Vivir en el curro

Se les ha ocurrido a algunos empresarios -me imagino que después de organizar un think tank con dueños de fábricas clandestinas de chinos– que para salir de la crisis tenemos que currar más horas. No se sabe si diurnas o nocturnas, porque los padres de niños pequeños somos capaces de trabajar incluso dormidos. Tampoco han concretado si la jornada se extenderá tanto que no compensará regresar a casa. Si fuera así, podrían facilitarnos sillas de oficina abatibles, con opción a sonda, para poder echar una cabezadita y orinar sin necesidad de abandonar el puesto. A priori puede resultar claustrofóbico, pero más apretadas están las gallinas y no dicen ni pío. Tampoco estaría de más que nos proporcionaran trajes-pijama reversibles, de ejecutivo por fuera y franela por dentro.

Vivir en el trabajo, además de solucionar la papeleta a algún desahuciado, reduciría el número de divorcios por falta de tiempo para discutir. Aunque siempre se podría cortar por Twitter: «Que he pensado que te den. Y que bajes la basura». Yo, sin ir más lejos, me he adelantado a los acontecimientos y le he anunciado al padre de mis criaturas un Expediente de Regulación de Esposo, por lo que pasaremos a vernos solo los fines de semana, como cuando éramos jóvenes y descerebrados. Él se queda la cría y la tortuga. Yo, el lactante y el ficus. Si pudiera meter la minicuna y el tiesto en el despacho del superjefe, pelín infrautilizado, sería perfecto. Esto nos pasa por encomendarnos a San José Obrero. Con lo mal que está la construcción…

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