La dispersión de presos en la Guerra Civil

El memorialista Juanrramon Garai recopila el nombre de los catorce vascos que murieron en la cárcel más lejana de la Península tras ser hechos prisioneros en la guerra de 1936.

Un reportaje de Iban Gorriti

EL penal de El Puerto de Santa María fue la cárcel más lejana de la península a la que fueron enviados prisioneros vascos durante la guerra surgida tras el golpe de Estado de julio de 1936. No se hablaba entonces aún de política de dispersión, pero el bando golpista, así como más tarde el franquismo, trató de incrementar aún más el dolor de aquellas personas reas y sus familias trasladándoles a mil kilómetros de distancia. Entre sus muros perdieron la vida al menos catorce represaliados de Hegoaldea.

Hasta la localidad gaditana se ha desplazado esta semana el miembro de la asociación memorialista Intxorta 1937 Kultur Taldea, Juanrramon Garai. Allí recopila más datos para un libro acerca de la presencia vasca en la prisión que funcionó primero como hospedería penitenciaria y después como penal, entre 1886 y hace no tanto: el 20 de julio de 1981. “Más que política de dispersión como tal, entonces parece que prevaleció la actitud de juntar a todos los que habían desempeñado cargos -capitán, teniente y comisarios políticos en los batallones vascos- en dos lugares lejanos entre sí como son Burgos y Puerto de Santa María”, analiza desde el municipio portuense.

Acotando fechas, entre 1936 y 1955 -según datos ya consultados por Garai- de los miles de presos políticos que pasaron por este penal se custodian 5.690 expedientes de personas en las que concurrían los delitos de rebelión militar y auxilio a la rebelión. De estos documentos, 1.012 son de presos vascos. A su vez, de 187 poblaciones vascas. 633 expedientes eran de noventa enclaves de Bizkaia, 258 de 37 de Gipuzkoa, 73 de 34 localidades de Araba y 48 de 26 pueblos de Nafarroa.

“Se da la paradoja de que los que se sublevaron contra la legalidad vigente, juzgaron y condenaron por rebelión militar a quienes resistieron contra los golpistas. La pena a la que les condenaron fue la de reclusión perpetua, que entonces significaba treinta años de prisión. Hoy, ochenta años después, presos vascos con treinta años de pena continúan detenidos”, reflexiona Garai.

600 presos muertos La casi totalidad de reclusos ingresaron en el penal en 1938. “Agosto de 1938 fue el mes en el que más vascos fueron internados”, asevera, y va más allá: “Muchos de ellos fueron trasladados desde el penal del Dueso en Santoña y el trayecto duraba entre cuatro y ocho días, en condiciones deplorables”, confirma. 600 presos murieron en el penal. “Por los menos, catorce de ellos eran vascos”, agrega. Allí sufrieron represión políticos históricos como el lehendakari de la etapa preautonómica en el Consejo General Vasco, Ramón Rubial (PSOE), o el president de la Generalitat Lluís Companys.

Las localidades que más presos tuvieron en el Penal de Puerto de Santa María fueron Bilbao con cien y Donostia con 57. Les siguieron Eibar, con 17; Gasteiz, con 16, Barakaldo, Portugalete y Sestao, con quince; Abanto y Zierbena y Tolosa, con catorce; Arrasate, con trece; Sestao, con doce; Altsasu, con once, y Bergara y Trapagaran, con diez. Todos fueron trasladados en la guerra, salvo seis presos políticos vascos en 1944, 1946 y 1955. Garai ha recopilado estos días sus nombres y apellidos: Crescencio Royo, Jesús Solauz, Sóstenes Pérez, Santiago Morte, Juan Goñi y Germán Urrutia.

El historiador enumera el nombre de los catorce fallecidos: José Hurtado (Abanto y Zierbena), Evaristo Ibarzabal (Trapagaran), Bernandino Bengoa (Galdames), Lucio Anchia (Amorebieta), Juan López (Bilbao), Andrés Maruri (Karrantza), Ramón Odriozola (Somorrostro), Gregorio Ramos (San Miguel), Ramón Renovales (Artzentales), Juan San Esteban (Erandio), Cándido Urrutia (Bilbao), Casimiro Muguruza (Arrasate), Gregorio Zubiria (Hernani) y Pablo Velasco (Sojoguti).

