1945. La victoria escamoteada

El final de la Segunda Guerra Mundial fue un momento transcendental en la lucha contra el franquismo: se veía próximo su final. Esa esperanza se desvaneció muy pronto. Pero la memoria permanece

Reportaje de Iñaki Goiogana

En la primavera de 1945 en el rostro de los exiliados vascos, y cabe decir que en la de todos los antifascistas vascos, se dibujaba una amplia sonrisa. Una sonrisa que no era otra cosa que la expresión de una esperanza en la pronta solución al conflicto iniciado casi una década antes con la guerra de 1936. Efectivamente, era cuestión de semanas que los Aliados llegaran a Berlín (la discusión era sobre quién haría ondear antes su bandera, si los occidentales o los soviéticos) y con ello finalizara la más cruel de las guerras habidas jamás y comenzara una nueva era en la que, si bien no se acabaría con los odios, las guerras y las diferencias entre los grupos humanos, los conflictos se encauzarían por caminos más civilizados. Durante los seis años de conflicto, a la vez que se luchaba en los frentes, se teorizó muchísimo sobre la posguerra. Las cinco décadas del siglo trascurridas habían demostrado de sobra que las personas eran muy capaces de casi borrar la existencia humana de la tierra, pero ahora, cuando finalizaba el lustro más mortífero de la historia, era el momento para poner las bases de un futuro lo más justo posible. Justo en lo social y justo en lo político.

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Los vascos no fueron ajenos a estos esfuerzos que buscaban un mundo mejor para el futuro inmediato. Las revoluciones, tanto de derecha como de izquierda, habían demostrado su cruel naturaleza. La derecha en el poder dejó desde el mismo inicio de la guerra de 1936, un reguero de sangre, prisión, trabajos forzados, opresión, etc. Y de la izquierda, si bien no había gozado de poder en Euskadi, no eran menos conocidos sus métodos en práctica allí donde gobernaba, si bien el generoso esfuerzo del pueblo soviético en la guerra contra el nazi-fascismo ayudó mucho a disimilar los procederes comunistas. Eran, pues, tiempos de optimismo.

Entre los vascos quien mejor encarnaba el espíritu optimista era su lehendakari, José Antonio Agirre, quien el mes de marzo de 1945 realizó un viaje de varias semanas a Europa, tocando en su periplo Londres, París y la Euskadi Continental. Volvía a Europa después de su exilio americano de gran parte de la II Guerra Mundial.

No era un viaje muy común. Agirre cruzó el Atlántico traído por el ejército americano, quien, además de proporcionar el avión para el trayecto, puso a disposición del lehendakari un oficial del servicio americano de inteligencia, la OSS. En esta verdadera maratón de entrevistas que mantuvo Agirre, se reunió, además de con las distintas autoridades vascas partidarias, sindicales y del Gobierno, con personalidades republicanas españolas, como el antiguo presidente del ejecutivo español, Juan Negrín, e internacionales. Entre estas últimas cabe destacar la reunión tenida con Georges Bidault, ministro de Asuntos Exteriores francés, y miembro de la Resistencia, especialmente bien relacionado con el Gobierno vasco por ser miembro fundador de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos (LIAB) y por su militancia democristiana. En esta entrevista el lehendakari le comunicó a Bidault que el motivo de su viaje a Europa era “resolver, de acuerdo con las autoridades francesas, la situación de la emigración vasca, organizando al mismo tiempo los núcleos vascos alrededor del Gobierno de Euzkadi, para coordinar luego esta acción con las demás fuerzas democráticas peninsulares que combatían al régimen del general Franco”. Agirre manifestó al ministro galo que “los vascos estaban dispuestos a apoyar toda solución democrática que tuviera carácter de seriedad y aceptara la autonomía política del pueblo vasco”. Llegados a este punto, Agirre quiso aprovechar la entrevista para saber hasta dónde estaba dispuesta Francia a intervenir en la solución del conflicto peninsular, a lo que Bidault contestó: “Excepto la invasión, todo”.

Durante aquellos días y semanas, el lehendakari se reunió con otros líderes internacionales, y las respuestas que obtuvo fueron también parecidas, venían a coincidir en algo así como “preparen Vds. una solución moderada y unitaria a la dictadura franquista y nosotros daremos algún tipo de empujón para que ésta caiga”.

