Santoña, catorce hombres fusilados al amanecer

Por Luis de Guezala

BILBAO. EL lunes se cumple el 75 aniversario del fusilamiento en Santoña de catorce de los miles de prisioneros que se encontraban apresados en el penal de El Dueso. Era el 15 de octubre de 1937. La guerra había concluido en Euskadi pocos meses antes, tras la ocupación total de su territorio por las tropas franquistas a finales de junio. Los restos del Ejército vasco derrotado que pudieron llegar a Cantabria, tras un intento fallido para su evacuación por mar, habían sido capturados y sus componentes distribuidos por las cárceles y campos de concentración organizados por los sublevados.

Comenzaba así el franquismo para los gudaris supervivientes a la guerra. Aquellos hombres y sus familias conocieron pronto uno de los rasgos que más definieron y mejor caracterizaron a la dictadura franquista: la inmisericordia. Algo que, en un principio, podía parecer contrario al ideario de quienes se proclamaban católicos. Pero la inmisericordia se instauró desde el primer momento en que los sublevados lograron hacerse con el poder.

«¡Ha habido, vaya que sí ha habido, vencedores y vencidos!», bramaba en su discurso inaugural como alcalde impuesto a Bilbao, tras su ocupación, José María de Areilza. Y los vencidos no tenían derecho a nada. El fascismo y el totalitarismo negaban a los vencidos su condición humana y todos los derechos correspondientes a esta condición, empezando por el de la vida.

A finales de agosto, tras resultar imposible la evacuación por mar de los cerca de 15.000 gudaris copados en la costa cántabra, en Santoña y Laredo, los dirigentes nacionalistas vascos acordaron un pacto para rendir sus batallones a las tropas italianas, por el que se reconocía a estos combatientes su condición de prisioneros de guerra, con todas las garantías que esto suponía.

Esto era algo que los militares rebeldes españoles no toleraron. Desde el momento en que habían proclamado el golpe de Estado contra las autoridades legítimas republicanas e iniciado la sublevación, que titularon Alzamiento Nacional, todos los que se habían mantenido leales a la legalidad democrática vigente fueron considerados «traidores» nada menos que por «adhesión a la rebelión». En esta lógica, en lo que acabaría desembocando en una trágica guerra civil, no se reconocía por los sublevados otro carácter que el de traidores o criminales comunes a aquellos contra los que combatían, a diferencia de una guerra convencional entre dos Estados soberanos en la que se tiene por referencia la legislación internacional previamente convenida. Esto privaba a los vencidos de cualquier garantía establecida para los prisioneros de guerra, especialmente en lo concerniente a un trato digno y al respeto de sus vidas, máxime cuando uno de los principales objetivos de los vencedores era eliminar a sus enemigos.

El 4 de septiembre de 1937 las tropas italianas que custodiaban más de tres mil prisioneros hacinados en el penal de El Dueso, en Santoña, los abandonaron, entregándolos a militares franquistas. Las condiciones para los prisioneros empeoraron drásticamente con este cambio y, lo que fue aún peor, comenzaron los simulacros de juicios denominados consejos de guerra y los fusilamientos. A las nueve de la noche del 14 de octubre los carceleros Sigue leyendo Santoña, catorce hombres fusilados al amanecer

‘Aitzol’, un dinamizador de la nación vasca

Mikel Aizpuru

BERMEO. El sacerdote José Ariztimuño Olaso falleció en la madrugada del 17 de octubre de 1936 junto a la tapia del cementerio de Hernani. Su muerte tuvo un eco mucho mayor que el de otras muchas personas que perdieron la vida en aquellas mismas fechas en medio de la Guerra Civil. Este hecho no es extraño si tenemos en cuenta la prolífica personalidad de Aitzol, su pseudónimo más conocido y que era el apócope de sus dos primeros apellidos.

