“El primero que trabó combate”

El Tercio de Vizcaínos y la defensa de Buenos Aires (1807)

La defensa organizada por Martín de Álzaga propició la derrota de las tropas británicas que pretendían invadir Buenos Aires en 1807. El Tercio de Vizcaínos fue decisivo

Reportaje de Mikel Gómez Gastiasoro

La invasión y conquista de Buenos Aires a manos de los británicos en 1806 dio como resultado la creación del cuerpo miliciano conocido como Tercio de Vizcaínos, que tuvo una destacada participación en la defensa de la ciudad ante un nuevo ataque en 1807.

En 1806, Buenos Aires era una urbe con una vibrante actividad mercantil que había crecido durante la segunda mitad del siglo XVIII hasta alcanzar una población de unos 40.000 habitantes. El poblado que en 1580 refundase Juan de Garay se había transformado en un puerto exportador de plata y productos agropecuarios, además de en la capital del Virreinato del Río de la Plata. El pujante comercio de la zona llamó la atención de las casas comerciales de Cádiz, lo que supuso el punto de partida para la llegada de numerosos comerciantes, entre ellos una importante cantidad de vascos, quienes a finales del siglo XVIII suponían el 35% de los comerciantes registrados en la capital bonaerense.

De hecho, los comerciantes más exitosos del momento, como Francisco Segurola, Cristóbal de Aguirre, Vicente Azcuénaga o Domingo Basavilbaso, eran procedentes de tierras vascas. Estos comerciantes mantenían, generalmente, una estrecha relación con su localidad de origen y con su familia que, a menudo, era reforzada gracias a la llegada de parientes enviados a trabajar en el negocio del familiar ya asentado. Además, estos comerciantes conseguían gracias a su riqueza y relevancia social los cargos de las instituciones coloniales como el cabildo o las milicias. Los cargos que estos comerciantes desempeñaban en la organización miliciana eran más bien una cuestión de prestigio que de habilidad militar, porque a pesar de que sobre el papel la milicia de la ciudad reuniese a toda la población masculina libre, la defensa real recaía sobre un escaso número de soldados veteranos. De hecho, los múltiples informes que virreyes y militares hicieron sobre este asunto no auguraban nada bueno respecto a la capacidad de la ciudad para defenderse. El paulatino deterioro del poder de la Monarquía en el Atlántico a causa de sus enfrentamientos con los británicos facilitó una incursión de estos últimos en junio de 1806, lo que demostró definitivamente la debilidad del sistema de defensa del Virreinato.

Unos 1.600 soldados al mando de William Carr Beresford conquistaron y ocuparon Buenos Aires durante 46 días hasta que fueron derrotados por los habitantes de la ciudad y los refuerzos procedentes de Montevideo dirigidos por el marino de origen francés Santiago Liniers. Este, nombrado responsable militar de forma provisional, no dudó en organizar una movilización general que pudiera hacer frente a una nueva y previsible invasión. El virrey Sobremonte, que había huido al entrar los británicos en la ciudad, había quedado muy desprestigiado y sería posteriormente destituido al ocupar Montevideo una pequeña expedición británica de refuerzo, en enero de 1807.

Por territorios Fue en este contexto cómo, el 8 de septiembre de 1806, surgió el llamado Tercio de Vizcaínos, también llamado Tercio de Cántabros de la Amistad en algunas ocasiones. El nuevo sistema de milicias estuvo organizado en función del territorio de origen de los habitantes de Buenos Aires, resultando en la creación de varios cuerpos, con un total aproximado de 8.000 milicianos. El Tercio de Vizcaínos estuvo formado por un total de 523 puestos entre oficialidad, milicianos, tambores y músicos, capellanes y cirujanos. Dentro del Tercio se encontraban dos compañías de asturianos, una de castellanos y una de correntinos procedentes del propio Virreinato. Los originarios de las provincias vascas y sus hijos sumaban un total de 278 plazas agrupados en otras cinco compañías sin incluir a la Plana Mayor del Tercio, a uno de los músicos, a dos capellanes, al cirujano y a su ayudante. Teniendo en cuenta que a partir de un censo de 1810 se estima una población vasca total en Buenos Aires de 350 personas, este es un dato significativo. Esta proporción tan alta puede explicarse atendiendo al perfil del residente vasco en la ciudad, determinado por una abrumadora mayoría de hombres en edad militar que habían llegado para participar en actividades comerciales.

Los milicianos del Tercio de Vizcaínos iban uniformados con una casaca azul con los cuellos, los puños y las solapas de color rojo. Los pantalones que usaron fueron blancos y las botas negras. El sombrero que pudieron utilizar fue de copa o redondo tocado con una escarapela y un penacho rojo y blanco. Además, el distintivo de los vascos era una faja de color azul claro. El uso de uniformes tenía un claro componente social, tal y como se apreciaba en los empleados por la oficialidad, mucho más elaborados y recargados, lo que alguna vez conllevó la burla de los milicianos rasos.

La oficialidad del Tercio estaba formada por comerciantes vascos próximos a las instituciones de poder, lo cual era palpable en su Plana Mayor. El primer comandante fue Prudencio de Murguiondo, comerciante monopolista, y su segundo fue Ignacio de Rezabal, dedicado exactamente a la misma actividad. Dentro de los milicianos rasos los oficios eran diversos, si bien cabe destacar que la mayoría de vascos de la ciudad estaban dedicados a actividades comerciales de diferente importancia.

