Cárcel de Larrinaga, la memoria cautiva

La sociedad Aranzadi inaugura en Ondare Aretoa, de Bilbao, una muestra especial sobre esta prisión histórica

HISTORIAS DE LOS VASCOS

Recuerdo que fui un día de Reyes a la cárcel de Larrinaga. Yo tenía unos ocho años. Sería 1948. Íbamos a visitar a mi tío Enrique Gorriti. Se me quedó grabado en la mente. Se subía unas escaleras y entrabas a un recibidor. Vi a mi tío a una distancia de unos dos metros. Y entre él y yo había rejillas. No nos dejaban tocarles, estar con ellos. Lo más curioso es que nosotros volvíamos a casa todo contentos porque los franquistas nos habían dado juguetes. Para un niño de esa edad, un franquista puede llegar a ser bueno… Lo que es la inocencia…”, evoca Juan Esteban Gorriti, hijo de gudari del batallón Enlaces y Transmisiones, y sobrino de Enrique Gorriti, teniente del batallón Pablo Iglesias de UGT detenido en Bilbao por intentar reorganizar el PSOE en la capital. Juan Esteban además es familiar de Rosendo Lozano, como Esteban y Enrique, soldados del Euzko Gudarostea del lehendakari Aguirre. Lozano era del batallón comunista Perezagua.

Aquella cárcel que Esteban Gorriti conoció de niño y que continúa abierta en los barrotes de su memoria, a día de hoy no existe. Sin embargo, gracias al empeño de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y el apoyo de la Diputación de Bizkaia, mañana inauguran una excelente exposición sobre la Cárcel Provincial de Bilbao, más conocida como cárcel de Larrinaga (1868 a 1968) en Ondare Aretoa (calle María Díaz de Haro, número 11). Permanecerá abierta al público un mes, hasta el 26 de febrero. La exposición lleva por título La memoria cautiva. Encoge a quien la visita. DEIA se ha acercado a la instalación. Es una joya. Recrea una celda de aquel edificio que se ubicaba en los solares del hoy Grupo de Viviendas Garamendi, de Viviendas Vizcaya, en la zona de la calle Fika y Zabalbide. También muestra un garrote vil que existió en el patio del centro penitenciario. Esta reconstrucción tiene una anécdota. La pieza férrea que serviría para apretar la garganta al preso y acabar con su vida es la que aparece en la película Salvador, del director catalán Manuel Huerga. “Ellos nos la han dejado”, explica JImi Jiménez, técnico de Aranzadi.

Así, en esta muestra se recopilan, por primera vez, informaciones en sus diferentes formatos sobre esta cárcel de Bilbao. La génesis de esta institución hay que buscarla hacia 1868, fruto de la necesidad de surtir al territorio de Bizkaia de un centro de reclusión que sustituyese al ya obsoleto sistema penitenciario que existía en el Señorío. Cien años después, en 1968, Larrinaga desaparecería para siempre del paisaje bilbaino. Los nuevos tiempos y la construcción de un nuevo y cercano centro penitenciario en Basauri hicieron que el solar ocupado por la centenaria y vetusta cárcel contribuyese rápidamente al emergente urbanismo de la villa. Hacer un recorrido por su historia es como bucear en una memoria cercana. La cárcel de Larrinaga nació en el siglo XIX dispuesta a aguantar todos los envites de la historia, muchos de ellos marcados por los diferentes sistemas de gobierno. Desde las monarquías decimonónicas hasta férreas dictaduras, pasando por una muy breve república e, intercalados, diferentes episodios bélicos.

SECUESTRO DE LIBERTADES Por su recinto pasó entre 1873 y 1967 un nutrido grupo de personajes ilustres, al mismo tiempo que innumerables personalidades anónimas. Es cierto que el colectivo político fue muy diferente durante los cien años de Larrinaga. “Las detenciones y condenas sufridas por carlistas, abertzales, izquierdistas, derechistas, independentistas o sindicalistas, en definitiva, mujeres y hombres, tanto comunes como políticos, mantuvieron una uniformidad por el secuestro de sus libertades”, valoran desde Aranzadi, desde donde se estima que “es precisamente el conocimiento de todo ello lo que contribuye a que una sociedad sea más libre”.

