IdiETAs y jETAs

Finalizaba mis líneas de ayer contándoles que estoy pensando en proponer a la Academia de la lengua española el término IdiETA. Si lo hago, incluiré en el mismo lote el vocablo jETA —exactamente con esa grafía—, que entiendo va como un guante para nombrar a la ingente legión de caraduras que llevan lustros pegándose la vida padre a cuenta de las tres siglas. Como todo no se reduce exactamente a parné, el neologismo sería también de aplicación a la magna patulea de politicastros que reducen su argumentario a sacar a paseo el espantajo para lo que fuere menester. Y ahí entra desde ganar juegos florales de la dignidad a tapar toneladas de corrupción hedionda, pasando, como estamos viendo en los patéticos ejemplos recientes, por enmerdar a los partidos que podrían formar una mayoría de gobierno alternativa. O a cualquiera que no trague con el catecismo obligatorio, lo mismo malvados soberanistas periféricos, que un par de titiriteros anarcoides que se ponen a tiro.

Recuerdo cuando señalar a estos desahogados era motivo de excomunión bienpensante. Parecía demasiado perverso para ser verdad: unos tipos, los más vociferantes del patio, que se habían montado un siniestro bisnes alimentado por la sangre y el dolor. No cabía tal grado de miseria en la mayoría de las bienintencionadas —o ciegas voluntarias, qué caray— mentes del lugar. Por fortuna, los acontecimientos, empezando por la ausencia constatable de violencia firmada por ETA, y siguiendo por la caída del guindo de una parte considerable del cuerpo social español, han puesto al descubierto a estos parásitos del sufrimiento, es decir, a los jETAs.

Lo que pienso del ministro

Lo malo de ser súbdito obligatorio del reino de España es, entre otras mil cosas, que si yo escribiera aquí lo que de verdad pienso de Jorge Fernández Díaz, correría el riesgo cierto de que el susodicho me encarcelara. Llámenme exagerado, pero precedentes hay un huevo y medio, y alguno bien reciente. Exponiéndome a que igualmente lo haga, porque tampoco faltan casos en que se ha entrullado al personal por interpretaciones creativas de sus palabras o de sus silencios, dejaré que sean los lectores quienes se lo imaginen. Cuídense, por favor, de no decirlo en voz alta, ni mucho menos, dejar constancia documental, no vayamos a tener un disgusto serio.

También es verdad que, tratándose del ministro de la triste figura  —esto no es delito, ¿verdad?—, no hay que recurrir al diccionario para calificarlo. Bastan y sobran sus hechos acreditados, entre los que recuerdo su propensión a condecorar a Vírgenes o su confesión de que tiene un ángel de la guarda (no es metáfora) llamado Marcelo que le ayuda a aparcar el coche.

Y luego está su propio pico, que termina retratándolo como no lo haría El Greco. Atiendan a su penúltima piada: “Hay una agenda oculta, y lo digo así de claro porque el PNV no da un apoyo gratis a nadie, y tampoco al señor Sánchez. (…) ETA no espera nada del Partido Popular y, desde luego, lo que está esperando como agua de mayo es que hubiera un gobierno del PSOE con Podemos e Izquierda Unida apoyado por el PNV”. Me muerdo la lengua y las teclas, cuento hasta chopecientos, y en mi mente juguetona se forma una palabra que quizá acabe proponiendo a la academia española de la lengua: IdiETA.

Injusticia, por supuesto

Reitero que con o sin el contexto a beneficio de obra que ha circulado por ahí, soy incapaz de pillarle el punto a la ya tristemente célebre función que ha llevado injusta y arbitrariamente al trullo a dos titiriteros. En nombre de la tan mentada libertad de expresión, reclamo mi derecho a manifestar una opinión negativa sobre la pieza, incluso en términos de alto octanaje, como fue el caso de la primera columna que le dediqué al asunto. A quienes —es verdad, también en el correcto ejercicio de su libertad de juicio— me han puesto de vuelta y media dialéctica, trato de explicarles humildemente que mi reproche moral a un contenido y a unas formas que me disgustan no implica, bajo ninguna circunstancia, que esté de acuerdo con el atropello a que están siendo sometidos los artistas.

