De la memoria del padre al libro del hijo

El donostiarra Miguel Usabiaga gana el Premio Nacional de Novela Ciudad Ducal de Loeches con ‘El sueño de Colberg’

Un reportaje de Iban Gorriti

Encontró a Nicolás Colberg, protagonista de su galardonada novela, gracia al rastro fiel de la memoria de Marcelo Usabiaga, su padre. El aún vivo histórico comunista vasco recordaba a un amigo polaco. Este le había contado que el golpe de Estado militar de julio de 1936 le había sorprendido en Galicia. Participaba en un congreso de unificación de las juventudes comunistas y socialistas.

Con esos datos en la mente del padre y con el lapicero del hijo, Miguel halló un tesoro, un artículo en el periódico El Pueblo Gallego del infausto día 18 de julio de 1936. En el mismo, en las hemerotecas aún se lee que Adolfo Golber estaría al día siguiente en el citado congreso, en Pontevedra, al que seguiría “un baile amenizado por una afinada orquesta” (sic). “Eso clavó el nombre, pues mi padre recordaba Colberg, Golberg, o algo así. Con su nombre real di con alguna información más sobre él, que era estudiante de derecho en Madrid. Seguramente porque al ser judío polaco en esa época las universidades en Polonia tenían números clausus para judíos, y por eso muchos jóvenes emigraban para estudiar a Francia o Bélgica. A Alemania no; recordemos que allí los gaseaban. Pero no encontré foto, e indagué muchísimo, en archivos aquí y en Polonia”.

Quien transmite con tanta intención es Miguel Usabiaga, arquitecto nacido en Donostia el 10 de abril de 1961. De su intelecto y la memoria longeva de su padre han florecido lustrosas novelas de corte histórico. La última y premiada aún no ha visto su publicación El sueño de Nicolás Colberg acaba de ganar la séptima edición del Premio Nacional de Novela Ciudad Ducal de Loeches (Madrid). Para que la persona lectora se haga una idea de la importancia de este premio, la obra de este guipuzcoano se ha impuesto a otras 129 novelas entregadas desde un total de 23 países.

Usabiaga se dedicó a buscar huellas de aquel joven, y ahí, poco a poco, se incardinó la novela. “En parte ante la inexistencia de datos. Aunque sí supe que Nicolás sobrevivió a los montes de León. Y que luego estuvo en Barcelona y Valencia, en la guerra, pero de nuevo ahí volví a perder su pista ya definitivamente”, precisa. En este punto de inflexión, optó por dar ficción a otra vida imaginaria.

A colación de ello, Usabiaga avanza a DEIA la dedicatoria que llevará este libro: “En memoria de Adolfo Golber, joven estudiante polaco que combatió en las filas republicanas durante la Guerra Civil española; que viaja incrustado en alguna estrella, y para el que me he permitido imaginar otro destino, otra vida posible”. En la novela, se narra ese proceso de búsqueda, desde la memoria ágil de Marcelo. Una trama que arranca de una forma azarosa, en la curiosidad de un joven a quien Usabiaga padre le ha contado eso, en los años ochenta.

La búsqueda traspasa las fronteras del Estado español, porque él piensa, que, si ha sobrevivido a la Guerra Civil, quizá ha vuelto a su país. Allí es ayudado por una chica polaca. Los dos jóvenes, en la distancia van armando y conociendo el periplo de Colberg. Para su sorpresa, lo que la mujer descubre en Polonia va a poner en riesgo su vida, pues Nicolás, el brigadista, fue represaliado en los años del estalinismo, y desempolvar eso pone en evidencia a algún poderoso que no duda en emplear cualquier método para que no se sepa su pasado oscuro.

El joven español acude a ayudar a la chica, y juntos se convierten en detectives, en una especie de road-movie, de thriller político. “Así que es una novela negra, pero también un libro de los que se llaman ‘de aprendizaje’, porque los jóvenes, él y ella, cambian y crecen a los largo de la obra con todo lo que les va pasando”.

Usabiaga autor de obras como anteriores como El alcalde de Florisdorf, La joven guardia o la también premiada El caso Martana presenta, por lo tanto, a un joven “revolucionario, comunista, español, moderno, que ve los desvíos, cuando no aberraciones, cometidos en nombre de sus ideales, los más hermosos y emancipatorios ideales, le revela… ¡Y no sigo!”, sonríe.

