Max Parker, el brigadista que cantaba bilbainadas

LOS VASCOS RECLUIDOS EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN BURGALÉS DE SAN PEDRO DE CARDEÑA DEJARON EN EL BRIGADISTA MAX PARKER UN RECUERDO EN FORMA DE CANCIONES QUE MUCHOS AÑOS DESPUÉS EL ESTADOUNIDENSE RECOGIÓ EN UN DISCO

IÑAKI BERAZATEGI / BILBAO

ENTRE los testimonios que los combatientes de las Brigadas Internacionales dejaron de su paso por suelo español durante la Guerra Civil, uno de los más atípicos es un disco editado por Folkways, el prestigioso sello discográfico del Instituto Smithsoniano. Se titula Al tocar diana/At break of dawn. Songs from a Franco prison y lo grabó en 1982, un año antes de su muerte, Max Parker, un veterano del Abraham Lincoln, uno de los batallones de la XV Brigada Internacional, formado en su mayoría por brigadistas estadounidenses, aunque también había en sus filas voluntarios antifascistas canadienses, cubanos, argentinos y un pequeño contingente de irlandeses, la legendariaColumna Connolly.

En el disco, el veterano brigadista, nacido en 1912 en el Lower East Side de Nueva York en una familia judía de origen lituano, rememora sus vivencias como prisionero de guerra del ejército franquista y canta un puñado de canciones en castellano, inglés, ruso, hebreo y yiddish, la lengua de las comunidades judías askenazis de Europa Central y del Este. Son las canciones que Max y sus compañeros cantaban durante su cautiverio en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña, situado en el antiguo monasterio cisterciense del mismo nombre, a apenas diez kilómetros de Burgos.

Resulta asombrosa la variedad estilística de las canciones interpretadas por Max Parker con su bien timbrada voz, a capela o con un austero acompañamiento instrumental de guitarra, concertina y piano, pero más asombroso aún resulta encontrar en su repertorio varias canciones populares muy cercanas a nosotros: un par de bilbainadas, Un inglés vino a Bilbao y un popurríde Las campanas de la aurora y La taberna de Paloca; dos habaneras, Tú que brillas en elcielo y El pescador; una jota de Raimundo Lanas; Quisiera volverme hiedra, y la conocidísima Asturias, patria querida, canción de la que Max Parker dice en el cuaderno de notas que acompaña al disco que también era «cantada por los prisioneros vascos» con los que compartió cautiverio en el penal de Cardeña.

En esta extraordinaria grabación, Max Parker desgrana sus recuerdos y evoca tanto las penurias sufridas en Cardeña más de cuarenta años atrás como los momentos felices que deparaba a los prisioneros la interpretación de estas canciones. En el disco encontramos también varios cantos de trinchera de la Guerra Civil: Jarama valleyThe Connolly column y Si me quieres escribir; una ranchera norteña, Ya no me vengas; un fandanguillo, Desde Cádiz, o una adaptación del tango Tomo y obligo, popularizado por Carlos Gardel en 1931 y titulado aquí Al tocar diana.

El monasterio de Cardeña había sido habilitado como campo de concentración por el ejército franquista a finales de 1936 con el fin de internar allí a los gudaris y combatientes republicanos hechos prisioneros en el Frente Norte. Según los informes oficiales, tenía capacidad para 1.200 prisioneros, aunque, al igual que el resto de los presidios y campos de concentración franquistas, dicha capacidad fue muy pronto superada, sobre todo a partir de la primavera de 1937, cuando comenzó a desmoronarse el norte republicano y los franquistas comenzaron a hacer miles de prisioneros vascos, santanderinos y asturianos, que fueron hacinados en este y otros campos y presidios de Burgos, como los situados en Lerma, Aranda de Duero y Miranda de Ebro.

Durante esta primera etapa, el campo fue utilizado principalmente para formar batallones de trabajadores que, una vez completados, eran transferidos a otros lugares en los que se requería el concurso de esta mano de obra esclava.

PARA EXTRANJEROS 

La situación cambió a primeros de abril de 1938, cuando el Cuartel General de Franco designó al campo de Cardeña como el lugar donde debían concentrarse todos los presos de nacionalidad extranjera hechos prisioneros por los nacionales, quedando Cardeña oficialmente desde ese momento como único campo para extranjeros de la Península.

Este cambio en la situación del campo se produce prácticamente a la par que la captura de Max Parker por las tropas franquistas en las inmediaciones de Gandesa, donde se había atrincherado la XV Brigada Internacional, y que fue tomada por los nacionales el 3 de abril de 1938.

Max Parker había llegado un año antes a España, en marzo de 1937, movido por su compromiso antifascista después de haberse fogueado en su ciudad natal en la lucha contra el Bund nazi y los seguidores de Mussolini, que crecían como setas venenosas en los barrios alemanes e italianos de Nueva York. Tras recibir entrenamiento durante tres semanas en Figueres y otros dos meses en la albaceteña Madrigueras, fue destinado como chófer de un camión en el segundo escuadrón del Regimiento de Transportes de la XV Brigada Internacional.

Como el propio brigadista indica en las notas del disco, los chóferes solían ser elegidos entre los voluntarios americanos, dado que estos estaban más familiarizados que los de otras nacionalidades en la conducción de vehículos. A bordo de su camión ruso, Parker transportó durante nueve meses suministros y soldados en algunos de los frentes más peligrosos de la Guerra Civil: Brunete, Belchite, Teruel y Gandesa, en cuyas proximidades fue hecho prisionero.

Durante seis días con sus correspondientes noches, sin apenas dormir, Parker había transportado tropas con su camión de un lugar a otro del desorganizado y fluctuante frente de Gandesa con el fin de reforzar las líneas republicanas, que se veían impotentes para frenar la ofensiva lanzada por el ejército franquista a primeros de marzo a lo largo del frente de Aragón en dirección al Mediterráneo para cortar en dos el territorio republicano.

El desconcierto en las líneas republicanas era tal que, en la noche del sexto día, y por una indicación errónea del oficial al mando de las tropas que transportaba, Parker cruzó inadvertidamente con su camión las líneas enemigas y fue hecho prisionero. El brigadista neoyorquino contó que pudo salvar la vida gracias a que el italiano que lo detuvo había vivido una temporada en Nueva York y simpatizó con él tras entablar una breve conversación en inglés. Peor suerte corrieron varios de los soldados republicanos que transportaba, que fueron ejecutados por orden del español que acompañaba al captor del brigadista neoyorquino. Probablemente, aunque Parker no lo indica, el italiano que intercedió por él debía ser un mando de la División Flechas, anteriormente Brigada Flechas Negras, que en 1937 había combatido contra el ejército vasco en diversos frentes de Bizkaia.