La exposición recoge objetos cedidos por las familias de presos de la Guerra Civil y franquismo. “Mi padre -explica Gorriti- quedó cojo, en una pierna solo le quedó el hueso. Dijo que antes de que se la cortasen, prefería morir. Él estuvo como esclavo de Franco en Almendralejo. Mi tío era el de Larrinaga. De hecho, cuando venía Franco a Bilbao, él sabía que tenía que ir a la cárcel, preso, mientras estuviera el dictador”.

Un reportaje de Iban Gorriti

99/22 Spassk, marinos vascos en el gulag

A juicio del historiador y archivero ruso A. V. Elpátievsky, el destino de los marinos es uno de los menos claros en la historia de la emigración republicana en la Unión Soviética. Catorce de ellos eran vascos


EL 23 de enero de 1947, Agustín Llona escribía esta carta a su familia desde un lugar llamado Espasca: Los españoles que nos encontramos en este campo de internados llevamos cinco años sin noticia alguna de nuestros familiares y a nuestros familiares supongo que os habrá sucedido cosa por el estilo a pesar de nuestros esfuerzos por comunicarnos. Llevamos diez años no pudiendo conseguir nuestra repatriación y los cinco últimos esclavizados, si no fuese una cosa tan delicada para un país que pregona tanto el bien hace mucho os habrían pedido nuestro rescate.

El campo de concentración de Spassk se encontraba cerca de la ciudad de Karagandá, en la república soviética del Kazajistán, donde las tempestades de nieve eran de tal magnitud que los presos cavaban túneles para poder comunicarse entre las barracas. Uno de estos presos, durante casi veinte años, fue Agustín Llona Menchaca, nacido en el caserío Chomin Chuena de Urduliz tal día como hoy, el 24 de enero de 1908. En su Hoja de servicios del personal de la Marina Mercante, consta que embarcó en Valencia como primer maquinista del vapor Conde de Abasolo, el 9 de enero de 1936: Cargamento de carbón Cardiff-Cartagena y Theodosia Cartagena y fruta de Valencia. Odessa. Desembarcado y hospitalizado en Odessa el 23.4.1937 por enfermedad y sin posibilidad de regresar a su patria España en contra de su voluntad hasta el 22.10.1956.

Tras su hospitalización, Agustín Llona residió en la casa infantil de Odessa, bajo un régimen de libertad vigilada al igual que un grupo de marinos mercantes, en su mayoría del Cabo San Agustín, que en 1939 había quedado bloqueado por orden de las autoridades soviéticas en Feodosia (Mar Negro). Alicia Alted Vigil, en su estudio El exilio español en la Unión Soviética, asegura que a estos marinos se les ofreció la posibilidad de regresar a España o permanecer en la URSS. Las autoridades soviéticas devolvieron a España vía Turquía a la mayoría de sus miembros antes del final de la Guerra Civil, pero a juicio de la investigadora Luiza Iordache los titubeos franquistas y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, imposibilitaron que se encaminasen todas las repatriaciones solicitadas. Finalmente, Lavrenti Pavlovich Beria, comisario del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), ordenó el 26 de junio de 1941 el internamiento de los marinos españoles en el campo de concentración número 5110/32 de Norilsk, cerca del Círculo Polar Ártico. La negativa de los marinos a aceptar permisos de residencia en sustitución de sus pasaportes nacionales y el rechazo mostrado por el grupo a trabajar en la Unión Soviética pudieron influir en esta decisión, ya que ambas actitudes eran juzgadas como antisoviéticas.

De cárcel en cárcel Los marinos llegarían a Norilsk en octubre de 1941, tras un interminable recorrido por cárceles como la de Jarkov y Novosibirsk y campos de concentración como el de Krasnoiarsk. En Norilsk, fallecerían los marinos vascos Eusebio Olarra Basarrate y José Azcueta Echevarría, que se suicidó el 31 de diciembre de 1941. Secundino Serrano, en su libro Españoles en el gulag, reseñado en este mismo periódico por Yuri Álvarez, destaca que Julián Zarragoitia Bilbao fallecería en septiembre de 1942 en el campo de Krasnoiarsk, cuando los marinos completaban la ruta inversa que los conduciría finalmente al complejo de campos de concentración de Karagandá, donde llegarían entre el verano y el otoño de 1942. En noviembre se les unirían el grupo de aviadores españoles de Kirovabad y el maestro Juan Bote García. Posteriormente, en marzo de 1943, serían trasladados al campo de Kok-Usek, ubicado entre Karagandá y Spassk, donde los aullidos de los lobos que merodeaban por las alambradas del campo en busca de comida los mantendrían despiertos noche tras noche. Infracciones como el robo de tres patatas o de un trozo de pan eran castigadas con prisión. Como medida de castigo se les proporcionaban 100 gramos de pan y un plato de sopa de agua sucia con coles como único alimento, una vez cada tres días.

