Esperando al 155

Esa irritante sensación de haberlo visto antes. Quince folios de portantoencuantos creativos y un mengano o varios —en el caso que nos ocupa, dos, de momento— se van a la cárcel en nombre del estado de derecho funcionando a pleno pulmón. Hasta la última coma viene en el guión, desde los aplausos cerrados a la decisión a los bramidos cavernarios porque se les queda corta… pasando, no nos engañemos, por lo que se piensa pero no se dice: no hay mal que por bien no venga. Acción-reacción-acción se llama el viejo juego, que se disfruta en los extremos con fruición de gorrino revolcándose en el barrizal.

A fuerza de encabronamientos en bucle, se busca, y está ya conseguido casi totalmente, que no quede nadie en medio para levantar el dedo y tratar de señalar los matices. Que me perdonen en Galicia y Asturias por la metáfora, pero es el tiempo de los incendiarios. El panoli indocumentado Casado anunciando ilegalizaciones para que sus alter egos de enfrente —pongamos Rufián— batan el récord de demagogia tuitera.

Ocurre que al final, por más demoras sobre demoras que llevemos, los plazos acaban cayendo a plomo. Hoy mismo miramos al cielo a ver si precipita y por dónde el temido 155, que aun en la versión más suave, es un patadón en la boca del estómago de la convivencia. Y además, un paso difícilmente reversible. Exactamente lo mismo que, en la otra acera, la proclamación de la república catalana, ya dejándose de hostias de periodos de carencia, y que sea lo que tenga que ser. Sería tragicómico, pero a más de uno le colaría, que el desenlace fuera la convocatoria de unas elecciones. Hagan sus apuestas.

Overbooking de traidores

Un tiro para Ana Gabriel. Carme Forcadell y Oriol Junqueras al paredón. Ojalá una violación en grupo a Inés Arrimadas. El nombre de alcaldes del PSC junto a una horca. Ada Colau en una picota. Jordi Évole en un cartel de Se Busca por equidistante. Y es solo una muestra ínfima de la escalada del odio gañanesco en la últimas semanas. Tremendo en sí, pero mucho más, si añadimos que, con excepciones, desde cada trinchera se disculpa o hasta se festeja a los ejecutores (generalemente, anónimos) de las demasías. No solo eso: con una irresponsabilidad suicida, se azuza a las huestes propias contra los señalados como enemigos del pueblo, enemics del poble o todo al mismo tiempo.

Ahí tienen, por ejemplo, al ventajista Rufián escupiendo en Twitter que Joan Coscubiela es “como el ‘camarada’ que iba hace 40 años con las manos sin callos a las casas de los obreros a decirles que mejor no hacer huelgas”. Manda huevos, por cierto, ver cómo el advenedizo que solo podría tener ampollas en las manos haciendo lo que ustedes imaginan se atreve a lanzar tal andanada a un tipo que, además de defender como abogado a sindicalistas, se comió su cárcel en el franquismo.

Pero ese es el nivel. Se ha instalado el todo vale, y cada tarde se bate el récord de declaración de traidores del día anterior. Los peor parados, como de costumbre, los que tratan de introducir el menor matiz entre los brochazos. Ya verán, sin ir más lejos, los tres o cuatro soplamocos que le caen al autor de estas líneas.

Nadie parece haberse parado a pensar que, sea cual sea el desenlace de este inmenso embrollo, no quedará otra que seguir conviviendo.

¿Declaración o proclama?

Leo que el grupo municipal de EH Bildu en Gasteiz se ha desmarcado de una declaración institucional en recuerdo de Miguel Ángel Blanco, asesinado —quién no lo sabe— ahora hace veinte años. Antes de dar cuenta del resto de la noticia, me indigno, me rebelo, me desazono. El subtítulo contribuye a profundizar mi malestar. “La coalición soberanista discrepa con el relato”, señala. Transpirando sulfuro, me pregunto qué narices de relato cabe no compartir sobre aquella vileza que, como siempre he defendido, es el catón del rechazo del terrorismo.

La respuesta me llega en la letra pequeña, junto con la constatación del error de mi prejuicio. Los concejales de EH Bildu tienen toda la razón en negarse a suscribir un texto en que la figura de Miguel Ángel Blanco es una mera excusa para colocar una teórica tan rancia como simplona sobre hechos que van mucho más allá del secuestro y ejecución del concejal de Ermua. Es, con algún leve matiz, la doctrina habitual del ultramonte, entendible en un editorial de ABC o La Razón o, si se quiere, en una proclama que suscribiera solo el PP. Nunca en un escrito con carácter institucional y, por eso mismo, con el imperativo de respetar la pluralidad.

Algo me dice que las demás siglas que pusieron su firma lo hicieron por el adagio al que tantas veces hemos recurrido: por la paz, un avemaría. En este caso, opino humildemente que se ha hecho un flaco favor a la pretendida causa. Desde luego, no se trata de embarrar el patio, pero lo cortés no debe quitar lo valiente. Simplemente, no se puede permitir que, de nuevo, el aniversario de una crueldad se use a beneficio de obra.

