El socialista ‘bilbaino’ al que el presidente Negrín confió el orden público

El burgalés Pailino Gómez Sáiz recaló de niño en la capital vizcaina y fue ministro de gobernación en la II República

Un reportaje de Iban Gorriti

EL fallecimiento del arquitecto de prestigio en Bogotá y niño de la guerra del 36 Paulino Gómez Basterra el pasado domingo a los 89 años de edad, sirve para rememorar la figura de quien fuera su padre: el histórico socialista Paulino Gómez Sáiz. Aunque llegó al mundo en la localidad burgalesa de Miranda de Ebro, vivió en Bilbao y llegó a ser ministro de Gobernación del Gobierno de la Segunda República presidida por Juan Negrín. Aquel político del PSOE protagonizó además una actuación especial contra el fallido golpe de Estado de los militares españoles iniciado el 18 de julio de 1936 que derivó en la Guerra Civil.

Paulino Gómez Sáiz, con las manos a la espalda, en el Centro Vasco de Bogotá, después de exiliarse por la Guerra Civil.Foto: Fundación Pablo Iglesias
Paulino Gómez Sáiz, con las manos a la espalda, en el Centro Vasco de Bogotá, después de exiliarse por la Guerra Civil.Foto: Fundación Pablo Iglesias

Es obligado hacer una diferenciación entre los dos políticos que en 1936 se llamaban igual en Euskadi. Uno, Paulino Gómez Sáiz, activo en el Comité de Defensa de Bizkaia y creador de las primeras unidades de Orden Público encargándose de esas tareas hasta el 7 de octubre del 1936, fecha en la que se constituyó el Gobierno Provisional de Euzkadi. Por otro lado, Paulino Gómez Beltrán, presidente del Comité Central Socialista de Euskadi.

Sobre el primero de los Paulinos, el burukide del PNV que llegó a ser ministro de Justicia del gabinete de Negrín, el jeltzale Manuel de Irujo, dijo de él que fue un “hombre íntegro, trabajador e inflexible”, según anotó María Eugenía Martínez Gorroño para la Fundación Ramón Rubial.

En conversación con Eduardo Gómez, nieto de Paulino Gómez, destaca de su abuelo que “Don Paulino siempre fue Don Paulino, hombre serio y formal, abuelo cariñoso a su manera -tal vez muy euskaldun- de grandes amigos y sobre todo gran amigo de sus hijos”. Más allá de lo personal y lo humano subraya la huella “imborrable” que dejó tras su paso por Colombia. “Decía que este país era bien raro. Contaba que aquí los padres le dicen a sus hijos papito y mamita y a sus cónyuges les dicen ‘mijito’ y ‘mijita’ (de mi hijo y mi hija) cuando los papeles se invierten es porque te toca observar más para entenderlos”, recuerda Eduardo sobre su abuelo.

Paulino nació en Miranda. Su padre, Ponciano, era maquinista de tren de la firma Caminos de Hierro del Norte de España. Por ello, la familia vivió de aquí para allá, primero en Orduña, luego en Pola de Lena, más tarde en Santander y finalmente recaló en Bilbao. Con diez años, su progenitor murió, dejando a su madre, Modesta, todo el peso para sacar adelante a sus siete hijos en Bilbao.

Paulino comenzó a trabajar como mozo en un almacén de vinos. Con 15 años ingresó en la Academia de Contabilidad Rodet. “Carente de instrucción escolar, mal vestido y poco simpático, unido al remoquete de hijo de viuda, eran los elementos que yo llevaba a la Academia para triunfar y convivir con pudientes hijos de papá”, bosquejó en unas memorias que facilita José Manuel Perea.

En 1918 aprobó oposiciones para empleado de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad Municipal de Bilbao. Debutó en política en 1917 con las Juventudes Socialistas de Bilbao; en UGT y PSOE.

Perteneció al Comité Provincial de Vizcaya durante la revolución de octubre de 1934. Su activismo le llevó a la cárcel ya que fue detenido y hecho preso hasta 1936, año en el que murió su madre en Bilbao. Paulino dejó escritos sus sentimientos por aquel trance.“No me permitieron ver ni atender a mi sufrida madre en sus últimos momentos, ni acompañarla a su última morada”. Recuperó la libertad tras la amnistía por el triunfo del Frente Popular.

