Funeral exprés

 ataud

Ahora que eso de Empleado del mes, más que a incentivo, suena a que solo se ha contratado a un tío en lo que va de junio en todo el Estado, voy a instaurar, con su permiso y dada la abundancia de candidatos, el galardón al Incontinente verbal de la semana. En esta ocasión, por unanimidad del jurado -compuesto por una vecina, con el administrador de la escalera como ilustre notario- la distinción ha recaído en José de la Cavada, el directivo de la patronal española al que los cuatro días de permiso por defunción de un familiar le parecen un exceso «porque los viajes no se hacen en diligencia», por más que algún empresario siga explotando a sus currelas como en la época de Kunta Kinte.

Dejando a un lado la frasecita, muy inoportuna ya que no está el horno crematorio para bollos, lo que debe estar maquinando este hombre, con su vis emprendedora sin igual, debe ser algo así como el funeral exprés. Esto es, un tanatorio provisto de una cinta transportadora por la que rulen los féretros igual que las maletas en los aeropuertos. Al paso del ataúd, uno activa su audioguía para escuchar un responso abreviado, derrama un par de lágrimas, si es que no ha ido llorado de casa, y punto pelota. El horno, por supuesto, será pirolítico, para no perder tiempo limpiándolo entre incineración e incineración. A la salida le dan a uno las cenizas y listo. Si el fallecido es el propio trabajador, deberá morirse en festivo. Estirar la pata antes de concluir el inventario será considerado una deslealtad y, por tanto, motivo de despido.

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