Coronas de laurel, hojas de roble

En el ocaso de la Segunda Guerra Mundial, los gudaris vascos tuvieron finalmente la ansiada oportunidad de luchar contra el ejército alemán. Esta es su historia

AITOR MIÑAMBRES 

EL 26 de abril de 1945 tenía lugar en Burdeos una gran parada militar para celebrar la expulsión definitiva de las tropas alemanas nazis de la comarca de la Gironde. El público, entusiasmando, aclamaba a las fuerzas libertadoras y arrojaba flores a su paso. Entre ellas, había una singular unidad extranjera, vestida de azul verdoso, que tomaba parte con su propia enseña: la ikurriña. Las tropas formaron marcialmente en la inmensa explanada de la plaza Quinconces, junto al monumento a los girondinos, donde su jefe, el general Larminat, les arengó y procedió a pasar revista para la entrega de condecoraciones. Sonaba la música triunfal y los aplausos de la multitud no cesaban. El general se detuvo largo rato frente a la bandera vasca, se cuadró y saludó militarmente. Tras ella, en columna de a dos, se encontraban los hombres que habían hecho posible la victoria: el batallón Gernika.


Memorial de la cota 40 (Montalivet). El batallón es homenajeado por las instituciones vascas y aquitanas. Foto: Joselure

Ocho años atrás, también un 26 de abril, había tenido lugar precisamente en Gernika, la agresión más brutal del nazismo contra el pueblo vasco: el bombardeo y la aniquilación de la villa foral. En aquellos momentos de 1937, Euzkadi soportaba la más fuerte ofensiva del ejército franquista ante la pasividad de las democracias occidentales, que entonces cerraban los ojos ante el auge del fascismo.

EUZKADI, BELIGERANTE A la larga vencidos, los vascos emprendieron el duro camino del destierro, y aunque los horizontes se les cerraban, algunas puertas se abrían. Francia toleró la presencia de los refugiados, en una atmósfera europea donde soplaban vientos de una guerra mundial que no tardó en llegar el 1 de septiembre de 1939. En esa tesitura, el lehendakari Agirre fue claro y conciso: «Dadas las causas invocadas y los métodos empleados por Alemania para desencadenar la guerra, se trata para nosotros de la guerra entre todo lo que es digno de ser apreciado y todo lo que merece nuestra condena. Los vascos jamás dejarán de cumplir su deber al servicio de la libertad y de la dignidad humanas». Euzkadi era beligerante y los vascos buscaban un lugar en las filas aliadas para luchar contra la Alemania nazi.

Sin embargo, la esperanza de la victoria se esfumó una vez más. Alemania derrotó a Francia que, tras el armisticio del 22 de junio de 1940, quedó dividida y ocupada en una parte por los alemanes y gobernada en la otra por un régimen filofascista francés, con capital en Vichy.

En esa situación, la población vasca exiliada hubo de sobrevivir, en la medida de lo posible, bajo la amenaza permanente de encarcelamiento, deportación o repatriación por su condición antifranquista. Ello no impidió que numerosos vascos y vascas colaboraran con la incipiente resistencia francesa en multitud de actividades tendentes a erosionar el esfuerzo de guerra alemán y facilitar la victoria aliada, ya que la guerra continuaba en otros frentes del planeta. Así, no cesaron las labores de espionaje, ayuda en las rutas de evasión de prisioneros y sabotajes en la producción o en las infraestructuras del enemigo. Finalmente, llegó el momento de participar en acciones armadas y muchos vascos pasaron a integrar el maquis o guerrilla, acabando encuadrados en la Unión Nacional de Guerrilleros Españoles. Uno de ellos fue Kepa Ordoki, gudari y antiguo comandante del ejército de Euzkadi, quien, tras recibir del consejero Eliodoro de la Torre el encargo del Gobierno vasco de agrupar a todos los combatientes vascos en una sola unidad, reunió a unos 200 hombres.

Tras el desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944, el territorio francés comenzó a ser liberado, entrando los aliados en París el 25 de agosto. En esa coyuntura, los republicanos españoles, secundando a los dirigentes del Partido Comunista, decidieron concentrarse en el Pirineo navarro con la intención de atacar a la España de Franco. Ordoki, siguiendo las instrucciones recibidas del Gobierno vasco, conocedor de las fuertes defensas construidas por el dictador en la muga, informó a sus hombres de lo dificultoso de esa operación, proponiéndoles segregarse de la Unión Nacional y pasar a formar parte de las Fuerzas Francesas del Interior como unidad vasca propia, lo cual la gran mayoría aceptó. El mismo camino siguió un grupo similar de anarquistas españoles que más adelante formarían el batallón Libertad.

NACE EL BATALLÓN GERNIKA De esta manera, la unidad vasca comandada por Kepa Ordoki, se separó de la agrupación guerrillera y fue trasladada desde el Bearn hasta Burdeos por la autoridad militar francesa en diciembre de 1944, para finalmente llegar a su campamento en la localidad de Le Bouscat. Mientras tanto, comenzaban en París las conversaciones entre los gobiernos francés y vasco sobre las bases para la organización de una unidad militar vasca, integrada en el ejército francés, durante el tiempo que durase la guerra contra Alemania. En palabras del consejero Leizaola, «Euzkadi, la primera agredida, debe estar presente en la última batalla». La unidad recibiría el nombre de Batallón Gernika, en recuerdo de la villa bombardeada que acoge el roble símbolo de las libertades vascas.

Así, comenzó la recluta de nuevos jóvenes entusiastas con los que engrosar las filas del batallón, gente de todas las ideologías, principalmente nacionalistas vascos seguidos de socialistas, hombres dispuestos a luchar por la victoria aliada y el retorno de la democracia a su país. Pronto recibieron equipamiento militar y armas, a veces escasas y muchas de ellas capturadas a los alemanes, así como los nuevos uniformes en los que destacaba la ikurriña sobre la manga izquierda de la chaqueta. De esta manera, durante varias semanas se entregaron a fondo a la organización y al entrenamiento para el combate.