Tras pasar la noche encerrado en un establo, fue reagrupado con otros brigadistas prisioneros, la mayoría británicos e irlandeses, entre los que se encontraba el dirigente del IRA Frank Ryan, cuya graduación de capitán le hacía candidato a la pena de muerte. En las horas siguientes los brigadistas, unos 150, fueron trasladados a la prisión militar de Zaragoza, donde –como se esperaba– un Consejo de Guerra sumarísimo condenó a muerte a Ryan, aunque las presiones del gobierno de Irlanda lograron que la pena fuera conmutada. Parker, que había aprendido algo de castellano y ejercía de traductor oficioso de los brigadistas prisioneros tuvo durante este tiempo trato directo con Ryan y lo describió como un hombre «inteligente, equilibrado, incorruptible y fuerte».

Al cabo de unos días, Parker, Ryan y el resto de los brigadistas prisioneros en Zaragoza fueron trasladados de nuevo. En esta ocasión al lugar de su cautiverio definitivo, el campo de concentración de Cardeña, de donde fue conducido a Donostia en febrero de 1939 como paso previo a su repatriación a Estados Unidos.

UN VASCO OCULTO 

¿Quiénes fueron los gudaris anónimos y cantarines a los que, probablemente, hay que atribuir la enseñanza de las canciones que Max aprendió durante su cautiverio? Carl Geiser, comisario político del batallón Lincoln y compañero de cautiverio de Parker en Cardeña, publicó en 1986 Prisoners of the good fight, libro en el que relata su experiencia en la Guerra Civil, como combatiente primero y como prisionero después. El libro de Geiser constituye, junto con el testimonio del propio Parker, una de las principales fuentes de conocimiento de lo que sucedía intramuros del campo de Cardeña durante el periodo en que funcionó como centro de detención de extranjeros.

Su primer recuerdo amable de Cardeña tiene que ver precisamente con un prisionero vasco del que tampoco sabremos su nombre. Relata Geiser que a su llegada a Cardeña, él y el resto de los brigadistas que formaban parte de su expedición fueron introducidos para pasar la noche en una especie de altillo con el suelo cubierto de paja por todo colchón. Cuando trataban de acomodarse para dormir, escucharon unos tímidos golpecitos procedentes del suelo de madera de la estancia. Intrigados, retiraron la paja que lo cubría y, para su asombro, alguien desde el piso inferior levantó varias tablas del piso y asomó su cabeza, tocada con una boina. Tras decirles, puño en alto, «¡Salud, internacionales!», se identificó como vasco, se interesó por su estado de salud y de ánimo y les ofreció su ayuda. La sorpresa de los brigadistas fue mayúscula y tuvieron que insistir al inesperado visitante para que regresara al piso inferior, no fuera a ser descubierto.

En su libro, Geiser dice que los vascos prisioneros en Cardeña en el año que estuvo preso antes de su repatriación a Estados Unidos pertenecían a los batallones Rebelión de la Sal, Saseta y Salsamendi, pero ese dato, por sí solo, no indica que los brigadistas –656, según Geiser– no mantuvieran contactos con otros prisioneros vascos –o asturianos, o santanderinos– pertenecientes a otras unidades militares republicanas.

La canción que da título al valioso documento sonoro que dejó Max Parker es, como se ha dicho, una adaptación del popular tango Tomo y obligo. Fue hecha por los brigadistas cubanos prisioneros en Cardeña y describe con crudo humor algunas de las escenas de la vida cotidiana en el campo. Su letra, transcrita con las mismas incorrecciones fonéticas que aparecen en la interpretación de Max Parker, puede ser un buen colofón para este acercamiento a una página de la historia que no debería ser olvidada nunca:

Al tocar diana, por la mañana, lo dice a gente todos a formar,

entrar en fila, salir al patio, y la bandera después saludar.

Al sopa de ajo, al primer plato, para el almuerzo nos suelen llamar

con desagrado muy bien marcado. Soy prisionero tienes que aguantar.

Hoy nos daban los dos chuscos, que es cosa que no varía

el modo en que envenenaban la comida en el penal.

Las lentejas y judías te las dan todos los días

bajo una lluvia de palos que no te dejan comer

Todas las tardes nos dan sermones. ‘Hermanos míos’ nos suelen llamar

Unos señores que con sotana debajo llevan traje militar.

Si tienes piojos, no te preocupes; en todas partes nos van a encontrar.

Tiene paciencia, mi camarada. Soy prisionero tienes que aguantar.

Javier Brosa, el gudari vasco-mexicano del Batallón Gernika

JAVIER BROSA FUE UNO DE LOS GUDARIS DEL BATALLÓN GERNIKA QUE CONTRIBUYERON A LA DERROTA DE LAS TROPAS NAZIS EN LA COSTA DEL MÉDOC. DESDE MÉXICO RECUERDA AQUELLOS DÍAS

FRANCK DOLOSOR LADUCHE

UNA de la rutinas diarias del donostiarra Javier Brosa, de 94 años, es ir paseando cada mañana hasta la empresa Electro Donosti SA que fundó en México DF. Brosa emigró a América tras la Segunda Guerra Mundial buscando, como tantos otros, asentarse lejos de su tierra natal, aplastada bajo el peso del franquismo. La victoria aliada en Europa no iba a suponer la caída de la dictadura y para Brosa, que combatió en el Batallón Gernika en Francia, como para tantos otros, la esperanza del regreso había terminado.

Nacido en Donostia a finales de 1925, Brosa recuerda con detalle el combate de la Pointe de Grave, en el Médoc, que permitió liberar la entrada del puerto de Burdeos, un paso más hacia el fin de la ocupación nazi en Francia.

Con motivo del 75 aniversario del armisticio, firmado el 8 de mayo de 1945, lo que tampoco olvida Brosa es que el final de una de las mayores tragedias para la humanidad no supuso el final de la dictadura franquista y de la represión en Euskadi.

Miembros del Batallón Gernika, cuya lucha fue ensalzada por el general Charles de Gaulle.

