El canje de presos frustrado en Santoña

El Gobierno Provisional de Euzkadi quiso canjear 250 presos después de firmar el Pacto de Santoña; finalmente fueron 17

Un reportaje de Iban Gorriti

LOS investigadores continúan despejando incógnitas del conocido como Pacto de Santoña, acuerdo firmado el 24 de agosto de 1937 durante la caída del Frente Norte en la Guerra Civil española entre dirigentes del PNV y los mandos de las fuerzas del fascio italiano que combatían junto al bando del general Franco tras el golpe de Estado contra la Segunda República en julio de 1936.

Un dato que ha permanecido inédito hasta hoy es que el Gobierno vasco quiso canjear un total de 250 presos en la madrugada del 26 de agosto de 1937, dos días después de la firma entre el jeltzale Juan de Ajuriaguerra, presidente del Bizkai Buru Batzar, y Mancini, seudónimo de guerra del general Mario Roatta, jefe de la División Flechas Negras. Sin embargo, por decisión franquista, el número quedó reducido a solo 17. Estos nuevos datos salen a la luz gracias a un informe de Jesús María Leizaola, que sucedió a José Antonio Aguirre como lehendakari en 1960, al que ha tenido acceso DEIA.

El puerto de Santoña, escenario del que debía haber sido un intercambio de prisioneros políticos. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
El puerto de Santoña, escenario del que debía haber sido un intercambio de prisioneros políticos. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

El documento histórico es la crónica del paso de las horas desde que Leizaola acude en un barco junto al Comisario de Abastos y Armamento durante la Guerra Civil Gonzalo Nárdiz (ANV) -más adelante consejero de Agricultura y Pesca-, y el teniente coronel franquista Antonio Troncoso, entre otros.

Leizaola data que eran las seis de la mañana del 26 de agosto de 1937 cuando se conoció que el Pacto de Santoña quedaba roto por parte de los italianos y por presión de los generales españoles sublevados contra la democracia. El PNV valora que para el Gobierno vasco habría sido “un gran éxito que hubieran logrado evacuar a 250 responsables”, lo cual equivale a “la casi totalidad de los responsables tanto del ejército como civiles”. Intentaron entonces que fueran 50, pero al final la cifra quedó en los mencionados 17.

Pero no adelantemos acontecimientos. Aquella mañana, habían entrado al puerto de Santoña los buques mercantes ingleses Bobbie y el Seven Seas Spray de Baiona, con el destroyer inglés H.M.S. Keith. Comenzó el embarque de 250 refugiados con pasaporte vasco.

Sin embargo, aquella esperanza se truncó. A las diez de la mañana, enterado el general sublevado Fidel Dávila de esta operación, ordenó la suspensión del embarque y el desembarco. Según el informe de Leizaola, el Pacto de Santoña no llegó a su término en parte debido al retraso en la llegada de los buques de evacuación y al ser desautorizada finalmente toda la operación pactada con las autoridades italianas. Dávila ordenó el internamiento de los gudaris y milicianos en la prisión de El Dueso.

De nada sirvió a Leizaola y Nárdiz llegar a la bahía de Santoña, donde esperaban encontrar embarcaciones ligeras que hubieran trasladado a los prisioneros políticos objeto de canje y a los responsables políticos que el PNV deseaba llevar a Francia. No se hallaban allí.

En ese momento, el franquista Troncoso informó de que iba a enviar una gasolinera a Santoña, a la que se subieron. Se produjeron dos disparos de fusil desde tierra contra la embarcación. Lo narra Leizaola: “El oficial paró y me consultó qué hacer. Le dije: mostrar una bandera de la Marina de guerra inglesa. Yo, debajo del toldo, miré y vi que un bou estaba anclado con bandera, y que era bandera vasca”.