POINTE DE GRAVE Aunque la mayoría de las fuerzas alemanas se habían retirado de Francia, en algunos puntos del Atlántico se mantenían las fortalezas nazis abastecidas desde el Estado español. Tal era el caso de la Festung Gironde Süd, en la península del Medoc, amenazando Burdeos, con 4.000 efectivos en torno a las baterías de artillería de marina del Muro Atlántico, fuertemente protegidas por nidos de ametralladora, alambradas, fosos anticarro y campos de minas. Se acercaba la derrota alemana y el final de la guerra, y el líder francés, general De Gaulle, por razones políticas quería liberar la totalidad de su territorio. En estas circunstancias, el batallón Gernika fue enviado al frente de combate, integrado en el Regimiento Mixto de Marroquíes y Extranjeros dirigido por el comandante Chodzko, militar legionario polaco, a su vez integrado en la Brigada Carnot mandada por el coronel Jean de Milleret.

Desplegada la unidad desde el 22 de marzo de 1945 en el frente del Medoc, en Lesparre, los gudaris se habituaron al entorno, salpicado de pinares aunque en su mayoría cenagoso e intransitable. Así, el día 14 de abril comenzaban las operaciones desde Vendays. La aviación aliada y la artillería francesa batieron duramente las posiciones alemanas como preparación al ataque. Los gudaris escucharon misa esa mañana y tomaron posiciones frente a la Cota 40. Antes de la acometida, entre las dunas, su comandante Ordoki les arengó: «Ha llegado la hora de combatir, de vencer al enemigo y de hacer saber al pueblo de Francia que los vascos sabemos luchar y morir por la libertad». Eran las 15:30 horas y los hombres comenzaron a avanzar por secciones, con la ikurriña desplegada, cantando el Euzko Gudariak, por un cortafuego estrecho, tras una avanzadilla que iba localizando las minas y balizando el camino. Su marcha era contenida por los alemanes que luchaban con gran tesón desde los nidos de ametralladora. El asalto a la cota 40, loma muy fortificada, fue durísimo, pues el camino era batido sin cesar por los morteros enemigos. Las bajas fueron numerosas y se hicieron los primeros prisioneros alemanes. Finalmente, el batallón fue relevado para su descanso con cuatro muertos a los que habría que sumar otro de fecha anterior: Antonio Mugica, Félix Iglesias, Juan José Jausoro, Antonio Lizarralde y Prudencio Orbiz, así como 18 heridos.

En los días posteriores, los gudaris fueron ocupando distintos pueblos de la costa, entre bosques ardiendo, cadáveres y dunas a la orilla del mar: Montalivet, Grayan y Soulac, pueblo éste que terminaron de limpiar de resistencia alemana durante la jornada del 18. Llegó así su combate final, en Pointe de Grave, el 19 de abril. El batallón Gernika, junto con el Libertad, atacó la batería de Arros, apoderándose del complejo de bunkers de la playa, mientras los alemanes se rendían en masa tras conocer la noticia de la muerte de su jefe, el capitán de corbeta Schillinger. Los gudaris habían capturado tres banderas nazis ese día y, por fin, se entregaban a un merecido descanso. Las operaciones en la zona terminaron con la toma de Le Verdon y la capitulación del mando alemán al día siguiente.

EL BRINDIS DE DE GAULLE El día 22 de abril el general De Gaulle llegaba al aeródromo de Grayan y felicitaba a sus mandos y tropas. En medio de la euforia por la victoria, requirió la presencia del comandante vasco, Ordoki. Abriendo una botella de champán, alzó la copa diciendo: «Mi comandante, Francia no olvidará el gesto de coraje y sacrificio hecho por los vascos para la liberación de su tierra».

Así, tras el imponente desfile del 26 de abril, llegó el 1 de mayo y los gudaris recibieron la sorpresiva visita del lehendakari Agirre, recientemente llegado de Nueva York. La alegría fue inmensa. El lehendakari confiaba en la próxima caída del régimen franquista, pero la historia pronto seguiría otros derroteros.

TODA GLORIA NO ES EFÍMERA Transcurridas unas semanas, llegaría el final de la guerra en Europa y la desmovilización del batallón Gernika. Sus combatientes lograron algunos derechos en la nueva República Francesa, aunque jamás pudieron contemplar la anhelada derrota del franquismo que les permitiera volver a casa. Nuevamente las democracias occidentales miraban para otro lado.

En la posguerra honraron a sus muertos, enterrados en el cementerio de Rétaud, y participaron en homenajes con la presencia de antiguos combatientes. Después, con la llegada de la democracia a Euskadi, fueron reconocidos con un monumento a su lucha, allí en Gernika, la villa tan querida por ellos y que había dado nombre a su batallón. Tal vez no fue hasta abril de 2015 cuando recibieron un homenaje de gran repercusión, con la presencia de uno de los últimos gudaris, Francisco Pérez, en el Memorial de la Cota 40, acompañado del lehendakari Iñigo Urkullu y del presidente de Aquitania.

Ahora que se cumplen 75 años de su gesta, es un buen momento para recordarla y que su gloria no sea efímera. En palabras de Francisco, ya fallecido y cuyas cenizas descansan en la playa de Arros: «El mayor enemigo de la memoria no es el tiempo, sino el silencio».

La modificación del Concierto Económico de 1920, una ‘antigualla’ que se actualiza hoy como ayer

EL CONCIERTO ECONÓMICO ES UN INSTRUMENTO VIVO QUE HA SABIDO AMOLDARSE, DE LA MANO DE LAS INSTITUCIONES VASCAS, A LAS CIRCUNSTANCIAS CAMBIANTES, PARA SEGUIR SIRVIENDO DE FORMA EFECTIVA A LOS INTERESES DE LOS CIUDADANOS DE EUSKADI

EDUARDO J. ALONSO OLEA 

UNA de las críticas que se ha hecho al Concierto Económico con más frecuencia, y no solo en los últimos años, ha sido la de ser una antigualla en los tiempos que corren, en pleno siglo XXI. Pues bien, no hace muchos días el Concierto se puso en disposición de ajustarse a los nuevos tiempos, al comercio por Internet o a la recaudación del IVA transfronterizo, en el acuerdo del pasado 11 de marzo, que todavía se tiene que materializar en algunos aspectos.

