Letras vascas y posguerra en Bilbao (1940-1970)

Eusebio Erkiaga asumió el reto de retomar en un ambiente muy duro los esfuerzos de recuperación del euskera que la Guerra Civil y el franquismo habían interrumpido

Un reportaje de Andres Urrutia Badiola

Cuando el 19 de junio de 1937 las tropas de Franco tomaron Bilbao se deshizo de forma abrupta todo el esfuerzo cultural que en torno al euskera y la cultura vasca se venía realizando desde finales del siglo XIX. Esto afectó de raíz a una nueva generación de escritores que había accedido a la producción en euskera durante los años de la Segunda República. Entre ellos, Eusebio Erkiaga Alastra, nacido en Lekeitio en 1912 y que desde 1934 vivía en Bilbao y trabajaba como empleado del entonces Banco de Vizcaya.

Cuando el 19 de junio de 1937 las tropas de Franco tomaron Bilbao se deshizo de forma abrupta todo el esfuerzo cultural que en torno al euskera y la cultura vasca se venía realizando desde finales del siglo XIX. Esto afectó de raíz a una nueva generación de escritores que había accedido a la producción en euskera durante los años de la Segunda República. Entre ellos, Eusebio Erkiaga Alastra, nacido en Lekeitio en 1912 y que desde 1934 vivía en Bilbao y trabajaba como empleado del entonces Banco de Vizcaya.

En su juventud en Lekeitio, sus crónicas periodísticas, artículos y poesías en euskera aparecían con regularidad en publicaciones como Euzkadi, Euzko y otras, sin olvidar la autoría de piezas de teatro en euskera y la consecución de diversos premios a su labor. De hecho, Eusebio Erkiaga, junto con Augustin Zubikarai y José María Arizmendiarrieta fueron los tres autores que llevaron adelante, por encargo de las autoridades del Gobierno vasco en plena guerra, el primer periódico diario en euskera, Eguna, que desapareció con la derrota del Ejecutivo vasco.

Años 40: silencio y prohibición Eusebio Erkiaga, tras la guerra, volvió a Bilbao, donde se casó, formó una familia y pudo seguir trabajando en su antiguo empleo en el Banco de Vizcaya. Sin embargo, no orilló nunca el euskera ni la literatura vasca. En los oscuros años 40, Erkiaga tomó parte en las iniciativas que intentaban poner en pie un espacio propio para la lengua vasca en la capital de Bizkaia. Tenía como referencia a Euskaltzaindia-Academia de la Lengua Vasca, tolerada pero privada de cualquier posibilidad de promoción pública del euskera, y en torno a esta, a un conjunto de autores provenientes de la cultura vasca de anteguerra como Bernardo M. Garro, Otsolua;, Mikel Arruza, Arrugain, o él mismo y a los que formaban parte de una nueva generación como Federico Krutwig o Alfonso Irigoien. Eran los únicos que podrían hacer algo por el euskera en un régimen de práctica clandestinidad, condenados al silencio y la prohibición en la capital de Bizkaia.

Años 50: de Platón a Simenon El fallecimiento de Azkue en 1951 supuso una gran conmoción en Bilbao y en el País Vasco, pero marcó, por otra parte, el comienzo de unos primeros intentos de reorganización de la actividad cultural vasca que tuvo como protagonistas a los ya citados, entre ellos a Erkiaga. En primer lugar, Federico Krutwig propuso la creación de una entidad sufragánea de Euskaltzaindia, el Instituto Julio de Urquijo-Kultur Ikhertzaplanen Institutua, que cultivase la filología vasca. A continuación, comenzó a concretar en torno a este grupo una idea relativa a la promoción del euskera, que llevase consigo tanto la traducción de clásicos literarios como la de autores de consumo masivo, en un intento de llegar a suscitar el interés de la población vasca, analfabeta en euskera.

Erkiaga completó ese programa a través de dos traducciones que no vieron la luz en su momento. La primera, el Parménides de Platón (1952), que tradujo del castellano y, la segunda, una novela policiaca, Aspaldiko Maigret, de Georges Simenon (1954), en lo que sería un intento de revitalizar el euskera y dotarle de elementos atrayentes para la ciudadanía vasca, por encima de la censura franquista y las prohibiciones y restricciones a su uso.

Erkiaga pronto participó en la recién creada revista Egan, suplemento en euskera de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, y en Anaitasuna, la revista que impulsaban los franciscanos en Bizkaia y Gipuzkoa y en la que empezaba a destacar aita Imanol Berriatua, otro gran impulsor del euskera.

Erkiaga fue también activo en sus relaciones con la diáspora y el exilio, así como con los vascófilos del extranjero. Sus colaboraciones escritas en la revista del exilio Gernika y la correspondencia con el vascófilo checo Norbert Tauer son signos de este afán por dar a conocer la dramática situación del euskera en el exterior. A nivel interno, su colaboración con Olerti, dirigida por el carmelita Santiago Onaindia, completa el círculo de trabajos de Erkiaga en estos años 50.

El 23 de marzo de 1952 tuvo lugar el acto de recepción de aita Luis Villasante como académico de número de Euskaltzaindia en la sede de la Diputación de Bizkaia. Entre los asistentes estaba Eusebio Erkiaga. El acto terminó con una crítica de Krutwig a la política lingüística de la Iglesia católica y del régimen que forzó a Krutwig a exiliarse y a Euskaltzaindia, a moderar las sanciones que el régimen le quiso imponer. Una vez más, quien fuera compañero de Resurrección María Azkue y secretario de Euskaltzaindia, Nazario Oleaga, tuvo que defender a la institución de aquellos ataques que pusieron a los euskaltzales de Bilbao en el punto de mira del gobernador civil y de la Policía. Pero la suerte estaba echada y, a pesar de esas circunstancias, los años 50 marcaron el comienzo de una inflexión en torno a la situación del euskera en Bilbao.