En 1944, el ambiente en Gipuzkoa se le hacía irrespirable al Javier Brosa de 19 años, obligado a seguir los cursos ordenados por la Falange. Ese año decidió escapar junto con dos amigos, Jesús Blanco Urteaga y Vicente Aizpurua Zubizarreta. Los tres cogieron una pequeña lancha y desde el puerto donostiarra atravesaron de noche los kilómetros que les separaban del fuerte de Zokoa en Lapurdi.

«Al llegar allí algunos vecinos nos hicieron gestos para que anduviésemos con mucho cuidado porque toda la costa estaba llena de minas flotantes, desde Hendaia hasta el norte de Francia. Tuvimos la suerte de que ninguno de los tres hiciera estallar alguna de estas minas. Allí nos acogieron y nos pusieron en contacto con las autoridades vascas, que también estaban en el exilio. En aquel momento, estaban creando una brigada para ayudar a los aliados y luchar contra los alemanes. Pensaban que luego los aliados ayudarían para derrocar a Franco». Tras enrolarse en la nueva brigada recalaron en Pau. «Pasamos unos días en Pau con miembros de la Unión Nacional de guerrilleros Españoles, pero luego el irundarra Kepa Ordoki nos propuso participar en la unidad que estaba creando bajo la supervisión del Gobierno vasco y del lehendakari José Antonio Agirre».

Algo más de un centenar de gudaris de Nafarroa, Bizkaia, Araba y Gipuzkoa fueron trasladados de Pau a Burdeos, entre ellos el propio Javier Brosa, Víctor Goñi, natural de Zirauki, o Antonio Arrizabalaga, de Ondarroa, respectivamente tíos abuelos del pelotari Juan Martínez de Irujo y del futbolista Kepa Arrizabalaga. Su primera misión fue proteger depósitos de combustible durante unos días. A partir del 14 de abril de 1945, la única unidad militar vasca que luchó en la Segunda Guerra Mundial fue enviada a la estratégica comarca de Pointe de Grave, donde algo más de cuatro mil alemanes se habían atrincherado en las decenas de búnkers que jalonaban la costa. El llamado Muro del Atlántico fue construido por prisioneros y trabajadores forzados para defender la costa entre Noruega y el Bidasoa de ataques aliados.

REGIMIENTO MIXTO

La unidad de gudaris, denominada Gernika, se integró en el Octavo Regimiento Mixto Marroquí Extranjero dirigido por el comandante polaco Jan Chodzko. Así, ocho años después del bombardeo que sufrió la villa vizcaina y que los historiadores califican de ensayo general de la Segunda Guerra Mundial, el Batallón Gernika participó en uno de los últimos combates contra el nazismo.

Javier Brosa relata que nada más empezar el combate, a mediados del mes de abril de 1945, un mortero cayó de repente cerca de dos gudaris que caminaban a su lado en la zona denominada Cota 40: Antón Múgica y Félix Iglesias, que fallecieron en el acto. «Los cuerpos estaban totalmente deshechos y los enterramos como pudimos. No murieron por pisar una mina, fue por morteros. Pasamos un miedo terrible». Natural de Villaba y de 32 años, Iglesias estaba casado y tenía dos hijos, mientras el donostiarra Múgica no había todavía cumplido los veinte años.

El día después, los gudaris Juan José Jausoro y Antonio Lizarralde se sumaron a la lista de víctimas mortales del Batallón Gernika. Naturales de Alonsotegi y Durango, tenían respectivamente 32 y 37 años. Una veintena de gudaris también resultaron heridos durante estas primeras escaramuzas. Pocos días antes de que comenzara el combate, el gudari Prudencio Orbiz, natural de Ordizia, perdió la vida cuando realizaban maniobras. Los restos mortales de los cinco soldados vascos fallecidos en el Médoc reposan en el cementerio militar de Rétaud, en Charente Maritime.

«En vez de ir siempre por los pinares, tuvimos que subir por las playas hacia el norte, hasta Soulac», recuerda Brosa. «En ocasiones, los alemanes se rendían y salían de los búnkers al grito de ‘Yo, polaco’. Tras cuatro años de ocupación y de vulnerar los derechos fundamentales, temían represalias por parte de los franceses y fingían ser prisioneros polacos». En los recuerdos de Brosa hay incluso lugar para los momentos de ocio que compartieron: «Un día el cantante irundarra Luis Mariano vino para ofrecer un recital y animar a las tropas».

En total, en la batalla de Pointe de Grave murieron 400 combatientes aliados y 680 alemanes. 850 miembros de la Brigada Carnot resultaron heridos y 3.500 soldados alemanes fueron capturados. Según Brosa, la aportación del Batallón Gernika fue humilde pero refleja la voluntad de los vascos de defender la democracia y la libertad y de luchar contra el totalitarismo y el fascismo, tanto en Euskadi como en cualquier parte del mundo. Finalizado el combate, el general Charles de Gaulle se trasladó al Médoc, donde agradeció expresamente la participación de los gudaris. Tras un saludo a la ikurriña, afirmó ante el comandante Ordoki que Francia nunca olvidaría el esfuerzo y el sacrificio que habían realizado los vascos. Setenta y cinco años más tarde, Javier Brosa recuerda perfectamente que, días después de la visita del jefe de la resistencia francesa, el Batallón Gernika desfiló por las calles de Burdeos ante una multitud que celebraba por todo lo alto el final de la Segunda Guerra Mundial y la victoria de los aliados.

«El lehendakari José Antonio Aguirre también nos visitó en dos ocasiones. Era muy cercano. Nuestro comandante Kepa Ordoki también era un hombre estupendo porque siempre se interesaba y preocupaba por nosotros. Éramos jóvenes y él era una buena persona, valerosa y con gran experiencia en la guerra civil, nunca se quedaba atrás. Siempre iba con su ayudante Carlos Igiñiz, quien fue el que colocó la ikurriña en el último búnker que cayó. Nosotros siempre íbamos con ellos. Al terminar la guerra tomamos un descanso en Xiberta, en Angelu, y luego nos fuimos de vacaciones a Bretaña porque allí vivían los parientes de un gudari».

A PARÍS 

Cuando Brosa regresó a Euskal Herria le llamaron para participar en una misión secreta que implicaba vivir y entrenar en la capital francesa. «Allí esperamos un camión militar y nos llevaron al castillo Rotschild, en Cernay la Ville, a unos 30 kilómetros de París. No era la casa Arzak, pero no pasamos hambre porque tenían comida y pan blanco baguette, mejor que el pan negro que había entonces en Gipuzkoa».