Pero no es la primera vez que se hace. Es decir, si bien en 1878 Cánovas del Castillo y Manuel María de Gortázar, presidentes del Gobierno y de la Diputación Provincial de Vizcaya, respectivamente, no tenían ni idea de lo que iba a ser Internet o el IVA transfronterizo, el sistema ha sido lo suficientemente flexible como para que, tras 142 años, continúe funcionando.

La minería, a la izquierda, fue un sector de interés para la Diputación y el Concierto S.A.F.

Vamos a ver, entonces, otro momento de crisis en 1920, otro momento en el que se producían todavía muertos por la gripe española, cuando el Concierto Económico fue modificado, con su correspondiente elevación del cupo y el aumento de los tributos sujetos a acuerdo.

El origen de esta modificación parcial, materializada en el Real Decreto de 28 de julio de 1920, fue el problema que se estaba planteando desde 1917 al respecto del cobro del Impuesto de Utilidades sobre empresas extranjeras radicadas en el País Vasco. El Impuesto de Utilidades, dividido en tres tarifas, para entendernos, fue un impuesto creado en 1900, antecesor de los actuales Impuestos sobre la Renta, sobre Actividades Económicas y sobre los Beneficios de las Sociedades. Realmente, la pretensión del Ministerio de Hacienda era recaudarlo a empresas vascas o extranjeras que operaban en territorio común a lo que, lógicamente, se negaban las Diputaciones. Ciertamente, el debate era más de fondo en el sentido de que el Decreto que regulaba el Concierto, a la altura de 1917 era el de 13 de diciembre de 1906, que había fijado las cifras del cupo inalterables hasta 1 de enero de 1927. Pero la Primera Guerra Mundial había provocado una intensa elevación de precios en España, por lo que la cuantía de los cupos, fijada en pesetas de 1906 para veinte años, alcanzaba cantidades menguantes en pesetas de 1917. Así que era normal que la Hacienda del Estado, especialmente necesitada de recursos, mirase con fruición las bases imponibles de sociedades extranjeras o vascas con actividad en territorio común.

El mismo día 14 de diciembre de 1917 en que los representantes de las Diputaciones entregaban el conocido Mensaje al Presidente del Gobierno, García Prieto, en petición de autonomía para la provincias, en un despacho del Ministerio de Hacienda tuvo lugar otra reunión, mucho más discreta, entre comisionados de las diputaciones y del Ministerio de Hacienda. El motivo: la aplicación del Impuesto de Utilidades a las Sociedades Extranjeras, como un primer paso para hacerlo a las vascas que actuasen en territorio común.

CRITERIO DE TERRITORIALIDAD

Para las diputaciones, como para la Hacienda central hasta entonces, nunca había sido importante el lugar de constitución de una sociedad. En su consecuencia estas sociedades pagaban las correspondientes Tarifas de Utilidades a las diputaciones, pero el criterio de territorialidad, de donde estaba domiciliada una empresa, tenía crecientes problemas porque muchas empresas vascas ampliaban mercados en España, Europa y América, debido a la oportunidad que les había dado la Gran Guerra. Así que el Ministerio de Hacienda insistió en que se habían producido abusos en forma de empresas, casi a punto de quiebra que, de repente, reaparecían con capital y negocios ampliados en territorio castellano en donde no tributaban amparadas por el Concierto Económico.

Las opciones para controlar este fraude fueron varias, pero las Diputaciones insistieron en que los cupos eran intocables hasta enero de 1927. Como solución de compromiso, las diputaciones comenzaron a madurar la idea de elevar el cupo al Estado, como compensación a esas bases imponibles que se negaban a transferirle, pero incluyendo también algún impuesto el Concierto. Además, también querían conseguir una declaración formal y ventajosa respecto a las sociedades formadas después de 27 de marzo de 1900, puesto que las formadas antes de esa fecha estaban exentas según el primer punto de conexión establecido en el Concierto en ese año.

El 29 de abril de 1920 se aprobaron diversas leyes, con la firma del ministro de Hacienda, Gabino Bugallal, que elevaban las tarifas de los más variados tributos: la Contribución Industrial, el Timbre, transmisiones hereditarias o la Contribución de Utilidades. Esta profunda reforma de tarifas hacía necesario que el Concierto se actualizase, para lo que había que llegar a un arreglo entre Gobierno y diputaciones. Arreglo que se aprovechó para tratar el asunto de la territorialidad y en el que las diputaciones vieron la oportunidad de clarificar este problema, con ventaja, a costa de pagar un cupo más crecido, al concertar diversas tarifas de los impuestos ahora incrementados. Arreglo que se materializó en el Real Decreto de 28 de julio y en la Real Orden de 30 de agosto de 1920.

Se acordó establecer el principio de territorialidad de la siguiente manera: La sociedad o compañía, lo mismo nacional que extranjera, que opere en territorio aforado, es natural que queda sometida, en cuanto a Utilidades de la riqueza mobiliaria e impuesto del Timbre, a la Ley económica concertada que allí rige, condición que pierde en cuanto extiende su radio de acción más allá de las Provincias Vascongadas.

Sin embargo, en este principio de territorialidad que las diputaciones habían defendido siempre, había un matiz. Ya en su parte dispositiva, se hacía la aplicación del principio, con la frontera temporal del 27 de marzo de 1900; es decir, que las sociedades anteriores a esta fecha estarían incluidas en el Concierto, fuera cual fuese su campo de actuación o fuentes de beneficios.