Llegaron al bou y en él solo había como autoridad un vicecónsul. Leizola le informó de que querían exiliar a 250 vascos: “La respuesta fue no y entonces bajé a 50, a lo que ni accedió ni negó”. Saltaron a tierra. Leizaola y Nárdiz se reunieron, primero, con el Comité constituido en Santoña; a continuación, con autoridades del PNV. De allí fueron a Laredo, al domicilio del EBB, y regresaron al puerto. “Informamos del canje de 17 prisioneros y solo había ocho presos en Santoña. Los restantes procedían de Santander. Eran los Eguía, Arambarri… Esto para la cuestión del canje nos colocaba en una situación poco airosa”, valoraba Leizaola en su escrito.

Regresaron al buque a la una del mediodía. Vieron un acorazado inglés así como los bous Araba y Galerna, y un destroyer. Leizaola llevaba a los presos. Los primeros fueron cuatro del EBB; tres de STV y dos funcionarios del Gobierno vasco. Nárdiz eligió los restantes.

Sustos de todo tipo Leizaola describe momentos difíciles: “Los que quedaban sin pasar al destroyer se dirigieron angustiados a nosotros, pidiéndonos que hiciéramos algo por ellos. El momento fue verdaderamente doloroso”. Argumentó que “tenía la seguridad de que el crucero y los navíos franceses iban a recoger a todos. De no haberlo creído, probablemente hubiera obrado de otra manera”, matizó.

Troncoso se comprometió a garantizar el regreso de aquellas embarcaciones que retornaban a Santoña y ellos llegaron a Donibane Lohizune. Concluye Leizaola su informe: “En mis no muy numerosos viajes por mar, solo dos veces he llegado a estar mareado, pero en éste lo estuve en términos increíbles. En San Juan de Luz no me fue posible llegarme hasta Baiona y tuve que quedarme acostado en el Hotel de la Poste aquella noche. La impresión y el nerviosismo de la jornada, con toda clase de sustos, me debieron hacer un efecto terrible”.

Andima Orueta y otros camaradas asesinados por un republicano cántabro

El redactor del periódico ‘Euzkadi’ perdió la vida a manos del jefe de la ‘checa’ de Santander, Manuel Neila, considerado un enemigo de los vascos

Un reportaje de Iban Gorriti

Andima Orueta, señalado en el círculo, en el batzoki de Matiko.
Andima Orueta, señalado en el círculo, en el batzoki de Matiko.

SI ya fueron demasiados los aliados de los golpistas sublevados contra los que tuvo que batallar el Ejército del Gobierno del lehendakari Aguirre, también se dieron casos de republicanos que odiaban a los vascos y trataron de acabar con sus vidas durante la Guerra Civil. Un ejemplo fue el jefe de la Comisión de Policía del Frente Popular de Santander y su checa, Manuel Neila Martín. Una de sus numerosas víctimas fue el periodista jeltzale Andima Orueta, redactor del periódico Euzkadi y testigo del bombardeo de Durango.

Este diario ha tenido acceso al informe del lehendakari Aguirre dirigido a la República sobre las causas que, a su juicio, determinaron la caída del frente Norte, en lo referente a Santander. El presidente cita la muerte de cinco vascos, entre ellos, el del cronista.

“Yo mismo -subraya Aguirre- soy testigo del espectáculo macabro que ofrecían cerca de unas peñas cinco cadáveres desnudos recientemente asesinados”. El lehendakari ubica el desenlace cerca de la casa donde el Gobierno vasco vivía en la capital cántabra, en el Cabo Mayor. “Llamé al General Gamir. Le hice presenciar el espectáculo. El General se indignó con este motivo. Aquello no podía tolerarse. La americana de uno de los asesinados estaba en el jardín de nuestra casa con el agujero de la bala que lo había cruzado”, subrayaba.

Hacía referencia al médico donostiarra, Zabalo. De aquel modo, además, perdió la vida “el redactor del periódico Euzkadi, señor Andima Orueta, y los empleados del Departamento de Comercio y Abastecimientos, señores Gorostiaga y Lasa”. El informe agrega el asesinato del Jefe de Impuestos de la Diputación de Bizkaia, Juan Luis de Biziola.

“Todos ellos hombres eran lealísimos al servicio del Gobierno vasco y huidos del terror fascista”, valoraba Aguirre quien detallaba que también fueron asesinados dos jóvenes socialistas vascos, en Torrelavega, y el afiliado a Izquierda Republicana, Quílez, en Santander.