Nueva invasión Esta nueva organización miliciana tuvo la oportunidad de probarse con una nueva invasión en mayo de 1807 dirigida por John Whitelocke al mando de, aproximadamente, 10.000 soldados. Los británicos reforzaron Montevideo y ocuparon la ciudad de Colonia del Sacramento, también en el actual Uruguay. El siguiente paso sería la captura definitiva de Buenos Aires. A finales de junio, Whitelocke desembarcó junto a unas 8.000 tropas al sur de la ciudad con la intención de rendirla. Para evitarlo, Liniers ubicó 6.000 milicianos frente a la posición enemiga en los márgenes de la ciudad.

La lluvia incesante de comienzos de julio tuvo como consecuencia que el mando británico decidiese flanquear el lodazal que se había formado para atacar la ciudad desde el oeste el día 2. Al percatarse de este movimiento, Liniers reunió un número limitado de tropas y acudió velozmente hasta un lugar conocido como los Corrales de Miserere, donde tendría lugar la batalla. Entre los 1.300 milicianos enviados a esa posición se encontraba el Tercio de Vizcaínos. Las experimentadas tropas británicas cargaron contra las frágiles defensas milicianas y al caer la tarde ya se podían contar unas 60 bajas y 80 prisioneros.

Los informes posteriores relatan la valentía y el arrojo de los milicianos, pero su retirada frente a tropas mucho más experimentadas parecía augurar una entrada inminente del enemigo en la ciudad. Sorprendentemente, Whitelocke decidió dar descanso a sus tropas después del combate. El tiempo logrado en esta acción permitió que el comerciante y alcalde de primer voto, Martín de Álzaga, organizase la defensa interna de la ciudad calle a calle. El asalto final británico del 5 de julio se vio frustrado por la lucha callejera, los fosos y las barricadas. Finalmente, y tras haber sufrido más de 1.000 bajas, Whitelocke aceptó la rendición.

La victoria supuso la devolución de Montevideo, Colonia del Sacramento y la posibilidad de exigir méritos y distinciones a los participantes en la defensa. A pesar de que la acción del Tercio de Vizcaínos en Miserere no había sido de una gran envergadura, su importancia justificó que tanto Liniers como el cabildo de la ciudad los distinguiese al ser “el primero que travó combate con ellos (los británicos) en los Corrales de Miserere” y por su participación en la posterior defensa de la ciudad desde las calles y las azoteas. Cabe mencionar que detrás de los múltiples elogios que el Tercio recibió se encontraba la vinculación de sus dirigentes con las más altas instancias de gobierno, particularmente con el mencionado aramayonés Martín de Álzaga, quien había costeado de su propio bolsillo la creación de dos compañías del Tercio.

Túneles Merece la pena comentar algo más de este comerciante, quien durante la recuperación de la ciudad en 1806 había conseguido armas de contrabando, llegando a excavar túneles bajo la fortaleza ocupada por los ingleses para hacerla volar con una carga explosiva. Álzaga estaba particularmente interesado en el mantenimiento del vínculo colonial con la península por la posición que este le otorgaba en Buenos Aires. Por ello, y a pesar de no contar con mando directo sobre el Tercio de Vizcaínos, consiguió que este y otros regimientos peninsulares lo ayudasen a intentar desalojar a Liniers del poder el 1 de enero de 1809. La posibilidad de hacerse ver ante el rey como defensores de sus posesiones en América era tentadora en un momento en que el comercio atlántico no pasaba por su mejor momento. Además, permitía una exhibición de fuerza ante aquellos que abogaban por la apertura del comercio con extranjeros. A través del clientelismo y el prestigio, el Tercio de Vizcaínos, al igual que otros cuerpos formados por peninsulares, participaría en las luchas por el poder político que estaban a punto de desencadenarse en la ciudad.

El miliciano decano del lehendakari Aguirre

Eduardo Larrouy López, bilbaino que mañana cumple 107 años, sobrevivió a dos tiroteos durante la guerra Civil

Un reportaje de Iban Gorriti

Fue herido de bala en dos ocasiones siendo miliciano, enlace del batallón número 24 del Euzkadiko Gudarostea UGT2 Indalecio Prieto. Hoy es el combatiente decano del Ejército vasco del lehendakari Aguirre, a quien conoció y estimaba desde su prisma socialista. Mañana, este esperantista cumplirá utópicos 107 años.

Descendiente por vía paterna de familia francesa, Larrouy tenía madre española, López. Eduardo José, por su parte, nació en Haro (La Rioja) en 1913, un año antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Su mente prodigiosa aporta que “era el alumno perfecto”. Al llegar a Bilbao, trabajó en una tienda de calzado. Acabada la Guerra Civil, fue comercial de muñecas y de caballos de cartón hasta que acabó de presidente de la Asociación de propietarios de gasolineras de Bizkaia. No en vano, tenía a su cargo cinco gasolineras: dos en Extremadura, una en Madrid, otra en Irun y dos en Bilbao, en Mazarredo y Olabeaga.

A día de hoy es incombustible. Quizás el haber hecho frente a tantas dificultades con mente de superación le ha llevado al siglo con tanta agilidad. Él, que una vez apresado por caer tiroteado en Santander y llevado a Valdecilla, se escapó de los franquistas, se fugó del internamiento en el Sardinero. “Pero me apresaron de nuevo, era difícil que no te pillaran”, declara a DEIA, y va más lejos: “Yo en la guerra estuve siempre en el lío más gordo, me iba quedando de los últimos”, dice frisando los 107 años.

