De la cripta franquista a la dignidad republicana

La familia del navarro Valentín Romeo Sagües visita Gernika-Lumo para recuperar los restos de su antepasado, fallecido en la batalla del Bizkargi en 1937

Un reportaje de Iban Gorriti

José Mangado, María Luisa Rebolledo y Maru Mangado, familiares de Valentín, junto a la cripta del cementerio de Gernika.Fotos: Hedy Herrero
José Mangado, María Luisa Rebolledo y Maru Mangado, familiares de Valentín, junto a la cripta del cementerio de Gernika.Fotos: Hedy Herrero

CASI lo han logrado! Ya tienen más cerca los restos de su familiar, aquel joven de 20 años de Mendavia que el bando golpista excarceló para llevarlo a luchar con ellos y que acabaría perdiendo la vida en el monte vizcaino Bizkargi. Resta menos tiempo para poder concederle la dignidad republicana que sentía Valentín Romeo Sagües, fallecido hace 81 años, y que su familia además ansía para preservar su memoria.

Casi lo han conseguido porque cuando esta semana todo estaba ya en sus manos, resulta que en la cavidad número 57 de la cripta franquista del cementerio de Gernika-Lumo no había un cuerpo sino dos. “Han tomado muestras de ADN para saber cuál de los dos era mi tío abuelo Valentín. Ahora hay que esperar”, detalla Maru Mangado tras días de emociones a flor de piel.

El sueño se acerca a aquel familiar del que no quedan fotografías porque sus allegados “por miedo” las quemaron cuando se mudaron de hogar. Los restos de Romeo Sagües se conducirán de la cripta franquista dedicada a los Caídos por Dios y por España de Gernika-Lumo a un mausoleo republicano de Mendavia. “Quiero sacar una foto a mi tía con los restos de su hermano, porque fueron sus lágrimas las que me dieron fuerzas para buscarlo”, agrega emocionada Maru, activista de la memoria que encontró la historia de su familia de forma fortuita, investigando para otras familias.

“Supe de su existencia por una lista de Juanjo Casanova, de los reclusos de la cárcel provincial de Pamplona, porque en ese momento yo estaba buscando presos de mi pueblo, Lerín, y leí los apellidos de mi abuela”, explica. Agrega que “entonces le pregunté a mi padre y me dijo que le sonaba que a un tío lo mataron en la guerra”.

Aquel tío era Valentín Romeo Sagües. Nació en Mendavia (Nafarroa) el 26 de mayo de 1916. Fue el octavo hijo y benjamín del matrimonio formado por Fermín Romeo Rada y Francisca Sagües Zalduendo. Cuando el niño sumaba 7 años, la madre y el padre se mudaron con cinco hijos a vivir a Iruñea, a la calle San Gregorio, número 40, cuarto piso, según el padrón del Ayuntamiento del año 1930.

Cuatro días después del golpe de estado de julio de 1936, Valentín fue encarcelado junto a otros compañeros republicanos en la Cárcel Provincial de Iruñea. “Un pariente nos contó que Valentín solía dormir con su hermano Córdulo y que debajo de la cama tenía un arma”, asevera. Fue ingresado el día 22 de julio de 1936 y permaneció recluido hasta el 27 de enero 1937. “Ese día le dieron la libertad para incorporarlo a la mili e ir obligado a la guerra con el bando golpista. Su salida fue firmada por el gobernador militar”, relata Iom Rodríguez Mangado, hijo de Maru.

Así las cosas, fue enviado como soldado del Regimiento América 23, 2º batallón, destinado a primera línea de combate en los frentes de Bizkaia. Murió en la batalla del Bizkargi el 10 de mayo de 1937 a los jóvenes 20 años: “Sabemos la fecha de la muerte por una publicación del BOE de 1940, donde sale una pensión que le pagaban a su padre. Está inscrito en los caídos de Pamplona y en el libro de los caídos de Navarra”.

De hecho, la familia va a solicitar que se le borre de los listados franquistas. “Es lo próximo que, si se puede, queremos hacer para que Valentín quede ya como republicano, darle esa dignidad. No queremos por nada que quede como un Caído por Dios y España, que fue forzado a ir con ellos. Para empezar en Mendavia lo van a inscribir en el listado de represaliados de la guerra”, enfatiza Maru.

