Eusebio Erkiaga asumió el reto de retomar en un ambiente muy duro los esfuerzos de recuperación del euskera que la Guerra Civil y el franquismo habían interrumpido
Un reportaje de Andres Urrutia Badiola
Cuando el 19 de junio de 1937 las tropas de Franco tomaron Bilbao se deshizo de forma abrupta todo el esfuerzo cultural que en torno al euskera y la cultura vasca se venía realizando desde finales del siglo XIX. Esto afectó de raíz a una nueva generación de escritores que había accedido a la producción en euskera durante los años de la Segunda República. Entre ellos, Eusebio Erkiaga Alastra, nacido en Lekeitio en 1912 y que desde 1934 vivía en Bilbao y trabajaba como empleado del entonces Banco de Vizcaya.
Cuando el 19 de junio de 1937 las tropas de Franco tomaron Bilbao se deshizo de forma abrupta todo el esfuerzo cultural que en torno al euskera y la cultura vasca se venía realizando desde finales del siglo XIX. Esto afectó de raíz a una nueva generación de escritores que había accedido a la producción en euskera durante los años de la Segunda República. Entre ellos, Eusebio Erkiaga Alastra, nacido en Lekeitio en 1912 y que desde 1934 vivía en Bilbao y trabajaba como empleado del entonces Banco de Vizcaya.
En su juventud en Lekeitio, sus crónicas periodísticas, artículos y poesías en euskera aparecían con regularidad en publicaciones como Euzkadi, Euzko y otras, sin olvidar la autoría de piezas de teatro en euskera y la consecución de diversos premios a su labor. De hecho, Eusebio Erkiaga, junto con Augustin Zubikarai y José María Arizmendiarrieta fueron los tres autores que llevaron adelante, por encargo de las autoridades del Gobierno vasco en plena guerra, el primer periódico diario en euskera, Eguna, que desapareció con la derrota del Ejecutivo vasco.
Años 40: silencio y prohibición Eusebio Erkiaga, tras la guerra, volvió a Bilbao, donde se casó, formó una familia y pudo seguir trabajando en su antiguo empleo en el Banco de Vizcaya. Sin embargo, no orilló nunca el euskera ni la literatura vasca. En los oscuros años 40, Erkiaga tomó parte en las iniciativas que intentaban poner en pie un espacio propio para la lengua vasca en la capital de Bizkaia. Tenía como referencia a Euskaltzaindia-Academia de la Lengua Vasca, tolerada pero privada de cualquier posibilidad de promoción pública del euskera, y en torno a esta, a un conjunto de autores provenientes de la cultura vasca de anteguerra como Bernardo M. Garro, Otsolua;, Mikel Arruza, Arrugain, o él mismo y a los que formaban parte de una nueva generación como Federico Krutwig o Alfonso Irigoien. Eran los únicos que podrían hacer algo por el euskera en un régimen de práctica clandestinidad, condenados al silencio y la prohibición en la capital de Bizkaia.
Años 50: de Platón a Simenon El fallecimiento de Azkue en 1951 supuso una gran conmoción en Bilbao y en el País Vasco, pero marcó, por otra parte, el comienzo de unos primeros intentos de reorganización de la actividad cultural vasca que tuvo como protagonistas a los ya citados, entre ellos a Erkiaga. En primer lugar, Federico Krutwig propuso la creación de una entidad sufragánea de Euskaltzaindia, el Instituto Julio de Urquijo-Kultur Ikhertzaplanen Institutua, que cultivase la filología vasca. A continuación, comenzó a concretar en torno a este grupo una idea relativa a la promoción del euskera, que llevase consigo tanto la traducción de clásicos literarios como la de autores de consumo masivo, en un intento de llegar a suscitar el interés de la población vasca, analfabeta en euskera.
Erkiaga completó ese programa a través de dos traducciones que no vieron la luz en su momento. La primera, el Parménides de Platón (1952), que tradujo del castellano y, la segunda, una novela policiaca, Aspaldiko Maigret, de Georges Simenon (1954), en lo que sería un intento de revitalizar el euskera y dotarle de elementos atrayentes para la ciudadanía vasca, por encima de la censura franquista y las prohibiciones y restricciones a su uso.
Erkiaga pronto participó en la recién creada revista Egan, suplemento en euskera de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, y en Anaitasuna, la revista que impulsaban los franciscanos en Bizkaia y Gipuzkoa y en la que empezaba a destacar aita Imanol Berriatua, otro gran impulsor del euskera.
Erkiaga fue también activo en sus relaciones con la diáspora y el exilio, así como con los vascófilos del extranjero. Sus colaboraciones escritas en la revista del exilio Gernika y la correspondencia con el vascófilo checo Norbert Tauer son signos de este afán por dar a conocer la dramática situación del euskera en el exterior. A nivel interno, su colaboración con Olerti, dirigida por el carmelita Santiago Onaindia, completa el círculo de trabajos de Erkiaga en estos años 50.
El 23 de marzo de 1952 tuvo lugar el acto de recepción de aita Luis Villasante como académico de número de Euskaltzaindia en la sede de la Diputación de Bizkaia. Entre los asistentes estaba Eusebio Erkiaga. El acto terminó con una crítica de Krutwig a la política lingüística de la Iglesia católica y del régimen que forzó a Krutwig a exiliarse y a Euskaltzaindia, a moderar las sanciones que el régimen le quiso imponer. Una vez más, quien fuera compañero de Resurrección María Azkue y secretario de Euskaltzaindia, Nazario Oleaga, tuvo que defender a la institución de aquellos ataques que pusieron a los euskaltzales de Bilbao en el punto de mira del gobernador civil y de la Policía. Pero la suerte estaba echada y, a pesar de esas circunstancias, los años 50 marcaron el comienzo de una inflexión en torno a la situación del euskera en Bilbao.