Junto con otros 113 vascos y bajo la supervisión del jeltzale Primitivo Abad, Brosa recibió entrenamiento militar por parte de algunos de los mejores miembros del Ejército norteamericano. La misión consistía en crear el embrión de la Ertzaintza y formar a un centenar de hombres que a su vez pudieran formar posteriormente cada uno a otros cincuenta agentes. El objetivo era doble: primero derrocar a Franco y luego garantizar la seguridad interna en Euskadi. «Entrenamos y aprendimos mucho y era muy gratificante», señala Brosa. No obstante, con el comienzo de la Guerra fría y tras la muerte del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, su sucesor Harry Truman prefirió abortar la operación. Después de la masacre de la Segunda Guerra Mundial, en la que perdieron la vida sesenta millones de personas, los aliados optaron por dejar en el poder a Franco. Tal vez porque consideraban que le podían controlar y, sobre todo, porque tampoco les gustaba la alternativa a su régimen dictatorial.

La desmovilización total y definitiva del Batallón Gernika en septiembre de 1945, supuso un duro golpe para los gudaris que ayudaron a los aliados. Finalmente, tuvieron que afincarse en localidades de Iparralde, cerca de la muga, a la espera de la caída de Franco. Durante varios meses Javier Brosa trabajó en los talleres de Garona en la construcción de barcos fluviales y más tarde se trasladó a Nueva York con varios vascos.

«Subimos al barco como polizones, algunas personas nos atendían bien, pero al final nos encontraron y tuvimos que trabajar para el responsable de la embarcación. Pasamos controles en Ellis Island y el centro vasco de México nos pagó el viaje para ir hasta ahí, en 1947. El embajador de México nos dio permiso para vivir ahí legalmente. Volví a Euskal Herria en 1978».

Javier Brosa y Miguel Arroyo son actualmente los dos últimos supervivientes del Batallón Gernika. Nacido en Burgos en 1924, Arroyo, que pasó su infancia en Bilbao antes de exiliarse en Francia y alistarse en la brigada dirigida por Ordoki, reside hoy en día en Angelu, cerca del puerto de Baiona.

Javier Brosa, que ha vivido gran parte de su vida en México, se siente plenamente integrado en su país de adopción. En las últimas décadas, ha podido volver a Euskadi en veinticinco ocasiones para pasar estancias de tres meses cada verano. En los últimos años, sin embargo, no ha podido volver a casa por los problemas de salud de su mujer, una republicana catalana con la que vivió durante sesenta y dos años y que falleció en 2019.

Cada semana, se reúne con sus hijos y nietos para comer y ver juntos los partidos de su equipo favorito: la Real Sociedad. Desde México tres generaciones cantan ante el televisor Txuri urdin, txuri urdin maitea, y en ocasiones, la derrota de su equipo del alma se convierte en un auténtico drama. Con el paso de los años, no ha perdido ni su afición por el fútbol ni su sentido del humor. Javier Brosa no es creyente, pero cuando alguien se dirige a él llamándole señor contesta irremediablemente que «el Señor está en el cielo».

«No creo que vuelva a ir a San Sebastián, porque no me apetece meterme en un avión durante doce horas. Se me hace pesado y todos mis amigos han muerto». Brosa, que tiene claro que su último aliento será en México, está muy orgulloso de su familia, de la empresa que creó, y de haber sido gudari del Batallón Gernika.

París, 1950, las I Jornadas de Estudios Europeos

HACE 70 AÑOS, LA SEDE DEL GOBIERNO VASCO EN LA PARISINA AVENUE MARCEAU ACOGIÓ LAS I JORNADAS DE ESTUDIOS EUROPEOS, NO EXENTAS DE POLÉMICA EN EL SENO DEL PNV

LEYRE ARRIETA ALBERDI

Este sábado celebramos el Día de Europa. Se cumplen 70 años desde aquel 9 de mayo en el que el ministro de Asuntos Exteriores francés, Robert Schuman, pronunciara su famoso discurso, en el que propuso la creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Y se acaban de cumplir también 70 años de un acontecimiento relacionado con el proceso de construcción europea y el exilio vasco. Del 28 al 30 de abril de 1950 se celebraron, en la sede del Gobierno vasco en París, las I Jornadas de Estudios Europeos organizadas por el Consejo Federal Español del Movimiento Europeo (CFEME), unas jornadas que provocaron un intenso debate en el seno del PNV.

Desde que, en noviembre de 1936, una delegación del Gobierno vasco se instalara en el número 11 de la Avenue Marceau parisina, el ejecutivo liderado por José Antonio Agirre había llevado a cabo una intensa actividad en foros europeos, que se intensificó tras el final de la II Guerra Mundial. La victoria de los aliados despertó enormes esperanzas entre los vascos exiliados, que vieron en la nueva Europa democrática que se proyectaba de entre las cenizas, un escenario ideal para conseguir dos importantes objetivos: el derrocamiento de la dictadura franquista y la reivindicación de una Euskadi independiente en esa nueva Europa. No obstante, con el inicio de la Guerra Fría, el contexto internacional cambió sustancialmente y en el propio Congreso de La Haya, celebrado en mayo de 1948, quedó patente que la Europa unida no se sustentaría sobre naciones sino sobre estados.

Aun así, el Gobierno vasco decidió seguir apostando por Europa, aunque ello significara que su representación en entidades europeístas tuviera que ser en el seno de organismos españoles. Uno de los frutos de La Haya había sido la creación del Movimiento Europeo. Los representantes vascos se percataron bien pronto de que el elemento básico de esta organización lo constituían sus consejos nacionales, correspondientes a los estados. El dilema era perder el tren europeo o subirse a él, a pesar de que el viaje lo hicieran en un vagón compartido. No solo eligieron la segunda opción, sino que se implicaron activamente en la constitución de un organismo europeísta de ámbito estatal. Muestra de ello es que el nacimiento oficial del CFEME, en febrero de 1949, tuvo lugar precisamente en el hermoso palacete parisino de la Avenue Marceau, sede del gobierno autónomo en el exilio.