Para conservar la reciprocidad las actividades de las empresas domiciliadas o constituidas fuera de las provincias, pero que operasen en ellas, se consideraban incluidas en el Concierto. Y por último todas las compañías extranjeras, cualquiera que fuera su fecha de constitución, tributarían por sus actividades en territorio concertado con los impuestos establecidos por las diputaciones; y sus títulos y acciones, siempre que circulasen dentro de las tres provincias y perteneciesen a tenedores vascos, no estarían sujetos al pago del Timbre.

Un mes más tarde, y oídas las diputaciones, se fijaron los aumentos del cupo, al aplicar las leyes tributarias del 29 de abril de ese año. En esta ocasión se integraron dentro del Concierto la Contribución sobre las Utilidades de las Compañías Mineras, y también el impuesto del 3% sobre el producto bruto del mineral. También se incluía en el Concierto el Timbre de los productos envasados. Por todo ello se incrementaban los cupos, desde el 1 de octubre de 1920, en 25.000 pesetas para Araba, 185.000 para Gipuzkoa y 2.290.000 para Bizkaia. Por último, se establecía que las modificaciones que establecían en los impuestos ya concertados las leyes de 29 de abril de 1920 no eran exigibles y, por tanto, quedaban sus cupos invariables hasta el 1 de enero de 1927. Aunque la ley de 29 de abril había sido firmada por Bugallal, en mayo hubo un cambio de Gobierno, por lo que la negociación del detalle del asunto se hizo con otro ministro de Hacienda, el andaluz Lorenzo Domínguez Pascual. Pero no hay que olvidar que el presidente del Gobierno del momento fue Eduardo Dato, con evidentes conexiones con Araba.

Estas subidas se podrían considerar como abultadas. Por primera vez se llegaba a rebasar los 10 millones de pesetas como cupo líquido, de los cuales Bizkaia aportaba bastante más de la mitad. Era lógico este incremento, de hecho la mayoría del aumento del cupo recaía en ella, por ser la provincia en donde se encontraban registradas la mayoría de las sociedades afectadas y, además, de tener una importante actividad minera.

CUPO COMPENSADO 

Sin embargo, estas subidas en términos absolutos no han de engañar. En realidad era un acuerdo ventajoso, ya que se transfería a las diputaciones el cobro de ciertas tarifas de las Utilidades y un impuesto más, el de mineral, por lo que la subida del cupo podría ser compensada.

El impuesto sobre el mineral fue rápidamente establecido por la Corporación provincial vizcaina. Pero lo más curioso fue que las tres diputaciones estudiaron la posibilidad de que la encargada de cobrarlo en las tres provincias fuera la Diputación vizcaina. El razonamiento era el siguiente: el grueso de la recaudación estaría en Bizkaia, que debería adaptar sus servicios a la recaudación del impuesto. Como en Gipuzkoa y en Araba se preveía que sería muy pequeña, no compensaría su recaudación con los gastos para ello. Por eso Bizkaia lo recaudaría y entregaría las cantidades cobradas, menos un 10% por gastos de cobranza.

Vemos por lo tanto cómo, hace un siglo, el Concierto se actualizó para establecer la forma, por lo menos primigenia, de incorporar el principio de territorialidad y qué hacer con las empresas vascas que actuaban en territorio común. Problema que continúa hoy, para lo que hay puntos de conexión, desde aquel original fijado en 1900, o la actividad de la Junta Arbitral del Concierto Económico, o como ha ocurrido en el último acuerdo del 11 de marzo, se ha acordado reconocer a las diputaciones forales como competentes para recaudar el IVA transfronterizo de determinados regímenes especiales, avanzando hacia el procedimiento de ventanilla única promovido por la Comisión Europea. Otra muestra, en definitiva, de que el Concierto Económico no es ninguna antigualla.


El capitán de miñones que no comulgaba con las dictaduras

Tras sufrir a Primo de Rivera y conocer a Franco y Sanjurjo, el militar Casiano Guerrica-Echevarria se alineó junto al lehendakari Aguirre, que le quiso a su lado

Un reportaje de Iban Gorriti

Tenía 32 apellidos vascos. Nació en Cáceres, de familia bilbaina. De capitán de Miñones de Bizkaia llegaría a ser jefe de artillería del cuerpo del Ejército de Euzkadi. Dos de las personas que han estudiado su curiosa figura a rescatar del olvido son el abogado José Luis Aguinaga y el profesor de la UPV/EHU Aritz Ipiña. 

Una reflexión de este último es muy aclaratoria: “Casiano Guerrica-Echevarria, a pesar de no ser un militar izquierdista ni nacionalista vasco, pagó su participación en la defensa de la legalidad republicana como militar al servicio del Estado que era, con nueve años de exilio en Francia y la expulsión del Ejército”.

A juicio de este historiador, transcurridos 83 años del golpe de Estado franquista, “es necesario desechar la idea que aún perdura en parte de la sociedad de que únicamente fueron los militares los que se sublevaron contra la República, ya que muchos de ellos pagaron con su vida, con la cárcel o el exilio el permanecer al lado de las fuerzas gubernamentales”.

El propio Casiano confirmaba estas impresiones. “No he sido nunca político. Como militar no tenía por qué estar en ninguna tendencia, ni leíamos prácticamente los periódicos políticos. Personalmente me podía encontrar, y me encuentro, como social-cristiano”, daba testimonio a Aguinaga.

En sus tiempos mozos, el extremeño conoció a quien a la postre fue lehendakari porque militaba con 16 años en el Athletic. Además, como en la actualidad el exrojiblanco Koikili Lertxundi, practicaba lucha grecorromana en el Deportivo. “En esas fechas conocí a José Antonio Aguirre, un hombre que no solo hablaba, sino que predicaba con el ejemplo”, valorizaba Casiano. Iba más allá al evocar que cuando le nombraron presidente, él estaba con gripe. “No pude asistir a la sesión de investidura. Aguirre preguntó por mí y cuando le dijeron que estaba enfermo me mandó una carta que me llegó por la noche, diciéndome que me recuperara pronto, ya que me quería a su lado, y encargándome de todos los servicios de municionamiento y armamento. Es más, me dijeron para ser general de División, pero yo solo quería ser miñón”.

