El mito del embarazo de Juana Josefa Goñi que ha durado 80 años

El médico forense de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Francisco Etxeberria, confirma a DEIA que la mujer arrojada con sus seis hijos a una sima navarra no estaba encinta

Un reportaje de Iban Gorriti

La sima de Gaztelu donde fueron arrojados la madre de los Sagardía-Goñi y seis de sus hijos. En pequeño un cartel que representa a la mujer embarazada. Foto: Itziar Munárriz
La sima de Gaztelu donde fueron arrojados la madre de los Sagardía-Goñi y seis de sus hijos. En pequeño un cartel que representa a la mujer embarazada. Foto: Itziar Munárriz

UN mito heredado oralmente y en la bibliografía memorialista cae por su propio peso. La mujer que arrojaron a una sima en Gaztelu (Nafarroa) con sus seis hijos no estaba embarazada. Ningún libro, ningún testimonio hasta la fecha lo ha dado a conocer. Sin embargo, 80 años después de aquella tragedia, la Sociedad de Ciencias Aranzadi confirma a DEIA que Juana Josefa Goñi no estaba encinta, tal y como se la representa en dibujos de carteles, otras divulgaciones e, incluso, en la escultura metálica instalada aneja a la sima.

Lo argumenta de forma científica el médico forense de Aranzadi, Francisco Etxeberria, a este diario. “No, no estaba embarazada. No existe ninguna razón para poder decir que hubo un feto en la pelvis de la mujer”, constata ahora tras el informe que se redactó en octubre de 2016 al encontrar los restos óseos de esta madre y sus seis hijos el 30 de agosto de 1936 en el territorio del municipio de Gaztelu.

Etxeberria va más allá en su matización: “El laboratorio también descartó que estuviera embarazada”. Con todo, se desmonta una leyenda que, incluso, la familia mantenía y hacía referencia a un embarazo avanzado “de 7 meses”. “La familia ya sabe que no estaba embarazada porque en el informe de la exhumación y análisis de los restos lo indicamos. De hecho, el libro La Sima, de José María Esparza, que relata este episodio, va a tener una segunda edición dentro de poco en la que también se dará a conocer este detalle, además de otros”, desvela el forense quien agrega que la escultura ubicada en la salida de la cueva ya no es real. “No lo es, porque alude a una mujer embarazada con los niños alrededor. Eso sí, los niños sí coinciden en todo, edades incluidas. El laboratorio así lo ha constatado”, apostilla el científico.

Lo que sigue intacto, ocho décadas después, es que no se sabe quién les asesinó, el cómo y el por qué. Todo son hipótesis. Etxeberria el año pasado declaró que a su juicio llevaron a esta familia muerta al lugar. “Yo creo que les mataron y les trajeron hasta aquí. No me imagino trayéndoles a todos vivos y matándolos para arrojarlos”.

A principios de septiembre de 2016 comenzaron las labores de limpieza del lugar durante una semana, a cargo del grupo de espeleología Satorrak. El lugar es una sima vertical de unos 45 metros, catalogada como fosa. A continuación, la Sociedad de Ciencias Aranzadi inició la localización y exhumación de los restos.

El matrimonio Sagardia-Goñi tuvo siete hijos. Joaquín (16 años) fue llevado a la guerra y el resto fue arrojado a la sima: Francisco Javier (14 años), Antonio (11), Pedro Julián (9), Martina (7), José María (4) y Asunción (1 año). “Bajar al fondo del pozo impresiona por sus características, pero imaginar el momento en el que fueron arrojados al mismo una mujer y sus hijos me resulta casi imposible”, valoraba un año atrás al periódico Mugalari.

En Gaztelu, según el libro Navarra 1936, de la esperanza al terror, de Altafaylla Kultur Taldea (2012), se daba cuenta de que a consecuencia de la Guerra Civil fueron movilizados el padre y un hijo de la familia Sagardía, quedando su mujer y otros seis hijos menores en situación muy precaria.

Siempre según la línea de trabajo de esta publicación, finalmente fueron denunciados por otros vecinos ante la Guardia Civil por realizar supuestos pequeños hurtos. Por tal motivo, la familia tuvo que trasladarse al monte a una chabola cercana a la sima desde donde desaparecieron.

Al parecer, estaban emparentados con el general Antonio Sagardía Ramos y ello supuso una investigación oficial con apertura de diligencias judiciales en 1937 sobreseídas en 1946, sin que los hechos fueran esclarecidos. Se interpretó que tras los asesinatos de toda la familia los cuerpos fueron arrojados a la sima con la madre embarazada de siete meses, dato este último que la ciencia ha corroborado que fue mito y que hoy por primera vez ve la luz en un medio de comunicación.

Aquella bomba olvidada

El reciente hallazgo en una casa de Bilbao de una bomba de la Guerra Civil sirve al autor para realizar un relato sobre el nacimiento y evolución de la guerra desde el aire

Un reportaje de José María Tápiz

La casa de Bilbao, en la plaza San Francisco Javier, sobre la que cayó la bomba, en una foto de los años 30. Fotos: Familia Tápiz
La casa de Bilbao, en la plaza San Francisco Javier, sobre la que cayó la bomba, en una foto de los años 30. Fotos: Familia Tápiz

DE todos es sabido que las guerras generan mucha chatarra. Chatarra a veces inofensiva pero en otras letal, como pueden ser bombas sin estallar. Sólo hace poco más de dos meses que en Alemania se ha producido el mayor desalojo de una zona habitada en dicho país desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La causa: la aparición durante unas obras de una bomba aliada de casi dos toneladas lanzada sobre la ciudad de Fráncfort durante la citada guerra. La enorme peligrosidad de la bomba hizo que se desalojara a 60.000 personas mientras duraba la desactivación de la misma. Y en zonas de conflictos tanto recientes como antiguos es frecuente que se encuentren restos de este tipo. Y de cuando en cuando salen en la prensa noticias al respecto.