Presos forman en el patio de la cárcel de Puerto de Santa María. Fotos: Intxorta 1937 Kultur Elkartea
Presos forman en el patio de la cárcel de Puerto de Santa María. Fotos: Intxorta 1937 Kultur Elkartea

1955 fue el último año que consta en los expedientes mostrados. “Hay muchos más, pero los de fechas posteriores no se han puesto a disposición del público”, lamenta, y explica que el viaje se debe a una publicación que Intxorta 1937 ultima bajo el título Arrasate 1936-1956. Guerra y resistencia. La divulgación tiene como objetivo sacar a la luz los sufrimientos por motivaciones políticas de esos años. “Conocíamos que a los mondragoneses que habían tenido responsabilidades en los batallones de gudaris y milicianos, condenados a penas de muerte que les conmutaron por las de treinta años y un día, les trasladaron al Penal de Burgos, y que varios de los condenados a prisión perpetua habían sido llevados al Penal de El Puerto de Santa María”, contextualiza Garai.

El Archivo Histórico Provincial de Cádiz, inauguró este mismo mes en su sede en La Casa de las Cadenas, la exposición El Penal del Puerto 1936-1955. Visitando la muestra es como Garai tuvo constancia de que la muestra se basaba en 5.690 expedientes de presos que habían sido escaneados. “Pero cuál fue mi sorpresa cuando en vez de los cuatro mondragoneses encontré los expedientes de trece y que uno de ellos, además, había fallecido en esa prisión”, enfatiza.

Continuó con los cuarenta expedientes de Debagoiena y con el resto de expedientes vascos, que suman al menos 1.012, “ya que en algunos casos figura su lugar de nacimiento antes de emigrar a Euskal Herria”. Desde Intxorta 1937 reconocen el “gran trabajo realizado por este Archivo Histórico Provincial de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía para poner a disposición de todo el que lo desee esta información”.

Intxorta 1937 Kultur Elkartea es una de las asociaciones memorialistas más vitales. Para este año prevén publicar un libro escrito por el colectivo, otros dos como editorial y un documental. Mientras tanto, continúan investigando en Cádiz, donde se cantaba “mejor quisiera estar muerto, que verme pa toa la vía en este Penal de El Puerto, El Puerto de Santa María”.

Un diario desvela que los nazis participaron en el bombardeo a Durango

El elorriarra Alejandro Goicoechea informó a los fascistas de en qué iglesias estaban los batallones del Eusko Gudarostea

Iban Gorriti

Durango – La investigación sobre el bombardeo de Durango ha dado un giro inesperado. Hasta la fecha, los estudios de los investigadores sobre el ataque sufrido en la villa el 31 de marzo de 1937 arrojaban que fue obra únicamente de la Aviazione Legionaria italiana. Sin embargo, tal y como desvela hoy DEIA, esa conclusión no es totalmente exacta. El diario personal del jefe mayor del Estado nazi y último comandante de la Legión Cóndor, Wolfram Von Richthofen, corroboró que la aviación alemana también tomó parte en el raid que acabó con la vida de, al menos, 336 personas, el 5% de la población del municipio vizcaino.

Imagen aérea del bombardeo que sufrió la villa de Durango el 31 de marzo de 1937.Gederiaga Elkartea
Imagen aérea del bombardeo que sufrió la villa de Durango el 31 de marzo de 1937.Gederiaga Elkartea

Von Richthofen dejó escrito que los nazis de Adolf Hitler planificaron los bombardeos del 31 de marzo y días posteriores de hace 81 años. El mariscal más joven de la Luftwaffe tecleó que aunque proyectada por los germanos, la ejecución sería obra de los fascistas italianos, acompañados en el raid vespertino de aquel último día del mes por cazas alemanes.

El mayor estudioso de este episodio histórico es Jon Irazabal Agirre, que cuenta con varios libros dedicados a los bombardeos de Durango. El investigador de Gerediaga Elkartea se muestra sorprendido ante la evidencia de que hubo alemanes en el raid de la tarde del último día de marzo. “No lo sabía. En la primera exposición sobre el bombardeo que organizamos en Gerediaga en 1987, afirmamos en el folleto que los autores habían sido los alemanes, pero entonces desconocíamos que habían sido los italianos como más adelante demostramos. Lo de los cazas alemanes no lo había oído hasta la fecha”, admite Irazabal.