Aitzol humanista, Aitzol euskazale, Aitzol dinamizador cultural, Aitzol misionero, Aitzol crítico literario, Aitzol escritor, Aitzol periodista, Aitzol predicador, Ai-tzol conferenciante, Aitzol polemista, Aitzol militante, Aitzol nacionalista, Aitzol teórico, Aitzol cura rojo, Aitzol investigador, Ai-tzol bertsozale, Aitzol modernista, Aitzol mártir y Aitzol símbolo. Hasta 19 calificativos utilizó Julio Urkaregi en 1987 para definir la vida y obra de un tolosarra que había nacido en 1896 y que apenas contaba 40 años cuando fue asesinado por el ejército franquista.

‘Aitzol’ sacerdote

De Comillas a Vitoria, por el euskera y la salud

Hijo de una familia carlista profundamente religiosa, José Ariztimuño encaminó sus pasos hacia el seminario y la labor pastoral. Su primer destino fue el Seminario Pontificio de Comillas en Cantabria que abandonó en 1919, al parecer por su vinculación con un grupo de seminaristas preocupados por la lengua y la cultura vasca y por motivos de salud. Aitzol concluyó sus estudios en el Seminario Diocesano de Vitoria y se ordenó sacerdote en 1922. Su primer destino fue el Secretariado Diocesano de Misiones y en su labor en este organismo ya se apreciaron los rasgos fundamentales de su actividad futura: capacidad organizativa, preocupación por los medios de comunicación y desarrollo de los aspectos doctrinales de su tarea. En 1928 fue nombrado Secretario General de la Unión Misional del Clero de España. Un año más tarde, se trasladó a San Sebastián, donde, coincidiendo con el advenimiento de la Segunda República, inició una nueva etapa que le hizo conocido en todo Euskadi y, en especial, en Gipuzkoa. En ella combinó sus actividades pastorales con la predicación oral y escrita tanto en el terreno social, como en el cultural. Aunque su proximidad a las ideas del Partido Nacionalista Vasco era muy evidente, la mayor parte de su actuación pública se limitó a esos tres terrenos, si bien es innegable su capacidad de influencia entre dirigentes y seguidores de dicho partido.

Conviene subrayar que desde los tiempos de Sabino Arana hasta nuestros días, los nacionalistas españoles han atribuido a la Iglesia vasca el hecho de propagar el sentimiento nacionalista vasco, a pesar de que los datos indiquen todo lo contrario. Y es que los obispos de Vitoria y los jefes de algunas casas religiosas, además de poner trabas al nacionalismo, también se opusieron a todo lo que representara simpatía por el euskara. A medida en que se extendía el nacionalismo entre la sociedad vasca, también lo hizo entre los sacerdotes de la iglesia vasca, y algunos clérigos destacaron en política, asuntos sociales y, sobre todo, en la defensa y resurrección de la cultura vasca. Es el caso de Aitzol, pero también de otros sacerdotes propagandistas como Policarpo de Larrañaga o Alberto de Onaindia.

‘Aitzol’ teórico y estratega

Un verdadero empresario cultural sin ánimo de lucro

Aitzol tuvo un gran protagonismo durante los años de la República. Fue un verdadero empresario cultural sin ánimo de lucro. Son incontables los actos, periódicos y asociaciones que impulsó y lideró. Tomó el testigo de Antoine d’Abbadie en la organización de los Juegos Florales, dirigió la asociación Euskaltzaleak, orientada a la defensa y difusión del euskera, organizadora del Día de la Poesía y del Día del euskera y propietaria de la revista Yakintza; editó el diario El Día, muy próximo al nacionalismo vasco; se valió del sindicato ELA-STV para defender el cristianismo social y llegó a recibir críticas de la Iglesia por dar un discurso ante los comunistas en San Sebastián; también participó en los mítines a favor del Estatuto y en muchos actos políticos nacionalistas. Sus obras completas fueron publicadas en San Sebastián por la editorial Erein en 1986 y contienen numerosos artículos sobre toda clase de temas, desde la actividad misional a la investigación histórica, pasando por la descripción de los movimientos nacionalistas en otros países, el bertsolarismo, el folklore, la crítica literaria o la sociolingüística.