Hace pocas semanas, sin ir más lejos, salió una noticia en las redes sociales que pasó casi desapercibida, sobre la aparición en una casa de Bilbao de uno de estos macabros recuerdos. En este caso se trataba de una bomba del modelo B1E incendiaria de un kilo alemana, desarrollada en los años treinta y probada para su perfeccionamiento en la Guerra Civil española. Fue uno de los modelos que los alemanes lanzaron, entre otras localidades, sobre Gernika. Estos primeros prototipos eran aún, sin embargo, poco fiables, pues en muchas ocasiones no llegaban a detonar, aunque si se lanzaban en racimo -como era lo habitual- explotaban por simpatía, al caer varias sobre una misma zona. En modelos posteriores se solventó esa carencia, siendo utilizadas con profusión durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente en los duros bombardeos de Londres durante la Batalla de Inglaterra, en 1940.

A estas alturas, seguramente muchas personas se hagan la misma pregunta: ¿por qué aparecen tantas bombas sobre poblaciones y ciudades indefensas? ¿Por qué se ataca a la población civil, cuando precisamente son ellos los más débiles en un conflicto armado, al no tener capacidad de defenderse? ¿Qué se gana con dicha estrategia?

Los bombardeos sobre la población civil se encuadraban en un nuevo modelo de guerra que se estaba desarrollando en el mundo en los años treinta del pasado siglo. La precedente Primera Guerra Mundial -conocida entonces como la Gran Guerra- había desvelado el enorme potencial que poseía la aviación. No en vano, a principios de esta los aviadores no eran más que simples exploradores aéreos, destinados a vigilar desde el aire las evoluciones de las tropas enemigas.

Con el desarrollo de la tecnología aérea, a los aparatos se les dotó de armamento y, posteriormente, de capacidad de bombardeo. Al final de la Gran Guerra todos los contendientes habían desarrollado numerosos modelos de naves aéreas, principalmente cazas y bombarderos. De esta manera, para 1918 todos los estados mayores reconocían, en mayor o menor medida, los efectos que podía causar una fuerza aérea eficaz y numerosa.

Ejércitos del aire Así, los gobiernos que con mayor claridad vieron las posibilidades de esta nueva herramienta de destrucción se aplicaron a desarrollar nuevos prototipos de aviones. Países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania o Italia fueron, paso a paso, desarrollando un ejército del aire capaz de cambiar en un determinado momento el curso de una guerra, como de hecho terminaría sucediendo.

Pero en una Europa en paz en los años veinte, ese esquema de guerra aérea no podía comprobarse sobre el terreno. Hubo que esperar a la siguiente década -los convulsos 30- para ratificar sobre el campo de batalla lo que los estados mayores profetizaban.

Y ese momento llegó desgraciadamente, en primer lugar en la llamada Guerra de Abisinia, que era el nombre de Etiopía entonces. Dicho país era independiente políticamente pero débil militarmente, y había puesto sus esperanzas de mantener su soberanía en la mediación internacional a través de la Sociedad de Naciones, de la que era miembro, y que era el precedente de la actual Organización de Naciones Unida (ONU). Pero la Italia fascista de Mussolini quería ampliar sus colonias en África y puso su mirada sobre Etiopía. No era la primera vez que Italia intentaba invadir Abisinia. La primera vez fue a finales del siglo XIX, pero la entonces joven república italiana fue estrepitosamente derrotada por las fuerzas nativas etíopes en la batalla de Adowa en 1896. Este fracaso alejó a los italianos de Etiopía durante más de treinta años.

Mussolini, al volver a poner en el punto de mira a Etiopía, se aseguró de no volver a repetir los errores de los italianos de décadas antes. Y para ello se apoyó especialmente en la nueva arma arriba citada: la aviación. Y en dos elementos que dicha aviación podía transportar, que eran las bombas de detonación y las armas químicas. De hecho, fue la primera guerra en la que se pudo comprobar sobre el terreno la potencialidad de los bombardeos: los soldados etíopes, mandados por oficiales mercenarios en muchos casos y carentes de armas antiaéreas, poco pudieron hacer contra el bombardeo sistemático de sus posiciones durante la breve guerra -de octubre de 1935 a mayo de 1936- que mantuvieron contra una fuerza italiana bien equipada, tanto desde tierra como desde el aire. Y a ello hubo que añadir el ensayo -luego explotado por la Alemania nazi- de bombardeos sobre la población civil, con el objetivo de quebrar la moral de los soldados que combatían en el frente, que veían que sus esfuerzos en tierra por contener al enemigo no servían para proteger ni a sus familias ni a sus ciudades.

‘Bombardeo de terror’ Nace así el concepto de bombardeo de terror, que tanta importancia tuvo luego en la Guerra Civil española y durante la Segunda Guerra Mundial. Un nuevo concepto de guerra psicológica que trazaron los alemanes en Durango y especialmente Gernika y que acabó siendo perfeccionado por los aliados, ocho años más tarde, en Hiroshima y Nagasaki.