Un factor importante en ese momento fue el de la transmisión de la lengua. Además de la primera ikastola, la ikastola Azkue, cuyos difíciles comienzos datan de 1957, la propia Euskaltzaindia inició y proyectó crear una Cátedra Resurrección María de Azkue con estudios filológicos, cursos de enseñanza del idioma y una conferencia mensual. Ahí están, para su desarrollo, Xabier Peña, con una gran experiencia en la enseñanza del euskera, Eusebio Erkiaga y Alfonso Irigoien. Era el curso 1954-1955.

La proyección pública y social de la lengua se logró a través de los concursos de bertsolaris que, iniciados en Bizkaia en 1958 bajo la organización de Euskaltzaindia, tuvieron ya en su segunda edición de 1959 como miembro del jurado a Eusebio Erkiaga y lograron un gran éxito popular, con más de 10.000 asistentes en El Arenal de Bilbao, siendo las primeras manifestaciones masivas en pro del euskera tras la Guerra Civil.

Erkiaga continuó durante esos años con su labor en pro de la literatura vasca y participó en el concurso que Euskaltzaindia convocó en 1955 para revitalizar el euskera por medio de los relatos policíacos, muy en boga en aquel momento. Lo hizo traduciendo una novela de Simenon y obtuvo el tercer premio, pero no pasó a la historia de la novela policíaca en euskera injustamente, por el hecho de no lograr su publicación, a pesar de que lo intentó con el propio Simenon y su entorno. Este fracaso, sin embargo, no fue óbice para que en 1958 publicara en euskera su novela costumbrista Arranegi y ese mismo año se premiase por Euskaltzaindia su novela urbana Araibar zalduna, ambientada en el Bilbao de aquel momento y escrita en un euskera unificado en la línea propugnada por Azkue, de modo paralelo a otros textos que ya se estaban produciendo en el ámbito de la literatura vasca.

Entre los trabajos periodísticos de Erkiaga en los años 50 del siglo XX, es reseñable su participación en la ya citada revista Anaitasuna de los franciscanos. Y es reseñable porque Erkiaga, anticipándose a su labor en la siguiente década, aprovechó la ocasión que le brindó Anaitasuna para escribir en euskera sobre cuestiones no solo relacionadas con la lengua y la literatura vasca sino con la salud, el fútbol -la situación del Athletic- y temas cotidianos como el cine, el medio ambiente -que preocupó y mucho en aquel humeante y gris Bilbao- o la llegada del verano. En suma, temas que trataban de atraer, en aquella situación tan restrictiva, al lector en euskera, cumpliendo así el objetivo de la revista, que pasaba por utilizar un euskera llano, popular y asequible para el lector euskaldun, muchas veces no habituado a leer en su propia lengua. Eso era algo nuevo y claramente renovador y Erkiaga era ya uno de los referentes del euskera en ese contexto.

Años 60 y el periodismo Los años 60 fueron para Erkiaga unos años de gran actividad. Entre sus trabajos literarios y sus novelas destaca Batetik bestera (1962) por la que recibió el premio Txomin Agirre de Euskaltzaindia. Pronto le llegó su gran oportunidad, la que le sirvió para conectar tras más de tres décadas y media de la Guerra Civil y en un contexto totalmente distinto para el uso social del euskera en el propio Bilbao, con su periodismo vasco de anteguerra y guerra y hacer un gran trabajo entre los años 1964-1970. Su instrumento fue el Boletín Informativo del Banco de Vizcaya, que, ayudado por esa institución financiera, tenía por objeto hacer llegar a los vascos de Estados Unidos, mediante la utilización del euskera, las noticias de Euskal Herria que podían ser de su interés. Los temas, una vez más, serán del día a día, noticias de los pueblos de Euskal Herria y, sobre todo, los deportes, entre ellos el fútbol.

Erkiaga, siempre atento a lo que acontecía en las letras vascas, tomó parte en la fundación en Bilbao de la asociación Euskerazaleak (1967), que hoy subsiste y que tenía por objeto coadyuvar al cultivo del euskera en Bilbao y Bizkaia. Allí estuvo Erkiaga, junto con Jesús de Oleaga, Adrián Celaya, Juan Ramón Urquijo, Leopoldo Zugaza o Julita Berrojalbiz, entre otros.

La renovación del panorama cultural vasco en Bilbao venía, por otra parte, del quehacer de autores que, como Gabriel Aresti, trabajando desde una perspectiva alejada de la de Erkiaga, tuvo una de sus primeras manifestaciones en el poemario Maldan behera (1959).

Luego, el Congreso de Aranzazu de Euskaltzaindia y la primera formulación del euskera batua, la lengua estándar, en 1968 y la entrada en liza en el mundo del euskera de Bilbao y de Bizkaia de generaciones más jóvenes como la de Xabier Kintana, con un pensamiento muy diferente, supusieron un giro radical con el que Erkiaga, tanto por formación como por convicción, no se vio identificado.

Continuó, no obstante, su labor en pro del euskera, que le llevó, tras la muerte de Franco, a retomar su actividad euskaltzale y lograr cotas muy importantes en su producción cultural en euskera, aceptando la grafía de la lengua estándar y escribiendo en una lengua de claras connotaciones vizcainas pero confluyente con esa lengua estándar. Ahí tuvo la inestimable colaboración de la Fundación Labayru.

