Mejor una fiesta de pijamas

img_como_organizar_una_fiesta_de_pijamas_para_ninos_20059_origEN ocasiones, los padres sufren estados de enajenación mental transitoria e invitan a otros niños a dormir en casa. La primera media hora, lo que tardan en desparramar todas las piezas del Lego, es llevadera. El resto, de bidón de tila. Imposible entretenerlos con algo civilizado. Fuera juegos de mesa, fuera pinturas, ni hablar de manualidades o cupcakes. Solo quieren jugar al escondite -y pisotear tu fondo de armario-, construir casetas -y pisotear tus cojines- y jugar al corre que te pillo -y pisotear tus pies-.

Me río yo de la Eternal Running. Si sobrevives y mantienes la calma como para no cometer un infanticidio, solo te quedará darles de cenar -yo quiero al lado de menganito, yo también, yo lo he dicho prime– y acostarlos -yo quiero al lado de menganito, yo también, yo lo he dicho prime-. Cuando se duerme el último, tu departamento de I+D bulle: urge un casco insonorizado para las fiestas infantiles o un Chupa Chups de alquitrán que deje pegada la lengua al paladar. En esas estás cuando se cuela el pequeño en tu cama y, al de un rato, tu sobrina, saltándose el aforo, a no ser que tu pareja se haya caído ya a la alfombra.

Lo bueno es cómo acuerdan beber y mear todos a la vez. Sé de uno que, en vez de a una ronda de consultas, debería invitar a una de marianitos y luego a una fiesta de pijamas, a ver si se relajan, acaban cantando el hit Panamá, patria querida y pactan algo, lo que sea, con tal de no tener que sufrirlos otra vez en campaña.

arodriguez@deia.com

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