SUSCITAR EMOCIÓN El Premio Nacional de Novela Ciudad Ducal de Loeches que han ganado escritores de la talla de Francisco Nieva supuso una alegría para el autor donostiarra. “Mucha, porque hay mucho tiempo, energía, ilusiones, caminos que se recorren y rectifican, lucha con las palabras por contar una historia en verdad y que llegue con esa verdad y suscite además emoción. Después, ahora, más tranquilo, supone mucha satisfacción, porque me anima a seguir contando mis historias, porque ese premio es la confirmación de que esas historias interesan a los otros”, apostilla.

El hecho de haber ganado entre 130 novelas de una veintena de países “redobla la satisfacción”, agrega y va más allá: “Da más ánimo para seguir escribiendo, sacando verdades”, como me decía ayer un amigo”. Y lo sigue haciendo en su próximo trabajo. “Es una investigación, muy completa pero heterodoxa, sobre los fusilamientos de Pikoketa, Oiartzun”, subraya. En aquel lugar los fascistas mataron a Bernardo Usabiaga, hermano de Marcelos.

Concluye Miguel: “He reconstruido la memoria oral, de familiares, y di voz a otros olvidados, los extranjeros que espontáneamente acudieron a defender Irun y la República, en los primeros días, de los que se sabe poco, y de los que quizá alguno también cayó en Pikoketa o cerca”.

ETA en el cine

ETA ha sido protagonista de numerosas películas y documentales que han abordado desde muy distintos puntos de vista, no exentos de polémica, las consecuencias de la violencia que ha padecido Euskadi durante varias décadas

Un reportaje de Igor Barrenetxea Marañón

Con cerca de mil víctimas mortales en su haber y otras tantas derivadas de sus atentados, la traslación de una mirada crítica sobre ETA y su entorno, en su ligazón a la izquierda abertzale siempre ha representado un reto. De hecho, muchos de los filmes que han retratado este tema con simpatía han provocado boicots, amenazas de bombas y protestas para impedir que fueran estrenados en distintos festivales de cine, en España. ETA despierta demasiadas sensibilidades encontradas. Pero, ¿cuál es la visión que se ha dado de la banda? Sin querer ser del todo exhaustivos, debemos partir de que no ha sido nada sencillo el acercarse a ese tema por el hecho de que su violencia ha corrido en paralelo con su retrato fílmico. En 1979, se estrenaba en el Festival de San Sebastián El proceso de Burgos, de Imanol Uribe. Este documental, precedido de una intensa polémica, presentaba a los procesados, antiguos activistas de ETA, como luchadores antifranquistas.

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Su prólogo, explicado por el historiador Francisco Letamendia, era una lectura aber-tzale de la historia vasca. Aunque el director pretendió quitarlo, al final, por presiones lo mantuvo. En él se codificó una imagen heroica de la lucha armada contra el franquismo, que es la única que sostiene la izquierda aber-tzale. Pero, sin duda, era un marco de superación del pasado, del despertar de la democracia aunque el filme no valoraba que casi todos los participantes y condenados en el proceso habían tomado ya caminos diferentes a los de la violencia. Sin embargo, servía para entender, en cierto modo, el origen de ese sentimiento de ultraje en ciertos sectores sociales, cómo la dictadura despertó una imagen muy negativa de España en Euskadi y, por lo tanto, alimentó el mito del conflicto vasco a favor de la violencia.

Ese mismo año se estrenaría Operación Ogro (1979), del italiano Gillo Pontecorvo, que venía avalado por su soberbio documental La batalla de Argel (1965). De nuevo, ETA se presentaba como una contumaz organización contra la dictadura; si bien en estos años ya se iba mostrando que el terrorismo no era tanto antifranquista como antiespañol. Dos años más tarde, Uribe volvería a fijarse, esta vez desde la ficción, en otro territorio inexplorado, los presos, en La fuga de Segovia (1981). Claro que el nuevo contexto auguraba el final de un largo proceso en que una rama de ETA, la político militar, iba a poner fin a las armas, conformando, posteriormente, Euskadiko Ezkerra, actualmente integrada en el Partido Socialista de Euskadi. En ese sentido, Uribe ofrecía una nueva visión en la que encadenaba el pasado, la represiva dictadura, con el presente, con una nueva oportunidad de paz.

Pero ETA militar siguió matando. Así que tres años más tarde, en 1984, se estrenó La muerte de Mikel, siendo una agria crítica contra la izquierda abertzale y sus hipocresías morales. Su trilogía vasca, de este modo, reflejaba cada vez más, aunque no con toda la hondura posible, la evolución de una perspectiva de desengaño. ETA no era un modelo de lucha contra la opresión y la tiranía sino que se había convertido en la excusa para otra clase de perversiones de la realidad. A tal punto que, en 1994, Uribe exploró esta vertiente en la sórdida y más descarnada Días contados, que tuvo un éxito tremendo. Desapareció el mundo idealizado de ETA para hablar de los bajos fondos y el clima descarnado y deshumanizado en el que transcurrían las vidas clandestinas de sus activistas.

