Julián Tellaeche: crear, salvar y curar el arte

El pintor Julián Tellaeche se encargó durante la Guerra Civil de recorrer la geografía vasca no ocupada por los franquistas para identificar las obras de arte que debían ser salvadas antes de la invasión

Un reportaje de Javier González de Durana

‘Maternidad’, 1922-23. Óleo / cartón, 52 x 74 cm. Colección privada.
‘Maternidad’, 1922-23. Óleo / cartón, 52 x 74 cm. Colección privada.

Mañana se cumplen sesenta años del día en que el pintor Julián Tellaeche Aldasoro (Bergara, 1884) falleció en Lima (Perú), en la Nochebuena de 1957, en un exilio iniciado con el final de la Guerra Civil y que, tras residir en Francia, lo llevó al país andino en 1952. Pero también este año se cumplen ocho décadas de unas gestiones que, encargadas por el Gobierno de Euskadi, Tellaeche cumplió de cara a salvaguardar el patrimonio artístico de Bizkaia ante la entrada en este territorio de las tropas franquistas y el posible expolio o destrucción que estas pudieran cometer en su embestida bélica. Recordemos.

Tellaeche formó parte de la segunda generación de artistas vascos surgidos al calor de la modernidad que trajo la industrialización del País Vasco después de 1875. Esa generación fue la que presentó sus primeros trabajos en el contexto de las seis Exposiciones de Arte Moderno celebradas en Bilbao entre 1900 y 1910. De hecho, Tellaeche pudo mostrar cuatro de sus iniciales trabajos en la última de aquellas exposiciones, momento a partir de cual desarrolló una intensa actividad artística y socio-cultural, con exposiciones personales en Bilbao, Madrid, Bruselas, París, Estocolmo… En 1911 formó parte del grupo impulsor de la Asociación de Artistas Vascos, constituida en Bilbao, y en 1934 participó en la creación de la Sociedad Artística GU, fundada en San Sebastián, de la que al año siguiente fue nombrado presidente, y aportó pinturas para numerosas exposiciones colectivas que entre 1910 y 1936 difundieron el nuevo arte que se hacía en Euskadi.

Más allá de alguna escena portuaria de naturaleza industrial, el universo de personajes y escenarios de Tellaeche estuvo en el puerto de Lekeitio, pero sin especificaciones que identificaran esa localidad para que pudiera parecer cualquier pueblo de la costa vasca. De hecho, en muchas ocasiones los niños y maternidades que pintó no se basaban en personas halladas en los muelles o barcos como modelos por su aspecto, sino que lo eran su mujer y sus hijos.

Vidas duras Ello era compatible con la búsqueda o encuentro de sujetos que, llevados al lienzo, transmitían claras alusiones al hecho de haber llevado una vida de duro esfuerzo en altamar: rostros macerados por la humedad, pieles resecas como cuero por los vientos o agrietadas por la edad y el cansancio o mejillas enrojecidas a causa del vino tabernario… Casi siempre vistos en primeros planos, con la mirada dirigida al espectador y un punto interrogativo.

Tras ellos, habitualmente se eleva una proliferación de mástiles y velámenes en estrecha vecindad, ocultando el mar, para generar unos paisajes artificiales de cierto aire surrealista. La intensidad del cromatismo y la descripción levemente expresionista de los individuos plasmados en sus lienzos, unido a lo anterior, señalaban a un autor de singular personalidad artística.

Los hechos que vamos a recordar ahora se refieren a los sucedidos en torno a la evacuación a Francia de obras de arte que el Gobierno de Euzkadi consideró se encontraban en peligro, unos hechos en los que el pintor bergarés colaboró estrechamente con su amigo el también pintor José Mª Ucelay, este como director general de Bellas Artes nombrado por el lehendakari José Antonio Aguirre el 23 de octubre de 1936, y Tellaeche como conservador de Museos dentro de dicha Dirección General, cargo al que accedió meses después de haber recibido la encomienda por parte del Bizkai Buru Batzar del PNV de proteger el arte existente en las iglesias del País Vasco, tarea con la cual adquirió experiencia en la defensa del patrimonio artístico que resultó de enorme valor para las decisiones que el Gobierno vasco tuvo que adoptar y las gestiones que realizó, todo ello en cumplimiento del decreto de protección del “patrimonio artístico, cultural e histórico existentes en territorio vasco”, aprobado por el Gobierno el 12 de octubre de 1936.

Dado que el ejército franquista avanzaba desde Gipuzkoa, las primeras tareas consistieron en preservar los bienes situados en la muga oriental de Bizkaia: Zenarruza, Elgeta, Markina, Lekeitio, Mendexa, Elorrio…, tanto de iglesias como de palacios privados dotados con valiosas bibliotecas, colecciones de pinturas, etc. Aunque Tellaeche se incorporó oficialmente al organigrama del Gobierno a principios de enero de 1937, ya desde finales de octubre se dedicó a recorrer el territorio para señalar los objetos concretos que debían ser retirados para su protección. Ambos eran artistas, pero el reparto de tareas entre Ucelay y Tellaeche consistió en que mientras el primero se movía más en el terreno de lo político, el segundo lo hacía sobre el territorio real del país. También algunas residencias privadas en Getxo, lejos del frente, fueron visitadas para la retirada de bienes y, al examinar los nombres de los afectados, se encuentran los de aquellos que estaban vinculados a la Falange y la derecha conservadora como los de gentes cercanas al nacionalismo vasco y la adscripción republicana. No se advierte, por tanto, que en la selección hubiera afán de especial protección para unos y de anhelos de expropiación para otros, sino pura prevención.

Seguimiento en París Trasladados los bienes artísticos a Francia, tanto los destinados a ser mostrados en la Exposición Internacional de París, vía puerto holandés de Ijmuiden, como los recogidos para ser protegidos, vía puerto de La Pallice-La Rochelle, el tándem Tellaeche-Ucelay quedó encargado de su seguimiento y, paralelamente, de la presentación de parte de ellos en la sección vasca del pabellón español de la Exposición Internacional, en la cual se presentó el Guernica de Pablo Picasso.