Quien vivió en la calle Goya de Rekaldeberri, de joven escuchaba las tertulias de los mayores y un día oyó por aquella única radio de un bar alrededor de la que se congregaban los vecinos que había habido un golpe de Estado y que comenzaba la guerra. Aquellos señores eran de UGT y a él le llamó la atención aquel socialismo. En aquellos días, Larrouy abogaba por un idioma con el que se comunicaran los humanos de todo el mundo. “Me dijeron que ya existía, que era el esperanto y fui a clases a Iturribide, que eran gratis. Fui esperantista antes que de UGT”, rememora.

Antes de la guerra, Eduardo conocía ya la figura de José Antonio Aguirre. “Claro, éramos del mismo tiempo”, aporta, y eleva el volumen de la conversación: “¡Yo desfilé ante él! Y le conocimos en persona porque nos recibió en el Carlton, donde estaba la plana mayor de nuestro Ejército”.

En palabras de Larrouy, Aguirre fue positivo para aquel nuevo gobierno que plantaba cara al goliat de militares golpistas. “Como hombre de Estado me parecía serio, sensato y buena persona. Si yo entré en política fue únicamente porque consideraba que los trabajadores debíamos estar agrupados. Fui socialista a la fuerza y lo sigo siendo, pero el nacionalismo vasco de Aguirre me parece natural”.

Ofensiva de Asturias Hijo y nieto de una familia “muy riquísima”, se vieron en la tesitura de empezar de cero por el episodio bélico que de alguna manera Eduardo iba a acabar superando. Primero se alistó para ser voluntario, pero “me dejaron en lista de espera”. Mientras hacía instrucción en Bilbao fue testigo de los bombardeos de la villa. “Subíamos hasta Artxanda a hacer tiro. Yo no había cogido un fusil en mi vida”, aporta en una entrevista de Kepa Ganuza y Mauro Saravia, miembros de Euskal Prospekzio Taldea y Aranzadi.

Al final, partió con el UGT2 tras hacerle entrega de una chapa redonda con un clavo sobre una correa en la que se lee el número 10.835, “nuestra seña de identidad. Creo que ni me la puse. Encargué otra artística a un joyero en plata. La estrené al ir a Asturias”, tierras en las que luchó como parte del cuerpo expedicionario vasco. “No conocí a Saseta”, agrega en referencia al malogrado comandante de gudaris que murió en aquellos prados.

Larrouy también estuvo presente en las líneas de Berriatua, Lekeitio, donde “dirigí un batallón de gimnasia a modo de instrucción militar”. Su periplo continuó por Villarreal y de allí partió a la ofensiva de Asturias con Toralpi como comandante del UGT2. “Asturias fue muy duro”.

Bala junto al corazón El 31 de marzo comenzó la anunciada ofensiva total de Mola. La unidad debe presentarse en Otxandio. En abril, “el enemigo (Larrouy evita siempre llamarles franquistas, fascistas o como se decía entonces fachis) me hiere por primera vez. De frente, me pegó un tiro en el pie. Durante un tiempo vivía cojo”. Estima que le curaron en un hospital en Areatza.

El bilbaino-riojano continuó su lucha con el fin de defender y reconquistar el Bizkargi. En ese momento, el centenario se emociona. Pide agua. “Los recuerdos…”, esgrime su hija Begoña, única nacida del matrimonio compuesto por Eduardo y la vallisoletana Carmen Norabuena. “Cada minuto había un tiro de cañón dirigido hacia Artxanda”.

El 11 junio, con la ruptura del Cinturón de Hierro, se repliegan. El UGT2 se divide. Eduardo no fue testigo de cómo su mando Toralpi fue herido y fusilado en Derio. “Nosotros fuimos por otro lado”, justifica.

Combatió en Enkarterri, Muskiz, Castro Urdiales, Puenteviesgo. “Fueron días de no dormir y estando más arriba de Reinosa, me entregan una orden del Estado Mayor para llevar una misiva a batallones colindantes. Me acompañó otro. ¡Tonto de mí! Yo, más decidido, me subí a un mojón de tierra y el primer tiro me lo llevé yo. Quedé herido por segunda vez. En el muslo y otro me rozó la camisa junto al corazón. Era el 24 de agosto”.

Le conducen al hospital de Valdecilla, pero un imprevisto más. “Iba todo ensangrentado en una ambulancia y de pronto un río. Para pasarlo tuvieron que hacer un puente”, evoca. Una mujer le vistió de gala y anduvo por Santander “como despistado”. Buscando acomodo. “Me apresaron” y fue una de las “cuatro mil personas hacinadas en un campo con tiendas de campaña. Conocí a gente de Bilbao”.

Antes de acabar sus más de tres años fuera de casa, acabó con sus huesos en un campo de concentración del Monasterio de Monte Corván. “Me mandaron a Extremadura y de allí a Bilbao. Se dijo algo de una amnistía, pero acabé en Mérida, en el batallón de trabajadores (es decir, de esclavos de Franco) número 104”. En Andalucía le declararon libre, en Jimena de la Frontera, Cádiz. “A mí nunca me hicieron un juicio o un consejo de guerra”, denuncia y continúa: “Me dieron cinco duros para ir a Madrid y de allí a Bilbao, donde cada semana tenía que presentarme”.

Llegó al hogar familiar sin avisar. “Mi madre al verme me gritaba, hijo, hijo mío…”.

