El ‘niño de la guerra’ de Lutxana amigo de Corbyn

El líder del Partido Laborista invitó a paco robles, un vizcaino-leónes de 91 años, al parlamento de westminster

Un reportaje de Iban Gorriti

Asus casi 92 años, Paco Robles fue uno de los niños exiliados de la Guerra Civil que huyeron de Euskadi a Gran Bretaña a bordo del histórico barco Habana. Originario de León, en 1937 residía con su familia socialista en Lutxana, Barakaldo. 81 calendarios después de zarpar desde Santurtzi a Southampton, el mes pasado recibió una invitación del líder laborista Jeremy Corbyn para tomar parte en una sesión de control en el parlamento británico. El 21 de febrero, este miembro de la asociación Basque Children 1937 se personó en el palacio de Westminster. Acudió junto a otra compañera de la agrupación, Carmen Kilner.

El laborista Jeremy Corbyn, Paco Robles y Carmen Kilner, los dos últimos de la asociación Basque Children 1937. Foto: Deia
El laborista Jeremy Corbyn, Paco Robles y Carmen Kilner, los dos últimos de la asociación Basque Children 1937. Foto: Deia

La experiencia fue “inmejorable”, según relata Robles a DEIA. “La primera ministra Theresa May no paraba de mirarme”, se ríe desde su residencia en Northolt, Londres. Tras el pleno, Corbyn les invitó a pasar a su despacho y desayunar con él. “En ese momento le pedí que, de vez en cuando, le levante la voz él también a May, una mujer que grita mucho y que se cree que posee la razón única. Su partido, los conservadores, son muy insultones”, agrega. Y es que, a juicio de Robles, en Reino Unido ocurre algo similar a lo que acontece en el Estado español. “May era ministra del Interior y está llevando a cabo muchísimos recortes… Como allí, en España, que aún gobiernan los hijos y nietos de los franquistas. ¡Nos dan una fracción de todo lo que nos han robado!”, enfatiza con actitud apasionada.

Pero, ¿quién es Francisco Robles? Nacido el 25 de junio de 1926 en una casa pegada a la histórica catedral de León, su familia se trasladó a vivir a Barakaldo cuando tenía tan solo dos años. Su padre, Germiniano Robles, era “un diputado del PSOE en Bilbao”, asegura Robles, quien agrega que “me han dicho que también somos algo de la socialista Margarita Robles, y que fijo que somos primos del torero Julio Robles”.

años de guerra Germiniano Robles era muy amigo de la comunista Dolores Ibarruri, La Pasionaria: “Eran íntimos. De hecho, yo siempre pensé que Dolores era mi tía. Venía a menudo a casa con su marido. Una vez que iba enganchándome a los tranvías me partí un labio y ella me lo curó. Incluso coincidimos en una ocasión en Checoslovaquia y me reconoció en seguida”.

Su partida de León a Lutxana se debió a que a su padre le ofrecieron un puesto en el departamento de química de Altos Hornos de Vizcaya. “Vivíamos en unas casas hechas por la República que eran muy bonitas y buenas, hasta que empezó la guerra. Mi padre fue al frente. Sé que estuvo en Otxandio. Desconozco el batallón al que perteneció”.

De los días de guerra en Bizkaia recuerda que, viajando en un tranvía, oyó un estruendo superlativo. “Fue como un trueno encima nuestro. Dijeron que tenía que ver con el bombardeo de Gernika, lo recuerdo muy bien, pero no sé dónde estábamos”. Pronto le buscaron al pequeño Francisco una salida al exilio, a tierra en paz. Tenía 9 años. Destino: Southampton, Reino Unido. Salida: Santurtzi. “Nos dijeron que iríamos para tres meses y recuerdo aún lo que sentí al notar las lágrimas de mi madre en mi cara. Todas las madres lloraban, y ya en el barco, nosotros también”, afirma.

Estuvo un mes en el primer puerto al que arribaron y después lo enviaron a otra colonia. “En ocasiones vino Negrín, el presidente del gobierno de la Segunda República, a vernos a las colonias. Le vi en dos ocasiones”, evoca. Pero la paz no duró mucho tiempo al llegar la Segunda Guerra Mundial. “En una colonia, la Luftwaffe -fuerza aérea alemana de Hitler- nos tiró un torpedo aéreo. Eso no se me olvida”.

Su padre, mientras tanto, había vuelto del frente y se encontró con que le habían quitado su casa. “Fue un falangista vestido con su uniforme. Nos quitó lo que nos había dado la República”, enfatiza con garbo. Y va más allá: “Entre eso, tanta pena y tanta muerte con Franco, una vez me arrodillé y dije que no creería nada en Dios, eso son chorradas… Es que los aviones en Barakaldo nos ametrallaban y, cuando oíamos el cuerno de Altos Hornos, íbamos al refugio corriendo con mi madre y ella en sus brazos llevaba a mi hermano”, relata con enfado.