A finales de marzo-principios de abril de 1937, Ucelay asumió oficialmente el comisariado de la sección de Euzkadi, se integró en el Comisariado General del pabellón y nombró a Tellaeche subcomisario, si bien había sido éste quien en febrero de 1937, junto con Jon Zabalo, Txiki, se ocupó de seleccionar las obras del Museo de Arte Moderno de Bilbao que se mostrarían en París.

A propósito del Guernica quiero aclarar una cuestión. En diversos textos publicados se afirma que fue Tellaeche quien planteó la idea de sustituir la pintura de Picasso por el Tríptico de la Guerra, de Aurelio Arteta. Ignoro de dónde procede esta absurda idea, pero como ya dejé demostrado hace un año en mi libro Guerra, exilio y muerte de Aurelio Arteta (1936-1940) esto nunca sucedió porque Arteta no lo hubiera consentido, porque esa decisión no correspondía al Gobierno de Euzkadi, sino al español, y porque el Tríptico de la Guerra ni siquiera estaba pintado aún, ni lo estuvo hasta muchos meses después de que la Exposición Internacional estuviera concluida.

Lo que sí se puede asegurar es que, en protesta por el previo bombardeo de Durango, el pintor de Bergara desfiló en la manifestación organizada por la Liga de los Derechos del Hombre que recorrió París, desde el cementerio Père Lachaise hasta la Place de la Republique, el 26 de abril de 1937, mismo día en que Gernika era atacada.

Asimismo, Tellaeche aparece en la fotografía tomada en el mes de julio ante el Guernica junto con José Antonio Aguirre, con motivo de la visita oficial de este último al Pabellón de la República junto con la comitiva integrada por José Gaos, comisario general del Pabellón; Rafael Picavea, delegado del Gobierno de Euzkadi en París; Antón Irala, secretario general de la Lehendakaritza; Pedro Basaldua, secretario personal del lehendakari, y Francisco Basterrechea, diputado del PNV y supervisor en la Delegación Vasca en París.

Tras concluir la Exposición Internacional, con parte de las obras mostradas en la sección vasca se organizó una exposición más pequeña para realizar una itinerancia por diversos paisajes europeos con un mensaje vasquista y propagandístico en torno a la cultura, al mismo tiempo que lo hacía también el grupo de bailes y canto Eresoinka, creado en septiembre de 1937. Con este grupo colaboraron varios artistas vascos, entre los que Tellaeche se encargó de la decoración y el vestuario, mientras sus dos hijos, “combatientes voluntarios del Ejército de Euzkadi”, se encontraban prisionero y enfermo uno, y desaparecido el otro.

Nombrado responsable del tesoro artístico vasco en el exilio, Tellaeche cuidó los 44 embalajes en que se guardaban las obras de arte sacadas de Euskadi y fue responsable también de devolverlas a partir de agosto de 1939. Museólogo y museógrafo, su tarea fue impecable y leal desde donde le correspondió estar.

En 1944 su hijo Ramón se trasladó a Perú, junto con su familia. El otro hijo, Alberto, quedó en Bilbao. Tras la muerte de su esposa, Carmen Vallet de Montano el 20 de julio de 1952, Tellaeche arribó a Lima, capital en la que se instaló, si bien a los cuatro meses de llegar a ella le confesaba a José Antonio Aguirre que “el ambiente de esta ciudad de mercaderes me asfixia y tengo la triste impresión de estar enterrado en vida. Como tengo la convicción de que nunca podré desarrollar aquí ninguna de mis actividades posibles, a poco que viva, mi ruina material es inminente y lo que es peor me temo que la siga paralelamente mi ruina moral. Total, que caigo en cuenta un poco tardíamente que abandoné la partida antes de tiempo, dándome por vencido, cuando en realidad lo único que me hacía falta era un reposo de unos meses”.

A pesar de sus negros augurios iniciales, Tellaeche fue contratado por la Unesco para crear y organizar la escuela de restauración de cuadros coloniales en el limeño convento de San Francisco, llegando a ocupar el cargo de director del Tesoro Artístico Nacional. No obstante, como ha venido sucediendo con tantos exiliados en América, artistas o profesionales de otros oficios, es poco lo que sabemos sobre los años vividos allí. Si los dieciocho meses mexicanos de Arteta revelaron un universo sorprendente, los cinco años de Tellaeche, con cargos y responsabilidades públicas, nos mostrarían la enorme capacidad de este artista para reinventarse mediante el trabajo creativo… y quién sabe qué más.

Un siglo del comienzo de la autonomía vasca

La convulsa situación política tanto en el Estado español como en el mundo de principios del siglo XX fue el escenario de los primeros pasos hacia la autonomía vasca

Un reportaje de Eduardo Alonso Olea

Los nuevos diputados nacionalistas de Bizkaia. La victoria del nacionalismo vasco en las elecciones de marzo de 1917 propició sin duda la campaña autonomista que acabó en 1919 con un rotundo fracaso, aunque se estuvo cerca.
Los nuevos diputados nacionalistas de Bizkaia. La victoria del nacionalismo vasco en las elecciones de marzo de 1917 propició sin duda la campaña autonomista que acabó en 1919 con un rotundo fracaso, aunque se estuvo cerca.

El 17 de diciembre de 1917, hace ahora cien años, a las 18.00 horas una delegación de las diputaciones provinciales de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, acompañada de varios parlamentarios vascos en Madrid, se presentó previa cita ante el presidente del Gobierno, el liberal Manuel García Prieto. El presidente de la Diputación guipuzcoana, Ladislao de Zavala, leyó ante el presidente mensaje, redactado por las Diputaciones en el verano anterior y que se había discutido con ayuntamientos y parlamentarios vascos, y conseguido un amplio respaldo.