Guerrica-Echevarria nació en el 13 de agosto de 1897. Quiso estudiar ingeniero, sin embargo se presentó a la Academia de Artillería de Segovia. Según su versión, se presentaron 1.800 para 40 plazas e ingresó como el número cinco en 1915. Fue destinado a Iruñea y Donostia.

En 1921 fue trasladado a África. Conoció a los militares Sanjurjo y Franco 15 años antes del golpe de Estado de julio de 1936. Le mandaron forzoso como profesor de la Academia de Artillería. El totalitarista Primo de Rivera le echó del cuerpo “sin ninguna explicación, y es que a mí las dictaduras no me han salido bien”, detallaba.

En 1930 fue admitido de nuevo y destinado a Catalunya y de nuevo a Donostia. Durante la República, Ramón Madariaga, diputado, le propuso ir a Miñones y así lo hizo. En 1932, aquel cuerpo estaba dividido en tres secciones: “Encartaciones, que es la zona que mandaba yo, Duranguesado y Gernika”.

Al estallar la guerra, fue integrado en la Comisión de Movilización e Industria, es decir, la reorganización de las industrias para convertirlas en fábricas de armamento. El Gobernador le nombró Jefe de Industria y Servicios de la Artillería, y aceptó con la condición de no separarse de los miñones. Sin embargo, el 13 de junio de 1937 se vio en la tesitura de huir en barco desde Santurtzi a Francia en un barco destinado a mujeres y niños, junto con el jefe de Sanidad Militar, Fernando Unceta, entre otros militares. “Vio la guerra perdida, su vida en peligro y huyó”, apostilla Ipiña.

“Conocí a Casiano -aporta el exsenador Iñaki Anasagasti- y me dijo en su día que él hubiera hecho la ofensiva de Villarreal de otra forma. Y yo estimo que con más posibilidades de actuación hubiera sido así. Le recuerdo en una foto con Aguirre y el consejero Santiago Aznar allí. Fue un fracaso porque Ciutat, enviado comunista, no estuvo a la altura”.

Cuando acabó la guerra, Casiano cruzó la muga a Francia, a Cambó-Le Bains, donde colaboró con la Resistencia. “Antes de eso hubo un hecho que levantó polémica: recibí la orden de destruir la industria, pero lo que hice fue desorganizar los servicios. Lo hice por una razón clara. Hay un dicho: si quieres herir de muerte a una nación, destrúyele las fábricas, y yo no quería eso para mi pueblo”, explicaba.

Consejo de guerra Durante la II Guerra Mundial, Guerrica-Echevarria trabajó, dados sus conocimientos, como ingeniero en el arsenal de Tarbes. Al terminar la guerra, y como la División Azul había sido beligerante, Franco, como diría Casiano, promulgó una amnistía en la que se conmutaba la pena principal, pero no las accesorias. “Después de pensarlo y de establecer algunos contactos, me acogí a esta amnistía, en la que pasábamos a ser paisanos. Pero antes me hicieron consejo de guerra en Burgos, y el general Martínez Campos firmó una declaración de oficio en la que destacaba mi honorabilidad y dignidad en el campo contrario, sirviendo al juramento que yo había hecho a la República. Y que a pesar del daño que les había hecho en batallas donde la Artillería tenía algo que ver como Villarreal, tenía una historia muy limpia como persona”. Posteriormente trabajó en Luzuriaga, en la Comisión de Productividad.

De la tarima a las trincheras: historia de un capitán de las Milicias Vascas, Julián Sansinenea

Pudo haber sido una estrella de la música. Sin embargo, el barítono donostiarra Julián Sansinenea vio cómo la Guerra Civil le llevó a otros frentes. Los de la defensa de Madrid, en los que también demostró su valía

Carlos Iriarte

ERAN las 10.30 de la noche del viernes 13 de mayo de 1932. El barítono donostiarra Julián Sansinenea salía al escenario del Teatro Rialto, en plena Gran Vía de Madrid, para interpretar el papel protagonista de la opereta Katiuska, del maestro Sorozabal, junto a la soprano Conchita Panadés. Debía sustituir al divo Marcos Redondo y para colmo estaba enfermo de apendicitis, pero de su actuación dependía su salto a la escena de la capital. Era, nada menos que, el momento clave de su carrera. Sansinenea demostró lo que valía, y sobreponiéndose al dolor dio una actuación espectacular que se ganó el aprecio de la crítica. Frases como «de espléndidas cuerdas vocales y de una de puradísima escuela de canto», «artista de cualidades magníficas» o «de bella y extensa voz, manejada con singular soltura» acompañaron su nombre en los periódicos.


Grupo de milicianos vascos, frente a las oficinas de la Gal.

Lo que en aquel momento Sansi no podía saber es que su papel de comisario político sería premonitorio del papel que desempeñaría pocos años después al mando de un batallón vasco en el frente de Madrid.

Julián nació a primeros de siglo en Donostia y era hermano de Luis, conocido por su destacada militancia en ANV y por ser capitán del batallón Euzko Indarra. Su tío Hilarión fue presidente del Orfeón Donostiarra, lo que quizás impulsase al joven Sansi hacia la carrera musical. Sea como fuere, acabó tomando clases del maestro de Renteria Ignacio Tabuyo y para principios de los años 30 ya tenía papeles en Marina, de Arrieta, y Las golondrinas, de Usandizaga. Su colaboración con Sorozabal le llevaría a interpretar a Pedro Stakof, el comisario del Soviet de Katiuska, con el que debutó en enero de 1932 en el Victoria Eugenia. El maestro decía de él que «es como un chotito bravo que se come el capote, cuando se lanza hacia las candilejas emborrachado de voz». Su buena relación fue la que le llevó a la Gran Vía en mayo de aquel año.

Tras su exitoso debut madrileño, actuó en diversos teatros de Madrid y Barcelona con moderado éxito, además de tomar parte en varias obras benéficas en favor de los niños pobres y del trabajo de las mujeres. En diciembre de 1934 colaboró con el zegamarra Juan Telleria, que probablemente ya había compuesto el futuro himno de Falange, y en aquel entonces estrenaba la obra El joven piloto, en la que Sansi tenía un papel secundario.