Aglutinar fuerzas Agirre, que no dejó de soñar con este momento y este género de respuestas desde que en junio de 1937 abandonara Euskadi expulsado por los franquistas, pisó el acelerador y se puso él mismo y, junto a él, todos sus colaboradores en la tarea de aglutinar a toda la oposición antifranquista, cediendo incluso en algunos puntos de su ideario nacionalista con el fin de lograr la ansiada derrota franquista. En aquellos meses finales de la II Guerra Mundial y comienzos de la posguerra, el lehendakari estuvo en México, donde se habían reunido los republicanos para recomponer las instituciones republicanas e hizo de hombre bueno entre las fuerzas españolas; estuvo en San Francisco en las reuniones de constitución de la ONU acompañando o, tal vez, llevando al Gobierno republicano, logró el Pacto de Baiona entre las fuerzas vascas, creó estructuras en el interior que representaban al Gobierno de Euzkadi como el Consejo Delegado, reunió a una serie de ilustres exiliados como Francisco Basterretxea en Buenos Aires a quienes pidió que redactaran planes y medidas para su inmediata aplicación en Euskadi nada más ser derribada la dictadura, etc.

Todo esto, además del esfuerzo desarrollado por las instituciones vascas a lo largo de la II Guerra Mundial. Efectivamente, desde nada más iniciarse el conflicto en septiembre de 1939, el ejecutivo vasco, a la vez que hacía suya la guerra y manifestaba que en realidad no era más que una continuidad de la iniciada en 1936, se ofreció desinteresadamente a los Aliados. Este ofrecimiento se sustanció en, por una parte, la colaboración de los servicios de inteligencia vascos con los Aliados, y, por otra, en labores de propaganda desarrollados en el Cono Sur. Además de estas labores de información y propaganda, hubo también intentos de crear unidades militares específicamente vascas que colaboraran en el esfuerzo militar. Así, una primera intentona que resultó fallida, fue la encabezada por Manuel Irujo en Londres, donde se propuso crear un batallón de fusileros marinos dentro de las fuerzas de la Francia Libre del general Charles De Gaulle, y otra, que tuvo final feliz, se sustanció en el batallón Gernika, integrado también en el ejército galo pero ya en suelo francés.

Embrión del ejército vasco El batallón Gernika fue una pieza muy importante dentro de los planes que el lehendakari trajo en la primavera de 1945 de América a Europa. Debía ser, junto a Euzko Naia, núcleos paramilitares organizados por el PNV en el interior, el embrión del ejército o de la policía vascos. Ambos cuerpos estaban pensados para que se encargaran, en caso de caída de la dictadura, precisamente de hacer que la transición del franquismo desembocara en una República moderada y federal con el mínimo coste en vidas humanas y pérdidas materiales. Esta fuerza debía prepararse y, de ser posible, entrar en combate contra el nazismo.

Meses antes del viaje del lehendakari a Europa, en agosto de 1944, al tiempo que era liberado Iparralde de la ocupación nazi, los consejeros Jesús María Leizaola y Eliodoro de la Torre encomendaron al comandante Kepa Ordoki que reuniera a todos los vascos encuadrados en el maquis que pudiera y formara con ellos un batallón a las órdenes del Gobierno vasco. Ordoki cumplió la orden y, meses más tarde, en abril de 1945, estos hombres entraron en combate en el Médoc, en las operaciones de eliminación de las bolsas de alemanes que habían quedado aisladas en la costa atlántica durante los combates seguidos para la liberación de Francia en el verano de 1944.

Pero aquella primavera de 1945, sin embargo, cuando finalmente los soviéticos izaron la bandera roja el 2 de mayo en el edificio del Reichstag y, una semana más tarde, Alemania se rindió incondicionalmente a los Aliados, empezaron ya a manifestarse síntomas que hacían presagiar que lo que era de justicia y parecía factible -una Europa democrática y socialmente avanzada, además de una Euskadi libre de la dictadura franquista- podría torcerse. Así, los soldados alemanes que se rindieron a los aliados occidentales no fueron desarmados hasta días más tarde cuando estuvo claro que los soviéticos, por el momento al menos, no iban a causar problemas. El 12 de abril de 1945 falleció el presidente estadounidense Roosevelt, siendo sustituido por Truman y en agosto se obligó a rendirse al Japón con el lanzamiento de dos bombas atómicas. Antes, en febrero, los anglo-británicos y los soviéticos se habían repartido sus zonas de influencia en el mundo. Es cierto también que se dieron los pasos para instituir la ONU, un organismo internacional ideado para dirimir los conflictos internacionales, que se promulgó la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que a la II Guerra Mundial, después de una inmediata posguerra terriblemente dura, le siguió un tiempo de oro para las clases menos favorecidas de la sociedad. Todos estas nubes y claros presagiaban lo que se conocería como guerra fría, con su continua amenaza de una guerra apocalíptica que habría dejado chicas las inmensas matanzas anteriores.