Las preocupaciones fundamentales de Ariztimuño fueron su labor sacerdotal, la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores vascos y el impulso del euskera y de la cultura euskaldun. La recuperación de esta lengua era el mejor reflejo de la vitalidad de la nación vasca. En este último terreno es muy conocida su evolución. En un primer momento apoyó la obra de poetas modernistas como Lauaxeta o Lizardi para construir un referente literario del renacimiento euskaldun. Al ver que estos autores no gozaban del apoyo del público, propugnó un lenguaje literario más apegado a la tradición oral vasca y dio un fuerte impulso al bertsolarismo, organizando el primer campeonato moderno de esta modalidad poética. Sus concepciones sociopolíticas se plasman en un libro titulado La democracia en Euzkadi donde se entremezclan rasgos del sistema foral con elementos democristianos. La fe católica, la conciencia nacional y la justicia social eran los elementos que permitirían la conservación y el despertar de la nación vasca.

‘Aitzol’ en la guerra civil

Ayudó a los refugiados que llegaban a Iparralde

Según el testimonio de Don José Miguel de Barandiaran, Ariztimuño procuró, desde el inicio de la guerra, que los nacionalistas no se enfrentasen a los militares sublevados, pensando que los nacionalistas estaban fuera del objetivo de aquellos. Encaminó, además, el esfuerzo nacionalista a defender personas y edificios en peligro. Cuando él mismo, a finales de agosto, tuvo que pasar la frontera, intentó humanizar la lucha, llegando a acercarse a Navarra para hablar con los militares, pero cuando estos intentaron detenerle apreció el verdadero significado de la guerra.

Tras residir en Hendaia, Aitzol se hospedó en el monasterio benedictino de Belloc, donde permaneció casi un mes. El sacerdote continuó escribiendo en los periódicos y ayudó a los refugiados que llegaban a Iparralde a encontrar alojamiento o trabajo. Aquellas actividades trajeron problemas al sacerdote, ya que los encargados de Belloc le confesaron que temían que los franquistas atacaran a los benedictinos de Lazkao con la excusa de que él se encontraba en una abadía de la misma orden. Ariztimuño decidió marcharse. El 15 de octubre, tras dar su última misa en Ziburu, se embarcó en el buque Galerna hacia Bilbao, pero la nave fue abordada cuando se encontraba a la altura de Pasaia. El capitán del Virgen del Carmen, (uno de los bous que lo detuvieron), cayó en manos republicanas meses más tarde y fue interrogado por un amigo de Aitzol, el abogado tolosano Germán Iñurrategui. Según la versión de este, el capitán sublevado había preguntado a Aitzol por qué volvía a la guerra y esta fue la respuesta del sacerdote: «La causa de Dios, primero, y la de mi pueblo después, precisa del auxilio espiritual de sus ministros, más, mucho más, en la guerra que en la paz».

La captura del buque Galerna se debió probablemente a una filtración de información o a la traición de su primer oficial. La prensa franquista, El Diario Vasco, en particular, aprovechó la ocasión para insultar al religioso tolosarra, calificándolo de «energúmeno», «siniestro» y «sacerdote separatista». La tripulación fue conducida a la prisión de San Cristóbal en Pamplona y los viajeros detenidos a la cárcel de Ondarreta en San Sebastián. Varios de ellos, incluido Aitzol, llegaron heridos por las maniobras de trasbordo de un barco a otro. Aunque hubo algunos rumores en el sentido de que fue torturado, no existen datos fidedignos sobre ese hecho, pero no puede descartarse tal posibilidad.