El golpe de estado del 18 de julio de 1936 sorprendió a Julián en Madrid, donde a finales de agosto participó en un concierto en beneficio de los hospitales de sangre, organizado por Unión Republicana, en el Teatro Calderón. Sin embargo, la labor de retaguardia no fue suficiente para él.

En septiembre comenzó la organización de una unidad de combate formada por vascos que se hallaban en la capital. Sansinenea acudió a la llamada de sus paisanos, siendo uno de los primeros miembros de las Milicias Vascas Antifascistas (MVA). Su cuartel se estableció en el Hogar Vasco de la Carrera de San Jerónimo, donde años atrás había cantado el barítono. Las dotes organizativas del torero Emeterio Arreba, Corchaíto de Bilbao, la ayuda monetaria de diversos bancos vascos y el temprano interés del Gobierno de Euzkadi, permitieron reclutar y equipar a más de 200 milicianos, que para primeros de octubre ya se encontraban en Valmojado, a caballo de la carretera de Extremadura. Al mando estaba Vicente Lizarraga Isturiz, un navarro veterano del desembarco de Mallorca.

El frente de Navalcarnero Su primera operación de cierta envergadura fue el contraataque que llevaron a cabo en Navalcarnero, el 26 de octubre. Por ausencia de Lizarraga, Sansi tomó el mando de la unidad, que se comportó bien a pesar del fracaso general de la maniobra, lo que le valió la felicitación de Manuel Irujo. El ambiente era bueno y las trincheras estuvieron animadas por los zortzikos del barítono durante aquellos días.

El primero de noviembre, sin embargo, se reanudó la ofensiva franquista, por lo que los vascos tuvieron que retroceder hasta Pozuelo, sufriendo muchas bajas por el camino. Allí les esperaba Antonio Ortega Gutiérrez, teniente de Carabineros que había dirigido la defensa de Irun unas semanas antes y que ahora se hacía cargo de las MVA. Por su iniciativa, deshicieron su retroceso hasta llegar a Boadilla del Monte, desierta tras ser evacuada por los milicianos. Esta conquista fue recibida con entusiasmo en un momento de grave desmoralización y contribuyó al prestigio de los vascos, que renombraron el lugar como Boadilla de Euzkadi, aunque el nombre no calase entre las masas.

Aquí pasaron el resto del mes en una relativa monotonía que solo fue interrumpida por la llegada de refuerzos. Se trataba de una compañía de la antigua columna vasco-catalana, nutrida de milicianos comunistas que lograron escapar de Irun, que había ido desde Barcelona a combatir en Madrid. Desde primeros de octubre combatieron en las cercanías de San Martín de Valdeiglesias y tras separarse de los catalanes pasaron por Brunete y Navalcarnero. La retirada del 1 de noviembre los llevó de vuelta a la capital, donde quedaron en reserva y donde a finales de dicho mes, se reunirían con el resto de sus compatriotas.

Formado ya un verdadero batallón vasco, la unidad pasó al céntrico frente de Moncloa, donde el ya teniente coronel Ortega se puso a cargo de una nueva brigada, la 40ª.

Frente al paseo que apropiadamente lleva el nombre del compositor de zarzuelas Ruperto Chapí, los vascos defendieron con uñas y dientes sus posiciones, hasta que en enero de 1937 fueron trasladados al sector vecino, frente a la Perfumería Gal. Desde aquí, un grupo de voluntarios irundarras se lanzó a reconquistar las oficinas de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria:

«¡Nos metimos por una ventana negra como el infierno!

¡Yo me llevé un susto tremendo porque se le ocurrió dar un salto a un gato!»

Era otro golpe de suerte, el edificio había sido abandonado. La moral estaba por los cielos. En los ratos libres, Sansi tocaba un piano que encontraron entre las ruinas del barrio, acompañando a los milicianos que cantaban aquella de «Aquí venimos los barbis, que los fulés ya se han ido». En sus trincheras se escuchaban conversaciones en euskera, incluso se lanzaban voces al enemigo que los reporteros a duras penas podían transcribir. Por esas fechas, Lizarraga, que volvía a mandar el batallón, resumía así la razón de su lucha: «Al defenderle [a Madrid], defendemos el estatuto vasco».

No todos los vascos que se hallaban en Madrid estaban en buena situación. El viejo conocido de Julián, Juan Telleria, se hallaba detenido por su conexión con Falange. Su aval fue suficiente para ponerlo en libertad, lo que le salvó la vida. No fue el único que veló por la seguridad de sus paisanos: la Delegación del Gobierno de Euzkadi en Madrid se dedicó a esta tarea durante varios meses, como relató Jesús Galíndez en Los vascos en el Madrid sitiado.

La buena racha de las Milicias Vascas llegó a su fin cuando se les encomendó tomar el Hospital de Cirugía Infantil del Instituto del Cáncer, que se levantaba en una colina a un centenar de metros delante de sus posiciones. Sin más opción que la del ataque frontal, y sin posibilidad de recibir apoyo artillero, los vascos se empeñaron en tomar la posición a lo largo de varias semanas. El batallón sufrió bajas muy severas, incluida la del propio Sansinenea, que tuvo que permanecer hospitalizado varias semanas.

De su estancia en cama se conservan varias cartas dirigidas a su amada, que se encontraba en Barcelona. Era, nada menos que, Conchita Panadés, la soprano con la que coprotagonizó Katiuska en el momento álgido de su carrera. Tras salir del hospital, Julián asumió el mando del batallón con el rango de capitán, ya que Lizarraga partió a combatir en Euskadi. Como los personajes que habían interpretado juntos, Conchita y Julián contrajeron matrimonio en abril, en una ceremonia oficiada por el teniente coronel Ortega.