Efectivamente, apenas acabada la Guerra de Abisinia comenzaba la Guerra Civil española. Y los efectos de la aviación se hicieron notar de inmediato: por una parte Franco consiguió trasladar a la península, con aparatos alemanes e italianos, gran parte del ejército de África en pocas semanas, ante la impotencia de los buques de la República estacionados en el Estrecho de Gibraltar que trataban de impedirlo. En una fecha tan temprana como el 22 de julio de 1936 se produce el bombardeo de Otxandio, en Bizkaia, que dejó más de medio centenar de muertos, la mayoría civiles. Este fue el preludio de otros muchos ataques en diferentes zonas de Euskadi. De hecho, la Campaña del Norte, como se definió entonces, tuvo un puntal importantísimo en la intervención aérea tanto en el frente como en la retaguardia vasca: para entonces las tropas de Mola contaban ya con la ayuda de la Legión Cóndor alemana y de la aviación italiana de Mussolini. Los bombardeos sobre poblaciones civiles cercanas o alejadas de frente comenzaron a ser frecuentes.

En algunos casos las incursiones aéreas eran imprevistas, como las de Durango o Gernika, sorprendiendo a la población en días de plena actividad económica o de feria, como ocurrió en ambas localidades. Pero en otros casos la agonía era mayor, puesto que los bombardeos se repetían una y otra vez, con la tensión y exasperación que eso conllevaba.

Así ocurrió en ciudades como Barcelona, Madrid, o entre nosotros, Bilbao. La villa no había sufrido ninguna agresión bélica desde la Segunda Guerra Carlista de 1872-1876, en la que fue sitiada y bombardeada durante febrero y mayo de 1874. Y se había perdido la memoria de aquellos bombardeos terrestres. En 1937 la situación era ya muy diferente. Los primeros ataques aéreos sobre Bilbao habían comenzado en septiembre del año anterior y se fueron incrementando a medida que avanzaba la guerra. Los efectos sobre los habitantes de la ciudad eran muy profundos. A la situación de racionamiento imperante había que sumar la obligación de refugiarse de los bombardeos cada vez que había una alarma antiaérea. En algunos casos eran simples incursiones de reconocimiento -en Bilbao a dichos aviones franquistas que sobrevolaban la ciudad para reconocer el terreno se les llamaba los alcahuetes-, pero otras veces eran ataques en toda regla. La espera, tanto en un caso como en otro, podía llegar a ser interminable.

Los bombarderos eran lentos, iban en formación -por lo que hacían un ruido considerable- y tardaban mucho tiempo en recorrer el espacio a atacar. Los refugiados podían oír los motores de los aviones acercarse más y más y también cómo las bombas caían cada vez más cerca. Al salir la angustia era comprobar si la casa en la que vivían había sido alcanzada o no. O si ese familiar del que no tenían noticias -un hijo que no llega a tiempo al refugio designado, un hermano en un refugio menos seguro- había sobrevivido o no al bombardeo. La tensión acumulada estalló de forma violenta el 4 de enero de 1937 cuando, tras un bombardeo especialmente virulento de la aviación franquista, fueron asaltadas las prisiones de Larrinaga, El Carmelo, Casa Galera y los Ángeles Custodios, dejando un balance de más de 200 presos derechistas muertos.

Los ataques aéreos sobre Bilbao no cesaron hasta la toma de la ciudad, el 19 de junio de 1937, dejando numerosas víctimas entre mutilados y fallecidos, además de múltiples artefactos sin estallar que fueron apareciendo con los años.

En el caso que abría este artículo, sin embargo, la historia tuvo un final feliz, puesto que la bomba cayó sin detonar en un momento indeterminado sobre Bilbao entre septiembre de 1936 y posiblemente, febrero de 1937. Pudo ser incluso uno de los artefactos lanzados por los alemanes en el tristemente célebre bombardeo del 4 de enero de este último año, citado arriba.

La casa de la bomba La casa alcanzada fue el bloque de viviendas de la plaza de San Francisco Javier, en el bilbaino barrio de Indautxu, concretamente el tejado del portal número 3 de dicho inmueble. Este edificio era, en aquel entonces, uno de los más sólidos de la zona -urbanizada en aquella época con muchos chalés y casas bajas- y había sido construido tan sólo un par de años antes, concretamente entre 1934 y 1935, momento en el que comenzó a funcionar como edificio de pisos de alquiler de la empresa Larrea S. L. Esta compañía había sido creada por dos señoras mayores, hermanas y solteras, cuya familia había hecho fortuna en México años antes. Una vez regresaron a Euskadi, decidieron invertir su capital en el negocio inmobiliario, encargando a la constructora Prudencio, José y Compañía la construcción del inmueble. Las obras costaron un millón de pesetas de aquel entonces y como curiosidad, en uno de los pisos de dicho inmueble vivía el destacado dirigente de Acción Nacionalista Vasca Anacleto Ortueta. El edificio, de hormigón armado, fue considerado por los peritos del Ayuntamiento de Bilbao como seguro en caso de bombardeos y fue declarado refugio antiaéreo, sirviendo como tal durante las cada vez más numerosas incursiones de la aviación del bando sublevado. Durante uno de ellos fue cuando cayó la bomba sobre el tejado de la casa, sin llegar a explotar por los defectos en el sistema de detonación antes comentados. La presencia de la bomba en el tejado se descubrió cuando uno de los vecinos de la séptima planta se percató de que tenía humedades en el techo de su vivienda y le comentó a uno de los constructores de la misma, José Tápiz, que precisamente vivía en la misma vecindad, lo que le pasaba. José subió al tejado y se encontró el artefacto incrustado en la techumbre del inmueble. Una vez avisados los artificieros y desactivada la bomba, José Tápiz se quedó con la misma como recuerdo.