Al producirse el golpe de Estado de 1936 se hizo cargo de la organización de la resistencia como delegado de Defensa de la Junta de Defensa de Vizcaya, puesto que abandonó al constituirse el Gobierno vasco. De allí pasó al frente de Los Tornos en Santander.

Fue delegado de Orden Público del Gobierno de la República en Catalunya y luego añadió a su currículum el cargo de Subinspector de Seguridad, máxima autoridad del personal de Seguridad y Policía en el aspecto reglamentario. En 1938 fue nombrado ministro de la Gobernación en el último Gobierno de Negrín y meses después accedió a la Comisión Ejecutiva del PSOE. Al perder la Guerra Civil se exilió en Francia. Pasó por Toulouse, París, Chateaux Fromage y Marsella. Embarcó rumbo a México y de allí llegó a Colombia en 1942.

En Bogotá, junto con su esposa y sus tres hijos montó la empresa de productos de limpieza Palmín y laboratorios dentales, la Central Colombiana de Vitalium. También trabajó para la Caja Colombiana de Ahorros y participó en una empresa de pesca y comercialización de productos congelados. Paulino falleció en la capital andina el 7 de febrero de 1977. “No me agradará que mis hijos se separen. Si pudiera lo ordenaría. Hagan la vida agradable a su madre. Mi experiencia de la vida es triste. No me voy con rencor ni me asusta la muerte”, dejó escrito antes de morir como última voluntad.

Cuatro décadas después de su muerte, su familia lo recuerda con cariño. “He admirado muchísimo a mi abuelo -concluye su nieto Eduardo- y su periplo de historia, que no fue nada fácil; pero nos dejó la enseñanza de levantar cabeza cuantas veces haga falta, con la dignidad de los hombres buenos”.

El órdago a los consejeros socialistas de Aguirre

Anasagasti revela las diferencias en el Gobierno vasco por la solicitud del PNV de “obediencia” a la nacionalidad vasca

Un reportaje de Iban Gorriti

EN el convulso año 1939, el PNV hizo una solicitud clara a los partidos que formaban el Gobierno vasco en el exilio. Les pidió obediencia: que aceptasen el hecho de la nacionalidad vasca y el no tener nadie de fuera de Euskadi que les mandara. Los consejeros socialistas del lehendakari se mostraron divididos ante aquel órdago jeltzale: Juan Gracia y Santiago Aznar suscribieron su acuerdo con el reconocimiento de la nacionalidad vasca, sin embargo, Juan de los Toyos no.

El lehendakari Aguirre (en el centro), junto a Leizaola (a su derecha) y el también consejero Juan de los Toyos.Sabino Arana Fundazioa
El lehendakari Aguirre (en el centro), junto a Leizaola (a su derecha) y el también consejero Juan de los Toyos.Sabino Arana Fundazioa

Estas discrepancias quedan recogidas en un inédito intercambio epistolar recogido en el nuevo libro La obediencia vasca. Santiago Aznar y aquella comida en Guéthary (1940) (Pamiela, 2018), obra del exsenador jeltzale Iñaki Anasagasti y presentada el pasado miércoles en Sabino Arana Fundazioa, Bilbao.

A aquella mesa de Lapurdi, asistieron el 14 de diciembre de 1939, los consejeros Telesforo Monzón, en representación del PNV, Gonzalo Nardiz lo hizo por ANV, y Miguel Amilibia por los socialistas. Tras la sobremesa, Amilibia cursó una carta al dirigente guipuzcoano de su partido, Sergio Echeverría, en la que, entre otras cosas, acusó de “extrema docilidad” hacia la política del Gobierno vasco a los tres consejeros socialistas en el mismo: Aznar, Gracia y Toyos. “¡Esa fue la cerilla que encendió la mecha del conflicto!”, enfatiza Anasagasti.

La misiva dejaba en situación delicada a aquellos consejeros. Y también hubo fuego a punto de prender en el seno del PNV. Aguirre se mostró molesto con Monzón por haber utilizado correspondencia presidencial y confidencial cruzada entre ambos en la reunión de Guéthary.

