Las ikurriñas de Zalla, dos supervivientes y una tercera enterrada

La familia Zubieta, que custodió de forma clandestina las históricas banderas a lo largo de ocho décadas, las donó el pasado viernes a Sabino Arana Fundazioa

Un reportaje de Iban Gorriti

lOS ojos de Mikel Zubieta se empañan nostálgicos, familiares, históricos. Se aferran a sus recuerdos. Entrañas. A los confines de toda una vida de custodia de dos ikurriñas que sortearon la malaventura de la Guerra Civil y anatema del franquismo. El hijo del molinero Luis y de la ama de casa Feli se alegra y entristece al mismo tiempo. Su razón chasquea al viento de Zalla. “Entregar las dos banderas a Sabino Arana Fundazioa me produce esa sensación de desprenderme de algo que cuidamos de forma clandestina durante años, algo que tengo mucho cariño, y por otra parte sé que van a estar mejor conservadas”, admite con vista vidriosa en las dependencias del batzoki en el que antes de la guerra una de las ikurriñas se mostraba orgullosa colgante desde el balcón, y la otra era el blasón de la Junta Municipal del PNV de Zalla.

Mikel Zubieta, en el instante de hacer entrega a la Fundación Sabino Arana de las dos ikurriñas conservadas por su familia.Iban Gorriti
Mikel Zubieta, en el instante de hacer entrega a la Fundación Sabino Arana de las dos ikurriñas conservadas por su familia.Iban Gorriti

 

Y hubo una tercera: la de las emakumes, con una cuita que Zubieta exhuma de lo escuchado en su casa y a las personas mayores de la localidad vizcaina. “Es como un mito ya”, valora. Existió aquel estandarte que según los testimonios orales heredados permanece enterrada a día de hoy bajo un edificio de la avenida Lanzagorta de Zalla. “Al parecer era una bandera blanca con una ikurriña a un lado. Por cierto, las propias emakumes fueron quieren bordaron el escudo de Zalla con el arcángel San Miguel y el árbol de Gernika en la ikurriña de la Junta, hecha con lanilla”, contribuye Mikel.

Hay dos secretos que han mantenido casi intactas las dos ikurriñas donadas a la fundación con sede en Bilbao. El primero, que Luis Zubieta, antes de la entrada de los fascistas sublevados contra la legítima Segunda República, las tomara del batzoki y escondiera, con el peligro que corría. Y el segundo, gracias al tabaco, pudieron conservarse hasta el siglo XXI. “Mi padre fue un valiente en 1937. Recogió las ikurriñas y las llevó al molino donde vivíamos. Hasta allí hay como un kilómetro y entonces te revisaban las bolsas a ver qué llevabas. Se la jugó”, enfatiza orgulloso de quienes le trajeron al mundo. Y no es para menos. Luis Zubieta fue un marido, un padre de familia, un nacionalista que prefirió exponerse a la cárcel o a la muerte, antes que desprenderse de las dos ikurriñas.

a través del tiempo Los Zubieta han vivido en cinco inmuebles diferentes y con ellos y más adelante sus descendientes siempre viajaron los colores: rojo, verde y blanco, jirones de la historia de su pueblo, de su axioma vital e ideológico. Tras vivir en el recordado molino, lo hicieron en Herculano Plaza, también junto al Bar Teide, en el mismo batzoki que siempre ha estado emplazado en el mismo lugar y en el barrio de El Carmen. La esposa de Luis estuvo a punto de dar el brazo a torcer y quemar las ikurriñas, como la familia hizo con la biblioteca que poseían sobre temas vascos y de nacionalismo vasco. “Mi padre se lo contó a un amigo y este, a su mujer. Ella dijo que le iba a denunciar. No lo acabó haciendo”, apostilla Mikel.

Más adelante, en los años 60, Zubieta hijo y su mujer tuvieron visita de la Guardia Civil porque habían hallado a su padre con “propaganda clandestina” por lo que llegaría a sufrir la cárcel bilbaina de Larrinaga. Acabaron quemando todo durante “una noche entera, salvo un libro de vistas de Bizkaia de la Diputación”. A quien calificaban de bizkaitarrón lograron sacarle de prisión gracias a que la mujer de Luis pidió ayuda al clero de la zona. Del matrimonio, nacieron cuatro vástagos. Uno, falleció al poco de nacer. La hermana mayor fue Ana (a día de hoy fallecida), Elia y Mikel. El padre formaba parte de la organización municipal del PNV de Zalla cuando se desató la Guerra Civil.

Esta familia y descendientes escondieron las ikurriñas en lugares impensables, como por ejemplo, debajo de una bañera o soltando unos ladrillos y volviéndolos a poner con labor de albañilería de por medio. Los días que las aireaban sobre la cama o en un pasillo era todo un rito para los de casa, orgullo a la máxima potencia.