Juraría que lo dejaba claro en el texto anterior, pero ante la avalancha de dudas (muchas de ellas, hijas de prejuicios o de unas anteojeras blindadas, es igual), me subo al taburete, abro la ventana de par en par y proclamo a voz en grito que me parece una aberración inenarrable el encarcelamiento de los cómicos granadinos. Y para denunciarlo, no me hace falta traer de los pelos a Lorca, ni mucho menos, pegarme el moco cultureta de Polichinela, la cachiporra y la tradición ancestral. Lo primero, porque ya está bien de nombrar a Federico en vano, y lo segundo, porque esas martingalas de las costumbres inveteradas son las mismas que sirven para justificar el toro de la Vega o, mirando más cerca, la exclusión de las mujeres de ciertas representaciones festivas. El caso que nos ocupa es tan de cajón que sobra lo demás.

Desbandada en rosa palo

El capitán Schettino crea escuela. Rosa Díez, Carlos Martínez Gorriarán y (el pobre) Andrés Herzog se han dado de baja de UPyD y piden “un final digno para el partido”. Desvergonzada desbandada póstuma que es, en realidad, el retrato perfecto de lo que ha sido, desde que los dos primeros mentados lo parieron para su propio provecho, ese cachivache ideológico que aún grita una mentira por cada sigla. Pero que les vayan quitando lo bailado a la de Sodupe y al brioso alevín de la VI asamblea. Lo que habrán medrado —partiendo de un bolsillo ya notable— en pasta gansa y en ego faisán la una y el otro. Ahora, a seguir viviendo de una colección de pingües jubilaciones, bolos varios y, por supuesto, tertulias de las de a doblón y pico. ¿Y el ardoroso delegado local de la cofradía magenta? No se aflijan. Les apuesto, y creo que gano, que para cuando se le acabe el momio actual, no le faltarán ofertas acordes a los servicios prestados, puede que en otro punto de la escala cromática. Capacidades no le faltan; menudas paellas con salchichas de Franckfurt que le salen al muchacho. También es diestro, aunque por fortuna, no del todo, mandando gente al paro.

Y poco más. Les confieso que escribo esta columna simplemente porque me consta que docena y media de lectores sabían que lo haría. Algo me dice que he defraudado las expectativas. Tengo que alegar en mi descargo que ya hace mucho solté la última gota de vitriolo real que me provocaba esta recua de sablistas churrulleros. Remedando el clásico, el único comunicado de ellos que esperaba es aquel en el que anunciaran su disolución. Se diría que está al caer.

Titiriteros o así

Se agradece que en medio de la aburridera indecible de los cortejos para una investidura que seguramente no se consumará, aparezcan episodios que distraigan la atención siquiera por un rato. Verbigratia, la mentecatez de los (presuntos) titiriteros detenidos por (también presunta, aunque esto ya saben que suele ser menos) apología del terrorismo. Decían los primeros titulares escandalosos que los faranduleros habían desplegado ante unas criaturas una pancarta en la que se leía Gora ETA, y había que ir a la letra pequeña para enterarse de que el lema literal en cuestión era Gora Alka Eta. No sabría decirles si eso es peor, parecido o mejor que lo otro, pero sí que, aparte de ser una melonada sin puta la gracia, llevarse a alguien al cuartelillo y cascarle una denuncia por un delito muy grave por eso resulta una exageración notable y, desde luego, una injusticia monda y lironda.

