Leizaola, ministro de Justicia

Mañana se cumplen 25 años de la muerte de Jesús María Leizaola, quien fuera consejero de Justicia con Aguirre y, posteriormente, lehendakari. Su gran preocupación durante la guerra fue evitar las ejecuciones de enemigos

Un reportaje de Xabier Irujo Ametzaga

mañana, 16 de marzo, se cumple el 25 aniversario del fallecimiento de Jesús María Leizaola, ministro de Justicia y de Cultura del Gobierno de Euskadi durante la guerra y lehendakari en el exilio tras la muerte de José Antonio Aguirre en 1960. Es una tarea muy difícil resumir en un artículo cuarenta años de carrera política activa y expresar todo el dolor que se condensa en aquellos años de guerra y destierro. No obstante, de todas las facetas de este político y humanista vasco, la figura de Leizaola destaca por su inquebrantable fe en la justicia y los derechos humanos que hicieron de él un político de talla universal.

El periodista británico George Steer conoció bien a Leizaola. De él dice en su obra El árbol de Gernika que trabajó denodadamente para crear un sistema de justicia que viera los delitos evitando el innecesario derramamiento de sangre y la demagogia política. La labor del ministro de Justicia en tiempos de guerra no fue fácil. Leizaola tuvo que conducir la ira pública a través de los estrechos canales legales. Tal como señalaron Steer y el embajador norteamericano Claude G. Bowers, Leizaola, el antimarxista, creó un tribunal de justicia vasco formado por dos representantes de cada uno de los partidos políticos que formaban el Frente Popular, por lo que sólo había en el mismo dos miembros de su partido, el PNV. Un tribunal cuyas decisiones fueron justas, y sus ejecuciones escasas. Ningún otro tribunal fue tolerado en Bizkaia.

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Pero las circunstancias de la guerra pronto se hicieron patentes. El 25 de septiembre de 1936 la aviación rebelde bombardeó Bilbao y, en represalia, la multitud abordó los barcos prisión Cabo Quilates y Altuna Mendi, fondeados en el muelle de la ría. El balance: setenta personas asesinadas. Días después, el 2 de octubre, un grupo de marineros del acorazado Jaime I abordaron el Cabo Quilates y asesinaron a 38 presos más. A esto se sumaban las ejecuciones de las penas de muerte del tribunal de justicia. Fueron un total de veinte. Especialmente amarga fue la que recayó sobre el espía austriaco Wilhelm Wakonigg. Tal como relata Steer, Wakonigg fue juzgado en audiencia pública el 18 de noviembre, bajo la presidencia del juez decano de Bilbao y, declarado culpable de espionaje, fue condenado a muerte. Tanto Leizaola como el yerno del reo y responsable de la Ertzaña, Luis Ortuzar, lo visitaron la tarde anterior a su ejecución. «A las 7.15 de la mañana siguiente -continúa Steer-, después de vestirse muy cuidadosamente y de dar un tirón de despedida al nudo de la corbata en el espejo antes de salir de la prisión, fue fusilado en Zamudio con los ojos sin vendar. El pelotón de fusilamiento le estrechó la mano antes de la descarga, y su muerte fue inscrita en el padrón municipal de esa localidad».

Los hechos de septiembre y octubre de 1936 convencieron a las autoridades vascas de la necesidad de trasladar a los presos a las prisiones de El Carmelo y Larrinaga de Bilbao a fin de asegurar su seguridad y mejorar su calidad de vida. En colaboración con Antonio Careaga, director de Justicia; de José Aretxalde, secretario general de Justicia y director de Prisiones, y de Joaquín Zubiria y Venancio Aristegieta, la situación de las prisiones vascas mejoró radicalmente. Tal como relata José Ignacio Salazar en su libro 1937: Bilbao conquistada, el Ministerio de Justicia optimizó las condiciones sanitarias y el régimen alimenticio. En estrecha colaboración con la Cruz Roja internacional, se fomentaron las visitas de los inspectores internacionales y el contacto permanente de los presos con sus familiares. Una de las primeras medidas adoptadas por el nuevo ministro de Justicia fue la puesta en libertad en octubre de 1936 de todas las mujeres detenidas en las prisiones vascas, un total de 156.