Esta bomba, guardada en la casa durante ochenta años en un armario, apareció hace unas semanas durante una limpieza que su nieto José María Tápiz -autor de este artículo- realizaba en la casa con motivo de unas obras. Cuando la vio, José María -que estudió la carrera de Historia- se puso en contacto con la Fundación Sabino Arana con intención de donarla. Y así dicha bomba ha pasado a formar parte del museo de la Fundación con la intención de que no se nos olviden estos pasajes de nuestra historia reciente.

Julián Tellaeche: crear, salvar y curar el arte

El pintor Julián Tellaeche se encargó durante la Guerra Civil de recorrer la geografía vasca no ocupada por los franquistas para identificar las obras de arte que debían ser salvadas antes de la invasión

Un reportaje de Javier González de Durana

‘Maternidad’, 1922-23. Óleo / cartón, 52 x 74 cm. Colección privada.
‘Maternidad’, 1922-23. Óleo / cartón, 52 x 74 cm. Colección privada.

Mañana se cumplen sesenta años del día en que el pintor Julián Tellaeche Aldasoro (Bergara, 1884) falleció en Lima (Perú), en la Nochebuena de 1957, en un exilio iniciado con el final de la Guerra Civil y que, tras residir en Francia, lo llevó al país andino en 1952. Pero también este año se cumplen ocho décadas de unas gestiones que, encargadas por el Gobierno de Euskadi, Tellaeche cumplió de cara a salvaguardar el patrimonio artístico de Bizkaia ante la entrada en este territorio de las tropas franquistas y el posible expolio o destrucción que estas pudieran cometer en su embestida bélica. Recordemos.

Tellaeche formó parte de la segunda generación de artistas vascos surgidos al calor de la modernidad que trajo la industrialización del País Vasco después de 1875. Esa generación fue la que presentó sus primeros trabajos en el contexto de las seis Exposiciones de Arte Moderno celebradas en Bilbao entre 1900 y 1910. De hecho, Tellaeche pudo mostrar cuatro de sus iniciales trabajos en la última de aquellas exposiciones, momento a partir de cual desarrolló una intensa actividad artística y socio-cultural, con exposiciones personales en Bilbao, Madrid, Bruselas, París, Estocolmo… En 1911 formó parte del grupo impulsor de la Asociación de Artistas Vascos, constituida en Bilbao, y en 1934 participó en la creación de la Sociedad Artística GU, fundada en San Sebastián, de la que al año siguiente fue nombrado presidente, y aportó pinturas para numerosas exposiciones colectivas que entre 1910 y 1936 difundieron el nuevo arte que se hacía en Euskadi.

Más allá de alguna escena portuaria de naturaleza industrial, el universo de personajes y escenarios de Tellaeche estuvo en el puerto de Lekeitio, pero sin especificaciones que identificaran esa localidad para que pudiera parecer cualquier pueblo de la costa vasca. De hecho, en muchas ocasiones los niños y maternidades que pintó no se basaban en personas halladas en los muelles o barcos como modelos por su aspecto, sino que lo eran su mujer y sus hijos.

Vidas duras Ello era compatible con la búsqueda o encuentro de sujetos que, llevados al lienzo, transmitían claras alusiones al hecho de haber llevado una vida de duro esfuerzo en altamar: rostros macerados por la humedad, pieles resecas como cuero por los vientos o agrietadas por la edad y el cansancio o mejillas enrojecidas a causa del vino tabernario… Casi siempre vistos en primeros planos, con la mirada dirigida al espectador y un punto interrogativo.

Tras ellos, habitualmente se eleva una proliferación de mástiles y velámenes en estrecha vecindad, ocultando el mar, para generar unos paisajes artificiales de cierto aire surrealista. La intensidad del cromatismo y la descripción levemente expresionista de los individuos plasmados en sus lienzos, unido a lo anterior, señalaban a un autor de singular personalidad artística.

Los hechos que vamos a recordar ahora se refieren a los sucedidos en torno a la evacuación a Francia de obras de arte que el Gobierno de Euzkadi consideró se encontraban en peligro, unos hechos en los que el pintor bergarés colaboró estrechamente con su amigo el también pintor José Mª Ucelay, este como director general de Bellas Artes nombrado por el lehendakari José Antonio Aguirre el 23 de octubre de 1936, y Tellaeche como conservador de Museos dentro de dicha Dirección General, cargo al que accedió meses después de haber recibido la encomienda por parte del Bizkai Buru Batzar del PNV de proteger el arte existente en las iglesias del País Vasco, tarea con la cual adquirió experiencia en la defensa del patrimonio artístico que resultó de enorme valor para las decisiones que el Gobierno vasco tuvo que adoptar y las gestiones que realizó, todo ello en cumplimiento del decreto de protección del “patrimonio artístico, cultural e histórico existentes en territorio vasco”, aprobado por el Gobierno el 12 de octubre de 1936.