El presidente señala a los ejecutores. “Todos ellos fueron asesinados por los llamados policías, asesinos a sueldo. Más tarde un grupo de jóvenes socialistas mataba a su vez en Torrelavega a dos policías”. El informe concluye con las siguientes informaciones. “No hablemos de detenciones porque sería hacernos interminables. Consignemos solo la arbitraria detención de Don José de Rezola, Secretario General del Departamento de Defensa de Euzkadi, conducido a los calabozos a pesar de haber mostrado los documentos acreditativos de su personalidad. Le dijeron que aquello de nada servía”, concluyó Aguirre.

Al frente de aquellos policías estaba Manuel Neila Martín, antiguo dependiente de tejidos. En una carta del secretario de Aguirre, Pedro de Basaldúa a Anton Irala, secretario general de la Presidencia, le hace saber las andanzas del santanderino del Frente Nacional Popular. “Como dato increíble te diré que Neila, el jefe de la checa santanderina a cuyas espaldas cargan tantos crímenes y paseos como este del joven Jose Manuel Zabalo al que asesinaron villanamente y dejaron su cadáver en la playa, y Monzón lo ha comunicado a sus familiares”, relata. Y va más allá en su exposición: “Resulta que este criminal huyó el miércoles nada menos que en el avión El Negus, llevando dos maletas. Ha huido con consentimiento del gobernador y demás. Es un tipo criminal y cobarde. Es causante de muchísimas muertes. Y anda ahora por ahí”.

La paradoja era máxima porque El Negus fue el avión utilizado por el lehendakari para partir al exilio desde Laredo en agosto de 1937, tras la ocupación por los sublevados de todo el territorio vasco.

El gudari Otsoa de Txintxetru fue pionero en la recuperación de la memoria histórica vasca con la localización de fosas de compañeros de batalla caídos en el frente. En 2009, calificaba a Neila como desalmado, asesino y enemigo de los vascos que pretendían huir a Francia por mar en barcos pesqueros pequeños. Les apresaba asesinándoles, y, con un tiro en la nuca, les arrojaba al mar por los acantilados. “Así murieron muchos gudaris y paisanos vascos, como mi hermano Iñaki, comandante intendente del batallón Kirikiño; Zubiri, Otazua, Andima Orueta y otros muchos. Se dijo que el torrero del faro murió loco al oír los lamentos de los que morían al fondo del acantilado. Y que Neila consiguió escapar a México”, redactaba.

El 16 de mayo de 2009, con 91 años de edad, la hija Argiñe de Otsoa de Txintxetru le llevó al gudari a conocer el faro de Cabo Mayor de Santander. “A pocos metros de éste hay un majestuoso monumento de piedra porosa al borde del mar. Sí, y al borde está un profundo acantilado. Muy profundo. Muy profundo y mortal. Al pie de una alta cruz ha sido esculpida la figura de un hombre con los brazos y manos alzados, asiéndose a la cruz y su cuerpo destrozado. Impresionante. No existe inscripción descriptiva de su simbolismo ni nombre de su autor”.

la muerte de andima orueta Entre esos riscos cayó el cuerpo de Andima Orueta, periodista del diario Euzkadi que acompañó a Patxi Zubikarai a visitar el 31 de marzo el bombardeo de Durango a las once horas, dos horas y media después del genocidio fascista. La periodista Onintza Irureta recoge las palabras escritas del segundo. “Fui con Andima Orueta, reportero del Euzkadi. Era muy amigo mío y muy buen periodista. Más adelante no supe de él. Desconocemos dónde murió. Acabada la guerra, no había rastro”, quedó impreso en el reportaje de Argia.

Neila se había encargado de asesinarle y conocer el final de su vida en las aguas capitalinas de Cantabria, dato que no pasó desapercibido. El periódico Mañana publicó el 5 de diciembre de 1937 que el diario Euzkadi volvería a publicarse, ahora en Barcelona. “El Euzkadi ha pagado tributo a esta guerra incruenta que ha sido de invasión de la Patria y de exterminio para muchos miles de hermanos nuestros”, y cita a Esteban Urkiaga Lauaxeta y a Andima Orueta. “Orueta poseía innatas condiciones para el reportaje y excelentes dotes que concurrían en él”.