Agustín seguía enviando misivas desde la estafeta postal 99/22 Spassk: Desde que terminó la guerra no paran las autoridades locales de prometernos nuestra repatriación a plazos cortos que nunca se cumplen, menos mal que del campo ya últimamente sale la gente para sus patrias por las que podréis tener noticias nuestras, e incluso a nosotros, pero temo que no sea así y que pretendan liberarnos a alguna ciudad dentro de Rusia, por lo que os rogamos hagáis lo que esté de vuestra parte para conseguir nuestra repatriación. En efecto, los testimonios proporcionados por el repatriado ingeniero francés M. Francisque Bornet, o la francesa Madeleine Clement, confirmaban que aún quedaban ciudadanos de la República Española encerrados en los campos de concentración soviéticos. En marzo de 1948, el Movimiento de Liberación de España de la Confederación Nacional del Trabajo (MLE-CNT) publicaba en Toulouse ¡Karaganda! La tragedia del antifascismo español. Por su parte, la Federación Española de Internados y Deportados Políticos (Fedip), con residencia en Francia, iniciaba una campaña internacional en la cual solicitaba al secretario general de la ONU, Trygve Lie, que se movilizase en favor de la liberación de los presos republicanos en la Unión Soviética. En Karaganda fallecerían los marinos vascos Guillermo Díaz Guadilla, Elías Legarra Bolumburu, Antonio Echaurren Ugarte, Secundino Rodríguez de la Fuente y la maestra Petra Díaz de Cuesta y Alonso.

La Fedip envió el 21 de enero de 1948 una misiva al presidente del Gobierno de Euzkadi en Francia con el objetivo de que su Gobierno en el exilio fijase públicamente su disconformidad por el incorrecto proceder de parte de las autoridades soviéticas. Así mismo, solicitaban al lehendakari Agirre que su Gobierno rompiese toda relación oficial con el Partido Comunista de Euzkadi. José Antonio de Aguirre les comunicó que ya habían intervenido hacía tiempo sobre el caso de Agustín Llona, sin obtener resultado alguno al respecto. En ningún momento hizo mención a la posible afiliación de Agustín al PNV, pero su hermana Dolores, en una carta enviada a José Ester Borrás, secretario de Información de la Fedip, afirmaba tal y como consta en los archivos de esta organización depositados en el International Institute of Social History de Amsterdam (IISH) que: Jamás le oímos hablar de política únicamente se distinguía en sus conversaciones como un defensor de los derechos humanos, precisamente de los que con ironía le priva el destino.

“Farsa”, según el PCE La Diputación Permanente de las Cortes españolas, reunida en dos ocasiones en París, acordó trasladar oficialmente la cuestión de los internados al Gobierno republicano en el exilio a pesar de las afirmaciones vertidas por dirigentes del Partido Comunista Español (PCE) como Antonio Mije que no dudaban en calificar como una farsa el tema de Karagandá. El 22 de mayo de 1948, coincidiendo con la celebración de esta segunda sesión, se inició el traslado de los supervivientes españoles a Odessa, donde fallecería José Pollán Ozaento en 1949. La intención era liberar a los supervivientes entregándolos al consulado franquista en Estambul (Turquía), como ya había sucedido anteriormente con el otro grupo en junio de 1939, pero la Fedip acusó al PCE de impedir la liberación del grupo. Tras rechazar la única posibilidad que les ofrecieron las autoridades, consistente en firmar una carta publicada posteriormente en el diario Trud (órgano de los sindicatos soviéticos), que implicaba su compromiso a residir en territorio de la URSS y aceptar posteriormente la nacionalidad soviética, la situación de Agustín Llona volvería a complicarse.