La desgarradora ‘Yoyes’ Sin embargo, aprovechando el sustancial interés que proponía ETA y su entorno, se estrenaron otros filmes de endeble calidad como El Pico (1983), Goma-2 (1984), la más lograda, Ander eta Yul (1989), en donde Ana Díez retrata la justicia de ETA para acabar con el tráfico de drogas en Euskadi. Además, cabría señalar Días de humo (1989), de Antón Eceiza, Amor en off (1992), A ciegas (1997), de Daniel Calparsoro, fallido trabajo que desvela la angustia del terrorista tras matar a sus propios compañeros de comando, hasta llegar a la década siguiente en la que las propuestas no solo han ganado en calidad y entidad sino que han puesto el acento en la mirada sobre las víctimas. En primer lugar, cabría destacar Yoyes (2000), de Helena Taberna, porque la historia de la que fuera una de las primeras dirigentes femeninas de ETA, asesinada por la misma banda para impedir su reintegración en la vida civil, nos desnuda de una manera desgarrada y soberbia ese perfil tan totalitario de la banda.

Otros dos filmes a destacar, aunque el primero pasaría más desapercibido, fueron El viaje de Arián (2000), de Eduard Bosch y La playa de los galgos (2002), de Mario Camus. El primero retrata con crudeza la verdadera faz de un comando terrorista en sus intimidades, desnudándolo de todo el romanticismo que pudiera aún guardar la violencia. El segundo se destaca porque se revelaba la conciencia culpable del terrorismo; en otras palabras, el efecto negativo y desgarrador que produce la violencia en las personas que viven de ella. Ambos trabajos son dignos ejemplos de un cine de compromiso, con una intención muy clara de desvelar las claves afectivas y morales que el uso de la violencia trae consigo para las personas que viven de ella. Un desvelo interior que, sin duda, les acaba rompiendo por dentro.

Mostraba, en todo caso, un cambio de tendencia, con un cine más contundente que desvelaba las intimidades del terrorismo. Luego, le siguieron trabajos más comerciales e intranscendentes como Lobo (2004) o GAL (2006) que no han aportado nada a la filmografía, salvo el añadir nuevos puntos de vista temáticos.

En 2008, se estrenaron dos filmes muy distintos a destacar, Todos estamos invitados, de Manuel Gutiérrez Aragón, y Tiro en la cabeza, de Jaime Rosales, envuelto por la consabida polémica al retratar al terrorista como una persona corriente. Cabe remarcar el filme de Gutiérrez Aragón porque es uno de los más logrados retratos hechos desde la ficción del sufrimiento de las víctimas de ETA, desde el momento en que el protagonista es amenazado y, luego, perseguido. Se habían producido varios documentales de enorme calidad como Asesinato en febrero (2001) y Perseguidos (2004), de Eterio Ortega, Voces sin libertad (2004), Trece entre mil (2005), El infierno vasco (2008) o, recientemente, 1980 (2014), todas estas de Iñaki Arteta, que se han convertido en el testimonio vivo de las víctimas. En el contrapunto a estos trabajos se encontraría Asier ETA biok (Asier y yo) (2013), de Aitor Merino y Amaya Merino, retrato de la amistad entre el etarra Asier Aranguren y Aitor Merino, buceando en las causas de la decisión de Asier de introducirse en ETA. Y Barrura begiratzeko leihoak (Ventanas al interior) (2012), que se acerca al mundo de los presos de ETA en las cárceles. Así, la polémica en torno al cine de ETA o el conflicto siempre están a la orden del día. Pensemos en La piel contra la piedra (2003), de Julio Medem, cuando varias de las víctimas que intervienen en el mismo, criticaron la visión que hace el director vasco del conflicto.

‘Lasa y Zabala’ Más recientemente, nos encontramos con Lasa y Zabala (2014), de Pablo Malo, en la que aborda con entidad la guerra sucia llevada a cabo por el Estado en su lucha contra ETA aunque se olvida de hacer una visión más crítica del mundo terrorista. Fuego (2014), de Luis Marías, en cambio, pretende ser un retrato de la angustia y el drama que viven los afectados por un atentado de ETA. El protagonista es un antiguo policía que busca su particular venganza contra la familia del etarra que mató a su mujer y amputó las piernas de su hija. Y aunque sí desvela ese trauma personal provocado por el brutal suceso e, incluso, se interesa por el sufrimiento de las familias de los presos, no acaba de ser un filme tan revelador como cabría esperar sobre la naturaleza de la violencia de ETA y sus consecuencias trágicas.