En esencia el mensaje pedía las más amplias facultades autonómicas, se pedía al Gobierno que dentro de la legalidad más estricta y de la unidad de la nación española, adoptase y dictase, o propusiese a las Cortes, oyendo previamente a las diputaciones, las disposiciones legales necesarias para que reservándose el Estado todo lo concerniente a Relaciones exteriores, Guerra, Marina, Deuda pública, Aduanas, Moneda, Pesas y medidas y correos “dejase al país mismo, representado por sus organismos forales, la dirección de todos los demás servicios públicos”. El presidente del Gobierno, Manuel García Prieto, respondió asegurando el honor que le había correspondido y que sin dilación estudiaría el asunto en su Gobierno y sin poder avanzar nada puesto que no conocía el detalle del texto sí aseguró que, desde luego, algo las diputaciones sí podrían conseguir puesto que su Gobierno trataría con cariño la cuestión. Tras el acto, a cuya salida los diputados vascos se mostraron confiados en la labor del Gobierno y en sus posibilidades, el mensaje acabó en un ignoto lugar de los despachos de Presidencia de Gobierno.

Esta iniciativa, que tuvo un final decepcionante a principios de 1919, no se puede entender sin ver el contexto realmente confuso y problemático en que se desarrolló.

En efecto, el mundo estaba en guerra; la Primera Guerra Mundial seguía en su apogeo, a pesar de que los rusos, tras la Revolución de Octubre, la habían abandonado, pero se habían convertido en beligerantes los Estados Unidos. Los efectos de la guerra en las economías de los países en guerra fueron intensas, pero también lo fueron en las de los países neutrales, como fue el caso de España. Es cierto que algunos sectores, como el siderúrgico, el naviero o el bancario -con un centro relevante en Bilbao- estaban experimentando unos crecimientos y unos beneficios incluso fabulosos; pero el reverso de la moneda fue el gran incremento de los precios, no compensados por la insuficiente elevación de los salarios, lo que generó un gran descontento social. El resultado fue un movimiento revolucionario en agosto de ese año.

Pero además hubo una aguda crisis política. El sistema de la Restauración, configurado por Cánovas del Castillo en 1876, estaba en medio de una profunda crisis debido al agotamiento de los partidos turnantes y el descontento de sectores, como el militar, o de los nacionalismos, sobre todo el catalán, que pedían reformas sin demora.

Reintegración foral Y en medio de esta aguda crisis las Diputaciones que en marzo de ese año habían cambiado en su composición con mayorías nacionalista vasca en Bizkaia y carlista en Gipuzkoa y Araba, vieron la oportunidad para retomar una vieja aspiración.

Con la vuelta de los conservadores presididos por Dato, en junio, ante la amenaza revolucionaria, se suspendieron las garantías constitucionales y se impuso la censura de prensa. En Cataluña, la reacción fue convocar una Asamblea de parlamentarios, para el 19 de julio, en la que se trataron los temas tabúes del sistema: organización del Estado, autonomías, militares, etc.

La aludida vieja aspiración y que entró en ese momento en el escenario político no fue otra que la reintegración foral. Sin embargo, habían pasado 40 años desde la abolición foral y, la verdad, es que las nuevas fuerzas políticas como los socialistas e incluso los nacionalistas, por no decir de los dinásticos, no veían cómo se podrían reponer los viejos fueros. Era un parecer muy común decir que, en esos momentos, ya en pleno siglo XX, no se podía volver a situaciones previas a 1839 e incluso anteriores, sin que fueran reformados profundamente.

El mensaje fue producto de iniciativas desde las diputaciones, que se reunieron durante ese verano en varias ocasiones y asambleas municipales, en que no sin debates agrios, se llegó a un mínimo común denominador, en la idea de que el Concierto Económico y la autonomía administrativa no era suficiente; había que conseguir un nuevo sistema, dentro del Estado pero que diera amplias capacidades de gobierno. De hecho, como se puede ver en el mensaje se pretendía una gestión propia en educación en todos sus grados, beneficencia, obras hidráulicas, agricultura industria y comercio “y otros que no hay por qué detallar, en nada va en contra la soberanía del estado”. Por lo tanto, se conseguiría un autogobierno” en negativo”, es decir, todo lo que no estuviera en manos del Estado, y que se detallaba, sería competencia autonómica.

El texto fue fruto de un delicado equilibrio entre posturas tan diferentes como la de los socialistas, que querían asegurarse que no hubiera menoscabo en los derechos de las personas, con la de los nacionalistas, que insistían en la necesidad de una amplia autonomía haciendo la menor referencia posible a la unidad (del Estado, de la Nación) española, junto con los dinásticos que precisamente insistían en este aspecto y que no se pretendía aprovechar un momento de debilidad del Estado para conseguir ventajas, mientras los carlistas a veces insistían en la pureza foral, pero dentro de la unidad del Estado. En definitiva, fue un texto trabajosamente acordado entre las fuerzas políticas del momento, en un contexto de aguda crisis del país. Como dijo Hilario Bilbao -hermano de Esteban Bilbao- “la fórmula aceptada no era el ideal de todos los presentes, sino una fórmula que encaminaba hacia ese ideal”.

La inestabilidad política (entre abril de 1917 y diciembre de 1919 hubo diez gobiernos distintos), junto con los problemas entre las fuerzas políticas del país cuando se trató de precisar quién y cómo gestionaría esa posible autonomía, si los ayuntamientos o las diputaciones, o hasta que se consiguieran las instituciones autonómicas (una o trina) quién y cómo gestionaría su interinidad… en definitiva demasiadas incógnitas a despejar en un momento en que en el Estado se intentaba contentar a todos sin hacerlo a nadie, como así ocurrió.

Tras la entrega del mensaje en ese mes de diciembre, la sucesión de gobiernos hizo imposible avanzar en el proceso hasta que a fines de 1918 un gobierno Romanones retomó el asunto y, en la ola autonomista catalana, se constituyó una comisión parlamentaria dedicada a estudiar el problema de la autonomía, y dentro de ella una subponencia que preparó su propio proyecto de autonomía vasca. Pero los intentos de autonomía, tanto catalanes como vascos, fracasaron debido también a la crónica inestabilidad de los gobiernos españoles, y definitivamente cuando llegó en abril de 1919 un nuevo gobierno de Maura.