Letras vascas y posguerra en Bilbao (1940-1970)

Eusebio Erkiaga asumió el reto de retomar en un ambiente muy duro los esfuerzos de recuperación del euskera que la Guerra Civil y el franquismo habían interrumpido

Un reportaje de Andres Urrutia Badiola

Cuando el 19 de junio de 1937 las tropas de Franco tomaron Bilbao se deshizo de forma abrupta todo el esfuerzo cultural que en torno al euskera y la cultura vasca se venía realizando desde finales del siglo XIX. Esto afectó de raíz a una nueva generación de escritores que había accedido a la producción en euskera durante los años de la Segunda República. Entre ellos, Eusebio Erkiaga Alastra, nacido en Lekeitio en 1912 y que desde 1934 vivía en Bilbao y trabajaba como empleado del entonces Banco de Vizcaya.

Cuando el 19 de junio de 1937 las tropas de Franco tomaron Bilbao se deshizo de forma abrupta todo el esfuerzo cultural que en torno al euskera y la cultura vasca se venía realizando desde finales del siglo XIX. Esto afectó de raíz a una nueva generación de escritores que había accedido a la producción en euskera durante los años de la Segunda República. Entre ellos, Eusebio Erkiaga Alastra, nacido en Lekeitio en 1912 y que desde 1934 vivía en Bilbao y trabajaba como empleado del entonces Banco de Vizcaya.

En su juventud en Lekeitio, sus crónicas periodísticas, artículos y poesías en euskera aparecían con regularidad en publicaciones como Euzkadi, Euzko y otras, sin olvidar la autoría de piezas de teatro en euskera y la consecución de diversos premios a su labor. De hecho, Eusebio Erkiaga, junto con Augustin Zubikarai y José María Arizmendiarrieta fueron los tres autores que llevaron adelante, por encargo de las autoridades del Gobierno vasco en plena guerra, el primer periódico diario en euskera, Eguna, que desapareció con la derrota del Ejecutivo vasco.

Años 40: silencio y prohibición Eusebio Erkiaga, tras la guerra, volvió a Bilbao, donde se casó, formó una familia y pudo seguir trabajando en su antiguo empleo en el Banco de Vizcaya. Sin embargo, no orilló nunca el euskera ni la literatura vasca. En los oscuros años 40, Erkiaga tomó parte en las iniciativas que intentaban poner en pie un espacio propio para la lengua vasca en la capital de Bizkaia. Tenía como referencia a Euskaltzaindia-Academia de la Lengua Vasca, tolerada pero privada de cualquier posibilidad de promoción pública del euskera, y en torno a esta, a un conjunto de autores provenientes de la cultura vasca de anteguerra como Bernardo M. Garro, Otsolua;, Mikel Arruza, Arrugain, o él mismo y a los que formaban parte de una nueva generación como Federico Krutwig o Alfonso Irigoien. Eran los únicos que podrían hacer algo por el euskera en un régimen de práctica clandestinidad, condenados al silencio y la prohibición en la capital de Bizkaia.

Años 50: de Platón a Simenon El fallecimiento de Azkue en 1951 supuso una gran conmoción en Bilbao y en el País Vasco, pero marcó, por otra parte, el comienzo de unos primeros intentos de reorganización de la actividad cultural vasca que tuvo como protagonistas a los ya citados, entre ellos a Erkiaga. En primer lugar, Federico Krutwig propuso la creación de una entidad sufragánea de Euskaltzaindia, el Instituto Julio de Urquijo-Kultur Ikhertzaplanen Institutua, que cultivase la filología vasca. A continuación, comenzó a concretar en torno a este grupo una idea relativa a la promoción del euskera, que llevase consigo tanto la traducción de clásicos literarios como la de autores de consumo masivo, en un intento de llegar a suscitar el interés de la población vasca, analfabeta en euskera.

Erkiaga completó ese programa a través de dos traducciones que no vieron la luz en su momento. La primera, el Parménides de Platón (1952), que tradujo del castellano y, la segunda, una novela policiaca, Aspaldiko Maigret, de Georges Simenon (1954), en lo que sería un intento de revitalizar el euskera y dotarle de elementos atrayentes para la ciudadanía vasca, por encima de la censura franquista y las prohibiciones y restricciones a su uso.

Erkiaga pronto participó en la recién creada revista Egan, suplemento en euskera de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, y en Anaitasuna, la revista que impulsaban los franciscanos en Bizkaia y Gipuzkoa y en la que empezaba a destacar aita Imanol Berriatua, otro gran impulsor del euskera.

Erkiaga fue también activo en sus relaciones con la diáspora y el exilio, así como con los vascófilos del extranjero. Sus colaboraciones escritas en la revista del exilio Gernika y la correspondencia con el vascófilo checo Norbert Tauer son signos de este afán por dar a conocer la dramática situación del euskera en el exterior. A nivel interno, su colaboración con Olerti, dirigida por el carmelita Santiago Onaindia, completa el círculo de trabajos de Erkiaga en estos años 50.

El 23 de marzo de 1952 tuvo lugar el acto de recepción de aita Luis Villasante como académico de número de Euskaltzaindia en la sede de la Diputación de Bizkaia. Entre los asistentes estaba Eusebio Erkiaga. El acto terminó con una crítica de Krutwig a la política lingüística de la Iglesia católica y del régimen que forzó a Krutwig a exiliarse y a Euskaltzaindia, a moderar las sanciones que el régimen le quiso imponer. Una vez más, quien fuera compañero de Resurrección María Azkue y secretario de Euskaltzaindia, Nazario Oleaga, tuvo que defender a la institución de aquellos ataques que pusieron a los euskaltzales de Bilbao en el punto de mira del gobernador civil y de la Policía. Pero la suerte estaba echada y, a pesar de esas circunstancias, los años 50 marcaron el comienzo de una inflexión en torno a la situación del euskera en Bilbao.