En cualquier caso, este texto quiere reivindicar el Erkiaga bilbaino, el que, en los difíciles años del ostracismo del euskera en Bilbao, participó y desarrolló todo un programa en torno a las letras vascas que constituye un componente significativo e ineludible en la historia de Bilbao, de Bizkaia y de Euskal Herria.

El bombardeo olvidado de Ugao

Dos personas fallecieron en el ataque de la aviación italiana el 14 de junio de 1937 contra Ugao-Miraballes, la última incorporación al mapa foral de poblaciones bombardeadas

Un reportaje de Iban Gorriti

EL famoso Cinturón de Bilbao, fortificación vasca formada por sistemas de defensa durante la Guerra Civil, forma una U si se ve desde el cielo. Esa U es la de Ugao porque va girando 180 grados. Un total de 33 pueblos forman los 80 kilómetros del perímetro de la infraestructura. Vecinos de Ugao-Miraballes fueron los primeros en constituir una asociación memorialista de cara a posibilitar su conservación y puesta en valor. Corría el año 2011 y la motivación de la entidad sin ánimo de lucro fue saber que el 14 de junio de 1937 dos vecinos del pueblo habían sido asesinados en el bombardeo que la Aviazione Legionaria escupió sobre la localidad. Además, importantes edificios como el hospital del municipio sufrieron la deflagración de los artefactos fascistas de Mussolini, que daban apoyo al bando franquista.

Imagen tomada durante la guerra del nido de ametralladoras de Miraballes. Foto: Asociación Cinturón de Hierro de Ugao

Ocurrió solo cinco días antes de la ocupación de Bilbao por parte de los militares golpistas españoles y afectos. Aquel 14 de junio fue el último con vida de Félix Urrutikoetxea y Simón Agirre, ambos convecinos de Ugao-Miraballes. Aconteció en Santilaurenti, en las cercanías del cruce de Zollo.

Urrutikoetxea, baserritarra, labraba sus tierras. Tenía junto a él a su burro, atado a un poste. En ese momento se cruzó con Agirre, de profesión caminero. Ambos miraron al cielo y divisaron al avión de reconocimiento, por todos conocido como el alcahuete. El etnógrafo de Ugao-Miraballes Iñaki García Uribe revive con pasión ese momento: «Como ya hubo más bombardeos, la población civil estaba avisada. Félix y Simón buscaron refugio a una treintena de metros, en una alcantarilla. La abrieron y se metieron dentro. Una bomba cayó sobre ellos. El burro no murió y de los vecinos no se supo más», lamenta este miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Enfatiza que «ellos son el sentido y el sentir de la asociación Cinturón de Hierro de Ugao. Para nosotros, ese es el Día D y la Hora H, el 14 de junio a las 11.30 horas. Cada año oficiamos en su recuerdo cinco minutos de silencio con familiares, alcaldes de la zona y con únicamente dos rosas en el suelo de la plaza. Este año cae en domingo».

La agrupación memorialista cuenta con el acta de defunción que quedó impreso en Durango. El documento da fe de que el 15 de junio de 1937, Félix Urrutikoetxea Intxaurraga, de 70 años, labrador con cuatro hijos, viudo, murió por una «fractura de cráneo».

Durante aquella jornada, el bombardeo fascista también derrumbó dos casas, la de Joaquín Larreategi y la de la familia Landaluze. En el recuerdo queda también el hospital que se hallaba en el actual polígono industrial de Usila y que quedó en estado de semirruina tras ser alcanzado en el raid. «Lo partió por la mitad. Me acuerdo que de niños pasábamos en bici y ¡zas!, veías paredes colgando, techos… Había sido lugar de acogida para centenares de refugiados guipuzcoanos», aporta García Uribe.

Socializar la memoria Dos curiosidades más se suman a estos hechos históricos: El jeltzale José Isasi Arbide, aún con vida, relató en los años 80 que un miliciano asturiano derribó un caza italiano desde el fortín ferroviario del cinturón, único de carretera que queda en Euskadi. «Fue el primero que excavó Aranzadi. Isasi nos contó que desde allí, el miliciano, hoy aún anónimo, le alcanzó el depósito con una ráfaga. Que el piloto bajaba con chulería y haciendo acrobacias», completa el presidente de Cinturón de Hierro Ugao.

La otra curiosidad hace referencia a los históricos Talleres de Miraballes del siglo XIX, aquellos que multiplicaron por diez la demografía del municipio. La fábrica fue siempre fiel a la República y al Gobierno vasco. «Tenían un silbato grande que al ver a los aviones aproximarse lo hacían sonar desde el barrio alto de Udiarraga para avisar a la villa y seguido hacían sonar las sirenas», detalla el portavoz de este colectivo que investigó en archivos y recopiló testimonios del Cinturón de Hierro. Asimismo, fueron precursores en la excavación de esta gran infraestructura. «Para ello contamos -apunta Iñaki- con la arqueóloga Mari Jose Sagarduy, del pueblo. Y nos gusta difundir lo que trabajamos con el objeto de socializar la memoria».

García Uribe recuerda por este proyecto a una persona en especial, el fallecido Juan Goikoetxea Eskuza. «Él fue quien se fijó en que Miraballes no aparecía en el mapa de 36 pueblos bombardeados que publicó la Diputación en 2012. Acudió al ayuntamiento gobernado entonces por Izaskun Landaida, hoy directora de Emakunde, y gracias a él aparecemos y somos 37 pueblos de 1937», concluye.