La del balcón del batzoki, algo raída en algunos puntos, es de considerables dimensiones: mide cuatro por dos metros, y la de la junta municipal, 1,90 por 1,20. Las anécdotas se solapan en fechas. Así, por ejemplo, la familia vivió en la casa del batzoki y cuando la ocuparon los de Falange, los fascistas estuvieron muy cerca de los dos estandartes prohibidos.

Horas antes de entregar las banderas a Sabino Arana Fundazioa, Mikel Zubieta proyectaba qué iba a hacer al donarlas. “Les daré un beso muy grande. Me despido de ellas. Me emociono. La de la junta es una ikurriña muy especial: en realidad son dos ikurriñas que cuando las llevamos a donde unas monjas para que vieran cómo se podía mejorar, le pusieron un paño blanco entre ambas, a modo de sandwich y así reforzarla”, detalla quien ya entregó en 1977, con la democracias, estos blasones al batzoki, pero volvieron a la familia hasta los años 90. “Me despido de ellas, pero sé que va a estar mejor cuidada. Ahora, queremos poner una reproducción aquí en el batzoki, en esa vitrina donde ha estado expuesta. Y pensar que en aquellos tiempos para quitar humedad mi padre le ponía tabaco…”, concluye emocionado.

La ikastola: evolución en la preguerra de una institución singular

El final del siglo XIX y las primeras décadas del XX fueron testigo del nacimiento de las ikastolas, un proyecto para enseñar en euskera con un modelo pedagógico propio

Un reportaje de Gregorio Arrien. Fotos de Sabino Arana Fundazioa

LA crisis de la sociedad española de finales del siglo XIX y comienzos del XX generó un gran descontento y críticas al sistema político, que pusieron a prueba el funcionamiento de las instituciones. Frente al fracaso y desprestigio de los organismos oficiales y lo descaminada que andaba la enseñanza oficial, se hicieron constantes llamadas a la regeneración y a un profundo cambio de la vida nacional, proponiendo para ello numerosos remedios de tipo social, económico y cultural.

Grupo de andereños, con el escritor Luis Agirre (Euba, 1982).
Grupo de andereños, con el escritor Luis Agirre (Euba, 1982).

 

Por los hechos apuntados, la crisis finisecular repercutió en el resurgimiento de los nacionalismos periféricos, con el consiguiente auge de un movimiento cultural para la recuperación de su cultura. Por lo que respecta al País Vasco, entre las diferentes propuestas e iniciativas orientadas al logro de estos objetivos, estaba la que ponía un énfasis especial en el cultivo y promoción del euskera y la escuela vasca o ikastola.

Sabino Arana, el autor de una serie de neologismos que llegaron a cuajar con el tiempo, fue también el que acuñó el término Ikastola, para designar a un tipo de escuela en que la enseñanza se da en euskera. Este término aparece recogido en su silabario euskérico “Umiaren lenengo aizkidea. Bizkaiko euzkeraz irakur-tzen ikasteko” (1897). Al decir de Artez en 1931, la obra en cuestión tuvo un cierto éxito en los centros docentes. Aunque Arana estaba dedicado mayormente a cuestiones de otra índole, encontró tiempo y ocasiones para ocuparse de temas de carácter educativo, principalmente cuando las realidades de país y los estímulos externos del momento requerían un análisis o una respuesta de su parte. En este sentido, aprovechando que los conceptos de regeneración y regeneracionismo estaban de moda en su época, en repetidas ocasiones se refirió a estos para dejar en claro que su principal preocupación, a este respecto, era la reconstitución del pueblo vasco, también a través de la escuela; según nuestro protagonista, el camino para la regeneración del pueblo está en que “fundemos sociedades puramente vascongadas, escribamos periódicos vascongados, creemos teatros vascongados, escuelas vascongadas…”.

En estos inicios del movimiento de ikastolas, es justo destacar, igualmente, la actuación de autores como Resurrección Mª de Azkue y Kepa Andoni Ormaetxea, entre otros. Aparte de su contribución a la literatura infantil, Azkue creó en 1896 la escuela vasca o ikastetxea de la calle Jardines de Bilbao, un centro donde los niños aprendían el euskera más que en euskera. Ormaetxea, por su parte, es el autor de Agakia. Euskeraz irakurten ikastekoa (1896), un silabario relativamente breve y sencillo, firmado por Bizkaiko elexgizon batek iratzija.

Tras la muerte de Sabino Arana, se intensificaron las propuestas y referencias escritas sobre la necesidad de fundar escuelas vascas, bajo la responsabilidad de particulares e instituciones vascas; pese a que la falta de recursos estaba frenando su constitución, por el momento, tras la instauración de un largo debate en los periódicos, especialmente en los de orientación nacionalista (JEL, Aberri y demás), finalmente se creó en 1908 la Escuela vasca de párvulos en la Plaza Nueva de Bilbao, seguida después de la establecida en la calle Colón de Larreategui. En los anuncios de la prensa se presentaban como unas verdaderas Euzko-Ikastoleak, al efectuar las matrículas en los comienzos de curso. Entre las dos, llegaron a contar en 1918 con unos 162 alumnos ( 65 niños y 97 niñas), distribuidos en tres grados.