Andima murió a manos de la policía del republicano Neila, hombre que según narraba Aguirre “hacía detenciones verificadas en plena calle por hablar euskera, las burlas a los soldados heridos porque tenían escapulario en los Hospitales de Santander, la rotura de certificados de inutilidad extendidos por el Tribunal Militar de Euzkadi, de carnets expedidos por el Gobierno de Euzkadi, etc. Todos estos eran signos “contrarrevolucionarios” para aquellos hombres que derrochaban valentía en sus palabras aun cuando los hechos luego no lo confirmaron por ninguna parte”.

“Un fascista de libro”

Hace treinta años murió Martín de Arrizubieta, cura sabiniano de Mundaka que fue propagandista del régimen nazi en Berlín y antifranquista en Córdoba

Un reportaje de Iban Gorriti

El sacerdote de Mundaka Martín de Arrizubieta Larrinaga, en una imagen histórica. Foto: Deia
El sacerdote de Mundaka Martín de Arrizubieta Larrinaga, en una imagen histórica. Foto: Deia

Cuál fue el papel de los vascos en la Segunda Guerra Mundial? Esta cuestión servía como título de un libro del historiador elorriarra Iñigo Bolinaga. Él mismo colocaba a modo de piezas de un juego de mesa como el Risk a Himmler, Hitler y Franco en nuestra Donostia, blindados nazis en Lapurdi, mugalaris burlando la vigilancia de la Wehrmacht, el lehendakari Aguirre como clandestino en Berlín, a los maquis liberando Zuberoa y al último batallón Gernika combatiendo en el Medoc.

La publicación editada por Txertoa, como subrayaba su planteamiento, compendiaba la participación de los vascos y vascas en el conflicto bélico con episodios relevantes junto a otros capítulos casi desconocidos; A la postre, un apasionante relato de la actividad en ambos bandos. Entre los nombres desconocidos, no pasa desapercibido para el lector curioso la figura de Martín de Arrizubieta Larrinaga. De Mundaka. Sacerdote. “Fue un fascista de libro”, concluye Bolinaga en su trabajo documental.

El historiador bosqueja a Arrizubieta como un viejo nacionalista vasco de la línea sabiniana que fue capellán de gudaris durante la guerra internacional sufrida en el Estado entre 1936 y 1939. Pero no queda ahí la cosa: también fue capellán de requetés después de su captura por el bando golpista y, tras lograr escabullirse al Estado francés en 1938, acabó siendo miembro de la Legión Extranjera Francesa.

Su periplo tanto geográfico como ideológico sigue su paso firme hacia la capital alemana, como germanófilo convencido que acabó siendo. “Seducido por los nazis” -estima Bolinaga-, Martín trabajó en Berlín al frente de la revista hitleriana Enlace. En esta divulgación propagandística llegó a publicar diatribas contra el franquismo. “Se mostraba rabiosamente partidario del derrocamiento de Franco a favor de un régimen nacionalsocialista para España que fuera capaz de dar la independencia a una Euzkadi -grafía con la que lo escribía- libre, nazi, soberana y racionalmente pura”, puntualiza el escriba de Elorrio.

Y va más allá en su análisis sobre este cura: “Todo ello aderezado de un anticapitalismo rabioso típico del fascismo original, tanto en el caso de los fasci di combattimento como en el primer Partido Nacional Socialista Obrero Alemán de la línea Strasser o en las JONS obreristas de Ledesma Ramos”.

Arrizubieta, por tanto, tuvo su papel en la Segunda Guerra Mundial como vasco que acabaría desterrado al otro lado del Bidasoa. Pero no adelantemos acontecimientos porque seguiría residiendo en Berlín hasta la llegada del Ejército Rojo de Obreros y Campesinos, denominación oficial primigenia del ejército y la fuerza aérea de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, y tras 1922, de la Unión Soviética.