Robles aún mantiene en su retina qué le ocurría a la carretera de Lutxana. “Yo le decía a mi madre que veía que se levantaba el suelo y me explicó que eso era que nos estaban disparando. Un horror. Mataron a muchos niños amigos míos que estaban jugando”.

Paco se quedaría a vivir en Londres. Aunque siempre quiso ser veterinario, acabó trabajando para British Airways. “En ella me jubilé”, detalla quien aún recuerda canciones en euskera. “A los amigos de Lutxana les decía: yo soy más vasco que vosotros, aunque nací en León”. Ocho décadas después de aquello, ha sido invitado por el líder laborista Corbyn y ha quedado tan contento como “cuando en la República vestía yo orgulloso un cinturón con la foto de Pablo Iglesias”.

¿Hubo un feminismo vasco en la Guerra Civil?

El franquismo trabó una emergente liberación de la mujer, que sufrió la represión y participó activamente en la guerra

Un reportaje de Iban Gorriti

POCO se ha escrito sobre la Guerra Civil en Euskadi. Menos de lo que pueda pensar la persona lectora. Todo -a pesar de excelentes trabajos de investigación- está aún por transmitir. Eso sí, de lo poco que hay lo primero que se ha reescrito ha sido el protagonismo del hombre vasco en los días de contienda entre el 18 de julio de 1936 y agosto de 1937. Y poco o nada sobre la mujer, lo que ya se presta a ser un indicador de la sociedad heredada que el pasado jueves salió convocada por el movimiento feminista en masa a las calles a reivindicar el lugar que le corresponde en la sociedad.

La Guerra Civil cortó la expansión de Emakume Abertzaleen Batza y muchas de ellas tuvieron que ir al exilio. Foto: Sabino Arana Fundazioa
La Guerra Civil cortó la expansión de Emakume Abertzaleen Batza y muchas de ellas tuvieron que ir al exilio. Foto: Sabino Arana Fundazioa

Interrogada sobre el concepto de feminismo en la Euskadi del trienio 1936-1939, la profesora de la UPV/EHU e integrante de Durango 1936 Kultur Elkartea María González Gorosarri considera que, en vez de citar ese concepto “sería más justo hablar de la liberación de las mujeres durante la Guerra Civil en Euskal Herria”.

La profesora pone el foco en que el reconocimiento de los derechos de las mujeres en la República (derecho a la educación primaria obligatoria, derecho a cobrar su propio salario, derecho al voto, etc.) obligó a la sociedad a organizarse alrededor de esa nueva situación. “Por ello, incluso los partidos de derecha se vieron obligados a tener oradoras que apelaran al voto femenino. Como consecuencia, el trabajo social y político de las mujeres se visibilizó”, subraya.

A su juicio, la guerra acarrea la eliminación de los límites establecidos y es entonces cuando las mujeres alcanzan mayores cuotas de liberación social, especialmente, cuando ocupan los trabajos de las fábricas que quienes han ido al frente han dejado libres. Y pone un ejemplo: “En el caso de la guerra de 1936, muchas mujeres participaron en la resistencia antifascista”, y cita, por un lado, a las milicianas que lucharon en el frente que eran principalmente anarquistas: “Anita Sainz y Kasilda Hernáez defendieron Irun y Donostia, y otras murieron en combate (María Garmendia Berasategi, Mertxe López Cotarelo y Pilar Vallés), antes de que el Gobierno vasco expulsara a las mujeres del frente”.

Asimismo, recuerda a las muchas mujeres que participaron en la retaguardia táctica (las emakumes de ANV confeccionaban ropas para el frente) y en la clandestinidad (tras la caída de Bilbao en manos de las tropas fascistas, Bittori Etxeberria Agerrebere organizó una red de mugalaris en el valle de Baztán, y un servicio de información entre los presos vascos y los dirigentes del PNV. “La propia Bittori Etxeberria, Itziar Mugika, Teresa Verdes y Delia Lauroba fueron condenadas a pena de muerte en 1941. Un año después, les fue conmutada la sentencia de muerte por la reclusión: treinta años de cárcel para Etxeberria y Mugika, veinticinco para Verdes y veinte para Lauroba”.

La doctora en Historia Contemporánea Julia Monje rebobina hasta el golpe de Estado dado por generales españoles en julio de 1936 contra la Segunda República y destaca que “fue concebido para aplastar los logros conseguidos en la Segunda República, incluido el importante avance que se pretendía en la lucha por los derechos de las mujeres”.