Senderos de resistencia. El nacionalismo vasco y su oposición interior a Franco

El nacionalismo fue extendiendo su ideario en la sociedad vasca durante los duros años del franquismo a través de boletines informativos y de grupos que impulsaban la lengua y el folclore del país sin que el régimen detectara su trabajo

Reportaje de Adrián Almeida Díez

EN 1947, el escritor y reportero estadounidense Irving Wallace publicó un pequeño artículo de su estancia por tierras vascas. En su reportaje, titulado Los vascos quieren ser libres, describía la afanosa mañana de un grupo de policías franquistas por descolgar una bandera vasca del campanario de una iglesia y cómo estos sucesos eran recogidos, para regocijo de los lugareños, por el periódico clandestino del Gobierno vasco en el exilio repartido entre la población, el Eusko Deya, de edición parisiense. La resistencia al franquismo, expresada en el acto de la ikurriña, se comentaba así a través de un boletín cuya edición, reparto y lectura eran, en sí mismos, actos de resistencia. En las propias publicaciones, la resistencia como concepto se significaba de una determinada manera, lo cual, como se verá a continuación, invitaba a la población a resistir, a oponerse, al franquismo según los criterios previamente definidos.

De acuerdo con la tipología sobre resistencias al poder desarrollada por el antropólogo James C. Scott, puede decirse que en el período que va 1937, año de la caída de Bilbao, a 1959, año que surge la organización ETA, el nacionalismo vasco desarrolló dos tipos de resistencia al franquismo. Estas resistencias a la dictadura franquista pueden denominarse como: discursos públicos de resistencia y discursos ocultos de resistencia. Bajo este prisma, los discursos públicos -aunque trabajados desde la clandestinidad- englobarían las manifestaciones autoevidentes de oposición política como la confrontación directa militar, teórica y propagandística al Régimen. Por su parte, el discurso oculto de resistencia describiría la estructura de comunicación e interacción simbólica establecida entre los distintos actores que, inmersos en una sociedad silenciada, es capaz de generar un nosotros segregado de la comunidad oficial y oficializada por el franquismo.

El ‘otro’ y el ‘nosotros’ Al respecto del discurso público, el nacionalismo vasco desarrolló desde la primera hora de su derrota frente al franquismo una labor de resistencia clandestina aunque evidente al editar, un grupillo de significados líderes del PNV, el boletín Espetxean desde su encierro en la prisión santanderina de El Dueso. El boletín, elaborado desde 1937, resultaba importante porque evocaba al sentido de la propia resistencia que llevaría a cabo por parte del movimiento nacionalista para oponerse a la dictadura. El franquismo se imaginaba, desde sus hojas, como la última etapa doliente, de calvario, de Pasión que acontecía a la definitiva resurrección de la patria vasca. Esta era vista como el reverso de un presente moderno humillante y la realización futura de los excedentes utópicos del pasado roto por la dictadura. El martirio era pues el factor que determinaba la resistencia como espera a un futuro insoslayable de libertad.

Precisamente en la preparación de este futuro, comenzarían a incentivarse acciones como la Red Álava, que de ser una ayuda a los presos nacionalistas, se transformó rápidamente en una importante red de espionaje al franquismo. Tras la ocupación alemana de la República Francesa (1940), la red fue desarticulada, pero resultó ser también el abono para nuevas iniciativas organizacionales en el interior. La vista estaba siempre puesta en constituir las bases de esa espera que se resolvería siempre positivamente gracias a la ayuda de los Aliados de la coalición anti-Hitler. Desde este punto, y en 1943, se estructuró en el interior, y bajo la captación de viejos gudaris salidos de las prisiones, la organización Eusko Naia (Voluntad Vasca), que se configuró como un aparato militar de apoyo a la retaguardia de los aliados para cuando estos se decidieran a entrar en el Estado Español. El objetivo era afirmar un poder nacional vasco una vez liberados los territorios vascos sometidos al franquismo. En 1944, la red cayó tras la interceptación por parte de la policía franquista de una circular en que se pedía a los miembros de la red la descripción exacta de la presencia y armamentos del enemigo.

Aquel mismo año, se formó también en el interior a iniciativa del PNV la Junta de Resistencia que se fusionaría en la primavera del año siguiente con el Consejo Delegado del Gobierno de Euzkadi, para aunar esfuerzos con las otras fuerzas políticas formantes del Gobierno vasco y los sindicatos ELA-STV, UGT y CNT. Sobre las bases del Documento de bases para un Bloque Nacional Vasco, se selló en 1945 el Pacto de Baiona que dio impulso a coordinación intrafuerzas y que consiguió aunar bajo su articulado a los Mendigoizales. Mientras, el PNV comenzó a reorganizar sus juntas municipales en el interior, y a editar el llamado Boletín Interior para su militancia en la clandestinidad y el Euzkadi, que debía complementar al Eusko Deya en las tareas informativas a la población, esta vez desde un claro posicionamiento nacionalista. Con el objetivo de granjearse el apoyo aliado a la causa vasca, los denominados Servicios de Inteligencia Vascos fueron en buena medida instrumentalizados. De esta forma, el aparato de información, que venía trabajando ininterrumpidamente desde 1936, selló, posiblemente en mayo de 1942, un acuerdo mediante el cual los Servicios pasaron a colaborar con las agencias norteamericanas del FBI y la Oficina de Servicios Estratégicos, posteriormente conocida como CIA.