A continuación, el de Mundaka se exilió y fue finalmente enjuiciado en España. Fue entonces cuando se le condenó a un destierro en la provincia andaluza de Córdoba. A pesar de ello, continuó participando en distintas plataformas antifranquistas. Bolinaga llama a la reflexión con una pregunta que deja anotada en las 112 páginas de su publicación que data de 2016: “¿Fue Martín de Arrizubieta un loco, un friki, un iluminado de la vida? ¡Qué va! Fue un fascista de libro”.

Invasión de España Cerrado este tomo de información, otras fuentes también abundan en la vida del sacerdote. Así, por ejemplo, la Cordobapedia asegura que fue amigo de los literatos vascos Gabriel Aresti o Jon Juaristi, que en 2007 llegaría a escribir una novela basada en la vida de Arrizubieta, “a pesar del enmascaramiento del nombre del personaje, Martín Abadía”. El título de la obra fue La caza salvaje.

Desde la capital que baña el Guadalquivir reconstruyen la biografía del vizcaino y aportan que Martín apoyó una invasión de España por el ejército alemán. “Al término de la contienda y en una carta que envía al PNV, Martín declara que todo lo hizo como forma de supervivencia además de poder infringir un daño al enemigo”, según relato de Xose M. Núñez Seixas en su libro ¿Un nazismo colaboracionista en España?

Evocan además cómo fue juzgado por un consejo de guerra, siendo condenado a muerte y posteriormente indultado y conmutada su pena por un exilio en Córdoba, a donde llega en el año 1947 por mediación del obispo Fray Albino, quien lo nombra adjunto a la Parroquia San Andrés y a continuación párroco de Santa Marina.

Durante los años 50 y 60, entró en contacto con opositores al régimen franquista agrupados en torno a la revista Praxis, liderada por Carlos Castilla Pino y José Aumente Baena. El primero habla de él en la segunda parte de sus memorias La casa del olivo, en la que dice mantener “sospechas de que incluso llegara a ser confidente de la policía”.

En esa década, en 1956, junto con el alcalde cordobés de la época, Antonio Cruz Conde, nuestro protagonista fue uno de los que impulsó el monumento memorialista a Manolete, torero muerto en Linares el 29 de agosto de 1947.

En cuanto a su aportación a la lucha antifranquista, formó parte del grupo clandestino El Felipe con el sobrenombre de El ogro. En 1966 promovió junto a un numeroso grupo de vecinos del barrio de Santa Marina la constitución de la Asociación de Cabezas de Familia.

En los años 70 estrechó sus lazos con opositores vascos al régimen como el poeta Gabriel Aresti y el matrimonio Sastre-Forest, que “le vuelven a radicalizar sus posturas nacionalistas”. En 1983 se jubiló y regresó a su Euskadi natal. “Pero no encontrando su sitio en el panorama intelectual y político” retornó a Córdoba, donde murió cinco años después.

El valor de contar que fue violada en la guerra

Se cumple una década de la muerte de Anttoni Telleria, mujer violada con 14 años el 25 de abril de 1937, día en el que perdió a su padre, su madre y dos dedos

Un reportaje de Iban Gorriti

Anttoni, cuando reveló lo sucedido. Fotos: Intxorta 1937 Kultur Elkartea
Anttoni, cuando reveló lo sucedido. Fotos: Intxorta 1937 Kultur Elkartea

diez años se cumplen del fallecimiento de Anttoni Telleria, uno de los casos más tenebrosos vividos por una entonces niña durante la mal llamada Guerra Civil de 1936. Una década después, su familia de Elgeta aún lamenta que no contara antes por qué tenía amputados dos dedos de una mano, por qué vivió con el lastre de que un tabor de las fuerzas indígenas moras la había violado, por qué tuvo que gestionar y asimilar durante décadas el sufrimiento de cómo mataron a su padre y su madre. Y todo ello ocurrió casi al mismo tiempo.

