PP, gran show

Aunque nos vaya a dejar en el chasis a mordiscos, al PP no se le puede negar que se esfuerza por hacernos entretenida la agonía. Cada medida antisocial, cada incumplimiento de programa —todos hasta la fecha—, cada ocurrencia letal que despacha al BOE vía Decreto Ley viene en compañía de una guarnición cómico-patética que no es que las haga más tragables pero, por lo menos, anima fugazmente el patio. Hay quien sostiene, de hecho, que haber reclutado para el Gobierno a tanto sacamuelas de feria atiende a una estrategia milimétricamente estudiada para que el personal piense en otra cosa mientras le van vampirizando hasta la última gota de sangre. No creo que les dé el cacumen para tanto. Si se multiplican las cortinas de humo que salen de Moncloa y Génova es por pura torpeza en el uso de material inflamable, cuando no por la tendencia innata a la piromanía de varios de los barones y baronesas que sobrevuelan el nido de la gaviota.

De entre estos episodios autolesivos que por un rato tapan los titulares sobre recortes y rescates, confieso que me tiene enganchado el de la reyerta a cuenta del que los medios del entorno llaman con mala baba “Caso Bolinaga”. Después de que en el comité nacional del lunes volaran los cuchillos y algunos estuvieran a un tris de agarrase por las solapas, salió Basagoiti con la manguera —que le pega como a Cristo dos pistolas— a pedir a sus conmilitones que no dieran tres cuartos al pregonero. Le hicieron el mismo caso que un peine a Yul Brinner. Desde entonces, Mayor Oreja se ha hecho una docena de giras completas por los platós y los estudios de la carcundia patanegra para difundir la especie de que su partido es blando con la [sic] ETA. De regaliz, añade que gracias a eso, el PNV y EH Bildu se saldrán del mapa el 21-O y al día siguiente proclamarán la independencia. Y los templados, que alguno hay, comiéndose los higadillos y borrando tuits. Qué espectáculo.

¡Todos al suelo!

Con el ejército español no hay gran cosa que hacer. Por más mares de barniz dizque democrático que le viertan encima, no es necesario ni rascar con una uña para darse de morros con su genuina cáscara podrida de carcoma facciosa. Y para muestra un botón, arrancado de la guerrera de un teniente coronel que atiende por Alamán Castro. Después de años de chusquería semianónima y golpismo de cantina con peste a aguardiente y Varon Dandy, el milico ha encontrado su cuarto de hora de fama eructando en uno de tantos apartaderos de fachas que hay en internet que la independencia de Catalunya deberá pasar por encima de su cadáver.

Eso, como titular. En el resto de la vomitona dialéctica, convenientemente azuzado por un presunto entrevistador de los de correaje a la vista, el fulano se explaya a modo. Que si un puñado de buitres carroñeros nacionalistas no podrán acabar tan fácilmente con 1.500 años de historia, que si José Antonio reclutó en Barcelona el doble de seguidores que los separatistas, que si hay millones de españoles dispuestos a ofrecer su preciosa sangre por la patria amenazada… En una entrega posterior, propiciada por el éxito cosechado por la primera descarga, el sietemachos de pechera contrachapada se venía arriba del todo y pedía el encarcelamiento de Joan Tardá y la ilegalización inmediata de los partidos disgregadores. Quien busque en google hallará, de propina, una bravata anterior disparada a bocajarro contra el ministro de Defensa: “Pedro Morenés es un vividor que no tiene cojones de hacerme callar”.

La cosa es que en esa última parte, suecencia Alamán Castro parece estar en lo cierto. A la hora de escribir estas líneas, el Negociado hispanistaní de la Guerra sigue llamándose andanas sobre las bocachancladas del cuartelero largón. Antes al contrario, un par de peperos con pedigrí han corrido a propalar que al tipejo de caqui no le falta razón. ¡Todos al suelo!

Aguirre vive

Pensé que era el tuit de un bromista o el de uno de tantos malintencionados que se divierten provocando: “EH Bildu reivindica el legado del lehendakari José Antonio Aguirre”. Luego llegó una segunda versión, una tercera y, finalmente, poco más o menos la misma frase lanzada al aire desde la cuenta oficial de la coalición. Ya para ese momento, las agencias y los periódicos digitales contenían más datos del acto donde se habían pronunciado esas palabras, incluyendo el que terminó de despedazarme los esquemas: el marco de la inusitada declaración fue el hotel Carlton de Bilbao, sede de aquel gobierno nacido en las duras y que jamás conocería las maduras. Simbolismo cuidado hasta el último detalle.