Lo que sí significó fue el comienzo de algo nuevo en el sentido de que se percibió que el regreso al pasado foral, ya en el siglo XX, era imposible. No se podía plantear seriamente recuperar unas Juntas Generales sin voto proporcional a la población, como ocurría en Bizkaia, o una exención militar -y en medio de la Primera Guerra Mundial menos todavía- por lo que se comenzó a plantear otra opción, una opción que, por una parte actualizara el régimen foral y, por otra, formara alguna institución supraprovincial -superase las tradicionales conferencias de diputaciones- pero en todo caso fue un comienzo. En la II República el intento volverá a cobrar forma, aunque no será hasta octubre de 1936, ya comenzada la Guerra Civil, cuando se consiga el primer Estatuto de Autonomía.

El profesor riojano de Franco que fue fusilado

El republicano Azcárate escribió en la cárcel de Larrinaga una carta a Ajuriaguerra en la que incluia otra misiva para su mujer antes de ser fusilado por orden de su discípulo en la Academia, francisco Franco

Un reportaje de Iban Gorriti

Los internos se solazan en el patio de la cárcel de Larrinaga. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
Los internos se solazan en el patio de la cárcel de Larrinaga. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

el lunes habrán transcurrido 80 años del fusilamiento de un teniente coronel riojano que formó parte del gabinete militar del presidente Azaña y que fue inspector del Cuerpo del Ejército Vasco. Se llamaba Gumersindo Azcárate Gómez y fue ejecutado a los 59 años por los golpistas el 18 de noviembre de 1937 en Derio.

Ejemplo de espíritu republicano demócrata hasta el momento de su muerte, ya se veía carne de cañón de los sublevados por un hecho curioso que merece la pena conocer. El nacido en Ezcarai el 28 de febrero de 1878 fue Jefe del Regimiento Ciclista de Alcalá de Henares. Al estallar la guerra española-italo-alemana del 36 fue ascendido a coronel y enviado a Bilbao, como militar profesional, para instruir a las milicias vascas. Azcárate conocía bien a Franco, golpista del que había sido profesor en la Academia Militar. “Conozco a Franco. Fue discípulo mío en la Academia. No me perdonará que le haya traicionado y me fusilará”, dejó impreso para la posteridad. Su premonición se acabó cumpliendo.

Aunque de La Rioja, sus antecesores procedían de Azkarate, pueblo hoy perteneciente al municipio de Araiz, Merindad de Iruñea, en la comarca de Aralar. El mismo día que le fusilaron escribió diferentes cartas en la cárcel bilbaina de Larrinaga, minutos antes de que los sublevados contra la Segunda República le asesinaran. Dos de ellas son las que más han trascendido. Una destinada a Juan de Ajuriaguerra para que le hiciera saber a su madre que iba a morir, y la otra a un amigo, Pedro Alás, agradecido por lo bien que le recibieron en un pueblo que no cita y que le nombró hijo adoptivo. Según una información de Iñaki Gorostidi, de la Asociación Laminiturri, a Sabino Arana Fundazioa, Azcárate también estuvo preso en El Dueso de Santoña, donde ingresó el 28 de noviembre de 1937.

Esta fundación bilbaina custodia la emotiva primera misiva. Azcárate saluda a un “querido Ajuriaguerra” y lamenta que “llegó lo que tenía que llegar. Dios lo ha querido. Bendito sea Dios. Ya sabe usted cómo muero; bien preparado: eso es lo esencial. No he dejado de ser leal un momento, y leal muero. Viva la República”, le remite al portavoz del PNV.

El militar le incluyó a continuación una carta dirigida a su mujer y le explica que debe enviarla a una dirección de Biarritz: a 39, Rue Peyroboubill. Antes, se despide de Ajuriaguerra y de “los cuatro que con usted están en la celda. Un abrazo fuerte también; mándeselo por escrito, para quien usted sabe. Muero queriéndole mucho; él bien lo sabe. Que no se olvide de mi mujer y mis nenas. Que los vascos tengan lo que se merecen. Un abrazo cordial, fuerte, fuerte, noble y leal de su buen amigo”.

Gumersindo le solicita que la epístola escrita a su esposa se la envíe con delicadeza por el fatal desenlace. “Mándesela a mi mujer, escribiéndola usted con cierta precaución, para que no reciba la noticia de repente”. El coronel de infantería se confiesa a su mujer. “Queridísima Presen de mi alma: Ten valor y serenidad. Yo te aseguro que estoy completamente tranquilo, satisfecho. He ganado la batalla definitiva; la salvación de mi alma. Dios me llama. Voy a él gozoso. Desde el cielo velaré por ti y por esas dos hijitas de nuestro corazón. Sabes que no he hecho más que bien en este mundo, quizás sea esto el premio a mi manera de ser… Besos, infinitos besos a nuestros dos tesoros, nuestras hijitas del alma. Que recen mucho por su padre y sed felices las tres. Yo lo soy al morir leal”, concluye.

Son diferentes las personas que han investigado y trabajado la figura de este importante personaje histórico. Alguno, incluso, ha llegado a confundir en fotografía su figura con la de Joaquín Vidal Muñarriz, en una imagen en la que este coronel muerto en 1939 comparte instantánea con el lehendakari Aguirre y Tatxo Amilibia, socialista que pasó a ser comunista. “El de esa foto no es Azcárate, es Vidal Muñarriz”, confirman especialistas a este periódico.

Reírse de la muerte La descripción que Rafael de Garate hacía de él en Diario de un gudari condenado a muerte comenzaba así: “Gumersindo Azcárate podría tener 55 años. Aparentaba 70. Canijo, senil, arrugado. Cuando hablaba se frotaba las manos, como pintan a los judíos”, quedó impreso. Garate aplaudía la lealtad de aquel militar a la República. “En contra de las órdenes del Capitán general de Madrid, se sostuvo y se salió con la suya”, enfatizaba.

Sin embargo, no era de su gusto y no se callaba: “El Gobierno Provisional y el Ejército de Euzkadi necesitaban de asesores profesionales. Madrid nos mandó algo, poco, y entre ellos el recién ascendido Coronel Azcárate. O el golpe al caer prisionero fue fuerte y se derrumbó, o su valía era muy pequeña. Fue Jefe Militar de la Casa del Gobierno de Euzkadi. Quizá me equivoque y machito fuera bueno, pero ahora, caído, con la cuerda al cuello, me daba la impresión de que aquel hombre era mucho menos que cualquiera de nosotros”.