Así las cosas, a finales de 1939, mientras Santiago Aznar enterraba a su padre, el consejero Juan de los Toyos presentaba su dimisión al Comité Central Socialista de Euskadi (CCSE) a causa de su incidente con Amilibia y de otros acumulados.

Aznar visitó a su compañero y trató de convencerle para que reconsiderara su decisión, comunicando lo tratado a Juan Gracia y a Paulino Gómez Beltrán. El domingo 31 de diciembre de 1939 el Comité Central de los Socialistas de Euskadi se reunió con Aznar y Gracia y acordaron pedir a Toyos que se reincorporara al Gobierno Vasco y al trabajo político, cosa que hizo.

Mientras todo esto ocurre, el 10 de febrero de 1940 los líderes nacionalistas convocaron a una reunión al CCSE. Los socialistas se niegan a asistir a la misma hasta que no se aclare el asunto de Guéthary. Al día siguiente, el 11, Aguirre enviaba una carta a Paulino Gómez Beltrán, con la que se adjuntaban las versiones, por escrito, de Monzón y Nardiz sobre aquellos hechos. Los consejeros del PSOE se considerarían desagraviados y satisfechos.

Reunión en París El día 14 Aguirre, Monzón y Nardiz se reunieron en la Delegación Vasca de París con los tres consejeros socialistas, los cinco miembros del CCSE residentes en la capital francesa y Miguel Amilibia. “Los nacionalistas intervienen poco”, valora Anasagasti. Amilibia se ratifica, y esta vez en primera persona, en sus afirmaciones sobre aquella “extrema docilidad” de los consejeros de su partido con respecto a la gestión del Gobierno vasco. Aznar actuó como portavoz y rechazó las acusaciones porque “no había fundamento para que se hiciera a los consejeros tal imputación, ya que estos habían de atenerse a las instrucciones y orientaciones de su partido, y del Gobierno, cosa que siempre habían hecho”.

El CCSE se posicionó contra Amilibia. A pesar de todo, el diputado guipuzcoano no cejó en sus ataques: “Aguirre ha formado un concepto de nosotros totalmente equivocado por el contacto con nuestros débiles representantes”.

A aquella polémica comida, a juicio de Anasagasti, “siguieron otras llamas, dimisiones, reuniones tensas así como enfrentamientos”. De hecho, el lehendakari hubo de emplearse a fondo para restablecer la calma y la armonía entre ambas formaciones. “Todo ello se encuentra en las cartas que Aguirre, sus consejeros y los dirigentes socialistas escribieron y que publico en su integridad en este libro”, zanja.

El alcalde que tras votar a Aguirre lo perdió todo

El 14 de abril de 1931 Ondarroa eligió regidor a José Maria Solabarrieta, que sufrió usurpación de bienes y el exilio.

Un reportaje de Iban Gorriti

EL 7 de octubre de 1936 se constituyó en la Casa de Juntas de Gernika el primer Gobierno vasco, presidido por el lehendakari José Antonio Aguirre. Aquella mañana mil alcaldes y concejales eligieron al presidente del Gobierno Provisional de Euzkadi. Un regidor de aquel millar, José María Solabarrieta, acudió a votar a Aguirre y ya no pudo volver a su hogar. “Acabó en el exilio por el delito de ser nacionalista y de haber ido a Gernika a votar al primer lehendakari”, detalla María Esther Solabarrieta, nieta del histórico jeltzale, quizás la única persona que aquel 7 de octubre tuvo al lado de Aguirre a sus dos abuelos: el ya citado Solabarrieta, y el consejero Santiago Aznar.

Solabarrieta, alcalde de Ondarroa en 1931.Foto: Familia Solabarrieta
Solabarrieta, alcalde de Ondarroa en 1931.Foto: Familia Solabarrieta

“Ellos resumen lo que fue aquella primera parte del siglo XX. Socialista, el de ama. Nacionalista, el de aita. Consejero de Industria de Aguirre, Santiago Aznar. Alcalde de Ondarroa, Jose María Solabarrieta”, diferencia días antes de que se presente La obediencia vasca: Santiago Aznar y aquella comida en Guéthary (1940), libro escrito por su marido, Iñaki Anasagasti.