Marcha a las cárceles No obstante estas medidas, el 4 de enero de 1937 se produjo un nuevo bombardeo sobre Bilbao. Tras este hecho se organizó una manifestación que marchó por el centro de la ciudad, pasando delante de la Sociedad Bilbaina, sede del ministerio de Gobernación del Gobierno vasco, donde el ministro Telesforo Monzón salió al encuentro de los manifestantes y pidió su disolución. Algunos se disiparon pero otros marcharon contra algunas de las cárceles de Bilbao, penetrando hacia las cinco de la tarde en las prisiones de Casa Galera, Carmelo, Larrinaga y los Ángeles Custodios. Tan pronto se tuvo noticia de los desórdenes, el Ministerio de Defensa envió unidades militares y de la Ertzaña para detener a los manifestantes. Junto a estas fuerzas, se envió un batallón de la UGT algunos de cuyos miembros, lejos de detener la masacre, participaron activamente. Por fin, la presencia física de los ministros Juan Astigarribia, Juan Gracia y Monzón -junto con la de Leizaola y Aguirre- pudo detener la matanza hacia las 8 de la tarde. Un total de 224 presos habían sido asesinados. El Gobierno de Euskadi abrió una investigación, se procedió a arrestar a los presuntos culpables y en marzo de 1937 se dictó auto de procesamiento contra 61 personas. Se tomaron medidas de todo orden, empezando por la depuración de los funcionarios de prisiones y se evitaron más derramamientos de sangre. Y se decidió suspender la aplicación de las penas de muerte.

La guerra de 1936 había comenzado como un alzamiento militar contra el Gobierno de la República. En aplicación de los artículos 237 y 238 del código militar, los participantes en dicho golpe de estado eran responsables de conspiración y rebelión. Asimismo, los pilotos alemanes capturados por las tropas vascas fueron juzgados y sentenciados por bombardear y ametrallar poblaciones abiertas. El aviador alemán Hans Joachim Wandel, capturado el 13 de mayo cuando su Heinkel He51 fue derribado, admitió que había participado en el bombardeo de Gernika. La causa se vio en la sala segunda de la audiencia de Bilbao de la calle María Muñoz. Tal como expresó el reportero del Nevada State Journal, «se considera que las posibilidades de escapar de la muerte de Wandel son mínimas después de haber admitido su participación en la destrucción de Gernika». De hecho, Wandel fue condenado a muerte el 25 de mayo. Sin embargo, la pena de muerte no fue firmada por el lehendakari. Pero los miembros nacionalistas vascos del Gobierno de Euskadi se opusieron a la ejecución de penas de muerte, movidos fundamentalmente por razones de orden ideológico y religioso.

También la fiscalía del Tribunal Popular de Bizkaia se había mostrado reticente a aplicar penas de muerte. Tal como refiere el fiscal Germán Iñurrategi en sus memorias, «lo pensé mucho antes de aceptar el cargo. No había nacido para pedir penas de muerte y en aquella situación algo me decía que tenía que pedir algunas». Y cuando Manuel Irujo fue nombrado ministro de Justicia en mayo de 1937, detuvo por decreto la aplicación de las ejecuciones favoreciendo el intercambio de prisioneros de guerra y presos políticos, entre ellos el de los pilotos alemanes. Y así le fue condonada la pena al único piloto alemán juzgado y condenado por participar en la masacre de Gernika. Y si estas medidas son extraordinarias, y lo son más aún en tiempo de guerra, más lo es la aceptación de las mismas por la población vasca, que asumió sin protestas la condonación de sentencias.

Un precedente Desde un punto de vista jurídico, los casos contra los pilotos alemanes representan un importante precedente en el ámbito de la jurisprudencia referente a los bombardeo de terror. Los juicios que tuvieron lugar en Bilbao en primavera de 1937, cuyos dictámenes se basaron en los principios contenidos en las convenciones de La Haya de 1864, 1899 y 1907 sobre bombardeos aéreos y en la declaración del Comité de No Intervención de mayo de 1937, tienen mucha relevancia, ya que se trata de los primeros y únicos juicios en los que los encausados fueron sentenciados y condenados por participar en episodios de bombardeo de terror.