El testimonio continúa. “Estoy harto de decirle: Camarada Coronel, que su amigo Franco no mata más que a asesinos. Usted nunca ha matado un pollo con todas las estrellas que tiene, ¿verdad? Pues, hala, a dormir tranquilo”, y los exabruptos sobre su persona se sucedían, como también recoge el portal Errioxa.com.

Meses más tarde acabó fusilado. Tal y como destaca Vicente Talón en un cuaderno de Memoria de la Guerra de Euskadi, Ajuriaguerra informó al lehendakari Aguirre, desde la cárcel de Larrinaga el 19 de diciembre de 1937, del siguiente modo: “Prometí a los coroneles Azcárate e Irezabal y a los comandantes Lafuente y Bolaños, a quienes pude visitar en capilla, que te escribiría comunicándote su fusilamiento. Con ellos fue fusilado también Arenillas”. Agregó que “fue verdaderamente emocionante ver lo firmes, serenos y tranquilos que estaban todos; más parecía que iban a una fiesta que a su ejecución, aquí es formidable ver a los chicos que bromean y se ríen de la muerte”.

Leal a la República El periódico jeltzale Euskadi dio la noticia del fusilamiento de Azcárate, “un militar que supo honrar el uniforme”. El tabloide imprimió que un requeté de “juventud salvaje e instintos cavernarios rugió: Que salga el teniente coronel Gumersindo Azcárate. Y el aludido con gran energía le contestó: ¿Cómo decís teniente coronel? Yo soy un coronel legítimo y leal al único Gobierno. Al de la República”. Entonces, según el rotativo, se ató los cordones de una de sus botas, mientras que con “extraña serenidad” fue despidiéndose de sus compañeros. Cuando hubo abrazado a todos les gritó con energía: “¡Viva la República!”.

Azcárate firmó su propia sentencia de muerte “con gran tranquilidad y preguntó al fascista: ¿Quién lo ha ordenado? El generalísimo Franco. Con un gran desprecio y al mismo tiempo con lástima, dijo: Decidle que le perdono. Confesó y comulgó y ante un grupo de fascistas manifestó una vez más su fe en la República”, informa Euskadi.

Frente a los sargentos de requetés que constituían el piquete encargado de fusilarles como honor fascista, el coronel Azcárate dijo: “En estos momentos es para mí un orgullo ser elegido de Dios”. Y cuando ya faltaban unos segundos gritó a los del piquete: “Rezad por mí como yo rezaré por vosotros ante el Juez Supremo”.

 

Represión y asesinato en Araba

La práctica totalidad de Araba quedó en manos de los sublevados nada más producirse el golpe militar lo que sumió a jeltzales y republicanos en una feroz represión

Un reportaje de Roman Berriozabal

Grupo de presos gasteiztarras tomada en diciembre de 1936. Foto: Francisca Abaitua
Grupo de presos gasteiztarras tomada en diciembre de 1936. Foto: Francisca Abaitua

AMANECER del 19 de julio de 1936. El sacerdote Pedro Anitua se cruzó en una calle gasteiztarra con el carlista Bruno Ruiz de Apodaka. Este, zapatero de profesión, dirigiéndose al sacerdote nacionalista, le dijo con conocimiento de causa: “Ahora las vais a pagar todas juntas”. Momentos antes, los militares habían declarado, sin disparar un solo tiro, el estado de guerra en la ciudad y, de común acuerdo con carlistas y falangistas, se hicieron con el control de ésta y gran parte del territorio alavés. La sublevación no alcanzó en un primer momento la victoria esperada en toda la geografía, por lo que la situación derivó en una guerra civil. Ésta, en lo que respecta a Euzkadi, finalizó en julio de 1937; en lo concerniente al Estado español, el 1 de abril de 1939.

El zapatero carlista, amparado por la oscuridad de la madrugada, había tenido ocasión de observar con atención las idas y venidas de los jeltzales al Centro republicano así como de los republicanos al Gobierno Civil. Unos y otros, partidarios de una acción armada conjunta para neutralizar a los militares, al modo y manera como se había procedido en Bilbao y Donostia, no pudieron hacer nada. El gobernador civil, que creía contar con la autoridad y apoyo suficientes para meter en cintura a los levantiscos, les negó tajantemente las armas solicitadas. Una vez se vio traicionado por la Guardia Civil y la Guardia de Asalto a su mando, huyó a Bilbao. Vistas las circunstancias, los burukides jeltzales desmovilizaron a varios centenares de jóvenes que estaban esperando instrucciones en los locales de Juventud Vasca y, al igual que numerosos republicanos, se inhibieron y optaron por la neutralidad.

La actitud y la dinámica de EAJ-PNV no fueron ni pudieron ser unánimes. Estuvieron mediatizadas por el éxito y el fracaso del golpe militar en los diversos territorios: Bizkaia y Gipuzkoa permanecieron bajo la jurisdición republicana; por el contrario, Nafarroa y el grueso de Araba, excepto Aramaio y los municipios del Valle de Ayala y el Alto Nervión, pasaron a manos de los sublevados.

Al tiempo de la toma del poder, los sublevados en Araba la emprendieron, mediante la represión, contra aquellas personas consideradas adversarias. La amenaza del zapatero carlista no había sido gratuita. En el caso de, al menos, 193 personas, la represión culminó con su asesinato. El propósito último era claro: eliminar al contrario. Fue el preludio de una dictadura que duró 40 años.

Posturas diversas Los jeltzales se vieron ante una difícil disyuntiva: ¿qué hacer y cómo comportarse? No hubo una postura unánime. Las circunstancias les obligaron, al igual que a otros muchos, a tomar posturas, en muchos casos contradictorias entre sí: éxodo, resistencia pasiva, claudicación, arrepentimiento e, incluso, apoyo a los sublevados.

De un tiempo para acá, determinados autores, con escasa o nula cautela y rectitud intelectual, vienen mostrando de forma taimada un interés en mancillar a EAJ-PNV, atribuyéndole una actitud contemporizadora inmerecida y proyectando sombras y dudas sobre la represión ejercida contra los jeltzales arabarras. Por contra, omiten o ignoran voluntariamente aquellas referencias que expliquen la actitud y comportamiento de otros partidos y sindicatos.

