido a tan duro aprieto y, devotos como eran de Santa Cristina, realizaron la promesa de construir en aquel lugar un hospital para peregrinos y peregrinas protegido por la santa mártir italiana. De pronto, proclamada la ofrenda, apareció un pajarito portando una cruz de oro en su pico con la cual fue señalando el contorno de una construcción que se convertiría en el Hospital de Santa Cristina.

El Hospital de Santa Cristina que atendían los Canónigos de San Agustín

«Unum tribus mundi» (uno de los tres hospitales del mundo) era la leyenda que presidía el altar mayor del Hospital de Santa Cristina, el cual adquirió una gran popularidad en el siglo XI pues el «Códice Calixtino» le menciona y sitúa como uno de los tres hospitales de peregrinos y peregrinas más importantes de la cristiandad, junto al de Jerusalén y el San Bernardo, en el italiano valle de Aosta.

El «Códice Calixtino» escrito por Aimerid Picaud, en el siglo XII, detalla el recorrido de la Vía Tolosana (por atravesar la ciudad de Toulouse, en Francia) partiendo de Arles, un lugar de concentración de peregrinos y peregrinas originarios del norte de Italia y del centro de Europa; un camino que recorría las tierras y valles del Languedoc para atravesar los Pirineos por el valle de Aspe y Somport, donde se encontraba el Hospital de Santa Cristina, que ofrecía ayuda, comida y descanso durante todo el año a los caminantes de Santiago de Compostela.

Los más de 200.000 peregrinos y peregrinas, que caminaban hacia Compostela en los siglos XI y XII, cuando atravesaban el Pirineo por el puerto de Somport, extenuados y al borde del agotamiento, encontraban el Hospital de Santa Cristina, donde podían, gratuitamente durante tres días, recuperarse de sus dolencias y penalidades pasadas. Los Canónigos de San Agustín ofrecían a los penitentes tres comidas diarias a base de sopa, legumbres, carne y unos vasos de vino; aquellos que llegaban enfermos eran cuidados hasta su recuperación y si fallecían eran enterrados en un pequeño cementerio al lado del Hospital.

Finalmente, en 1808 un voraz incendio devastó el Hospital de Santa Cristina

La ermita de San Pedro Zarikete

Cuentan que en el Vexu Kamin, Camino de la Montaña o Camino Olvidado, en la localidad de Zalla se encuentra la ermita de San Pedro Zarikete, a la vera del Camino Real en la ribera del río Cadagua y a la sombra de un frondoso roble, plantado en 1912, nieto del centenario Árbol de Gernika. La iglesia data del siglo XVI aunque, según los trabajos de restauración finalizados hace pocos años, existen indicios que se remontan a los siglos XI y XII. Presiden la portada del altar tres retablos localizado en el central, en un lugar preferente, la imagen de San Pedro Zarikete con sus considerables y desproporcionadas orejas, al que acompañan las tallas de San Antonio, San Bernabé, San Nicolás y Santa Mónica. Este retablo central y el de su izquierda son barrocos, los cuales se atribuyen a Francisco Martínez de Arce, retrablista del siglo XVII, considerado como uno de los artistas mas renombrados de su época.  Lo cierto es que la ermita de San Pedro Zarikete era muy conocida como consecuencia de su fama contra el «mal de ojo» y los demonios, pues multitud de devotos, que se consideraban poseídos por los duendes malvados venían a postrarse a los pies de San Pedro Zarikete para desembrujarse. Por allí pasaban al año miles de gentes piadosas, que se creían endemoniadas por los espíritus malignos, los cuales venían a postrarse a los pies de San Pedro Zarikete para ser exorcizados.


Dos son las conmemoraciones de la festividad de San Pedro Zarikete: El 29 de junio y el 1 de agosto, considerada esta última como «Día del Santo» en el que se celebran ceremonias y tradiciones como la costumbre, para protegerse de los malos espíritus, de dar una vuelta alrededor de la ermita entrando por una de las puertas y saliendo por otra, (para equivocar y librarse de los malignos) al tiempo que se arroja sal como protección contra los malvados espectros y el «mal de ojo». Esta superstición fue una creencia popular extendida en muchas partes del País Vasco y, además, en otras muchas civilizaciones, según la cual, la persona poseída era capaz de producir desgracias y males a los seres de su alrededor con sólo mirarles; se combatía con amuletos que guardaban en su interior laurel, pan bendito, azabache y otras sustancias. 

Muchas son las anécdotas que se narran de personas «embrujadas» que fueron a postrarse a los pies de San Pedro Zarikete. Se cuenta, por ejemplo, que una mujer de Madrid acudió a la ermita de Zalla porque era propietaria de una pensión a la que apenas entraba nadie; culpando de su mala suerte a que alguien le hubiera embrujado. Relatan que cumplió el rito ante San Pedro Zarikete para proteger su posada de los malos espíritus. Lo que se desconoce fue el resultado final.