Esta guerra fría trajo consigo su peaje para Euskadi, el peor de los escenarios soñados por los exiliados. Haciendo realidad aquello de que es preferible lo malo conocido a lo bueno por conocer, los Aliados, comiéndose sus promesas, optaron por mantener erguida la dictadura franquista en lugar de tentar a la suerte con un sistema democrático que, supuestamente, habría podido desembocar en un Gobierno liderado por comunistas. Los planes para el futuro, los esfuerzos diplomáticos, la colaboración con los Aliados, el batallón Gernika, etc. quedaron, finalmente, en nada y la dictadura franquista desapareció con el mismo dictador, tres décadas más tarde.

La vida por un sueño Pero la primavera de 1945 estuvo llena de esperanzas y sueños. Uno de estos sueños frustrados fue, sin duda, el deseo de los hombres del batallón Gernika de luchar en tierra vasca contribuyendo a su liberación. Lo dieron todo, algunos gudaris incluso su vida, pero de poco sirvió. No pudo ser, o simplemente no fue por simples intereses geoestratégicos. Pero este sacrificio e injusto pago hace que su lucha deba ser recordada y no olvidada. Por ello, para traer a nuestro presente la gesta de aquellos hombres, se está rodando un documental que revivirá la historia del batallón Gernika. Para escenificar los exteriores de la batalla del Médoc se rodarán unas escenas en la batería de Punta Lucero, en la boca del Abra. De esta manera se unirá la historia con el deseo de aquellos gudaris. Se recreará la lucha en Médoc pero en Euskadi, en un lugar que seguro hubiera sido deseado por los miembros del batallón Gernika. De alguna forma, esta recreación simbolizará el nunca realizado desembarco aliado en la Euskadi dominada por la Dictadura del general Franco.

El ‘mal de la posguerra’ y el portero rojiblanco

Jesús María Echevarría ‘echeva’ fue un guardameta de una corta pero brillante trayectoria en las filas del Athletic

Un reportaje de Iban Gorriti

NO todo en la vida es fútbol, pero el fútbol sí es la vida de muchas personas. El año que viene se cumplen 50 años de la muerte de un futbolista. Falleció joven, a cinco días de sumar 46 años. Como su vida, su trayectoria deportiva fue corta, la de uno de los leones rojiblancos olvidados: José María Echevarría Ayestarán, Echeva. “Fue un hombre al que el mal de la posguerra le cortó de raíz la posibilidad de convertirse en uno de los porteros que el Athletic ha tenido a lo largo de su larga historia”, reivindica el vizcaino Carlos Aiestarán, autor del libro Echevarría, guardameta del Athletic Club 1938-1942 .

 

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Su carrera deportiva empezó en 1933, en el campo de Fadura y, posteriormente, en 1935 -tenía tan solo quince años de edad- jugó un torneo con los de Acción Católica de San Ignacio contra los Agustinos de Portugalete, el Patronato de Sestao, la Catequesis de Santurce, Acción Católica de Las Arenas, Acción Católica de Erandio y los Diablos Azules de Lamiako. Fue en este torneo donde Echevarría se reveló como portero de porvenir.

La trayectoria rojiblanca del arquero tuvo su debut en 1938 y escuchó los tres pitidos finales en 1942. Aquella última temporada fue la más desastrosa de la historia del Barcelona, club que volverá a verse las caras el próximo sábado contra el Athletic en el Camp Nou en la final de la Copa. A falta de una semana de tal acontecimiento, Aiestaran recuerda en la publicación citada que el Barça fue campeón de la Copa de 1942 y pocos días después le tocó jugar el partido de promoción de la Liga, logrando vencer y continuar en Primera División.

Aconteció hace 73 años y, aunque parezca increíble a día de hoy, el conjunto catalán conformaba el vagón de cola de la competición con la Real Sociedad y el Alicante. Contra todo pronóstico, el 21 de junio, el Barcelona, después de una dramática prórroga, superó al conjunto vasco. El equipo blaugrana se erigió de ese modo en el primer club en ganar el título de Copa después de la Guerra Civil. Las dos veces anteriores en las que se midieron los bilbainos y los catalanes fueron en 1920 y en 1932. En la primera ocasión, el Barça ganó el título por 2-0, y en la segunda, fue el Athletic quien por 1-0 levantó la copa gracias a un gol de Bata.

Orgullo rojiblanco José María Echevarría Ayestarán (Algorta, 1920 – Leza 1966) vistió la camiseta rojiblanca “con orgullo y amor” -apunta Aiestaran- desde poco después de la finalización del Torneo Amateur de 1937, organizado por el Athletic Club, hasta los prolegómenos de la temporada 1942-943, campaña en la que sufrió una grave lesión. El infortunio ocurrió antes de dar comienzo el campeonato de Liga, en un partido amistoso jugado contra el Oviedo disputado en el campo de Buenavista. Una posterior complicación pulmonar marcó el inicio del fin de la carrera de Echevarría e, incluso, de su vida. El antiguo seleccionador de España, José María Mateos, calificó al guardameta vizcaino como “un gran portero de corta, pero brillante, trayectoria”.