Tras su detención, los militares sometieron a destacados jeltzales arabarras a un intensa presión (los burukides del ABB Julián Agirre y José Luis Abaitua; el exdiputado a Cortes Francisco Javier Landaburu, el abogado y antiguo burukide del ABB Manuel Ibarrondo…). Estaban empeñados en apartar a EAJ-PNV de la dinámica favorable a la República que había adoptado oficialmente y, consiguientemente, atraerlo a su causa. Tras sucesivos intentos infructuosos, lograron, mediante la amenaza y el chantaje, que determinados jeltzales arabarras (Abaitua, Landaburu e Ibarrondo) redactasen y firmasen, al menos, dos comunicados en un breve espacio de tiempo: el primero, ordenando a toda la afiliación jeltzale realizar pacíficamente las actividades de su vida ciudadana; el segundo, entre otros aspectos, exhortando a los jeltzales para que, lejos de impedir, coadyuvaran al éxito de los sublevados. Dichos documentos, interesadamente retocados por los militares, fueron publicados en la prensa local y exhibidos a modo de trofeo de guerra.

La supuesta frialdad con que Vitoria-Gasteiz acogió el día de Santiago al general Cabanellas, presidente de la Junta de Defensa Nacional de los sublevados, sirvió de pretexto para, una vez más, presionar a los jeltzales y obligarles a remitir una misiva a sus correligionarios vizcainos y guipuzcoanos, ofreciéndoles futuras prerrogativas a cambio del mantenimiento del orden en aquellos territorios. ¡Vaya sarcasmo! Días antes dos aviones facciosos bombardearon Otxandio: fallecieron 58 personas. EAJ-PNV no aceptó la propuesta que le fue remitida.

iLEGALIZACIÓN Dicho general, en su afán por desactivar, eliminar y/o controlar a la población civil, puso en vigor una serie de disposiciones: declaró fuera de la ley todos los partidos y agrupaciones políticas o sociales contrarios. La ilegalización llevó pareja la incautación de cuantos bienes muebles, inmuebles, efectos y documentos pertenecieren a los referidos partidos o agrupaciones. En relación a las personas, se procedió a la suspensión y destitución de aquellos trabajadores públicos desafectos. A consecuencia de las disposiciones anteriores, fueron clausuradas las batzokis arabarras, incautados sus bienes, y, respecto a las personas, apartados de sus cargos de responsabilidad y expulsados de sus respectivas instituciones destacados jeltzales gasteiztarras (Ramón Irazusta, ingeniero agrícola de la Diputación; Manuel Ibarrondo, secretario de la Caja de Ahorros…).

Tras el fracaso anterior, los sublevados intentaron jugar la carta religiosa. No valían posiciones intermedias: o se estaba con Dios, o contra Dios. Para ello, los obispos Mateo Mugika y Marcelino Olaetxea, titulares de las diócesis de Vitoria y Pamplona, respectivamente, declararon ilícito y monstruoso el que los nacionalistas vascos se hubieran sumado al enemigo acérrimo del cristianismo. Exigieron a los burukides de EAJ-PNV en Bizkaia y Gipuzkoa que se apartaran de la contienda para evitar el enfrentamiento entre católicos. Los jeltzales se vieron ante un dilema: obedecer o desobedecer al obispo. Tras numerosas gestiones y no pocas consideraciones, estimaron que no estaban sujetos al mandato del obispo. Éste, lejos de facilitar las cosas, no escatimó recursos para reprimir, perseguir y tolerar el asesinato de sacerdotes y religiosos nacionalistas y/o vasquistas que habían quedado en el lado faccioso.

Una vez que los sublevados abandonaron toda posible idea de pacto y desechada, por tanto, la necesidad de aparentar buenas maneras, se acentuaron todas las formas posibles de criminalizar a los jeltzales. Había llegado el momento de los actos enérgicos. La situación se hizo insostenible. Pese a la adversidad, Pedro Anitua y su amigo José Luis Abaitua no dudaron en dar cristiana sepultura a dos presos fusilados tras consejo de guerra (Elgezabal y Kortabarria). La osadía mostrada, una supuesta ofrenda de flores a los fusilados, así como la desaparición de Landaburu irritaron a los sublevados. Éstos ordenaron la detención de Abaitua así como de algunos compañeros de partido. Su puesta en libertad fue casi inmediata, previo pago de una multa. El tiempo que permaneció en libertad fue efímero; se truncó el 26 de agosto de 1936. Nunca más pisó las calles vitorianas. Mientras permanecía en prisión, el diario carlista Pensamiento Alavés dio cuenta de un supuesto donativo de José Luis Abaitua y sus hermanas: 1.000 pesetas, una libra esterlina y 2 relojes de oro. Dicho donativo, así como otros a los que se vieron obligados a realizar los jeltzales, tenían muy poco de voluntario, no en vano eran invitados a participar en la campaña recaudatoria emprendida por los sublevados para el sostenimiento de su ejército y de su aparato de terror. Dicha campaña recaudatoria prosiguió en el tiempo, mediante la incautación de bienes y la imposición de multas. Éstas alcanzaron una dimensión inusitada años más tarde, en torno a 1941, con la entrada en vigor del Tribunal de Responsabilidades Políticas. Así, por ejemplo, por el solo hecho de haber profesado las ideas jeltzales, los padres del gudari José Mª Azkarraga Lurgorri, fusilado en diciembre de 1937, fueron condenados a pagar 200.000 pesetas.