Monje, integrante de la asociación Intxorta 1937 Kultur Taldea, subraya que las mujeres sufrieron una brutal represión durante la contienda ya que fueron encarceladas, violadas, despedidas, rapadas, multadas o desterradas, lo que demuestra que representaban un desafío a la estructura de ese nuevo poder. “Aun así, miles de mujeres resistieron y se rebelaron poniendo en práctica acciones transformadoras a nivel individual y colectivo; pasaron del espacio privado al público en un contexto de discriminación y desigualdad; articularon formas de protesta para sustentar la vida de sus familiares y las suyas propias”.

La doctora en Historia Contemporánea y escritora Asun Badiola también sitúa a la mujer de aquella época histórica donde merece. “Las mujeres vascas fueron tan protagonistas como los hombres, pero de una forma diferente. La mayoría no estuvo en el frente, pero sufrieron persecución, castigo, encarcelamiento en lugares expresos para ellas, incautación de bienes, exilio, rapados de pelo, paseíllos por la calle tras tomar aceite de ricino,…”, enumera.

Acudiendo a datos objetivos, la mujer también murió fusilada. De los últimos listados publicados por el Gobierno vasco sobre mujeres pasadas por las armas en este territorio, se contabilizan 64 desde 1936 hasta 1940: 34 en Gipuzkoa, 22 en Bizkaia y ocho en Araba. “Un libro revela que en Bilbao fueron 19 de 9.000 prisioneros. El periodo de posguerra fue largo y también el encarcelamiento en sus diferentes fases”, afirma Badiola.

A modo de epílogo, González Gorosarri llama a la reflexión: “Que no conozcamos a estas mujeres no solo es consecuencia de la represión fascista, sino falta de reconocimiento político por parte de sus compañeros, que no relataron sus nombres en la historia oral de este pueblo”.

El canje de presos frustrado en Santoña

El Gobierno Provisional de Euzkadi quiso canjear 250 presos después de firmar el Pacto de Santoña; finalmente fueron 17

Un reportaje de Iban Gorriti

LOS investigadores continúan despejando incógnitas del conocido como Pacto de Santoña, acuerdo firmado el 24 de agosto de 1937 durante la caída del Frente Norte en la Guerra Civil española entre dirigentes del PNV y los mandos de las fuerzas del fascio italiano que combatían junto al bando del general Franco tras el golpe de Estado contra la Segunda República en julio de 1936.

Un dato que ha permanecido inédito hasta hoy es que el Gobierno vasco quiso canjear un total de 250 presos en la madrugada del 26 de agosto de 1937, dos días después de la firma entre el jeltzale Juan de Ajuriaguerra, presidente del Bizkai Buru Batzar, y Mancini, seudónimo de guerra del general Mario Roatta, jefe de la División Flechas Negras. Sin embargo, por decisión franquista, el número quedó reducido a solo 17. Estos nuevos datos salen a la luz gracias a un informe de Jesús María Leizaola, que sucedió a José Antonio Aguirre como lehendakari en 1960, al que ha tenido acceso DEIA.

El puerto de Santoña, escenario del que debía haber sido un intercambio de prisioneros políticos. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
El puerto de Santoña, escenario del que debía haber sido un intercambio de prisioneros políticos. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

El documento histórico es la crónica del paso de las horas desde que Leizaola acude en un barco junto al Comisario de Abastos y Armamento durante la Guerra Civil Gonzalo Nárdiz (ANV) -más adelante consejero de Agricultura y Pesca-, y el teniente coronel franquista Antonio Troncoso, entre otros.

Leizaola data que eran las seis de la mañana del 26 de agosto de 1937 cuando se conoció que el Pacto de Santoña quedaba roto por parte de los italianos y por presión de los generales españoles sublevados contra la democracia. El PNV valora que para el Gobierno vasco habría sido “un gran éxito que hubieran logrado evacuar a 250 responsables”, lo cual equivale a “la casi totalidad de los responsables tanto del ejército como civiles”. Intentaron entonces que fueran 50, pero al final la cifra quedó en los mencionados 17.

Pero no adelantemos acontecimientos. Aquella mañana, habían entrado al puerto de Santoña los buques mercantes ingleses Bobbie y el Seven Seas Spray de Baiona, con el destroyer inglés H.M.S. Keith. Comenzó el embarque de 250 refugiados con pasaporte vasco.

Sin embargo, aquella esperanza se truncó. A las diez de la mañana, enterado el general sublevado Fidel Dávila de esta operación, ordenó la suspensión del embarque y el desembarco. Según el informe de Leizaola, el Pacto de Santoña no llegó a su término en parte debido al retraso en la llegada de los buques de evacuación y al ser desautorizada finalmente toda la operación pactada con las autoridades italianas. Dávila ordenó el internamiento de los gudaris y milicianos en la prisión de El Dueso.