Dado que el ejército franquista avanzaba desde Gipuzkoa, las primeras tareas consistieron en preservar los bienes situados en la muga oriental de Bizkaia: Zenarruza, Elgeta, Markina, Lekeitio, Mendexa, Elorrio…, tanto de iglesias como de palacios privados dotados con valiosas bibliotecas, colecciones de pinturas, etc. Aunque Tellaeche se incorporó oficialmente al organigrama del Gobierno a principios de enero de 1937, ya desde finales de octubre se dedicó a recorrer el territorio para señalar los objetos concretos que debían ser retirados para su protección. Ambos eran artistas, pero el reparto de tareas entre Ucelay y Tellaeche consistió en que mientras el primero se movía más en el terreno de lo político, el segundo lo hacía sobre el territorio real del país. También algunas residencias privadas en Getxo, lejos del frente, fueron visitadas para la retirada de bienes y, al examinar los nombres de los afectados, se encuentran los de aquellos que estaban vinculados a la Falange y la derecha conservadora como los de gentes cercanas al nacionalismo vasco y la adscripción republicana. No se advierte, por tanto, que en la selección hubiera afán de especial protección para unos y de anhelos de expropiación para otros, sino pura prevención.

Seguimiento en París Trasladados los bienes artísticos a Francia, tanto los destinados a ser mostrados en la Exposición Internacional de París, vía puerto holandés de Ijmuiden, como los recogidos para ser protegidos, vía puerto de La Pallice-La Rochelle, el tándem Tellaeche-Ucelay quedó encargado de su seguimiento y, paralelamente, de la presentación de parte de ellos en la sección vasca del pabellón español de la Exposición Internacional, en la cual se presentó el Guernica de Pablo Picasso.

A finales de marzo-principios de abril de 1937, Ucelay asumió oficialmente el comisariado de la sección de Euzkadi, se integró en el Comisariado General del pabellón y nombró a Tellaeche subcomisario, si bien había sido éste quien en febrero de 1937, junto con Jon Zabalo, Txiki, se ocupó de seleccionar las obras del Museo de Arte Moderno de Bilbao que se mostrarían en París.

A propósito del Guernica quiero aclarar una cuestión. En diversos textos publicados se afirma que fue Tellaeche quien planteó la idea de sustituir la pintura de Picasso por el Tríptico de la Guerra, de Aurelio Arteta. Ignoro de dónde procede esta absurda idea, pero como ya dejé demostrado hace un año en mi libro Guerra, exilio y muerte de Aurelio Arteta (1936-1940) esto nunca sucedió porque Arteta no lo hubiera consentido, porque esa decisión no correspondía al Gobierno de Euzkadi, sino al español, y porque el Tríptico de la Guerra ni siquiera estaba pintado aún, ni lo estuvo hasta muchos meses después de que la Exposición Internacional estuviera concluida.

Lo que sí se puede asegurar es que, en protesta por el previo bombardeo de Durango, el pintor de Bergara desfiló en la manifestación organizada por la Liga de los Derechos del Hombre que recorrió París, desde el cementerio Père Lachaise hasta la Place de la Republique, el 26 de abril de 1937, mismo día en que Gernika era atacada.

Asimismo, Tellaeche aparece en la fotografía tomada en el mes de julio ante el Guernica junto con José Antonio Aguirre, con motivo de la visita oficial de este último al Pabellón de la República junto con la comitiva integrada por José Gaos, comisario general del Pabellón; Rafael Picavea, delegado del Gobierno de Euzkadi en París; Antón Irala, secretario general de la Lehendakaritza; Pedro Basaldua, secretario personal del lehendakari, y Francisco Basterrechea, diputado del PNV y supervisor en la Delegación Vasca en París.

Tras concluir la Exposición Internacional, con parte de las obras mostradas en la sección vasca se organizó una exposición más pequeña para realizar una itinerancia por diversos paisajes europeos con un mensaje vasquista y propagandístico en torno a la cultura, al mismo tiempo que lo hacía también el grupo de bailes y canto Eresoinka, creado en septiembre de 1937. Con este grupo colaboraron varios artistas vascos, entre los que Tellaeche se encargó de la decoración y el vestuario, mientras sus dos hijos, “combatientes voluntarios del Ejército de Euzkadi”, se encontraban prisionero y enfermo uno, y desaparecido el otro.

Nombrado responsable del tesoro artístico vasco en el exilio, Tellaeche cuidó los 44 embalajes en que se guardaban las obras de arte sacadas de Euskadi y fue responsable también de devolverlas a partir de agosto de 1939. Museólogo y museógrafo, su tarea fue impecable y leal desde donde le correspondió estar.

En 1944 su hijo Ramón se trasladó a Perú, junto con su familia. El otro hijo, Alberto, quedó en Bilbao. Tras la muerte de su esposa, Carmen Vallet de Montano el 20 de julio de 1952, Tellaeche arribó a Lima, capital en la que se instaló, si bien a los cuatro meses de llegar a ella le confesaba a José Antonio Aguirre que “el ambiente de esta ciudad de mercaderes me asfixia y tengo la triste impresión de estar enterrado en vida. Como tengo la convicción de que nunca podré desarrollar aquí ninguna de mis actividades posibles, a poco que viva, mi ruina material es inminente y lo que es peor me temo que la siga paralelamente mi ruina moral. Total, que caigo en cuenta un poco tardíamente que abandoné la partida antes de tiempo, dándome por vencido, cuando en realidad lo único que me hacía falta era un reposo de unos meses”.

A pesar de sus negros augurios iniciales, Tellaeche fue contratado por la Unesco para crear y organizar la escuela de restauración de cuadros coloniales en el limeño convento de San Francisco, llegando a ocupar el cargo de director del Tesoro Artístico Nacional. No obstante, como ha venido sucediendo con tantos exiliados en América, artistas o profesionales de otros oficios, es poco lo que sabemos sobre los años vividos allí. Si los dieciocho meses mexicanos de Arteta revelaron un universo sorprendente, los cinco años de Tellaeche, con cargos y responsabilidades públicas, nos mostrarían la enorme capacidad de este artista para reinventarse mediante el trabajo creativo… y quién sabe qué más.