Numerosos testigos y supervivientes del bombardeo de Durango siempre señalaron a la Legión Cóndor como los autores de la barbarie. Sin embargo, los investigadores no se fiaron de su testimonio porque citaban que habían visto esvásticas y cruces gamadas en los aeroplanos. “No pudieron ver cruces gamadas y esvásticas en aquellos aviones, aunque fueran alemanes, porque no las llevaban. En el timón de cola llevaban una aspa negra sobre fondo blanco -cruz balcánica-. No hay ningún avión nazi en la Guerra Civil con esvástica”, diferencia Irazabal.

Y un dato inédito más ve hoy la luz: el objetivo de los conventos y las iglesias los marcó Alejandro Goicoechea, natural de Elorrio. El a la postre inventor del tren Talgo, pasó en plena Guerra Civil del bando republicano al de los golpistas y aliados sublevados contra la legítima Segunda República. Así lo atestigua el documento del que hicieron uso entonces nazis y fascistas italianos.

Al parecer, Goicoechea pasó la información de que en algunas iglesias y conventos tenían su cuartel batallones de gudaris y milicianos del Eusko Gudarostea, de ahí que los aliados antidemócratas se dirigieran directamente a bombardear San José Jesuitak, Santa María de Uribarri y el convento de Santa Susana con nefasto resultado.

Los bombarderos italianos partieron de Soria para ejecutar el raid de la tarde del 31 de marzo de 1937 y pasaron por Logroño. Desde la capital riojana, se les unieron un total de 14 cazas alemanes. El diario de Wolfram Von Richthofen detalla la llegada de sus compañeros pilotos -él también dirigió cazas de combate- al valle de Durango, enclave que califica como “pequeña y bonita ciudad, con hermosos palacios de nobles que tras un doble bombardeo de los italianos tiene un aspecto horrible. Es como si las bombas hubiesen buscado precisamente las iglesias”, estima en su escrito.

El testimonio informa de que “en el gran templo -cabe suponer que se refiere a la actual basílica de Santa María de Uribarri- en ese justo momento se celebraba misa mayor. Recibió un mínimo de seis bombas y una iglesia conventual, que es cierto que era un cuartel rojo [sic], cuatro al menos. Solo están en pie los muros”. Agrega que “en el templo mayor hubo muchos muertos -se estima que más de 150-. Por razones de propaganda, los rojos no han desescombrado absolutamente nada” del desastre, describe el mariscal.

Testigo directo Y no queda ahí la cosa. El propio Von Richthofen pudo haber visto desde el aire un mes después cómo quedó Durango tras los ataques cometidos de forma coordinada por Alemania, Italia y España. De hecho, según su diario, mantuvo una reunión con Kindelan, Franco y autoridades italianas en Gasteiz. “Puede que se reunieran porque Vitoria era lugar de encuentro para ellos. He visto fotos de uno de los comandantes nazis, Hugo Esperle, en Elorrio o de Franco y Mola juntos en Otxandio”, aporta Irazabal.

El manuscrito original de Von Richthofen fue redactado en Schloss Dyck, en la región del Rhin, siete años después de los bombardeos y poco antes de su muerte el 7 de diciembre de 1945.

La red Álava: Cuatro heroínas, mujeres solidarias y alguna gente buena

Madrid, 3 de julio de 1941. Una veintena de mujeres y hombres vascos son juzgados por la mañana. Por la tarde ya estaban condenados a 19 penas de muerte. ¿Cómo empezó esta historia?

Un reportaje de Txema Montero

PARÍS, 14 de junio de 1940. El ejército alemán acaba de entrar en la capital francesa y tras él, la Gestapo. Hubo derechistas y fascistas que se mostraron exultantes, ciertos extranjeros entre ellos. José Félix de Lequerica, embajador de la España de Franco; y Pedro Urraca Rendueles, comisario de policía, no cabían en sí de gozo, por fin iban a ajustar cuentas con los vecinos del otro lado del patio interior, ventana frente a ventana, del número 11 de la Avenue Marceau. Porque resultaba que aquellos vecinos no eran otros que los componentes de la delegación parisina del Gobierno vasco en el exilio. Así que los nazis en su allanamiento de París también ocuparon la delegación vasca incautándose, solos o en compañía de Lequerica y Urraca, nunca lo sabremos, de determinada documentación. ¿Qué y cuánta? Tampoco lo sabremos con certeza.