Las personas que más decididamente participaron en el CFEME fueron Manuel Irujo, José María Lasarte, Francisco Javier Landaburu y Julio Jáuregui. Eran quienes configuraban el núcleo del equipo de París (salvo Irujo, que vivía en Inglaterra) y quienes se encargaron de la acción exterior del Gobierno vasco. La destacada intervención de estos afiliados del PNV en la constitución del Consejo español despertó las suspicacias de algunos miembros de dicho partido. El propio Juan Ajuriaguerra, principal líder del mismo y presidente del EBB del interior, mostró rápidamente su disconformidad. A su juicio, no les interesaba entrar en el Movimiento Europeo a través del CFEME y consideraba negativo «que el PNV haya sido patrocinador del nacimiento del Consejo». El bilbaino creía que, al margen de esa vía, existían otros modos de participar, sin tener que hacerlo dentro de un organismo en el cual «se diluyan nuestras personalidades y se subordinen no sólo prácticamente, sino también teórica e ideológicamente, a lo español».

Los hombres del equipo de París, sin embargo, consideraban el CFEME un importante instrumento antifranquista, que coadyuvaría a la difusión de los ideales federalistas entre las distintas fuerzas españolas y al reconocimiento de los pueblos del Estado español. La política del PNV, además, no quedaba hipotecada porque la presencia de los vascos en el Consejo se realizaba a título personal.

Finalmente, el EBB accedió a la participación de esos nacionalistas vascos en el organismo, pero el debate siguió abierto y continuaron perviviendo posturas encontradas sobre este tema. De hecho, las discrepancias volvieron a surgir con fuerza en 1950, a raíz de la celebración de las Jornadas de estudio organizadas por el CFEME. Dichas jornadas se celebraron del 28 al 30 de abril en la sede del Gobierno vasco, que, una vez más, se convertía en lugar de reunión de políticos e intelectuales europeos favorables a la creación de una Europa unida.

INTEGRACIÓN 

Siguiendo las directrices del Movimiento Europeo, el objetivo de las jornadas fue analizar los problemas referentes a la integración de España en Europa. Participaron en las sesiones personalidades europeas como Henri Brugmans (presidente de la Unión Europea de Federalistas, UEF), Robert Bichet (secretario general de los democristianos Nouvelles Equipes Internationales, NEI), André Philip (delegado general del Movimiento Europeo y fundador del Movimiento Socialista para los Estados Unidos de Europa, MSEUE) y Józef Retinger (secretario general del Movimiento Europeo). Intervinieron, asimismo, destacadas personalidades de la oposición al franquismo, como Salvador de Madariaga (presidente del CFEME y de la Comisión de Cultura del Movimiento Europeo), Rodolfo Llopis (secretario general del PSOE y presidente del Comité Ejecutivo del CFEME), Fernando Valera (dirigente de Unión Republicana y vicepresidente del Gobierno republicano español), Carles Pi i Sunyer (dirigente catalán y exministro de la República), Juan Antonio Ansaldo (representante monárquico), Rafael Sánchez Guerra (exministro, demócrata cristiano), Enric Adroher Gironella (secretario general del MSEUE) y José María Lasarte (consejero de Gobernación del Gobierno vasco y secretario del CFEME). Los asistentes se reunieron en distintas comisiones para el análisis de la integración de España desde diferentes perspectivas. Landaburu fue nombrado ponente de la comisión cultural y Leizaola de la económica. Irujo intervino en el acto de clausura.

El boletín OPE calificó de «evidente éxito» la celebración de las jornadas que habían logrado reunir a más de un centenar de elementos destacados de los diversos sectores de opinión antifranquistas. No obstante, no lo vieron así muchos afiliados nacionalistas. Las quejas no tardaron en llegar a la dirección del partido. Se inició entonces un caluroso debate, el cual generó una brecha entre posturas que tardó mucho tiempo en cicatrizar e incluso provocó dimisiones. Los más críticos fueron los afiliados encabezados por Ceferino Jemein (Keperin), quien representaba, sin duda, la posición más extrema de la vertiente crítica. En su afán de salvaguardar las esencias sabinianas, fue quien más reprobó la forma en la que se estaba desarrollando la labor europeísta. El blanco de sus ataques lo constituyó desde el principio el equipo de París. No acusaba al partido porque, en su opinión, si bien había errado al autorizar la participación en las jornadas, no podía imaginar lo que ello conllevaría. En todo caso, el PNV había pecado de negligencia o exceso de confianza. En opinión de Jemein, si el PNV deseaba asistir a las reuniones del Movimiento Europeo o de organizaciones federalistas de carácter mundial, podía hacerlo o bien con representación propia y directa o bien a través de cualquier otro organismo que lo admitiera, una vez reconocidas su personalidad y aspiraciones.

Ante esa situación de malestar creciente, el EBB decidió investigar lo sucedido. Se dirigió a los afiliados que actuaban en el CFEME y que estuvieron presentes en las jornadas, así como a la junta local del partido en París, solicitándoles información detallada a fin de estudiar el problema con conocimiento de causa y dictar en consecuencia. Era consciente de que el detonante habían sido las jornadas, pero sabía que el conflicto de fondo y esencial seguía siendo la participación de miembros del partido en el CFEME y la actividad de esos miembros en el organismo, considerada no suficientemente representativa de la política del PNV.

ANTIFRANQUISTA Y AUTONOMISTA

Lasarte, en representación del equipo de París, manifestó que las jornadas habían sido un éxito de organización y coordinación de fuerzas, aunque reconocía que el no haber mencionado Euskadi y Cataluña en las resoluciones de la ponencia de cultura, hecho que mayor crispación había suscitado, se podía haber resuelto favorablemente si hubiese existido preparación previa. Aseguraba que en el Consejo español «hacemos una política antifranquista y autonomista». Admitía que la presencia en el organismo estatal iba «contra muchos de nuestros sentimientos», pero las difíciles circunstancias que estaban atravesando en el exilio les empujaban a ser particularmente prácticos. En su opinión, el Consejo era una pieza válida en el engranaje antifranquista, un elemento de coordinación de las fuerzas de oposición al régimen. Él estaba absolutamente convencido de que, si los nacionalistas no actuaban en ese terreno, no se lograría la unión de fuerzas democráticas.