Apellido cambiado Valentín fue enterrado en el cementerio de Gernika-Lumo, y más adelante sus restos fueron depositados en la cripta del mismo camposanto, pero con el apellido cambiado, “como Valentín Romero”. Angelita Mangado Romeo, sobrina de Valentín, recuerda ver “en mi casa a mi madre y a mi abuela, preparando la comida para llevarle al joven cuando estaba preso en la cárcel. Yo les acompañaba, hasta que un día nos dijeron que Valentín ya no estaba, que lo habían mandado a Bilbao de soldado”, relata. “Por ese motivo -continúa Maru- creemos que lo sacaron en libertad y sin dejarle ir a su casa lo enviaron a Bizkaia”.

El cuñado de Valentín, Antero Mangado Mangado, trató de ir a Bilbao a buscarlo. “Él tenía un camión que los que se autocalificaban como nacionales requisaron con chófer y todo, y los franquistas le mandaban ir a recoger muertos al campo de Ezkaba… Y en una de estas se fue a Bilbao a buscarlo, pero le dijeron que había muerto en batalla sin darle más datos se su paradero”, agregan. Una de sus credenciales informa de que “prestó servicio de lucha en el frente hasta Elorrio”.

La familia perdió el hilo de la investigación meses atrás. “Perdí la pista en la batalla del Bizkargi y ya no sabía por dónde seguir, hasta que hablando con dos amigos se lo comenté y me dijeron que mirarían. Estaban haciendo alguna investigación de los cementerios y al poco me dio su paradero”, sonríe Maru.

Ahora falta esperar con algún nervio de más. “Nervios porque tememos que se pueda dar el caso de que los dos cuerpos no sean el suyo porque la cripta la hicieron muy mal. Hasta eso hicieron mal”, subraya y va más allá: “Si no es uno de los dos, vamos al Ayuntamiento a que levanten toda la pared porque sé de más familias republicanas que quieren sacar a los suyos, por ejemplo una de Olite a la que los fascistas se llevaron a dos hijos a la guerra forzados”.

Los guardias civiles ‘rojos’ del Euzkadi’ko Gudarostea

Una quincena de miembros de este cuerpo formó a batallones como el Amayur o la Ertzaña en Euskadi.

Un reportaje de Iban Gorriti

Hay datos históricos que pueden hacernos abrir los ojos más de la cuenta cuando tratamos de informarnos. ¿Pudo ser el primer jefe de la Ertzaña de 1936 un guardia civil? ¿Pudo ser un miembro de ese cuerpo el mando supremo del batallón Amayur del PNV? Las dos preguntas tienen una respuesta común: sí.

Se estima que una quincena de miembros de la Guardia Civil participó en el bando republicano vasco entre julio de 1936 y el 24 de agosto de 1937. Una de las personas que mejor ha matizado ese maridaje que a día de hoy puede parecer paradójico es José Luis Cervero, escritor, periodista y parte del cuerpo de la Guardia Civil desde 1965. Consultado al respecto, este redactor de las desaparecidas Diario 16 e Interviú estima que “la labor de la Guardia Civil en el País Vasco fue muy importante porque fueron algunos de los que formaron a unas milicias y un ejército vasco que no tenía nociones militares”, aporta a DEIA.

A juicio de este profesional de la información que suma premios como el Ortega y Gasset de Periodismo, fue el Gobierno Provisional de Euzkadi quien solicitó instructores al Ejecutivo de la República. “El Gobierno central envía tropas a los cuerpos del Ejército del Norte. Es la Comandancia de Madrid quien manda militares y algunos se incorporan en él y dirigen aquellos cuerpos”, agrega el autor del libro Los rojos de la Guardia Civil. Su lealtad a la República les costó la vida, de 2006.

El primer jefe de la Ertzaña de 1936 fue Saturnino Bengoa, guardia civil de Orduña. Germán Ollero, por su parte, fue un comandante que acabó al frente del batallón Amayur del PNV. Como curiosidad, los dos hijos de este jefe del Estado Mayor de la 2ª División del Ejército de Euzkadi, también militares, se posicionaron con el bando golpista. Los tuvo enfrente.