En 1914, Miguel Muñoa estableció una ikastola en Donostia, que tuvo más continuidad que las anteriores.

Autonomía docente A partir de la segunda década del XX, se produjo la llegada de una generación de gente nueva, conformada por hombres de la calidad intelectual y preparación de Eduardo de Landeta, Luis de Eleizalde, Federico Belaustegigoitia y otros. Algunos de ellos ya venían trabajando desde antes en el campo de la Pedagogía y conocían bien las dificultades que existían para la renovación del sistema educativo vigente, plagado de irregularidades administrativas e incapaz de poner remedio al abandono de amplias zonas rurales de carácter euskaldun; pero, pese a ello, siguieron denunciando los hechos y buscando el apoyo de las instituciones locales para reclamar la esperada autonomía docente y poder realizar aquí lo que ya se venía haciendo en los países más cultos de Europa. Su pensamiento pedagógico, expuesto en numerosos escritos, conferencias y publicaciones periodísticas, se encuentra recogido en lo sustancial en los Congresos de Eusko Ikaskun-tza y las instituciones educativo-culturales de Bizkaia. Cansado seguramente de tanto esperar sin apenas resultados positivos, en el Congreso de Oñati ( 1918), Eleizalde animó a los vascos a actuar por su cuenta y organizar “nuestra tupida red de escuelas euzkéricas”, sin esperar la intervención del Estado. Landeta, a su vez, se dedicó a elaborar el proyecto de una escuela vasca modelo, con todas las partes que debía contener: fines, función de la lengua, plan general de enseñanzas, métodos, programas, construcción del edificio escolar, presupuesto…

Fueron estos mismos hombres los que, más tarde, se encargarían de poner en marcha la obra de las Escuelas de barriada de Bizkaia, incluidas su organización y orientación educativa.

Escuelas y auzo-Ikastolak Paralelamente a los pasos anteriores, con la instauración de la mayoría nacionalista en la Diputación vizcaina se facilitaron las cosas, en alguna medida, en el camino hacia la reforma de la enseñanza primaria, que se encontraba en un estado deplorable especialmente en las zonas rurales.

Las llamadas Escuelas euskéricas, creadas y organizadas por la Diputación, y en su nombre por la Junta de Instrucción Pública, estaban destinadas a promover la renovación pedagógica, a través del establecimiento de un programa mínimo de euskerización de la enseñanza. De acuerdo con las bases establecidas, entre 1918 y 1923 se concedieron subvenciones a los centros docentes que se comprometieron a enseñar la lengua vasca, su lectura, escritura y cantos, impartiendo el resto del programa en castellano. Apenas se tuvo noticia de la iniciativa tomada por la Diputación, fueron numerosos los pueblos y escuelas que solicitaron y obtuvieron las ayudas económicas en cuestión. Según Landeta, en los dos primeros años de vida de la institución fueron unas 40 las escuelas que se interesaron por el tema, cumpliendo después, con gran regularidad, las condiciones exigidas. Las Escuelas de barriada, por su parte, constituidas a raíz de la Moción Gallano de 1919, eran conocidas también como Auzo-Ikastolak, sobre todo en los primeros años de vida. Era una institución realmente amplia y compleja, ya que llegaron a crearse más de 125 establecimientos docentes, repartidos por toda la geografía de Bizkaia; hacia 1936, estudiaban en ellos más de 6.000 alumnos, a razón de unos 48 escolares por aula. Su objetivo principal era erradicar el analfabetismo de las zonas rurales, supliendo en este punto la ausencia del Estado.

Aparte de las magníficas construcciones escolares y el envidiable apoyo popular para su realización, hay otro hecho de especial relevancia que realza aún más la personalidad de estas escuelas: es la introducción de la enseñanza en euskera, un caso excepcional y admirable que, sin embargo, no ha merecido la debida atención entre nosotros. Se instauró un real y efectivo bilingüismo educativo, con los textos euskéricos incluidos. Seguramente, es la primera experiencia de este tipo en el país, en una amplia red de centros a la vez. Tras los nacionalistas pasaron por el gobierno de la Diputación formaciones políticas de diferente signo, y relativamente pronto surgieron las consabidas limitaciones y dificultades para el mantenimiento de la orientación pedagógica de los inicios; pero, pese a estos cambios, siguió utilizándose la lengua vasca, por lo menos como vehículo o medio de enseñanza.

En resumen, fue una de las obras más grandes de la Diputación de Bizkaia en su momento, que tuvo un indudable éxito educativo, cultural, social y humano, especialmente para los barrios y pueblos en los que se establecieron dichas escuelas.