Un siglo del comienzo de la autonomía vasca

La convulsa situación política tanto en el Estado español como en el mundo de principios del siglo XX fue el escenario de los primeros pasos hacia la autonomía vasca

Un reportaje de Eduardo Alonso Olea

Los nuevos diputados nacionalistas de Bizkaia. La victoria del nacionalismo vasco en las elecciones de marzo de 1917 propició sin duda la campaña autonomista que acabó en 1919 con un rotundo fracaso, aunque se estuvo cerca.
Los nuevos diputados nacionalistas de Bizkaia. La victoria del nacionalismo vasco en las elecciones de marzo de 1917 propició sin duda la campaña autonomista que acabó en 1919 con un rotundo fracaso, aunque se estuvo cerca.

El 17 de diciembre de 1917, hace ahora cien años, a las 18.00 horas una delegación de las diputaciones provinciales de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, acompañada de varios parlamentarios vascos en Madrid, se presentó previa cita ante el presidente del Gobierno, el liberal Manuel García Prieto. El presidente de la Diputación guipuzcoana, Ladislao de Zavala, leyó ante el presidente mensaje, redactado por las Diputaciones en el verano anterior y que se había discutido con ayuntamientos y parlamentarios vascos, y conseguido un amplio respaldo.

En esencia el mensaje pedía las más amplias facultades autonómicas, se pedía al Gobierno que dentro de la legalidad más estricta y de la unidad de la nación española, adoptase y dictase, o propusiese a las Cortes, oyendo previamente a las diputaciones, las disposiciones legales necesarias para que reservándose el Estado todo lo concerniente a Relaciones exteriores, Guerra, Marina, Deuda pública, Aduanas, Moneda, Pesas y medidas y correos “dejase al país mismo, representado por sus organismos forales, la dirección de todos los demás servicios públicos”. El presidente del Gobierno, Manuel García Prieto, respondió asegurando el honor que le había correspondido y que sin dilación estudiaría el asunto en su Gobierno y sin poder avanzar nada puesto que no conocía el detalle del texto sí aseguró que, desde luego, algo las diputaciones sí podrían conseguir puesto que su Gobierno trataría con cariño la cuestión. Tras el acto, a cuya salida los diputados vascos se mostraron confiados en la labor del Gobierno y en sus posibilidades, el mensaje acabó en un ignoto lugar de los despachos de Presidencia de Gobierno.

Esta iniciativa, que tuvo un final decepcionante a principios de 1919, no se puede entender sin ver el contexto realmente confuso y problemático en que se desarrolló.

En efecto, el mundo estaba en guerra; la Primera Guerra Mundial seguía en su apogeo, a pesar de que los rusos, tras la Revolución de Octubre, la habían abandonado, pero se habían convertido en beligerantes los Estados Unidos. Los efectos de la guerra en las economías de los países en guerra fueron intensas, pero también lo fueron en las de los países neutrales, como fue el caso de España. Es cierto que algunos sectores, como el siderúrgico, el naviero o el bancario -con un centro relevante en Bilbao- estaban experimentando unos crecimientos y unos beneficios incluso fabulosos; pero el reverso de la moneda fue el gran incremento de los precios, no compensados por la insuficiente elevación de los salarios, lo que generó un gran descontento social. El resultado fue un movimiento revolucionario en agosto de ese año.

Pero además hubo una aguda crisis política. El sistema de la Restauración, configurado por Cánovas del Castillo en 1876, estaba en medio de una profunda crisis debido al agotamiento de los partidos turnantes y el descontento de sectores, como el militar, o de los nacionalismos, sobre todo el catalán, que pedían reformas sin demora.

Reintegración foral Y en medio de esta aguda crisis las Diputaciones que en marzo de ese año habían cambiado en su composición con mayorías nacionalista vasca en Bizkaia y carlista en Gipuzkoa y Araba, vieron la oportunidad para retomar una vieja aspiración.

Con la vuelta de los conservadores presididos por Dato, en junio, ante la amenaza revolucionaria, se suspendieron las garantías constitucionales y se impuso la censura de prensa. En Cataluña, la reacción fue convocar una Asamblea de parlamentarios, para el 19 de julio, en la que se trataron los temas tabúes del sistema: organización del Estado, autonomías, militares, etc.

La aludida vieja aspiración y que entró en ese momento en el escenario político no fue otra que la reintegración foral. Sin embargo, habían pasado 40 años desde la abolición foral y, la verdad, es que las nuevas fuerzas políticas como los socialistas e incluso los nacionalistas, por no decir de los dinásticos, no veían cómo se podrían reponer los viejos fueros. Era un parecer muy común decir que, en esos momentos, ya en pleno siglo XX, no se podía volver a situaciones previas a 1839 e incluso anteriores, sin que fueran reformados profundamente.

El mensaje fue producto de iniciativas desde las diputaciones, que se reunieron durante ese verano en varias ocasiones y asambleas municipales, en que no sin debates agrios, se llegó a un mínimo común denominador, en la idea de que el Concierto Económico y la autonomía administrativa no era suficiente; había que conseguir un nuevo sistema, dentro del Estado pero que diera amplias capacidades de gobierno. De hecho, como se puede ver en el mensaje se pretendía una gestión propia en educación en todos sus grados, beneficencia, obras hidráulicas, agricultura industria y comercio “y otros que no hay por qué detallar, en nada va en contra la soberanía del estado”. Por lo tanto, se conseguiría un autogobierno” en negativo”, es decir, todo lo que no estuviera en manos del Estado, y que se detallaba, sería competencia autonómica.