En la misma dirección, Irujo añadió que, sin la participación vasca, ni las jornadas se habrían celebrado ni el propio Consejo habría nacido. Las jornadas se habían realizado porque los vascos habían aportado «la casa, la bolsa, la organización y el máximo concurso de todos los grupos emigrados» y un verdadero clima de tolerancia y cordialidad. Por su parte, Juan Ajuriaguerra sospechaba que en las jornadas había primado el «tono español» y que ese tono español había contado con el visto bueno de los nacionalistas vascos presentes. Pero, a pesar de las reservas, lo cierto es que las quejas no pesaron lo suficiente en los dirigentes del EBB como para decretar la salida del organismo estatal y se dio luz verde para que los miembros de CFEME pudieran seguir en sus cargos. Eso sí, para evitar que se repitieran situaciones como la vivida, el EBB estableció una condición: que la entidad tuviera una estructura federal y que la adscripción de los grupos vascos se hiciera a través de un movimiento conjunto vasco, el Consejo Vasco por la Federación Europea (CVFE). Este nuevo organismo (posteriormente Consejo Vasco del Movimiento Europeo y actual EuroBasque), fue oficialmente constituido el 1 de febrero de 1951, también en la sede la Avenue Marceau. De esta manera, el problema quedaba solucionado, puesto que los afiliados que formaban parte del organismo director del CFEME, lo podrían hacer en adelante como miembros de dicho Consejo vasco y no como particulares ni miembros del partido. Para calmar totalmente a los críticos y compensarles por la «desazón» sufrida por la «postura españolista» de los dirigentes parisinos, el EBB creó el Instituto Sabiniano (Sabindiar Batza), como organismo custodio de los principios dictados por el fundador del PNV.

Una nueva primavera, 40 aniversario del primer Gobierno vasco tras la dictadura

Hace cuarenta años, apenas cinco después de la muerte de Franco, los vascos de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa recuperaban un gobierno propio que la dictadura les había arrebatado

Koldo San Sebastián

EL 9 de abril de 1980, Carlos Garaikoetxea Urriza juraba su cargo como tercer lehendakari de un Gobierno vasco bajo el Árbol de Gernika. Utilizó la misma fórmula que José Antonio Aguirre en 1936: ”Ante Dios humillado, en pie sobre la tierra vasca, en recuerdo de los antepasados…” Se iniciaba así una nueva etapa intensa, llena de dificultades, con un terrorismo desbocado, e intentos permanentes de boicotear la construcción de las instituciones (proceso que aún no ha concluido) que caracterizan un país diferente que sigue en marcha. Pero, para llegar a aquel momento, el de la jura, hubo que recorrer un camino sinuoso y lleno de trampas.

Muere Franco, la dictadura sigue

El 20 de noviembre de 1975 falleció en la cama el general-dictador Francisco Franco. Las Cortes franquistas proclamaban a Juan Carlos de Borbón como sucesor “a título de rey”. La dictadura mantenía intactas todas sus estructuras (incluida la policía política que no se disolvió hasta marzo de 1977) y la represión, lejos de remitir, se intensificó. Entre noviembre de 1975 y junio de 1977, las víctimas de la dictadura, tanto de las fuerzas de orden público como de grupos parapoliciales o de extrema derecha, superaron con mucho a las de organizaciones con ETA, Grapo y otras situadas todavía en la resistencia. DEIA publicó en su primer número un listado exhaustivo de víctimas.

A pesar de la situación, la oposición a la dictadura estaba agrupada en diferentes organismos: Junta Democrática-Asamblea Democrática de Euskadi, Plataforma Democrática y, por supuesto, el Gobierno vasco. La reivindicación básica de aquellas fuerzas fue: Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía y, más tarde, se sumó la disolución de los cuerpos represivos.


Concentración en Bergara en apoyo del movimiento de alcaldes a favor de la reintegración foral en 1976. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

1976 fue el año clave en el proceso del cambio. Partidos y sindicatos comienzan a reorganizarse. ETA-pm, por ejemplo, celebró su VII Asamblea de la que había de surgir un partido político, EIA. En ese año, por ejemplo, celebraron congresos (o comenzaron sus procesos congresuales) ELA-STV, UGT, el PSOE o el PNV entre las organizaciones históricas.

Aquel año, asimismo, se conmemoraba el centenario de la abolición foral (Ley de 21 de julio de 1876). Se inicia entonces un movimiento en favor de la reintegración foral plena impulsado, al principio, por un grupo de alcaldes guipuzcoanos (al que se sumarán los de otros territorios). La reivindicación de los alcaldes fue apoyada fundamentalmente por el PNV y otros pequeños partidos que acababan de surgir. El PNV tenía en su programa la reintegración foral plena (vuelta a la situación anterior a 1839) desde 1906. A la cuestión foral se sumaron otras demandas como la amnistía, la legalización de los partidos, de la ikurriña y un estatuto de autonomía.

Partidos, Constitución, Estatuto

Con el comienzo del año 1977, se legalizó la ikurriña y algunos partidos. El último partido legalizado –que, además, constituía una especie de prueba de sinceridad democrática– fue el Partido Comunista de España (el Sábado de Gloria de aquel año). No fueron legalizados, como tales, ninguna organización a la izquierda del PCE, ni los partidos republicanos o independentistas. Se abría así el camino hacia la celebración de unas elecciones.

Uno de los partidos legalizados fue el Partido Nacionalista Vasco que, en la Asamblea Nacional celebrada en Iruñea, elegía como presidente del Euzkadi Buru Batzar a un joven empresario navarro, Carlos Garaikoetxea Urriza, que debía encabezar el partido en la nueva etapa.

Mientras tanto, las organizaciones políticas y sindicales de signo abertzale (más el Partido Carlista de Euskadi- EKA) fueron convocadas a Txiberta para estudiar una serie de propuestas cara a la nueva etapa. En aquellos momentos, las elecciones ya estaban convocadas y las candidaturas cerradas. ETA-m y los grupos cercanos, fundamentalmente EHAS (luego, HASI), propusieron mantenerse al margen, no participar en las elecciones –si no se concedía la amnistía, aprobaba el estatuto y se disolvían los cuerpos de represión– y se planteó crear un gobierno provisional, que algunos pensaban que debía estar presidido por Telesforo Monzón.

La inmensa mayoría de los presentes, incluidas organizaciones como ANV o ESB, que después se integraron en HB, no tomaron en cuenta la propuesta y participaron en los comicios. Los milis quedaron colgados de la brocha y sin escalera enfrentados a todos (en guerra sangrienta) durante casi cuatro décadas.

Se celebraron elecciones generales y el PNV resultó la fuerza más votada en los territorios que hoy constituyen la CAV. De forma inmediata, se constituyó en Gernika una Asamblea de Parlamentarios que debía elaborar un Estatuto de Autonomía. Asimismo, para organizar la transición hacia un régimen de autonomía de constituyó un Consejo General que fue presidido, sucesivamente, por Ramón Rubial y Carlos Garaikoetxea.