Un factor importante en ese momento fue el de la transmisión de la lengua. Además de la primera ikastola, la ikastola Azkue, cuyos difíciles comienzos datan de 1957, la propia Euskaltzaindia inició y proyectó crear una Cátedra Resurrección María de Azkue con estudios filológicos, cursos de enseñanza del idioma y una conferencia mensual. Ahí están, para su desarrollo, Xabier Peña, con una gran experiencia en la enseñanza del euskera, Eusebio Erkiaga y Alfonso Irigoien. Era el curso 1954-1955.

La proyección pública y social de la lengua se logró a través de los concursos de bertsolaris que, iniciados en Bizkaia en 1958 bajo la organización de Euskaltzaindia, tuvieron ya en su segunda edición de 1959 como miembro del jurado a Eusebio Erkiaga y lograron un gran éxito popular, con más de 10.000 asistentes en El Arenal de Bilbao, siendo las primeras manifestaciones masivas en pro del euskera tras la Guerra Civil.

Erkiaga continuó durante esos años con su labor en pro de la literatura vasca y participó en el concurso que Euskaltzaindia convocó en 1955 para revitalizar el euskera por medio de los relatos policíacos, muy en boga en aquel momento. Lo hizo traduciendo una novela de Simenon y obtuvo el tercer premio, pero no pasó a la historia de la novela policíaca en euskera injustamente, por el hecho de no lograr su publicación, a pesar de que lo intentó con el propio Simenon y su entorno. Este fracaso, sin embargo, no fue óbice para que en 1958 publicara en euskera su novela costumbrista Arranegi y ese mismo año se premiase por Euskaltzaindia su novela urbana Araibar zalduna, ambientada en el Bilbao de aquel momento y escrita en un euskera unificado en la línea propugnada por Azkue, de modo paralelo a otros textos que ya se estaban produciendo en el ámbito de la literatura vasca.

Entre los trabajos periodísticos de Erkiaga en los años 50 del siglo XX, es reseñable su participación en la ya citada revista Anaitasuna de los franciscanos. Y es reseñable porque Erkiaga, anticipándose a su labor en la siguiente década, aprovechó la ocasión que le brindó Anaitasuna para escribir en euskera sobre cuestiones no solo relacionadas con la lengua y la literatura vasca sino con la salud, el fútbol -la situación del Athletic- y temas cotidianos como el cine, el medio ambiente -que preocupó y mucho en aquel humeante y gris Bilbao- o la llegada del verano. En suma, temas que trataban de atraer, en aquella situación tan restrictiva, al lector en euskera, cumpliendo así el objetivo de la revista, que pasaba por utilizar un euskera llano, popular y asequible para el lector euskaldun, muchas veces no habituado a leer en su propia lengua. Eso era algo nuevo y claramente renovador y Erkiaga era ya uno de los referentes del euskera en ese contexto.

Años 60 y el periodismo Los años 60 fueron para Erkiaga unos años de gran actividad. Entre sus trabajos literarios y sus novelas destaca Batetik bestera (1962) por la que recibió el premio Txomin Agirre de Euskaltzaindia. Pronto le llegó su gran oportunidad, la que le sirvió para conectar tras más de tres décadas y media de la Guerra Civil y en un contexto totalmente distinto para el uso social del euskera en el propio Bilbao, con su periodismo vasco de anteguerra y guerra y hacer un gran trabajo entre los años 1964-1970. Su instrumento fue el Boletín Informativo del Banco de Vizcaya, que, ayudado por esa institución financiera, tenía por objeto hacer llegar a los vascos de Estados Unidos, mediante la utilización del euskera, las noticias de Euskal Herria que podían ser de su interés. Los temas, una vez más, serán del día a día, noticias de los pueblos de Euskal Herria y, sobre todo, los deportes, entre ellos el fútbol.

Erkiaga, siempre atento a lo que acontecía en las letras vascas, tomó parte en la fundación en Bilbao de la asociación Euskerazaleak (1967), que hoy subsiste y que tenía por objeto coadyuvar al cultivo del euskera en Bilbao y Bizkaia. Allí estuvo Erkiaga, junto con Jesús de Oleaga, Adrián Celaya, Juan Ramón Urquijo, Leopoldo Zugaza o Julita Berrojalbiz, entre otros.

La renovación del panorama cultural vasco en Bilbao venía, por otra parte, del quehacer de autores que, como Gabriel Aresti, trabajando desde una perspectiva alejada de la de Erkiaga, tuvo una de sus primeras manifestaciones en el poemario Maldan behera (1959).

Luego, el Congreso de Aranzazu de Euskaltzaindia y la primera formulación del euskera batua, la lengua estándar, en 1968 y la entrada en liza en el mundo del euskera de Bilbao y de Bizkaia de generaciones más jóvenes como la de Xabier Kintana, con un pensamiento muy diferente, supusieron un giro radical con el que Erkiaga, tanto por formación como por convicción, no se vio identificado.

