La enmienda turística

Como saben los que siguen estas y otras líneas desde hace tiempo, en materia de negociaciones presupuestarias con los gobiernos españoles de cualquier signo no me ando con zarandajas. Obviamente sin pasar la línea roja de lo deshonesto, se trata de arrancar lo más que se pueda. No nos vamos a escandalizar por que la política se rija por la más elemental ley de la oferta y la demanda y por el principio del aprovechamiento del momento. Puesto que nunca se sabe cuándo te puede caer encima una mayoría absoluta en la que no rascas bola, hay que optimizar los periodos de ejecutivos en minoría. En concreto, este de Pedro Sánchez, al que incluso le sablea su socio principal, es lo más parecido a una bicoca para el ejercicio que planteo. Bien es verdad que el tipo luego ha demostrado largamente que compensa la facilidad para firmar compromisos con la habilidad para incumplirlos.

En este escenario, me satisface que haya dos formaciones vascas tirando del bolsillo. Porque se saca más y porque por fin hemos descubierto que negociar con el estado no es una muestra de sumisión perruna a cambio de migajas sino algo perfectamente legítimo. Y luego hay otra cosa, oigan, que casi todo puede ser bueno para el convento. Les pongo como ejemplo el millón de euros que ha apañado EH Bildu para rehabilitar el Horno Alto número 1 de Sestao de cara a convertirlo en punto de interés turístico sobre el pasado industrial de Bizkaia. Sí, han leído bien: punto de interés tu-rís-ti-co. Y a mí, que conozco esa imponente instalación, me parece una idea estupenda. Otra cosa es que me cueste poco imaginar qué se diría si una enmienda así llevara la firma del PNV.

Los «virtuosos y decentes» del TC

A buenas horas, mangas verdes. Juan José González Rivas se despidió ayer como presidente del Tribunal Constitucional español clamando que los miembros de la entidad que abandona deben ser ejemplo de virtud y de decencia. Y con la carrerilla cogida, pidió a los cuatro magistrados de estreno tras el último enjuague partidista que actúen con discreción, lealtad institucional y huyendo de la crispación. Lo sorprendente es que nadie en el auditorio rompiera reír o a llorar amargamente ante semejante muestra de cinismo. El cesante sabe (o debería saber) mejor que nadie que si por algo se ha caracterizado el Constitucional en sus últimas actuaciones ha sido exactamente por lo contrario de lo que él aventó. Basta repasar las actuaciones recientes para comprobar que el altísimo Tribunal ha ejercido no ya de contrapeso sino de tosco enmendador de los otros dos poderes, el legislativo y el ejecutivo.

Pero como toda situación mala siempre es susceptible de ser empeorada, con las últimas incorporaciones, se riza el rizo de la ideologización hasta dar de lleno en el sectarismo más grosero. Y no solo por el ya célebre Enrique Arnaldo sino por su contraparte de la izquierda en el pasteleo, Ramón Sáez, cuyas sentencias rezuman doctrina por arrobas. Para que no falte nada, hoy será elegido como nuevo presidente de la cosa Pedro González Trevijano, ponente de la desparpajuda sentencia que tumbó el primer estado de alarma y rector de la Universidad Juan Carlos Primero en los días de los másteres opacos de Pablo Casado y Cristina Cifuentes, entre otros niños bien con carné del PP. Ya ni disimulan.

La manía de buscar culpables

Tenemos bandas sonoras para elegir. Podríamos tirar por Albert Hammond (“Échame a mí la culpa de lo que pase”), aunque somos más de Def Con Dos (“La culpa de todo la tuvo Yoko Ono”) o de Gabinete Caligari (“La culpa fue del chachachá”). No somos nadie señalando con el dedo, cuando en el caso que nos ocupa, el sexto subidón de contagios, no parece que sea ni justo ni acertado atribuir la responsabilidad a un solo elemento.