De nada sirvió a Leizaola y Nárdiz llegar a la bahía de Santoña, donde esperaban encontrar embarcaciones ligeras que hubieran trasladado a los prisioneros políticos objeto de canje y a los responsables políticos que el PNV deseaba llevar a Francia. No se hallaban allí.

En ese momento, el franquista Troncoso informó de que iba a enviar una gasolinera a Santoña, a la que se subieron. Se produjeron dos disparos de fusil desde tierra contra la embarcación. Lo narra Leizaola: “El oficial paró y me consultó qué hacer. Le dije: mostrar una bandera de la Marina de guerra inglesa. Yo, debajo del toldo, miré y vi que un bou estaba anclado con bandera, y que era bandera vasca”.

Llegaron al bou y en él solo había como autoridad un vicecónsul. Leizola le informó de que querían exiliar a 250 vascos: “La respuesta fue no y entonces bajé a 50, a lo que ni accedió ni negó”. Saltaron a tierra. Leizaola y Nárdiz se reunieron, primero, con el Comité constituido en Santoña; a continuación, con autoridades del PNV. De allí fueron a Laredo, al domicilio del EBB, y regresaron al puerto. “Informamos del canje de 17 prisioneros y solo había ocho presos en Santoña. Los restantes procedían de Santander. Eran los Eguía, Arambarri… Esto para la cuestión del canje nos colocaba en una situación poco airosa”, valoraba Leizaola en su escrito.

Regresaron al buque a la una del mediodía. Vieron un acorazado inglés así como los bous Araba y Galerna, y un destroyer. Leizaola llevaba a los presos. Los primeros fueron cuatro del EBB; tres de STV y dos funcionarios del Gobierno vasco. Nárdiz eligió los restantes.

Sustos de todo tipo Leizaola describe momentos difíciles: “Los que quedaban sin pasar al destroyer se dirigieron angustiados a nosotros, pidiéndonos que hiciéramos algo por ellos. El momento fue verdaderamente doloroso”. Argumentó que “tenía la seguridad de que el crucero y los navíos franceses iban a recoger a todos. De no haberlo creído, probablemente hubiera obrado de otra manera”, matizó.

Troncoso se comprometió a garantizar el regreso de aquellas embarcaciones que retornaban a Santoña y ellos llegaron a Donibane Lohizune. Concluye Leizaola su informe: “En mis no muy numerosos viajes por mar, solo dos veces he llegado a estar mareado, pero en éste lo estuve en términos increíbles. En San Juan de Luz no me fue posible llegarme hasta Baiona y tuve que quedarme acostado en el Hotel de la Poste aquella noche. La impresión y el nerviosismo de la jornada, con toda clase de sustos, me debieron hacer un efecto terrible”.

Franco en Bilbao: dos visitas dictatoriales y sus libros

Franco realizó dos visitas a Bilbao en los primeros años de su dictadura que fueron recogidas en sendos libros que describen los actos y protocolos ‘propios de un rey’

Un reportaje de Luis de Guezala

Franco quita y Franco da. Entrega de llaves de viviendas en San Ignacio.
Franco quita y Franco da. Entrega de llaves de viviendas en San Ignacio.

Recientemente hemos recibido en la biblioteca de Sabino Arana Fundazioa la donación de un libro que viene a hacer pareja con otro que ya teníamos. Se trata de Vizcaya por Franco, publicado en 1950, que acompaña a partir de ahora a su hermano mayor, titulado Bilbao. 19 Junio 1937-19 Junio 1939. De estos dos libros y los relatos que cuentan van a tratar las siguientes líneas e imágenes.

La primera visita triunfal que realizó el dictador Francisco Franco tras el final bélico de la Guerra Civil (el final civil no ocurrió nunca) se organizó con motivo del segundo aniversario de la ocupación de Bilbao, que los ocupantes denominaron liberación y convirtieron, con el nombre de día de la liberación, en efeméride festiva en la villa.

Para hacer propaganda y memoria de este acontecimiento se publicó el libro mencionado que pretendió ser además (sin conseguirlo) un contrapunto al Libro de Oro de la Patria que desde el nacionalismo vasco se había publicado en Donostia en 1934, por lo que se tituló también Libro de oro de Bilbao. Se encargó de intentarlo Nicolás Martínez Ortiz de Zarate, colaborando con los vencedores como antes había colaborado con los vencidos, por ejemplo, diseñando por encargo del Gobierno vasco los billetes que se emitieron en Bilbao durante la guerra.