El conocido jefe del sector de Elorrio durante la guerra fue otro guardia civil: José Bolaño, que murió fusilado en Santander. Y a estas recordadas figuras históricas cabe añadir a Juan Colina, Antonio Naranjo o Carlos Tenorio. Entre el resto, brilla además el tricornio de un alavés, Juan Ibarrola Orueta (Laudio, 1900-1976). Fue un militar y guardia civil que también se mantuvo fiel a la Segunda República. Alcanzó el grado de teniente coronel y ocupó el mando de una de las divisiones del Euzkadi’ko Gudaroztea en el sector de Otxandio. Tomó parte en la famosa batalla de Saibigain en la que el comandante del batallón Arana Goiri del PNV, Felipe Bediaga Aranburu, le llamó “cobarde” por no querer atacar una vez más a los fascistas; él cumplió la orden y falleció en el intento. Es más, a día de hoy su cuerpo aún no ha aparecido.

Al estructurarse el Ejército de Euzkadi en Divisiones, Ibarrola fue nombrado Comandante de la 1ª y bajo su dirección tuvo reconocimientos por su actuación en los frentes de Bizkaia y Santander. Posteriormente fue jefe del XXII Cuerpo del Ejército de Maniobras, tomando Teruel. “Tras la guerra, Ibarrola acabó vendiendo perfumes, era comercial de colonias”, explica Cervero.

Represaliados Si todos estos datos llaman la atención, hay uno más que quizás también lo haga. Según el interlocutor invitado, “con el golpe de Estado militar, la mayor parte de la Guardia Civil se posicionó en contra de la sublevación. Fueron contados los que se sumaron a los rebeldes”, explica, y pone como ejemplos “el caso de Barcelona, Madrid o ahí donde ustedes, en Bilbao”.

El libro hoy agotado Los rojos de la Guardia Civil. Su lealtad a la República les costó la vida detalla este punto. “Durante los años de la guerra española, fueron muchos los mandos y agentes de la Guardia Civil que no sucumbieron a los cantos de sirena de la nueva España. El mismo Franco pudo constatar que, en muchos lugares donde creía indudable el triunfo de su golpe militar, le salían al paso guardias civiles dispuestos a defender la legalidad del Gobierno al que servían, como siempre había aconsejado el duque de Ahumada, fundador del cuerpo”, expone.

Con todo, estos profesionales “rojos” acabaron siendo represaliados. Tuvieron que comparecer ante los piquetes de ejecución formados por los franquistas, pasaron a poblar las cárceles y los campos de concentración creados por las autoridades para eliminarlos. Desde la checa Spartacus a la comandancia de Marruecos, desde Córdoba a Legutio o Catalunya, Cervero, perteneciente a los Servicios Secretos de Información del cuerpo durante muchos años, dejó impreso que considera “brutal” la represión sufrida por sus compañeros de entonces. “Es una demostración de que a veces la lealtad impone un alto precio que hay que pagar”, concluye

Larrazabal: 125 años de la ‘primavera vasca’

El geógrafo francés Élisée Reclus publicó en 1867 en la Revue des Deus Mondes un artículo con el expresivo título Los vascos, un pueblo que desaparece (Les Basques. Un peuple qui s’en va). El destacado anarquista constataba como científico una realidad debida, sobre todo, al proceso de nacionalización de los Estados francés y español, los cuales, como Estados nacionales, pretendían eliminar toda la diversidad existente en sus territorios reduciéndola a la única nación con la que se identificaban, la francesa o la española.

Un mapa de Euskal Herria con el lema ‘Euzkadi es la patria de los vascos’.
Un mapa de Euskal Herria con el lema ‘Euzkadi es la patria de los vascos’.

Las pequeñas naciones que sobrevivían bajo la administración de la República francesa o el reino de España eran tildadas de atrasadas y no merecedoras de seguir existiendo. Se les aplicaba por los intelectuales y las academias de estos Estados el argumento del darwinismo social, traslación a la política de la teoría científica de la evolución de las especies basada en que solo los individuos y las especies más aptas sobrevivían.

El darwinismo social sirvió de argumento político para el imperialismo europeo sobre el resto del mundo, justificando el sometimiento por una raza blanca superior de los países y naciones atrasadas de los otros continentes. La superioridad técnica y militar europea servía no solo para la dominación por la violencia sino que era en sí misma el argumento que la fundamentaba.

Este darwinismo social no fue solo una teoría perversa para defender el colonialismo fuera de Europa sino que también sirvió para justificar la eliminación de las pequeñas naciones de este continente que no habían podido constituir sus propios Estados.

