¡Que vienen los fachas!

Echo a cara a cruz si reír o llorar al ver a los guardianes del pensamiento reglamentario echarse las manos a la cabeza porque un partidillo que no llega ni a chicha y nabo ha juntado a nueve mil energúmenos en el madrileñísimo pabellón de Vistalegre. “¡Ya tenemos extrema derecha!”, vociferan en corrillos internáuticos, corralas televisivas y, en general, cualquiera de los mil y un lugares donde tienen plaza de opinantes a tanto el rasgado de vestiduras. Pues que Santa Eduvigis les conserve la pituitaria y San Cipriano de Carrara la dureza del rostro a los monopolistas de la ortodoxia.

Extrema derecha, lo que se dice extrema derecha, la ha habido para regalar desde hace un cojón de quinquenios en la llamada piel de toro. Venía ocurriendo que se camuflaba en siglas teóricamente convencionales autopresentadas como de centroderecha liberal. Ahí siguen, de hecho, los ejemplares más dañinos, con el agravante de que de un tiempo a esta parte se han soltado el corsé y andan con el michelín totalitario todo desparramado. ¿Nombres? Los que tienen ahorita en mente: el figurín figurón Rivera por el lado naranja y, con más peligro, el aclamado presidente del (neo) PP, Pablo Casado. Esos sí que acojonan, porque compiten en discurso duro y, llegado el caso, podrían sumar mayoría suficiente para aplicar el jarabe de palo que pregonan con creciente éxito. Y como motivo añadido, porque enfrente tienen una pretendida izquierda de señoritingos que cada vez que abren la boca les regalan clientela a mansalva a los de enfrente. Los otros, los cantamañanas de Vox, son —por lo menos, de momento— una panda de fachuzos folclóricos.

Cuánto asco

Repaso los titulares sobre las dos primeras jornadas del juicio por el llamado Caso Gaztelueta en la Audiencia de Bizkaia. Hablamos de algo tan sórdido y brutal como presuntos abusos sexuales continuados a un menor en un exclusivo colegio del Opus Dei. Sin embargo, a buena parte de los cronistas —compañeras y compañeros de oficio, se supone— no les parece suficiente. Tienen que aumentar la náusea con detalladas descripciones, propias de la pornografía más zafia, de cómo sucedieron los hechos, según el testimonio del joven denunciante. Y cuando el impacto de eso se ha agostado en las portadas, en los boletines o en los sumarios televisivos, alimentan el horno del morbo salchichero con una nueva paletada de carbón a base de los sentimientos más hondos del chaval. Al día siguiente, vuelta al estercolero, a cosechar los tronchos de mierda periodística más lustrosos en las declaraciones de los padres. No es detalle menor que, como la mayoría de lo dicho en sede judicial había salido antes en los papeles, el asunto ya no es tan noticia y pierde puestos en las escaletas informativas.

Pero claro, la culpa nunca es propia. Es el público insaciable de materia fecal; quién se atreve a no satisfacer su ansia de guano. Es el mercado y la competencia atroz entre los medios; el que no juega a lo que juegan los demás tiene que echar la persiana porque no vende una escoba. Eso sí. Mañana o pasado, cuando nos convoque no sé qué benéfica institución para firmar un protocolo de buenas prácticas informativas con especial cuidado hacia las mujeres y los menores, ahí iremos, a echar el garabato y a salir en la foto. Faltaría más.

Algo no va bien

La hora de enviar la columna, y no hay manera. Siguen sin aparecer los turistas vascones del todo incluido al Procés. ¡Con lo necesitados que andamos de su iluminación en estas últimas horas de tinieblas! Porque lo más seguro es que, una vez más, los cenizos que creemos ver una cantada soberanista detrás de otra estemos equivocados y nos dejemos llevar por nuestra fe endeble de tibios autonomistas. Lo de ayer en el Parlament, sin ir más lejos, esa aparente bronca a calzón quitado entre las dos fuerzas mayoritarias del independentismo, tiene indudablemente una explicación razonable y, faltaría más, un lugar en esa detalladísima hoja de ruta ante la que tantas genuflexiones hemos hecho los aprendices de cómo se lleva a término una secesión comme il faut. ¿O ya no cuela?