En el frente el alto mando desistió en sus intentos de reconquistar la Ciudad Universitaria, trasladando sus esfuerzos a la Casa de Campo. La 40ª Brigada pasó a cubrir todo el campus, limitándose a su defensa. El anhelo de reconquistarlo, como paso previo para marchar a combatir en los montes de Euskadi, se desvanecía.

El apoyo de Irujo La jefatura de las Milicias Vascas, cada vez más presionada para abandonar sus rasgos de identidad, se sintió desarropada por el Gobierno de Euzkadi, cuyo interés se volcó en la Brigada Vasco-Pirenaica que se estaba creando en Catalunya. Irujo, que sin duda fue el mayor entusiasta de las MVA en el PNV, trató de gestionar la entrega de una ikurriña y nuevos uniformes –diseñados a imagen y semejanza de los de los miqueletes guipuzcoanos– y organizó la creación de un himno para la unidad con música de Sorozabal y letra de Sansi. Su intento cayó en saco roto.

Los milicianos más jóvenes se habían convertido en entusiastas de la línea de militarización emprendida por el PCE y con Sansinenea como último de los jefes originales del batallón, la resistencia a este proceso no pasó de la correspondencia con Irujo. Las viejas Milicias Vascas Antifascistas se convirtieron en el 158º Batallón y la ikurriña desapareció de los brazos de los vascos.

La unidad pasó el resto de la guerra en la Universitaria, rotando por las distintas facultades, y el Hospital Clínico. Allí se enfrentaron día tras día a la muerte que surgía de las entrañas de la tierra, la letal guerra de minas. La agonía llegó a su fin el 28 de marzo de 1939, cuando Madrid fue rendida a pocos metros de las posiciones de los vascos.

Julián Sansinenea abandonó el batallón antes o durante el golpe de Casado y debió tratar de escapar del país por Alicante, ya que fue hecho preso y trasladado al campo de concentración de Albatera. Telleria no tendría ocasión de saldar su deuda y fue fusilado.

¿Pensaría en él su viuda, Conchita, cuando cantaba estas palabras en 1941?

«La estrella azul de mi querer

ya nunca más brillará,

el fuego aquel que me abrasó

lo apagará mi dolor;

aquel afán que yo sentí

jamás será para mí.»

El autor

Carlos Iriarte

(Zarautz, 1994) Estudiante de 4º de Historia en la Universidad Complutense de Madrid. Su especialización se centra en la Historia Contemporánea de España, con hincapié en la Guerra Civil. Es socio del Grupo de Estudios del Frente de Madrid (Gefrema) con el que ha llevado a cabo su investigación sobre las Milicias Vascas madrileñas.

Tras salir del hospital, Julián asumió el mando del batallón con el rango de capitán, ya que Lizarraga partió a combatir en Euskadi

Las maestras, pioneras de la emancipación femenina

Recién pasado el 8 de marzo, recordar la labor que desarrollaron unas auténticas pioneras, hace ahora un siglo, permite recuperar las figuras de las primeras maestras que ejercieron en Bizkaia tras romper moldes y convencionalismos que pretendían coartar sus aspiraciones como mujeres

Un reportaje de Miren Llona

Ahora que estamos estrenando una nueva década, merece la pena recordar cómo fue aquella otra década prodigiosa de los años 20 del siglo pasado para las mujeres. Qué duda cabe que eran tiempos difíciles, especialmente porque el derecho a la educación femenina no estaba plenamente reconocido. Emilia Pardo Bazán, intelectual y escritora de gran prestigio, defendió en el segundo Congreso Pedagógico de 1892 «el libre acceso de la mujer a la enseñanza oficial, permitiéndola ejercer las carreras y desempeñar los puestos a que le den opción sus estudios y títulos académicos».

Elbira Zipitria, con niños y niñas de la ikastola Orixe.

Esto, que en la actualidad resulta una obviedad, no fue ratificado en aquel simposio, en el que 260 delegados votaron a favor del derecho a la educación de las mujeres, pero 290 lo hicieron en contra y 98 se abstuvieron. Así, habría que esperar a 1910 para que las mujeres consiguieran ser admitidas en las mismas condiciones que los hombres en la universidad. La aceptación de las mujeres en aquellos ámbitos que se consideraban patrimonio masculino fue muy lenta y en el curso 1929-1930, solamente el 14% del alumnado de bachiller era femenino y el 5,1% del universitario. Como decía Trinidad Parra, una mujer de Trapagaran, nacida en 1912 y que tuvo la oportunidad de estudiar Filosofía y Letras en Salamanca: «En aquella época la que iba sola a Salamanca parecía que se iba a tirar a la mala vida».

Sin embargo, lo que no había creado controversia era la dedicación de las mujeres a la enseñanza. Ser maestra iba a ser la única carrera femenina legitimada socialmente y convertirse en profesora de la Escuela Normal, la única alternativa profesional prestigiosa para las mujeres con aspiraciones intelectuales. En cierto modo, en aquella sociedad que no se había modernizado todavía, en la que la misoginia era ley y la desigualdad de género estaba profundamente enraizada en las mentalidades de hombres y mujeres, el hecho de que el ejercicio del magisterio exigiera cualidades que también debían compartir las madres en su papel de amas de casa -tales como la bondad, la dulzura, el espíritu de orden, el aseo, la puntualidad o la diligencia-, facilitó, lo que podríamos llamar, la feminización de la profesión.