Continuó, no obstante, su labor en pro del euskera, que le llevó, tras la muerte de Franco, a retomar su actividad euskaltzale y lograr cotas muy importantes en su producción cultural en euskera, aceptando la grafía de la lengua estándar y escribiendo en una lengua de claras connotaciones vizcainas pero confluyente con esa lengua estándar. Ahí tuvo la inestimable colaboración de la Fundación Labayru.

En cualquier caso, este texto quiere reivindicar el Erkiaga bilbaino, el que, en los difíciles años del ostracismo del euskera en Bilbao, participó y desarrolló todo un programa en torno a las letras vascas que constituye un componente significativo e ineludible en la historia de Bilbao, de Bizkaia y de Euskal Herria.

El bombardeo olvidado de Ugao

Dos personas fallecieron en el ataque de la aviación italiana el 14 de junio de 1937 contra Ugao-Miraballes, la última incorporación al mapa foral de poblaciones bombardeadas

Un reportaje de Iban Gorriti

EL famoso Cinturón de Bilbao, fortificación vasca formada por sistemas de defensa durante la Guerra Civil, forma una U si se ve desde el cielo. Esa U es la de Ugao porque va girando 180 grados. Un total de 33 pueblos forman los 80 kilómetros del perímetro de la infraestructura. Vecinos de Ugao-Miraballes fueron los primeros en constituir una asociación memorialista de cara a posibilitar su conservación y puesta en valor. Corría el año 2011 y la motivación de la entidad sin ánimo de lucro fue saber que el 14 de junio de 1937 dos vecinos del pueblo habían sido asesinados en el bombardeo que la Aviazione Legionaria escupió sobre la localidad. Además, importantes edificios como el hospital del municipio sufrieron la deflagración de los artefactos fascistas de Mussolini, que daban apoyo al bando franquista.

Imagen tomada durante la guerra del nido de ametralladoras de Miraballes. Foto: Asociación Cinturón de Hierro de Ugao

Ocurrió solo cinco días antes de la ocupación de Bilbao por parte de los militares golpistas españoles y afectos. Aquel 14 de junio fue el último con vida de Félix Urrutikoetxea y Simón Agirre, ambos convecinos de Ugao-Miraballes. Aconteció en Santilaurenti, en las cercanías del cruce de Zollo.

Urrutikoetxea, baserritarra, labraba sus tierras. Tenía junto a él a su burro, atado a un poste. En ese momento se cruzó con Agirre, de profesión caminero. Ambos miraron al cielo y divisaron al avión de reconocimiento, por todos conocido como el alcahuete. El etnógrafo de Ugao-Miraballes Iñaki García Uribe revive con pasión ese momento: «Como ya hubo más bombardeos, la población civil estaba avisada. Félix y Simón buscaron refugio a una treintena de metros, en una alcantarilla. La abrieron y se metieron dentro. Una bomba cayó sobre ellos. El burro no murió y de los vecinos no se supo más», lamenta este miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Enfatiza que «ellos son el sentido y el sentir de la asociación Cinturón de Hierro de Ugao. Para nosotros, ese es el Día D y la Hora H, el 14 de junio a las 11.30 horas. Cada año oficiamos en su recuerdo cinco minutos de silencio con familiares, alcaldes de la zona y con únicamente dos rosas en el suelo de la plaza. Este año cae en domingo».

La agrupación memorialista cuenta con el acta de defunción que quedó impreso en Durango. El documento da fe de que el 15 de junio de 1937, Félix Urrutikoetxea Intxaurraga, de 70 años, labrador con cuatro hijos, viudo, murió por una «fractura de cráneo».

Durante aquella jornada, el bombardeo fascista también derrumbó dos casas, la de Joaquín Larreategi y la de la familia Landaluze. En el recuerdo queda también el hospital que se hallaba en el actual polígono industrial de Usila y que quedó en estado de semirruina tras ser alcanzado en el raid. «Lo partió por la mitad. Me acuerdo que de niños pasábamos en bici y ¡zas!, veías paredes colgando, techos… Había sido lugar de acogida para centenares de refugiados guipuzcoanos», aporta García Uribe.

Socializar la memoria Dos curiosidades más se suman a estos hechos históricos: El jeltzale José Isasi Arbide, aún con vida, relató en los años 80 que un miliciano asturiano derribó un caza italiano desde el fortín ferroviario del cinturón, único de carretera que queda en Euskadi. «Fue el primero que excavó Aranzadi. Isasi nos contó que desde allí, el miliciano, hoy aún anónimo, le alcanzó el depósito con una ráfaga. Que el piloto bajaba con chulería y haciendo acrobacias», completa el presidente de Cinturón de Hierro Ugao.

La otra curiosidad hace referencia a los históricos Talleres de Miraballes del siglo XIX, aquellos que multiplicaron por diez la demografía del municipio. La fábrica fue siempre fiel a la República y al Gobierno vasco. «Tenían un silbato grande que al ver a los aviones aproximarse lo hacían sonar desde el barrio alto de Udiarraga para avisar a la villa y seguido hacían sonar las sirenas», detalla el portavoz de este colectivo que investigó en archivos y recopiló testimonios del Cinturón de Hierro. Asimismo, fueron precursores en la excavación de esta gran infraestructura. «Para ello contamos -apunta Iñaki- con la arqueóloga Mari Jose Sagarduy, del pueblo. Y nos gusta difundir lo que trabajamos con el objeto de socializar la memoria».