El del barrio algorteño de Alango comenzó a jugar en el campo Fadura y en 1934, según diferentes publicaciones, pasó a ser reserva del CD Guecho como portero. Dos temporadas después, pasó al Athletic y llegó a ser finalista de la Copa en la temporada 1941-1942 contra el Barcelona. Con el mismo equipo fue campeón de Liga y llamado en cinco ocasiones por el seleccionador de España para partidos contra Francia, Alemania, Italia y dos veces contra Portugal. Solo fue titular frente a los lusos en Lisboa el 12 de enero de 1941.

Su último partido como rojiblanco lo jugó en noviembre de 1942, además de tomar más adelante parte en algunos partidos de Liga. Incluso los medios deportivos de la época llegaron a anunciar su regreso a los campos junto al león también enfermo Patxi Garate, de Durango, esperanza que no se cumplió. Echeverría falleció habiendo conseguido el Trofeo Zamora en la temporada 1940-1941, en la que el Athletic quedó subcampeón de Liga.

Echeverría fue el tercero y único varón de los cuatro descendientes que tuvo el matrimonio compuesto por Hilario Echevarría, de Bermeo, y Eugenia Ayestarán, de Algorta. En 1936, con el golpe de Estado militar contra la Segunda República que conllevó a la Guerra Civil, Echevarría pasó de jugar en el equipo de Acción Católica de San Ignacio a ser el portero titular del Neguri, en juveniles. Acabaría recalando en el Guecho, y en el Athletic.

Jesús María Echevarría contrajo matrimonio el 11 de octubre de 1965 con Garbiñe Vitorica en Algorta. El 20 de junio de 1965 nació su quinta y última hija, Aintzane. Tan solo nueve meses después Echeva falleció, el 25 de marzo de 1966. Concluye Aiestaran para su recuerdo: “Sus fotografías aún a día de hoy ocupan un lugar destacado en establecimientos de Getxo, particularmente en los de Algorta”.

‘Flores de la República’ fusiladas en Pikoketa

Una columna de requetés tomó el caserío en las peñas de aia y fusiló y enterró a una veintena de jóvenes hace 79 años

Bernardo Usabiaga, tío del escritor Miguel Usabiaga y hermano del histórico Marcelo Usabiaga, en una fotografía tomada días antes de ser fusilado en Pikoketa. Foto: Familia Usabiaga
Bernardo Usabiaga, tío del escritor Miguel Usabiaga y hermano del histórico Marcelo Usabiaga, en una fotografía tomada días antes de ser fusilado en Pikoketa. Foto: Familia Usabiaga

HEMOS llegado tarde a la memoria de la Guerra Civil. Todos. Por ello, son necesarios libros que germinan como  Flores de la República. Los olvidados de Pikoketa  (Catarata, 2015), de Miguel Usabiaga (Donostia, 1961), para que se hagan realidad pensamientos como aquel de Nelson Mandela: “Siempre parece imposible hasta que está hecho”. Una vez hecho, gracias al esfuerzo y tesón del arquitecto guipuzcoano, queda para próximas generaciones los hechos tristes que acontecieron que en la madrugada del 11 de agosto de 1936, tan solo 22 días después del golpe de Estado militar español. Aquel día una columna de requetés que estaban en Oiartzun, tomaron el caserío de Pikoketa, en la falda de las peñas de Aia.

En el lugar, estaba una veintena de milicianos, jóvenes en su mayor parte, chicos y chicas. Los hicieron prisioneros, los fusilaron, y los enterraron en una fosa común, que permaneció secreta hasta 1978. En aquel caserío se alojaban, y desde allí, un alto que domina el valle de Oiartzun, hostigaban con tiros el paso de las tropas franquistas desde Lesaka a sus parámetros, donde acumulaban fuerzas para atacar Irun.

Eran, por lo tanto, los primeros días de la guerra, y porque esta aún o había mostrado su rostro terrible, y porque entre los fusilados había chicos y chicas de 16 y 17 años, como Pilar o Mercedes, esos asesinatos sin juicio, causaron conmoción en Irun. Estuvieron presentes en la mente del histórico comunista Marcelo Usabiaga, quien los mantiene intactos en su mente. Su hijo Miguel lleva años  volcado en dar a conocer y reivindicar no solo la biografía de su aita, sino de que sus libros como La vieja guardia, El alcalde de Floridsdorf o este Flores de la República remueva conciencias y plantee reflexiones. En esta última publicación, el corazón le lleva a personas como su tío Bernardo, hermano de Marcelo que los fascistas asesinaron. “Estoy vinculado a la restauración de la memoria, de la verdad mejor dicho, de lo allí ocurrido”, aporta Miguel.