El 21 de noviembre de 1940 se registró en Madrid un informe procedente del Alto Estado Mayor franquista. Se precisa que el informe fue obtenido por el Servicio Exterior (policial): “De la mesa del despacho del denominado por los rojos presidente José María (sic) Aguirre”. Esta es la versión oficial que los militares españoles mantendrán, aunque en el sumario que se instruyó a continuación no se precisa la cadena de custodia del documento en el que se detallaba: “La labor de espionaje llevada a cabo durante nuestra guerra de liberación”. Palabras mayores para un ejército franquista que, de repente, conoce haber sido espiado desde el año 1937, y no se trataba de chismes de cantina sino de un informe en el cual el Servicio Interior (espionaje) del Gobierno vasco detalla la estructura, organización, trabajo y descripción mediante el uso de “nombres convencionales” (apodos) de los agentes sobre el terreno en la Euskadi ocupada. En ese documento, que llamaremos a partir de ahora El Informe, se reseñan 71 viajes transfronterizos, la colaboración en 200 evasiones y 1.242 documentos referentes a la política, situación de los presos, información económica o de la vida religiosa.

La mayoría de miembros de la red Álava, en la cárcel de Porfier (1941). Fotografías de Sabino Arana Fundazioa
La mayoría de miembros de la red Álava, en la cárcel de Porfier (1941). Fotografías de Sabino Arana Fundazioa

Lo que produjo sensación entre los policías investigadores fue comprobar que se detallaba la composición del ejército franquista en su totalidad, así como unas notas, muy atinadas, sobre la organización del mismo; la situación en línea de todas las divisiones con sus puntos de base y con sus estafetas; numerosos datos, casi completos, sobre la Legión Cóndor… apartado específico sobre la línea defensiva franquista del Pirineo Occidental, movimientos de buques mercantes en los puertos de Bilbao o Pasaia; reparaciones y artillamiento de los buques de guerra en Vigo y El Ferrol.

En apenas dos semanas la policía franquista detiene a Bittori Etxeberria, Felícitas Ariztia y Agustín Ariztia y completan la redada con un saldo total de 48 detenciones de los que 21 acabarán procesados, cuatro mujeres y diecisiete hombres. Otros veintisiete serán puestos en libertad, 18 emakumes que asistían a los presos y 9 hombres. Reconocen su afiliación al PNV, 17; a Soli (STV) 8; a Emakumes 8; sin afiliación reconocida, 12; sacerdotes, 2; Juventud Vasca, 1. Una vez en Madrid, la policía política comienza los interrogatorios que tienen como guion el contenido de El Informe. Distinto será el tono de los interrogatorios que lleva a cabo el juez militar que quiere saber también el porqué. Y preguntará sobre las motivaciones que les llevaron a la militancia en el nacionalismo vasco; sobre sus objetivos políticos; sobre la aparente paradoja de ser católicos y aliados de los rojos, y sobre todo por la razón para traicionar a la patria española pasando documentación de orden militar a una potencia extranjera (Francia).

El 12 de abril, se ordena la instrucción como causa sumarísima y se procesa a los encartados por traición a España y Auxilio a la rebelión militar. El 31 de mayo de 1941 se designa como defensor de todos los acusados al alférez de Infantería Ramón Revuelta Benito. El proceso olía a cadaverina y el defensor echa el resto. Comienza su defensa afirmando que no se desprende la relación que pueda existir entre las personas que se citan en El Informe (de 1937) y el documento denominado Fortificaciones franquistas en los Pirineos Occidentales, que es de fecha 2-9-39. Finalmente aporta un buen número de certificaciones de buena conducta emitidas por cargos franquistas y religiosos en favor de varios de los acusados. La irrupción de estos buenos hombres, un abogado militar que bien pudo jugarse su carrera por la empatía que mostró con los acusados y su excelente defensa, y la lista de avalistas, personas e instituciones del régimen que a contrapelo ayudan con su testimonio a los acusados, son indicativas de que incluso en la noche más oscura la humanidad puede emitir destellos de fraternidad.

El 3 de julio de 1941 tuvo lugar la vista, deliberación y fallo del consejo de guerra permanente número 103.590. Un momento, ¿hemos leído bien? Porque hubo 103.589 juicios antes del que estamos analizando y ciertamente otros más después. La maquinaria judicial militar franquista picaba carne a escala industrial y a toda prisa. El juicio comienza a las 9.15 de la mañana y concluye al mediodía. No hubo ningún testigo y, atención, solamente se recibió declaración: “A algunos de los procesados”. No se me ocurre mayor aberración: casi todos fueron condenados sin ser oídos. Leamos lo sustancial de la sentencia:

RESULTANDO que, liberadas las provincias vascas ante el avance nacional, se iniciaron por fanáticos extremistas actividades clandestinas que bajo el conocido tópico de ayuda a los detenidos se vincularon a proporcionar a los dirigentes rojos residentes en Francia medios de lucha contra la España nacional… llegando a proporcionar información de carácter político, económico y militar de la nueva España, cuyas actividades continuaron después de la victoria, obrando conforme instrucciones que recibían a través de la frontera, habiéndose suministrado por los repetidos cabecillas parte de los informes al servicio de información francés, llegando incluso a proporcionárseles una emisora radiotelegráfica ascendiendo a varios miles de pesetas las cantidades que para cubrir los gastos de estas actividades se proporcionaron a los elementos que actuaban en la organización y que se acredita su intervención.

CONSIDERANDO que los hechos se encuadran en la figura delictiva de adhesión a la rebelión, así como, delito de auxilio a la rebelión.

FALLAMOS que debemos condenar y condenamos a la pena de muerte a los procesados 1 al 19, como autores de un delito de adhesión a la rebelión, elevando este Consejo la propuesta de conmutación de la pena impuesta a los procesados Goñi y Echeverria en atención al estado eclesiástico de los mismos.

“nO ES REBELIÓN” Al día siguiente, 4 de julio, se comunica la sentencia al abogado defensor. Oigámosle: “En el día de hoy me ha sido notificada la sentencia por la que se condena a muerte a 19 de mis defendidos. Estimo que el citado fallo no es acorde con las normas jurídicas pertinentes” y añade: “Por otra parte, la actividad de los encartados no debe tipificarse dentro de la figura delictiva de rebelión militar en forma de adhesión sino que cae de lleno dentro de la Ley de Seguridad del Estado de 29-3-1941, más favorable a los acusados, que en el momento de juzgarse está en vigor con artículos encaminados a castigar las actividades delictivas de carácter separatista que son aplicables a los procesados y que está penado con 6 años de prisión a 15 de reclusión a los dirigentes y a los meros partícipes con la pena de 1 a 5 años”.

El auditor de guerra (fiscal) se opone formalmente al recurso de la defensa pero, en un giro sorprendente, acaba coincidiendo con sus argumentos. Al día siguiente, el coronel del consejo de guerra informa de su: “Disentimiento con el dictamen de mi auditor por estimar que la promulgación de la Ley de Seguridad del Estado no implica la derogación de los artículos del Código de Justicia Militar reguladores del delito de rebelión militar y que la aplicación de estos últimos al caso de autos está determinada por la indudable trascendencia que revisten los hechos enjuiciados”.

El coronel auditor se revuelve contra su propio fiscal. Pase que el defensor haya hecho bien su trabajo, demasiado bien quizás, pero el giro del auditor le hace entrar en crisis porque a la máquina de picar carne se le han mellado dos dientes, primero el defensor ahora el fiscal.

Así llegamos a la sentencia de apelación dictada el 18 de septiembre de 1942 por el Consejo Supremo de Justicia Militar. La sentencia sorprende por incongruente: Considerando que los hechos fueron cometidos bajo vigencia del Código de Justicia Militar. Considerando que los hechos perseguidos constituyen un delito continuado de espionaje realizado sucesivamente en tiempo de guerra y paz en la que los autores lo son por participación material y directa…

Tras estas afirmaciones el destino de los acusados no podría ser más sombrío, pero entonces se produce el viraje, porque la sentencia continúa: Considerando que tratándose de un delito militar el Tribunal hace uso del libre arbitrio que el Código le concede para imponer la pena dentro de los límites establecidos: Fallamos que debemos revocar y revocamos la sentencia dictada por el Consejo de Guerra condenando a la pena de muerte a Luis Álava; a los procesados Iciar Múgica, Felipe Oñatebia, Victoria Echeverria, Julián Arregui, José Echeverria, Esteban Echeverria a la pena de 30 años; a los procesados Rafael Goñi, Agustín Ariztia, María Teresa Verdes, Rafael Gómez, Luis Cánovas, Inocencio Tolarechipi y Modesto Urbiola a 25 años; a los procesados Francisco Lasa, Ignacio Arriola, Félix Ezcurdia, Antonio Causo, Delia Lauroba, Víctor González a 20 años.