Solabarrieta nació en 1884 en Ondarroa. Fue hijo único enviado a Gasteiz a aprender confitería. “Jamás pensó cuando subía por Urkiola que su destino no sería la pastelería, sino la política, la pesca y dirigir una localidad como Ondarroa en aquellos tiempos de república, y el Centro Vasco de Caracas tras la Guerra Mundial”, resume su nieta, que ejerció como ex diputada de Medio Ambiente.

Solabarrieta se casó con María Urresti. Tuvieron niñas gemelas. En el parto murió una de ellas y la madre. Viudo, se casó con una hermana de la fallecida, Ezekiela. Tuvieron cuatro hijos. José tenía barcos pesqueros y un astillero. También trabajaron con carbón. “Fueron los que introdujeron el arrastre, tuvieron el primer teléfono y un toldo en la playa”, agrega Esther.

afiliación jeltzale Ondarroa tenía entonces 5.232 habitantes. A Solabarrieta le gustaba dirigir equipos humanos, vestía sombrero aunque en Ondarroa usara su inveterada txapela. Se afilió al PNV con el fin de la dictadura de Primo de Rivera en 1930. “Un día se levantó de una reunión donde habían proclamado concejales a los mayores contribuyentes locales. Al retirarse del salón, le siguieron otros”.

El 14 de abril de 1931 se celebraron elecciones municipales democráticas. Encabezó la candidatura jeltzale frente a tradicionalistas. Ganó el día que Alfonso XIII renunció al trono y llegó la República. Tenía 52 años. En 1932 logró aprobar el proyecto de un puerto interior en la dársena. “Resultó un salto revolucionario que permitió a Ondarroa pasar de un pequeño puerto a ser referencia en el Golfo de Bizkaia”, valora su nieta.

Pero el proyecto necesitaba ser financiado. Aquel año, no había ni Diputación ni Gobierno vasco ni amigos en Madrid por lo que aguzó el ingenio. Gracias al líder socialista Indalecio Prieto y a otras autoridades lo consiguieron. Markos Gabika reivindicó para ellos, para los Solabarrieta, Prieto, Mancisidor, Bakeriza y Beristain alguna placa o monumento en Ondarroa. No se hizo. Estalló la Guerra Civil y Solabarrieta creó el Comité de Defensa local, y el histórico 7 de octubre fue a Gernika a dar su voto a Aguirre para ser elegido lehendakari. Mientras tanto en Ondarroa Juan Bautista Beitia se reunía para constituir un nuevo ayuntamiento: el franquista. Aquel robo iba a durar 43 años.

comienzo de la depuración La casa del alcalde fue saqueada. Su zapatería, desvalijada; su fábrica de conservas, ocupada; su tienda y su Banco, desbaratado; sus acciones y participaciones en los pesqueros y astilleros, bloqueados. “Se quedó con el cielo arriba y la tierra abajo. Como muchos”. Su mujer debió dejar el pueblo por el monte. Fueron a Bilbao, donde tenían un despacho en la Gran Vía en las casas de Sota, donde estaba el Gobierno vasco y el PNV. Vivió en Atxuri y Portugalete. La familia se exilió en un barco pero el alcalde se quedó en Bizkaia. Al mes, Solabarrieta llegó a La Rochelle. Hasta 1940 mantuvo relación con sus ciudadanos, preocupándose de su situación, de los barcos, de cobrar algunas deudas en Italia, de pasear y de ir a misa. El Gobierno vasco les daba cinco francos al día que “no alcanzaban para nada, pero había tanta gente en aquella situación que no se quejaba”. Envió a sus hijos a Bélgica.

Como no tenía dinero para hacer un viaje intercontinental para seis personas, reclamó su dinero a la Caja de Ahorros, pero se lo negaron. Desde París, el Gobierno vasco le consiguió 2.000 francos. Viajaron a Venezuela en tercera clase desde Marsella junto al cartelista del nacionalismo Nik-Kintana. El 24 de junio de 1940, día de la batalla de Carabobo que selló la Independencia de Venezuela, arribaron al país. Se afincaron en Cumaná, a 700 kilómetros de Caracas. “Con la familia encauzada y en posición económica desahogada, el virus de la política continuaba”, sonríe. El Centro Vasco de Caracas se había fundado en 1942, día de Aberri Eguna. Solabarrieta fue su presidente y en los actos públicos hablaba en euskera.

retorno a ondarroa Regresó a Ondarroa habiendo recibido del consulado español toda clase de garantías de que no le sucedería nada. Los franquistas le picaron el pasaporte para que no volviera a salir. Su llegada al pueblo fue un acontecimiento. Había vuelto el alcalde legítimo y democrático. “El contraste era evidente y muy molesto para el alcalde Aguirre puesto por el Gobernador civil”, matizan.