Pero no corramos, que el olvido solo ampara al violador y manda a la cuneta la necesaria memoria histórica. Se sobrevivía al año 1937. Gudaris y milicianos resistían en los montes Intxortas la llegada de los militares golpistas españoles que avanzaban con sus aliados internacionales. En la entrada de los sublevados contra la legítima Segunda República a Elgeta, tras seis meses de lucha incesante, la niña Anttoni Telleria vivía en el caserío Sesto Gain.

En ese escenario sufrió lo que ninguna persona desearía ni ningún guionista de cine acertaría a hilar en un mismo texto. Con solo 14 primaveras de inocencia vivió lo que no llegaría a contar a nadie hasta transcurridos 70 años. Lo narra a DEIA su sobrina-nieta Gurutze Telleria. “Los fascistas entraron directos del frente. E izeko (tía) estaba con sus padres Pedro y María. Era la pequeña de cinco hermanos. Los cuatro mayores estaban casados, y ella residía en el caserío con ellos”.

Era el 25 de abril de 1937, escasas horas antes del picassiano bombardeo de Gernika-Lumo perpetrado por nazis y fascistas italianos sobre la villa foral. De madrugada, en Elgeta, tras escuchar que pegaban a la puerta del hogar, Pedro se apresuró a ver qué acontecía. “Hubo un rifirrafe entre él y ellos, porque no quería que entraran con el objetivo de defender a la niña y a su mujer”, agrega Gurutze. Su oposición acabaría valiéndole la vida y, a la niña que salió a ayudarle, dos dedos de su mano derecha. Lo narraba la propia Anttoni de la siguiente manera en un vídeo: “Le pegaron un tiro y al irle yo a tapar la herida, le dispararon de nuevo y…”, muestra su mano a la cámara de la asociación Intxorta 1937 Kultur Elkartea, en la importante entrevista realizada por Juan Ramón Garai y Jose Ramon Intxauspe en 2003, cuatro años antes de que falleciera.

“Al padre lo asesinaron en la misma puerta”, agrega Gurutze con impotencia y va más allá: “Toda, toda, toda la vida nos dijo que perdió los dedos al caerse de un árbol, de una higuera. Hasta que acabó contando la triste verdad”, resalta quien vivió junto a Anttoni sus últimos años en el caserío donde ocurrió todo.

En ese escenario de terror máximo, la madre recibió un culatazo de fusil y perdió el conocimiento. Acabaría también disparada y “falleció al de unos días en el hospital militar de Donostia, días en los que izeko también estuvo ingresada”.

Y ahí no acabó el horror. Los leales al golpe de Estado violaron a la niña de 14 años, una experiencia traumática que provocó que, durante el resto de su vida, observase con reservas y mal recuerdo a los africanos.

El trauma que causó en ella todo lo vivido pudo ser también el origen de no querer tener novios, pretendientes, casarse…, como era la tradición entonces. “Odiaba a los hombres y cargó con ello casi toda su vida. Ella siempre nos dijo, quizás mi padre no lo sepa aún, que fueron personas del pueblo, de Elgeta, los que les dijeron que fueran al caserío que había una niña rubia muy guapa. Ella tenía claro que les habían mandado allí a hacer lo que hicieron”.

La niña, tras la violación, sola… acertó a ir al caserío Aranburu y de allí la evacuaron a un hospital. La guerra tocó a su fin en 1939 y llegó otra guerra camuflada llamada franquismo. “Cuando el bigotes Franco empezó a cojear, izeko comenzó a contar algo. Y soltó todo tarde, muy tarde porque contarlo la liberó mucho. ¡Hay que vivir con toda esa carga de recuerdos encima! Con esa equis toda la vida”, respira.

Anttoni salió adelante como modista, con clientela del pueblo e, incluso, de Elorrio. Tuvo el valor de contarlo con avanzada edad. “Ella no vivió mal con sus trabajos, pero sí vivió con todo aquel lastre dentro. Pero, antes, eran tiempos en los que quizás si lo contaba podía salir peor porque, si te descuidas, la llamarían fresca o algo así. Fue una pena que no nos lo hiciera saber antes, porque cuando lo hizo comenzó a sentirse mejor”.