Obligadamente nos hemos de preguntar el porqué de esa benevolencia. El 28 de noviembre de 1942, el capitán general de la I Región Militar (Madrid y provincias cercanas), Andrés Saliquet Zumeta, ordena el cumplimiento de la sentencia, las conmutaciones de penas y la suspensión de la ejecución de la pena de muerte impuesta a Luis Álava. Saliquet era un militar monárquico próximo al grupo de generales aliadófilos, los sobrecogedores de los sobornos con los que Samuel Hoare, embajador británico en Madrid, conseguía que presionasen a Franco para que mantuviera la neutralidad española durante la II Guerra Mundial. No debemos olvidar la enorme actividad desarrollada por Manuel de Irujo ante el Foreign Office londinense en defensa de los condenados. Otro tanto puede decirse de intelectuales católicos europeos y del propio Vaticano, ¿hicieron mella en Saliquet? ¿Intervino Franco por motivos de interés político? Se mantuvieron las presiones del PNV, Gobierno vasco y diversos actores internacionales para conseguir la conmutación de la pena de muerte impuesta a Álava, pero quien debía resolver en última instancia, Francisco Franco, desoyó las peticiones. El 17-4-43 en un oficio dirigido al tribunal, Su Excelencia, “se da por enterado”, es decir no conmuta la pena de muerte. Otro oficio, confidencial, de fecha cinco de mayo, comunica que para el día siguiente “el próximo día jueves 6 de los corrientes, a las 6.30 horas en las inmediaciones del cementerio del Este por un piquete al mando de un oficial de la policía armada, sea cumplimentada la sentencia de pena de muerte contra el reo Luis Álava Sautu”. El mismo día 5 se da lectura íntegra de la sentencia al penado quien acepta los auxilios del capellán. Aliviado en lo espiritual, solo le queda esperar la entrada del plomo en su cuerpo y la certificación del final de su existencia. Un teniente médico, a las 6.30 del día 6 de mayo de 1943, acreditará la muerte de Luis Álava, “a consecuencia de las heridas recibidas en la ejecución de la sentencia de muerte”.

Con mi admiración por las cuatro heroínas, Bittori, Delia, Itziar y María Teresa, pues nunca tan pocas hicieron tanto a favor de tantos; con mi recuerdo agradecido a las emakumes, que en medio de tanto infortunio transmitieron afecto y ayuda a los gudaris presos; con la esperanza de que aprendamos a recordar todo lo bueno de los que todo lo dieron, particularmente la propia vida, como Luis Álava.

(Este artículo es un resumen de un amplio estudio sobre el Consejo de Guerra número 103.590, incluido en un libro de próxima aparición).

El socialista ‘bilbaino’ al que el presidente Negrín confió el orden público

El burgalés Pailino Gómez Sáiz recaló de niño en la capital vizcaina y fue ministro de gobernación en la II República

Un reportaje de Iban Gorriti

EL fallecimiento del arquitecto de prestigio en Bogotá y niño de la guerra del 36 Paulino Gómez Basterra el pasado domingo a los 89 años de edad, sirve para rememorar la figura de quien fuera su padre: el histórico socialista Paulino Gómez Sáiz. Aunque llegó al mundo en la localidad burgalesa de Miranda de Ebro, vivió en Bilbao y llegó a ser ministro de Gobernación del Gobierno de la Segunda República presidida por Juan Negrín. Aquel político del PSOE protagonizó además una actuación especial contra el fallido golpe de Estado de los militares españoles iniciado el 18 de julio de 1936 que derivó en la Guerra Civil.

Paulino Gómez Sáiz, con las manos a la espalda, en el Centro Vasco de Bogotá, después de exiliarse por la Guerra Civil.Foto: Fundación Pablo Iglesias
Paulino Gómez Sáiz, con las manos a la espalda, en el Centro Vasco de Bogotá, después de exiliarse por la Guerra Civil.Foto: Fundación Pablo Iglesias

Es obligado hacer una diferenciación entre los dos políticos que en 1936 se llamaban igual en Euskadi. Uno, Paulino Gómez Sáiz, activo en el Comité de Defensa de Bizkaia y creador de las primeras unidades de Orden Público encargándose de esas tareas hasta el 7 de octubre del 1936, fecha en la que se constituyó el Gobierno Provisional de Euzkadi. Por otro lado, Paulino Gómez Beltrán, presidente del Comité Central Socialista de Euskadi.

Sobre el primero de los Paulinos, el burukide del PNV que llegó a ser ministro de Justicia del gabinete de Negrín, el jeltzale Manuel de Irujo, dijo de él que fue un “hombre íntegro, trabajador e inflexible”, según anotó María Eugenía Martínez Gorroño para la Fundación Ramón Rubial.