Ahora, igual que les digo lo anterior, añado que hay que ser muy cretino para plantarse frente a una audiencia infantil, no ya con la soplapollez de la pancarta, sino con el resto de ingredientes que trufaban la (otra vez presunta) representación. Anoten: el ahorcamiento de un juez, el acuchillamiento de una mujer (monja según unos; bruja, según otros) embarazada, y como chorrada menor, una arenga a los pequeños espectadores para ocupar pisos vacíos.

Quizá es porque soy un facha del copón de la baraja, amén de un palurdo incapaz de captar la transgresión artística en grado supremo, pero todo lo descrito me parece una pasada de frenada sin matices. Y me alivia que las actuales autoridades municipales de Madrid, que no son precisamente del Opus, opinen lo mismo.

Vetando voy

Pedro Sánchez es tan grouchomarxiano como el partido que lidera nominalmente. Incluso un poquito más, porque lleva a registros sin parangón la máxima histórica de Ferraz de marcar el intermitente a la izquierda antes de girar a la derecha y quedarse más ancho que largo. Para comprobarlo, les bastará comparar sus dichos y sus hechos de las últimas fechas.
Desde que la incapacidad y la apatía mariana le regaló, en carambola a la quinta banda, ser designado candidato a la investidura, no habrá habido piada ante los micrófonos en la que no se haya extendido prolijamente sobre lo malísimamente malos tirando a pésimamente pésimos que son los vetos. Y ahí va uno de los mil ejemplos: “La política no son los vetos y no se pueden vetar siglas ni ideas”, machacó la martingala Sánchez… apenas media hora antes de que nos enterásemos medio de refilón de que excluía expresamente de su ronda de charletas a EH Bildu.

¿Por qué? Pueden creerme que he dedicado un buen rato a buscar una explicación entre la torrentera de declaraciones del candidato y sus mariachis, y no he hallado ni media referencia a la cuestión. Me temo que estamos ante uno de esos asuntos que en la mentalidad hispanistí al uso forma parte de los sobrentendidos: es por todo, por nada, y básicamente, porque los gachós de la calculadora dan por hecho que ponerle proa a los-sucesores-de-batasuna-eta es todavía más rentable que no hacerlo. No deja de ser el perfecto menú degustación del presunto cambio que se proclama. Quizá sea pedir demasiado que digan algo los partidos que sí van a participar en los vis a vis con el de la camisa blanca.

¿El final de Rajoy?

Compruebo que le van cayendo epitafios políticos a Rajoy. Comprendo la tentación, las ganas de quitarse de la vista a quien ha resultado tan dañino y, cómo no, la argumentación lógica que lleva a pensar que el fulano es ya virtualmente un fiambre. Es mi obligación recordarles, sin embargo, sus capacidades resucitatorias ajenas a la humana comprensión. El ave Fénix resulta una aprendiz al lado del registrador de la propiedad a la hora de resurgir de sus cenizas como si se estuviera levantando de la siesta.

Sin forzar demasiado la memoria, tendrán presente su primera muerte aparente. Fue el 14 de marzo de 2004, cuando palmó en sus elecciones de estreno. Dirán que algo tuvieron que ver los atentados del penúltimo día de la campaña, pero el tiempo ha desempolvado encuestas anteriores a la matanza que ya vaticinaban la derrota ante el por entonces considerado inane Rodríguez Zapatero. Lo normal es que el PP, en esas fechas atestado de gallos que podrían haber ocupado su lugar, lo hubiera mandado al desagüe.

No fue así, y cuatro años después volvió a estrellarse en las urnas frente al mismo rival, que ya había demostrado que era nada entre dos platos. Eso sí debería haber sido el final, porque más allá del fiasco electoral, terminó de hinchar las narices a sus sostenedores de la casposa Diestralandia mediática. Pedrojota y Losantos, entre otros, comenzaron a atizarle con tanta saña como ineficacia. El 20 de noviembre de 2011 Mariano Rajoy Brey ganó por mayoría absolutísima, no sin antes haber laminado uno a uno a todos los que tuvieron la ilusión de haberlo matado. Así que ojo, Sánchez y la compaña.