Logró volver a Venezuela y con el tiempo a su pueblo de Ondarroa, ya para siempre. El 25 de abril de 1957 falleció en el pueblo que le había visto nacer. “El funeral -valora su nieta María Esther- fue todo un plebiscito de dolor y homenaje hacia el alcalde democrático. Scola, el conservero, comentó: “Ha muerto el mejor hombre de Ondarroa”. Todavía faltaban 22 años para que los ondarrutarras volvieran a elegir otro alcalde democrático, Félix Aranbarri, en 1979.

Eusko Gudarostea, los últimos guardianes de la memoria

Apenas una veintena de gudaris permanecen vivos ocho décadas después de participar en la Guerra Civil

Un reportaje de Iban Gorriti

son los últimos soldados vivos del Eusko Gudarostea, ejército republicano del Gobierno Provisional de Euskadi activo entre el 25 de septiembre de 1936 y el 26 de marzo de 1937. Ocho décadas largas después de aquella contienda bélica civil, apenas una veintena de gudaris vascos quedan todavía entre nosotros para atestiguar con su sola presencia la memoria de la dignidad de la lucha contra el fascismo.

Un grupo de gudaris posa en el frente de guerra para hacerse una fotografía. Fotos: Sabino Arana Fundazioa/I. Gorriti
Un grupo de gudaris posa en el frente de guerra para hacerse una fotografía. Fotos: Sabino Arana Fundazioa/I. Gorriti

El fotógrafo Mauro Saravia ha sido quien más se ha acercado a ellos en los últimos años y, de su mano, es posible aproximarse a un censo de los últimos guardianes de la memoria, si bien está abierta a más personas que también lo fueron pero cuya identidad no ha trascendido. “Cuando esta generación se haya perdido -subraya Saravia-, partirá un pedazo del significado de libertad, resiliencia y amor. Probablemente en su ausencia volveremos a ver la guerra con perspectiva errada, romántica y heroica, pero seguiremos recordando las camisas a cuadros, los buzos y los tabardos con orgullo”.

¿Y qué opinan sobre ello el gudari José Moreno, del batallón San Andrés; el miliciano Luis Ortiz Alfau, del Capitán Casero, o Juan Azkarate, único gudari vivo de la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi? El primero cumplirá 100 años en noviembre: “El Gobierno de Euskadi debe transmitir a los jóvenes lo que luchamos los gudaris. Debía enseñarse en los colegios y estar presente en los libros de texto. Y que no olviden que Franco fue un dictador, un criminal de guerra, que nos avasalló con las fuerzas aliadas internacionales. Si no se hace, caeremos en el olvido después de haber luchado por nuestro país Euskadi, por la democracia y todas las libertades”.

Azkarate, el benjamín de los gudaris con 95 años, lamenta ya la situación actual. “Hoy mismo he hablado con un amigo sobre ello. No sé qué pasará ni qué se puede hacer. Voy al poteo y hablamos de fútbol y pelota. Si saco el tema de la guerra no les importa. A mis propios hijos, tampoco mucho. Cuando me vaya al otro barrio, cuando quien sea el último gudari muera, ¿qué pasará? ¿Alguien se acordará de lo que hicimos? Tengo mis dudas”.