Cada año los familiares se reuníamos, desde 1978, cuando se realizó la búsqueda y excavación de aquella fosa. “Era una manera de recaudar dinero para poner una corona de claveles rojos en su recuerdo. Nunca faltó esa cita del grupo. Fui conociendo quiénes eran los fusilados, y también los periplos, la vida tan dura que tuvieron tras la derrota casi todas las familias. Eran como un ejemplo a escala pequeña de lo que ocurrió a gran escala”, compara.

Sobre lo que ocurrió, el cómo ocurrió, circulaban historias orales: lo que se había comentando en Irun, lo que se supo por boca de alguno de los que consiguió escapar, como Arozena, o Colinas. “Y en un momento dado -apostilla Usabiaga hijo- quise cotejar esa historia oral, que era muy conocida en Irun por el impacto que causó entonces ese hecho, con lo que podía encontrar en los archivos, en la prensa de la época, una suerte de reto intelectual: a ver cuánta verdad es posible extraer con precisión científica de un hecho del pasado”.

Por otro lado, el autor premiado en diversas ocasión, también quería profundizar en ese microcosmos del que hablaba, las aventuras, exilios, cárceles, de las familias. Y sobre todo encontrar a las personas concretas que eran los fusilados, su carácter, sus ideas, sus sueños.

DEUDA MORAL Desde los barrotes de la memoria de Marcelo, desde su dolor, el hijo escritor cayó en la cuenta de que el padre tiene una deuda moral con aquel hermano al que una bala de ocio mató. “Siempre pensó que fue su ejemplo de hermano mayor el que animó a Bernardo a seguir sus pasos revolucionarios, en el sindicato de estudiantes, la FUE, y en la juventud comunista. Y ante el hecho fatal de su muerte, o asesinato, creo que se siente de alguna manera responsable, aunque fuera Bernardo a sus 17 años, libre de tomar y elegir ese camino de militancia”, transmite. Y esa carga, añade más afectividad y compromiso en Marcelo para todo lo que supone Pikoketa.

Esta vida casi centenaria de Marcelo Usabiaga no sería completa sin su mujer Bittori Bárcena. “Efectivamente, mi madre es otra gran luchadora, aunque por las circunstancias históricas, le haya correspondido estar en la sombra”, valora Miguel. Pero esa labor de las mujeres de los presos políticos de Franco, es a su juicio, “encomiable”, y hay que reconocerla. Eran tiempos en que solo ser novia o amiga de uno de ellos, significaba la reprobación social. “Ella, ellas, además se encargaban de alimentar la red exterior de solidaridad, de pasar mensajes de los presos, o de vender los artículos que los presos fabricaban y así recaudar un dinero que les permitía  no morirse de hambre. Era una forma de hablar de los presos, de dar a conocer su existencia”.

Eran tiempos en los que nada de eso salía en la prensa. Usabiaga hijo rememora una anécdota. “A la cárcel fue un famoso pianista, Iturbi. Cuando llega, los dos mil presos políticos lo rodean para recibirlo. Uno le dijo: “Somos presos políticos”. Iturbi quedó atónito, y exclamó, “¿políticos?”. “Ese era el clima del país, salvo a los muy conscientes, al resto no llegaban noticias, y las mujeres eran un eslabón clave. Ése fue también el papel de mi madre, en la sombra”, completa quien viste su libro con una cita de Gramsci  de prólogo: “La indiferencia es el peso muerto de la historia”, pues “la indiferencia no hace avanzar la historia en un sentido progresista”.

Un reportaje de Iban Gorriti

Entre Franco y Hitler pasando por Ybarnegaray

Se cumplen 75 años del internamiento de refugiados vascos en Iparralde en el campo francés de Gurs durante la II Guerra Mundial

HISTORIAS DE LOS VASCOS
Grupo de prisioneros vascos en el campo de concentración de Gurs. FOTO: Sabino Arana Fundazioa

ES difícil estudiar el internamiento de refugiados vascos en el campo francés de Gurs puesto que no existen prácticamente documentos sobre él. El Archivo de Gurs fue quemado el 24 de junio de 1940, poco antes de la llegada de los alemanes. El Archivo del Partido Nacionalista Vasco fue también destruido en la misma fecha en su sede de Villa Endara en Angelu (Lapurdi). Este internamiento duró poco, apenas un mes (del 18 de mayo al 23 de junio de 1940). Pero ocurrió en un período particularmente dramático: el 10 de mayo, Hitler había empezado una potente ofensiva militar en Bélgica, Holanda y Luxemburgo; además, los vascos estaban sin ninguna noticia de su presidente, José Antonio Aguirre, obligado a ocultarse en Bélgica a causa de la invasión nazi.