El bilbaino Miguel de Unamuno, destacado miembro de la intelectualidad y la academia españolas, ofreció un claro ejemplo de esta ideología supremacista y genocida cuando en su ciudad natal llegó a propugnar la desaparición del pueblo vasco y el euskera: “Eres un pueblo que te vas;(…) estorbas a la vida de la universal sociedad, debes irte, debes morir, transmitiendo la vida al pueblo que te sujeta y te invade.” “(…) esa lengua que hablas, pueblo vasco, ese euskera desaparece contigo;no importa porque como tú debe desaparecer;apresúrate a darle muerte y enterrarle con honra, y habla en español”.

Todo apuntaba a que se cumpliría el pronóstico científico de Reclus pero, afortunadamente, no sucedió así. Dos años antes de que se publicara su mencionado artículo había nacido en Bizkaia, en la anteiglesia de Abando, actual Bilbao, Sabino de Arana y Goiri. Un niño que cuando llegó a ser adulto reflexionó: “Pueblo mío, ¿acaso he nacido yo para verte morir?”.

Los acontecimientos históricos no pudieron ser más negativos en este sentido tras el nacimiento de Arana. La última Guerra Carlista estalló cuando tenía siete años de edad y se desarrolló y asoló sobre todo el País Vasco. Tras cuatro años de guerra, en 1876, la derrota carlista supuso la ocupación militar del territorio vasco peninsular por el ejército español y la eliminación de sus instituciones, sustituidas por otras designadas desde la capital del reino. Al proceso de españolización de Álava, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra, político y cultural, sus habitantes ya no tenían capacidad de oponerle ningún freno. Derrotados, ocupados, condenados y señalados como obstáculo y estorbo a la vida de la universal sociedad por el país que los había vencido militarmente y demostrado así, una vez más, su supremacía y superioridad. ¿O no?

Cita en Begoña

Pasaron algunos años hasta el acontecimiento del que ahora hace 125, que sucedió en un txakoli de la anteiglesia de Begoña, actual Bilbao, conocido como de Larrazabal. Sabino de Arana y Goiri había cumplido ya 28 años y acudió allí invitado por un grupo de amigos interesados en conocerle como autor de su libro titulado Bizkaya por su independencia. Hombres vinculados a la sociedad foralista liberal Euskal Herria liderada por Fidel de Sagarminaga, último diputado general de la Diputación Foral de Bizkaia antes de su abolición. Iban a asistir, sin imaginarlo antes y, posiblemente, tampoco en el momento, al primer acto de lo que hoy en día podríamos considerar como la primavera vasca, el final del declive de un país que parecía ya condenado a su desaparición y el comienzo de su resurgimiento, a pesar de las mayores dificultades y obstáculos.

Sabino de Arana y Goiri se presentó públicamente en esta ocasión con un discurso terrible y tremendo, que se ha conocido posteriormente como el Juramento de Larrazabal. Sus convidantes esperaban probablemente una tertulia amena tras una afari-merienda como a las que estaban muy bien acostumbrados y se encontraron con un joven Arana rotundo y apocalíptico, grave y nada amable. Entre otras cosas porque echaba la culpa de la lamentable situación que se padecía a toda la sociedad vizcaina de la que eran muy destacados componentes algunos de ellos, como el empresario y naviero Ramón de la Sota o el artista Adolfo Guiard.

Arana les relató que hacía diez años que había adquirido conciencia nacional vasca y que desde entonces se había dedicado al conocimiento de su Patria por medio del estudio de su idioma (que ignoraba), de sus leyes y de su historia.

Expuso su ideario político nacionalista vasco, su lema Jaungoikua eta Lagizarra (JEL = Dios y Leyes viejas) y anunció su idea de organizar un partido que lo defendiera. Arana limitaba todavía su iniciativa a Bizkaia, aunque pronto la extendería a todo el País Vasco. La parte más solemne de su discurso, que ha dado pie a conocerlo como Juramento, la expresó en la siguiente frase:

“Yo no quiero nada para mí, todo lo quiero para Bizkaya: ahora mismo, y no una sino cien veces, daría mi cuello a la cuchilla sin pretender ni la memoria de mi nombre, si supiese que con mi muerte había de revivir mi Patria”.