Al tiempo que estas iniciativas tenían lugar, comenzaron a estructurarse en el interior agrupaciones de jóvenes nacionalistas, para las cuales la derrota, más que una experiencia propia, era una vivencia cotidiana. Consiguientemente, la resistencia será en esta juventud una oposición a la normalidad de sus vidas. De esta forma, los mismos conceptos religiosos y las obras de Arana adquirirán una mayor literalidad y una sincronía con el tiempo presente. Desde esta perspectiva germinante, se formó en Bilbao en 1942, y desde la independencia orgánica con el PNV, la organización aconfesional y abertzale estudiantil Eusko Ikasle Alkartasuna (EIA). A través de sus boletines clandestinos -Azkatasuna, Erne o Ikasle- expresaron, en concomitancia con sus lecturas de Sartre, que había publicado en 1943 El ser y la nada, la necesidad de resucitar ellos mismos a la patria vasca. Esto es, la libertad, la resurrección de la patria vasca, no podía estar condicionada ni a la represión, ni a la espera, ni tampoco a la voluntad de los aliados. La libertad carecía de condicionantes y su acción de resistencia debía encaminarse a lograrla de forma directa. Surgieron además otros pequeños grupos juveniles no siempre vinculados al PNV, como Beti Gazte! Gu! o Eutsi!, generalmente bajo el mismo marco de acción y con una creciente preocupación por la llamada cuestión social. Significada de una o de otra forma, la expresión pública de la resistencia comenzó a evidenciarse para el franquismo, al aparecer pintadas rojo separatistas, al sufrir un atentado la estatua del general golpista Mola, o constatar la aparición de dos cargas explosivas -que no fueron detonadas- en la Delegación Provincial de Abastecimientos de la Gran Vía de Bilbao. Las huelgas políticas vascas de 1947 y 1951, significadas esta vez bajo la necesidad de recabar apoyo a unos aliados que ya no eran tales por la emergencia de la Guerra Fría, delimitaron el fin de una estrategia enmarcada en la espera a ese gran otro. El giro de Estados Unidos, y la continuidad vaticana, en el apuntalamiento internacional a Franco y el desmantelamiento de las organizaciones nacionalistas en el interior, incluida EIA, trajo consigo el desvanecimiento momentáneo de la resistencia pública a Franco. Cuando esta se reestructure a partir de los años 50, de la mano de grupos juveniles como EGI, Ekin o Zabaldu, la idea de la libertad incondicionada, la necesidad de la resistencia, de la acción desde el nosotros, adquirirá una mayor significación, al haberse constatado la imposibilidad de recabar el apoyo internacional.

la no-identidad La pública contestación nacionalista vasca al régimen de Franco se iniciaba y se sustentaba a partir de la transmisión de un código nacionalista desde las esferas de una realidad social la cual, fruto de la pretensión racionalmente totalitaria del franquismo, había sido desgajada de la sociedad oficial. Esta realidad social del vencido se constituyó así en el receptáculo y significador único de los elementos perseguidos por el franquismo, que se afanó en destruir la pluralidad del tejido social y elevar una única identidad española ideal. De esta forma, el euskera, o la necesidad de aprender el folclore, se instituyeron progresivamente, y casi naturalmente, en formas inherentes a la transmisión de un código nacionalista, pues formaban elementos que activaban la conciencia de la no-identidad, de lo que no-cabe en la proyección unitarista del Estado-nacional franquista.

La sociedad silenciada se replegó a las esferas de la intimidad, a la periferia de lo público. En las familias, en las cuadrillas, en las parroquias o en las sociedades culturales y deportivas comenzó a transmitirse esa cultura casi naturalmente disidente, en donde las nuevas generaciones descubrieron que el idioma de sus padres era una realidad que casi siempre había que esconder o disimular. Su negación pública era pues la vía para su politización. Para su conversión en un discurso oculto de oposición al régimen. Las parroquias vascas, por ejemplo, bajo cuya protección se fundaron multitud de asociaciones folclóricas, se convirtieron en un espacio para la transmisión del código y para hacer emerger el discurso oculto de resistencia. Para cuando el régimen quiso aflojar la coacción sobre lo vasco, su politización como elemento de resistencia era ya incontrovertible. De esta forma, la cultura hecha disidente a fuerza de su represión, logró a partir de la captación parcial de las esferas públicas permitidas por el régimen, transmitir y extender el discurso oculto de resistencia significado desde el código nacionalista. Así, por ejemplo, en las permitidas actuaciones de los numerosos grupos de dantzaris, se colaban ciertos mensajes de ese discurso, que eran fácilmente leídos por todos aquellos ojos receptivos. Se creaba de esta manera, y a partir de una simbología equívoca al régimen y evidente al ojo entrenado, un vínculo comunicativo del que se fue configurando una relación comunitaria opuesta al sistema político totalizador. Begoña Arroyo, miembro del grupo de danzas vascas Dindirri, el cual había sido fundado en los años 40, relató: “Cuando bailábamos en aquella época y un dantzari se ponía con la bandera de la cruz verde -de Acción Católica- y le habían puesto un lazo rojo, se tocaba la música -el Aginterena- y cada uno pasaba y saludaba, a los chavales se les veía a muchos casi llorando”.

En aquella combinación del verde, el rojo y el blanco veían la ikurriña.