Aitzol y algunos de sus compañeros no permanecieron mucho tiempo en Ondarreta. Dos días más tarde, el 17 de octubre, un grupo de presos, que incluía a Aitzol, fue sacado de sus celdas y, tras mostrarles un documento en el que se les ponía en libertad, fueron conducidos en un camión hasta el cementerio de Hernani. Después de ser confesados, todos ellos fueron ejecutados por un pelotón formado por falangistas y carlistas. No se trataba de un caso excepcional, ni en el País Vasco ni en el conjunto de la España franquista. Podemos localizar muchos casos de personas que recibían la libertad para, una vez fuera de la prisión, ser fusiladas, sin que las nuevas autoridades se hiciesen responsables de la ejecución. Este hecho, además, evitaba tener que juzgar a los que iban a morir. Cerca de 200 personas murieron de esta forma en Hernani en el otoño de 1936. Además de Aitzol, otros siete religiosos vascos fueron ejecutados en dicha localidad por los muy católicos franquistas.

La oscuridad de aquellos acontecimientos dio pie a todo tipo de rumores, la mayoría de los cuales ensalzaban la valentía y el apego a la causa vasca que habían demostrado los sacerdotes. Pero no fueron solo los republicanos los que se dedicaron a extender este tipo de rumores. El cardenal Gomá, en una carta enviada al futuro papa Eugenio Pacelli comentaba lo siguiente sobre Aitzol: «Murió gritando Gora Euzkadi, Viva Euzkadi libre». Aunque un jesuita que acompañó al tolosarra en sus últimos momentos rechazó dicha versión. Nunca sabremos realmente lo que sucedió, ni si aquellos rumores eran ciertos o no, como por ejemplo, el que afirmaba que cuando el pelotón disparó, solo lo hirieron, y entre gritos de dolor se le acercó un oficial, un señorito de Bilbao, para darle el último tiro.

La inquina de los elementos sublevados contra Aitzol llegó al punto de que rechazaron la petición de su sobrino para sacar el cuerpo del sacerdote de la fosa común y llevarlo a un panteón. Estas circunstancias, unidas a su profuso activismo en el periodo republicano, convirtieron la figura de Aitzol en un verdadero mártir y en un referente, más citado que seguido, de la labor social y cultural del nacionalismo vasco.

La onomástica del euskera: recuperar la memoria de los nombres

Por Andrés Iñigo

LA onomástica es la ciencia que trata de los nombres, tanto de los antropónimos (nombres de pila, apellidos…), como de los topónimos (nombres de pueblos, montes, ríos… de lugares en general). Conviene recordar que en el caso de la lengua vasca los antropónimos y los topónimos son el testimonio más antiguo que tenemos, varios siglos anteriores a la aparición de los textos y libros escritos en euskera. Son, además, el único vestigio que queda del pasado euskaldun de una buena parte de Euskal Herria. De ahí la importancia de su conocimiento, estudio y recuperación.

Como es bien sabido, el euskera, a pesar de ser una lengua tan antigua, no ha tenido el reconocimiento de lengua oficial hasta hace tres décadas. Este hecho ha sido la causa de que muchos nombres hayan quedado ocultos durante siglos, bien porque no fueron transmitidos, o porque no eran autorizados para su uso por las legislaciones civiles o religiosas. Tal es el caso de muchos nombres de pila. Por ejemplo, nuestros padres y abuelos podían llamarse Katalin, Kontxesi, Patxi o Peru, pero en los registros figuraban como Catalina, Concepción, Francisco o Pedro y, por supuesto, en ningún caso se podían registrar nombres hoy tan normales como Unai, Leire, Oier, Amaia o Ainhoa.

los apellidos Los apellidos sí han sido transmitidos, pero en la mayoría de los casos fueron acomodados a la grafía de la lengua oficial, tal como Echeverría, Oyarzábal, Recalde o Verástegui, en lugar de Etxeberria, Oiartzabal, Errekalde o Berastegi. En otros casos, fueron distorsionados o deformados por desconocimiento de la lengua o simple dejadez de los escribanos de turno, tal como lo testimonian, por ejemplo, los que fueron transcritos bajo las formas Cenique, Chandia, Zorriqueta y De la Mesqueta, correspondientes a Etxenike, Etxandia, Sorregieta y Amezketa.