García Uribe recuerda por este proyecto a una persona en especial, el fallecido Juan Goikoetxea Eskuza. «Él fue quien se fijó en que Miraballes no aparecía en el mapa de 36 pueblos bombardeados que publicó la Diputación en 2012. Acudió al ayuntamiento gobernado entonces por Izaskun Landaida, hoy directora de Emakunde, y gracias a él aparecemos y somos 37 pueblos de 1937», concluye.

Senderos de resistencia. El nacionalismo vasco y su oposición interior a Franco

El nacionalismo fue extendiendo su ideario en la sociedad vasca durante los duros años del franquismo a través de boletines informativos y de grupos que impulsaban la lengua y el folclore del país sin que el régimen detectara su trabajo

Reportaje de Adrián Almeida Díez

EN 1947, el escritor y reportero estadounidense Irving Wallace publicó un pequeño artículo de su estancia por tierras vascas. En su reportaje, titulado Los vascos quieren ser libres, describía la afanosa mañana de un grupo de policías franquistas por descolgar una bandera vasca del campanario de una iglesia y cómo estos sucesos eran recogidos, para regocijo de los lugareños, por el periódico clandestino del Gobierno vasco en el exilio repartido entre la población, el Eusko Deya, de edición parisiense. La resistencia al franquismo, expresada en el acto de la ikurriña, se comentaba así a través de un boletín cuya edición, reparto y lectura eran, en sí mismos, actos de resistencia. En las propias publicaciones, la resistencia como concepto se significaba de una determinada manera, lo cual, como se verá a continuación, invitaba a la población a resistir, a oponerse, al franquismo según los criterios previamente definidos.

De acuerdo con la tipología sobre resistencias al poder desarrollada por el antropólogo James C. Scott, puede decirse que en el período que va 1937, año de la caída de Bilbao, a 1959, año que surge la organización ETA, el nacionalismo vasco desarrolló dos tipos de resistencia al franquismo. Estas resistencias a la dictadura franquista pueden denominarse como: discursos públicos de resistencia y discursos ocultos de resistencia. Bajo este prisma, los discursos públicos -aunque trabajados desde la clandestinidad- englobarían las manifestaciones autoevidentes de oposición política como la confrontación directa militar, teórica y propagandística al Régimen. Por su parte, el discurso oculto de resistencia describiría la estructura de comunicación e interacción simbólica establecida entre los distintos actores que, inmersos en una sociedad silenciada, es capaz de generar un nosotros segregado de la comunidad oficial y oficializada por el franquismo.

El ‘otro’ y el ‘nosotros’ Al respecto del discurso público, el nacionalismo vasco desarrolló desde la primera hora de su derrota frente al franquismo una labor de resistencia clandestina aunque evidente al editar, un grupillo de significados líderes del PNV, el boletín Espetxean desde su encierro en la prisión santanderina de El Dueso. El boletín, elaborado desde 1937, resultaba importante porque evocaba al sentido de la propia resistencia que llevaría a cabo por parte del movimiento nacionalista para oponerse a la dictadura. El franquismo se imaginaba, desde sus hojas, como la última etapa doliente, de calvario, de Pasión que acontecía a la definitiva resurrección de la patria vasca. Esta era vista como el reverso de un presente moderno humillante y la realización futura de los excedentes utópicos del pasado roto por la dictadura. El martirio era pues el factor que determinaba la resistencia como espera a un futuro insoslayable de libertad.

Precisamente en la preparación de este futuro, comenzarían a incentivarse acciones como la Red Álava, que de ser una ayuda a los presos nacionalistas, se transformó rápidamente en una importante red de espionaje al franquismo. Tras la ocupación alemana de la República Francesa (1940), la red fue desarticulada, pero resultó ser también el abono para nuevas iniciativas organizacionales en el interior. La vista estaba siempre puesta en constituir las bases de esa espera que se resolvería siempre positivamente gracias a la ayuda de los Aliados de la coalición anti-Hitler. Desde este punto, y en 1943, se estructuró en el interior, y bajo la captación de viejos gudaris salidos de las prisiones, la organización Eusko Naia (Voluntad Vasca), que se configuró como un aparato militar de apoyo a la retaguardia de los aliados para cuando estos se decidieran a entrar en el Estado Español. El objetivo era afirmar un poder nacional vasco una vez liberados los territorios vascos sometidos al franquismo. En 1944, la red cayó tras la interceptación por parte de la policía franquista de una circular en que se pedía a los miembros de la red la descripción exacta de la presencia y armamentos del enemigo.

Aquel mismo año, se formó también en el interior a iniciativa del PNV la Junta de Resistencia que se fusionaría en la primavera del año siguiente con el Consejo Delegado del Gobierno de Euzkadi, para aunar esfuerzos con las otras fuerzas políticas formantes del Gobierno vasco y los sindicatos ELA-STV, UGT y CNT. Sobre las bases del Documento de bases para un Bloque Nacional Vasco, se selló en 1945 el Pacto de Baiona que dio impulso a coordinación intrafuerzas y que consiguió aunar bajo su articulado a los Mendigoizales. Mientras, el PNV comenzó a reorganizar sus juntas municipales en el interior, y a editar el llamado Boletín Interior para su militancia en la clandestinidad y el Euzkadi, que debía complementar al Eusko Deya en las tareas informativas a la población, esta vez desde un claro posicionamiento nacionalista. Con el objetivo de granjearse el apoyo aliado a la causa vasca, los denominados Servicios de Inteligencia Vascos fueron en buena medida instrumentalizados. De esta forma, el aparato de información, que venía trabajando ininterrumpidamente desde 1936, selló, posiblemente en mayo de 1942, un acuerdo mediante el cual los Servicios pasaron a colaborar con las agencias norteamericanas del FBI y la Oficina de Servicios Estratégicos, posteriormente conocida como CIA.

