Eusko Gudarostea, los últimos guardianes de la memoria

Apenas una veintena de gudaris permanecen vivos ocho décadas después de participar en la Guerra Civil

Un reportaje de Iban Gorriti

son los últimos soldados vivos del Eusko Gudarostea, ejército republicano del Gobierno Provisional de Euskadi activo entre el 25 de septiembre de 1936 y el 26 de marzo de 1937. Ocho décadas largas después de aquella contienda bélica civil, apenas una veintena de gudaris vascos quedan todavía entre nosotros para atestiguar con su sola presencia la memoria de la dignidad de la lucha contra el fascismo.

Un grupo de gudaris posa en el frente de guerra para hacerse una fotografía. Fotos: Sabino Arana Fundazioa/I. Gorriti
Un grupo de gudaris posa en el frente de guerra para hacerse una fotografía. Fotos: Sabino Arana Fundazioa/I. Gorriti

El fotógrafo Mauro Saravia ha sido quien más se ha acercado a ellos en los últimos años y, de su mano, es posible aproximarse a un censo de los últimos guardianes de la memoria, si bien está abierta a más personas que también lo fueron pero cuya identidad no ha trascendido. “Cuando esta generación se haya perdido -subraya Saravia-, partirá un pedazo del significado de libertad, resiliencia y amor. Probablemente en su ausencia volveremos a ver la guerra con perspectiva errada, romántica y heroica, pero seguiremos recordando las camisas a cuadros, los buzos y los tabardos con orgullo”.

¿Y qué opinan sobre ello el gudari José Moreno, del batallón San Andrés; el miliciano Luis Ortiz Alfau, del Capitán Casero, o Juan Azkarate, único gudari vivo de la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi? El primero cumplirá 100 años en noviembre: “El Gobierno de Euskadi debe transmitir a los jóvenes lo que luchamos los gudaris. Debía enseñarse en los colegios y estar presente en los libros de texto. Y que no olviden que Franco fue un dictador, un criminal de guerra, que nos avasalló con las fuerzas aliadas internacionales. Si no se hace, caeremos en el olvido después de haber luchado por nuestro país Euskadi, por la democracia y todas las libertades”.

Azkarate, el benjamín de los gudaris con 95 años, lamenta ya la situación actual. “Hoy mismo he hablado con un amigo sobre ello. No sé qué pasará ni qué se puede hacer. Voy al poteo y hablamos de fútbol y pelota. Si saco el tema de la guerra no les importa. A mis propios hijos, tampoco mucho. Cuando me vaya al otro barrio, cuando quien sea el último gudari muera, ¿qué pasará? ¿Alguien se acordará de lo que hicimos? Tengo mis dudas”.

Como ellos, aún viven aquellos gudaris y milicianos al mando del lehendakari José Antonio Aguirre. Entre otros, son Iñaki Errekabide, Gerardo Bujanda, Mateo Balbuena, Ignacio Ernabide y Jesús Erkiaga. Completan la nómina Gregorio Urionaguena, Juan José Astobiza, Andrés Egaña, Gabriel Nogues, Sabin Gabiola, Basilio Urbistondo y Alejandro del Amo. O los gudaris del Batallón Gernika Francisco Pérez y Miguel Arroyo.

transmisión contra el olvido Preguntado sobre el legado y la memoria que quedará cuando los últimos gudaris desaparezcan, Ortiz Alfau, de 102 años, asegura que habrá relevo. “Esto ha avanzado de forma extraordinaria. Es como los pensionistas que tras estar callados, ahora no hay quien les pare. Con la memoria pasa igual. No soy nacionalista, pero el Gobierno vasco está trabajando bien en la transmisión”, afirma y a modo de ejemplo expone que en unos días el Instituto Gogora va a publicar en euskera el libro sobre su vida. “Hay interés. Si el PP no colabora con la memoria es porque ellos o familiares suyos son los mismos que los de entonces. Pero aquí hay relevo y no seremos olvidados. Ahí estáis los periodistas y las instituciones para seguir teniéndonos presentes”, explica este superviviente del campo de Gurs y que previamente estuvo en el bombardeo de Gernika, en Elgeta en la batalla de Intxorta, y en el frente de Barcelona.

En los últimos años más de una veintena de aquellos improvisados soldados ha fallecido. Por citar algunos, Usabiaga, Sagastibeltza, Padín, Izagirre, Delgado, Uribe, Etxebarria, Aranberria, Ezenarro, Landa, Condina y Biain. Muchos de ellos, habitan aún en el libro Maizales bajo la lluvia, de Aitor Azurki. “¿Qué será de ellos cuando no estén? Te diré lo que me respondió un gudari al preguntárselo: Esto será como muchas otros situaciones de la Historia, que cuando ya no esté nadie para contarlo, se quedarán en meras letras del pasado”.