El dibujante de la Euzkadi antifranquista

Luciano Quintana ‘NIK’ fue el ilustrador de referencia del Gobierno vasco durante la guerra Civil y el franquismo

Un reportaje de Iban Gorriti

Tuvo que empezar de cero tres veces, en Bilbao, París y Caracas, lo que le pasó factura y acabó mermando su salud en su otoño particular. Se llamaba Luciano Quintana Goiti y sus ilustraciones, carteles y grabados tuvieron una repercusión de alcance mundial en el apoyo propagandístico al Gobierno vasco durante la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial y el franquismo. Firmaba de forma clandestina como Nik.

Su obra, de la que pocos originales sobreviven tras un seísmo, fue sublime. Su vida, nada estudiada aún. Las incógnitas se solapan. Internet sabe poco de él. Ni siquiera le pone ni cara. Hoy podemos ver su rostro por primera vez en una de las pocas fotografías que conservó. Las guardaba en una caja cuando, tras haberse exiliado a Venezuela, el edificio en el que vivía se vino abajo engullido por el terremoto que sacudió a Caracas el 29 de julio de 1967. De todo el inmueble solo salió con vida una persona, su hijo Luken.

Ese día perdió toda su obra gráfica atesorada con mimo. Y también la ilusión. Él, que había bocetado aquellos infranqueables gudaris con la ikurriña ondeando ante el fascismo, que dio vida visual a algunos Aberri Eguna, que, dicen, diseñó el primer logotipo de la cerveza Polar, la más importante de Venezuela. También ingenió el logotipo del partido Acción Democrática. “Es una especie de leyenda urbana por confirmar que ambas cosas son obra suya”, previene Luken Ignacio, nieto del artista vasco. Su abuelo falleció nueve años después, en 1976.

Estos días, sus descendientes residen temporalmente en Barcelona y Madrid. Solo una hija, Alazne, permanece en Caracas. “¡Un nuevo exilio que vive esta familia!”, resume a DEIA Luken Ignacio desde Catalunya. La familia, mientras tanto, trata de recomponer sus piezas y dar respuesta a las incógnitas de sus ascendientes. Para empezar ya en lo básico: el nacimiento de Nik y su segundo apellido. A pesar de que su acta de nacimiento da fe de que el autor fue dado a luz “en Tolosa”, su esposa siempre lo negó y dijo que, como ella, su marido era “de Bilbao”.

Las biografías, asimismo, le denominan Luciano Quintana “Madariaga”. Consultado al respecto, su nieto ha heredado que “el segundo apellido era Goiti, como confirma el registro civil. Desconocemos de dónde salió lo de Madariaga”.

Pero, ¿quién fue a grandes rasgos este recordado ilustrador? Una biografía escrita por Alazne, una de las hijas del autor, asegura que nació el 27 de octubre de 1904 “en Bilbao”. Cursó estudios en la capital vizcaina, en Escolapios y en la Escuela de Artes y Oficios. Todos sus títulos los obtuvo con la máxima puntuación. Logró trabajo en Astilleros Euskalduna, “pero su meta era el dibujo publicitario, industrial y las artes gráficas. Trabajó intensivo hasta convertirse en el gran dibujante que fue”, agrega Alazne a este medio. De hecho, viajó para seguir formándose en Leipzig, Alemania, “donde asimilaría las técnicas gráficas y un ejercicio plástico de lo que se conocía como cubo-futurismo”, según el análisis de Bernardo Estornés Lasa.

Al proclamarse la República en 1931 colaboró con el PNV dejándose ver en portadas de libros, revistas, carteles y demás ilustraciones, sobre todo con motivo de la publicación del Libro de Oro de la Patria y el del Aberri Eguna de 1932.

Con la guerra se incorporó al Departamento de Propaganda y Publicaciones. Fue director artístico de la revista Gudari y otras divulgaciones. “Las portadas de Gudari eran preciosas, pero ¿las originales dónde están?”, se pregunta la familia. También fue obra suya el cartel de cuestación pro avión Euzkadi.

En 1937 se replegó a Santander y Asturias. “Mi abuelo utilizó sus conocimientos de trabajar en la Naval para exiliarse a Francia. Viajó escondido en una bodega donde sabía que no le encontrarían. Sabía cómo evadir las patrullas portuarias porque había trabajado en ello”, analiza su nieto Luken Ignacio.

Quintana contrajo matrimonio con la bilbaina María Luisa Urrutia y tuvieron tres vástagos: Aintzane, nacida en Francia, y Alazne y Luken, en Venezuela. En París sobrevivió como pudo, haciendo trabajos para la Delegación del Gobierno vasco. “Entre otras labores, pasaportes falsos”, confirma la familia.

Volvió a mudarse buscando la estabilidad y la halló en Caracas. Sin embargo, el terremoto de 1967 le acabó de trastocar. Lo rememora su amigo Iñaki Anasagasti. “Le recuerdo acodado en la barra del centro vasco de Caracas con una cerveza toda la tarde, con la mirada perdida. Triste por el terremoto en el que murió el delegado del Gobierno vasco en Venezuela -Lucio Aretxabaleta- y su esposa. Perdió toda su obra, con un sentido de la propaganda maravilloso. Jugaba con los colores, la imagen. Mi último recuerdo suyo es esa tristeza, la de un autor a reivindicar”.

Homenaje Otra creencia sobre su persona que hay que desterrar es que Nik no fue el autor de los billetes del Gobierno vasco (denominados eliodoros por impulsarlos Eliodoro de la Torre) como suele confundirse. Fueron obra de Nicolás Martínez Ortiz (Bilbao, 1907-1991) con un estilo similar, eso sí, al de Quintana.