Como ellos, aún viven aquellos gudaris y milicianos al mando del lehendakari José Antonio Aguirre. Entre otros, son Iñaki Errekabide, Gerardo Bujanda, Mateo Balbuena, Ignacio Ernabide y Jesús Erkiaga. Completan la nómina Gregorio Urionaguena, Juan José Astobiza, Andrés Egaña, Gabriel Nogues, Sabin Gabiola, Basilio Urbistondo y Alejandro del Amo. O los gudaris del Batallón Gernika Francisco Pérez y Miguel Arroyo.

transmisión contra el olvido Preguntado sobre el legado y la memoria que quedará cuando los últimos gudaris desaparezcan, Ortiz Alfau, de 102 años, asegura que habrá relevo. “Esto ha avanzado de forma extraordinaria. Es como los pensionistas que tras estar callados, ahora no hay quien les pare. Con la memoria pasa igual. No soy nacionalista, pero el Gobierno vasco está trabajando bien en la transmisión”, afirma y a modo de ejemplo expone que en unos días el Instituto Gogora va a publicar en euskera el libro sobre su vida. “Hay interés. Si el PP no colabora con la memoria es porque ellos o familiares suyos son los mismos que los de entonces. Pero aquí hay relevo y no seremos olvidados. Ahí estáis los periodistas y las instituciones para seguir teniéndonos presentes”, explica este superviviente del campo de Gurs y que previamente estuvo en el bombardeo de Gernika, en Elgeta en la batalla de Intxorta, y en el frente de Barcelona.

En los últimos años más de una veintena de aquellos improvisados soldados ha fallecido. Por citar algunos, Usabiaga, Sagastibeltza, Padín, Izagirre, Delgado, Uribe, Etxebarria, Aranberria, Ezenarro, Landa, Condina y Biain. Muchos de ellos, habitan aún en el libro Maizales bajo la lluvia, de Aitor Azurki. “¿Qué será de ellos cuando no estén? Te diré lo que me respondió un gudari al preguntárselo: Esto será como muchas otros situaciones de la Historia, que cuando ya no esté nadie para contarlo, se quedarán en meras letras del pasado”.

Azurki apostilla que es una pregunta que todos los memorialistas se han hecho alguna vez. “La importancia de los testimonios radica en la oralidad tal y como lo recogía en una cita del periodista Francesc-Marc Álvaro: Sin figuras de carne y hueso que acrediten los hechos y levanten puentes de empatía, el significado único de ese acontecimiento irá perdiendo intensidad, hasta confundirse en fenómeno histórico. No será el olvido lo que nos asediará, sino la indistinción, forma suprema de la indiferencia”.

Enemigos unidos: Los Asua y los Martiartu de Erandio

Al igual que en la tragedia de Shakespeare ‘Romeo y Julieta’, en Erandio, en el siglo XVI, un matrimonio, el formado por Ochoa Ortiz de Asua y Águeda de Getxo y Martiartu, acabó con años de conflictos entre los dos linajes

Un reportaje de Adrian Busto

LA tragedia de Shakespeare Romeo y Julieta, haciendo spoiler, narra la historia de dos jóvenes enamorados que, a pesar de la rivalidad de sus familias, deciden casarse. Las dificultades vividas por la pareja provocaron que optaran por el suicidio antes que vivir separados. Pero la muerte de los dos jóvenes reconcilió a las dos familias. En Erandio y sin la carga romántica de la obra de Shakespeare también encontramos a un Romeo y una Julieta que con su matrimonio lograron reconciliar a sus familias de “igual nobleza” y “arrastradas por viejos odios”.

En 1561 se casaron Ochoa Ortiz de Asua y Águeda de Getxo y Martiartu. Con este enlace se unieron los dos linajes más importantes y poderosos de Erandio, enfrentados durante la Edad Media y que con la pacificación del señorío y el fin de las guerras de bandos acabaron con años de conflictos para dar paso a la consolidación de su dominio y autoridad en esta anteiglesia y su entorno, principalmente en el Txorierri y la margen derecha de la ría.

Ermita de San Antonio de Martiartu (Erandio) construida en 1658 por Diego de Asua, Getxo y Martiartu. Gorka Madariaga
Ermita de San Antonio de Martiartu (Erandio) construida en 1658 por Diego de Asua, Getxo y Martiartu. Gorka Madariaga

El linaje de los Asua tenía su solar, su casa-torre, en el barrio de Asua, cerca del río homónimo y controlaban gran parte del transporte de la zona, que era una importante vía de comunicación entre las minas de hierro de Somorrostro y las ferrerías del interior de Bizkaia. Además, según la crónica de Lope García de Salazar, fue una de las familias fundadoras del templo de Andra Mari de Erandio. No obstante, las historias recogidas en el libro de Las Bienandanzas e Fortunas debemos tomarlas con cierta cautela, sobre todo las que se refieren a los orígenes de los linajes. No podemos olvidar que estas narraciones pretendían demostrar y recoger las hazañas de los antepasados -incluso inventándoselas- para legitimar el poder y el estatus de las principales familias del señorío.