El texto fue fruto de un delicado equilibrio entre posturas tan diferentes como la de los socialistas, que querían asegurarse que no hubiera menoscabo en los derechos de las personas, con la de los nacionalistas, que insistían en la necesidad de una amplia autonomía haciendo la menor referencia posible a la unidad (del Estado, de la Nación) española, junto con los dinásticos que precisamente insistían en este aspecto y que no se pretendía aprovechar un momento de debilidad del Estado para conseguir ventajas, mientras los carlistas a veces insistían en la pureza foral, pero dentro de la unidad del Estado. En definitiva, fue un texto trabajosamente acordado entre las fuerzas políticas del momento, en un contexto de aguda crisis del país. Como dijo Hilario Bilbao -hermano de Esteban Bilbao- “la fórmula aceptada no era el ideal de todos los presentes, sino una fórmula que encaminaba hacia ese ideal”.

La inestabilidad política (entre abril de 1917 y diciembre de 1919 hubo diez gobiernos distintos), junto con los problemas entre las fuerzas políticas del país cuando se trató de precisar quién y cómo gestionaría esa posible autonomía, si los ayuntamientos o las diputaciones, o hasta que se consiguieran las instituciones autonómicas (una o trina) quién y cómo gestionaría su interinidad… en definitiva demasiadas incógnitas a despejar en un momento en que en el Estado se intentaba contentar a todos sin hacerlo a nadie, como así ocurrió.

Tras la entrega del mensaje en ese mes de diciembre, la sucesión de gobiernos hizo imposible avanzar en el proceso hasta que a fines de 1918 un gobierno Romanones retomó el asunto y, en la ola autonomista catalana, se constituyó una comisión parlamentaria dedicada a estudiar el problema de la autonomía, y dentro de ella una subponencia que preparó su propio proyecto de autonomía vasca. Pero los intentos de autonomía, tanto catalanes como vascos, fracasaron debido también a la crónica inestabilidad de los gobiernos españoles, y definitivamente cuando llegó en abril de 1919 un nuevo gobierno de Maura.

Lo que sí significó fue el comienzo de algo nuevo en el sentido de que se percibió que el regreso al pasado foral, ya en el siglo XX, era imposible. No se podía plantear seriamente recuperar unas Juntas Generales sin voto proporcional a la población, como ocurría en Bizkaia, o una exención militar -y en medio de la Primera Guerra Mundial menos todavía- por lo que se comenzó a plantear otra opción, una opción que, por una parte actualizara el régimen foral y, por otra, formara alguna institución supraprovincial -superase las tradicionales conferencias de diputaciones- pero en todo caso fue un comienzo. En la II República el intento volverá a cobrar forma, aunque no será hasta octubre de 1936, ya comenzada la Guerra Civil, cuando se consiga el primer Estatuto de Autonomía.

El profesor riojano de Franco que fue fusilado

El republicano Azcárate escribió en la cárcel de Larrinaga una carta a Ajuriaguerra en la que incluia otra misiva para su mujer antes de ser fusilado por orden de su discípulo en la Academia, francisco Franco

Un reportaje de Iban Gorriti

Los internos se solazan en el patio de la cárcel de Larrinaga. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
Los internos se solazan en el patio de la cárcel de Larrinaga. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

el lunes habrán transcurrido 80 años del fusilamiento de un teniente coronel riojano que formó parte del gabinete militar del presidente Azaña y que fue inspector del Cuerpo del Ejército Vasco. Se llamaba Gumersindo Azcárate Gómez y fue ejecutado a los 59 años por los golpistas el 18 de noviembre de 1937 en Derio.

Ejemplo de espíritu republicano demócrata hasta el momento de su muerte, ya se veía carne de cañón de los sublevados por un hecho curioso que merece la pena conocer. El nacido en Ezcarai el 28 de febrero de 1878 fue Jefe del Regimiento Ciclista de Alcalá de Henares. Al estallar la guerra española-italo-alemana del 36 fue ascendido a coronel y enviado a Bilbao, como militar profesional, para instruir a las milicias vascas. Azcárate conocía bien a Franco, golpista del que había sido profesor en la Academia Militar. “Conozco a Franco. Fue discípulo mío en la Academia. No me perdonará que le haya traicionado y me fusilará”, dejó impreso para la posteridad. Su premonición se acabó cumpliendo.

Aunque de La Rioja, sus antecesores procedían de Azkarate, pueblo hoy perteneciente al municipio de Araiz, Merindad de Iruñea, en la comarca de Aralar. El mismo día que le fusilaron escribió diferentes cartas en la cárcel bilbaina de Larrinaga, minutos antes de que los sublevados contra la Segunda República le asesinaran. Dos de ellas son las que más han trascendido. Una destinada a Juan de Ajuriaguerra para que le hiciera saber a su madre que iba a morir, y la otra a un amigo, Pedro Alás, agradecido por lo bien que le recibieron en un pueblo que no cita y que le nombró hijo adoptivo. Según una información de Iñaki Gorostidi, de la Asociación Laminiturri, a Sabino Arana Fundazioa, Azcárate también estuvo preso en El Dueso de Santoña, donde ingresó el 28 de noviembre de 1937.

Esta fundación bilbaina custodia la emotiva primera misiva. Azcárate saluda a un “querido Ajuriaguerra” y lamenta que “llegó lo que tenía que llegar. Dios lo ha querido. Bendito sea Dios. Ya sabe usted cómo muero; bien preparado: eso es lo esencial. No he dejado de ser leal un momento, y leal muero. Viva la República”, le remite al portavoz del PNV.