En junio de 1937 el Gobierno vasco se retiró a Turtzios, dejando Bilbao a cargo de la junta de defensa encabezada por Leizaola. A fin de evitar represalias, Leizaola decidió quedarse en Bilbao hasta pocas horas antes de la caída de la ciudad, con pleno conocimiento de que si era capturado se enfrentaría a un pelotón de fusilamiento. Ordenó la liberación de los más de mil presos que se albergaban en Larrinaga y El Carmelo. Tal como apuntaron Steer y Bowers, Leizaola permaneció toda la noche en la prisión para asegurarse de que los presos no fueran linchados. Las tropas rebeldes controlaban ya la margen derecha y la mayor parte de la izquierda. Los presos fueron así liberados y trasladados hasta la cuesta de Begoña, para que pudieran reunirse con los suyos. Tal como narra el propio Patxo Gorritxo en No busqué el exilio, retazos de las cuales conservamos en el Basque Archive de la Universidad de Nevada, esta operación la realizó este comandante de gudaris del batallón Kirikiño, asistido por Zubiria, con un grupo de gudaris de los batallones Otxandiano e Itxas Alde. Es preciso subrayar que los gudaris a cargo de esta operación habían perdido más de 200 compañeros en dos semanas. Cuando por la mañana los reclusos estaban siendo conducidos a las filas del bando rebelde algunos agitadores salieron al paso de la columna de presos para protestar. Leizaola se presentó y, colocándose entre aquéllos y la multitud, anunció que él personalmente había ordenado su liberación. Ningún preso fue linchado. Terminado su trabajo, el ministro tomó camino del exilio, hacia Santander, poco antes de caer Bilbao.

Steer concluyó el capítulo 34 de su obra refiriéndose al ministro vasco en estos términos: «Sería difícil exagerar el valor y la sangre fría de Leizaola aquella noche. No era él, como el resto de nosotros, un hombre de guerra o un hombre que amara el peligro. En el fondo de su corazón detestaba la guerra: a nosotros nos gustaba. Leizaola era un abogado de reconocida integridad. Los rasgos simples, alargados, de su rostro, la tez oscura, sus ojos melancólicos de mirada fija y sincera, todo en él era sobrio, poco militar, en el sentido más refinado y religioso del término. Incluso sus ropas eran negras, y siempre llevaba una boina oscura…»

Ese era Leizaola.

Martina, la guerrillera de Berriz

Vitoria-Gasteiz cuenta con una calle dedicada a la Coronela Ibaibarriaga, en referencia a Martina, una berriztarra que con 20 años salió de su casa para luchar como guerrillera contra la ocupación francesa de principios del siglo XIX

Un reportaje de Ascensión Badiola

LA figura de Martina Ibaibarriaga, injustamente ignorada, en parte, por la oscuridad en la que quedaron sumidas las mujeres guerrilleras y, en parte también, por la falta de crónicas y de documentación que amparó esa oscuridad, nos acerca a la imagen de una heroína local que luchó junto con otras muchas mujeres desconocidas en contra de la represión de los invasores, así como también con guerrilleros de la talla de Francisco de Longa, otro vizcaino que con el avance de la guerra llegó a hacer carrera militar y a alcanzar un cargo importante en la jerarquía castrense, al igual que lo lograron otros guerrilleros.

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Sobre las mujeres, por el contrario, nos han llegado apenas unas líneas en alguna crónica o en las memorias de alguno de estos hombres que se emplearon a fondo contra los imperiales; incluso sabemos de ellas por las condecoraciones simbólicas y las pensiones vitalicias que Fernando VII concedió a las guerrilleras que con su valentía colaboraron en la ardua tarea de recuperar el trono, entre ellas, la duranguesa Ángela Tellería. De Martina apenas sabríamos nada si no fuera porque un nieto suyo, Ricardo Blanco Asenjo, escribió en un suplemento del periódico El Imparcial de Madrid, con fecha 7 de mayo de 1883, un relato novelesco sobre Martina al que se ha tachado más de leyenda que de historia real.

Martina Ibaibarriaga Elorriaga nació en Berriz en 1788, fue bautizada en la iglesia de San Juan Evangelista y murió en el pueblo burgalés de Oña en 1849, lugar en el que vivió casi toda su vida de casada después de terminar la guerra de la Independencia. En su primera juventud y hasta la toma de Bilbao por los franceses, el 6 de agosto de 1808, fue vecina de Bilbao, hija del boticario José de Ibaibarriaga Ameztegi, de Munitibar, que tenía su negocio en el Casco Viejo.

Nada más producirse el hecho de Ibeni, la batalla en la que murió el también conocido Luis Power, se formaron cuadrillas de ciudadanos en la capital vizcaina con la intención de pelear contra los franceses y es aquí cuando comienza la leyenda de Martina que, al parecer, se echó al monte como un hombre más para combatir a las tropas de Napoleón después de que en el saqueo de Bilbao, murieran a mano de los invasores, su padre y su hermano José.