Esta visita duró tres días y para cada uno de ellos el tirano se atavió de manera diferente. Para el primer día, 18 de junio, eligió el uniforme de capitán general. Los actos comenzaron aquel sábado con una corrida de toros y pruebas de ciclismo y motorismo, entre la plaza del Sagrado Corazón y el Ayuntamiento, desde donde partió después una procesión hasta la basílica de Begoña, en la que Franco y su mujer, Carmen Polo, fueron recibidos por todas sus autoridades, civiles, religiosas y militares. Tras la ceremonia religiosa los miembros de su guardia mora a caballo les escoltaron al Ayuntamiento bilbaino, en cuyo Salón Árabe Franco se subió a un trono que le habían instalado para recibir un pergamino con el nombramiento de alcalde honorario, escuchar un discurso de adhesión inquebrantable del alcalde efectivo y responderle con unas breves palabras. Tras este acto el matrimonio viajó hasta Algorta, donde pasó la noche.

La guardia mora Para el segundo día, el de la efeméride, domingo 19 de junio, el dictador eligió el uniforme azul y rojo de Jefe del Movimiento (partido único). Comenzaron los actos con una misa de campaña que presidió desde un templete y escenario propio de la escenografía fascista instalado en el principal parque bilbaino bautizado como De las tres naciones en honor a Portugal, Alemania e Italia, países donde sus gobiernos compartían la misma ideología. De allí, en desfile triunfal y coche descubierto, siempre escoltado por su guardia ecuestre, se dirigió al palacio de la Diputación, desde cuyo balcón presidió un desfile militar de dos horas de duración y pronunció un discurso.

Después de un banquete Franco se trasladó por la tarde a San Mamés donde presidió un Festival de la OJE (juventudes del partido único) compuesto de ejercicios gimnásticos multitudinarios y danzas vascas.

Van trenzándose los pasos sentimentales o guerreros de las viejas danzas vascongadas, vueltas a su simbolismo auténtico de españolismo entrañable, cuenta el libro. Después volvería a la Diputación para presidir otro desfile fascista, no militar sino político, que duró hora y media.

El tercer y último día el uniforme elegido fue el de almirante. El primer acto se dedicó a la industria, con una visita a las instalaciones de Altos Hornos. Allí los obreros fueron obligados en formación a saludar de la manera fascista al tirano, así como a escuchar un discurso dirigido a ellos para mayor regodeo de los vencedores. La expresión de un veterano obrero que se ve en una de las fotografías dice más que cualquier descripción. Tras pronunciar su perorata, Franco cruzó la ría para disfrutar de un banquete en el Club Marítimo del Abra y después sesteó junto al puente colgante presidiendo una regata en su honor.

El final de la visita y salida de Bizkaia del dictador vestido de almirante se produjo utilizando el crucero pesado Canarias. El mismo buque de más de 10.000 toneladas que dos años antes había hundido frente a Matxitxako al bou Nabarra en el combate naval más desigual que se pueda imaginar. Y que después masacró con sus cañones a miles de civiles que huían en desbandada de Málaga a Almería. Un barco bien elegido.

Once años después El segundo viaje que nos recuerdan estos libros se realizó en 1950, once años después del primero. El contexto era diferente, ya no posbélico y previo a la Segunda Guerra Mundial, sino cinco años después del final de este conflicto, con la dictadura asentada y necesitando tan solo un respaldo internacional que se veía ya muy próximo en el nuevo orden mundial establecido.

Esta visita tuvo una mayor duración, cinco días entre el 18 y el 22 de junio. Se inició por la tarde del domingo 18 con la llegada por carretera del dictador y su séquito por el alto de Miraflores, que, por la Ribera y Bidebarrieta llegó vestido de almirante hasta la catedral de Santiago, patrón de España, donde entró bajo palio junto a su mujer, para pasar a ocupar sendos tronos que les instalaron en el interior del templo. Tras esta ceremonia, ya de noche, se dirigieron en coche descubierto y con escolta a caballo al palacio de Chavarri, entonces Gobierno Civil y hoy subdelegación del Gobierno español, donde tuvieron la residencia durante toda su estancia.

Al día siguiente Franco se vistió de capitán general, uniforme que utilizaría hasta el último día, en el que volvería a emplear el de almirante. El dictador se encontraba mucho más consolidado en su Jefatura del Estado y ya no consideraba necesario utilizar el uniforme de jefe político del Movimiento.

El primer acto que presidió fue una misa para la que se instaló un altar gigante a los pies del monumento al Sagrado Corazón, repitiéndose en graderíos y tribunas la escenografía fascista de masas y culto al líder. Tras la ceremonia el dictador se trasladó al palacio de la Diputación para volver a presidir desde su balcón un desfile militar, pronunciar un discurso y presidir y clausurar una asamblea de periodistas en el interior del edificio. Después se dirigió al Ayuntamiento donde pronunció otro discurso y posiblemente comería, aunque de esto no nos informa el libro.