Ni siquiera es atinado centrarse en exclusiva en los que insolidariamente no han querido vacunarse, aunque estén documentados como fuente principal del aumento. Son solo una parte de la explicación, a la que no somos ajenos los que sí hemos pasado por los dos (o según casos, tres) pinchacitos. Que tire la primera piedra quien no haya bajado la guardia en la calle, en los bares, en el curro o en casa. Tampoco ganamos nada fustigándonos o, más hipócritamente, afeando la conducta de nuestros congéneres mientras nos damos por absueltos.

Y en cuanto a las autoridades sanitarias de distinto ámbito, desde el local al planetario, ya he escrito aquí mismo que no se libran de su cuota, sobre todo, por haber contribuido a difundir la idea de que habíamos superado la pandemia. Pero hasta ahí. Es de un ventajismo atroz que los partidos de oposición (me da igual dónde) se obstinen en aprovechar que pintan bastos para convertir en pimpampum a los gobiernos de turno. Máxime, si desde el minuto uno de la irrupción del virus, estas formaciones han actuado de doctores Tragacanto de aluvión y han ido pifiando cada uno de sus vaticinios apocalípticos.

Subir cotizaciones, solo un parche

Veo con estupor que el gobierno español y los dos grandes sindicatos del Estado celebran por todo lo alto el acuerdo para subir la cotización a la Seguridad Social. Debo de estar perdiéndome algo porque no se me ocurre ningún motivo para el festejo. Sé que me aparto de la doctrina oficial, pero este presunto éxito no deja de ser justo lo contrario: el reconocimiento de un fracaso. Si hay que venir ahora con esta derrama de urgencia es porque el sistema hace aguas. Se ha pulido lo ahorrado en los lejanos años felices y nos disponemos a rellenar una hucha insaciable como aquellas calderas de los primeros ferrocarriles. Lo peor es que hasta quienes ahora muestran tanta satisfacción saben que se ha sentado un peligroso precedente. Este pan de hoy será hambre de mañana y miseria de pasado mañana. Cada vez que la alcancía vuelva a vaciarse, se echará mano del mismo recurso: dar otra vuelta de tuerca a las cotizaciones.

Y sí, ya sé que en esta parte es donde viene el argumento definitivo de los diseñadores de castillos en el aire, a saber, que la mayor parte de la subida corre a cargo de las empresas. Sin entrar en mayores consideraciones ni subirme a la parra neoliberal, cabrá explicar que no todas las empresas tienen la misma capacidad para hacer frente a estos pellizcos. Y no hablo de negreros y precarizadores de empleo contumaces, sino de pequeños o medianos negocios que ya van al límite. Mucho cuidado, no sea que hagamos un pan con unas tortas. Por lo demás, se sigue dando la espalda a una realidad que está perfectamente diagnosticada: solo con cotizaciones el sistema de pensiones no se sostiene. Hay que buscar la alternativa.

Sexta ola: actuemos ya

Las gradas desnudas de mascarillas del frontón Bizkaia en la final del cuatro y medio explican perfectamente cómo y por qué el gráfico del covid ha emprendido su sexta cuesta arriba. Y que tire la primera piedra quien esté libre de pecado. Desde que sonaron los felices pífanos dando por prácticamente cautiva y desarmada la pandemia, la mayoría del personal se ha entregado no ya a la recuperación del tiempo perdido sino al disfrute a cuenta de lo que sea que tenga que venir. Hemos estado viviendo como antes de la irrupción del virus y lo peor de todo es que va a ser complicado devolvernos al carril de la prudencia y la contención. Miramos las cifras de aumento descontrolado en la incidencia como las vacas al tren. Es como si no fuera con nosotros, y hasta podemos refugiarnos en una coartada bien cierta: las propias autoridades sanitarias nos habían mandado señales en el sentido de que lo peor había pasado.