La redada de los refugiados vascos en mayo de 1940 y su internamiento en Gurs tenían un fundamento jurídico: el decreto del 18 noviembre de 1939 que estipulaba que “los individuos peligrosos para la Defensa Nacional… debían ser encarcelados en un centro”.

Pero esos fundamentos de defensa nacional eran también y, sobre todo, políticos. Iban en la misma línea que los Acuerdos de Burgos de febrero de 1939 entre el bearnés Léon Bérard, enviado por el Gobierno francés para negociar el reconocimiento del régimen de Franco por Francia, y el general Jordana, responsable de Asuntos Exteriores de Franco. Esta política encajaba también con las posiciones del Mariscal Pétain,  embajador de Francia en España desde marzo de 1939 al 18 de mayo de 1940, fecha en que fue nombrado vicepresidente del gobierno de Paul Reynaud.

Pero el principal y directo responsable de este internamiento fue Jean Ybarnegaray quien, desde el 10 de mayo de 1940, era ministro de Estado en este Gobierno. Bajo-navarro de Uharte-Garazi, había sido el indiscutible líder político de Iparralde, elegido y reelegido diputado desde 1914 hasta la Segunda Guerra Mundial. Se había declarado partidario entusiasta de Franco durante la Guerra Civil y, desde 1936, manifestaba una gran animosidad hacia todos los refugiados vascos republicanos.

el papel de Ybarnegaray En una entrevista suya publicada en el diario Paris Soir el 25 de mayo de 1940 el título resumía sus intenciones: Internaremos a los separatistas españoles establecidos en suelo francés. En la entrevista, daba a entender que José Antonio Aguirre había marchado “a la Bélgica ocupada y pudiera ser que a Alemania”. La entrevista terminaba así: “Muchos lazos comunes nos unen a la gran España para que no consideremos un deber comprenderla y ayudar a restablecer por encima de los Pirineos la tan hermosa y tradicional comunidad latina”. Estas declaraciones del líder de la extrema derecha francesa diciendo que el presidente Aguirre había pasado al bando de los alemanes distaban mucho de ser anodinas puesto que, en el contexto de la guerra, hacían correr riesgos muy graves no sólo al presidente Aguirre sino a todos los refugiados vascos en Francia.

Comentando más tarde este episodio, el lehendakari Aguirre calificaría a Ybarnegaray en su libro De Guernica a Nueva-York pasando por Berlín de “mal vasco” y “Quisling vasco”, haciendo referencia al político noruego a sueldo de los nazis que fue jefe del gobierno de su país después de la ocupación alemana.

Las declaraciones de Ybarnegaray a la prensa parisina ratificaban lo que estaban viviendo los refugiados vascos desde hacía una semana. En efecto, del 18 al 25 de mayo de 1940, 570 de ellos fueron internados en el campo de concentración bearnés de Gurs.

Los documentos del Archivo del departamento de  los Pirineos Atlánticos en Pau muestran que del 18 de mayo al 1 de junio el prefecto de este departamento informó varias veces al ministro del Interior pero también directamente a Jean Ybarnégaray, quien había insistido en seguir casi cada día el desarrollo de este asunto.

los dirigentes del PNV José Antonio Durañona cuenta en su libro Cien momentos para la libertad que estas medidas represivas no dejaron de sorprender al subprefecto de Baiona, Pierre Daguerre, “un hombre recto, de una corrección exquisita”. Este último “sugirió” a los representantes del Gobierno vasco, a los responsables políticos, a los sacerdotes y a las personas de edad avanzada que aceptaran el traslado de su residencia, al departamento de la Sarthe, a seiscientos kilómetros de Iparralde. Durañona escribe: “La reacción de los dirigentes del PNV y de STV fue unánime y todos optaron por ser internados en Gurs y rechazaron la posibilidad de un alejamiento; querían seguir la suerte de sus compatriotas.”

Así pues, como en Santoña en el verano de 1937, el estado mayor del PNV se mantuvo junto a sus afiliados y compartió su suerte.

Una veintena de sacerdotes fueron alejados a Sées (departamento del Orne).

redada e internamiento ‘étnicos’ Del 18 de mayo al 1 de junio, 570 vascos fueron arrestados por los servicios de policía y  la gendarmería: algunos en su domicilio y otros en su lugar de trabajo en Angelu, Miarritze, Donibane Lohitzune, Hendaia, pero también en Oloron  (Béarn) y en Tarbes (Bigorre). Noventa fueron arrestados en el hospital de La Roseraie, en Bidarte, y en su anexo del Castillo de Ilbarritz donde eran atendidos.

