Diario del covid-19 (31)

Cómo se conoce uno a sus clásicos. Un minuto después de enviar la que debería haber sido esta columna, poniendo de vuelta y media al gobierno español por lo que pretendía hacer con las criaturas para el desconfinamiento, corrí a Twitter a dejar por escrito mis sospechas de que habría donde-dije-digo-digo-Diego… y tendría que volver a teclear otro puñado de líneas. Pues aquí me tienen, con el párpado a medio asta de quien se levanta a las cinco de la mañana, cumpliendo mi autoprofecía.

Y sí, se sabe uno lo de la sabiduría de la rectificación, pero también llevo las suficientes renovaciones de carné para discernir cuándo una enmienda es, en realidad, un grosero bandazo más de quien se maneja a golpe de puñetera ocurrencia. Por lo demás, me parece de cine que haya imperado la cordura y, en efecto, se vaya a permitir que los churumbeles den paseos en lugar de la soplagaitez de acompañar a sus progenitores a esa guerra en que se ha convertido la compra. Lo que ni es de recibo ni cuela es que haya habido nueve horas de diferencia entre el pomposo anuncio inicial y el giro de 180 grados. Anoto que es la segunda vez en diez días en que el ministro Illa, un tipo que tengo por muy serio, sale a desmentir al cien por ciento a la portavoz de su gobierno. Uno de los dos está de más, salvo que sea estrategia.

Diario del covid-19 (30)

Era lo que faltaba. Aplausos en la última comparecencia diaria de la Junta cívico-militar para el uniformado que 24 horas antes había contado sin filtros que el cuerpo que dirige, la Guardia Civil, trabaja “para minimizar el clima contrario a las decisiones del Gobierno”. Con cara de atribulamiento muy mejorable, y sin llegar a decir nunca que la había pifiado, el tipo se escudó en sus cuarenta años de servicio en los que siempre había puesto a las personas en el centro y tal y cual, Pascual. Claro, todos sabemos que José Manuel Santiago, nombre del benemérito mayor, ha llegado a Jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil por su compromiso sin fisuras con los Derechos Humanos, igual en Mostar que en Itxaurrondo o La salve.

Pero ya les digo: recibió la ovación de sus compañeros de cuartelada matutina transmitida en directo… y para pasmo de unos cuantos, también de la crema y la nata de la misma progritud que denunciaba con denuedo la malhadada Ley Mordaza. ¡En honor al tipo que acababa de confesar que sus aguerridos subordinados se dejan la piel para localizar y castigar a los disolventes que osan no postrarse de hinojos ante las decisiones del Gobierno español! Si no fuera una tragedia, resultaría hasta cómico que los que nos alertan de una salida autoritaria no vean que ya estamos en ese punto.

Diario del covid-19 (29)

Otro Cabo de Hornos que acabamos de doblar: el de los 1.000 muertos en los tres territorios de la CAV. Si mis apuntes no fallan, fue el 4 de marzo cuando dimos cuenta del primer fallecido, un hombre de 82 años que estaba ingresado en el hospital de Galdakao. En ese caso y en unos cuantos de los que vinieron después pudimos todavía aportar algún dato personal. Pero pronto el goteo se volvió torrente y los seres humanos se convirtieron en apunte para el macabro sumatorio. O para los malabarismos estadísticos, que es poco más o menos donde estamos ahora, intuyendo que pronto veremos el descenso, si bien la serie diaria sigue haciendo caprichosos dientes de sierra. Fíjense en la secuencia de los últimos siete días: 36, 39, 27, 28, 43, 54, 36.

Todo esto, mientras ya sabemos que habrá una nueva prórroga del confinamiento más allá del 26 de abril. Como poco, hasta el 9 de mayo. Una vez más, no es ninguna sorpresa para una ciudadanía que, en conjunto, está demostrando su mayoría de edad y comprende perfectamente las razones del sacrificio. Sería una gran noticia que, al margen de las fechas, se permitiera cuanto antes que los niños y los adolescentes puedan salir a la calle del modo más ordenado y menos arriesgado que sea posible. Parece una demanda no solo justa sino cada vez más necesaria. Se ha anunciado que se hará. Está por ver cómo se lleva a cabo.

Diario del covid-19 (28)

78 personas muertas con coronavirus en 24 horas en los cuatro territorios del sur de Euskal Herria. Sí, con el porcentaje más bajo de positivos desde el comienzo de la pandemia, con un crecimiento notable de las curaciones y con los hospitales liberando camas a un buen ritmo. Lo que quieran: sigue siendo una cifra demoledora, inaceptable, inasumible, que bajo ningún concepto deberíamos normalizar ni relativizar a base de edulcorantes estadísticos. Mucho menos, si como sospechamos cada vez con más indicios —y no exactamente porque haya mala intención de las autoridades—, la cifra real de defunciones es mayor porque una parte importante escapan al recuento oficial.