Mientras tanto, en Madrid, las flamantes Cortes Generales comenzaban la discusión de una nueva Constitución, y, en noviembre de aquel año, aprobó una ley de amnistía que vació las cárceles de presos políticos.

El PNV fue marginado de la Ponencia constitucional. Xabier Arzalluz contaba que esto se debió a que los socialistas no querían que participase en la misma Enrique Tierno Galván, a la sazón presidente del Partido Socialista Popular (que, finalmente, se integró en el PSOE). Arzalluz tuvo que emplearse a fondo en aquellos días, tanto en comisión como en el pleno. Había una serie de cuestiones que hacían inasumible la Constitución. A él se debe la famosa Enmienda 689: Dos elementos estaban presentes en la misma: el autogobierno como derecho originario y no como concesión de la Constitución y la incorporación al Estado pero como proceso especial fruto del “hecho diferencial” existente, esto es, fruto de la foralidad, lo que le hace único y diferenciado al estar basado en los derechos históricos de sus territorios forales. No se aceptó en su plenitud, aunque en gran parte se encuentra en la Disposición Adicional Primera. Así el PNV pidió la abstención en el referéndum constitucional.

Quedaba el Estatuto de Autonomía que, finalmente, fue aprobado el 25 de octubre de 1979. Tras su publicación en el Boletín Oficial del Estado, quedó disuelto el Gobierno vasco nacido del estatuto de 1936 y, su lehendakari, Jesús María de Leizaola, regresaba a la Euskadi peninsular tras 42 años de exilio. Meses más tarde, asistió en Gernika al juramento de Garaikoetxea como tercer lehendakari. Se habían conseguido la amnistía y la autonomía, aunque, desgraciadamente, ETA había vuelto a matar.

El autor

koldo san sebastián

Periodista e historiador. Ha trabajado en diferentes medios desde 1971: La Voz de Avilés, Punto y Hora de Euskal Herria, La Voz de Asturias, DEIA, Muga y Euzkadi, entre otros. Ha dirigido y escrito series documentales para televisión como Del País de los vascos, Espías vascos o La Guerra Civil en Euskadi. Entre su bibliografía: Historia del Partido Nacionalista Vasco (1985) o Los años difíciles con Iñaki Anasagasti (1986).

El PNV fue marginado de la Ponencia constitucional, pero Xabier Arzalluz se empleó a fondo para incluir la Enmienda 689

Dos elementos estaban presentes en ella: el autogobierno como derecho originario y la incorporación desde el ‘hecho diferencial’

Doroteo Ciaurriz y la Biblia del padre jesuita Olabide

LA ACTUACIÓN DE DOROTEO CIAURRIZ DURANTE EL BOMBARDEO DE GERNIKA ES PRÁCTICAMENTE DESCONOCIDA. SIN EMBARGO, ESTE TOLOSARRA PUSO EN PELIGRO SU VIDA POR SALVAR DE LAS LLAMAS UNA OBRA QUE CREÍA QUE ENRIQUECERÍA EL ACERVO DEL EUSKERA

GOTZON LOBERA REVILLA (SABINO ARANA FUNDAZIOA) 

ES de considerar también que esta Biblia inédita y estos libros eran ya res derelicta y destruida, a no ser por lo que le diré: estando el padre Olabide en Bilbao, tuvo noticia del bombardeo de Gernika, y ¡Ay, mi Biblia!, exclamó. Don Doroteo Ciaurriz tomó inmediatamente su automóvil y pudo rescatar ese precioso material de entre las llamas, pues la casa estaba ardiendo por los cuatro costados».

Esta actuación de don Doroteo Ciaurriz es prácticamente desconocida. Creo que merece ser destacada en la 83ª conmemoración del bombardeo de la villa foral, porque se trata de una de esas acciones de arrojo de personas que, más allá de su seguridad personal, están dispuestas a poner en riesgo su vida por algo que creen que debe ser rescatado o salvado o, en su caso, defendido. Este era el carácter de don Doroteo Ciaurriz y así puso en peligro su vida por salvar una obra que creía que enriquecería el acervo del euskera.


Entierro en Bilbao del jefe del Cuerpo de Capellanes del Ejército de Euzkadi, José María de Korta, muerto en el frente de Asturias. En la imagen de la manifestación de duelo figuran, de izquierda a derecha, Eliodoro de la Torre, Doroteo Ciaurriz, el lehendakari José Antonio Aguirre, Jesús María de Leizaola y Pedro Basaldua.

LOS PROTAGONISTAS La figura de don Doroteo Ciaurriz y Aguinaga es conocida en otros aspectos. Este tolosarra nació el 6 de febrero de 1883 y falleció en Donibane Loizune, en el exilio, el 2 de septiembre de 1951. Médico de profesión, patriota hasta la médula, fue alcalde de su villa natal durante el bienio 1931-1932 y miembro de la mesa electoral celebrada en Gernika el 7 de octubre de 1936 para elegir al lehendakari. Además, fue también presidente del Euzkadi Buru Batzar durante el periodo 1936-1951.

Raimundo Germán Olabide y Carrera (conocido como Raimundo Olabide), por su parte, nació en Gasteiz el 15 de marzo de 1869 y falleció en Toulouse (Occitania) el 9 de septiembre, día de la Virgen de Arantzazu, de 1942, también en el exilio. De raíces guipuzcoanas, incluida una rama de Tolosa, no habló euskera ni en su niñez ni en su mocedad, hasta que a los 27 años, después de leer a Arturo Campión, se decidió a aprenderlo. Fue miembro de número (Euskaltzain oso) de la Real Academia de la Lengua Vasca y es conocido, sobre todo, por su monumental obra Itun zâr? eta ber?ia (Idazteuna), es decir, la traducción al euskera de la Biblia.

LA FUENTE Quien esto esté leyendo puede preguntarse si el suceso citado al principio del artículo es de fiar. Esté tranquilo, la fuente es ni más ni menos que Nicolás Ormaechea Pellejero, Orixe. Este la recoge directamente del padre Olabide, con quien mantuvo una larga amistad. Se desprende del relato que en el momento en que el padre jesuita Raimundo Olabide recibe la noticia del bombardeo estaba con don Doroteo Ciaurriz.