Singularmente, la comedia ha sido un territorio poco frecuentado. Cierto es que retratar el mundo de la violencia desde el humor puede aparentar una perspectiva frívola, pero ya se hizo con mucho acierto para otras temáticas como El gran dictador (1940), de Charles Chaplin, para denunciar el nazismo, o la exitosa La vida es bella (1997), de Roberto Benigni, para el Holocausto. En el caso vasco, se pueden citar únicamente los filmes Cómo levantar 1.000 kilos (1991), de Antonio Hernández, que tuvo escaso éxito y la más reciente Ocho apellidos vascos (2013), de Emilio Martínez-Lázaro (rodándose una segunda parte), auténtico fenómeno en la cartelera española que, si bien no es un filme en el que se retrate el terrorismo sino los ambientes abertzales, sí se ríe, de una forma elegante y sutil, de las particularidades e idiosincrasias vascas, además de ofrecer la visión o tópicos negativos que se tiene de ellos, en general, allende de nuestra autonomía. Pues no hay mejor arma contra los fanatismos que la risa, como bien desveló Chaplin en su día. Motivada por este éxito, en breve se estrenará Negociador (2014), de Borja Cobeaga, que aborda, en tono de comedia, las conversaciones entre un político vasco y ETA para conminar a esta a acabar con la violencia.

La filmografía sobre el terrorismo es mucho más amplia pero, en rasgos generales, se destaca por ser irregular. Se ha hablado mucho y con profusión sobre ETA en la gran pantalla, no existe ningún tabú, como alguna vez se ha dicho, aunque sí, como afirmaba Carlos Roldán, suele ser “veneno para la taquilla”. Destacan, en todo caso, un nutrido puñado de trabajos que nos permiten desvelar no solo las claves del efecto dañino del terrorismo en la sociedad, a partir del cine documental, sino desde la ficción, el descarnado y deshumanizado universo de ETA. Tal y como destaca el catedrático Santiago de Pablo, a la hora de perfilar una visión general de ETA, “la lenta evolución desde la comprensión hasta la impugnación del terrorismo que ha mostrado el cine pueden tener relación con la relativa simpatía ante ETA que hubo en ciertos sectores de la izquierda vasca y española en la etapa final del franquismo y la Transición”. Así, el cambio paulatino operado en la sociedad y en la cultura vasca (donde se integraron antiguos simpatizantes) ha dado lugar a una visión cada vez más crítica y desmitificada del fenómeno terrorista (salvo excepciones). Está claro que nada justifica el terrorismo a la hora de reivindicar la patria vasca, a tenor una dinámica social en la que cada vez hubo un clamor más contestatario contra ETA.

Cárcel de Larrinaga, la memoria cautiva

La sociedad Aranzadi inaugura en Ondare Aretoa, de Bilbao, una muestra especial sobre esta prisión histórica

HISTORIAS DE LOS VASCOS

Recuerdo que fui un día de Reyes a la cárcel de Larrinaga. Yo tenía unos ocho años. Sería 1948. Íbamos a visitar a mi tío Enrique Gorriti. Se me quedó grabado en la mente. Se subía unas escaleras y entrabas a un recibidor. Vi a mi tío a una distancia de unos dos metros. Y entre él y yo había rejillas. No nos dejaban tocarles, estar con ellos. Lo más curioso es que nosotros volvíamos a casa todo contentos porque los franquistas nos habían dado juguetes. Para un niño de esa edad, un franquista puede llegar a ser bueno… Lo que es la inocencia…”, evoca Juan Esteban Gorriti, hijo de gudari del batallón Enlaces y Transmisiones, y sobrino de Enrique Gorriti, teniente del batallón Pablo Iglesias de UGT detenido en Bilbao por intentar reorganizar el PSOE en la capital. Juan Esteban además es familiar de Rosendo Lozano, como Esteban y Enrique, soldados del Euzko Gudarostea del lehendakari Aguirre. Lozano era del batallón comunista Perezagua.