Por la tarde presidió una corrida de toros y después la jornada terminó con una fiesta-gala-banquete en la Diputación en la que se celebró su nombramiento como primer vizcaino de honor.

El martes día 20 tras pronunciar un discurso en la Diputación tocó por la mañana visita a la industria, en este caso las instalaciones de Firestone, en lo que se evidenciaba unas magníficas relaciones con los Estados Unidos de América que iban a posibilitar el mantenimiento de su dictadura mientras viviera, todavía un cuarto de siglo más. Después comenzó una serie de inauguraciones, que caracterizarían este viaje, con la de un monumento a los caídos (solo los de su bando) en el parque de Casilda Iturrizar y todavía le quedó tiempo por la mañana para recibir en el Gobierno Civil las medallas de oro que le otorgaron el Ayuntamiento de Bermeo y el Club de fútbol Atlético (de Bilbao).

Por la tarde, tras un nuevo recorrido por instalaciones industriales el caudillo inauguró el aeropuerto de Sondika, bautizado Carlos Haya. Después inauguró una gran exposición, situada en el patio y la entonces existente pérgola del Instituto Central de Bilbao, titulada Vizcaya 1937-1950, de propaganda sobre los logros y actividades de las instituciones franquistas en este territorio en esos trece años. Más tarde inauguró el ambulatorio situado en la calle doctor Areilza y concluyó las actividades del día con una visita a las instalaciones del Instituto Provincial de Higiene.

El miércoles 21 el dictador se desplazó a Barakaldo para celebrar el aniversario de su ocupación. Pronunció un discurso en el Ayuntamiento, donde le impusieron otra medalla de oro, y en el barrio de Begaza repartió llaves de las casas construidas por el Instituto de la Vivienda. Después visitó las instalaciones industriales de Sefanitro y en un gasolino viajó al Club Marítimo del Abra, donde le fue ofrecido un almuerzo por representantes de la industria que no eran precisamente obreros. Después visitó las instalaciones de otra empresa norteamericana, General Electric, en Galindo, mientras su mujer, en funciones de primera dama, inauguraba un centro antituberculoso destinado a los mineros vizcainos, que recorrió con “curiosidad femenina y solicitud maternal”. Como sin duda también la falangista femenina Pilar Primo de Rivera, con quien coincidió allí.

El último día de la visita Franco lo aprovechó para inaugurar la Estación del Norte y “la obra gigante de la Falange en Vizcaya: la barriada de San Ignacio de Loyola”. Hubo otra ceremonia de reparto de llaves de sus propias manos mientras su mujer realizaba una visita a la Casa de Misericordia. El matrimonio finalmente se reunió en la basílica de Begoña, donde volvió a entrar bajo palio y tras la ceremonia se dirigieron al Gobierno Civil, desde donde marcharon en coche despedidos por la banda de música del regimiento Garellano.

Estas fueron las dos visitas de Franco a Bilbao y Bizkaia cuyas imágenes ilustran este artículo. Estos viajes triunfales fueron una expresión pública más de una dictadura fascista y totalitaria que bajo una misma jefatura mandaba en lo militar, en lo político, en lo religioso, en lo económico, en lo cultural y en todos los órdenes de la vida por el hecho de haber ganado una guerra. Organizaron unos espectáculos de adhesión popular al dictador y de propaganda de su ideario inimaginables en los tiempos en los que se ha podido disfrutar de alguna Libertad, antes o después de la criminal dictadura franquista. Que fue un reino sin rey pero con un dictador regente que asumió de forma personal prácticamente todas las prerrogativas de los reyes con tronos, palios y hasta la expedición de títulos de nobleza. Llegando su monopolio del poder incluso a permitirle instaurar la dinastía hoy reinante.

Los obreros de la música y el franquismo en la BOS

Las autoridades franquistas controlaron, como todos los órdenes de la vida, a la Orquesta Sinfónica (entonces Municipal) de Bilbao, quitando y poniendo músicos, repartiendo palcos y programando obras del gusto hitleriano

Un reportaje de Joseba Lopezortega

El belga Armand Marsick, primer director de la Sinfónica de Bilbao, al frente de la orquesta en 1923. Es la primera fotografía conservada de la BOS. Fotos: Archivo de la BOS
El belga Armand Marsick, primer director de la Sinfónica de Bilbao, al frente de la orquesta en 1923. Es la primera fotografía conservada de la BOS. Fotos: Archivo de la BOS

en los años 20 del siglo XX, Bilbao era una ciudad llena de energía y contradicciones; como si una ciudad pudiera padecer las turbulencias características de la adolescencia, en la transición rápida e irrefrenable hacia una dimensión más madura, potente y definida que en sus épocas anteriores. Aquel Bilbao de rápido crecimiento demográfico era apropiado para el surgimiento y consolidación de grandes industrias y fortunas, algunas de las cuales inclinadas a la filantropía, el mecenazgo y las artes. Las mismas calles por las que circulaban los altos burgueses las recorrían obreros y gentes aferradas a una notoria fragmentación del trabajo, piezas inquietas de una economía precaria y pobre. En los arrabales de las ciudades siempre hay calles y esquinas que parecen estar ahí para que la prosa de Víctor Hugo pueda describirlas; las hay ahora, y las había en mayor medida en los años veinte y treinta.