Sabino de Arana y Goiri moriría apenas diez años después de pronunciar esta frase. Sabemos que cumplió lo que en ella dijo, incluso en la parte relativa a su memoria, ya que no le importó ponerla en cuestión, en el último año de su vida y cuando ya sabía que estaba próximo su final, con el objetivo de la supervivencia del País Vasco, con el proyecto que se conocería como su evolución españolista.

Aquella tarde del 3 de junio de 1893 Sabino y su hermano Luis que le acompañaba no encontraron la comprensión que esperaban. El tono y contenido de su discurso no gustaron a sus convidantes y se comenzó una discusión cada vez más acalorada que estuvo a punto de acabar muy mal. Seguramente en aquel momento no pudieron llegar a imaginar que casi todos los asistentes en poco tiempo acabarían adhiriéndose a su proyecto político.

Manu Egileor recordaría así este momento:

“Bajo el cielo estrellado de aquella noche cruelmente bella, Sabino y Luis de Arana volvieron solos y en silencio por las veredas dormidas a la orilla de los campos en fecundación, volvieron a su casa de Abando a reanudar sus paseos y pláticas, rebosantes de unción patriótica, en el jardín forjador de empresas generosas, en la galería abierta al despertar del sol (…)”

Cinco días después por las calles de Bilbao se escuchó por primera vez vocear el nombre del primer periódico nacionalista vasco: Bizkaitarra. Hace ahora 125 años, a principios de junio de 1893, comenzaba así la primavera vasca. Y en gran parte gracias a ello, y contra todo pronóstico, el Pueblo Vasco no ha desaparecido. Y seguimos existiendo.

Izan zirelako gara eta garelako izango dira = Porque fueron somos y porque somos serán.

Casquillos, botellas y espacios que hablan por los represaliados

La ya acuciante falta de testigos que sufrieron la guerra civil abre una nueva revolución de la arqueología para ahondar en la memoria histórica.

Un reportaje de Iban Gorriti

Josu Santamarina, en una de sus investigaciones de campo.DEIA
Josu Santamarina, en una de sus investigaciones de campo.DEIA

Día a día van falleciendo los últimos vascos testigos de la guerra del 36 surgida tras un fallido golpe de Estado militar. Ocurre mientras Europa vive un boom sobre memoria histórica. También Euskal Herria está asistiendo a esa revolución y, según las personas especializadas, desde una atalaya privilegiada, ya que las políticas existentes en este territorio, a diferencia del resto de ellos en el Estado, posibilitan la investigación de los materiales, la exhumación de restos de los paisajes de represión.

Esta nueva revolución es la investigación de aquel episodio cruel a través de la arqueología. Es decir, en pocos años ya no habrá testigos directos de aquel trienio bélico y del franquismo, pero sus materiales serán los nuevos protagonistas y quienes ayudarán a la ciencia a seguir interpretando la historia.

El alavés Josu Santamarina Otaola (Urrunaga, 1993) es historiador y becario predoctoral de la UPV que se encuentra inmerso en la elaboración de una tesis sobre memoria histórica, paisajes y patrimonio. “En Euskal Herria el interés por la memoria está creciendo. Se nota que lo hay y se hacen, por ejemplo, más documentales. En el resto del Estado siguen en el punto uno de investigar sí o no, mientras que aquí ya estamos en el investigar sí, ¿cómo? Seguimos en ese punto referencial”, enfatiza.

A su juicio, el afán, por ejemplo, de recuperar cuerpos de asesinados se dio en la década de los años 70 del siglo pasado. “Se comenzó a estudiar la materialidad de la guerra en los 70 con la búsqueda de personas en fosas en Sartaguda, por ejemplo. Los familiares revisitaron los lugares de represión de la guerra para buscar a parientes que habían perdido. No era un estudio científico, académico. Era recuperación familiar. Con la Transición se puso fin a esta ola de exhumaciones. Y en el año 2000 se volvió y el Gobierno vasco marcó cierto compromiso en recuperar espacios de la represión”, resume Santamarina.

A su juicio, con el nuevo siglo XXI la investigación comenzó a recibir una atención a nivel material, arqueológico. “Ahí está Paco Etxeberria con la Sociedad de Ciencias Aranzadi y ahora desde la universidad también más grupos de trabajo o asociaciones como Intxorta 1937 Kultur Elkartea en Elgeta”, enumera quien estima, por experiencia, que en la CAV y Nafarroa son los territorios que se dan mejores posibilidades y oportunidades de investigar.