Aquella cárcel que Esteban Gorriti conoció de niño y que continúa abierta en los barrotes de su memoria, a día de hoy no existe. Sin embargo, gracias al empeño de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y el apoyo de la Diputación de Bizkaia, mañana inauguran una excelente exposición sobre la Cárcel Provincial de Bilbao, más conocida como cárcel de Larrinaga (1868 a 1968) en Ondare Aretoa (calle María Díaz de Haro, número 11). Permanecerá abierta al público un mes, hasta el 26 de febrero. La exposición lleva por título La memoria cautiva. Encoge a quien la visita. DEIA se ha acercado a la instalación. Es una joya. Recrea una celda de aquel edificio que se ubicaba en los solares del hoy Grupo de Viviendas Garamendi, de Viviendas Vizcaya, en la zona de la calle Fika y Zabalbide. También muestra un garrote vil que existió en el patio del centro penitenciario. Esta reconstrucción tiene una anécdota. La pieza férrea que serviría para apretar la garganta al preso y acabar con su vida es la que aparece en la película Salvador, del director catalán Manuel Huerga. “Ellos nos la han dejado”, explica JImi Jiménez, técnico de Aranzadi.

Así, en esta muestra se recopilan, por primera vez, informaciones en sus diferentes formatos sobre esta cárcel de Bilbao. La génesis de esta institución hay que buscarla hacia 1868, fruto de la necesidad de surtir al territorio de Bizkaia de un centro de reclusión que sustituyese al ya obsoleto sistema penitenciario que existía en el Señorío. Cien años después, en 1968, Larrinaga desaparecería para siempre del paisaje bilbaino. Los nuevos tiempos y la construcción de un nuevo y cercano centro penitenciario en Basauri hicieron que el solar ocupado por la centenaria y vetusta cárcel contribuyese rápidamente al emergente urbanismo de la villa. Hacer un recorrido por su historia es como bucear en una memoria cercana. La cárcel de Larrinaga nació en el siglo XIX dispuesta a aguantar todos los envites de la historia, muchos de ellos marcados por los diferentes sistemas de gobierno. Desde las monarquías decimonónicas hasta férreas dictaduras, pasando por una muy breve república e, intercalados, diferentes episodios bélicos.

SECUESTRO DE LIBERTADES Por su recinto pasó entre 1873 y 1967 un nutrido grupo de personajes ilustres, al mismo tiempo que innumerables personalidades anónimas. Es cierto que el colectivo político fue muy diferente durante los cien años de Larrinaga. “Las detenciones y condenas sufridas por carlistas, abertzales, izquierdistas, derechistas, independentistas o sindicalistas, en definitiva, mujeres y hombres, tanto comunes como políticos, mantuvieron una uniformidad por el secuestro de sus libertades”, valoran desde Aranzadi, desde donde se estima que “es precisamente el conocimiento de todo ello lo que contribuye a que una sociedad sea más libre”.

La exposición recoge objetos cedidos por las familias de presos de la Guerra Civil y franquismo. “Mi padre -explica Gorriti- quedó cojo, en una pierna solo le quedó el hueso. Dijo que antes de que se la cortasen, prefería morir. Él estuvo como esclavo de Franco en Almendralejo. Mi tío era el de Larrinaga. De hecho, cuando venía Franco a Bilbao, él sabía que tenía que ir a la cárcel, preso, mientras estuviera el dictador”.

Un reportaje de Iban Gorriti

99/22 Spassk, marinos vascos en el gulag

A juicio del historiador y archivero ruso A. V. Elpátievsky, el destino de los marinos es uno de los menos claros en la historia de la emigración republicana en la Unión Soviética. Catorce de ellos eran vascos


EL 23 de enero de 1947, Agustín Llona escribía esta carta a su familia desde un lugar llamado Espasca: Los españoles que nos encontramos en este campo de internados llevamos cinco años sin noticia alguna de nuestros familiares y a nuestros familiares supongo que os habrá sucedido cosa por el estilo a pesar de nuestros esfuerzos por comunicarnos. Llevamos diez años no pudiendo conseguir nuestra repatriación y los cinco últimos esclavizados, si no fuese una cosa tan delicada para un país que pregona tanto el bien hace mucho os habrían pedido nuestro rescate.

El campo de concentración de Spassk se encontraba cerca de la ciudad de Karagandá, en la república soviética del Kazajistán, donde las tempestades de nieve eran de tal magnitud que los presos cavaban túneles para poder comunicarse entre las barracas. Uno de estos presos, durante casi veinte años, fue Agustín Llona Menchaca, nacido en el caserío Chomin Chuena de Urduliz tal día como hoy, el 24 de enero de 1908. En su Hoja de servicios del personal de la Marina Mercante, consta que embarcó en Valencia como primer maquinista del vapor Conde de Abasolo, el 9 de enero de 1936: Cargamento de carbón Cardiff-Cartagena y Theodosia Cartagena y fruta de Valencia. Odessa. Desembarcado y hospitalizado en Odessa el 23.4.1937 por enfermedad y sin posibilidad de regresar a su patria España en contra de su voluntad hasta el 22.10.1956.