Euzko-Ikastola-Batza En esta breve relación de ikastolas, creadas en diferentes momentos y a cargo de entidades tanto privadas como públicas, es justo mencionar la importante obra de Euzko-Ikastola-Batza (Federación de Escuelas Vascas), en los años de la II República. Constituida en 1932, la Federación tuvo una rápida expansión, extendiéndose en el término de unos pocos años a casi todos los grandes núcleos urbanos de Bizkaia. Se abrieron las escuelas no solo en Bilbao ( en Errotatxueta y Belostikale), sino también en poblaciones como Durango, Amorebieta, Algorta, Barakaldo, Elorrio, Galdakao, Gernika, Ondarreta, Portugalete, San Salvador del Valle y Sondika; en Bergara funcionó una escuela agregada. En el curso 1935-36, el número de alumnos que estudiaban en estos centros ascendió a unos 1.200 en total, la mayoría de ellos de origen euskaldun. Por desgracia, con la interrupción del proyecto a raíz de la Guerra Civil, una gran parte de las andereños y niños tuvieron que huir al exilio en 1937.

Como se ha escrito en alguna ocasión, las experiencias educativas desarrolladas en la II República tuvieron una relevancia especial. Se llevaron a cabo bajo la orientación de personas entendidas en la materia, que fueron expresamente consultadas por la Federación con el objeto de lograr un modelo de ikastola moderno y adaptado a los tiempos, especialmente en aspectos como la organización escolar, la aplicación del bilingüismo, el uso del material y libros de texto, el método para párvulos, la formación del profesorado y la globalización de las materias; por eso, tan importante como tener en cuenta el número de centros creados y alumnos escolarizados, es valorar, en este caso, el esfuerzo realizado por los organizadores y los grupos implicados en la educación en la conformación de un amplio plan de renovación pedagógica, íntegramente vasco, cuya influencia se notaría después en el movimiento cultural y educativo de la posguerra.

¿Fusiló el poco noble José Luis de Villalonga al sacerdote ‘Aitzol’?

Un sobrino biznieto del religioso asesinado en octubre de 1936 en Hernani lamenta desconocer dónde están enterrados los restos del famoso euskaltzale

Un reportaje de Iban Gorriti

FUSILÓ el poco noble José Luis de Villalonga al sacerdote, tribuno, periodista y escritor José Ariztimuño Olaso, Aitzol? ¿Fue él quien apretó el gatillo desde el pelotón, orgulloso porque “matar republicanos era como matar conejos”, como se vanagloriaba en sus memorias? Por otro lado, otro misterio: ¿Dónde están los restos del religioso euskaltzale asesinado el 17 de octubre de 1936 en Hernani? No se encuentran donde se creía, en el cementerio de dicha localidad.

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Hay preguntas que tienen respuesta y otras no porque se diluyen en la memoria con el paso del tiempo y la ausencia de los que estuvieron allí. Sin embargo, en este caso, el del recuerdo de Aitzol, su familia sigue adelante exhumando verdad, exigiendo justicia y empeñada en garantizar su reparación. Entre ellos se encuentra Aitzol Azpiroz (Donostia, 1974), licenciado en Filosofía y sobrino biznieto del cura nacido en Tolosa en 1896.

El caso de Aitzol es uno de los que están bajo la lupa de la jueza argentina María Servini de Cubría en el marco de la querella que coordina en Euskadi la Plataforma vasca contra los crímenes del franquismo. Esta misma semana, Aitzol Azpiroz, como portavoz de la familia del sacerdote fusilado hace 79 años, y una víctima de torturas durante el franquismo, Pedro Estonba, han declarado en Donostia.

La comparecencia obedece a sendos exhortos que la jueza americana ha dirigido a la justicia española. “La querella argentina se niega a olvidar, como pretenden algunos, los crímenes de lesa humanidad que perpetraron las fuerzas franquistas durante la guerra que provocó el golpe, lo mismo que durante la dictadura de 40 años de extrema represión”, explican desde la plataforma vasca.

“Solo me hicieron cinco preguntas. Estuve alrededor de veinte minutos. Además, entregué la información que me facilitó el forense Paco Etxeberria, de Aranzadi”, explica Azpiroz a DEIA. En esa mañana de recuerdos, de reivindicación y de denuncia, el familiar de Aitzol y el torturado Estonba estuvieron arropados por familiares, amigos, y partidos políticos vascos.

Aunque Aitzol era sacerdote, no hubo apoyo presente de la Iglesia. “Yo distingo entre el clero español y el vasco. A efectos de jerarquía eclesiástica española, Aitzol, a pesar de ser sacerdote, ha sido abandonado y ninguneado”, valora Azpiroz. Admite, eso sí, que existe “un documental sobre su figura y para su elaboración sí participaron clérigos como Setién y otros sacerdotes”. Esta película, titulada Aitzol, Euskal Pizkundearen herio-tza, se proyectará el martes a partir de las 19.00 horas en la casa de cultura Biteri de Hernani.