En el caso de los topónimos, unos se han transmitido y otros no. En muchos de los que se han transmitido, sus formas originarias, al igual que en los apellidos, han llegado hasta nosotros un tanto distorsionadas. En la transmisión escrita, por una parte, ha sido habitual la imposición de la forma y grafía castellana, como Aramayona, Elanchove, Yanci o Fuenterrabía en lugar de Aramaio, Elantxobe, Igan-tzi y Hondarribia. Tal es también el caso de los nombres de los tres territorios de la Comunidad Autónoma Vasca recientemente reconocidos -que no cambiados- en su grafía eusquérica en el ámbito oficial: Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Por otra parte, debido al retroceso territorial del euskera y a causas de otra índole, especialmente en el campo de la toponimia menor, se ha realizado la traducción al castellano de algunos nombres de origen eusquérico (Putzueta como Las Pozas, Bortziriak o Bortzerriak como Cinco Villas…) o la sustitución de otros (la sierra de Beriain por San Donato, Arana por La Rana, Muru Artederreta por Muruarte de Reta, Olabarrieta por Barrietas, Arluzea por La Rusia…). En la transmisión oral a lo largo de las generaciones se ha producido el fenómeno habitual de la deformación y reducción del nombre originario, tal como Izal en lugar de Irazabal, Arzua por Arzubiaga, Artxea por Arretxea, Ieso por Igerasoro, Itturna por Iturrarana

Pero hay muchos topónimos que con el paso del tiempo han quedado enterrados y totalmente olvidados. Para cerciorarse de esto basta con analizar los trabajos exhaustivos de toponimia menor que se han llevado a cabo en muchos pueblos. Nos encontramos con que más o menos la mitad de los topónimos obtenidos en la documentación del propio pueblo son nombres absolutamente desconocidos incluso para las personas mayores, agricultores, ganaderos y pastores que han vivido en contacto directo con su territorio. Se trata de un patrimonio que de no recuperarlo a tiempo pasa al olvido definitivo.

Recuperación Tanto para el rescate de nombres ya en el olvido como para la recuperación de las formas originarias, resulta imprescindible investigar, en la medida de lo posible, la documentación antigua y, en el caso de la toponimia actual, recoger los testimonios vivos que permanecen en la memoria de las personas mayores.

Euskaltzaindia fue consciente desde su nacimiento de la importancia de investigar el campo de la onomástica, con el fin de recuperar su amplio caudal histórico y proceder a escribir los nombres en la forma adecuada para su uso correcto. Aquel deseo inicial tardó en plasmarse y los primeros frutos comenzaron a aparecer, en forma de nomenclátores, en la década de los setenta. Cabe destacar, por una parte, los de los nombres de pila, realizados bajo la dirección de José María Satrustegi, y publicados en los años 1972, 1977 y 1983 respectivamente, el último de los cuales incluía unos 1.850 nombres. Si importante fue su edición, más lo fue aún su aceptación social, dado que en pocos años llegó a darse un vuelco espectacular en los nombres impuestos a los recién nacidos, debido también a que el cambio de la legislación abrió la vía Sigue leyendo La onomástica del euskera: recuperar la memoria de los nombres

Lehendakari Aguirre: Aniversario de un juramento histórico

POR  J. A. Rodríguez Ranz

El 7 de octubre de 1936 se constituyó, en la Casa de Juntas de Gernika, el primer Gobierno vasco, presidido por el lehendakari José Antonio Aguirre

ANDOAIN

Jaungoikuaren aurean apalik

Euzko-lur ganian zutunik

Asabearen gomutaz

Gernika’ko zuaitz pian

Nere aginduba ondo betetzia

Zin dagit

ME emociona leerlo. Me emociona especialmente escucharlo en boca de quien lo pronunció por primera vez, el lehendakari Aguirre -la home de la página web www.lehendakariagirre.eu lo reproduce-, y sentí también algo especial cuando los lehendakaris Garaikoetxea, Ardanza e Ibarretxe utilizaron esta histórica fórmula en sus respectivos juramentos.