Tras su hospitalización, Agustín Llona residió en la casa infantil de Odessa, bajo un régimen de libertad vigilada al igual que un grupo de marinos mercantes, en su mayoría del Cabo San Agustín, que en 1939 había quedado bloqueado por orden de las autoridades soviéticas en Feodosia (Mar Negro). Alicia Alted Vigil, en su estudio El exilio español en la Unión Soviética, asegura que a estos marinos se les ofreció la posibilidad de regresar a España o permanecer en la URSS. Las autoridades soviéticas devolvieron a España vía Turquía a la mayoría de sus miembros antes del final de la Guerra Civil, pero a juicio de la investigadora Luiza Iordache los titubeos franquistas y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, imposibilitaron que se encaminasen todas las repatriaciones solicitadas. Finalmente, Lavrenti Pavlovich Beria, comisario del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), ordenó el 26 de junio de 1941 el internamiento de los marinos españoles en el campo de concentración número 5110/32 de Norilsk, cerca del Círculo Polar Ártico. La negativa de los marinos a aceptar permisos de residencia en sustitución de sus pasaportes nacionales y el rechazo mostrado por el grupo a trabajar en la Unión Soviética pudieron influir en esta decisión, ya que ambas actitudes eran juzgadas como antisoviéticas.

De cárcel en cárcel Los marinos llegarían a Norilsk en octubre de 1941, tras un interminable recorrido por cárceles como la de Jarkov y Novosibirsk y campos de concentración como el de Krasnoiarsk. En Norilsk, fallecerían los marinos vascos Eusebio Olarra Basarrate y José Azcueta Echevarría, que se suicidó el 31 de diciembre de 1941. Secundino Serrano, en su libro Españoles en el gulag, reseñado en este mismo periódico por Yuri Álvarez, destaca que Julián Zarragoitia Bilbao fallecería en septiembre de 1942 en el campo de Krasnoiarsk, cuando los marinos completaban la ruta inversa que los conduciría finalmente al complejo de campos de concentración de Karagandá, donde llegarían entre el verano y el otoño de 1942. En noviembre se les unirían el grupo de aviadores españoles de Kirovabad y el maestro Juan Bote García. Posteriormente, en marzo de 1943, serían trasladados al campo de Kok-Usek, ubicado entre Karagandá y Spassk, donde los aullidos de los lobos que merodeaban por las alambradas del campo en busca de comida los mantendrían despiertos noche tras noche. Infracciones como el robo de tres patatas o de un trozo de pan eran castigadas con prisión. Como medida de castigo se les proporcionaban 100 gramos de pan y un plato de sopa de agua sucia con coles como único alimento, una vez cada tres días.

Agustín seguía enviando misivas desde la estafeta postal 99/22 Spassk: Desde que terminó la guerra no paran las autoridades locales de prometernos nuestra repatriación a plazos cortos que nunca se cumplen, menos mal que del campo ya últimamente sale la gente para sus patrias por las que podréis tener noticias nuestras, e incluso a nosotros, pero temo que no sea así y que pretendan liberarnos a alguna ciudad dentro de Rusia, por lo que os rogamos hagáis lo que esté de vuestra parte para conseguir nuestra repatriación. En efecto, los testimonios proporcionados por el repatriado ingeniero francés M. Francisque Bornet, o la francesa Madeleine Clement, confirmaban que aún quedaban ciudadanos de la República Española encerrados en los campos de concentración soviéticos. En marzo de 1948, el Movimiento de Liberación de España de la Confederación Nacional del Trabajo (MLE-CNT) publicaba en Toulouse ¡Karaganda! La tragedia del antifascismo español. Por su parte, la Federación Española de Internados y Deportados Políticos (Fedip), con residencia en Francia, iniciaba una campaña internacional en la cual solicitaba al secretario general de la ONU, Trygve Lie, que se movilizase en favor de la liberación de los presos republicanos en la Unión Soviética. En Karaganda fallecerían los marinos vascos Guillermo Díaz Guadilla, Elías Legarra Bolumburu, Antonio Echaurren Ugarte, Secundino Rodríguez de la Fuente y la maestra Petra Díaz de Cuesta y Alonso.

La Fedip envió el 21 de enero de 1948 una misiva al presidente del Gobierno de Euzkadi en Francia con el objetivo de que su Gobierno en el exilio fijase públicamente su disconformidad por el incorrecto proceder de parte de las autoridades soviéticas. Así mismo, solicitaban al lehendakari Agirre que su Gobierno rompiese toda relación oficial con el Partido Comunista de Euzkadi. José Antonio de Aguirre les comunicó que ya habían intervenido hacía tiempo sobre el caso de Agustín Llona, sin obtener resultado alguno al respecto. En ningún momento hizo mención a la posible afiliación de Agustín al PNV, pero su hermana Dolores, en una carta enviada a José Ester Borrás, secretario de Información de la Fedip, afirmaba tal y como consta en los archivos de esta organización depositados en el International Institute of Social History de Amsterdam (IISH) que: Jamás le oímos hablar de política únicamente se distinguía en sus conversaciones como un defensor de los derechos humanos, precisamente de los que con ironía le priva el destino.

