Patas de gallo

Menos mal que no soy famosa, porque tiene que dar mucha pereza tener que alisarse, además de la melena, las patas de gallo. Total, para que luego te pillen en un renuncio y termines encabezando el ranking de las diez celebrities con más pellejo colgando del antebrazo. Porque la cara se estira, pero las manos las delatan. Tanto que a veces parece que se han trasplantado los pliegues de una septuagenaria. Además, internet lo ve todo y alberga infinitos listados: famosas antes y después de operarse, de maquillarse, de engordar… Hasta hay un ranking de pilladas sin bragas. Que la cosa está chunga, pero se me ocurren maneras más dignas de ahorrar.

Como decía, qué suerte ser anónima para poder envejecer a gusto, sin necesidad de tunearse las tetas o asalchicharse los labios. Porque hay retoques que causan estragos. El otro día vi a Ana Torroja en la tele y se daba un aire a Sylvester Stallone. Si se planta en mi fiesta con esa jeta, me da algo. De seguir así, va a conseguir que Millán, cuando la imitaba en Martes y Trece, se parezca más a la original.

Ahora que ya han regulado los transgénicos, podrían sacar una normativa para que las recauchutadas adviertan en sus currículos de que contienen aditivos y conservantes. Más que nada para hacer un plan de prevención de riesgos laborales, por si algún día les explota algo. Y por aquello de predicar con el ejemplo, columnistas del mundo, a ver si nos animamos y vamos renovando las fotos, que algunos mantienen el retrato de cuando eran becari@s.

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