Tal y como relata Luiza Iordache en su libro Republicanos españoles en el gulag (1939-1956), mientras permanecían en Odessa el maestro Juan Bote García, el piloto Francisco Llopis y el propio Agustín Llona conformaron una comisión que se presentó frente al capitán Wilner para mostrar su indignación ante un artículo publicado por la revista Temps Nouveaux (la edición del diario Trud de Moscú). En el artículo titulado Impudence des ennemis du peuple espagnol, firmado por N. Miklachevski, se afirmaba que los republicanos españoles que habían llegado a la Unión Soviética y se habían quedado en su país, nunca habían sido internados ni detenidos en los campos. En junio de 1949 serían recluidos en la cárcel de Odessa y meses más tarde, en febrero de 1950, se dictó la sentencia que estipulaba una condena de 25 años de destierro para todos ellos, tal y como consta en los archivos de la Fedip.

En este último emplazamiento en Vozdvizhenka (Siberia), nacerían Isabel y Dolores; las dos hijas de Agustín Llona y su esposa Agnesa Markel Franz, natural de Zarrekovich (Crimea), también prisionera en Rusia alrededor de veinte años. Juan Bote, que permanecía soltero, así como los otros dos condenados con sus respectivas familias, compartían una habitación en un barracón de madera, separados por grises cortinas que se corrían de noche y se abrían de día para facilitar la vida en común. En el exterior, una inmensa explanada repleta de nieve.

El 22 de octubre de 1956, Eleuterio esperaba la llegada al puerto de Valencia de la segunda expedición de la motonave Krym, en la que viajaba su hermano Agustín. Tal y como narraron las crónicas de la época en el diario Imperio, el primero en desembarcar a las 2.35 de la tarde, fue Isaías Albistegui Aguirre, de treinta y dos años y natural de Eibar, mientras sonaban en los altavoces del barco los acordes de las Danzas del príncipe Igor y algún pasodoble. Atrás quedaban aquellos años de encierro que a través de diversas cartas dirigidas a Agustín, seguiría recordando Juan Bote: Amigo mío, ¡nos veremos! Y echaremos un día juntos los pies por alto, recordando los tiempos en que los tuvimos atados.

De los catorce marinos vascos, según los datos proporcionados por Luiza Iordache y Secundino Serrano, nueve fallecieron durante su reclusión, dos desaparecieron sin dejar rastro y uno de ellos probablemente decidió quedarse en la Unión Soviética. Entre los dos que consiguieron volver a su patria encontramos a Pío Ispizua Imatz, primer maquinista del Cabo San Agustín y al propio Agustín Llona Menchaca.

Un reportaje de Begoña Etxenagusia Atutxa

La herriko del franquista, el gudari y HB

La Guardia Civil registró el lunes la sociedad Intxaurre de Durango, baserri que pasó de mano en mano

Un reportaje de Iban Gorriti

Durango recibió el pasado lunes a siete patrullas de la Guardia Civil. Llegaron, precintaron la zona y registraron la Intxaurre Herriko Elkartea. A continuación, una furgoneta de la Ertzain-tza también estacionó por si había altercados. Un centenar de personas se congregó y portó carteles con el mensaje Konponbide garaia da . Errepresiorik ez. Tras dos horas de búsqueda, los verdes salieron del baserri del casco viejo de la villa “con seis folios de Senideak y una caja de cirios, velas, con el anagrama de Herrira”, confirmaron portavoces de la sociedad. No hubo detenciones.

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Ya el 23 de octubre de 2006, también lunes, agentes de la Guardia Civil con orden del Tribunal Supremo ocuparon 15 herriko tabernas de Hegoalde. El objeto esgrimido entonces fue “inventariar locales, bienes y dinero que pudieran garantizar una eventual liquidación patrimonial de los locales, que se vinculan a Batasuna”. Y en 2011, volvieron al lugar a embargar el caserío en el que en su día vivió el gudari de ANV Bautista Uribe, quien intermedió en la cesión de la propiedad de este inmueble. El próximo día 25 se cumplirán tres años de la pérdida de Uribe Beitia, gudari durangarra del batallón ANV I. Este año, además, se cumplirán 30 años de los últimos trabajos de rehabilitación de la que pasó a ser Intxaurre Herriko Elkartea. A los dos hechos se puede sumar un tercero que les une a todos: la propiedad del solar era de un teniente coronel franquista.