Me dejo de sarcasmos. Me limito a enunciar lo que se antoja evidente: Sant Jaume, tenemos un problema. Por descontado, no soy tan necio de anunciar, como ya se aventura en el unionismo que come palomitas y descorcha cava, el finiquito del movimiento. Es obvio que ha calado con tal hondura, que difícilmente llegará la marcha atrás, y si hay que apostar, lo más verosímil es que siga creciendo con el paso del tiempo y la suma de desaires. Pero, como ya empiezan a decir, siquiera desde el córner, muchos de los que estuvieron en los orígenes, va siendo hora de tirar de honestidad y reconocer que se mintió o, en el mejor de los casos, se pecó de ingenuidad al proclamar que la separación de España era coser y cantar. Quizá proceda ya que se hagan a un lado los de las adhesiones inquebrantables y los palmeros de ocasión para dar paso a los realistas.

Catalunya, ¿qué está pasando?

Aquí sigo desde el final de la columna de ayer, como en las historietas de Mortadelo y Filemón, con la barba blanca creciendo a ojos vista, esperando la explicación fetén de los procesistas de salón sobre lo que ha pasado en Catalunya en estos últimos días. Mi banda sonora, una de las primeras de Fito: Todo está muy claro pero no lo entiendo. ¿Quién está ganando y quién está perdiendo?

Y sí, ya, que lo de la división del soberanismo es un invento de la pérfida propaganda unionista española. Nos hemos imaginado las peticiones de dimisión de Torra a grito pelado en la calle. O la sentencia de la CUP en sede parlamentaria: con ustedes o contra ustedes. O la andanada de Rufián, el de las 155 balas de plata, desmarcándose del ultimátum de plexiglás a Sánchez. O ese mismo desmarque, pero en versión más sangrante, en labios de los propios compañeros de partido del president accidental.

Venga, que sí, que preciosos los selfis, los avatares, las actualizaciones postureras en Instagram de cenitas y birras patrióticas con los amics catalás, los intercambios de sobeteos o las gracietas de los tuitstars de lance (con sueldo a cargo del estado opresor) sobre la foto de Urkullu con González. Ahora toca una descripción razonable de los hechos. Puro minuto de juego y resultado. Sin el recurso del victimismo o la negación de la evidencia. ¿Que hay presos políticos y exiliados? ¡Claro, claro! Por eso mismo, por respeto a ellos, al encabronamiento indisimulado de alguno de los más significados, procedería dejarse de engordar los egos a su cuenta, y aplicarse al diagnóstico sincero de la situación. Pero ya sé que no va a ser.

Otra vez las porras

Los que celebraron de verdad el primer aniversario del 1 de octubre fueron Rivera y Casado. Más el segundo, se diría incluso, dándose el gustazo de acusar al gobierno sanchista de mingafría y, ya sin frenos, de reclamar la ilegalización de los malvados secesionistas. Como poderoso argumento a su favor, las imágenes de las broncas callejeras repetidas y amplificadas cada minuto y medio en los canales de televisión amigos y no tan amigos. Vaya pan con unas hostias que es conseguir que lo que queda de la celebración del gran hito del procés sean las crónicas de las alteraciones del orden público.

Las porras, sí, de nuevo 365 días después, solo que esta vez las blandían, con su reconocida destreza, los Mossos, anteayer héroes y hoy enemigos del pueblo. ¿Y actuaron por iniciativa propia? Va a ser que no. Igual cuando se hicieron a un lado y dejaron el campo libre a la policía española en 2017 que ahora, cuando se han empleado a fondo contra los que reclamaban que se cumpla lo prometido —república ya—, seguían las órdenes del legítimo Govern de Catalunya.