Santamarina ha tenido la suerte de formar parte de equipos de trabajo en Madrid, Aragón, Galicia o Castilla La Mancha. “Te das cuenta de que las connotaciones políticas pueden llegar a parar tu trabajo. En Belchite mismo nos pasó que el alcalde nos echó del pueblo. Aquí hay cierto consenso en que hay que estudiarlo. El cómo aún sigue en debate y es lo que hay que plantear”.

Otro ejemplo que pone el historiador de la UPV/EHU es la situación vivida (o sufrida) por la arqueología en Nafarroa. “Quien gobierne marca mucho el trabajo. Es decir, según estadísticas, con UPN en Navarra no había casi casos de exhumaciones y al haber cambio de política se disparó, hay una mayor sensibilidad”.

cartografías y espacios El historiador continúa con sus trabajos tanto académicos como a pie de paisajes históricos. “Es curioso, pero ahora que ya casi no tenemos a quién preguntar su testimonio, ahora nos falta por ejemplo reconstruir cómo aquellas personas sencillas pasaron de ser persona a soldado. No eran militares”, y se deberá lograr a través de lo que denomina “mirada arqueológica”. “Va a ser necesario poner unas nuevas gafas, como metáfora de aportar una nueva forma de mirar aquello que heredamos de aquel evento tan importante del siglo XX, la cultura material”. Así, mediante la geolocalización, confrontar el pasado con el presente y apoyados, por ejemplo, en cartografías.

Quien fuera profesora de Santamarina en la UPV/EHU, la duranguesa Belén Bengoetxea, también pone en valor esta ciencia “reciente” y “la visión distinta” que es necesaria para investigar a través de los medios materiales. “La patrimonialización ayudará a interpretar lo que nos queda, como compromiso social”, subraya Bengoetxea.

Santamarina también reconoce la importancia de patrimonializar lugares que fueron de batalla. “La recuperación arqueológica de los espacios puede implicar en ocasiones la patrimonialización, su puesta en valor y que se conviertan en lugares públicos de acceso a toda la ciudadanía”, valora, y va más allá con una comparación al respecto: “Digo esto porque los archivos históricos, por ejemplo, donde consultamos los documentos de la guerra del 36 suelen tener más restricciones al público. Incluso a la propia investigación. Los archivos pueden estar cerrados; en cambio, los paisajes están abiertos a todo el mundo como debe ser. Son buenos lugares para la intersubjetividad”.

Con todo, según estos historiadores, la arquelogía acerca al conflicto de una forma “más cruda” en los campos de batalla con sus casquillos, sus latas de comida, botellas con las que trataban de hacer frente a sus nervios, y también la exhumación de fosas: “no solo son esqueletos, sino testimonios vivos de una represión brutal”, concluye.

Javier Ciga, dibujos desde la cárcel

Hace ochenta años, el pintor Javier Ciga fue detenido, torturado y encarcelado; en su cautiverio realizó numerosos dibujos

Un reportaje de Pello Fernández Oyaregui

EL pensamiento que mejor define la trayectoria política de Ciga, es el aforismo que Unamuno escribió a Bergamín: Existir es pensar y pensar es comprometerse. Así pues la vida de Ciga, fue compromiso tanto con la pintura y su ideal estético, como con sus ideas políticas.

Durante toda su dilatada existencia, Ciga fue fiel al ideario nacionalista y como expresaba en su carta a su amigo Pueyo en 1918, se encontraba laborando por Basconia y por el arte. Desde sus años más jóvenes, constituyó con otros amigos la Cuadrilla de Cildoz, aglutinante de las primeras ideas vasquistas. Este proceso de concienciación experimentó un gran impulso al entrar en relación con la Asociación Euskara, con los que compartía la defensa de la lengua y esencias vascas de Navarra. A algunos de ellos, los inmortalizó con excelentes retratos como es el caso de Olóriz, Aranzadi, Etayo y Campión.

El pintor realizó diversos dibujos de sus compañeros de cautiverio. Dibujos de la cárcel (Cat.552). Fundación Ciga
El pintor realizó diversos dibujos de sus compañeros de cautiverio. Dibujos de la cárcel (Cat.552). Fundación Ciga

Javier Ciga aparece como uno de los primeros afiliados al Partido Nacionalista Vasco (carnet número 36). Así mismo desempeñó distintos cargos, siendo los más relevantes el de tesorero-contador en 1921 y vicepresidente en 1936 en el Centro Vasco o Euzko Etxea, así como su vinculación proactiva con el periódico nacionalista La Voz de Navarra .