En conversación con Eduardo Gómez, nieto de Paulino Gómez, destaca de su abuelo que “Don Paulino siempre fue Don Paulino, hombre serio y formal, abuelo cariñoso a su manera -tal vez muy euskaldun- de grandes amigos y sobre todo gran amigo de sus hijos”. Más allá de lo personal y lo humano subraya la huella “imborrable” que dejó tras su paso por Colombia. “Decía que este país era bien raro. Contaba que aquí los padres le dicen a sus hijos papito y mamita y a sus cónyuges les dicen ‘mijito’ y ‘mijita’ (de mi hijo y mi hija) cuando los papeles se invierten es porque te toca observar más para entenderlos”, recuerda Eduardo sobre su abuelo.

Paulino nació en Miranda. Su padre, Ponciano, era maquinista de tren de la firma Caminos de Hierro del Norte de España. Por ello, la familia vivió de aquí para allá, primero en Orduña, luego en Pola de Lena, más tarde en Santander y finalmente recaló en Bilbao. Con diez años, su progenitor murió, dejando a su madre, Modesta, todo el peso para sacar adelante a sus siete hijos en Bilbao.

Paulino comenzó a trabajar como mozo en un almacén de vinos. Con 15 años ingresó en la Academia de Contabilidad Rodet. “Carente de instrucción escolar, mal vestido y poco simpático, unido al remoquete de hijo de viuda, eran los elementos que yo llevaba a la Academia para triunfar y convivir con pudientes hijos de papá”, bosquejó en unas memorias que facilita José Manuel Perea.

En 1918 aprobó oposiciones para empleado de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad Municipal de Bilbao. Debutó en política en 1917 con las Juventudes Socialistas de Bilbao; en UGT y PSOE.

Perteneció al Comité Provincial de Vizcaya durante la revolución de octubre de 1934. Su activismo le llevó a la cárcel ya que fue detenido y hecho preso hasta 1936, año en el que murió su madre en Bilbao. Paulino dejó escritos sus sentimientos por aquel trance.“No me permitieron ver ni atender a mi sufrida madre en sus últimos momentos, ni acompañarla a su última morada”. Recuperó la libertad tras la amnistía por el triunfo del Frente Popular.

Al producirse el golpe de Estado de 1936 se hizo cargo de la organización de la resistencia como delegado de Defensa de la Junta de Defensa de Vizcaya, puesto que abandonó al constituirse el Gobierno vasco. De allí pasó al frente de Los Tornos en Santander.

Fue delegado de Orden Público del Gobierno de la República en Catalunya y luego añadió a su currículum el cargo de Subinspector de Seguridad, máxima autoridad del personal de Seguridad y Policía en el aspecto reglamentario. En 1938 fue nombrado ministro de la Gobernación en el último Gobierno de Negrín y meses después accedió a la Comisión Ejecutiva del PSOE. Al perder la Guerra Civil se exilió en Francia. Pasó por Toulouse, París, Chateaux Fromage y Marsella. Embarcó rumbo a México y de allí llegó a Colombia en 1942.

En Bogotá, junto con su esposa y sus tres hijos montó la empresa de productos de limpieza Palmín y laboratorios dentales, la Central Colombiana de Vitalium. También trabajó para la Caja Colombiana de Ahorros y participó en una empresa de pesca y comercialización de productos congelados. Paulino falleció en la capital andina el 7 de febrero de 1977. “No me agradará que mis hijos se separen. Si pudiera lo ordenaría. Hagan la vida agradable a su madre. Mi experiencia de la vida es triste. No me voy con rencor ni me asusta la muerte”, dejó escrito antes de morir como última voluntad.

Cuatro décadas después de su muerte, su familia lo recuerda con cariño. “He admirado muchísimo a mi abuelo -concluye su nieto Eduardo- y su periplo de historia, que no fue nada fácil; pero nos dejó la enseñanza de levantar cabeza cuantas veces haga falta, con la dignidad de los hombres buenos”.

El órdago a los consejeros socialistas de Aguirre

Anasagasti revela las diferencias en el Gobierno vasco por la solicitud del PNV de “obediencia” a la nacionalidad vasca

Un reportaje de Iban Gorriti

EN el convulso año 1939, el PNV hizo una solicitud clara a los partidos que formaban el Gobierno vasco en el exilio. Les pidió obediencia: que aceptasen el hecho de la nacionalidad vasca y el no tener nadie de fuera de Euskadi que les mandara. Los consejeros socialistas del lehendakari se mostraron divididos ante aquel órdago jeltzale: Juan Gracia y Santiago Aznar suscribieron su acuerdo con el reconocimiento de la nacionalidad vasca, sin embargo, Juan de los Toyos no.