Azurki apostilla que es una pregunta que todos los memorialistas se han hecho alguna vez. “La importancia de los testimonios radica en la oralidad tal y como lo recogía en una cita del periodista Francesc-Marc Álvaro: Sin figuras de carne y hueso que acrediten los hechos y levanten puentes de empatía, el significado único de ese acontecimiento irá perdiendo intensidad, hasta confundirse en fenómeno histórico. No será el olvido lo que nos asediará, sino la indistinción, forma suprema de la indiferencia”.

La brigadista polaca que sobrevivió a la batalla de Villarreal y a Mauthaussen

‘Estoucha’ fue sanitaria con el EUSKO GUDAROSTEA, cogió la ametralladora y escribió en el semanario ‘Mujeres’ hasta la caída de BILBAO EN JULIO DE 1936

Un reportaje de Iban Gorriti

O hice un listado de hasta 92 brigadistas que llegaron a Irun, los primeros, antes de crearse las Brigadas internacionales. Son los grandes olvidados de la Guerra Civil española”. Son palabras del escritor Miguel Usabiaga, hijo del histórico teniente comunista Marcelo Usabiaga, fallecido en julio de 2015.

Gudaris avanzan en la batalla de Irun. (Sabino Arana Fundazioa)
Gudaris avanzan en la batalla de Irun. (Sabino Arana Fundazioa)

 

Entre aquellos silenciados, hubo una mujer, la polaca Estera Zilberberg. Era conocida como Estoucha, diminutivo en polaco de Esther. En su paso por la geografía vasca donde además de ser sanitaria en el batallón Perezagua del Eusko Gudarostea y tomar, antes la metralleta de un camarada abatido por los afectos a los golpista españoles, escribió en la revista Mujeres bajo el sobrenombre de Juanita Lefévre. Fue herida en la histórica batalla de Villarreal (Legutiano) y más tarde superviviente de la muerte de Mauthausen.

Era la benjamina de cinco hermanos. Nacida en Kalisz, en la frontera con la vieja Prusia. Su padre fue un obrero textil y estudioso del Talmud. Su madre, una judía del lado de la modernidad, en la que pretendía educar a sus hijo. Soñaba con estudiar Medicina en el extranjero. A sus 20 años, junto con dos amigas, partió a Bélgica. En Bruselas, estudió y trabajó y, ante el creciente nazismo, se integró en el partido comunista belga, que entonces contaba con el 20% de miembros judíos.

Cuando los militares fascistas españoles dieron el golpe de Estado de julio de 1936, la juventud antifascista belga decidió enviar voluntarios a España. Usabiaga explica un dato curioso: “Ellos sustituirían a algunos deportistas belgas que se encontraban en Barcelona, para participar en las Olimpiadas Populares, cuando ocurrió la sublevación; eran el recambio en la solidaridad para reemplazar a aquellos deportistas que desearan volver”, explica el autor de libros como Flores de la República.

Estoucha fue una de las que levantó la mano. Junto a Abram Gotinski organizaron el viaje de solidaridad con la República. En pocos días realizaron una colecta de medicamentos y productos para los primeros auxilios. El billete hasta París debían pagarlo de su bolsillo, de allí en adelante se ocupaba el Socorro Rojo. El padre de Abram se hizo cargo de los billetes de Bruselas a París para su hijo y para Estoucha. Partieron el 8 de agosto de 1936. Atravesaron junto a camaradas el puente internacional. Ella se incorporó a la ayuda sanitaria. Tres días después de su llegada, su compañero de estudios Abram Gotinski murió en Irun, en la línea del frente.

La joven solidaria escribiría en su diario: “Un día, me encontraba muy cerca de la ametralladora instalada sobre una colina, cuando vi al ametrallador morir bajo el fuego de los fascistas que avanzaban. ¿Qué hacer? Tomé el puesto del tirador, y cuando vi correr a los enemigos hacia nosotros, creo que cerré los ojos, pero disparé”.

Usabiaga se pregunta si “¿era la muerte de un camarada lo que la impulsó o quizá la de Abram -su amigo, su compañero- a quien quería vengar?” Tras aquella muerte en Gipuzkoa, Estoucha se dedicó a curar heridos y marchó a Bilbao. En el frente de Bizkaia se unió al batallón Perezagua del Eusko Gudarostea y fue herida en la batalla de Villarreal, en Araba. Una vez recuperada le encomendaron ser periodista, redactora jefe, en el semanario Mujeres, bajo el seudónimo de Juanita Lefévre.

El 17 de abril de 1937 publicó su primer reportaje sobre el coraje de los pescadores vascos y su labor frente a los cruceros y aviones fascistas, que atacaban sus barcos. Con la entrada de los franquistas a Bilbao, el 20 de junio, la joven polaca escapó hacia Santander, a pie, y volvió a incorporarse a los servicios médicos del frente.