Son solo seis líneas, dieciocho palabras, que conforman, no obstante, uno de los textos más importantes de la historia contemporánea de nuestro país. Fueron pronunciadas la tarde del 7 de octubre de 1936, hace ahora 75 años, en la histórica y simbólica Casa de Juntas de Gernika, frente al árbol sagrado de los vascos, en el acto de constitución del primer Gobierno vasco de la historia y juramento de su primer lehendakari, José Antonio Aguirre.

El 7 de octubre del pasado año, y en el marco del programa conmemorativo del 50 aniversario del fallecimiento del lehendakari Aguirre, tuvo lugar una escenificación del histórico acto de 1936. En mi calidad de representante de la Universidad de Deusto -universidad en la que el lehendakari cursó sus estudios de Derecho- en la Comisión AL 50, tuve el privilegio de asistir a la representación -impecablemente organizada por la Fundación Sabino Arana y magistralmente dirigida por Gontzal Mendibil- y con ello de vivir un acto que en el plano personal para mí fue también histórico. Un acto en el que todos nos sentimos en cuerpo y alma parte de aquel 7 de octubre de 1936. Sentimientos a flor de piel y lágrimas en las mejillas acompañaron un juramento que fue más, mucho más, que una artística recreación de la historia.

José Antonio Aguirre Lehendakari del primer Gobierno vasco

Unos días antes del 7 de octubre de 1936, el día 1, las Cortes españolas habían aprobado el primer Estatuto vasco. No fue fácil, no, la singladura autonómica durante la II República. La inconstitucionalidad del Estatuto de Estella -impulsado por el PNV y la derecha tradicionalista en 1931-, la dolorosa separación de Navarra en 1932 y la política obstruccionista de la derecha durante el segundo bienio republicano bloquearon la voluntad mayoritaria del país explícitamente manifestada en el referéndum del 5 de noviembre de 1933. Tras las elecciones generales de febrero de 1936, Prieto y Aguirre, a la sazón presidente y secretario de la Comisión de Estatutos de las Cortes, consensuaron un nuevo texto. El golpe militar del 18 de julio y la guerra aceleraron su proceso de aprobación. Finalmente, el 1 de octubre las Cortes republicanas aprobaban el primer Estatuto vasco. No era el texto que los vascos y vascas habían aprobado en referéndum el 5 de noviembre de 1933; era un texto distinto y mucho más breve.

Teniendo en cuenta la excepcionalidad del contexto y la coyuntura de guerra, el Estatuto, en su Disposición Transitoria primera, dispuso la constitución de un gobierno provisional de Euskadi, cuyo presidente sería elegido «por los concejales de elección popular que formen parte de los ayuntamientos vascos y que puedan emitir libremente su voto». En su virtud, la mañana del mismo día 7 de octubre, 1.009 alcaldes y concejales, en representación de 291.571 sufragios, eligieron por práctica unanimidad a José Antonio Aguirre como lehendakari del primer Gobierno vasco. Unas horas más tarde, el lehendakari juraba su cargo en la Casa de Juntas de Gernika.

«Jaungoikuaren aurean apalik… Zin dagit»

La fórmula del juramento es un fiel reflejo de la personalidad y del núcleo duro de convicciones profundas de José Antonio Aguirre y de una gran mayoría de los nacionalistas vascos de su generación, cuyo soplo vital se articulaba en torno a dos causas que daban sentido a su vida: Dios y Euskadi, la religión y la patria, la fe y la libertad. Instantes antes del juramento, el propio lehendakari manifestaba: «Quiero ir ahora mismo a prestar juramento ante el árbol histórico, y lo haré como creyente, como magistrado de este pueblo y como vasco. Yo sé que este triple juramento aún los no creyentes lo respetaréis […] Tengo la seguridad de que en este juramento mío vais a ver todos mi lealtad, mi fidelidad al mandato recibido en beneficio de mis compañeros de Gobierno y en beneficio de todos vosotros».