¿Cómo ha llegado esta información hasta nosotros? Gracias a la tarea inefable de investigación del carmelita Lino Akesolo Olivares. Este religioso publica en la revista carmelitana Karmel, durante 1979 y 1980 cinco artículos con las cartas que Orixe envió al padre Martín Oyarzábal, quien, poco antes de morir en la residencia para sacerdotes de Begoña, se las hace llegar a un conocido, que es quien se las facilita al padre Lino Akesolo. En el número segundo de 1980 de dicha revista aparece la carta en la que se da cuenta de lo sucedido aquel 26 de abril de 1937, de luctuoso recuerdo. Se podría afirmar que tenemos noticia de la acción de don Doroteo Ciaurriz por mero azar.

LOS ORÍGENES DE LA FUENTE En una carta que envía Orixe desde la finca Miramar en la guatemalteca Zaragoza al padre Martín Oyarzábal, el 3 de septiembre de 1954, incluye la copia de la misiva que previamente había enviado al padre jesuita Perico Echeverría, haciéndole saber que, desde 1938 y hasta 1940, tanto el padre Oyarzábal como el propio Orixe estuvieron anotando la traducción del Viejo Testamento que realizaba a la sazón el padre Olabide. El Nuevo Testamento ya lo había publicado Olabide en Bilbao en 1931 (Itun Beia). Otra copia de dicha carta fue enviada al reverendo padre jesuita Leturia, que se hallaba en Roma.

La relación de Orixe y Martín Oyarzábal con el padre Olabide iba más allá de aquellas estadías que mantuvieron juntos en Toulouse. No hay que olvidar que los tres tuvieron que marchar al exilio. Además, la confianza que tenía Olabide en Orixe respecto del euskera era de absoluta confianza. Orixe y Martín Oyarzábal recibían los textos traducidos enviados por el padre Olabide, y ellos le remitían sus notas. Olabide aceptó todas las sugerencias que le hicieron Orixe y Martín Oyarzábal. Esta confianza la describe así Orixe en la misiva enviada al padre jesuita Perico Echeverría: «Últimamente, a cualquiera indicación lingüística que le hacíamos: Ale, ale respondía–, póngalo así«.

LA RAZÓN DE UNA DISCORDIA La cuestión se suscita porque Orixe se había ofrecido, junto con el padre Martín Oyarzábal, a la Compañía de Jesús para dar término al trabajo y proceder a la publicación del Antiguo Testamento. La Compañía de Jesús, sin embargo, no respondió a dichas misivas y encargó al sacerdote jesuita Perico Echeverría, que se hallaba a la sazón en Formosa –la actual Taiwán–, para que llevara a cabo la publicación de la Biblia traducida por Olabide.

Orixe lo expone así en su carta enviada al padre jesuita Perico Echeverría, copiada en su misiva del 3 de septiembre de 1954: «Entretanto otra cosa me ha ocurrido de interés para los jesuitas, para nuestro pueblo y para nosotros, sus dos amigos don Martín Oyarzábal y yo. Nosotros dos somos, por decirlo así, los herederos o colaboradores en el Antiguo Testamento del padre Olabide, ya terminado de traducir, pero que necesita algunas correcciones, notas y prólogo, para lo cual suministraríamos nosotros material, de modo que entregaríamos la obra ya ultimada para la imprenta, salvo las notas que exige el Canon, de las cuales y del prólogo se pudieran encargar ustedes».

Recordemos que el padre Olabide había fallecido doce años antes a escasos días y tanto Orixe como Martín Oyarzábal tenían desde entonces el ánimo de dar los últimos retoques a la traducción, proponiendo que las cuestiones canónicas y de presentación de la edición corriera de cargo de la Compañía de Jesús.

EL DESENLACE DE LA DISPUTA Orixe no se da por vencido y da cuenta a su «carísimo en Cristo padre Perico» de las relaciones mantenidas con el finado padre Olabide sobre las correcciones que habría que realizar a su traducción y manifiesta su disposición y la de Martín Oyarzábal para llevar a cabo la tarea. La respuesta de Perico Echeverría deja helado a Orixe cuando le transmite que en Toulouse no queda ni rastro de las anotaciones, comentarios y correcciones que ellos habían realizado.

Así, el 9 de agosto de 1957, Orixe ya había perdido toda esperanza de que pudiera realizar alguna aportación, tal y como escribe al padre Martín Oyarzábal: «€ No tengo grandes esperanzas. Nuestros amigos quieren para sí totum honorem«.

‘ITUN ZÂR ETA BE?IA’ El 3 de julio de 1958, Orixe se lamenta ante el padre Martín Oyarzábal porque la publicación de la Biblia, prevista para Andramaris de aquel año, se retrasará hasta Navidades; sin embargo, su alegría es sincera y rotunda por la próxima publicación («Ze atsegina!»).

Además, da cuenta de que Jokin Zaitegui está preparando un número especial de la revista Euzko-Gogoa para el número doble 5-6 de aquel año. Cosa que se cumplió. Cabe mencionar que en este número publicaron sus artículos diversos jesuitas.

Así, en 1958 es publicada en Bilbao la Biblia traducida por el padre Raimundo Olabide, con el nihil obstat pertinente y la dedicatoria del entonces obispo de Bilbao. Perico Echeverría, como editor, incluyó aquel Itun Be?ria publicado en Bilbao en 1931. Deo gratias.

DOROTEO CIAURRIZ Y EL EUSKERA Todo esto que he relatado no hubiera sido posible si don Doroteo Ciaurriz no hubiera acudido en su automóvil a Gernika desde Bilbao para salvar el manuscrito del padre Raimundo Olabide. No solo acudió, sino que tuvo que entrar en un edificio en llamas para rescatar aquel valioso documento que posteriormente enriqueció el acervo lingüístico de nuestro pueblo.

Este es un atípico ejemplo de aquellas personas que sin haber escrito en euskera han contribuido de una manera importantísima a su enriquecimiento, sin reparar en su propia seguridad. He dicho «atípico», porque acciones de esta naturaleza no son habituales.

Se dice de don Doroteo Ciaurriz que era de temperamento ágrafo, lo cual es un rasgo típicamente vasco, pero también estoy convencido de que poseía el rasgo vasco de la modestia y de la discreción, ya que no proclamó a los cuatro vientos esta acción suya, de una importancia extraordinaria para el euskera.

De no haber relatado el padre Olabide a Orixe los sucesos de aquel día, el de Orexa no se la habría comunicado al padre Martín Oyarzábal, y este, a través de un amigo, no la hubiera podido hacer llegar al padre Lino Akesolo, no habríamos tenido conocimiento del carácter enérgico y decidido de aquel tolosarra, vascoparlante nativo ágrafo, médico y nombrado presidente de EAJ-PNV un año antes del suceso.