Tonto el que se lo crea

COMPRAS un calzoncillo tamaño miniculo de crío y te topas con una pedazo de etiqueta, qué digo etiqueta, con un librillo con la composición e indicaciones de lavado traducidas hasta a la lengua maorí. Sin entrar a analizar ese dispendio de tela, con la que se podría confeccionar otro gayumbo, sorprende el empeño que pone la multinacional para que su prenda no encoja o destiña si por un casual cae en manos de un indígena que está de rodríguez y la limpia sin tener en cuenta la temperatura del Amazonas.

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Debería de trasladarse eseexceso de celo a la industria alimentaria para que dejen de vendernos hamburguesas con aditivos, ave o cerdo a precio de vacuno. Y si les gusta mezclar, que rotulen en vez de carne picada conglomerado comestible y allá cada cual si lee luego con una lente de superaumento los ingredientes.

Puestos a llamar a las cosas por su nombre, los tacones de aguja tendrían que denominarse esguinceros, y los leggins reductores de abdomen, mallas con efecto de boa constrictor. Tampoco vendría mal advertir en las entradas que el fútbol crea adicción, afecta seriamente al estado de ánimo y causa impotencia -en el sentido más amplio del término- según el resultado.Por último, en ciertos programas electorales deberían aclarar junto a un asterisco que se trata de una recreación publicitaria y que todo lo prometido es hasta agotar existencias, que es lo mismo que decir que tonto el que se lo crea.

Arantza Rodríguez

arodriguez@deia.com

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