El profesor riojano de Franco que fue fusilado

El republicano Azcárate escribió en la cárcel de Larrinaga una carta a Ajuriaguerra en la que incluia otra misiva para su mujer antes de ser fusilado por orden de su discípulo en la Academia, francisco Franco

Un reportaje de Iban Gorriti

Los internos se solazan en el patio de la cárcel de Larrinaga. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
Los internos se solazan en el patio de la cárcel de Larrinaga. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

el lunes habrán transcurrido 80 años del fusilamiento de un teniente coronel riojano que formó parte del gabinete militar del presidente Azaña y que fue inspector del Cuerpo del Ejército Vasco. Se llamaba Gumersindo Azcárate Gómez y fue ejecutado a los 59 años por los golpistas el 18 de noviembre de 1937 en Derio.

Ejemplo de espíritu republicano demócrata hasta el momento de su muerte, ya se veía carne de cañón de los sublevados por un hecho curioso que merece la pena conocer. El nacido en Ezcarai el 28 de febrero de 1878 fue Jefe del Regimiento Ciclista de Alcalá de Henares. Al estallar la guerra española-italo-alemana del 36 fue ascendido a coronel y enviado a Bilbao, como militar profesional, para instruir a las milicias vascas. Azcárate conocía bien a Franco, golpista del que había sido profesor en la Academia Militar. “Conozco a Franco. Fue discípulo mío en la Academia. No me perdonará que le haya traicionado y me fusilará”, dejó impreso para la posteridad. Su premonición se acabó cumpliendo.

Aunque de La Rioja, sus antecesores procedían de Azkarate, pueblo hoy perteneciente al municipio de Araiz, Merindad de Iruñea, en la comarca de Aralar. El mismo día que le fusilaron escribió diferentes cartas en la cárcel bilbaina de Larrinaga, minutos antes de que los sublevados contra la Segunda República le asesinaran. Dos de ellas son las que más han trascendido. Una destinada a Juan de Ajuriaguerra para que le hiciera saber a su madre que iba a morir, y la otra a un amigo, Pedro Alás, agradecido por lo bien que le recibieron en un pueblo que no cita y que le nombró hijo adoptivo. Según una información de Iñaki Gorostidi, de la Asociación Laminiturri, a Sabino Arana Fundazioa, Azcárate también estuvo preso en El Dueso de Santoña, donde ingresó el 28 de noviembre de 1937.

Esta fundación bilbaina custodia la emotiva primera misiva. Azcárate saluda a un “querido Ajuriaguerra” y lamenta que “llegó lo que tenía que llegar. Dios lo ha querido. Bendito sea Dios. Ya sabe usted cómo muero; bien preparado: eso es lo esencial. No he dejado de ser leal un momento, y leal muero. Viva la República”, le remite al portavoz del PNV.

El militar le incluyó a continuación una carta dirigida a su mujer y le explica que debe enviarla a una dirección de Biarritz: a 39, Rue Peyroboubill. Antes, se despide de Ajuriaguerra y de “los cuatro que con usted están en la celda. Un abrazo fuerte también; mándeselo por escrito, para quien usted sabe. Muero queriéndole mucho; él bien lo sabe. Que no se olvide de mi mujer y mis nenas. Que los vascos tengan lo que se merecen. Un abrazo cordial, fuerte, fuerte, noble y leal de su buen amigo”.

Gumersindo le solicita que la epístola escrita a su esposa se la envíe con delicadeza por el fatal desenlace. “Mándesela a mi mujer, escribiéndola usted con cierta precaución, para que no reciba la noticia de repente”. El coronel de infantería se confiesa a su mujer. “Queridísima Presen de mi alma: Ten valor y serenidad. Yo te aseguro que estoy completamente tranquilo, satisfecho. He ganado la batalla definitiva; la salvación de mi alma. Dios me llama. Voy a él gozoso. Desde el cielo velaré por ti y por esas dos hijitas de nuestro corazón. Sabes que no he hecho más que bien en este mundo, quizás sea esto el premio a mi manera de ser… Besos, infinitos besos a nuestros dos tesoros, nuestras hijitas del alma. Que recen mucho por su padre y sed felices las tres. Yo lo soy al morir leal”, concluye.