Claro que tampoco es cuestión de ponerse moralista ni de llorar por la leche derramada. Con los positivos multiplicándose, los ingresos creciendo y la navidad a la vuelta de la esquina, toca ser prácticos. De entrada, habrá que estudiar al milímetro qué restricciones pueden ser efectivas y realistas. Es vital también reforzar el ya alto nivel de inmunización y, en este viaje, tomar por los cuernos el toro de la población a la que no le ha salido de la entrepierna vacunarse. Puesto que los datos demuestran que están detrás del repunte, ha llegado el momento de dejarles claro que el precio de su falsa libertad es que no podrán hacer la vida que hacen los que sí han sido solidarios con sus semejantes.

Voto secreto pero no tanto

El bochornoso espectáculo de esta semana en el Congreso de los Diputados para refrendar el pasteleo del reparto de los magistrados del Tribunal Constitucional nos ha mostrado el mecanismo de varios sonajeros. Ya escribí sobre la indignidad del “voto con la nariz tapada” o, en el mismo paquete, los díscolos que lo fueron a costa de sus disciplinados compañeros, todos ellos ahora mismo miembros de sus propios grupos a razón de cinco mil pavos al mes más dietas y pluses de pertenencia a comisiones. Pero hay una cuestión que quedó a la vista a cuenta de la patética trapisonda aunque quizá no hayamos reparado demasiado en ella: la de la votación telemática, secreta e individual que se aplicó para este asunto concreto.

Empezaré mostrando mi perplejidad ante el hecho de que los representantes de la soberanía popular no estén obligados absolutamente siempre a votar con luz y taquígrafos. No entiendo que un tipo o una tipa a quien he escogido a través de una papeleta en la que, por cierto, se me han impuesto los nombres, tenga la prerrogativa de ocultarme en qué sentido se pronuncia. Proclamo mi derecho a saber qué se hace con mi voto.

Claro que una vez que eso no es así, lo auténticamente lisérgico es comprobar que en estas votaciones presuntamente personales e intransferibles, los grupos políticos tienen herramientas para conocer la decisión de los culiparlantes. Son métodos de puro comisariado. Resulta que al ejercer el sufragio telemático, los diputados reciben un justificante digital donde consta lo que han votado para que se lo entreguen al responsable de velar por la disciplina. Máximo cinismo.

El bipartidismo vuelve a ganar

Como no podía ser de otra manera, se ha consumado el pasteleo vergonzoso del bipartidismo rancio en la renovación del Tribunal Constitucional. Los cuatro magistrados de cuota, propuestos a razón de dos por cabeza, han sido refrendados en las soberanísimas Cortes españolas. Cuentan los titulares gordos, siempre dispuestos a entrar al trapo de rigor, que en la (ruborizante) votación telemática presuntamente secreta ha habido entre siete y once díscolos de las formaciones que apoyan al Gobierno de Pedro Sánchez. Se añade, como si fuera una muestra de rebeldía del carajo, que Arnaldo, el señalado como más facha de todos, ha obtenido algún respaldillo menos que sus compañeros de plancha. Tremendo logro, ¿verdad?

Vamos a ver cómo le decimos con cariño y con el debido respeto al diputado Odón Elorza y al resto de los versitos sueltos de aluvión que su autocacareada dignidad por haber seguido los designios de su conciencia es justo lo contrario de lo que predican. En plata, una muestra de indignidad como la copa de tres pinos. Si de verdad te parece mal que tu partido haya aceptado en una trapisonda a un furibundo hooligan con toga, lo que tienes que hacer es entregar el acta. Hay que ser cobarde y tener rostro para apoyar tu decencia en la certeza de que tus compañeros de sigla van a apechugar con el grueso de la decisión. En el caso del exalcalde de Donostia, ya huele el rollito de eterno enfant terrible, pero solo la puntita.

Por lo demás, si ha habido un triunfador, es el ínclito Arnaldo, que se ha hecho ungir por sus rivales ideológicos y los ha retratado como lo que son: una panda de ladradores que a la hora de la verdad no muerden.