Una de las pasiones de este afiliado al PNV era dibujar retratos de Sabino Arana con aerógrafo. “En una época los vendía a otros miembros de la comunidad de la Eusko Etxea. Uno de esos retratos está en Sabino Arana Fundazioa”, agrega la familia, que proyecta hacerle algún tipo de homenaje para lo que piden la colaboración ciudadana: “Por si alguien tiene obras, material, correspondencia o información que trate de comunicarse con nosotros”.

Desde Caracas, su hija Alazne resume las cuitas de Luciano. “El terremoto fue un fuerte golpe para la familia y en especial para él. Moralmente sufrió mucho, siempre pensando en su archivo de recuerdos de Venezuela y lo poco que conservaba de su trayectoria en su querida Euzkadi. Él, que fue muy buen padre de familia y un gran artista con un carácter afable, alegre y humano”, resuelve su hija Alazne.

OPE-Oficina de Prensa de Euzkadi, la más larga trinchera informativa

En mayo de 1947, en un ambiente de huelga general, nacía la Oficina de Prensa de Euzkadi, que mantuvo una intensa actividad informativa hasta su autodisolución en 1977

Un reportaje de Josu Chueca

CON una información sobre el último topo -el alcalde republicano de Cercedilla, Protasio Montalvo- que había salido a la luz el 18 de julio de 1977, cerró su larga trinchera informativa la Oficina de Prensa de Euzkadi, más conocida por sus siglas OPE. Abierta treinta años antes, al calor de la huelga general de mayo de 1947, se clausuraba, tras 7.001 números, la publicación diaria que superando la dictadura franquista, supuso un caso singular y extraordinario dentro del amplio elenco de iniciativas mediáticas del exilio derivado de la Guerra Civil.

La OPE, promovida por el consejero del Gobierno vasco, José María Lasarte, y por el agregado de prensa del mismo, Pedro Beitia, tuvo su precedente y matriz, en la publicación Euzko Deya que, desde una década antes -noviembre de 1936- se había publicado en París bajo el paraguas legal de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos (LIAB), pero con el impulso y gestión de la misma de la delegación del Gobierno vasco.

La publicación trilingüe dinamizada en los años de la Guerra Civil y hasta la debacle francesa de 1940, por Felipe Urcola, Adrian Maury, Eugène Goyenetche, Rafael Picavea? reanudó su actividad, a partir de 1945, con los dos primeros y con la creciente participación de integrantes de la reorganizada delegación del Gobierno vasco.

Una delegación, que tras el final de la Segunda Guerra Mundial, con la recuperación de su originaria sede física, sita en el número 11 de la avenue Marceau, y con la vuelta desde América del lehendakari, José Antonio Aguirre, y la reubicación en París de antiguos y nuevos consejeros gubernamentales, se convirtió en la principal plataforma organizativa del Gobierno vasco.

La idea generalizada de que la victoria aliada en la Guerra Mundial era el preludio del fin del franquismo dinamizó el trabajo propagandístico de los colectivos antifranquistas tanto del interior como del exterior. Así, además de la recuperación de Euzko Deya, como publicación quincenal, se puso en marcha el Bulletin d’Information y la citada Oficina Prensa Euzkadi, a partir del 2 de mayo de 1947, con periodicidad diaria, en los días laborables, es decir de lunes a viernes. El equipo gestor de la OPE fundacional, contó con José María Lasarte, Perico Beitia y los veteranos en estas lides, Adrian Maury y Felipe Urcola. El francés Maury, había residido en los años republicanos en Iruñea y Bilbao y, posteriormente, fue considerado como un «amigo y entregado compañero en la trágica guerra de 1936». En ella había trabajado como periodista en Tierra Vasca, incorporándose, tras la caída de Bilbao a la Euzko Deya parisina como traductor. Hecho prisionero de guerra por los alemanes, se reincorporó, a partir de 1946, como traductor y redactor del Bulletin y de la OPE hasta 1952. Felipe Urcola, por su parte, gozaba de la experiencia de ser un periodista de muy larga trayectoria en El Pueblo Vasco donostiarra hasta su exilio en 1936. Él fue el director de la primera Euzko Deya y de OPE hasta su jubilación en 1964 y su retiro en Hendaia, desde donde siguió colaborando como corresponsal y cualificado consejero y crítico de la misma.

En la dirección de OPE, tras su marcha, le sucedieron un exiliado de la segunda época, Luis Ibarra, Itarko, y el propio lehendakari, Jesús María de Leizaola, que junto a Manuel de Irujo, Javier Landaburu, Agustín Alberro, Antolín Alberdi y Andoni Urrestarazu constituyeron el núcleo de la redacción de la misma. Junto a ellos un amplio elenco de corresponsales e informadores -Ángel Ojanguren, Julio Ugarte, José Antonio Durañona, Ernesto Dethorey…- hicieron posible la publicación diaria de este extraordinario boletín sin parangón en todo el exilio derivado de la guerra y dictadura franquista.

Editado a multicopista en sus primeros números y más tarde mediante una máquina offset, con una sobriedad gráfica extrema, pues salvo la mancheta a dos colores, ilustrada con el escudo del Laurak Bat, no tuvo ningún tipo de ilustración o recurso gráfico. En sus inicios se estructuró en seis secciones: información general, información de Euzkadi, la situación bajo el régimen franquista, actividades en el exterior, prensa franquista y prensa exterior.