“Farsa”, según el PCE La Diputación Permanente de las Cortes españolas, reunida en dos ocasiones en París, acordó trasladar oficialmente la cuestión de los internados al Gobierno republicano en el exilio a pesar de las afirmaciones vertidas por dirigentes del Partido Comunista Español (PCE) como Antonio Mije que no dudaban en calificar como una farsa el tema de Karagandá. El 22 de mayo de 1948, coincidiendo con la celebración de esta segunda sesión, se inició el traslado de los supervivientes españoles a Odessa, donde fallecería José Pollán Ozaento en 1949. La intención era liberar a los supervivientes entregándolos al consulado franquista en Estambul (Turquía), como ya había sucedido anteriormente con el otro grupo en junio de 1939, pero la Fedip acusó al PCE de impedir la liberación del grupo. Tras rechazar la única posibilidad que les ofrecieron las autoridades, consistente en firmar una carta publicada posteriormente en el diario Trud (órgano de los sindicatos soviéticos), que implicaba su compromiso a residir en territorio de la URSS y aceptar posteriormente la nacionalidad soviética, la situación de Agustín Llona volvería a complicarse.

Tal y como relata Luiza Iordache en su libro Republicanos españoles en el gulag (1939-1956), mientras permanecían en Odessa el maestro Juan Bote García, el piloto Francisco Llopis y el propio Agustín Llona conformaron una comisión que se presentó frente al capitán Wilner para mostrar su indignación ante un artículo publicado por la revista Temps Nouveaux (la edición del diario Trud de Moscú). En el artículo titulado Impudence des ennemis du peuple espagnol, firmado por N. Miklachevski, se afirmaba que los republicanos españoles que habían llegado a la Unión Soviética y se habían quedado en su país, nunca habían sido internados ni detenidos en los campos. En junio de 1949 serían recluidos en la cárcel de Odessa y meses más tarde, en febrero de 1950, se dictó la sentencia que estipulaba una condena de 25 años de destierro para todos ellos, tal y como consta en los archivos de la Fedip.

En este último emplazamiento en Vozdvizhenka (Siberia), nacerían Isabel y Dolores; las dos hijas de Agustín Llona y su esposa Agnesa Markel Franz, natural de Zarrekovich (Crimea), también prisionera en Rusia alrededor de veinte años. Juan Bote, que permanecía soltero, así como los otros dos condenados con sus respectivas familias, compartían una habitación en un barracón de madera, separados por grises cortinas que se corrían de noche y se abrían de día para facilitar la vida en común. En el exterior, una inmensa explanada repleta de nieve.

El 22 de octubre de 1956, Eleuterio esperaba la llegada al puerto de Valencia de la segunda expedición de la motonave Krym, en la que viajaba su hermano Agustín. Tal y como narraron las crónicas de la época en el diario Imperio, el primero en desembarcar a las 2.35 de la tarde, fue Isaías Albistegui Aguirre, de treinta y dos años y natural de Eibar, mientras sonaban en los altavoces del barco los acordes de las Danzas del príncipe Igor y algún pasodoble. Atrás quedaban aquellos años de encierro que a través de diversas cartas dirigidas a Agustín, seguiría recordando Juan Bote: Amigo mío, ¡nos veremos! Y echaremos un día juntos los pies por alto, recordando los tiempos en que los tuvimos atados.

De los catorce marinos vascos, según los datos proporcionados por Luiza Iordache y Secundino Serrano, nueve fallecieron durante su reclusión, dos desaparecieron sin dejar rastro y uno de ellos probablemente decidió quedarse en la Unión Soviética. Entre los dos que consiguieron volver a su patria encontramos a Pío Ispizua Imatz, primer maquinista del Cabo San Agustín y al propio Agustín Llona Menchaca.