El Ayuntamiento de Durango decretó la casa en ruina, fuera de ordenación. La familia del gudari de Eusko Indarra cuenta que en aquel edificio nacieron los hijos de este soldado del lehendakari José Antonio Aguirre. En el momento en el que se declaró en ruinas, Uribe mantuvo allí un gallinero. Para entonces, el teniente coronel había muerto y su viuda puso una única condición a la hora de la cesión al Ayuntamiento: “que se mantenga la estructura de la casa”. Sin embargo, el pleno municipal no quiso hacerse cargo de ella. Fue entonces cuando Bautista Uribe intercedió para ofrecerla a una sociedad. La mujer del franquista nunca supo que aquella casa sería la sede de la izquierda aber-tzale. Un concejal de Herri Batasuna de Durango en aquella época, Jose Mari Bilbao, solicitó su propiedad “a modo personal”. Un grupo de personas del pueblo pidió créditos particulares a la Caja Laboral. Y con el dinero en la mano, con 12 millones de pesetas de hace más de 35 años, se constituyó la sociedad Intxaurre Herriko Elkartea. Este año se cumplirán 30 años de los últimos trabajos realizados en el solar de la plaza Balbino Garitaonandia.

Las leyes obligaron a hacer obras para mantener la estructura del solar como se había consensuado. Por ejemplo, fue necesario rebajar un metro la altura del suelo. Se mantuvo la estructura en la medida en que fue posible. Nunca se llegó a tirar todo el bloque. Las obras duraron entre cinco y siete años.

VECINO DE AZKUNA Uribe alcanzó los 93 años. Fue soldado del Gobierno Provisional de Euskadi desde los 18 años hasta su fallecimiento hace tres años. Bautista era presidente de honor de gudaris de Eusko Indarra. Nació el 23 de septiembre de 1918. Era del caserío Kakatza. Cuando estalló la Guerra Civil estaba en Otxandio. Se alistó en el batallón ANV I. Bajo el lema de Aberria ala hil tuvo destinos en Loiola, Deba, Lekeitio, monte Albertia, Castro Urdiales y Asturias. Fue hecho preso por los fascistas en Santander y sufrió cárcel en Santoña, Burgos, el campo de concentración de Miranda de Ebro, Elizondo y Madrid. En estos lugares le obligaron a formar parte, esclavo, de los batallones de trabajadores del bando totalitarista. “Nuestro padre siempre fue de ANV, muy demócrata. Como curiosidad, nació en la zona de Mendizabal en un caserío al lado del de Azkuna, el que fue alcalde de Bilbao. Mi padre se ha llevado bien siempre con el tío de Azkuna”, narran sus hijos Koldo y Marisol.

Vivió experiencias traumáticas. En Euba, barrio zornotzarra, los a la postre franquistas le mataron a un hermano, Bernabé, a quien Bautista portó en hombros y enterró él mismo en el cementerio de Amorebieta. Desde Intxaurre le rindieron varios homenajes. “Fue un gudari que siempre ha mantenido su ideología, que anteponía el pueblo al partido. Estaba con los que luchan. Apoyó la candidatura de ANV de 2010 y siempre ha estado en la sombra, luchando hasta el hecho de intermediar por la hoy herriko. ¡Un artista!”, le agradecen.

Desertores e insumisos vascos de la Gran Guerra

El elevado número de insumisos y desertores en el territorio vasco continental muestra el desapego hacia el conjunto ‘nacional’

Un reportaje y fotos de Jacques Garat

El 29 de julio de 1914, el subprefecto de Maule advirtió al prefecto sobre los preparativos de éxodo hacia la frontera española de un numeroso grupo de hombres jóvenes preocupados porque la movilización pudiera llegar a darse. Ese año, desde que se instaurara el servicio militar obligatorio y personal para todos los franceses, en 1872, la Oficina de Reclutamiento de Baiona registraba la tasa de insumisión más elevada de Francia y la noticia provocó preocupación de las autoridades.

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La insumisión consiste en no responder a la orden de llamada y en no integrarse en la unidad a la que se está adscrito. Con la ley de 1872 la insumisión de los vascos tuvo, en efecto, proporciones desmesuradas. Hasta tal punto que, en 1889, la Ley de Reclutamiento del Ejército dispuso, en su artículo 50, que los jóvenes franceses menores de 19 años de edad residentes fuera de Europa podrían ser dispensados del servicio militar durante su estancia en el extranjero y que, en el caso de que retornaran después de cumplir los 30 años de edad, no tendrían que realizar ningún servicio activo. Con esta disposición liberal, suprimida en 1905, el legislador pretendía facilitar la instalación de sus nacionales en el extranjero, preservando sus lazos con la nación y favoreciendo su retorno.