Volviendo a las preguntas que siguen siendo un enigma, Aitzol pudo ser uno de los fusilados con las balas de los militares golpistas, y con José Luis Villalonga como la persona que apretó el gatillo. Este hijo de un aristócrata que veraneaba en el Hotel du Palais de Biarritz, edificio que regaló Napoleón a su mujer Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia, se presentaba voluntario para fusilar republicanos apresados. El madrileño nacido en 1920 tenía 16 años cuando asesinaron a Aitzol. Habla Azpiroz: “No podemos asegurar si fue él o no, pero sí que su padre le animó a ofrecerse, como forma de espabilarle…”

Queda constatado que Villalonga fue uno de aquellos hombres que formaron parte de los piquetes que salieron a la palestra tras el golpe del 18 de julio de 1936. Es más, el propio aristócrata participó en un programa del histórico espacio televisivo La Clave, de José Luis Balbín, jactándose de haber participado en los pelotones de ejecución fascistas que actuaron en Gipuzkoa.

Servicio a la sociedad En cuanto al lugar donde se encuentran los restos del sacerdote fusilado, poco más se sabe. Los familiares de José Ariztimuño Olaso siempre llevaron flores a una tumba del camposanto de Hernani, pero con posterioridad se ha sabido que no se encuentran allí. El historiador Iñaki Egaña comentó en una ocasión que podrían estar en el Valle de los Caídos. Sin embargo, el forense Paco Etxeberria no lo estima así. “Que 80 años después permanezca esa inseguridad… Nosotros vamos a seguir luchando porque creemos que nuestra actuación puede hacer un servicio si conseguimos la complicidad y la empatía de la sociedad”, concluye.

El expolio a la familia Sota: ¿responsabilidades políticas o botín de guerra?

Los franquistas pusieron multas por el equivalente a 4.270 millones de euros a la familia Sota por ser nacionalistas vascos

Un reportaje de José Mª de la Sota Guimón

La Ley de Responsabilidades Políticas tuvo una especial incidencia en los sectores más humildes de la sociedad. 250.000 expedientes tramitados abocaron a muchas familias con un pasado republicano o nacionalista a la desestructuración económica. Los casos más notorios, personas públicamente relevantes, fueron especialmente perseguidos por el nuevo régimen con imposición de multas estratosféricas e impagables: Azaña, 100 millones; Giral, 50 millones; Alcalá Zamora, 50 millones; Dolores Ibarruri, 25 millones…

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Bilbao cayó en manos de las tropas del general Mola el 19 de junio de 1937 y como otras muchas propiedades, las de Sota fueron objeto de actos de rapiña y saqueo.

La administración de la represión económica comenzó a los tres días de la toma de Bilbao, con la constitución de la Comisión Provincial de Incautación de Bienes (CPIBV) y los 4 Juzgados Especiales de Incautaciones que se instalaron en las oficinas de Sota. Los seis primeros expedientes fueron el de Ramón de la Sota Llano, los de sus hijos Ramón, Alejandro y Manuel, el de los miembros del Gobierno vasco en su conjunto y el de Fermín Zarza.

Incautar el patrimonio de Sota constituyó un reto para los responsables de la represión económica. Su singularidad y dimensión obligó a una conexión directa con las autoridades de Burgos, muy pendientes de su evolución.

La Naviera Sota y Aznar, en ese momento titular de 43 buques mercantes, y Euskalduna, eran clave por “altas razones de Estado”, por lo que fueron objeto de inmediata intervención militar con dependencia directa del cuartel general de Franco para servir de auxilio a sus objetivos militares y con el fin de depurar las responsabilidades criminales de su personal.

Al igual que todas las sociedades cuyos capitales eran vizcainos, en el resto de empresas de Sota había que saber “qué había dentro de ellas”, “pues hay que desmontar la prepotencia económica del nacionalismo sin que se hunda la riqueza de Vizcaya pero hay que dar batalla al capitalismo nacionalista, favoreciendo al capital blanco afecto a España…” Los colaboradores calificarían a los consejeros de las sociedades en afectos y desafectos. “Después con el apoyo de la parte blanca del capital se van a instruir expedientes… como único medio para darle armas al Juez para descubrir el capital rojo-separatista…”

Dicho criterio no se hizo esperar en las empresas de Sota, Siderúrgica del Mediterráneo, Setares, Sierra Alhamilla, Sierra Menera, Mina Ceferina, Compañía de Crédito Especial, Remolcadores Ibaizabal, Sociedad de Seguros Anayena y la Caja de Previsión de la Naviera. Las fincas urbanas, rústicas, créditos, acciones y valores, mobiliarios y enseres, y la contabilidad fueron también incautados.

El objetivo, más allá de la responsabilidad política, era hacerse con un botín monumental de aplicación directa e inmediata en el desarrollo de la guerra: la industria vizcaina.