El año 1918 fue clave por el avance, tanto de la idea de Reintegración Foral, como del nacionalismo vasco, que por primera vez logró representación en el Ayuntamiento de Pamplona con tres concejalías en las elecciones de 1917, tras los anteriores intentos frustrados.

En las elecciones realizadas el 8 de febrero de 1920, salen elegidos ocho concejales nacionalistas. Entre ellos Ciga, que no era un político profesional, sino un hombre esencialmente bueno que en un momento determinado tuvo que comprometerse, entendiendo la política como servicio al ciudadano.

ACTA DE CONCEJAL Como consecuencia de la Alianza Foral (coalición entre jaimistas y nacionalistas) en las elecciones municipales de 1922, pasaron a controlar el consistorio pamplonés con mayoría. Así pues, Ciga desempeñó el cargo de concejal entre 1920 y 1923 y entre 1930 y 1931 (con el paréntesis 1923-1930), correspondiente a la dictadura de Primo de Rivera, y una vez caída esta, el restablecimiento de la corporación municipal anterior. Aún volvería a presentarse a las elecciones del 12 de abril de 1931, en el distrito 3 en el que obtuvo 245 votos. En estos comicios, que darán paso a la II República, los nacionalistas obtuvieron muy malos resultados, perdiendo así su representación.

Con el comienzo de la Guerra Civil, se iban a vivir circunstancias muy difíciles para todos aquellos que discrepaban con la política oficial y que, según su clasificación sui géneris, serían considerados como desafectos al Glorioso Movimiento Nacional.

MALOS TRATOS Y cárcel La casa de Ciga se iba a convertir en un ir y venir de desterrados en busca de ayuda. Esta situación se agravaría a partir del 19 junio de 1937 con la toma de Bilbao. Al mismo tiempo, desde Elizondo, la familia Ariztia continuaba con la labor humanitaria de proporcionar medicinas procedentes de Francia, para ser distribuidas entre los presos del fuerte de Ezkaba. Muchas fueron las voces que aconsejaron a Ciga que lo más prudente sería cruzar la frontera, ente ellos su amigo José Aguerre, compañero de partido, periodista, intelectual y euskaltzale. La respuesta siempre era la misma: “Yo no me voy, ya que no he hecho nada malo, nos podrán quitar la vida pero jamás la dignidad”.

La detención de Javier Ciga, se produjo el 13 de abril de1938, y fue conducido al Depósito Municipal o Perrera. Los agentes del Servicio de Información de la Policía Militar procedieron al interrogatorio, acusándole de facilitar la huida a Francia del comandante de la UGT Abásolo.

Contaba con 60 años, y ni siquiera la edad ni su delicado estado de salud sirvieron de atenuantes para la tortura física y psíquica que se le infligió, y que queda reflejada en la propia denuncia presentada y manuscrita por Ciga y firmada por otros encausados. En ella se describe cómo fueron insultados, vejados, golpeados con vergas, una de ellas metálica, y pateados en el suelo. Esto ocurrió a partir de las 15 horas del día de la detención y se repitió a las dos de la madrugada del día siguiente. Del estado lamentable en el que salió Ciga del Depósito Municipal, poseemos varios testimonios oculares, como los de María Iturralde, otra de las detenidas, el del oficial del Depósito, Bernardino Vidaurre, y el de Pello Mari Irujo, una vez en la prisión provincial, a donde fue conducido pasados los tres días de incomunicación.

DIBUJOS DE LA CÁRCEL Ciga, pintor vocacional, también ejerció su actividad en un recinto tan poco propicio como era la celda carcelaria, pero que le sirvió para evadirse y sublimar la cruda y absurda realidad que vivió. Con la falta de medios que imponía la circunstancia, es decir, una libreta y un lápiz, realizó la serie que conocemos como Dibujos de la cárcel, compuesta por 18 dibujos con formato vertical y horizontal de 15 x 19 centímetros. Once de los cuales representan retratos de sus amigos entre los que destacan los hermanos Irujo, Aquiles Cuadra y algunos baztandarras encarcelados.