El lehendakari Aguirre (en el centro), junto a Leizaola (a su derecha) y el también consejero Juan de los Toyos.Sabino Arana Fundazioa
El lehendakari Aguirre (en el centro), junto a Leizaola (a su derecha) y el también consejero Juan de los Toyos.Sabino Arana Fundazioa

Estas discrepancias quedan recogidas en un inédito intercambio epistolar recogido en el nuevo libro La obediencia vasca. Santiago Aznar y aquella comida en Guéthary (1940) (Pamiela, 2018), obra del exsenador jeltzale Iñaki Anasagasti y presentada el pasado miércoles en Sabino Arana Fundazioa, Bilbao.

A aquella mesa de Lapurdi, asistieron el 14 de diciembre de 1939, los consejeros Telesforo Monzón, en representación del PNV, Gonzalo Nardiz lo hizo por ANV, y Miguel Amilibia por los socialistas. Tras la sobremesa, Amilibia cursó una carta al dirigente guipuzcoano de su partido, Sergio Echeverría, en la que, entre otras cosas, acusó de “extrema docilidad” hacia la política del Gobierno vasco a los tres consejeros socialistas en el mismo: Aznar, Gracia y Toyos. “¡Esa fue la cerilla que encendió la mecha del conflicto!”, enfatiza Anasagasti.

La misiva dejaba en situación delicada a aquellos consejeros. Y también hubo fuego a punto de prender en el seno del PNV. Aguirre se mostró molesto con Monzón por haber utilizado correspondencia presidencial y confidencial cruzada entre ambos en la reunión de Guéthary.

Así las cosas, a finales de 1939, mientras Santiago Aznar enterraba a su padre, el consejero Juan de los Toyos presentaba su dimisión al Comité Central Socialista de Euskadi (CCSE) a causa de su incidente con Amilibia y de otros acumulados.

Aznar visitó a su compañero y trató de convencerle para que reconsiderara su decisión, comunicando lo tratado a Juan Gracia y a Paulino Gómez Beltrán. El domingo 31 de diciembre de 1939 el Comité Central de los Socialistas de Euskadi se reunió con Aznar y Gracia y acordaron pedir a Toyos que se reincorporara al Gobierno Vasco y al trabajo político, cosa que hizo.

Mientras todo esto ocurre, el 10 de febrero de 1940 los líderes nacionalistas convocaron a una reunión al CCSE. Los socialistas se niegan a asistir a la misma hasta que no se aclare el asunto de Guéthary. Al día siguiente, el 11, Aguirre enviaba una carta a Paulino Gómez Beltrán, con la que se adjuntaban las versiones, por escrito, de Monzón y Nardiz sobre aquellos hechos. Los consejeros del PSOE se considerarían desagraviados y satisfechos.

Reunión en París El día 14 Aguirre, Monzón y Nardiz se reunieron en la Delegación Vasca de París con los tres consejeros socialistas, los cinco miembros del CCSE residentes en la capital francesa y Miguel Amilibia. “Los nacionalistas intervienen poco”, valora Anasagasti. Amilibia se ratifica, y esta vez en primera persona, en sus afirmaciones sobre aquella “extrema docilidad” de los consejeros de su partido con respecto a la gestión del Gobierno vasco. Aznar actuó como portavoz y rechazó las acusaciones porque “no había fundamento para que se hiciera a los consejeros tal imputación, ya que estos habían de atenerse a las instrucciones y orientaciones de su partido, y del Gobierno, cosa que siempre habían hecho”.

El CCSE se posicionó contra Amilibia. A pesar de todo, el diputado guipuzcoano no cejó en sus ataques: “Aguirre ha formado un concepto de nosotros totalmente equivocado por el contacto con nuestros débiles representantes”.

A aquella polémica comida, a juicio de Anasagasti, “siguieron otras llamas, dimisiones, reuniones tensas así como enfrentamientos”. De hecho, el lehendakari hubo de emplearse a fondo para restablecer la calma y la armonía entre ambas formaciones. “Todo ello se encuentra en las cartas que Aguirre, sus consejeros y los dirigentes socialistas escribieron y que publico en su integridad en este libro”, zanja.