Ahí es donde duele. El soberanismo institucional recibe la factura del soberanismo que pisa el asfalto. No es broma menor que se exija la dimisión del President, aunque sea el interino, ni que se intente tomar al asalto el Parlament. Es verdad que esto no es el suflé subiendo y bajando, pero sí, como poco, un costurón en un bloque que a duras penas llega al famoso 51 por ciento.

Claro que también todo esto que escribo puede ser otro diagnóstico equivocado más. Me falta el bueno, el de nuestros queridos procesistas de salón, que llevan horas silbando a la vía.

Sobre las cloacas

Ciento y pocos días después de su sorpresiva elevación a los cielos monclovitas, el sanchismo, atizado por todos los costados, como corresponde a cualquier gobierno que se precie, opta por la defensa de carril, declararse víctima de una conjura masónica. O de las cloacas, que es el término consensuado en el argumentario de los nuevos mandarines para nombrar al malvado monstruo informe que se está hinchando a soltar soplamocos a los pardillos llamados para la gloria de convertir la sombría Hispania rajoyana en la luminosa Pedronia, tierra libre de conflictos, penas y penillas.

Al primer bote, cabría recordar a lo Reverte que al poder se llega cagado, meado y llorado. Enfadarse y no respirar no es (o sea, no debería ser) una opción. Tampoco está de más recordar que el flanco en el que están recibiendo las hostias, el de la moralidad de los gestores de lo público, es exactamente el que utilizaron como bandera para despoltronar al anterior y encaramarse al timón. ¿Cómo es que ahora son bagatelas los que anteayer eran motivos de dimisión y/o cese fulminantes?

Claro que lo que menos cuela es hacerse de nuevas y llevarse las manos a la cabeza con las tales cloacas. Si personalizamos, como procede, la rata en jefe del sumidero del que hablamos se llama José Manuel Villarejo Pérez, y realizó buena parte de sus servicios más hediondos por encargo de conmilitones muy significados del actual presidente del Gobierno español. Si, como acabamos de escuchar con tristeza, una fiscal tenida por independiente (hoy ministra) le reía las gracias machistas y comentaba con él en tono jocoso ciertos delitos graves, era por algo.

1-O, aniversario

Un año del 1 de octubre. Yo estuve allí. Mi avión aterrizó en Barcelona poco después de las ocho y media. Camino del centro, el taxista, que tenía puesta RAC 1 a todo trapo, me daba el primer parte de la situación: “Puede estar tranquilo. Verá muchos grupos aquí o allá, y también policía, pero no va a pasar nada, no se preocupe”. Tres minutos antes de la nueve, según tengo registrado en mi historial de Whatsaap, mi compañera Eider Hurtado, que estaba desde el viernes en Catalunya, me enviaba su reporte: “Benvingut. Yo, en el colegio. Todo en orden”. Debajo, dos fotos de unas decenas de personas —no era una multitud— en las inmediaciones del colegio Infant Jesús del barrio de Gracia, que había elegido porque es en el que se esperaba a Artur Mas.

Justo entonces, la radio empezó a hablar de varios incidentes. En una de las conexiones, se escuchó claramente una carga. El siguiente corresponsal daba cuenta de otra. Y luego, una más. Al ir a mirar qué se contaba en Twitter, me encontré una foto que acababa de publicar la propia Eider: una mujer mayor con una herida en la cabeza que sangraba abundantemente. Esa imagen fue una de las primeras de la jornada en hacerse viral. Después vendrían miles (cierto que también alguna falsa) que, en esencia, mostraban lo mismo: personas de toda edad y condición golpeadas por policías que se empleaban con saña. Al bajar del taxi, yo mismo me encontré con esas escenas, y hasta me llevé dos empellones gratuitos de uniformados a los que se notaba especialmente excitados. Para mi sorpresa, los ciudadanos solo respondían con un grito: “Volem votar!”. Y lo hicieron, aunque luego…