Bilbao poseía muchos de sus tradicionales teatros en activo ya en aquellos años, de ellos bastantes fueron abiertos en la década de 1910: el Arriaga, un teatro ya veterano y que sustituía al anterior Teatro del Arenal en el mismo emplazamiento; el Gayarre, el Campos Elíseos, el Coliseo Albia, o con posterioridad a todos ellos el Buenos Aires, de 1925; también estaban el Salón Vizcaya, más un cine que un teatro, y la sala de la Sociedad Filarmónica. Además de La Filar, obviamente dedicada a conciertos, tres de aquellos teatros tuvieron importancia en la actividad musical bilbaina: el Arriaga, el Buenos Aires y el Campos, y de estos los dos últimos fueron sede de las temporadas de la Sinfónica de Bilbao en algunas etapas. Los teatros generaban a su alrededor pequeños oficios dependientes de su actividad como, por ejemplo, el de repartidor de propaganda. Repartir los programas de un teatro por la ciudad era una forma de presentar los servicios para repartir la propaganda de cualquier otra actividad o producto, porque representaba una referencia, una garantía fiable.

Obreros de la música Esos teatros en activo evidencian la existencia de una burguesía culta, o al menos inclinada a los espectáculos culturales, pero más allá quizá el rasgo principal de las ciudades europeas de aquellos años fuera el ocio, un ocio noctámbulo y poco prejuicioso. Y el ocio era el ámbito en el que encontraban ocupación y salario muchos músicos en el primer tercio del siglo XX. Hasta la llegada de la música grabada y de los consiguientes sistemas de reproducción y amplificación, la música era en directo o no era. Los salones y locales de esparcimiento ofrecían música en vivo para bailes, para amenizar o para acompañar actuaciones, y el trasiego de músicos entre locales debía ser importante. Clarinetes, flautas, violines o trompetas son fáciles de transportar, no así otros instrumentos como los contrabajos. Los contrabajos eran propiedad de los locales o se transportaban de forma planificada (hay facturas de estos transportes en archivos de la época), pero los pequeños instrumentos deambulaban del brazo de sus propietarios. Era un trasiego. Es de imaginar cómo debían ser aquellas calles en las que coexistían el armiño y el harapo, la beatitud y el golferío, el barro y el betún, el madrugón y el trasnocho, la sacristía y el garito, el rigor y la laxitud, calles en las que los músicos eran obreros al servicio del ocio y necesitaban el pluriempleo. Los registros de la Sinfónica de Bilbao ilustran bien esa situación.

La formación de la Sinfónica bilbaina fue el producto de una visión pragmática de la situación musical de la villa. La Filarmónica programaba a algunas de las grandes personalidades musicales de la época y sin una orquesta no era posible programar conciertos, así que desde la Filarmónica se decidió formar una orquesta -y otras cosas- porque sencillamente se hacía necesaria. Desde el primer concierto la Sinfónica remuneró a sus integrantes, y se convirtió en el objeto de deseo de los músicos más capacitados y formados de Bilbao. Vinculada estrechamente a la Filarmónica, la orquesta proporcionaba a sus profesores no sólo una remuneración, sino también un plus de prestigio. Lo ideal era valerse de ese prestigio para disfrutar de un buen nivel de actividad en las distintas necesidades del entorno: cafés que programaban conciertos, bailes en salas y teatros y otros espacios, o proyecciones con música en directo: la banda sonora de una ciudad que en sólo treinta años, los que median entre 1900 y 1930, estaba a punto de duplicar su población. Cuánta energía.

El pluriempleo se convirtió pronto en un enemigo de la actividad orquestal, porque afectaba al régimen de ensayos, como es lógico más exigente y menos flexible en horarios para un concierto sinfónico que para un cuarteto en un café. La empresa estableció pronto un régimen de sanciones por inasistencia a los ensayos de sus trabajadores, multas con cierta capacidad disuasoria para los músicos. La existencia de ese régimen de sanciones forma parte de una realidad que no se debe perder de vista cuando se piensa en la represión posterior a la entrada franquista en Bilbao en 1937: la depuración franquista de la Sinfónica de Bilbao se produjo en un entorno laboral dependiente del trabajo, es decir sobre -y contra- un conjunto amplio de obreros cualificados. Esa dependencia laboral se vio agudizada, como es lógico, en la privación generalizada de la postguerra.