Martina entró en la partida del guerrillero Belar, también conocido como El Manco, y es con él cuando empiezan sus aventuras por la zona del Duranguesado y donde los franceses detuvieron a su hermana Magdalena y a su madre para saber sobre el paradero de La Martina, como era conocida en tierras vizcainas y alavesas, detención de la que ha quedado constancia en el Archivo Foral del Territorio Histórico de Bizkaia, en un documento dirigido por el primer jefe de escuadrón al presidente del Tribunal Criminal el 25 de agosto de 1810 sobre el interrogatorio efectuado a la madre de Martina, de nombre Magdalena Elorriaga, sobre el paradero de su hija, «la muchacha vestida de hombre que hace parte de la banda de Belar, alias el Manco», así como el interrogatorio a la hermana de la muchacha bandida. El papel de los guerrilleros fue fundamental en la guerra contra el francés puesto que las fuerzas regulares del ejército se vieron apoyadas por estos ante los insuficientes medios con los que contaban y no fue hasta muy avanzada la contienda cuando la guerrilla se integró en el ejército regular. Hombres y mujeres de la guerrilla que pertenecían a diversas clases sociales, y que apenas tenían instrucción militar, tuvieron que agruparse por partidas al mando de uno de ellos, generalmente el más experto y audaz. Fueron los guerrilleros los que resucitaron el ataque por sorpresa, que unos años después fuera utilizado con gran éxito por Zumalacarregi. Atacaron las avanzadas enemigas, asaltaron convoyes y correos, minaron sus fuerzas y, en definitiva, consiguieron la desmoralización de un enemigo desigual en cuanto a que este era muy superior en número, táctica militar, potencia armamentística, logística y experiencia.

División Iberia

Así se inmortalizaron en Navarra, Javier Mina y su sobrino; en las montañas de Burgos, el cura Jerónimo Merino; en Salamanca, Julián Sánchez, El Charro; en La Mancha, el médico Juan Palarea; en Catalunya, el barón de Eroles y, cómo no, el vizcaino Francisco Tomás de Antxia, más conocido como Francisco de Longa, guerrillero que llegó a ser general en el ejército regular y bajo cuyo mando estuvo Martina Ibaibarriaga cuando ingresó en la División Iberia, según documentan las memorias del guerrillero Mina.

Fueron los guerrilleros tal pesadilla para los invasores que el general francés Soult expidió en Andalucía un decreto en el que se expresaba: «No hay ningún ejército español fuera del de S. M. católica don José Bonaparte. Así que todas las partidas que existan en las provincias, cualquiera que sea su número y cualesquiera que sean sus comandantes, serán tratadas como reuniones de bandidos y los individuos de ellas cogidos con las armas en la mano, serán fusilados y sus cadáveres expuestos en los caminos públicos. Los guerrilleros están hostigando cada día más a los franceses». Para los franceses y autoridades autóctonas colaboracionistas, todos los guerrilleros fueron brigants, es decir, bandidos, y fueron numerosísimos los juicios del Tribunal Extraordinario de lo Criminal, un tribunal exclusivamente francés contra ellos, bandidos a la fuerza, que al carecer de todo tenían que dedicarse al pillaje por los pueblos para poder obtener mantas, dinero y comida, hasta el punto de llegar a ser temidos casi tanto como los franceses. En este punto es donde comienza la confusión entre la Martina bandida y la Martina guerrillera; una confusión que también puede estar alimentada porque muchas de estas partidas atacaron en las poblaciones a los alcaldes y cargos afrancesados que colaboraron con el invasor. En su devenir, Martina llegó a estar al mando de una partida compuesta por cincuenta hombres, tal y como documentan las memorias de Mina cuando dicen de ella: «El 3 de julio se puso fin, cerca de Murgia, a las correrías de una partida que estaba haciendo estragos en Álava y Vizcaya, encabezada por una mujer llamada Martina».

Embarazada

Mina era implacable con las guerrillas que degeneraban en comportamientos de bandidaje. Al jefe navarro le presentaron a Martina y a los suyos en Santa Cruz de Campezo, a su vuelta de la visita al feudo de Longa en el norte de Burgos y decidió entonces hacerlos conducir ante Longa para que este dispusiese de ellos. «El fornido cabecilla vizcaíno hizo fusilar a los ocho más criminales, pero tuvo que perdonar a La Martina, por estar embarazada, incorporándola a ella y a los demás a su fuerza. Con el tiempo aquella mujer llegó a ser oficial en la División Iberia y para sorpresa de Wellington llegó a combatir como tal en la batalla de Vitoria».