Se puede constatar que a menudo, al menos en Francia, se hace la crítica a los vascos de tener “comportamientos  étnicos”. Pues, se debe subrayar que esta redada de 1940, decidida y efectuada por el régimen de la Tercera República llegando a su fin, respondió a consideraciones étnicas, puesto que los que fueron arrestados eran exclusivamente vascos. La mayoría de los internados era del PNV pero había también militantes de ANV y del sindicato  obrero ELA-STV. Había también socialistas, comunistas y anarquistas. José Antonio  Durañona recuerda a otros nacionalistas internados como él: “Recuerdo a Tomás de Epalza, a su hermano Txomin, Manu Egileor, Alfredo Ruiz de Castaño, Martín Pérez de Anuzita, Nico Otxandiano, Luis Vilallonga, Luis Sesé, Estanis Moraiz, Juanón Kareaga, el EBB en pleno, Luis de Arregi, Eli Etxeberria, Luis Arredondo, Ander Bereziartua, Agirregoitia (del Comité Nacional de STV), Abilio Iza y Perico Ormaetxea… Entre los colaboradores del Gobierno vasco en Baiona, Perico Beitia, los hermanos Mitxelena, los hermanos Agesta… un grupo de baztandarras, acaudillados por el alcalde del Valle de Baztan, Timoteo Plaza…”

La estancia en el campo de Gurs  El campo de Gurs se hallaba en Béarn, pero apenas a unos kilómetros de la frontera con Xiberua. Había sido construido en mes y medio, entre marzo-abril de 1939. Miles de vascos y de republicanos españoles habían pasado por allí, después de la caída de Catalunya en manos de los franquistas pero, a principios de mayo de 1940, quedaban menos de un centenar.

El historiador del campo de Gurs, Claude Laharie escribe: “Estos hombres vivieron en el sector C durante cerca de un mes. La corta duración de su internamiento no les permitió manifestar actividades originales. Los días se pasaban en el exterior de los barracones, paseando y hablando de sus cosas, por lo que la estancia hubiera sido soportable sin la constante angustia que les embargaba al pensar en el futuro. ¿Se les entregaría a Franco? ¿Contemplaba la administración francesa medidas de liberación?¿ Alcanzarían Gurs las tropas alemanas?”

Casi exactamente lo mismo dice José Antonio Durañona: “Pero lo peor de todo fue la intranquilidad de no saber qué es lo que iba a ser de nosotros; el avance alemán continuaba, y temíamos que cualquier día se presentaran en el campo los nazis…”

El final del internamiento Por fin, el 23 de junio de 1940, los vascos pudieron dejar el campo de concentración. ¡Ya era hora! Los nazis ya se encontraban cerca de Burdeos y tres días después llegaron a lparralde. Fue el capellán del campo Iñaki de Azpiazu -llegado al campo por propia voluntad- quien negoció con el comandante del campo la salida de los vascos de este. Este último, a medida del avance de los alemanes, se mostraba más laxista.

Aquellos que tenían un domicilio y contaban con medios materiales para satisfacer sus propias necesidades pudieron abandonar el campo en la confusión nacida del armisticio entre el Gobierno de Pétain y el Reich alemán (22 de junio). Algunos se reencontraron en Lapurdi con sus familiares y amigos. Otros trataron de embarcar hacia América del Sur (Chile, Venezuela y Argentina, principalmente) o Inglaterra. Muchos de los que no partieron formarían parte meses más tarde de la Resistencia contra los nazis.

Apenas quedaron un centenar de vascos en Gurs. A finales de junio fueron transferidos al campo de Idron (cerca de Pau) y, más tarde, al campo de Agde (departamento de Hérault).

En cuanto al campo de concentración de Gurs -que constituye una página poco gloriosa de la historia contemporánea de Francia- iba a conocer un destino  infinitamente más trágico: sería el campo judío, de donde partirían -para no volver- 3.907 judíos destinados al campo de la muerte de Auschwitz.

El autor
Jean-Claude Larronde (Baiona,1946) es abogado emérito del Colegio de Baiona. Es doctor en Derecho por la Universidad de Burdeos, diplomado por el Instituto de Estudios Políticos de Burdeos y titular de una licenciatura en Historia por la Universidad de Pau.

Los vascos en los campos de exterminio

Un centenar de antifascistas de Euskadi fue apresado en Mauthausen,  lugar  de muerte liberado hace 70 años exactos

 Prisioneros de Mauthausen saludan a la 11ª División Acorazada de los EE.UU. por su liberación. Foto: DEIA

Prisioneros de Mauthausen saludan a la 11ª División Acorazada de los EE.UU. por su liberación. Foto: DEIA

A 70 años de la liberación por parte de las tropas aliadas de la cantera nazi, del campo de concentración austríaco de Mauthausen, aún ayer supervivientes de la mayor trituradora de Europa tuvieron el valor de vestirse con el gorro, chaqueta y triángulo de reo de los nazis. Así , por ejemplo, lo hizo un polaco, que se emocionó ante la placa que recordaba a su padre asesinado en aquel almacén de humanos.