El militar le incluyó a continuación una carta dirigida a su mujer y le explica que debe enviarla a una dirección de Biarritz: a 39, Rue Peyroboubill. Antes, se despide de Ajuriaguerra y de “los cuatro que con usted están en la celda. Un abrazo fuerte también; mándeselo por escrito, para quien usted sabe. Muero queriéndole mucho; él bien lo sabe. Que no se olvide de mi mujer y mis nenas. Que los vascos tengan lo que se merecen. Un abrazo cordial, fuerte, fuerte, noble y leal de su buen amigo”.

Gumersindo le solicita que la epístola escrita a su esposa se la envíe con delicadeza por el fatal desenlace. “Mándesela a mi mujer, escribiéndola usted con cierta precaución, para que no reciba la noticia de repente”. El coronel de infantería se confiesa a su mujer. “Queridísima Presen de mi alma: Ten valor y serenidad. Yo te aseguro que estoy completamente tranquilo, satisfecho. He ganado la batalla definitiva; la salvación de mi alma. Dios me llama. Voy a él gozoso. Desde el cielo velaré por ti y por esas dos hijitas de nuestro corazón. Sabes que no he hecho más que bien en este mundo, quizás sea esto el premio a mi manera de ser… Besos, infinitos besos a nuestros dos tesoros, nuestras hijitas del alma. Que recen mucho por su padre y sed felices las tres. Yo lo soy al morir leal”, concluye.

Son diferentes las personas que han investigado y trabajado la figura de este importante personaje histórico. Alguno, incluso, ha llegado a confundir en fotografía su figura con la de Joaquín Vidal Muñarriz, en una imagen en la que este coronel muerto en 1939 comparte instantánea con el lehendakari Aguirre y Tatxo Amilibia, socialista que pasó a ser comunista. “El de esa foto no es Azcárate, es Vidal Muñarriz”, confirman especialistas a este periódico.

Reírse de la muerte La descripción que Rafael de Garate hacía de él en Diario de un gudari condenado a muerte comenzaba así: “Gumersindo Azcárate podría tener 55 años. Aparentaba 70. Canijo, senil, arrugado. Cuando hablaba se frotaba las manos, como pintan a los judíos”, quedó impreso. Garate aplaudía la lealtad de aquel militar a la República. “En contra de las órdenes del Capitán general de Madrid, se sostuvo y se salió con la suya”, enfatizaba.

Sin embargo, no era de su gusto y no se callaba: “El Gobierno Provisional y el Ejército de Euzkadi necesitaban de asesores profesionales. Madrid nos mandó algo, poco, y entre ellos el recién ascendido Coronel Azcárate. O el golpe al caer prisionero fue fuerte y se derrumbó, o su valía era muy pequeña. Fue Jefe Militar de la Casa del Gobierno de Euzkadi. Quizá me equivoque y machito fuera bueno, pero ahora, caído, con la cuerda al cuello, me daba la impresión de que aquel hombre era mucho menos que cualquiera de nosotros”.

El testimonio continúa. “Estoy harto de decirle: Camarada Coronel, que su amigo Franco no mata más que a asesinos. Usted nunca ha matado un pollo con todas las estrellas que tiene, ¿verdad? Pues, hala, a dormir tranquilo”, y los exabruptos sobre su persona se sucedían, como también recoge el portal Errioxa.com.

Meses más tarde acabó fusilado. Tal y como destaca Vicente Talón en un cuaderno de Memoria de la Guerra de Euskadi, Ajuriaguerra informó al lehendakari Aguirre, desde la cárcel de Larrinaga el 19 de diciembre de 1937, del siguiente modo: “Prometí a los coroneles Azcárate e Irezabal y a los comandantes Lafuente y Bolaños, a quienes pude visitar en capilla, que te escribiría comunicándote su fusilamiento. Con ellos fue fusilado también Arenillas”. Agregó que “fue verdaderamente emocionante ver lo firmes, serenos y tranquilos que estaban todos; más parecía que iban a una fiesta que a su ejecución, aquí es formidable ver a los chicos que bromean y se ríen de la muerte”.

Leal a la República El periódico jeltzale Euskadi dio la noticia del fusilamiento de Azcárate, “un militar que supo honrar el uniforme”. El tabloide imprimió que un requeté de “juventud salvaje e instintos cavernarios rugió: Que salga el teniente coronel Gumersindo Azcárate. Y el aludido con gran energía le contestó: ¿Cómo decís teniente coronel? Yo soy un coronel legítimo y leal al único Gobierno. Al de la República”. Entonces, según el rotativo, se ató los cordones de una de sus botas, mientras que con “extraña serenidad” fue despidiéndose de sus compañeros. Cuando hubo abrazado a todos les gritó con energía: “¡Viva la República!”.

Azcárate firmó su propia sentencia de muerte “con gran tranquilidad y preguntó al fascista: ¿Quién lo ha ordenado? El generalísimo Franco. Con un gran desprecio y al mismo tiempo con lástima, dijo: Decidle que le perdono. Confesó y comulgó y ante un grupo de fascistas manifestó una vez más su fe en la República”, informa Euskadi.

Frente a los sargentos de requetés que constituían el piquete encargado de fusilarles como honor fascista, el coronel Azcárate dijo: “En estos momentos es para mí un orgullo ser elegido de Dios”. Y cuando ya faltaban unos segundos gritó a los del piquete: “Rezad por mí como yo rezaré por vosotros ante el Juez Supremo”.