Lo cierto es que esta mujer tuvo relación con otros personajes importantes de la época como fueron: el ya mencionado Francisco de Longa, nacido en Cenarruza y que dirigió la victoriosa acción de la Venta del Hambre en el macizo de Orduña, apoderándose de 5.000 uniformes completos y de 10.000 pares de zapatos y que con el tiempo llegó a ser general; el navarro Francisco Espoz y Mina, de 30 años, quien combatía al lado de su tío Javier; el guerrillero Mariano Renovales, con quien luchó en el sitio de Zaragoza, y aunque no existe dato alguno sobre la participación de Martina en la batalla de Vitoria -de la que en 2013 se ha celebrado el 200 aniversario- existe la teoría de que seguramente tuvo que participar bajo un nombre masculino por razones de intendencia y de ahí surge también el legendario nombre de Manuel Martínez. Las memorias de Mina informan sobre Martina como parte de la División Iberia, bajo el mando de Longa y, pese a que no sabemos más de su actuación, sí que conocemos la peripecia de dicha División que se movilizó por el eje de Murgia hasta Gamarra menor. A esta participación se atribuye la presentación que hizo Longa de esta valiente mujer al propio Wellington, quien dicen que se sintió muy impresionado al comprobar que aquel soldado tan valeroso era, en realidad, una mujer.

Parece ser que tras la guerra, Martina abandonó la vida militar, se casó con Félix Asenjo y se retiró a vivir al pueblo burgalés de Oña, tras afrontar un juicio por bandidaje, cuyo expediente se conserva en un archivo de Pamplona, según algunas fuentes bibliográficas. Martina fue absuelta y Fernando VII le otorgó el título honorífico de capitán y cobró una pensión vitalicia en agradecimiento por los servicios prestados, tal y como se informa en la Revista de las Armas y Servicios del Ejército Español, nº 543. Abril 1985, pp. 70 en la que se cita: «Martina Ibaibarriaga bajo el nombre del Ilmo. coronel Manuel Martínez siguió cobrando su paga de coronel en su casa hasta 1849, año en la que murió a la edad de 61 años».

Leyenda o realidad, hay una calle en Vitoria-Gasteiz que recuerda a la Coronela Ibaibarriaga y con ello, las singulares andanzas de la legendaria guerrillera vasca totalmente desconocida por el público en general, motivo por el que en 2013 me decidí a escribir una novela en la se diese vida al personaje de Martina, una mujer de rompe y rasga cuyas aventuras debieron ser apasionantes para una chica de clase acomodada como ella, que tenía tan solo 20 años de edad cuando salió de su casa para terminar su andanza militar en la batalla de Vitoria. Martina Ibaibarriaga, realidad o no, es ya Martina Guerrillera en la ficción literaria, una gran historia de amor, guerra y aventuras para una gran época y posiblemente para una gran mujer.

Nestor Basterretxea, cineasta

Nestor Basterretxea es un artista poliédrico y polimorfo. Su actividad cubre todas las facetas de las artes visuales: pintura, dibujo, grabado, escultura, diseño y, ¡por fin!, cine. El cine es para Basterretxea, así como la ópera, una fusión de todas las demás artes.

Un reportaje de José Julián Bakedano

La oportunidad de hacer cine le llegó a Basterretxea de la mano del industrial y mecenas navarro Juan Huarte, quien quería realizar una película sobre el conjunto de empresas del grupo que dirigía. Para ello encargó un guion a Nestor y otro a Jorge Oteiza, con la condición de que el autor del guion que más le gustara sería el que dirigiera la película. Ganó Nestor, que en 1963 realizó una obra maestra, convirtiendo una obra de cine industrial en cine experimental.

Solo un pequeño texto en off al comienzo explica la película y el resto de la banda sonora es música de Luis de Pablo, en su primer trabajo para el cine. En sus títulos de crédito podemos leer Montaje y esculturas de Oteiza, Fotografía de Marcel Hanoun, entre otros. Son 12 minutos, en los que se trata de unir el arte y la investigación estética con el diseño industrial realizado en las empresas del grupo Huarte, titulados Operación H. Con su ayudante Fernando Larruquert creó, lejos de la órbita de X Films, la productora de Huarte, una nueva productora, a la que denominaron Frontera Films, localizada en Irun, donde ambos realizadores crearon, en codirección, sus siguientes tres películas.