¿Qué ha pasado para que la izquierda abertzale rehabilite al “tibio” Aguirre —“más que chocolatero, fue un pastelero ideológico”, llegué a escuchar sobre él a un historiador de esa tendencia—, al hombre al que colgaron el baldón de “traidor de Santoña”, además de meapilas, amigo de los nazis, chivato de la CIA y tan españolazo que pudo ser presidente de la República en el exilio? La interpretación que más he leído en estas horas es que se trata de una estratagema electoral para levantarle un puñado de votos al PNV. Es verosímil, aunque a mi me gustaría pensar que esta especie de caída del caballo camino de Damasco tendrá más recorrido.

Si fuera así, estaríamos ante una gran noticia. Recuérdese que hace un año, en la conmemoración del 75 aniversario del primer Gobierno vasco, Patxi López y notables dirigentes del PSE también propusieron a Aguirre como ejemplo a seguir, pasando por alto que fue su partido quien tiró las mayores zancadillas a aquel ejecutivo. Sumemos —ya sé que es lo que se nos da peor— y tendremos que las tres fuerzas que representan la abrumadora mayoría vasca están de acuerdo, con sus matices, en que debemos aprovechar y seguir esa lección del pasado. Ojalá sepamos hacerlo.

Pan con hostias

Aquel Abundio, célebre por haber quedado segundo en una carrera contra sí mismo y por vender el coche para comprar gasolina, acaba de ser superado. Como al personal se le ha bajado por pelotas la fiebre consumista y se lo piensa cuatro veces antes de echar mano al bolsillo tieso, los asadores de manteca de Moncloa han decidido que la solución para que vuelva el despendole manirroto con su versión cañí del “give me two” es darle un arreón a los precios.

Por decirlo todo, es cierto que en los últimos años hemos dado muestras de ser lo suficientemente gilipollas como para que esa lógica —o sea, esa ilógica— no resulte tan descabellada. Les puedo presentar a unos cuantos que despreciaban en la charcutería del barrio la misma paletilla perruna de tres euros que compraban por quince en la vieja tienda de la esquina rebautizada como Delicatessen. Pero, una vez que no solamente le hemos visto las orejas al lobo sino que tenemos la huella de sus fauces en el nalgamen, van quedando menos chulitos de esos. Han regresado frente al mostrador de Manolo y en no pocos casos, para agenciarse mortadela cortada como papel de fumar.

Sospecho, pues, que por ahí no les van a salir las cuentas a las lecheras marianas. Y si lo que esperan es que el anhelado aumento de recaudación venga de las facturas de los sufridos autónomos, van dados. Si hasta ahora había que tener una conciencia cívica rayana en la santidad para no ceder a la tentación de despistar el IVA en las actividades que jamás olerá un inspector, el nuevo apretón de clavijas es una invitación en toda regla a pasárselo por el arco del triunfo. Al tiempo.

En cualquier caso, de este pan elaborado con unas hostias me queda un aprendizaje que les comparto. Cuando el PSOE subió el IVA, el PP montó la de San Quintín. Ahora que el PP hace vergonzosamente lo que dijo que no haría, es el PSOE el que echa espumarajos y toca a rebato. Y lo llaman política.

Los colores

Es enternecedora la candidez de los aficionados de un equipo de fútbol. Contra toda evidencia y, más inaudito, a pesar del sinnúmero de veces en que les han dejado el corazón en la raspa, se empecinan en la vana ilusión de que sus héroes pateabalones aman la camiseta que llevan como ellos mismos y matarían antes de lucir en el verde cualquier otra. La fantasía incluye la convicción absoluta de que no hay dinero en el mundo capaz de romper el idilio. Creen a pies juntillas que lo que el Dios esférico ha unido no lo separará el transfer. No intuyen —o seguramente sí, pero les da lo mismo porque en el fondo tienen vocación de autoflagelantes— que su ceguera es una hipoteca del enésimo desengaño. Tarde o temprano acaba llegando un cheque lo suficientemente grande y el amante bandido hace las maletas con nocturnidad y alevosía, sin detenerse a dejar en el espejo un mal post-it diciendo que fue bonito mientras duró. Lo más, un tuit de oficio, que sólo hace crecer la rabia del forofo despechado. Serás ca…

Si esta coreografía repetitiva del chasco se da en los clubs que tienen por norma echarse chulazos de alquiler que han chutado a puerta con mil y un escudos en el pecho, en aquellos en los que todavía quedan unos restos del romanticismo original, aunque estén ya muy aguados, la cosa adquiere dimensiones de tragedia. Confírmese en cualquier diario local y no les digo ya en blogs de la cosa o redes sociales. Unos clamando venganza y otros despatarrados de la risa por la cusqui que le han hecho al vecino. Primer pensamiento: que todos los dramas sean como este y que siempre que renunciemos a cenar sea porque no queremos, no porque no podemos. Segundo: si en tanto valoramos los sentimientos, no vayamos por ahí regalándolos a quienes hacen caja con ellos, y que conste que no hablo del jugador, que sólo ha cumplido el guión previsto. Tercero y último: asumamos que va a volver a pasar.