Las acusaciones contra Sota carecían de pruebas fehacientes y casi todas estaban referidas a periodos muy anteriores a la guerra:

-Haber participado en la Sanrocada de 1898 en la que al parecer se pisoteó una bandera española.

-Haber sido diputado en Cortes en 1918.

-Haber sido uno de los firmantes del telegrama enviado al presidente de los EE.UU. en petición de apoyo para la libertad política de las Provincias Vascongadas.

-Haber pertenecido al PNV y su apoyo económico a esta organización.

A pesar de que solo acreditaron una aportación de 8.000 pesetas durante 1931 y 1932, Lequerica lo consideraba como la personalidad que tuvo mayor participación en el desarrollo del partido después de Sabino Arana.

El juez instructor concluyó el expediente sin reparo afirmando que “A Don Ramón de La Sota no puede hacérsele, por haber fallecido, más que el gravísimo cargo de ser el fundador e impulsor del Partido Nacionalista Vasco y haber creado una familia que le superaba en sus nefastas doctrinas. Procede que su cuantioso capital tenga un destino al servicio de España, a quien tanto daño hizo y que servirá como compensación de los cuantiosos daños que padecemos en esta guerra.”

Con los informes del jefe del 22º Tercio de la Guardia Civil; del alcalde de Bilbao, José María Areilza; de la Delegación de Información e Investigación de F.E.T. y de las J.O.N.S.; de José Luis Goyoaga, Enrique Ornilla, Julián Munsuri, Esteban Bilbao, Benito Marco Gardoqui, Manuel Arredondo y José Félix Lequerica, el general jefe de la 6ª Región militar con sede en Burgos, declaró:

“A D. Ramón de la Sota Llano, Ramón de la Sota Aburto, Alejandro de la Sota Aburto, Manuel de la Sota Aburto y Ramón de la Sota Mac-Mahon, responsables de los daños que se refiere el art. 6º del Decreto-Ley de 10 de Enero de 1937, fijando la cuantía de su responsabilidad, en cien millones de pesetas, cien millones de pesetas, setenta millones de pesetas, ochenta millones de pesetas y veinte millones de pesetas”.

Recabadas las informaciones acusatorias pertinentes, a Catalina Aburto, viuda de Sota, por “exteriorizar públicamente un acusado matiz político nacionalista”, se le impuso una multa de 2 millones; a las hijas, María, Luisa, Asunción, María Teresa, Ángeles, Mercedes y Begoña, por ser nacionalistas vascas, oponerse al Movimiento Nacional y participar en organizaciones del entorno nacionalista, como el Ropero Vasco o Emakume Abertzale Batza, en conjunto 9,2 millones de pesetas; a las nueras Sofía Mac-Mahon y Fuensanta Poveda, con 4,5 millones. Los yernos José Vilallonga y José Urresti también fueron multados.

La cuantía más elevada La suma de las multas impuestas al matrimonio Sota-Aburto, a sus hijas e hijos, a su nieto y a los cónyuges superaron los trescientos setenta y cuatro millones de pesetas, la cuantía más abultada que las autoridades franquistas impusieron a los perseguidos en toda España.

Tomando como referencia la estimación realizada por Ángel Viñas, asesorado por José Ángel Sánchez Asiaín, en su reciente publicación sobre la fortuna de Franco, el importe de las mencionadas multas superaría a día de hoy los cuatro mil doscientos setenta millones de euros.

Firme la multa se procedió a la ejecución. Surgieron serios problemas para administrar el patrimonio incautado por lo que se solicitaba a la superioridad el criterio a seguir. Quien fijaba el criterio era directamente Franco ayudado por el subsecretario de Presidencia, Carrero Blanco.

Inhabilitados de sus cargos los Sota y los colaboradores no afectos, se nombraron nuevos consejeros que adoptaron complejas decisiones para evitar la posible vuelta atrás, nombraron nuevos gerentes y aprobaron acuerdos que les permitieron hacerse con el control de las empresas. El Estado se adjudicó las acciones incautadas al valor del día anterior al comienzo de la guerra o por el nominal valorándose en 30 millones de pesetas, y ello aun cuando el propio juez responsable de la ejecución, Manuel Ruiz Gómez, reconocía que el precio de mercado alcanzaba los 50 millones.

Entre tanto los afectos habían creado sociedades instrumentales con la intención de hacerse con las acciones que el Estado se había adjudicado. En 1944 dichas sociedades alcanzaron plenamente sus objetivos.

Manuel Ruiz Gómez cesó en 1945 en su encargo de ejecución de la sentencia contra los Sota, no sin antes recibir de Carrero Blanco una orden para que le informara de la situación en que se encontraba el proceso, así como de si Catalina Aburto había abonado su multa de dos millones.