La celebración del matrimonio sirvió para vincular las propiedades del linaje Asua. De este modo, desde 1561, todos los bienes que habían pertenecido a la familia quedaron protegidos por las leyes del mayorazgo y solo uno de los hijos pasaría a ser el heredero. Este vínculo o mayorazgo antepuso al primogénito frente a los segundones y a los hombres frente a las mujeres, pero no los excluía. El mayorazgo permitía mantener la propiedad unida, sin divisiones tras el fallecimiento del titular y al mismo tiempo protegía los bienes y el futuro del linaje.

Entre las propiedades de los Asua destacan la casa-torre, el patronato de la iglesia de San Juan de Sondika, varios molinos y casas (Uribe, Etxandia, Errenteria,…), tierras y robledales. Es, por tanto, un vínculo modesto, pero cargado de preeminencias y honores que les consolidaba en la cúspide social y económica del Txorierri. La familia residía en la torre de Asua y arrendaban el resto de caseríos, tierras y robledales.

El patronato de la iglesia les permitía captar el diezmo de los feligreses de Sondika y disfrutar de los honores y los derechos propios del patrón. En contrapartida, tenían que mantener el templo y asegurar el correcto funcionamiento de éste. Sin embargo, muchas veces estos patrones recogían (arrendaban) el diezmo y se olvidaban de sus obligaciones. La familia Asua se había deshecho en 1438 del patronato de la iglesia de Andra Mari de Erandio, vendiendo por 20.000 maravedís sus derechos a la familia Butrón. Todo parece indicar que las familias Asua y Aguirre -patrones diviseros- habían usurpado el patronato de la iglesia de Erandio y lo cedían casi gratuitamente al señor efectivo de la comarca. De este modo, se incrementaban las ya consolidadas relaciones entre la familia Asua y Butrón.

Los molinos y aceñas -destacan los de Axpulueta (Goikoa y Bekoa) y de Uribe en Loiu- fueron otra importante vía de captación de rentas. A través del arrendamiento y/o explotación de los molinos la familia Asua se aseguraba unos ingresos y además un cierto control sobre la población de Loiu.

El otro poderoso linaje de Erandio era el de Martiartu. Esta familia tenía su solar en Goierri, en la casa-torre de Martiartu y controlaba el valle del Gobela, donde logró aumentar su poder gracias a la unión con el vecino linaje de los Getxo. El matrimonio entre María López de Martiartu y Ochoa Ortíz de Getxo reunió las propiedades de ambas familias y a partir de ese momento tanto la torre de Getxo como la de Martiartu formaron parte de una misma herencia. No obstante la vinculación de los bienes no ocurrió hasta el siglo XVI, como en el caso de los Asua.

Además de las mencionadas torres, el linaje era propietario de varios caseríos (Goikoetxea, Kortina,…), molinos (Mimenaga, Errotabarria, Gobelerrota,…), tierras, vegas y eran patrones de la iglesia Andra Mari de Getxo. En la iglesia de Andra Mari de Erandio contaban además con importantes preeminencias y eran la familia con mayores derechos en el templo -incluso por delante de los patrones diviseros-. En 1526, la población de Leioa logró la “desanexión” religiosa y por ende política al dejar de depender de la iglesia de Andra Mari de Erandio. La casa de Butrón que era la propietaria de los diezmos y beneficios cedió la mitad de los frutos a la familia de Martiatu y Getxo convirtiéndoles en copatronos de la iglesia de San Juan de Leioa.

Por tanto, las dos familias, Asua y Martiartu aseguraron con los mayorazgos sus bienes y consolidaron y perpetuaron su dominio y poder sobre el resto de la comunidad. Ambas familias ejercieron diferentes cargos públicos e intentaron captar las rentas de sus convecinos. No obstante, antes de aliarse y unir fuerzas los dos linajes se enfrentaron durante gran parte de la Baja Edad Media.