Todos estos insumisos, evidentemente, no se encontraban ya en Francia, donde serían buscados y perseguidos implacablemente. Eran emigrantes, establecidos en el extranjero, insumisos en tiempos de paz que continuaron siéndolo al declararse la guerra. Dicho esto, a partir del reemplazo de 1903, un claro ejemplo de hombres obligados a participar en activo en el ejército, pero que habían huido del reclutamiento, podía verse en el cantón de Donibane Lohizune. El número de insumisos pasó, de hecho, de 21, en 1902, a 43, en 1903, para estabilizarse después en 38 por año, de media. El subprefecto de Maule precisó, a finales de 1916, que “un tercio [de los insumisos] huyeron en el momento de la llamada a su reemplazo, desde la movilización”.

Al prolongarse la guerra más allá del invierno 1914-1915 se instauró un sistema de licencias legales e, inmediatamente, en el País Vasco se habló de deserciones. Al finalizar los permisos, algunos combatientes pasaban la frontera y se refugiaban en España, país neutral. Desde ahí, los que querían, y podían, preparaban el embarque hacia América.

Para estos hombres la huida hacia España era algo natural, no un salto a lo desconocido. Conocían por tradición todas las redes que les pudieran permitir encontrar refugio fácilmente, viviendo con naturalidad, sin cambio cultural, su identidad vasca. De todas formas, esta huida se enmarcaba dentro de una larga tradición de emigración: todos sabían que encontrarían al otro lado del Atlántico un hermano, cuñado, tío o vecino, o una oficina de colocación.

Control de la frontera En 1915 y 1916 las autoridades conocían las verdaderas dificultades para controlar las deserciones al extranjero y hacían lo posible para cerrar la frontera. Se multiplicaron los puestos de control, aumentaron regularmente los efectivos y se retiraron los pasaportes a todas las familias de desertores o insumisos. En 1916, se procedió a la destrucción de todas las pasarelas privadas para cruzar la frontera. Todos los movilizados de origen vasco en servicio en los puestos fronterizos fueron reemplazados por soldados procedentes de otras regiones y se creó un fondo especial para gratificar a los agentes más celosos en la vigilancia de la frontera; sin embargo, insumisos, desertores y sus familias continuaban pasando la frontera con facilidad, quedando a menudo sus hijos escolarizados en Francia ante la indiferencia general. Aún en 1919, el subprefecto de Baiona constataba que “la vigilancia en la frontera es un poco ilusoria”.

El Estado Mayor se inquietó: “la búsqueda de desertores no se hace actualmente en las condiciones previstas por los reglamentos y esta laguna puede ser gravemente perjudicial para mantener la disciplina” y, a partir de octubre de 1915, se tomó la decisión de prohibir a los militares vascos que estuvieran de permiso, heridos o convalecientes ir a sus casas o ser enviados a formaciones sanitarias del País Vasco. Esta medida concernía a los hombres originarios de los cantones de Donibane Lohizune, Uztaritze, Ezpeleta, Baigorri, Donibane Garazi y Atharratze.

La subdivisión militar de Baiona incluía los distritos vascos de Baiona y de Maule y el de Dax, en Las Landas, además de, como departamento de Bajos Pirineos, los tres bearneses de Pau, Orthez y Oloron. Ninguna de las cifras publicadas permite encontrar el rastro de los rebeldes de los catorce cantones vascos. Solo podemos conocerlo analizando la documentación de las Matrículas de Reclutamiento que registraban el total de la población masculina del cantón. Nuestra base de datos informática exhaustiva referente a los hombres de los reemplazos entre 1887 y 1919 movilizados durante la guerra está aún sin concluir. Esta base nos permitirá conocer a esas personas por su nombre y, al mismo tiempo, localizarlos uno por uno y nos dará información acerca de las estrategias desplegadas por el Estado para nacionalizar su población. Se podrá hacer un seguimiento de las salidas, temporal o en función de la evolución de la guerra, y se podrá, sobre todo, evaluar el número de retornados.