oRDEN DE ASESINATO Mola, considerado como el director de la conspiración militar, acudió a Vitoria-Gasteiz el 27 de marzo de 1937, para ultimar los detalles de la inminente ofensiva contra Bizkaia. En dicho contexto ordenó el asesinato de presos. Días más tarde, 31 de marzo, el delegado de orden público firmó una orden de puesta en libertad de Abaitua y de 15 compañeros. Dado su apellido, Abaitua tuvo el macabro honor de encabezar la lista alfabética que el delegado Pelegrí confeccionó con 16 apellidos comprendidos entre las letras iniciales A y H. En torno a las 12 de noche, fueron puestos en libertad. Una vez en la calle, un pelotón de carlistas y falangistas capitaneados por el zapatero Ruiz de Apodaka ordenó a los recién liberados subir a unos vehículos. La comitiva se encaminó hacia Estella. Se detuvo en el kilómetro 16 de la carretera A-132. Desde allí fueron conducidos, monte arriba, a un lugar concreto. Según iban siendo confesados, fueron asesinados. Seguidamente, sus asesinos se entregaron a la rapiña despojando a los muertos de sus pertenencias personales más valiosas. Luego fueron semienterrados. Dicho acto luctuoso y execrable fue descubierto a las pocas horas. Pedro Anitua, sacertote que el 19 de julio había escuchado la amenaza del zapatero carlista, plantó cara a los asesinos, localizó los restos mortales, no cejó en su empeño hasta dar sepultura digna a su amigo José Luis Abaitua y quince compañeros asesinados en Azazeta y dejó escrito ante notario su testimonio. El suyo fue y es un ejercicio sin par en materia de memoria histórica, para el que los autores referidos más arriba no han tenido una palabra amable y generosa.

ABATIDOS EN aZAZETA

Abaitua, José Luis (EAJ-PNV)

Alejandre, Víctor (PRRS)

Cerrajería, Casimiro (UGT)

Collel, Manuel José (UR)

Conca, Jaime

Covo, Eduardo

Díaz de Arcaya, Francisco, concejal gasteiztarra (PSOE)

Elorza, José Domingo (PSOE)

Estrada, Jesús (PCE)

García de Albéniz, Daniel (CNT)

García, Antonio

Garrido, Francisco (CNT)

González de Zarate, Teodoro, alcalde de Vitoria-Gasteiz (IR)

González, Constantino

Hermua, Prisco (CNT)

Hernández, Manuel

José Arrue, pintor de lo rural y lo urbano

Los vecinos de Orozko han recordado este año a José Arrue representando su cuadro ‘Romería’ en el lugar original. Este reportaje dibuja la faceta de pintor del artista bilbaino

Un reportaje de Amaia Mujika Goñi

EL pasado 5 de abril se cumplió el cuadragésimo aniversario del fallecimiento de José Arrue Valle. En Orozko, localidad donde Arrue conoció a su mujer, Segunda Mendizabal, y su lugar de residencia tras contraer matrimonio en 1910, sus vecinos le recordaron con la representación viviente de su pintura Romería, óleo de 1920 en el que se reproduce la fiesta popular que se celebraba, cada 29 de septiembre, en la campa de la ermita de San Miguel de Mugarraga, en el barrio de Beraza. Una fiel escenificación liderada por Félix Mugurutza y destinada a formar parte del documental Zerumugan, proyecto cinematográfico de Antón Lazkano.

De los seis hermanos Arrue Valle, hijos de Lucas Marcos y Eulalia, nacidos en la República de Abando, los cuatro varones son pintores: Alberto (1874-1944), José (1885-1977), Ricardo (1889-1978) y Ramiro (1892-1971). Cuatro artistas de talento, con experiencias vitales parecidas. Iniciados desde la cuna en el oficio; los dos mayores alumnos de Antonio María Lecuona, estos y Ricardo, de la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao, y los cuatro de la Academia de la calle Grande Chaumière, en París.

Alentados en su vocación, primero por su padre y después por la tía Matilde, de profesión anticuaria, tendrán la oportunidad de adquirir un amplio bagaje artístico gracias a sus viajes y estancias en Barcelona, París e Italia. Concluida la formación y asentados a ambos lados de la frontera, participarán activamente de cuantas iniciativas artísticas arrancan en el primer tercio del siglo XX como la bilbaina Asociación de Artistas Vascos (1911), concurriendo, además con gran éxito, a un buen número de salones y exposiciones fuera y dentro del país.

Los cuatro pertenecen a la Escuela Vasca y beben del género costumbrista de la primera generación de artistas que les preceden, impregnándola de la estética moderna al uso. Conceptualmente uno, en su dedicación a invocar el espíritu genuino del país que sienten y aman, vinculados entre sí al compartir influencias compositivas y artísticas, pero cuatro sensibilidades con cuatro proyecciones plásticas muy personales.

José Arrue es un artista polifacético que experimenta con todo tipo de técnicas y soportes, lo que le posibilita, al igual que a otros artistas de su tiempo, desarrollar, además de la pintura, una gran variedad de prácticas y procedimientos como la ilustración, el cartel, el muralismo, las artes aplicadas, la caricatura o la pluma, dirigidas a cubrir las necesidades generales o proyectos que la sociedad de su tiempo requería. Su gran habilidad para el dibujo y su prolífica obra gráfica y humorística sobre el aldeano vasco-vizcaino, erigida en imagen tópica de su proyección artística, eclipsará el interés por su faceta pictórica, la cual se verá definitivamente truncada por la guerra civil. Una faceta, la pictórica en la que vamos a incidir, dejando sus otras habilidades, por amplias y diversas, para una segunda entrega.

La pintura de José participa del género regionalista del periodo y recoge, con conocimiento y realismo, los últimos retazos de la vida tradicional de Bizkaia, una vida condenada a desaparecer ante las nuevas formas de vida personificadas por la ciudad. Para ello conjugará paisajes y arquetipos ya establecidos por los artistas costumbristas del XIX, caso del arratiano icono del mundo rural o el pescador con chamarrote de la costa, con otros que él incorpora a partir de la observación directa que le permite su vinculación vital, en dos periodos de su vida, con la comarca de Arratia-Bajo Nervión, aderezada con ciertos guiños a la costa, proyección de sus estancias veraniegas en Sopelana, Bakio y Ziburu. Una obra de género, en óleo y gouache, que reflejará todos los órdenes de la vida popular: el valor de la familia y la comunidad, las labores del campo y los oficios, el ocio y las ferias, las creencias y los ritos de paso. Entre todos ellos cabe resaltar la obra de gran formato Campesinos realizada para la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industrias Modernas de París (1925) y expuesta en el Hall del País Vasco, frente al Fandango de su hermano Ramiro, siendo ambos premiados con la medalla de plata y oro respectivamente y que se puede admirar en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.