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En 1964 realizaron Pelotari (12′), cortometraje documental sobre la pelota vasca. En la película se exhiben todas las modalidades de la pelota en un ritmo palpitante y cambiante, conformando los movimientos de los pelotaris una coreografía. Es clara la intencionalidad estética en el color, montaje y banda sonora. Hasta cuarenta pelotaris aparecen en esta realización en 35 mm Techniscope, que ganó la Medalla de Plata de la Sección Iberoamericana en el Festival de Bilbao de 1964.

En 1966 Basterretxea y Larruquert dirigieron Alquézar (15′), cortometraje documental sobre la villa medieval del mismo nombre, situada en las estribaciones del Pirineo de Huesca. En la película, Alquézar parece detenida en el tiempo, en un espacio religioso con una constante temporal religiosa. También fue rodada en 35 mm y en color.

El hito de ‘Ama-lur’ Basterretxea y Larruquert, a continuación quisieron rodar un largometraje que recogiera el sentir y la vida del pueblo vasco y para ello idearon Ama-lur (Tierra madre) (1968) (103′). El resultado fue una película que marcó un antes y un después en lo que luego sería el cine vasco. En la cinta, entre infinidad de caras anónimas, aparecen famosos y conocidos personajes, entre los que destacan Juan de la Cosa, Juan Sebastián Elcano, Francisco de Vitoria, Juan de Garay, Mauricio Zabala, Domingo de Irala, Legazpi, san Francisco Javier, fray Juan de Zumarraga, Urdaneta, Churruca, Javier de Munibe, Maurice Ravel, san Ignacio de Loyola, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Eduardo Chillida, Oteiza, Xalbador, Muniategi, Artze anaiak, Agustín Ibarrola, etc.. El euskera estaba presente en el film y la locución la realizó Lourdes Iriondo.

Se rodó en 35 mm., en Techniscope y el cartel anunciador reproducía el apóstol 5 del monasterio de Arantzazu, obra de Jorge Oteiza. Ganó el premio Conde de Foxá en el Festival de Bilbao de 1968.

La película Ama-lur se presentó por primera vez en las pantallas de cine en el año 1968, dentro de la Sección Oficial del Festival de San Sebastián. En los oscuros y difíciles tiempos del más duro franquismo, Basterretxea y Larruquert lograron componer una proeza visual enorme, una creación poética plena de elementos simbólicos, que apela a la sensibilidad del espectador, y presenta a través de un enfoque exquisito y una fotografía cautivadora un país y su identidad.

El combate que ambos artistas libraron contra la tortuosa maquinaria de la censura franquista fue tan lúcido y brillante como su resultado final: una película mítica, una obra de vanguardia de gran calidad estética, en la que el paso del tiempo añade, si cabe, más valor que el que tuvo en el momento de su realización. En el año 2007 se restauró el filme editándose en DVD por EKHE, SA. Una de las características más importantes de Ama-lur fue su financiación. Se promovió una cuestación popular con la venta de acciones de la denominada Distribuidora Cinematográfica Ama-lur SA. El proyecto fue liderado por José Luis Echegaray, Andoni Esparza, Cástor Uriarte e Iñaki Cendoya. El lector puede informarse de una manera exhaustiva leyendo el volumen Haritzaren negua. Ama-lur y el País Vasco de los años 60, que editó Euskadiko Filmategia-Filmoteca Vasca en 1999, edición a cargo de José María Unsain y textos de varios autores.

Cuarenta años del ‘caso Añoveros’

Hace cuarenta años, la Iglesia de Bizkaia, encabezada por monseñor Añoveros, y el régimen de Franco chocaron por una catequesis que abordaba el ‘problema vasco’; el obispo estuvo a punto de ser expulsado y el Gobierno, de ser excomulgado.