Sin rastro de antimilitarismo ni de pacifismo en estas renuncias, la administración denunciaba “la inercia y la incapacidad de los municipios del País Vasco”, “el estado de espíritu lamentable de los habitantes de esta región, incluso de las clases dirigentes”, que “no consideran la deserción como un crimen”. Su actitud se caracterizaba por una “indiferencia” culpable. Algunos informes de la policía, más minuciosos, señalaban, sin embargo, que las familias vascas hablaban la misma lengua, vivían indistintamente a un lado y otro de la frontera y recordaban la importancia de la emigración tradicional de los vascos “a las Américas”.

Tras una primera aproximación cuantitativa provisional a un informe de gendarmería de noviembre de 1916, constatamos que fue el distrito de Maule el que ofrecía las cifras más elevadas, en particular los cantones de Iholdi, Donibane Garazi y Baigorri. Este último contaba 45 desertores y 1.302 insumisos, mientras que solo tenía censados 594 movilizados.

Pocas detenciones Un segundo informe de 1916 referente a todo el departamento mostraba que apenas un 2,3% de los insumisos fueron detenidos, que los insumisos eran cerca de quince veces más numerosos que los desertores y que si el Bearn, que tenía también una tradición de emigración muy importante, conoció una insumisión nada despreciable (38% del total), solo el País Vasco estaba realmente tocado por las deserciones (90,5% del total).

Para el autor del informe, las comunas de Arnegi, Urepel, Banca, Lasse y Aldude probaban que la insumisión era un fenómeno fronterizo. Sin embargo, sus cifras, tan elevadas, se explicaban de otra manera; eran el resultado de la verdadera hemorragia demográfica que había golpeado a estas comunas hasta el punto de aproximarse al 4% de la población total en los años 1899 y 1900.

Por último, una estadística del 30 de noviembre de 1918 mostraba para todo el departamento de Bajos Pirineos, un total de 1.086 desertores y 16.889 insumisos, de los cuales 10.445 eran anteriores a la movilización, lo que muestra claramente que había, al menos, 6.444 insumisos, esto es, más del 38% del total, tras la declaración de guerra. Esta estadística, vinculada a los resultados de Jules Maurin sobre los insumisos de las oficinas de Béziers, 0,89%, y de Mende, 2,73%, y a los de Miquèl Ruquet para todo el departamento de Pirineos Orientales: 777 desertores y 1.232 insumisos para toda la guerra, muestra bien que, lo que pasó en el País Vasco, no tiene equivalente en el territorio nacional francés.

Contar la historia consiste, en primer lugar, en hacer visible lo que está oculto y, después, en reflexionar acerca de las razones del silencio. Al buscar y encontrar la manera de comprender a estos rebeldes accedemos a un punto de vista privilegiado que nos permite ver cómo el hecho de que Francia se convirtiera en un Estado-nación unitario a lo largo del siglo XIX pudo afectar concretamente a la población vasca. Una pertenencia local muy fuerte, una identificación débil con el conjunto nacional francés y una desconfianza marcada hacia un aparato de Estado en vías de modernización son elementos a tener en cuenta si queremos comprender la gran cantidad de salidas y el elevado número de insumisos. En esta Gran Guerra, que será la matriz trágica del siglo XX, estas deserciones son un signo de la débil integración de una minoría fuertemente particular en el conjunto nacional establecido por el Estado francés y la expresión de una forma de resistencia cultural.

Poniendo en valor a estos excluidos de la historia, no se pretende, evidentemente, oponerles a la gran masa de todos aquellos que, en el País Vasco, aguantaron la prueba y marcaron los recuerdos de sus grandes acciones. Al ir a su encuentro, sin embargo, hemos descubierto que la memoria colectiva es más bien, a menudo, un conjunto de olvidos más que una suma de recuerdos y, quizás, con estos apuntes, hayamos dado un paso hacia la recuperación de un pasado específico.

El último gudari del San Andrés

El periodista Fernando Pedro Pérez presenta una biografía de José Moreno Torres

Un reportaje de I. Gorriti

HABRÉ matado personas en el fragor de la batalla, pero nunca maté a nadie con un tiro en la nuca, que es lo que hacían ellos”, en referencia a los golpistas, a los a la postre franquistas. El testimonio es de José Moreno Torres (Deusto, 1918). Es uno de los muchos que dan forma a la biografía que le ha escrito en formato de libro el periodista bilbaino Fernando Pedro Pérez y que ambos protagonistas presentaron el jueves en Portugalete.

