No es «tomar el mando»

¡Albricias! En su bondad infinita, el magnánimo presidente españolísimo, Pedro Sánchez, ha accedido a convocar un consejo de ministros extraordinario —¡en domingo!— para decretar el estado de alarma en sus dominios, tal y como le han solicitado los presidentes de ocho comunidades autónomas. ¿Solicitado? Bah, eso es precio de amigo: en la cabeza del mandarín monclovita y en la pluma de sus succionadores, se lo han rogado, implorado o mendigado, con el lehendakari a la cabeza, chupaos esa, disolventes eternamente disconformes con el centralismo. ¿Veis cómo no se os puede dejar solos porque, a la hora de la verdad, tenéis que venir con la testuz baja a pedir sopitas al primo de Zumosol para que os saque las castañas del fuego?

Ya habrán comprobado que por ahí va la doctrina oficial, que para sorpresa de nadie, es exactamente la misma que la de los locales cuantopeormejoristas, doblemente felices ahora porque se llenan las UCI y el tipo que les arrea un buen meneo en todas las elecciones ha tenido que dar el paso que comentamos. Cómo explicar a unos y otros obtusos vocacionales que esto no va de humillarse ante Sánchez para que “tome el mando”, sino de reclamarle el puñetero paraguas jurídico necesario para que cada autoridad tome medidas que salven vidas y empleos en la realidad que mejor conoce.

Se veía venir

A finales de julio escribí una columna titulada No pinta bien. En realidad, me dejé llevar por las ganas de no jorobar demasiado la marrana, pues en aquellas jornadas estivales de brotes y rebrotes desbocados, debí haber encabezado mis garrapateos diciendo claramente que pintaba mal, muy mal, si me apuran. Sin ser uno, en lenguaje de Violeta Parra, ni sabio ni competente en materia de pandemias cabritas, ya se podía intuir por entonces que empezábamos a transitar por el camino negro que va a la ermita de la multiplicación de contagios, hospitalizaciones y —oh, sí— fallecimientos. El que desemboca impepinablemente no sé si en un confinamiento como el de marzo y abril, pero sí en la toma de medidas restrictivas por parte de las atribuladas y hasta despistadas autoridades.

Las primeras de esas medidas, que ahora mismo les apuesto yo que no serán las últimas, ya están decretadas tanto en la demarcación autonómica como en la foral. Ha llegado Paco con la rebaja, diría mi difunta ama, aunque quizá ella misma también proclamaría, viéndose en estas, que ya nos pueden ir quitando lo bailado. Desde aquellos días en que ya se olía la llegada de la tempestad, hemos venido comportándonos como si la cosa no fuera con nosotros, esperando el milagro de último minuto que —¡manda carallo!— aún no hemos descartado.

Cifras que mienten

Si no nos mata la pandemia, lo hará una sobredosis de cifras. Todas requeteverídicas y, al mismo tiempo, falsas como un billete de siete euros. Y que levante la mano el que este libre del pecado de espolvorearlas como si fueran la revelación del cuarto secreto de Fátima. Yo me acuso, contrito y arrodillado ante ustedes, mis sufridos y espero que indulgentes lectores y oyentes, de participar en la ceremonia de la confusión diaria a base de números y tantos por ciento al peso en los informativos que maldirijo en Onda Vasca. No sé cuántos contagios en las últimas 24 horas, equis más (o menos) que ayer, con una positividad de jota al cuadrado partido de la raíz cúbica de omega. ¿Entienden algo? De eso se trata, de que la audiencia se quede con la música pero no con la letra.

Seguiré obrando así, pero ahora que estamos en confianza, les aconsejaré que se pongan mascarilla en el cerebro y se apliquen gel hidroalcohólico mental a discreción cuando desde los medios les bañemos de datos sin desbastar. Piensen, por poner un ejemplo muy simple, que no es lo mismo cien contagios sobre quinientas PCR o sobre 5.000. O que también cambia el resultado si una parte importante de los test se hace conscientemente donde se sabe que no se va a encontrar bicho o en lo que se ha constatado como foco galopante.

Los jueces nos salvarán

Qué esfuerzo más inútil, el de las administraciones públicas al pretender que la gestión de la pandemia se guíe por criterios sanitarios. Epidemiólogos, virólogos y demás profesionales de bata blanca están de más. Los que de verdad saben de esto son los de las togas y las puñetas. Y como muestra más reciente, la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Madrid de tumbar el confinamiento de la Comunidad que había decretado el gobierno español alegando que vulnera derechos y libertades fundamentales. Cómo explicar, cómo contar a sus reverendísimas señorías que tales derechos y tales libertades te sirven de una mierda cuando estás muerto.