Les doy mi palabra de que no pretendo que cunda el desánimo, que bastantes circunstancias se nos juntan ya para hacernos el camino cuesta arriba. Creo, sin embargo, que debemos conjurarnos para no perder la dimensión de la tragedia, que es global, por el tremendo número de víctimas, pero también individual porque, como no nos cansaremos de señalar, detrás de los datos hay personas; las que se van y las que se quedan destrozadas por el dolor. Me parece oportuno que lo tengamos claro los ciudadanos, pero también nuestros representantes políticos. Por supuesto que hace falta un pacto, pero transparente y sin trampas. ¿Es pedir demasiado?

Diario del covid-19 (27)

Por segundo miércoles consecutivo, un diario capitalino de la diestra asilvestrada consigue escandalizar a los de cutis más fino y escala de valores más movediza. Repite, además, fórmula funeraria. Si hace siete días el rasgado de vestiduras fue por la publicación de unas hileras de féretros, esta vez basta con la imagen de un solo fallecido. Sobre la cama de una habitación que no oculta su humildad, casi su miseria, yace un cadáver descalzo y con la tripa descubierta, mientras dos sanitarios certifican el óbito en segundo plano. Sin duda, es una instantánea impudorosa en cada uno de sus detalles.

Entrando en el juicio de intenciones a través de la bibliografía ampliamente presentada por el medio —el mismo que aireó los bulos obscenos sobre los atentados del 11-M—, no es descabellado atribuir a la imagen un propósito perverso, más allá de lo puramente periodístico. No creo, sin embargo, que se pueda llegar más allá. No, por lo menos, sin dejar a la vista una inconmensurable hipocresía. Más, si los que ahora hablan de falta de respeto y morbo innecesario son exactamente los mismos que consideraron altísimamente oportuno reproducir hasta la náusea la foto del niño Aylan ahogado en la playa tras el naufragio —eso ya no lo contaban— de la barcaza de su padre, traficante de seres humanos.

Diario del covid-19 (26)

Al guionista de la telesierie se le ha ido definitivamente la cabeza. En el último episodio, el predecesor del actual presidente del Gobierno español se saltaba el confinamiento para darse un rule de media hora. Uno de los acólitos vascongados del egregio infractor, de nombre Iñaki Oyarzábal, clamaba en Twitter que qué vergüenza darle pábulo en los medios a la fechoría de su exjefe, y pedía un duro castigo… ¡para quien grabó al incontenible andarín de Pontevedra!

Apenas unas escenas antes, el conseller de Interior de Catalunya montaba un pifostio del nueve largo porque desde España les habían mandado 1.714.000 mascarillas desechables, lo que según el tipo, era una clara y fea alusión al año 1.714, cuando los ejércitos borbónicos tomaron Barcelona, dando comienzo al yugo español. Hasta Gabriel Rufián, que no es sospechoso de rojigualdismo, terció espantado por una situación que le pareció sacada del programa de humor de TV3 Polònia.

Como remate, uno de los milicos de las ruedas de prensa oficiales —no sé si el mismo que el sábado apelaba al refranero español y anteayer llamaba “nuestro querido virus” al bicho que ustedes saben— anunciaba como enorme hito en la lucha contra el covid-19 la detención de unos paisanos que habían robado treinta kilos de naranjas y limones. Se lo juro.

Diario del covid-19 (25)

Por primera vez en no sé cuántos lunes de Pascua no he podido subir al Serantes a celebrar Cornites. Me he conformado con tuitear una foto nostálgica de la cumbre acompañada del deseo de poder hacerlo el año que viene. Creí entender que había una quedada para comer el bocadillo a las dos y media en balcones y ventanas del barrio, pero no ha salido nadie. Da igual. Desde antes de las doce hasta esa hora ha estado sonando la música un día más, como volvió a hacerlo después de los aplausos de la tarde hasta que casi dejó de haber luz.

Rara es la canción que coincide con mis gustos, pero ese chuntachunta de fondo se ha convertido para mi en una especie de himno de resistencia. ¿Contra el bicho? No, desde luego que no. Solo contra unas circunstancias para las que carezco de manual de instrucciones. Cuánta envidia de quienes atesoran todas las certezas. Antes sabían que esto era una gripe de chicha y nabo con la que pretendían meternos miedo y ahora están seguros de que es la mayor prueba por la que ha atravesado la especie humana desde que pisa la faz de la tierra y de la que saldremos siendo la leche en vinagre. Pues qué bien, pero a mi me basta con llegar al día siguiente sin que se me hayan ido a la mierda del todo los varios frentes en que peleo como el común de los mortales que alcanzo a ser.