La Cruz de los Valientes

Cuentan que en el Camino Francés, en la frontera entre las localidades de Santo Domingo de la Calzada y Grañón, los peregrinos y peregrinas encuentran una gran cruz que es conocida por La Cruz de los Valientes; dicha cruz tiene una historia de enfrentamiento entre los dos pueblos por la titularidad de un encinar de mil fanegas que se encontraba entre las dos poblaciones riojanas. Este litigio medieval, entre la realidad y la ficción, terminó resuelto mediante una contienda singular, cuerpo a cuerpo, que hoy en día tiene su celebración en el mes de agosto, con los dos pueblos hermanados, por medio de una degustación de caparrones, alimento a base de alubias que, según dicen, proporcionó la victoria al luchador de Grañón. La cruz  se sitúa en el límite de los dos pueblos, justo en el lugar donde se celebró el combate.

La historia tiene sus orígenes en las rivalidades habituales entre pueblos limítrofes por derechos sobre tierras, regadíos o pastizales que se pierden en la nube de los tiempos; en este caso, por una amplia extensión de terreno ocupado por encinas y robles, que los dos pueblos consideraban como suya. El litigio era continuo y las discusiones no tenían fin con menciones por parte de cada pueblo a privilegios otorgados por reyes o linajes gobernantes.

Finalmente, los regidores de ambos municipios decidieron solucionar el problema por medio de una lucha, sin armas, entre dos valientes lugareños, uno por cada pueblo, dentro de un círculo; de forma que aquel que consiguiera expulsar al otro fuera del perímetro sería el vencedor y el encinar quedaría para siempre para el pueblo del victorioso campeón.

Así, Grañón escogió como su paladín a Martín García, joven mozo riojano dedicado en cuerpo y alma a las labores del campo y que fue alimentado a base de platos de caparrones; mientras que los de Santo Domingo de la Calzada seleccionaron al joven (del que se desconoce su nombre) más grande y fuerte del pueblo; bregado en mil riñas y marrullerías.

Llegado el día acordado para el combate los habitantes de Grañón y Santo Domingo de la Calzada se reunieron en el límite entre Grañón y Santo Domingo de la Calzada, junto al círculo marcado para la pelea. El forzudo calceatense se presentó desnudo, impregnado de grasa y aceite por todo el cuerpo, de forma que era muy difícil asirle para tirarle fuera del círculo; las protestas de los de Grañón no fueron tenidas en cuenta y el combate comenzó.

Martín García intentaba, una y otra vez, aferrar de alguna manera al gigantón de Santo Domingo de la Calzada, que se reía del joven grañonero una y otra vez, mientras esperaba el momento oportuno para, con un empujón, sacarle del redondel. Pero Martín, astutamente, se deslizó bajo sus piernas y, con todas sus fuerzas, introdujo su dedo corazón por el agujero del culo del coloso calceatense, el cual fue levantado y proyectado fuera del perímetro para asombro de todos.

Los calceatenses se retiraron y la dehesa quedó para siempre como usufructo de los grañoneros.

Esta es la historia de La Cruz de los Valientes, nombre con el que se la conoce desde entonces como recuerdo de los dos jóvenes riojanos que lucharon por su pueblo y que, según la tradición los peregrinos y peregrinas rezan un padrenuestro, para encontrar valor suficiente para continuar su camino hacia Santiago de Compostela.

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El Zangarrón de Montamarta de Zamora

Cuentan que en el Camino Fonseca y la Vía de la Plata, en la localidad de Montamarta, en la Tierra del Pan de Zamora, celebran la fiesta del Zangarrón en los primeros días de enero; una tradición que pierde su origen en la noche de los tiempos. Se trata de una costumbre relacionada con el solsticio de invierno y el recibimiento del nuevo año, además, de la expulsión de los malos espíritus y el despertar de la naturaleza y la fertilidad. Todo un rito que tiene como protagonistas a los mozos del pueblo, pues, dos de ellos son los escogidos para protagonizar al Zangarrón, uno con su máscara negra el día de Año Nuevo y el otro con su máscara roja en la festividad de Reyes. Lo cierto, es que para los habitantes de Montamarta el personaje está considerado magnánimo ya que atrae energías positivas para la sociedad. Esta fiesta está declarada de Interés Turístico Regional al igual que otras muchas mascaradas de esta comarca zamorana como Los Carochos, de Riofrío de Aliste; los Diablos, de Sarracín de Aliste; los Cencerrones, de Abejera de Tábara y varias mas. Todas estas pantomimas son realizadas por los mozos del pueblo, los cuales, por sorteo escogen a los dos protagonistas para encargar al Zangarrón.

La vestimenta del Zangarrón es de mantillas de multicolores de pajas y perifollos en forma de plumas, hilvanados en los brazos y piernas; un cinturón de tres cencerros completa el vestuario junto con la máscara de corcho negro, ojos negros pintados en sus bordes de blanco, una capa hecha con la piel de un animal, puntiagudas orejas y morro con dientes blancos; todo ello parangonando la visión del demonio, pues el conjunto se completa con un tridente de tres puntas. Este es el Zangarrón del Año Nuevo, sin apenas florituras ni cintas de colores.