Ares se va

Tal vez se soñaba uno de esos jugadores a los que sustituyen cinco minutos antes del final del partido para recibir la ovación del público. O un actor haciendo el mutis triunfal a media escena de caer el telón. La cosa es que se ha parecido más a la “Tocata y fuga de Lolita” —casposa película española de semidestape de los 70, por si no caen— o a escaqueo modelo Capitán Schettino, porque a ver a quién le apetece ser el que dentro de menos de dos meses anuncie desde el centro oficial de datos de Lakua que su partido ha sido corrido a papeletazos. Un marrón del que se libra.

En perfecta sintonía con lo que ha sido su gestión, Rodolfo Ares se va tarde y mal. Él dice, ya que no podía hacerlo su abuela, que le acompaña la satisfacción del deber cumplido [risas enlatadas] y que su decisión —atentos, que esta es buena— obedece a razones éticas. En todo caso, serían héticas, con hache, que como nos enseñó Cervantes, significa raquíticas o, más llanamente, esmirriadas. Si algo sabemos del personaje es que no hay condicionante ni remotamente moral que lo desvíe jamás de su trayectoria. Mejor estar al lado que en medio. Allá por donde pasa nacen clubs de damnificados que podrían llenar el Madison Square Garden… si se atrevieran.

Ahí le hemos dado, porque los mismos que me llamarán sectario cabrón por escribir esto viven en la zozobra constante de no disgustar al ganador de todos los congresos de su partido. Lo temen tanto como lo maldicen por lo bajini. Del mismo modo, los que lo ponen a parir desde el resto de las siglas es a él al primero que telefonean cuando surge en lontananza un trabajo de fontanería fina. Da igual que sea para hacer una ñapa en Loiola, soldar una santa alianza antiabertzale o montar un desagüe transversal por donde vayan los pelillos a la mar.

Como cada vez, Ares se va para seguir estando. ¿Alguien se acuerda de Iñigo Cabacas? Yo me declaro incapaz de olvidarlo.

Amarillo gana

Pero entonces llegó el doctor, conduciendo un cuatrimotor, ¿y saben lo que pasó? Según la canción infantil, que todas las brujerías del brujito de Gulugú (o de Culubrú, en otras versiones) se curaron con la vacuna del galeno. En el caso que nos ocupa, más prosaico y dramático, fueron dos los doctores que llegaron, los ases de la antropología forense Francisco Etxeberria y José Maria Bermudez de Castro, y sacaron los colores a unos anacletos de la pestañí española que literalmente no distinguen los restos óseos de unos ratones de los de unos niños. Ante la apabullante evidencia, que incluía la edad exacta de las criaturas calcinadas, todo lo que se le ocurrió decir al grotesco ministro de Interior es que el mejor escribano echa un borrón. Hemos visto los suficientes capítulos de CSI y Bones —réstenle las necesarias exageraciones de la ficción— para hacernos una idea de la impericia que hay que atesorar para cometer una cantada de ese tamaño.

¿Que no hubo mala intención? Está sobradamente probado que muchas veces la ineptitud resulta más letal que la maldad. Sólo hay que pertenecer a la condición humana para imaginar el innecesario sufrimiento añadido causado por la chapuza a una familia a la que ya no le puede caber más. En segunda pero insoslayable derivada están las toneladas de carroña gratuita y con sello oficial que ha recibido la bandada de anarrosas que desde el minuto uno robaron el asunto de la agenda informativa y lo convirtieron en pienso putrefacto para engordar la audiencia. El infame espectáculo que debió desinflarse hace meses ha tenido mil prórrogas y cien mil penaltis gracias, en buena medida, a la metedura de pata de la que se dice policía científica o, como poco, de los que emiten sus comunicados de prensa.

A esta hora sigue el festín en las cloacas mediáticas. Cada energúmeno pidiendo la horca para el todavía presunto autor del crimen es una décima más de share. Amarillo gana.