Posteriormente, se redujo a tres grandes bloques: información de Euzkadi, bajo el régimen franquista e información del exterior. El considerable número de hojas de los primeros años, oscilando de diez a doce, impresas a multicopista y presentadas a toda página, dio paso a partir de 1949 a un nuevo diseño y número de páginas, que, salvo coyunturas informativas extraordinarias, se redujo a cuatro, impresas a doble columna. En la larga singladura de la OPE, solo un número, el correspondiente al 23 de marzo de 1960, fue reformado tanto en su portada como en la configuración interna, limitada a una hoja donde se sintetizaba la biografía del recién desaparecido lehendakari, José Antonio Aguirre.

Entre 424 y 355 ejemplares La tirada de OPE osciló entre los 424 y 355 ejemplares que fundamentalmente se repartían en el Estado francés, pero también llegaban a las comunidades de exiliados en América, entidades antifranquistas, periódicos y agencias de prensa internacionales e incluso al propio Estado español. Además de los abonados particulares e institucionales -Gobierno republicano, publicaciones como Solidaridad Obrera, Ibérica-, personalidades antifranquistas como Victoria Kent, Salvador Madariaga, Rodolfo Llopis, Miguel Armentia? fueron receptores del boletín informativo. Los testimonios de algunos de ellos subrayaban el importante rol comunicativo que OPE suponía de forma cotidiana. Jon Bilbao, por ejemplo, desde Puerto Rico, le escribía a Manuel de Irujo, diciéndole: «Sin OPE me encuentro totalmente aislado». El importante eco de las informaciones suministradas por OPE en otras publicaciones, tanto en las generadas por las delegaciones del Gobierno vasco en Argentina, México? como en otras como El Socialista o la anarquista Solidaridad Obrera son un indicio de su pertinencia y fiabilidad informativa.

OPE fue, además de cualificado portavoz del Gobierno vasco, un transmisor de informaciones que supusieron el contraste con los medios de comunicación franquistas. Por un lado, informando desde París de un sinfín de actividades y dinámicas resistentes en los planos político, social y cultural que estaban totalmente anulados en los medios del régimen franquista. Por otro, ofreciendo un contrapunto a la deformada información que los medios al sur del Pirineo ofrecieron a lo largo de toda la dictadura. OPE reivindicó en su línea editorial la memoria histórica del periodo 1931-1939. El auge de las aspiraciones nacionalistas vascas que constituyó el régimen republicano, su plasmación en el Estatuto y en el Gobierno autónomo de 1936 y la quiebra que para este proceso supuso la Guerra Civil son dinámicas en las que cualificados redactores de OPE, como Landaburu, Leizaola o Irujo, habían tenido un protagonismo esencial. Frente a los medios de comunicación franquistas, ellos ofrecieron cotidianamente el contrapunto diario de sus informaciones, recuerdos y glosas.

Pero, al mismo tiempo, se hicieron eco de las actividades de las distintas fuerzas políticas operantes en Euskadi y en el resto del Estado. Los movimientos huelguísticos de 1947, 1951, los estertores del movimiento guerrillero de los años 40, las movilizaciones estudiantiles, las disensiones en los sectores franquistas, las renovadas huelgas, movilizaciones y dinámicas opositoras encontraron tal difusión en el boletín del Gobierno vasco que hicieron de él un órgano de la oposición antifranquista en el sentido más amplio.

mOVILIZACIÓN ANTIFRANQUISTA No obstante, la primacía de su campo informativo la constituyeron las actividades desarrolladas en el País Vasco. El reflejo de las crecientes movilizaciones obreras y populares a partir de los 60, la emergencia de nuevas organizaciones y alternativas sociales y políticas, el relevo generacional en la lucha antifranquista, la masificación de las protestas y movilizaciones antirrepresivas en coyunturas tan especiales como las que a partir del verano-otoño de 1968, forjaron un continuum con eslabones, como los de diciembre de 1970, con el Proceso de Burgos; septiembre de 1975, con los juicios y posteriores ejecuciones de Jon Paredes, Txiki; Ángel Otaegui, García Baena, Sánchez Bravo…; el 3 de marzo de 1976, con la matanza perpetrada contra la clase obrera gasteiztarra, las luchas por la amnistía y el costoso logro y ensanchamiento de los derechos democráticos tuvieron su diario altavoz en el consecuente boletín, que superando largamente el final del dictador se siguió escribiendo en la delegación vasca parisina.

Tras la realización de las primeras elecciones de la Transición y la apertura de las Cortes, OPE, como si de la habitual censura veraniega se tratara, imprimió su último ejemplar, el 22 de julio de 1977. A seis páginas y con la habitual doble columna, informaba entre otras cuestiones de las reuniones entre el Pacto Democrático de Catalunya y el PNV, de la declaración de Bandrés como independentista, de la petición para que la ikurriña ondease en el Ayuntamiento de Gasteiz, de las posibilidades de negociación con el Gobierno español, de las revueltas de los presos comunes? y cerraba con la aparición del último topo de la guerra. La utilización para ello de fuentes informativas propias, pero también de las provenientes de agencias y de periódicos del propio Estado español y del País Vasco, evidenciaba que la brecha informativa abierta en 1947, se podía desarrollar, se desarrollaba ya, a campo abierto en el propio suelo vasco. Y por ello esa interrupción veraniega de 1977 se convirtió en definitiva. Así, sin ningún agur ni despedida, con aquel número, el 7.001, cerraron aquella trinchera, la más larga y consecuente de toda la prensa del exilio de 1936-1939 que ellos habían mantenido, día a día, admirablemente desde las sedes y equipos del Gobierno vasco.