Los triunfos que eran derrotas

Leo que la decisión de los presos integrados en el EPPK es el paso para “vaciar las cárceles”. Confieso mi perplejidad. Me pregunto sin intención retórica si el enunciado, repetido a modo de consigna pilona en varios medios, es solo una palmadita de ánimo en la espalda para los que, en buena parte, han resultado paganos del nuevo tiempo o si atiende a la literalidad. ¿Alguien está soltando la especie de algo parecido a una amnistía? Si es así, me da que no va a colar. En el mejorcísimo de los casos, la aceptación de las vías legales individuales conduciría a la revisión de alguna pena, con su hipotética influencia en los grados, quizá a alguna puesta en libertad y, si el gobierno español está por la labor, al tan mentado acercamiento a cárceles, en la medida de lo posible, vascas. Pero cárceles al fin y al cabo. Lo de Etxera, mucho me temo, se queda en ambigua metáfora. No está en los planes de casi nadie.

Por lo demás, y al margen de que aplauda el resultado del debate entre los reclusos de ETA —que es, por cierto, lo más tangible que queda de la organización—, no puedo evitar un sentimiento de melancolía. Añado que también de humana comprensión hacia ese 14 por ciento de internos que se han pronunciado en contra. Me los imagino preguntándose si para eso hicieron lo que en sus mentes y sus corazones no deja de ser una guerra, si para ese viaje a prácticamente ninguna parte eran necesarias tan pobres alforjas. Quizá haya quien prefiera engañarse por la épica de garrafón, pero esto que ahora se ha aceptado y se cuenta como triunfo es lo mismo que durante años se ha vendido como derrota y traición.

Pasar página

La semana pasada se reanudó en el Parlamento vasco la ahora llamada ponencia de Memoria y Convivencia. Por supuesto, salvo algún inasequible al desaliento entre los que me cuento, nadie llevó a portada el asunto. Un breve perdido entre la maraña de otras noticias y vamos que chutamos. Incluso alguien, desconozco exactamente quién, deslizó la especie de que había que juzgar como un dato muy positivo el hecho de que no se convocaran comparecencias individuales ante la prensa. Eso habla, como poco, del miedo que sigue habiendo a dar más cuartos de la cuenta al pregonero. Y lo peor es que me temo que hay motivos para ello.

Pues una pena. Es decir, otra a sumar a las muchísimas acumuladas por este organismo que parece abocado a la melancolía. Y miren que, como ya anoté, la presencia de Elkarrekin Podemos, libre de mochilas y con un discurso ético impecable, invitaba, por una vez, al optimismo. O por lo menos, a reducir la dosis de escepticismo. Pero no hay tutía. El PP ha decidido no estar y la izquierda abertzale ha tomado la determinación de dar por aprobadas las asignaturas pendientes y saltar sin más a puntos muy avanzados del temario.

Lo curioso, que quizá no lo sea tanto, es que todos parecen mostrar una indolencia del nueve largo. Soltamos a modo de letanía o autojustificación que la sociedad ya ha pasado página y lo damos por bueno, como si, incluso siendo así, quedáramos exentos de pagar ciertas deudas, siquiera morales. ¿Aceptaríamos acaso que alguien dijera que la sociedad ya ha pasado página del franquismo y, por lo tanto, no hay ya motivos para investigar sus crímenes? Evidentemente, no.

Es lo que hay

Somos el borracho del chiste aporreando la farola porque arriba hay luz. Reclamamos a grito pelado un desmarque contundente, unas frases inequívocas de rechazo, hasta una condena sin paliativos, no me jorobes. Qué ingenuos sin cura. Como si no tuviéramos cotizados los suficientes quinquenios clamando en el desierto. Como si no nos supiéramos de memoria el manual estomagante del sí pero no. Como si no conociéramos —¡joder!— el percal y con quién nos jugamos la mandanga esta de la convivencia.

Y muy bien, nuestro natural iluso nos confundió con la música de violines del nuevo tiempo, los acuerdos entre diferentes, el borrón y cuenta nueva, la transversalidad a todo trapo o el tú chupa, que yo te aviso. Quizá hasta fuera bonito mientras duró, pero seguramente ha llegado el momento de desempolvar el realismo, respirar profundamente y asumir que esto es lo que hay. Se da la desgraciada circunstancia de que una cierta cantidad (y no pequeña, ¡ay!) de nuestros prójimos están convencidos de que es del todo legítimo utilizar la violencia en el grado que sea necesario o les salga de la entrepierna. Ahí entra desde mandar a criar malvas al que estorba, práctica momentáneamente desechada por ineficaz, al repertorio completo de métodos de intimidación al uso.

La parte positiva de tan desalentadora descripción del paisaje en que nos toca movernos es que hay sobradas pruebas de que es abrumadoramente mayoritaria la parte de la sociedad que, independientemente de siglas e ideologías, rechaza sin ambages tales actitudes. Tenerlo muy claro y obrar en consecuencia será el antídoto más efectivo contra el desánimo.