Félix García Olano

EL domingo 24 de febrero de 1974 se leyó en las parroquias de Bizkaia una catequesis, titulada El cristianismo, mensaje de salvación para los pueblos. Ni don Antonio Añoveros, ni sus colaboradores, imaginaron que iba a provocar la mayor crisis entre la Iglesia y el régimen de Franco.

anoveros_30453_1Monseñor Añoveros rodeado de fieles. (Sabino Arana Fundazioa)

Para comprender a qué intentaba dar respuesta ese texto, conviene situarnos, muy brevemente, en los años 60. Desde 1960, un buen número de curas de las diócesis vascas habían expresado sus opiniones críticas, tanto con las actuaciones del régimen, como con algunas de la Iglesia, en cartas públicas (1960, 1963, 1967…). Ese mismo clero apoyó huelgas como la de Bandas, la de más larga duración del movimiento obrero durante el franquismo (noviembre 1966-mayo 1967). Las autoridades sancionaron con multas a sacerdotes porque en sus homilías denunciaban situaciones de grave injusticia.

Algunos de esos curas fueron internados en la cárcel concordataria de Zamora. También tuvieron eco los encierros de sacerdotes en el Obispado de Bilbao y en el Seminario de Derio (1968, 1969…).

El 18 de noviembre de 1968 falleció don Pablo Gúrpide. Había sido nombrado obispo de Bilbao el 22 de febrero de 1956. El balance de su episcopado puede ser considerado negativo, si tomamos como referencia los criterios del Concilio Vaticano II (1962 – 1965).

Al día siguiente de su fallecimiento, don José María Cirarda fue nombrado administrador apostólico, a la vez que seguía siendo obispo de Santander. En Bizkaia encontró un clero dividido y una diócesis tensionada. Padeció muchas dificultades por parte del poder político, con el que mantuvo enfrentamientos por defender la autonomía de la Iglesia. También sufrió la incomprensión de distintos sectores del clero. Pese a todo, y con el apoyo de colaboradores leales y eficaces, colocó los primeros cimientos de la renovación conciliar en la diócesis. Fue un buen obispo.

Una invitación a la renuncia El sucesor de don José María Cirarda en Bilbao fue don Antonio Añoveros, obispo de Cádiz. Fue nombrado el 3 de diciembre de 1971. Había sido presentado al Gobierno, siguiendo un procedimiento excepcional, como único candidato para la sede de Bilbao, cuando la vía concordataria exigía tres candidatos, para que el Jefe de Estado eligiera uno. Un pequeño grupo de sacerdotes, próximos al Gogor, envió una comisión a Cádiz para invitarle a renunciar a su nombramiento. Su respuesta fue que cumpliría siempre lo mejor que pudiera todo servicio que le mandara el Papa.

Monseñor Añoveros había asumido las teorías emanadas del Concilio Vaticano II. Para él este Concilio había supuesto un reciclaje como obispo. Don Antonio quería que sus reflexiones y sus decisiones se hicieran desde el punto de vista conciliar. Los sectores más progresistas de la Iglesia española le llamaban el Helder Camara español, porque algunos de sus escritos y decisiones recordaban a los del obispo brasileño.

Una vieja petición Una vez que don Antonio Añoveros entró en la diócesis de Bilbao, profundizó en la línea de su antecesor. Entre las muchas decisiones que tomó, una de ellas fue dar respuesta positiva a una antigua y reiterada petición del Consejo Presbiteral, para estudiar y recoger en un documento una serie de Sigue leyendo Cuarenta años del ‘caso Añoveros’

Se cumple el 75 aniversario de la marcha al exilio de Companys y Aguirre

Lekeitio, Iñaki Goiogan

A pocos días de empezar las fiestas de Navidad de 1938, la República española estaba exhausta. La batalla del Ebro había terminado con victoria franquista y la moral republicana estaba en cotas muy bajas. En el plano internacional, meses antes, en octubre, el presidente del Gobierno, el socialista Juan Negrín, había recibido otro golpe cuando la política de apaciguamiento seguida por Francia y Reino Unido había hecho posible la injusticia de entregar Checoslovaquia a Hitler. En efecto, el dictador alemán en su empeño de lograr el Reich de los mil años y la expansión territorial que entendía vital para su país, requirió para Alemania la región checa de los sudetes, habitada por población mayoritariamente germano-parlante. Checoslovaquia se negó a ceder parte de su territorio nacional a Hitler y convocó en su socorro a las democracias, con las que le ligaban tratados de ayuda militar.