En el marco de la crisis bajomedival y durante las guerras de bandos, tanto el linaje de los Asua como el de los Martiartu estaban bajo la órbita de la importante casa de los Butrón, en lo que se puede denominar bando oñacino. Sin embargo, y a pesar de estar relacionados y emparentados mediante lazos matrimoniales con la familia Butrón y pertenecer al mismo “grupo” sus enfrentamientos eran constantes y habituales. El control del entorno de Erandio y demostrar el “mas valer”, con toda probabilidad, fueron las principales causas de su enemistad. La rivalidad quedó materializada en diferentes batallas y peleas que enfrentaron a distintos miembros de las familias y de sus clientelas.

Desde finales del siglo XV fueron dando diferentes pasos para repartirse el poder de la anteiglesia y mejorar sus relacionales. Sin embargo, no es hasta 1561 con el enlace entre Ochoa Ortiz de Asua y Águeda de Getxo y Martiartu cuando realmente fortalecen y afianzan su alianza. Para entonces los enfrentamientos habían desaparecido y las rivalidades habían quedado institucionalizadas, además, mediante la difusión de las ideas igualitaristas y la promulgación del Fuero Nuevo, los privilegios de los Parientes Mayores se habían reducido. Los dos linajes encontraron en la unión matrimonial la vía para consolidar su poder y poner fin a siglos de enemistad.

Sin embargo, este matrimonio no tenía como objetivo -al menos a priori- unir los bienes de las familias, ya que Águeda no era la primogénita. En el momento del enlace Águeda tenía una hermana mayor, Francisca y otra menor e ilegítima, María López. Su hermana mayor era la heredera de los bienes de la familia Getxo y Martiartu y se casó con Ordoño de Zamudio y Zugasti. De este matrimonio nacieron Gerónimo, que tuvo una hija natural -se casó con Álvaro de Mendoza y Sotomayor, señor de Villagarcía-, y Antonia que casó con el contador Ochoa de Urkiza y no tuvieron descendencia. Mientras que vivieron los miembros de esta rama familiar disfrutaron de los bienes de Getxo y Martiartu. Pero, la falta de sucesión benefició a los descendientes del matrimonio de Ochoa Ortiz de Asua y Águeda de Getxo y Martiartu.

Los descendientes de la hermana menor e ilegitima -que se había casado con Ochoa Ortiz de Basagoiti- no se resignaron a aceptar que sus parientes heredasen los bienes que habían disfrutado hasta entonces los Zamudio-Getxo y Martiartu y comenzaron un largo litigio que terminaría dando la razón a los sucesores de los Asua. De este modo, gracias a la extinción de la rama de Francisca y a la justicia, que dio sentencia favorable para los Asua, los mayorazgos de los Martiartu y los Asua se unían en un mismo titular, reuniendo los bienes de los dos grandes linajes medievales erandioztarras.

Proceso judicial El largo proceso judicial iniciado por los Basagoiti y Sopelana retrasó la toma de posesión efectiva de los mayorazgos por parte de la familia Asua, Getxo y Martiartu. Sin embargo, desde que se extinguió la rama de los Zamudio pudieron disfrutar de esos vínculos y aprovechar en su beneficio los derechos inherentes a ellos. Ejemplo de esta situación encontramos en la ermita de San Antonio de Martiartu construido en 1658 por Diego de Asua, Getxo y Martiartu y por entonces Diputado del señorío. Pero cuando la familia logró la sentencia favorable para suceder en los mayorazgos, los titulares habían emparentado con otras familias del señorío y formaban parte de un entramado más amplio a cuyo frente encontramos al marquesado de Villarías.

En resumen, la unión entre los dos grandes linajes y enemigos de Erandio ocurrió en 1561, sin embargo las propiedades y sus derechos inmateriales y simbólicos no se aunaron hasta la extinción de la rama Zamudio-Martiartu. En el Antiguo Régimen emparentaron con otras familias, vínculos y mayorazgos del señorío, pero los mantuvieron unidos hasta que las leyes desamortizadoras permitieron a sus titulares, y para entonces propietarios, disfrutar libremente de los bienes y ponerlos a la venta. Los patronatos desaparecieron y los bienes dejaron de estar protegidos por las leyes de los mayorazgos. Desde finales del siglo XIX los marqueses de Villarías comenzaron a desprenderse paulatinamente de estos bienes.