En Santander lo combinó con la radio. En el frente del norte colaboró con la República asesores militares soviéticos, que necesitaban traductores de confianza. Consiguió salir de la capital cántabra en el último momento, a bordo de un pequeño barco, el Medusa.

Atacado en su huida por los buques fascistas, el barquito consiguió escapar y llegar hasta el puerto francés de La Pallice. Tras un descanso en Francia, cruzó los Pirineos y regresó a España. “El fin de la guerra está próximo y los soviéticos deciden salvarla enviándola a Francia, con una falsa identidad, Jeanne Lefévre”, valora Usabiaga.

Allí, se sumó a la resistencia contra los nazis con la identidad de Jeanne Dubois. Fue detenida, torturada y encerrada en varias prisiones: en Francia, en Bélgica y en Alemania: Essen, Mesum, Gross-Strehlitz, Kreuzbourg. Por una huelga, fue deportada a Ravensbrück, primero, y a Mauthausen, campo de muerte al que sobrevivió al ser liberada.

El apoyo de los asturianos en el frente de Bizkaia

Más de medio millar se dejó la vida en fosas comunes luchando contra el avance de los golpistas

Un reportaje de I. Gorriti

eL pasado martes se cumplieron 79 años de la muerte del comandante del Eusko Gudarostea, Cándido Saseta, en la batalla de Areces (Asturias), donde cientos de gudaris y milicianos vascos acudieron de forma solidaria a luchar contra el fascismo de los militares golpistas sublevados contra la Segunda República. DEIA dio a conocer por primera vez unos documentos oficiales inéditos en los que se comunicaba cómo un enlace del batallón Amayur, del PNV, apellidado Lartitegi Arrazola, encontró en el fragor de la lucha al militar de Hondarribia tendido en el suelo con una herida sangrante cerca del oído; “asegurado de que era cadáver”, el compañero le tomó su pistola y se retiró a Premoño. Eso nunca se supo antes, pese a que fueron muchos los estudios realizados al respecto. También se supo que, poco antes, Lartitegi y Saseta se comunicaron en euskera con un “soatz” (en referencia al término zoaz, vete) que le hizo saber el comandante al gudari.

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A aquel lugar aún lo llaman el “pradón de los vascos”, de hecho se trabajó para exhumar la fosa común en la que se suponía que están enterrados cien gudaris y milicianos de la brigada de Cándido Saseta, asesinados en la ofensiva contra el pasillo de Grado.

Esa fue la aportación solidaria de los vascos al bando republicano. Pero también ocurrió al revés, guerrilleros asturianos lucharon y se dejaron la vida en Bizkaia. De un estudio de Jesús Pablo Domínguez y Aiyoa Arroita se desprende que fueron identificados alrededor de 583 muertos de procedencia astur. Estos investigadores se basan en el listado de fosas de Bizkaia del Gobierno vasco. Del análisis de una lista que ha redactado el investigador Luis Miguel Cuervo se enumeran 583 muertos en los frentes de Bizkaia: 56 muertos en el monte Saibigain, cuatro en Peña Lemona, 12 en Sollube, 43 en Kañometa…

En los últimos tiempos, asociaciones como Ahaztuak 1936-1977 han rendido diferentes homenajes a estos soldados antigolpistas con ejemplos en Gernika-Lumo y Larrabetzu. En palabras de los investigadores Domínguez y Arroita se dio “una auténtica riada de sangre asturiana, que corrió por nuestros montes y prados. Muchos combatientes muertos fueron recogidos por sus compañeros, pero otros se dejaron en retirada. Muchos de esos cuerpos fueron enterrados, incluso días después, por vecinos de la zona en improvisadas fosas. Algunas se recuerdan donde están y otras se han perdido para siempre”, estiman. Sorprenden además a historiadores consultados al publicar una cifra de posibles muertos asturianos en este territorio histórico que se ha repetido en diferentes medios de comunicación: “Hoy en día se cree que fueron alrededor de mil milicianos asturianos los que dejaron la vida en Bizkaia”.

En su estudio citan la presencia en la línea del frente de casi una decena de brigadas asturianas. En un principio, llegaron cuatro (y dos montañesas) con sus batallones y más adelante cinco más. De hecho, citan los batallones: 223, 228, 234; 225, 243; 213, 216, 230; 212, 252 y por último las brigadas 16, 10, 8, 3 y 15.

Uno de aquellos soldados que luchó por la libertad en Euskadi fue el comunista Felipe Matarranz (de padre natural de Somorrostro que por las huelgas mineras emigró a Asturias en 1917), quien falleció en mayo de 2015 a los 99 años y con quien este medio habló tiempo antes: “El 10 de octubre de 1936 fui herido en combate de forma grave con una bala que me salió por los riñones. Me echaron donde los muertos y vivo gracias a un médico que se dio cuenta de que no estaba tieso”.