De hecho, en Bilbao, por ejemplo, en 1901 había cerrado la Escuela de Maestros y en 1902 fue inaugurada la Normal Femenina. El ingeniero Pablo Alzola constató que la Normal de Maestros había cerrado por «la falta de vocación de los vizcaínos», y atribuyó la razón al desarrollo industrial y mercantil de la provincia que proveía a las «naturalezas viriles» actividades más afines a sus cualidades. El Magisterio era reconocido como un trabajo duro y mal pagado: «Con demasiados niños -informaba Leoncio Urabayen a los asistentes al primer Congreso de Estudios Vascos, celebrado en Oñati en 1918-, con malos locales, con insuficiente material y, sobre todo, con semejantes sueldos, ¿qué puede uno exigir sin sentirse inmediatamente desarmado?». El alejamiento masculino de la profesión guardó relación, en el caso de Bizkaia, con una mejora de oportunidades laborales para los hombres y, en ese sentido, la radical feminización de Magisterio en Bilbao formó parte de un proceso en el que coincidieron la desocupación masculina de ese espacio laboral, las necesidades económicas de las mujeres y la creciente división de esferas por criterios de género. Se impuso una lógica aplastante por la que el Magisterio se devaluó en el caso de los jóvenes, que haciéndose maestros parecían demostrar no valer para ganarse la vida de forma más beneficiosa, mientras que, en el caso de las chicas, la que destacaba en sus estudios en una familia se ganaba el privilegio de llegar a ser maestra.

No obstante, no era tan fácil para las mujeres ingresar en la Escuela Normal puesto que muchas veces, a pesar de la valía demostrada por las niñas en las escuelas y de las recomendaciones de las maestras para que siguieran estudiando, las familias no disponían de medios económicos para destinarlos a la educación de las hijas. Es muy significativo el recuerdo de la propia Dolores Ibarruri a propósito de su deseo de llegar a ser maestra: «Estudié, ayudada por la maestra, el curso preparatorio para ingresar en la Escuela Normal con la ilusión de ser maestra, [€]. Todas aquellas ilusiones de adolescente se desvanecieron ante la dura realidad económica. Estudios, viajes, comida, vestidos, libros, representaban un gasto superior a las posibilidades de mis padres». O el testimonio de la joven Charo Allende que, ganado el diploma de honor en la escuela con 12 años y tras el consejo de la maestra para que siguiera estudiando, recuerda cómo en su casa decidieron que «no necesitaban señoritas, que necesitaban quien vaya a la huerta a trabajar».

Aquellas que lo lograban, y llegaban a hacerse maestras, terminaban desarrollando una auténtica conciencia de valía personal, puesto que no solo llegar a estudiar en la Normal había exigido de ellas una constante superación de obstáculos, sino que el ejercicio de la profesión, como constató Urabayen, era también un trabajo duro y exigente. El caso de Carmen Villegas, una mujer nacida en Bilbao en 1910, guarda los elementos determinantes para el impulso de una carrera femenina: brillantes estudios, la atención de unos maestros que repararon en sus capacidades y la confirmación, por parte de la familia, de tales posibilidades. «Saqué plaza enseguida€», rememora Carmen Villegas. «¡Quién me iba a decir a mí que con 18 años me nombrarían maestra de Alonsótegui! Nada más terminar. Y estando en Alonsótegui me presenté a las Oposiciones de Barriada y saqué plaza. Y cuando saqué la oposición no dudé en empezar a trabajar, y ¡cuidado que era duro!».

Muchas veces, la plaza parecía más una condena que un premio a unos estudios abnegados. Las Escuelas de Barriada se situaban en lugares alejados y en el extrarradio de los pueblos. Llegar al puesto de trabajo era una gran aventura que ponía a Carmen en contacto con la realidad urbana y rompía absolutamente con los estrechos moldes de la feminidad doméstica: «Yo iba a Zabálburu a las 5.00 de la mañana» recuerda Carmen Villegas. «Cogía el tranvía de Santurce. Subía la cuesta de Sestao y bajaba a Galindo. Y en Galindo me esperaba a mí el tren porque salía a las 7.00. Y el jefe me hacía señas para que corriera. Y yo decía pero si no puedo… Si más que esto€».

Los cambios en la identidad femenina sobrevinieron automáticamente: asumir la libertad de movimientos por el espacio público, lo mismo que experimentar la realización personal por medio del trabajo pasaron a ser atributos de una identidad femenina nueva en la que ser mujer y desarrollar una vocación profesional no entraba ya en contradicción. En el caso de Carmen Villegas, sus aspiraciones fueron defendidas incluso después del matrimonio: «No le admitía a nadie que yo no trabajara de maestra€ No tengo ni una baja en los cincuenta años que he sido maestra. Yo no admitía que podría dejar la escuela».

Así, hace unos cien años, cuando solo se nos permitía ser maestras, aquellas mujeres fueron precursoras de cambios trascendentales para la emancipación femenina, especialmente en lo que se refiere a la experimentación del trabajo como fuente de satisfacción y de éxito personal. Carmen afirma: «Cambié el barrio. Eso lo puedo decir€ He sido con toda mi alma maestra. La escuela ha sido de mucha lucha, pero yo era feliz».

Muchas de las más insignes impulsoras de los derechos políticos y civiles de las mujeres durante los años 20 y 30 del siglo pasado fueron maestras: María de Maeztu, que en 1915 fundó la Residencia de Señoritas en Madrid con el fin de facilitar la realización de estudios superiores a las jóvenes estudiantes; Benita Asas Manterola, presidenta desde 1924 de la primera asociación feminista que exigía el sufragio para las mujeres; Josefina Olóriz, una de las primeras mujeres elegidas concejala en el Ayuntamiento de Donostia en 1925; Adelina Méndez de la Torre, experta en pedagogía experimental y la única mujer ponente en el primer Congreso de Estudios Vascos en 1918; Polixene Trabudua, maestra de Sondika y activista del nacionalismo vasco; Elbira Zipitria, pedagoga y fundadora durante la Segunda República de la primera ikastola.

La década de los 20 del siglo XX fue verdaderamente prodigiosa y alumbró muchos cambios de gran calado para las mujeres. Además de las maestras, muchas otras mujeres modernas desafiaron las convenciones de la época, siendo no solo las primeras bachilleras y universitarias, sino también las primeras oficinistas y administrativas; las primeras deportistas, periodistas y abogadas y cómo no, también las primeras concejalas, candidatas de partido o diputadas. Fueron muchas las mujeres que se atrevieron a desafiar la norma que establecía que su lugar era exclusivamente la familia y el hogar, y gracias a ellas un nuevo mundo de posibilidades se abrió para todas nosotras.