‘La Romería’ Pero sí algo es específico de su temática costumbrista, ésta es La romería, una y otra vez representada, desde que fuera protagonista de su primera obra de juventud, vendida nada menos que al coleccionista bilbaino Laureano de Jado en 1908 y hoy en el Museo de Bellas Artes. Una idílica fiesta popular revestida de una tonalidad cromática suave, luminosa y apacible que alguien describió como un maravilloso día de viento sur que invita al espectador a fundirse con ella.

Una personalísima composición multitudinaria en las que sus integrantes, siempre en movimiento, son identificados por el traje: la autoridad, los cuerpos de seguridad, los músicos y danzantes, los tratantes de ganado, los juerguistas y los veraneantes y, por supuesto, la gente del pueblo, algunos con nombre o mote, pero la mayoría caracterizados acordes con su franja de edad y posición dentro del grupo, sin olvidar a los niños y los perros, esos encantadores personajes y animales nunca protagonistas, pero siempre presentes. Apuntar que sus figuras de neskas, llámense Katalin o Marichu, tocadas con pañuelos estampados y sencillos vestidos en tonos pastel, y sus aldeanos con blusa, pantalones y alpargatas blancas, han reemplazado en el imaginario colectivo a los arquetipos decimonónicos en la representación del aldeano vasco.

El paisaje solitario sin figuras humanas también está presente en la obra de José desde sus inicios. Orozco, con mi casa blanca a la izquierda frente al melancólico paisaje invernal de Caminos viejos de Areta desde el balcón de mi casa, pintado en los 40. Al periodo que media entre ambas pertenecen sus paisajes de Bakio, Bermeo y San Juan de Gaztelugatxe, tomados del natural con su antiguo alumno en la Escuela de Artes y Oficios y, en la época, amigo y compañero de fatigas en la AAV, Antonio de Guezala, al que acompañará, en las vacaciones de agosto por los intrincados senderos de la costa, incursiones que Guezala inmortalizará en el óleo Camino de San Juan de Gaztelugatxe (1924).

José Arrue, al margen de su periplo vital, es bilbaino. Bilbao es la ciudad de su juventud y madurez, es el escenario urbano rebosante de actividad y progreso, el espacio donde los aldeanos llegados en tranvía y la gente trabajadora en sus quehaceres diarios se mezclan con la burguesía que funda bancos y sociedades, donde se amalgaman la vida callejera, las sidrerías y los chacolís con los toros y el recién llegado fútbol, asuntos todos que José recogerá en su obra pictórica sobre la Villa: Frente al Banco de Vizcaya, Regatas en El Abra (tríptico de la Sociedad Bilbaína, 1919), el Athletic Club y Campo de San Mamés, expuestos en el recién inaugurado Museo del Athletic.

Talante cómico El conocimiento de ambos ambientes, el tradicional y el urbano, de sus tipos y cotidianidad le inspirará también una obra pictórica de talante cómico, ampliamente desarrollada en su obra gráfica, en la que se diluye la frontera entre ellos, intercambiando escenas y personajes que, al desarrollarse en situaciones ajenas a su modus vivendi, se convierten en cómicas. Una amplia y variada producción como las pinturas decorativas que realizó para el salón del Club Náutico de Bilbao (1919), o el tríptico dedicado a la caza (1928), emulando los programas decorativos de su profesor Guinea.

En vísperas de la guerra civil Arrue, gran aficionado a la pelota, utilizará el frontón y el juego para hacer una pequeña incursión en las corrientes vanguardistas, con dos acuarelas en las que apuesta por la simplificación de volúmenes y las formas geométricas: Un partido de pelota en el rebotillo de Orozko y el desafío celebrado en el Club Deportivo entre el palista aficionado Ramón Basterra, Aitona, y la pareja de manomanistas Kirru y Artazo, siendo el resultado favorable al primero.

En 1937, afiliado a ANV, José es detenido y encarcelado mientras su familia se exilia a Donibane Lohizune, a casa de Ramiro y su mujer Suzanne, con quien ya habían compartido otros tiempos más felices en su casita-estudio de Patarragoity en Ziburu. Al finalizar la guerra, con la casa desvalijada y anímicamente desencantado, José reúne a la familia y se traslada a Areta, Llodio, donde con 55 años empezara de nuevo, una periodo duro y oscuro para todos. Ganarse la vida era difícil, no digamos para aquellos que como José y Alberto se dedicaban al arte, algo con lo que solo se podía, en todo caso, alimentar el espíritu. En este exilio interior José empezó de nuevo a pintar, atendiendo a los escasos encargos que recibía y participando en las exposiciones colectivas a las que era invitado, siendo su última presentación en sociedad la muestra dedicada a los cuatro hermanos Arrue por el Banco Bilbao en 1977. Gran parte de la producción de este periodo, que José y su familia han guardado celosamente, posee todos los elementos por los que su obra estaba reconocida, pero ésta al igual que el autor son hijos de los tiempos y por tanto un pobre reflejo de lo que podía haber sido.

Paradoja Este verano hemos tenido la oportunidad de ver en Miarritze la magnífica exposición Ramiro Arrue, entre vanguardia y tradición, comisariada por el conservador del Museo Vasco de Baiona, Olivier Ribeton. En la introducción del catálogo apunta que la muestra hace patente la paradoja de un artista, que inicia su carrera artística en el centro de la vanguardia parisina con una obra de definida paleta moderna y la acaba, según sus detractores, como un ilustrador de la tradición vasca. Una paradoja que, al igual que en otros muchos aspectos, se puede extender al resto de los hermanos Arrue, al menos a José y Alberto pero que, al contrario de Ramiro, no han tenido, a este lado de frontera, el debido reconocimiento, careciendo de catálogos razonados de sus trayectorias artísticas. En 1990 José Antonio Larrinaga autor de Los Cuatro Arrue-Artistas Vascos única e imprescindible monografía sobre los Arrue, decía que su trabajo de síntesis y recopilación documental debía considerarse como la puerta abierta a nuevas aportaciones y estudios críticos. Sirva el cuadragésimo aniversario de la muerte de José Arrue para recordar la necesidad de hacerlo.