Al tiempo que estas iniciativas tenían lugar, comenzaron a estructurarse en el interior agrupaciones de jóvenes nacionalistas, para las cuales la derrota, más que una experiencia propia, era una vivencia cotidiana. Consiguientemente, la resistencia será en esta juventud una oposición a la normalidad de sus vidas. De esta forma, los mismos conceptos religiosos y las obras de Arana adquirirán una mayor literalidad y una sincronía con el tiempo presente. Desde esta perspectiva germinante, se formó en Bilbao en 1942, y desde la independencia orgánica con el PNV, la organización aconfesional y abertzale estudiantil Eusko Ikasle Alkartasuna (EIA). A través de sus boletines clandestinos -Azkatasuna, Erne o Ikasle- expresaron, en concomitancia con sus lecturas de Sartre, que había publicado en 1943 El ser y la nada, la necesidad de resucitar ellos mismos a la patria vasca. Esto es, la libertad, la resurrección de la patria vasca, no podía estar condicionada ni a la represión, ni a la espera, ni tampoco a la voluntad de los aliados. La libertad carecía de condicionantes y su acción de resistencia debía encaminarse a lograrla de forma directa. Surgieron además otros pequeños grupos juveniles no siempre vinculados al PNV, como Beti Gazte! Gu! o Eutsi!, generalmente bajo el mismo marco de acción y con una creciente preocupación por la llamada cuestión social. Significada de una o de otra forma, la expresión pública de la resistencia comenzó a evidenciarse para el franquismo, al aparecer pintadas rojo separatistas, al sufrir un atentado la estatua del general golpista Mola, o constatar la aparición de dos cargas explosivas -que no fueron detonadas- en la Delegación Provincial de Abastecimientos de la Gran Vía de Bilbao. Las huelgas políticas vascas de 1947 y 1951, significadas esta vez bajo la necesidad de recabar apoyo a unos aliados que ya no eran tales por la emergencia de la Guerra Fría, delimitaron el fin de una estrategia enmarcada en la espera a ese gran otro. El giro de Estados Unidos, y la continuidad vaticana, en el apuntalamiento internacional a Franco y el desmantelamiento de las organizaciones nacionalistas en el interior, incluida EIA, trajo consigo el desvanecimiento momentáneo de la resistencia pública a Franco. Cuando esta se reestructure a partir de los años 50, de la mano de grupos juveniles como EGI, Ekin o Zabaldu, la idea de la libertad incondicionada, la necesidad de la resistencia, de la acción desde el nosotros, adquirirá una mayor significación, al haberse constatado la imposibilidad de recabar el apoyo internacional.

la no-identidad La pública contestación nacionalista vasca al régimen de Franco se iniciaba y se sustentaba a partir de la transmisión de un código nacionalista desde las esferas de una realidad social la cual, fruto de la pretensión racionalmente totalitaria del franquismo, había sido desgajada de la sociedad oficial. Esta realidad social del vencido se constituyó así en el receptáculo y significador único de los elementos perseguidos por el franquismo, que se afanó en destruir la pluralidad del tejido social y elevar una única identidad española ideal. De esta forma, el euskera, o la necesidad de aprender el folclore, se instituyeron progresivamente, y casi naturalmente, en formas inherentes a la transmisión de un código nacionalista, pues formaban elementos que activaban la conciencia de la no-identidad, de lo que no-cabe en la proyección unitarista del Estado-nacional franquista.

La sociedad silenciada se replegó a las esferas de la intimidad, a la periferia de lo público. En las familias, en las cuadrillas, en las parroquias o en las sociedades culturales y deportivas comenzó a transmitirse esa cultura casi naturalmente disidente, en donde las nuevas generaciones descubrieron que el idioma de sus padres era una realidad que casi siempre había que esconder o disimular. Su negación pública era pues la vía para su politización. Para su conversión en un discurso oculto de oposición al régimen. Las parroquias vascas, por ejemplo, bajo cuya protección se fundaron multitud de asociaciones folclóricas, se convirtieron en un espacio para la transmisión del código y para hacer emerger el discurso oculto de resistencia. Para cuando el régimen quiso aflojar la coacción sobre lo vasco, su politización como elemento de resistencia era ya incontrovertible. De esta forma, la cultura hecha disidente a fuerza de su represión, logró a partir de la captación parcial de las esferas públicas permitidas por el régimen, transmitir y extender el discurso oculto de resistencia significado desde el código nacionalista. Así, por ejemplo, en las permitidas actuaciones de los numerosos grupos de dantzaris, se colaban ciertos mensajes de ese discurso, que eran fácilmente leídos por todos aquellos ojos receptivos. Se creaba de esta manera, y a partir de una simbología equívoca al régimen y evidente al ojo entrenado, un vínculo comunicativo del que se fue configurando una relación comunitaria opuesta al sistema político totalizador. Begoña Arroyo, miembro del grupo de danzas vascas Dindirri, el cual había sido fundado en los años 40, relató: “Cuando bailábamos en aquella época y un dantzari se ponía con la bandera de la cruz verde -de Acción Católica- y le habían puesto un lazo rojo, se tocaba la música -el Aginterena- y cada uno pasaba y saludaba, a los chavales se les veía a muchos casi llorando”.

En aquella combinación del verde, el rojo y el blanco veían la ikurriña.