Aparecen representados en todas sus modalidades: cabezas, bustos, medio cuerpo, tres cuartos, de cuerpo entero, de perfil, de frente, ladeados, etc. Los otros seis dibujos representan distintas escenas de la vida carcelaria en la que los presos pasaban su tiempo. Son dibujos minimalistas, ejecutados con unas pocas líneas, con la corrección y el rigor dibujístico que le caracterizaban y con dominio absoluto de las anatomías. Por medio del sombreado y escorzos, consigue interesantes efectos de volumetría y perspectiva. Ciga se revela como un fiel cronista de la vida carcelaria, dejándonos un documento de gran valor histórico.

CONSEJO DE GUERRA Tras la instrucción del sumario se celebra la vista del Consejo de Guerra, en la cual, a los detenidos en la redada del Catachú, se añaden el propio Javier Ciga y otros; acusados de la organización de evasiones y, en concreto, de la mencionada evasión de José Abásolo.

El delito se tipificó como auxilio a la rebelión. El fiscal, en las conclusiones del sumarísimo, copiadas en el informe 3137 de FET y de las JONS, acusa a Ciga “de ser uno de los separatistas más contumaces de la ciudad, de haber contribuido con 25 pesetas a la suscripción nacionalista al Día de la Patria Vasca, de haber sido concejal nacionalista del Ayuntamiento de Pamplona, de que en su casa se reunían significados separatistas, con fines de conspiración contra el Glorioso Movimiento Nacional”, aunque no se pudieron probar estos hechos. Se defendió de todas las acusaciones de evasión y negó que hubiera facilitado nombres, recomendaciones e itinerarios.

En esta fase de instrucción del sumario, defendieron a Ciga, mediante sendos informes, el alcalde de Pamplona Tomás Mata, calificando de intachable su conducta pública, y el director de la Congregación de Esclavos de María Santísima. Como abogado defensor ejerció el eminente José María Iribarren Rodríguez, secretario particular del general Mola y alférez del Cuerpo Jurídico Militar, llamó a declarar en defensa de Ciga a Hilario Castiella, a José Martínez, presidente del Bloque de derechas durante la II República y de la Junta de Guerra Carlista de Navarra, y a Joaquín Baleztena, jefe regional carlista. Todos refrendaron el moderantismo, la bondad, la religiosidad del defendido y si bien reconocían su ideología, no lo consideraban como un nacionalista de acción, ni separatista. Iribarren recalcó, cómo Ciga se negó a facilitar fugas y ayudar a que otros las realizaran y volvió a enfatizar el carácter formal, religioso, trabajador y moderado, incluso cuando era nacionalista. Ciga fue absuelto del delito de auxilio a la rebelión, aunque se le imponía una multa de 50 pesetas por no haber denunciado las evasiones. Ciga sale de la cárcel el 23 de septiembre de 1939, a punto de cumplir 62 años, después de soportar un largo periodo de año y medio. De todas formas, no acabaría aquí el calvario judicial para nuestro pintor, que tendría que hacer frente a un nuevo juicio.

SENTENCIA EN CONTRA Y SANCIÓN El caso pasó al Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas, según ordenaba la ley de febrero de 1939, por la que se debía castigar la participación subversiva en política. Ciga es acusado de ostentar cargos en el Partido Nacionalista Vasco y de no haberse adherido incondicionalmente al Alzamiento Nacional. Todo ello supuso la inmovilización de bienes, tanto los suyos (depósito de valores de 11.500 pesetas) como los de la funeraria, que estaban a nombre de la Sociedad Ciga y Compañía. El Tribunal falló en su contra, condenándole como responsable político al pago de 2.500 pesetas de multa, que pagó con el Calvario encargado por los PP. Escolapios y que a partir de entonces es conocido como el Cristo de la Sanción.

El trato vejatorio, el encarcelamiento, la larga dictadura franquista, la vejez, problemas de salud como la hemiplejía, pérdida de visión y de pulso, serán factores que dejarán huella negativa en nuestro artista y su obra. Ya nada sería igual, podemos dar por finalizada su fase creativa iniciando una recreación del rico imaginario estético e iconográfico de sus etapas anteriores.

La verdad y la coherencia marcaron su trayectoria vital, artística, así como su compromiso político. Todos estos aspectos nos dan una visión poliédrica que enriquecen la figura de Ciga, que haciendo suya la idea unamuniana, unió en su vida: existencia, pensamiento, arte y compromiso.