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El título de la publicación es José Moreno Torres. El último gudari del batallón San Andrés, dato que instituciones e historiadores consultados confirman no saber si es cierto. Quizás el jarrillero lo es en un campo de estudio, el de los listados de gudaris y milicianos del Euzko Gudarostea, poco investigado.

El libro se arma de 106 páginas a modo de reportaje y entrevista directa y con material fotográfico únicamente firmado a la Sabino Arana Fundazioa. Además, el autor ha hecho uso del archivo familiar de Moreno, así como de imágenes del periodista Aitor Azurki, autor del reconocido libro Maizales bajo la lluvia (Alberdania, 2011), de quien, por ejemplo, se reproduce una foto del gudari jeltzale junto al miliciano Paco Barreña, de Durango. También ha utilizado fotos publicadas en DEIA de Moreno con el anarquista Félix Padín o con el gudari del batallón Abellaneda Manuel Sagastibeltza y el exalcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna.

El periodista diferenció los trabajos hechos hasta ahora sobre Moreno. “Mi libro repasa toda la vida de José, desde niño hasta después de la guerra y día de hoy. Otros libros han informado solo sobre el tiempo que pasó en la guerra”, estima este naturalista que ha firmado “más de cien libros del mundo animal”, y otros sobre los últimos mineros, por ejemplo. Con el de Moreno ha abierto una senda de biografías de gudaris y también de milicianos, “porque no todos son gudaris”, precisa.

Valor incalculable “Hoy su testimonio, narrado de primera mano, adquiere un valor inmaterial incalculable porque el paso de los años le ha convertido en un auténtico referente histórico, que será recordado siempre por las generaciones venideras como el último gudari del batallón San Andrés, de STV”, prologa Fernando Pedro Pérez en su libro.

Durante la presentación en los locales de la asociación Aterpe 1936 que, según se dijo, preside Moreno a sus 96 años, y que forman parte de las dependencias del grupo de danzas portugalujo Elai Alai, una veintena de personas aplaudieron la salida del libro que se vende a 20 euros. El autor ensalzó la labor de Moreno, quien el 18 de junio de 2006 “hizo realidad un sueño”.

El periodista hace referencia a que Moreno Torres logró inaugurar en Artxanda un monumento en memoria de todos los miembros de los batallones vascos que combatieron en la Guerra Civil. Una gran escultura metálica, consistente en una huella, de ahí su nombre Aztarna.

Presenta a un Moreno nacido en Zorrotzaurre, dantzari en Erandio, sus viajes por mar, cómo conoció la Italia del dictador Mussolini, Cardiff, su alistamiento voluntario al batallón San Andrés y su paso por la guerra, episodio recogido en libros, prensa y otras publicaciones -como apunta el autor-, así como su reincorporación a la vida civil, las penurias de la posguerra, su matrimonio con Carmen Gutiérrez, su residencia en Barakaldo… Y otros capítulos como una excedencia para salir a navegar, cómo “se hace cargo del sindicato ELA-STV-A”, según queda reflejado en el libro. “Mi intención al redactar el libro ha sido bajar al detalle, a conocer por ejemplo sus sentimientos. Es una forma de conocer lo que pasó de primera mano, no contado por otras generaciones. Es una biografía con toda su vida, importante antes de que por ley desaparezcan”, declaró el escritor.

Ibarretxe y Azkuna El volumen también narra la constitución de la asociación Aterpe 1936, cómo conoció al lehendakari Ibarretxe, su aprecio por Azkuna… e incluso envía un mensaje a la juventud: “Les diría que luchen por la paz”. También opina, como ya hacía en el documental foral Zerutik sua dator, que no quiere que “la juventud pase lo que pasamos nosotros. Deberían saber lo que sufrimos los mayores, deberían saber lo que sufrimos en las cárceles franquistas”.

El libro se hizo durante tres meses con dos visitas semanales de Fernando Pedro Pérez a José Moreno. “No le conocía de antes. Ahora ando hablando con el gudari Manuel Sagastibeltza que tiene un año más que Moreno y también está fenomenal”, avanza. “Hemos hecho una pequeña tirada de cien ejemplares y no está a la venta en tiendas. Por ello es mejor hacer el pedido”, aconseja. El día de la presentación tuvo una buena acogida.