Un reportaje de Begoña Etxenagusia Atutxa

La herriko del franquista, el gudari y HB

La Guardia Civil registró el lunes la sociedad Intxaurre de Durango, baserri que pasó de mano en mano

Un reportaje de Iban Gorriti

Durango recibió el pasado lunes a siete patrullas de la Guardia Civil. Llegaron, precintaron la zona y registraron la Intxaurre Herriko Elkartea. A continuación, una furgoneta de la Ertzain-tza también estacionó por si había altercados. Un centenar de personas se congregó y portó carteles con el mensaje Konponbide garaia da . Errepresiorik ez. Tras dos horas de búsqueda, los verdes salieron del baserri del casco viejo de la villa “con seis folios de Senideak y una caja de cirios, velas, con el anagrama de Herrira”, confirmaron portavoces de la sociedad. No hubo detenciones.

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Ya el 23 de octubre de 2006, también lunes, agentes de la Guardia Civil con orden del Tribunal Supremo ocuparon 15 herriko tabernas de Hegoalde. El objeto esgrimido entonces fue “inventariar locales, bienes y dinero que pudieran garantizar una eventual liquidación patrimonial de los locales, que se vinculan a Batasuna”. Y en 2011, volvieron al lugar a embargar el caserío en el que en su día vivió el gudari de ANV Bautista Uribe, quien intermedió en la cesión de la propiedad de este inmueble. El próximo día 25 se cumplirán tres años de la pérdida de Uribe Beitia, gudari durangarra del batallón ANV I. Este año, además, se cumplirán 30 años de los últimos trabajos de rehabilitación de la que pasó a ser Intxaurre Herriko Elkartea. A los dos hechos se puede sumar un tercero que les une a todos: la propiedad del solar era de un teniente coronel franquista.

El Ayuntamiento de Durango decretó la casa en ruina, fuera de ordenación. La familia del gudari de Eusko Indarra cuenta que en aquel edificio nacieron los hijos de este soldado del lehendakari José Antonio Aguirre. En el momento en el que se declaró en ruinas, Uribe mantuvo allí un gallinero. Para entonces, el teniente coronel había muerto y su viuda puso una única condición a la hora de la cesión al Ayuntamiento: “que se mantenga la estructura de la casa”. Sin embargo, el pleno municipal no quiso hacerse cargo de ella. Fue entonces cuando Bautista Uribe intercedió para ofrecerla a una sociedad. La mujer del franquista nunca supo que aquella casa sería la sede de la izquierda aber-tzale. Un concejal de Herri Batasuna de Durango en aquella época, Jose Mari Bilbao, solicitó su propiedad “a modo personal”. Un grupo de personas del pueblo pidió créditos particulares a la Caja Laboral. Y con el dinero en la mano, con 12 millones de pesetas de hace más de 35 años, se constituyó la sociedad Intxaurre Herriko Elkartea. Este año se cumplirán 30 años de los últimos trabajos realizados en el solar de la plaza Balbino Garitaonandia.

Las leyes obligaron a hacer obras para mantener la estructura del solar como se había consensuado. Por ejemplo, fue necesario rebajar un metro la altura del suelo. Se mantuvo la estructura en la medida en que fue posible. Nunca se llegó a tirar todo el bloque. Las obras duraron entre cinco y siete años.

VECINO DE AZKUNA Uribe alcanzó los 93 años. Fue soldado del Gobierno Provisional de Euskadi desde los 18 años hasta su fallecimiento hace tres años. Bautista era presidente de honor de gudaris de Eusko Indarra. Nació el 23 de septiembre de 1918. Era del caserío Kakatza. Cuando estalló la Guerra Civil estaba en Otxandio. Se alistó en el batallón ANV I. Bajo el lema de Aberria ala hil tuvo destinos en Loiola, Deba, Lekeitio, monte Albertia, Castro Urdiales y Asturias. Fue hecho preso por los fascistas en Santander y sufrió cárcel en Santoña, Burgos, el campo de concentración de Miranda de Ebro, Elizondo y Madrid. En estos lugares le obligaron a formar parte, esclavo, de los batallones de trabajadores del bando totalitarista. “Nuestro padre siempre fue de ANV, muy demócrata. Como curiosidad, nació en la zona de Mendizabal en un caserío al lado del de Azkuna, el que fue alcalde de Bilbao. Mi padre se ha llevado bien siempre con el tío de Azkuna”, narran sus hijos Koldo y Marisol.

Vivió experiencias traumáticas. En Euba, barrio zornotzarra, los a la postre franquistas le mataron a un hermano, Bernabé, a quien Bautista portó en hombros y enterró él mismo en el cementerio de Amorebieta. Desde Intxaurre le rindieron varios homenajes. “Fue un gudari que siempre ha mantenido su ideología, que anteponía el pueblo al partido. Estaba con los que luchan. Apoyó la candidatura de ANV de 2010 y siempre ha estado en la sombra, luchando hasta el hecho de intermediar por la hoy herriko. ¡Un artista!”, le agradecen.