Cataluña

Desde el punto de vista de la República española, la crisis de los sudetes, desatada en plena ofensiva del Ebro, era interesante por cuanto pudiera desembocar en una guerra abierta entre las democracias y la Alemania nazi. En esta hipotética guerra, la República, obviamente, se alinearía con los franco-británicos que, a su vez, estarían obligados a apoyarla a fin de evitar dejar su flanco sur a merced de los fascistas. Nada de ello ocurrió. Las democracias optaron por el apaciguamiento, esto es, sacrificar Checoslovaquia a cambio de paz y esperar que con eso Hitler se contentara y dejara, además, de plantear nuevas reivindicaciones territoriales.

En los días previos a la Navidad de 1938, en la prensa internacional, al tratar sobre temas relacionados con la guerra civil, se hablaba de una posible tregua navideña. Un paréntesis en la guerra patrocinado por quienes abogaban por una paz negociada y con garantías internacionales. Esta anhelada tregua a quien sobre todo pudiera beneficiar era a las fuerzas republicanas necesitadas imperiosamente de pertrechos. Pero el resultado fue que no se produjo, y el 23 de diciembre de 1938 Franco inició una ofensiva contra Cataluña que acabó con la ocupación del Principado en poco menos de dos meses.

Franco pudo haber optado por atacar el otro territorio republicano, la zona Centro-Sur, donde se hallaba Madrid. Sin embargo, se decidió por el territorio catalán con el fin de cortar a los gubernamentales todo contacto terrestre con el extranjero y, además, con el fin de evitar la más mínima posibilidad de una declaración de independencia de Cataluña en el caso de una ocupación de la zona Centro-Sur y quedar la región autónoma como único resto del régimen de abril de 1931.

Tarde ya La ofensiva fue rápida aunque la generalidad de la población no se dio cuenta de la gravedad de la misma hasta muy avanzada esta. No solo no se dio cuenta el público, las autoridades vascas y catalanas tampoco estaban al día de las operaciones militares y del desastre que se avecinaba. No hay más que echar un vistazo a la correspondencia del secretario general de Presidencia, Julio Jauregui, en el momento máxima autoridad vasca en Barcelona, para apercibirse de ello. De este modo, la noticia de que algo muy grave estaba ocurriendo en los frentes no llegó a París, a oídos del lehendakari José Antonio Aguirre, hasta muy tarde, el día 20 de enero, menos de una semana antes de la caída de Barcelona. Estos avisos pusieron en guardia a algunos dirigentes vascos como Jesús María Leizaola que empezaron a vislumbrar el fin de la República.

Aguirre viajó a Cataluña en la noche del 24 al 25, para entonces bien consciente de que aquello se acababa y también de los peligros que le acecharían en territorio peninsular. Le acompañó Manuel Irujo. La misión que se habían impuesto era, por una parte, coordinar las labores de evacuación y, por otra parte, asistir a la que resultaría última sesión plenaria de las Cortes de la República.

Para cuando pisaron suelo catalán era imposible acceder a Barcelona, pues la capital catalana fue ocupada el 26 de enero. Previamente, el 22, salió por última vez en Cataluña el diario Euzkadi, editado en Barcelona por el PNV desde diciembre de 1937, y ese mismo día se dio orden a los hospitales que gestionaba el Gobierno de Euskadi para el cierre de los mismos y la evacuación del personal y enfermos. La evacuación propiamente dicha se inició en la noche del 23 al 24 de enero.

El lehendakari, ante la imposibilidad de llegar a Barcelona, se instaló en Port de Molins, localidad cercana a Figueres, y desde el citado pueblo ampurdanés dirigió las tareas de evacuación de la población vasca. Para ello, Aguirre estableció tres zonas de actividad. Figueres, la frontera y Perpiñán. En Figueres y la línea de demarcación franco-española los agentes vascos trataban de localizar e identificar a sus conciudadanos que huían, a la vez que se les dotaban de documentos a los que carecían de ellos, así como, cuando había posibilidad, una dirección a donde pudieran acudir en el exilio.

No resultó fácil esta labor, agravada por las condiciones meteorológicas, muy adversas en aquellos días de invierno, los ataques aéreos franquistas, que no dejaron de acosar a los fugitivos hasta que atravesaban la frontera, y, finalmente, porque las autoridades francesas no previeron la avalancha de refugiados que se precipitó a su país. Como primera medida al problema humanitario que se les agrandaba por momentos, los franceses optaron por cerrar los ojos y decretaron el cierre de la frontera. Y cerrados permanecieron los pasos hasta el 28 de enero, día en el que se abrieron, pero solo Sigue leyendo Se cumple el 75 aniversario de la marcha al exilio de Companys y Aguirre