En cambio, el Zangarrón de la festividad de Reyes goza de más colorido en su vestimenta. Su máscara es roja y se adorna con flores y cintas de colores por diferentes partes de su cuerpo, de forma que muestra una visión mucho más amable.

El Zangarrón corre por las calles del pueblo persiguiendo a la gente, a los que felicita el nuevo año y pide el aguinaldo haciendo sonar los cencerros, que lleva en su cintura, y golpeando con su tridente tres veces en la espalda de los aldeanos. Mas tarde, cuando llega la hora de Misa, sale corriendo hacia la iglesia de Santa María del Castillo, situada en un alto sobre el río Esla. Las autoridades son recibidas por el Zangarrón, el cual, arrodillado, apoyándose en el tridente les muestra su respeto. 

Luego, al final de la celebración litúrgica, el Zangarrón entra en la iglesia, y cuando el sacerdote imparte la bendición a los fieles, ensarta con su tridente los panes y abandona el templo. Es el momento de la celebración que todo el pueblo espera pues, el Zangarrón reparte los panes con sus vecinos y vecinas y se vuelve a lanzar, a la carrera, hasta la plaza del pueblo donde espera, de nuevo, la aparición de las autoridades y sus paisanos. Es el final de la fiesta ya que el Zangarrón vuelve a perseguir, esta vez a los mozos solteros y las mozas solteras, para exigir el aguinaldo.

La derrota de las tropas napoleónicas en la batalla de Sorauren

Cuentan que en el Camino del Baztán, en la localidad navarra de Sorauren, se produjo una de las batallas de mayor trascendencia en la Guerra de la Independencia en julio y agosto de 1813 entre las tropas napoleónicas, al mando del general Nicolás Jean Dieu Soult, que mandaba a 80.000 hombres, y Arthur Wellesley, conocido como Lord Wellington, general de los ejércitos aliados españoles y comandante en jefe de las fuerzas británicas en la Península Ibérica, el cual contaba con 60.000 hombres. Mudo testigo de esta batalla es el viejo puente medieval de Sorauren en el que, según un documento de 1565, se cobraba pontazgo (un antiguo impuesto que recaudaban los señores feudales de Castilla, Aragón y Navarra por los derechos de tránsito) por ejemplo, al paso de la madera que se bajaba por el río Ultzama. 

Cuentan que en el centro de esta pasarela del río Ultzama el «Duque de Hierro», como era conocido Lord Wellington, se ubicó con su caballo Copenhagen dando órdenes a sus tropas para que rechazasen con coraje y valentía a los franceses; propósito que consiguieron los ejércitos hispano-británicos. El general inglés era un flemático y elegante estratega y, posiblemente, desde su ubicación en el puente medieval contemplaba toda la batalla que se desarrollaba, en las laderas del cercano monte Elordi de forma que supo arengar y capitanear a sus soldados a la victoria sobre las tropas napoleónicas.

Los franceses estaban acaudillados por Soult, un mariscal napoleónico de gran valía y experiencia, que trataba de frenar el avance de los aliados españoles, ingleses, portugueses y británicos de cara a liberar las asediadas plazas de Donostia San Sebastián e Iruña  Pamplona. Su ofensiva comenzó el día de Santiago con las llamadas Batallas de los Pirineos, que se produjeron en Amaiur Maya, Orreaga Roncesvalles, Lizaso y, finalmente, la decisiva de Sorauren. Napoleón irritado por la derrota sufrida en la Batalla de Vitoria por su hermano mayor José Bonaparte —Pepe Botella— cuando huía a Francia tomó la decisión de nombrar a Nicolás Jean Dieu Soult como general de los ejércitos franceses del norte para liberar las plazas de Donostia San Sebastián e Iruña Pamplona, que resistían el bloqueo a las tropas españolas, británicas y portuguesas. En principio, los franceses lograron victorias parciales, momento que intentaron aprovechar los sitiados en Iruña Pamplona para —saliendo de la capital navarra— procurar coger a las tropas aliadas de Wellington entre dos fuegos. Pero fracasaron porque no lograron romper el cerco aliado y se vieron obligados a retornar a sus posiciones. Lord Wellington consiguió reagrupar a sus hombres y plantar cara a Soult entre Zabaldika, Oricáin y Sorauren derrotando al ejercitó francés al que hicieron más de cuatro mil bajas.  
El mariscal Dieu Soult, visto que no podía socorrer a los asediados en Iruña Pamplona, decidió dirigirse a Donostia San Sebastián, plaza también sitiada, a través de Lekumberri y Tolosa, pero El «Duque de Hierro» adivinó las intenciones de las tropas francesas a las que hostigó en las cercanías de Eguarast, en la comarca de Ultzama, hasta conseguir que las milicias napoleónicas de Soult regresaran a los emplazamientos de pocos días antes y, posteriormente, derrotados, a su posición inicial en Donibane Garazi San Jean Pie de Port, dando por finalizada la campaña. Todas estas batallas se saldaron con unas 6.000 bajas de los aliados y más de 8.000 de los napoleónicos.