47 fincas En 1947, se dictaron Autos de adjudicación de 38 fincas urbanas, de los bienes muebles y del metálico restante. Entre los primeros destacan Ibaigane, residencia de la familia, ocupada por el Gobierno Militar, Lertegui, la oficina Sota y el chalé Villa María, todavía hoy ocupados por la Comandancia de Marina, la casa Maritsu Etxea y las casas de Heros, Ercilla e Ibáñez de Bilbao.

En 1954 y 1956 el Estado subastó algunos inmuebles obteniéndose un importe de 9 millones de pesetas que se aplicaron al pago de la multa.

A lo largo de los años se realizaron por parte de descendientes todo tipo de reclamaciones, acciones judiciales e incluso peticiones de indulto. Todas ellas chocaron con la más absoluta cerrazón. Ni siquiera la gestión del Papa surtió efecto alguno.

El propio Serrano Suñer remitió carta con el texto que había de presentarse a Franco para que accediera a conceder alguna medida de gracia. Su receptor, Alejandro de la Sota, no suscribió el escrito al exigir explícitamente la adhesión de la familia al Movimiento Nacional renunciando además a la honorabilidad de su padre.

A comienzos de 1966 el Estado decidió liquidar lo pendiente con la apertura de expedientes de indulto en los casos que ofrecían notoriedad manifiesta. Había ocho expedientes de personas políticamente muy significativas, entre ellos Manuel Portela, Niceto Alcalá Zamora, Lluís Companys y José Antonio Aguirre. De los ocho, seis tenían informe favorable al indulto. Los informes desfavorables eran los de Portela y Sota.

Finalmente, el 12 de noviembre de 1966 se decretó el indulto total de las sanciones lo que permitió a la familia Sota recuperar la colección de cuadros de arte vasco y dos créditos por valor de 1,4 millones de pesetas.

Por Ley de 5 de Abril de 1968, la Hacienda Pública abrió la posibilidad de recuperar algunos bienes que el Estado se había adjudicado en pago de sanciones siempre que se pagara la deuda principal más recargos, costas y contribuciones. Los herederos de Sota pidieron la devolución de los inmuebles no vendidos o subastados a cambio del pago de 61,6 millones. La respuesta fue negativa pues la mayoría estaban afectados a servicios públicos (Ibaigane, la Comandancia de Marina, los terrenos de la base militar de Zorroza…). De nuevo otro largo proceso judicial que culminó con sentencia del Tribunal Supremo de 1974 parcialmente estimatoria.

Solicitada la ejecución, el Estado estableció un calendario de devoluciones de cinco años dado el trastorno que le suponía mover a los diferentes organismos ocupantes.

Ni la ley de amnistía Por fin llegó 1980 año en el que se debía entregar el simbólico Ibaigane. La Hacienda exigió el pago del resto de la multa para proceder. Con un indulto de penas pecuniarias de Juan Carlos de Borbón en 1975 y un Decreto Ley de Amnistía de 1976 difícilmente se podía entender tal posición, por lo que se planteó ante la Audiencia Nacional demanda para anular la sanción y considerar extinguida la obligación de pago. La demanda fue rechazada por la Audiencia Nacional y por el Tribunal Supremo en sendas Sentencias de 1981. El Recurso de Amparo interpuesto ante el Tribunal Constitucional tampoco admitió liberar del pago de sanción impuesta por motivos ideológicos y políticos. “Ni la libertad ideológica, religiosa o de creencias ni la de expresión o libertad de pensamiento aparecen coaccionadas por la supuesta anomalía de tener que pagar el precio de cesión de bienes incautados con anterioridad a la Constitución por aplicación de la Ley de Responsabilidades Políticas, pues no existe obligación de pagar, sino que es una facultad reconocida a los interesados; ni de hacerse el pago, se trataría del abono de una sanción, sino de la condición exigida para recuperar los bienes”.

En julio de 1982 se pagaron los 62,3 millones de pesetas. Mientras tanto, pagado todo, la Comandancia de Marina sigue instalada en las oficinas de Sota en el mismo centro de Bilbao…

Lo expuesto es la síntesis de los aspectos económicos de un caso singular sin tratar ni de las condenas accesorias ni los procesos militares que depuraban la responsabilidad criminal, a los que también fueron sometidos los Sota como tantos otros.

De poco ha servido la frágil Ley de Memoria Histórica que, eso sí, expresamente ha cerrado cualquier posibilidad de resarcimiento o reparación del daño causado. Entretanto seguimos asistiendo al penoso peregrinar de quienes quieren saber qué fue de los suyos, dónde se encuentran sus restos o, si se sabe, cómo llevarlos al lugar donde descansen en paz. Una suerte de condena perpetua y dolorosa que se hereda generación tras generación.