La histórica fórmula fue utilizada por todos los lehendakaris que han presidido el Gobierno vasco -Jesús María Leizaola, Carlos Garaikoetxea, José Antonio Ardanza y Juan José Ibarretxe- a excepción de Patxi López. El 7 de mayo de 2009, el lehendakari López juraba su cargo con las siguientes palabras: «De pie en tierra vasca, bajo el árbol de Gernika, ante vosotros representantes de la ciudadanía vasca, en recuerdo de los antepasados, prometo, desde el respeto a la ley, desempeñar fielmente mi cargo de lehendakari».

El gobierno «Con una fuerza moral formidable»

Tras la proclamación y juramento del lehendakari se procedió a la constitución oficial del primer Gobierno vasco. El propio lehendakari, en su discurso previo al juramento, se refirió en estos términos a los miembros de su Gobierno: «Ya para este momento el presidente del Gobierno provisional vasco trae, de común acuerdo con los partidos que defienden la libertad, la lista de Gobierno, lista hecha en medio de una lealtad y una generosidad por parte de todos los partidos de nuestro querido pueblo […] Este Gobierno nace con una fuerza moral formidable y, lo que es más precioso aún, con una fraternidad entre los hombres que lo han de componer, que será hoy un galardón para el futuro y es ya, desde hoy, la prenda más segura del éxito».

El nuevo Gobierno estuvo integrado por el lehendakari y diez consejeros -seis vizcainos y cuatro guipuzcoanos-, nombrados a propuesta de sus respectivos partidos: Jesús María Leizaola, consejero de Justicia y Cultura (EAJ-PNV); Telesforo Monzón, consejero de Gobernación (EAJ-PNV); Eliodoro de la Torre, consejero de Hacienda (EAJ-PNV); Santiago Aznar, consejero de Industria (PSOE); Juan de los Toyos, consejero de Trabajo, Previsión y Comunicaciones (PSOE); Juan Gracia, consejero de Asistencia Social (PSOE); Ramón María Aldasoro, consejero de Comercio y Abastecimientos (Izquierda Republicana); Alfredo Espinosa, consejero de Sanidad (Unión Republicana); Juan Domingo Astigarrabía, consejero de Obras Públicas (Partido Comunista de Euskadi); y Gonzalo Nardiz, consejero de Agricultura (Acción Nacionalista Vasca). Su biografía y la de todos los consejeros de los gobiernos de Aguirre hasta su muerte en París en 1960 pueden consultarse en el catálogo de la exposición El lehendakari Aguirre y sus gobiernos, organizada el pasado año en el marco del programa AL50. Sigue leyendo Lehendakari Aguirre: Aniversario de un juramento histórico

El «robo» de las joyas de la Virgen de Begoña: de la calumnia, a la verdad

Begoña, 15 de agosto de 1937. El Nuncio de Su Santidad, monseñor Antoniutti, en la ceremonia político-religiosa de la ‘devolución’ de sus joyas a la Virgen de Begoña, y ‘reposición’ de las coronas en las cabezas de la Virgen y del Niño. (Sabino Arana Fundazioa)

Por Jesús Fco. de Garitaonandia

En defensa de la honestidad de Eliodoro de la Torre y Fortunato de Unzueta, tantos años injustamente cuestionada, y en honor a su sacrificio

EL día 15 de agosto se cumplirán 75 años de la mascarada religioso-política de la restitución de las joyas robadas a la Virgen de Begoña. No hubo tal robo, ni mucho menos. La realidad es que Fortunato de Unzueta, como responsable de la parroquia de Begoña y, Eliodoro de la Torre, consejero de Finanzas del Gobierno vasco, habían protagonizado una arriesgada operación de salvaguarda de las joyas guardándolas en un banco de Toulouse (Francia).