Un factor importante en ese momento fue el de la transmisión de la lengua. Además de la primera ikastola, la ikastola Azkue, cuyos difíciles comienzos datan de 1957, la propia Euskaltzaindia inició y proyectó crear una Cátedra Resurrección María de Azkue con estudios filológicos, cursos de enseñanza del idioma y una conferencia mensual. Ahí están, para su desarrollo, Xabier Peña, con una gran experiencia en la enseñanza del euskera, Eusebio Erkiaga y Alfonso Irigoien. Era el curso 1954-1955.
La proyección pública y social de la lengua se logró a través de los concursos de bertsolaris que, iniciados en Bizkaia en 1958 bajo la organización de Euskaltzaindia, tuvieron ya en su segunda edición de 1959 como miembro del jurado a Eusebio Erkiaga y lograron un gran éxito popular, con más de 10.000 asistentes en El Arenal de Bilbao, siendo las primeras manifestaciones masivas en pro del euskera tras la Guerra Civil.
Erkiaga continuó durante esos años con su labor en pro de la literatura vasca y participó en el concurso que Euskaltzaindia convocó en 1955 para revitalizar el euskera por medio de los relatos policíacos, muy en boga en aquel momento. Lo hizo traduciendo una novela de Simenon y obtuvo el tercer premio, pero no pasó a la historia de la novela policíaca en euskera injustamente, por el hecho de no lograr su publicación, a pesar de que lo intentó con el propio Simenon y su entorno. Este fracaso, sin embargo, no fue óbice para que en 1958 publicara en euskera su novela costumbrista Arranegi y ese mismo año se premiase por Euskaltzaindia su novela urbana Araibar zalduna, ambientada en el Bilbao de aquel momento y escrita en un euskera unificado en la línea propugnada por Azkue, de modo paralelo a otros textos que ya se estaban produciendo en el ámbito de la literatura vasca.
Entre los trabajos periodísticos de Erkiaga en los años 50 del siglo XX, es reseñable su participación en la ya citada revista Anaitasuna de los franciscanos. Y es reseñable porque Erkiaga, anticipándose a su labor en la siguiente década, aprovechó la ocasión que le brindó Anaitasuna para escribir en euskera sobre cuestiones no solo relacionadas con la lengua y la literatura vasca sino con la salud, el fútbol -la situación del Athletic- y temas cotidianos como el cine, el medio ambiente -que preocupó y mucho en aquel humeante y gris Bilbao- o la llegada del verano. En suma, temas que trataban de atraer, en aquella situación tan restrictiva, al lector en euskera, cumpliendo así el objetivo de la revista, que pasaba por utilizar un euskera llano, popular y asequible para el lector euskaldun, muchas veces no habituado a leer en su propia lengua. Eso era algo nuevo y claramente renovador y Erkiaga era ya uno de los referentes del euskera en ese contexto.
Años 60 y el periodismo Los años 60 fueron para Erkiaga unos años de gran actividad. Entre sus trabajos literarios y sus novelas destaca Batetik bestera (1962) por la que recibió el premio Txomin Agirre de Euskaltzaindia. Pronto le llegó su gran oportunidad, la que le sirvió para conectar tras más de tres décadas y media de la Guerra Civil y en un contexto totalmente distinto para el uso social del euskera en el propio Bilbao, con su periodismo vasco de anteguerra y guerra y hacer un gran trabajo entre los años 1964-1970. Su instrumento fue el Boletín Informativo del Banco de Vizcaya, que, ayudado por esa institución financiera, tenía por objeto hacer llegar a los vascos de Estados Unidos, mediante la utilización del euskera, las noticias de Euskal Herria que podían ser de su interés. Los temas, una vez más, serán del día a día, noticias de los pueblos de Euskal Herria y, sobre todo, los deportes, entre ellos el fútbol.
Erkiaga, siempre atento a lo que acontecía en las letras vascas, tomó parte en la fundación en Bilbao de la asociación Euskerazaleak (1967), que hoy subsiste y que tenía por objeto coadyuvar al cultivo del euskera en Bilbao y Bizkaia. Allí estuvo Erkiaga, junto con Jesús de Oleaga, Adrián Celaya, Juan Ramón Urquijo, Leopoldo Zugaza o Julita Berrojalbiz, entre otros.
La renovación del panorama cultural vasco en Bilbao venía, por otra parte, del quehacer de autores que, como Gabriel Aresti, trabajando desde una perspectiva alejada de la de Erkiaga, tuvo una de sus primeras manifestaciones en el poemario Maldan behera (1959).
Luego, el Congreso de Aranzazu de Euskaltzaindia y la primera formulación del euskera batua, la lengua estándar, en 1968 y la entrada en liza en el mundo del euskera de Bilbao y de Bizkaia de generaciones más jóvenes como la de Xabier Kintana, con un pensamiento muy diferente, supusieron un giro radical con el que Erkiaga, tanto por formación como por convicción, no se vio identificado.
Continuó, no obstante, su labor en pro del euskera, que le llevó, tras la muerte de Franco, a retomar su actividad euskaltzale y lograr cotas muy importantes en su producción cultural en euskera, aceptando la grafía de la lengua estándar y escribiendo en una lengua de claras connotaciones vizcainas pero confluyente con esa lengua estándar. Ahí tuvo la inestimable colaboración de la Fundación Labayru.
En cualquier caso, este texto quiere reivindicar el Erkiaga bilbaino, el que, en los difíciles años del ostracismo del euskera en Bilbao, participó y desarrolló todo un programa en torno a las letras vascas que constituye un componente significativo e ineludible en la historia de Bilbao, de Bizkaia y de Euskal Herria.