“Póngame a los pies de su señora” La literatura generada por los procesos de depuración subsiguientes a la caída de Bilbao posee aspectos dramáticos y al mismo tiempo propios de un sainete. Describen un franquismo hiperbólico y enfático, pues los declarantes no quieren dejar lugar a dudas sobre su vehemente amor al caudillo y su simpatía por el Movimiento, la Falange y lo que sea menester. Es un franquismo probablemente instrumental y nada sincero, el santo y seña para avanzar en el proceso y para no atraer la suspicacia del régimen en años de venganza y ultraje. Era común: los vivas a Franco y a España y la profusión de adjetivos para describir la grandeza del régimen están en las cartas manuscritas, pero también en los membretes de las cartas de empresas y en cualquier trozo de papel que se considere, salvo quizá el higiénico. Esta exigencia vigilante de sumisión y aceptación, ese trágala, es un rasgo común a los fascismos y totalitarismos y adquiere su pleno regusto franquista cuando son los potenciales represaliados y depurados quienes tienen que afirmar su lealtad por pura necesidad. Humillar también está en el ADN del franquismo.

En la película Atraco a las tres, de José María Forqué (1962), el trabajador bancario interpretado por José Luis López Vázquez empequeñece y repta cada vez que habla con su superior y al despedirse le dice: “Póngame a los pies de su señora”. Esa expresión simboliza otro rasgo: la importancia de la jerarquía, que hizo ilustrísimos y excelentísimos por doquier, colaborando en la construcción de esa sociedad de casino de pueblo de provincias tan de los años de esplendor franquista. La lista protocolaria de un concierto destacado de la posguerra da la medida de cómo se observaba esa jerarquía. En una nota se reparten las localidades del teatro para estos cargos reservando palcos (de más a menos importantes): ministros y secretarios con su séquito, tres palcos; y después palcos para gobernador militar, gobernador civil, jefe de la Falange, Diputación, Sociedad Filarmónica y Orquesta Municipal (así se llamó la Sinfónica por un tiempo), Ayuntamiento, jefatura de propaganda, comandante de Marina, delegado de Hacienda, prensa y radio (dos palcos), sociedad Nuevo Teatro (Arriaga), delegado de trabajo, cónsules en Bilbao, empresa del Teatro Buenos Aires y Conservatorio. No parece difícil imaginar cómo debían funcionar en esas alturas prebendas y favores, siempre dentro de un círculo: el de la dirigencia franquista.

Orquesta ‘depurada’ Esta dirigencia podía abrir o cerrar puertas vitales para quienes estaban fuera del círculo. Algunos músicos apoyaban sus argumentos en defensa de su postura sin tacha en las referencias que podían dar sobre ellos personas del régimen, de modo que estas disfrutaban del poder de ayudar o no a los peticionarios. Como paréntesis, o no, ese poder unido al sentido jerárquico y a la necesidad de mostrar sumisión, explica por qué la estética nazi y fascista se relaciona con el sadomasoquismo. La disección del fascismo que hizo Pier Paolo Pasolini en la cruda Saló o los 120 días de Sodoma sacaba a relucir precisamente esos tendones poderosos de las ideologías totalitarias. Desde un punto de vista cronológico, hablando siempre de la Sinfónica de Bilbao, el franquismo tuvo más prisa en perseguir a sus enemigos que en defender a sus afines, esa era la prioridad. Pero cuando llegó el momento de reconstituir la Orquesta, ya rebautizada de forma pasajera como Orquesta Municipal de Bilbao, se convocó a músicos del bando franquista para que pudieran integrarse a los conciertos. Estas convocatorias se hicieron por carta, y evidencian el placer con el que se hacía uso del poder para pedir favores y el placer con el que se concedían. Ruégole, afectuoso saludo, solicito encarecidamente, su atento telegrama, me complazco… estas expresiones afectadas y horteras abundan, y dibujan un franquismo ansioso por dejar en el armario el olor a pólvora para perfumarse con las buenas maneras. Los franquistas también se limpiaban las botas de barro para adormecerse en el palco en los conciertos, pero los obligados modales y las interminables sinfonías eran parte del precio a pagar para tratar de levantarse como una élite dirigente, una pseudo aristocracia franquista que, puesta a emular a la culta corte hitleriana, no sólo recompuso una orquesta tras depurarla, enviándola a las fábricas a deleitar a los pobres obreros, sino que programó música alemana en abundancia en el patético esfuerzo de alinearse con la admirada dictadura hitleriana. Que en algunos conciertos llegaran a colgar esvásticas en los teatros no es pues casual ni anecdótico, sino elocuente y sintomático. Y debe ser, por encima de todo, inolvidable.