Miguel Soreasu, el gudari centenario que se fugó del Arriaga

Miguel Soreasu es uno de los pocos soldados del lehendakari Aguirre que siguen vivos con más de cien años

Un reportaje de Iban Gorriti

SON varios los soldados del Ejército del Gobierno vasco del lehendakari Aguirre que han rebasado los cien años. Es el caso de Antonio Izagirre (102 años), de La Quadra, Fructuoso Pérez Arrospide o Miguel Soreasu Badiola. Encontrar a este último no ha sido fácil, aunque curiosamente estuvo en el Gudari Eguna de Artxanda pero él pasaba desapercibido: estaba presente en La Huella, pero no era protagonista como José Moreno (organizador) o Manolo Sagastibeltza.

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Las pistas situaban a Soreasu en su natural Azkoitia. Sin embargo, reside en Santutxu, después de toda una vida viviendo en el centro de Bilbao. Él es uno de los últimos vivos del Batallón Otxandiano -nunca digamos el último-. El 4 de enero cumplió un siglo de vida, pero su forma de ser ha llevado a que sean miles las incógnitas de su pasado en la Guerra Civil. ¿Estaría en Durango el día del bombardeo de 1937, municipio en el que murieron algunos de sus compañeros del batallón número 37 Otxandiano, del PNV?

A día de hoy, poco habla. Eso sí, no olvida detalles como que este antifranquista formó parte de la compañía Alberdi de esta unidad de lucha del Eusko Gudarostea. Nació en Azkoitia, hijo de Eustaquio Soreasu y Francisca Badiola. El primero, carnicero, falleció cuando Miguel tenía siete años. Al quedar viuda, Francisca buscó trabajo en Bilbao en casa de Víctor Chávarri Salazar, marqués de Triano, y considerado el primer capitalista vizcaino, fundador de La Vizcaya, fusionada con Altos Hornos de Vizcaya AHV. Cuenta con dos esculturas: una en su natal Portugalete y otra en la estación de la Concordia, en Bilbao. La madre de Miguel comenzó a trabajar en la casa de la Gran Vía como aña.

Miguel y su hermano quedaron al cargo de una tía en Azkoitia. El primero acabó viviendo cerca de su madre. Fue a vivir a Las Arenas cuando tenía 14 años. En los años previos a la Guerra Civil, trabajó en la ferretería La Bolsa, de los austriacos Yohn y CIA. Era pinche, recadista.

De orígenes familiares carlitas, tanto él como su hermano siempre han tenido ideales nacionalistas vascos. De hecho, tanto él como su hermano Bittor fueron alistados como gudaris en el batallón Otxandiano, del PNV. “A mi hermano le hirieron en Villarreal”, rememora y cita frentes de batalla en los que luchó contra el fascismo: Saibigain, Akarregi e Intxorta.

DETENIDO EN LA PEÑA “A mí me detuvieron en La Peña”, explica, dato que podría ser muy cierto ya que el comandante Koldo de Larrañaga cayó en junio de 1937 en la defensa del monte Malmasin. Su hijo, José Miguel, le pregunta cómo fue apresado y qué recuerda de su presunta estancia en el Teatro Arriaga. “Me fugué del Arriaga”, asiente y queda la duda de si tras la detención le llevaron a este edificio y, “al parecer, conocía el teatro y se escapó por una puerta trasera, por eso creemos que no pisó cárcel alguna, pero todo es un poco incierto porque ha sido de esos hombres que no han querido hablar de la guerra. Ha sido de muchos amigos, pero siempre buscando la soledad”, aporta José Miguel.

Desde la Sociedad Aranzadi, Jimi Jiménez constata a DEIA que el Teatro Arriaga fue uno de los innumerables “puntos de detención” en los días en que Bilbao fue ocupado por los leles a los militares golpistas españoles. Al finalizar la guerra, hizo la mili en Nafarroa -“estuve en Burguete”- y volvió a trabajar como ferretero, en este caso en Ercoreca. Contrajo matrimonio con María Dolores Iza Mintegi en octubre de 1941 en Artxanda y la familia conserva aún un salvoconducto que le hicieron para poder ir de viaje de miel a Zaragoza. Dieron a Euskadi cuatro hijos: José Miguel, María Begoña -fallecida- Javier Tomás y María Aranzazu.

A pesar de seguir a día de hoy afiliado al PNV en el batzoki de Santutxu, nunca ha querido hablar de lo que luchó en la guerra. Siempre ha preferido, por ejemplo, conversar sobre su pasión por la montaña. Socio del Bilbao Alpino Club, subía al Pagasarri durante todo el año y se duchaba con el agua de la fuente de Tarín, incluso los días que nevaba. “Total, el agua está a 11 grados, está más caliente que la temperatura de la calle”, solía repetir. Tal era su salud que hace diez años se cayó en Gorliz de bruces y en Basurto lo deshauciaron, pero sobrevivió. “Vi cómo le dieron la extremaunción. Nadie podría creer que le dieran el alta. A día de hoy en el hospital algunos aún le llaman Lázaro, por el de la Biblia”. Hace tres años, además, le operaron de cataratas. El pasado enero, el entonces alcalde Ibon Areso le visitó en el batzoki de Santutxu para felicitarlo en su cumpleaños.