Para redactar la verdadera historia de lo sucedido me he servido fundamentalmente de la carta que Fortunato de Unzueta escribió desde St. Jean Pied-de-Port (Donibane Garazi) a su obispo D. Mateo Múgica, el 11 de septiembre de 1937. Unzueta se encontraba en Donibane Garazi como uno de los responsables religiosos de la colonia de 500 niños vascos evacuados en Iparralde. Don Mateo Múgica, por su parte, desterrado por las autoridades franquistas, se encontraba en el exilio, concretamente en la población labortana de Cambo-les-Bains, forzado a renunciar a su cargo como obispo de Vitoria-Gasteiz.

La verdadera historia Apenas estalló la rebelión militar del 18 de julio de 1936, el párroco de Begoña, Bernardo Astigarraga, empezó a preocuparse seriamente por la suerte que pudieran correr las joyas de la Virgen. Le obsesionaba la idea de que se fueran a perder, si no desaparecía toda huella de ellas de los libros oficiales del Banco de Vizcaya, donde habían sido depositadas.

El Consejo del Banco de Vizcaya no podía complacerle en esta su solicitud, sin la autorización especial del consejero de Hacienda del Gobierno de Euzkadi, Eliodoro de la Torre. Se recurrió a él. Y el consejero concedió al Banco de Vizcaya cuantas dispensas solicitó de requisitos legales necesarios para el depósito de joyas y tesoros y se echó sobre sí mismo toda ulterior responsabilidad. Solo exigió reserva absoluta.

El párroco, Bernardo Astigarraga, respiró tranquilo. En sus conversaciones con Fortunato de Unzueta, coadjutor de la parroquia, más de una vez se deshizo en alabanzas de Eliodoro de la Torre, por su probado catolicismo y por su piedad y devoción filiales a nuestra Madre de Begoña. Sin embargo, Astigarraga, enterado de que su nombre aparecía en unas listas del Partido Comunista de Uribarri (Bilbao), tuvo miedo, se ausentó de Begoña y se refugió en su caserío Iparragirre de Etxano y, más tarde, en la torre de la parroquia de Amorebieta. En la ausencia del párroco, Unzueta estuvo varios meses como responsable de la parroquia de Begoña.

Comenzó entretanto la ofensiva militar en Bizkaia. El párroco se alarmó de nuevo. Unzueta visitaba a menudo a su párroco. En dos de las varias visitas que le hizo en Etxano y Amorebieta, el párroco le dijo: «Mira, estoy perdiendo el sueño por causa de las joyas. Tú ya sabes que tengo confianza ilimitada en ti y en tu prudencia. Haz con ellas lo que te parezca más conveniente para su seguridad; pero no me digas a mí nada, para que, si alguien viene a molestarme y aún a reclamarme el tesoro de la Virgen, pueda yo afirmar con verdad que ignoro dónde está». Se expresaba así Bernardo de Astigarraga, el párroco de Begoña, porque, a su juicio, podían las joyas desaparecer en cualquier bombardeo o en manos de muchos incontrolados.

Don Fortunato busca ayuda

Así las cosas, Fortunato Unzueta y Eliodoro de la Torre tuvieron un cambio de impresiones para concretar el modo de salvar las joyas de la Virgen en un lugar seguro. Para Eliodoro, como le manifestó expresamente a Fortunato, lo importante era la imagen de la Virgen, y en comparación de la imagen todo lo demás carecía de valor para él. Y si las joyas tenían algún valor era porque se trataba de ofrendas que los devotos habían hecho a la Virgen. Por fin, se pusieron de acuerdo en que la imagen auténtica de la Virgen quedara en su escondrijo y que las joyas de la Virgen, depositadas en el Banco de Vizcaya, fueran llevadas a la Banca Courtoise de Toulouse.

Cuando menciono la imagen auténtica de la Virgen y el escondrijo donde estuvo guardada, quiero decir lo siguiente: Durante estos meses de guerra, por razones de seguridad, la imagen que estaba expuesta en el retablo de la basílica era una copia y no la auténtica imagen. La auténtica estaba guardada en un escondrijo que se encuentra en una habitación de la torre de la basílica, debajo del campanario. Viene a ser como Sigue leyendo El «robo» de las joyas de la Virgen de Begoña: de la calumnia, a la verdad