Son diferentes las personas que han investigado y trabajado la figura de este importante personaje histórico. Alguno, incluso, ha llegado a confundir en fotografía su figura con la de Joaquín Vidal Muñarriz, en una imagen en la que este coronel muerto en 1939 comparte instantánea con el lehendakari Aguirre y Tatxo Amilibia, socialista que pasó a ser comunista. “El de esa foto no es Azcárate, es Vidal Muñarriz”, confirman especialistas a este periódico.

Reírse de la muerte La descripción que Rafael de Garate hacía de él en Diario de un gudari condenado a muerte comenzaba así: “Gumersindo Azcárate podría tener 55 años. Aparentaba 70. Canijo, senil, arrugado. Cuando hablaba se frotaba las manos, como pintan a los judíos”, quedó impreso. Garate aplaudía la lealtad de aquel militar a la República. “En contra de las órdenes del Capitán general de Madrid, se sostuvo y se salió con la suya”, enfatizaba.

Sin embargo, no era de su gusto y no se callaba: “El Gobierno Provisional y el Ejército de Euzkadi necesitaban de asesores profesionales. Madrid nos mandó algo, poco, y entre ellos el recién ascendido Coronel Azcárate. O el golpe al caer prisionero fue fuerte y se derrumbó, o su valía era muy pequeña. Fue Jefe Militar de la Casa del Gobierno de Euzkadi. Quizá me equivoque y machito fuera bueno, pero ahora, caído, con la cuerda al cuello, me daba la impresión de que aquel hombre era mucho menos que cualquiera de nosotros”.

El testimonio continúa. “Estoy harto de decirle: Camarada Coronel, que su amigo Franco no mata más que a asesinos. Usted nunca ha matado un pollo con todas las estrellas que tiene, ¿verdad? Pues, hala, a dormir tranquilo”, y los exabruptos sobre su persona se sucedían, como también recoge el portal Errioxa.com.

Meses más tarde acabó fusilado. Tal y como destaca Vicente Talón en un cuaderno de Memoria de la Guerra de Euskadi, Ajuriaguerra informó al lehendakari Aguirre, desde la cárcel de Larrinaga el 19 de diciembre de 1937, del siguiente modo: “Prometí a los coroneles Azcárate e Irezabal y a los comandantes Lafuente y Bolaños, a quienes pude visitar en capilla, que te escribiría comunicándote su fusilamiento. Con ellos fue fusilado también Arenillas”. Agregó que “fue verdaderamente emocionante ver lo firmes, serenos y tranquilos que estaban todos; más parecía que iban a una fiesta que a su ejecución, aquí es formidable ver a los chicos que bromean y se ríen de la muerte”.

Leal a la República El periódico jeltzale Euskadi dio la noticia del fusilamiento de Azcárate, “un militar que supo honrar el uniforme”. El tabloide imprimió que un requeté de “juventud salvaje e instintos cavernarios rugió: Que salga el teniente coronel Gumersindo Azcárate. Y el aludido con gran energía le contestó: ¿Cómo decís teniente coronel? Yo soy un coronel legítimo y leal al único Gobierno. Al de la República”. Entonces, según el rotativo, se ató los cordones de una de sus botas, mientras que con “extraña serenidad” fue despidiéndose de sus compañeros. Cuando hubo abrazado a todos les gritó con energía: “¡Viva la República!”.

Azcárate firmó su propia sentencia de muerte “con gran tranquilidad y preguntó al fascista: ¿Quién lo ha ordenado? El generalísimo Franco. Con un gran desprecio y al mismo tiempo con lástima, dijo: Decidle que le perdono. Confesó y comulgó y ante un grupo de fascistas manifestó una vez más su fe en la República”, informa Euskadi.

Frente a los sargentos de requetés que constituían el piquete encargado de fusilarles como honor fascista, el coronel Azcárate dijo: “En estos momentos es para mí un orgullo ser elegido de Dios”. Y cuando ya faltaban unos segundos gritó a los del piquete: “Rezad por mí como yo rezaré por vosotros ante el Juez Supremo”.