Un total de 150 personas procedentes del Estado, entre ellos vascos, ha viajado con la asociación Amical de Mauthausen al lugar donde fueron apresados 97 vascos de forma oficial, y otros cuatro “no oficiales”. De los primeros solo salieron vivos 31. De los cuatro no oficiales sobrevivieron dos.

Entre ellos, logró salvarse del genocidio Marcelino Bilbao, de Alonsotegi, quien falleció el pasado 26 de enero y fue una de las cobayas de Aribert Heim, más conocido como el Doctor Muerte, quien inoculó a 30 presos líquidos tóxicos directamente al corazón. “Me pinchó en el corazón y se veía cómo el líquido azul subía por la piel y cuando llegaba hacia el cuello te dejaba paralizado. Al de días, me explotó la cara con sangre podrida”, recordaba quien fue miliciano de la CNT en el Eusko Gudarostea y que ya desde el momento de nacer vivió cerca de la muerte: sus padres biológicos le tiraron al río de Alonsotegi, de donde fue rescatado por vecinos.

Junto a él, también sufrieron el odio nazi el vizcaino Ángel Elejalde. Narraba Marcelino Bilbao en el documental Esclavos vascos del III Reich (2000) que Elejalde era un hombre de 105 kilos de peso que se quedó en 45 en Mauthausen. “Me dejó recado de que si moría dijera a los suyos que había muerto sin doblar la espalda ante Franco”, aportaba testimonio el anarquista.

Además, en 2009, falleció José Mari Agirre Salaberria, otro de los supervivientes, nacido en 1919 en Markina. También libertario, Agirre se fugó mientras era conducido al citado campo de Ebensee -satélite del de Mauthausen- cuando llegaban las tropas estadounidenses para la liberación: “Los SS amaban a sus hijos, escuchaban a Wagner y calculaban cómo era más rentable y rápida nuestra eliminación”, solía denunciar.

Esta semana, el PNV ha tenido un recuerdo para Marcelino Bilbao (CNT) y “para su íntimo amigo, Juan José Jausoro, gudari del Batallón Gernika, fallecido el 14 de abril de 1945 en la liberación de los nazis de la Pointe de Grave, en el norte del Medoc”, han valorado portavoces de la formación jeltzale.

Un superviviente de Ebensee, ayer, ante la placa que recuerda a su padre muerto allí. Foto: Bixente Carrasco
Un superviviente de Ebensee, ayer, ante la placa que recuerda a su padre muerto allí. Foto: Bixente Carrasco

“Es justo y necesario recordar la injusticia sufrida por aquellos vascos de diferentes ideologías (abertzales, socialistas, anarquistas o comunistas) que tuvieron que abandonar Euskadi tras el triunfo de la sublevación franquista y fueron agrupados en el campo de Gurs, en el Bearn francés, para después secundar el llamamiento del Gobierno de Euzkadi en el exilio para apoyar a Francia, movilizándose en la fortificación de la Línea Maginot. Junto a cientos de refugiados republicanos, estos vascos fueron trasladados a la fuerza por los nazis a fábricas de explosivos en Estrasburgo, y después internados en Mauthausen o Dachau”, señalan.

A juicio del PNV, los nombres de todos aquellos gudaris y milicianos deben “permanecer en la memoria de la sociedad vasca como ejemplos de una generación que sufrió los mayores horrores inimaginables, pero que supo luchar con dignidad contra las dictaduras”, concluyeron.

holocausto nazi Estos días, más de 150 personas de todo el Estado participan en los actos conmemorativos del 70 aniversario. Desde aquel lugar ayer comunicaban que “son pocos los testigos que quedan vivos y en condiciones de viajar de aquellos 10.000 republicanos que huyendo de los verdugos franquistas fueron a dar con el maltrato francés para caer después en manos de los aún peores, por lo sofisticado, verdugos nazis”.

Los presentes en los campos de Mauthausen y de Ebensee transmiten que todos los años tiene lugar en el primer lugar un desfile que posiblemente sea único en el mundo porque “puede verse de un solo vistazo (y sin que haya mayor incidente) a una delegación de los marines de Estados Unidos, una delegación húngara, una polaca, una turca y una kurda. ¿Y qué podemos decir de anarquistas escandinavos junto a soldados de Bosnia-Herzegovina, el embajador israelí y la embajadora de Cuba?”

En algún lugar de aquellos muros en estos días de memoria aún se pueden leer o se recuerdan los nombres de Marcelino Bilbao, Jose Mari Agirre, Ángel Elejalde o Juan José Jausoro, vascos en los campos de exterminio.

Un reportaje de I. Gorriti