Enrabietado en San Mamés

business-man-cryingNecesito un cargamento de tapones. Pero no de plástico, no. Para las orejas. Y ya puestos, otro de tila. Porque a los miembros masculinos de mi familia les ha dado por enrabietarse al unísono y voy a terminar tarumba. Lo del crío, a sus diecinueve meses, es comprensible, aunque cada muesca que ha hecho en el parqué lanzando objetos contundentes en plena corajina me haya dolido en el alma, como les duele a algunos tíos un rayazo en la carrocería. Mis disculpas a José Mari, el carpintero, por los daños irreparables en su obra. Lo del niño, digo, tiene un pase. Ahora, lo del padre de las criaturas, a sus cuarenta tacos, es de juzgado de guardia saturado. Ya llevaba meses con la vena rojiblanca hinchada, planeando ocupar La Catedral, en plan Kukutza, para evitar su derribo. Hasta convocó por WhatsApp a su cuadrilla de coros y danzas en las gradas para ensayar Del arco de San Mamés, no nos moverán. La noche de la despedida, con su bocata bajo el sobaco, se despidió amenazando con encaramarse al punto más alto del estadio y atarse con la bufanda del Athletic. Desde aquí le pido al responsable de la demolición que si se lo encuentra, me llame. O mejor que llame a Iribar, que ejercerá sobre él mayor poder de convicción. Si le ofrece el póster del equipo de la BBK firmado, baja fijo. En el fondo es como un niño. Yo hasta el finde no tengo prisa, pero le agradecería que me lo trajera para el sábado, hacia las ocho, para que se quede con los críos. Tengo cena con las amigas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *