Los pactos, según

Es gracioso. Nos pasamos la vida cantando aleluyas a los pactos entre diferentes, y cuando se producen, sacamos el máuser dialéctico y montamos la de San Quintín. Con balas de fogueo, todo sea dicho, porque no nos chupamos el dedo y también tenemos claro que muy buena parte de la política se desarrolla como representación teatral. Es decir, se exagera la nota que es un primor.

Así, los desmesurados tenores y sopranos de la oposición fuerzan la garganta para denunciar con gran acompañamiento de aspavientos el tremebundo atropello que supone que el PNV haya alcanzado un acuerdo presupuestario con el PP en la CAV y que esté a punto de cerrar otro en Madrid. Las mentes calenturientas —no hay quien no las haga que no las imagine— se han liado a propagar historietas para la antología de la conspiranoia sobre no sé qué componendas firmadas en el averno con los demonios del Ibex 35 ejerciendo de maestros de ceremonias. La supuesta alianza de las fuerzas del mal popular-empresarial-jeltzale tendría como objetivo sacar los higadillos al sufrido pueblo llano. Sufrido y, por lo visto, cenutrio, puesto que cuando se le pone en tesitura de votar, no solo no reduce sino que amplía el respaldo a sus presuntos maltratadores. Raro, ¿no?

Ahora que no nos lee nadie, les confieso que no me hace especialmente feliz el acuerdo con los populares. Pero conozco las normas de este juego y no fingiré escándalo. Menos, cuando sé sin asomo de dudas que los dos partidos en proceso de rasgado ritual de vestiduras fueron a la mesa de negociación con condiciones intencionadamente inaceptables. Lo demás, ya les digo, espectáculo.

¿Qué se puede decir y qué no?

Se pierde uno en el proceloso mar de la libertad de expresión. Y no será porque de un tiempo a esta parte no llevemos acumulados episodios que abundan en el asunto. Pero según el rato que toque, el chusquero de guardia o, sobre todo, la materia en que se hinque el teclado o se vierta la saliva, estamos ante un sanísimo ejercicio de la democracia o frente a la más abyecta e intolerable de las actitudes.

Tenemos así que desorinarse de risa sobre el asesinato de Miguel Ángel Blanco o el secuestro de Ortega Lara sea un comportamiento libre de cualquier reproche, incluso digno de aplauso, mientras que un autobús naranja con pitos y rajas fletado por unos fachas es una incitación al odio del recopón que debe ser prohibida de raíz. O viceversa, vuelvo a repetir, porque la martingala funciona exactamente al revés: los que reclaman el derecho a hacer chistes homófobos, xenófobos o vomitivamente misóginos luego reclaman pelotón de ejecución para unos tipos que sueltan cuatro mendrugadas sobre los españoles en un programa de ETB.

Les confieso que ni siquiera sé cuál es la vara buena. Me limito a rogar que nos quedemos con una que sirva para todo. Si hay barra libre, que lo sea igual para las mofas de las víctimas del terrorismo que para cualquiera otra de las demasías que he citado. Y si lo que procede es impedir que se difundan mensajes gratuitamente dañinos para este o aquel colectivo, digo lo mismo: trato idéntico para la chanza que pueda ofender a lo tirios y para la que vaya a escocer a los troyanos. Basta ya de la ley del embudo de los campeones mundiales de la superioridad moral. No parece tan difícil.

De pena y de risa

Será porque estoy a los ciento y pico kilómetros que tanto suelo citar, porque soy un inconsciente o porque me va la marcha, pero el caso es que a mi me pareció estupendo el numerito que montaron en el Parlamento de Navarra los antiguos dueños del juguete foral. No me digan que no es para despatarrarse en estéreo ver a los circunspectos miembros del requeté actualizado organizando uno de esos cirios que tanto les sublevan cuando corren a cargo de los por ellos considerados rojoseparatistas o pulgosos perroflautas. ¡En la mismísima cámara, Sanctasanctorum de no sé qué valores inmarcesibles! Son unos desparpajudos.

Y, oigan, enarbolando (o quizá, blandiendo) banderas cual si fueran esos nacionalistas desorejados que alimentan sus pesadillas, digo, su cada vez más vacío discurso. Un aplauso para Uxue Barkos por aclarar que la enseña exhibida no le ofende en absoluto porque la siente como suya. Y otro más para los parlamentarios de Izquierda-Ezkerra que sacaron la tricolor republicana a modo de Vade Retro para los vampiros del régimen. Vaya asco reflejado en sus caras ante unos colores por los que en esa misma tierra fueron asesinadas centenares de personas, muchas de cuales aún siguen en el fondo de barrancas.

Para completar el festejo, los rancios titulares de rasgado de correaje en los medios de choque. Que si la división, que si la crispación, que si la traición, que si ETA. Eso es un “Ladran, luego cabalgamos” de libro, y humildemente opino que así deberían tomárselo las fuerzas que componen el cuatripartito. Lo apunto porque últimamente noto que se les está agriando el carácter, y es mal síntoma.

Gracias sin gracia

Pues miren, lo Cortez no quita lo Atahualpa. Reitero que la condena a la tuitera de los chistecillos sobre Carrero me parece una barbaridad del más alto octanaje, pero con la misma firmeza y convicción les digo que la individua en cuestión me da muy poquita pena tirando a ninguna. Primero, porque por mucho que nos engorilemos en la denuncia posturera, no va a ir a la cárcel. Quienes dictaron su sentencia son también unos cachondos del carajo de la vela y dejaron la sanción en una especie de broma pesada. Por esas cosas divertidísimas de la Justicia española, una pena de un año de cárcel es igual a cero. Te la imponen, pero no entras al trullo. ¿Qué susto, eh? Jajaja.

¡Ah! Que tiene maldita la gracia. Bueno, es que esto del humor va por barrios y hay barra libre para ofender. ¿No era eso? Venga, ya sé que no, pero no paso por hacer de esta mengana una mártir de la libertad de expresión. Anda ahora plañendo que le han arruinado la vida [sic] porque se quedará sin beca y no podrá cumplir su proyecto de ser docente. Lo suelta quien en varias ocasiones ha vomitado en público y por escrito que odia a los niños y le dan asco.

Eso, en el gran bebedero de patos que es su cuenta de Twitter. Como les apuntaba ayer, las jerigonzas de Carrero eran, sobre todo, malas. Más ilustrativas sobre la inconmensurable miseria moral de la tal Cassandra me parecen otras supuestas gracietas. Por ejemplo: “El asesinato de Rajoy va a ser #UnaTravesuraInfantil”. O esta otra: “Lo único que lamento es que Adolfo Suárez no hubiera muerto con una bomba debajo de su coche”. No merecerá ir a la cárcel, pero tampoco salir bajo palio.

Chistes de Carrero

El primer chiste sobre Carrero del que tengo constancia lo parió el propietario del bar Mikeldi de Bilbao el mismo día del atentado contra el llamado a ser continuador de la obra franquista. En el local de la calle María Muñoz que luego sería el legendario Muga —¡enfrente mismo de la comisaría de la Policía Armada!— apareció un cartel que rezaba: “Hoy solo servimos vino tinto. El Blanco está por las nubes”. La cosa acabó en una clausura de seis meses, aunque no tengo claro si fue por la carga de profundidad sobre el recién difunto o por otras causas. Desde luego, la resolución del Gobierno Civil la obviaba y mencionaba algo distinto: “En el frontal del mostrador se habían colocado varios carteles con inscripciones en vascuence y adornados con cintas que juntamente formaban la bandera separatista de la región”.

Después de esa gracia vinieron muchas más. Las chirigotas se multiplicaban en cada esquina sin disimulo. El desparpajo llegó a tal punto que no había verbena en que no se corease a voz en grito la célebre canción con el estribillo “¡Carrero voló y hasta el alero llegó!” acompañado del consabido lanzamiento al aire de prendas diversas. Eso, con Franco vivo. En 1984, hasta Tip y Coll se permitieron colgarle al almirante la cita “De todos mis ascensos, el último fue el más rápido”.

No hubo consecuencias penales. Hasta ayer. 43 años después del magnicidio, la Audiencia Nacional ha condenado a un año de cárcel a una joven murciana por haber publicado trece tuits jocosos. Le atribuye humillación a las víctimas del terrorismo, cuando el único delito era, si cabe, la dudosa calidad de los chistes.

¿Sociedad indolente?

Anotemos una aclaración que debería ser totalmente innecesaria. Cuando decimos que la sociedad vasca ha pasado la página de ETA, el mensaje no es, ni de lejos, que las ciudadanas y los ciudadanos de este país sean una panda de indiferentes e indolentes. Para empezar, como cada vez que pretendemos englobar a la totalidad del censo en una sola palabra, sería preciso admitir lo difuso de ese término que casi todo el mundo utilizamos a beneficio de obra. Vamos, que no es infrecuente que elevemos a la categoría de sociedad a nuestro círculo de amistades, conocidos y/o conmilitones. Y a veces, ni siquiera con malas intenciones; simplemente, porque la condición humana (vaya, otra generalización indemostrable) nos mueve a creer que somos la medida de todo.

Disquisiciones metodológicas al margen, estoy seguro de que sí podemos alcanzar un amplio consenso respecto a la hipótesis que apuntaba al comienzo. Se diría que la mayor parte de nuestros convecinos manifiesta un interés escaso respecto a las cuestiones relacionadas con lo que, según el grado de entusiasmo o cinismo, llamamos pacificación o normalización. Incluso los hechos que llegan, previo hinchado artificial, a los titulares principales les resultan ajenos. Pregunten en su entorno inmediato —obviamente, no en los sectores más concienciados— y comprobarán la idea tan etérea que tiene el personal sobre el anuncio de desarme. Y si pretenden ofrecer las claves mínimas, encontrarán, como mucho, una escucha educada. Pero insisto. Estoy seguro de que no estamos ante una actitud despreocupada ni insolidaria, sino ante el ejercicio práctico de la normalidad.

Duelo en O.K. Ferraz

Después de mil amagos, por fin está completa la terna de las primarias a la secretaría general del PSOE. Ahora los malvados empiezan a dudar que lleguen todos a la puerta de las urnas. ¿Qué pinta Patxi López en lo que huele un congo a combate a muerte entre dos formas ya radicalmente distintas de entender el partido? Ahí no parece caber esa tercera vía amable y conciliadora que muchos —que Santa Lucía nos conserve la vista— creíamos intuir. Quizá el amargo triunfo de López consista en tener razón cuando, una vez contados los apoyos del dúo de antagonistas irreconciliables, empiece a oler a escisión.

¿Para tanto? Quizá es demasiado aventurar. La lógica dice que se impondrá el instinto de conservación. Sin embargo, la Historia relativamente reciente recoge la división de 1972, cuando los viejos dirigentes del exilio fueron sacados a patadas por los entonces jóvenes Felipe González y Alfonso Guerra. Nótese que ambos estuvieron el domingo junto a la plana jurásica mayor de Ferraz arropando fervorosamente a Susana Díaz en una concentración de líderes que no se daba, como recordaba el tuitero Gerardo Tecé, desde aquella a las puertas de la cárcel de Guadalajara. A modo de bisagra intergeneracional, también estuvieron presentes en el besamanos de la doña un conjunto de mindundis de variada procedencia y edad. Destacaba entre ellos el ya no tan imberbe Eduardo Madina poniendo en práctica el viejo adagio: los enemigos de mis enemigos son mis amigos. El perfecto resumen del psicodrama socialista es que no hace ni tres años Díaz aplastó a Madina utilizando como mazo a un desconocido llamado Pedro Sánchez.