Y sí, me sé la letanía con que me vendrán incluso muchos de mis más apreciados amigos del mundo jurídico. Que las cosas no son tan sencillas, que entre Ayuso, Illa y Sánchez lo han puesto a huevo, que hay principios irrenunciables que deben prevalecer y bla, bla, requeteblá. A todo eso respondo que sí, que muy bien, que en el plano teórico o académico, esos adagios lucen un huevo. Pero explíquenselo a quien, en el mejor de los casos, se va a pasar dos meses entubado en una UCI porque unos tíos que viven en una realidad paralela pidieron que les sujetaran el cubata para dictaminar que las razones médicas son una coña marinera al lado de su infinita sapiencia.

De mal en peor

800.000 contagios en el Estado, y subiendo. No es consuelo que en lo más inmediato, la demarcación autonómica, la cosa parezca contenida, susto arriba o susto abajo. De sobra tenemos aprendido que es cuestión de que vengan bien o mal dadas durante media docena de días para que las cañas se vuelvan lanzas y viceversa. En la montaña rusa de la pandemia se pasa de cero a cien en un abrir y cerrar de ojos. Sin ir más lejos, recuerden lo razonable que pintaba la cosa en Navarra a principios del verano hasta que la curva se puso en punta y este es el momento en que tenemos cuatro pueblos reconfinados y unos números generales todavía preocupantes.

Lo peor, volviendo a mirar el escenario global, es que da la impresión de que se actúa a salto de mata y con criterios más políticos que sanitarios. Madrid es el ejemplo más claro —aunque no el único— de una sucesión de decisiones (o de falta de decisiones) que parecen fruto de una mezcla letal de improvisación, desconocimiento real, incapacidad y, como detonante definitivo, búsqueda del rédito político a peso. Y es muy fácil culpar a la esperpéntica presidenta de la Comunidad, pero quizá alguna responsabilidad tenga el Ministerio español de Sanidad que, ahora por boca del bienamado Simón, comienza a reconocer que los números eran terribles ya hace mucho.

¿Hacia otro ‘Trumpazo’?

Cómo pasa el tiempo con y sin pandemia. En Estados Unidos ya ha transcurrido casi un ciclo electoral completo. O sea, cuatro años menos un mes de vellón desde que el lunático (le hago precio de ganga) Donald Trump ganó los comicios presidenciales del que sigue siendo país más poderoso del planeta. Tanto como apelamos a la memoria, sería bueno no olvidar que aquella funesta noche de noviembre de 2016 ocurrió lo que toda suerte de listos listísimos aseguraban que era imposible que ocurriera. Hasta la misma víspera del Trumpazo, los más reputados analistas de dentro y fuera del imperio daban por segura la victoria de Hillary Clinton, incluso aunque buena parte de las encuestas más serias y el puro sentido común apuntaban exactamente lo contrario. Qué más daba: ya desde que el fulano se presentó a las primarias del Partido Republicano, idénticos visionarios habían ido pronosticando que jamás llegaría a ser proclamado candidato.

Algo se podía haber aprendido de aquel letal dominó de vaticinios fallidos, pero parece que no ha sido así. A un mes de la cita con las urnas, el equipo profético habitual anuncia la derrota del siniestro Trump a manos del decrépito Joe Biden. ¿Apoyándose en qué argumentos? En que tiene que ser así y como refuerzo de última hora, en el positivo en coronavirus de Trump. Nivelazo.

155 sanitario a Madrid ya

La alucinógena presidenta de Madrid ha venido choteándose del ministro español de Sanidad de un modo indecente. Espera uno que a Salvador Illa se le hayan terminado de hinchar las pelotas y cumpla sin temblor de manos la decisión de chapar las diez grandes ciudades de la comunidad, incluyendo la villa y corte. Ojo, que no es cosa del atribulado filósofo de Roca del Vallés, sino acuerdo ampliamente mayoritario de las demarcaciones autonómicas del Estado español. A un pelo hemos estado de que por las santísimas narices de Isabel Díaz Ayuso colaran de punta a punta de la piel de toro una especie de ricino para todos para disimular el particular mal hacer de la susodicha. El insulto final fue que la propia proponente de la medida se descolgara de ella menos de 24 horas después como la criatura caprichosa que es y pretendiera in extremis otro apaño chungalí para evitar el confinamiento impepinable.

¿Se imagina alguien que, en lugar de Madrid, estuviéramos hablando de cualquiera de los terruños que arrastramos fama de irredentos? Los mismos cuervos cavernarios que ahora graznan sobre presuntos agravios malintencionados estarían reclamando a todo trapo el 155 sanitario y, si me apuran, el entrullamiento de los responsables políticos de esas comunidades en nombre de la salud y de la vida. Apuéstense algo.