Memoria y convivencia

Estoy por apostar que la mayoría de esa sociedad que tanto se nombra en vano desconoce que en el Parlamento vasco se ha vuelto constituir una ponencia sobre la eterna asignatura pendiente. De Memoria y Convivencia, se ha bautizado en esta ocasión, no sabe uno si para conjurar el maleficio de la vieja denominación o, simplemente, porque se ha querido afinar con el lenguaje para que transmita de un modo más fiel el meollo de lo que se va a tratar en su seno. También ha podido ser un intento de dar con un enunciado asumible por las cinco fuerzas presentes en la cámara de Gasteiz. Si ese era el objetivo, la primera en la frente, puesto que de saque se ha borrado el Partido Popular.

Ya, ahora vendría la crítica afilada a la formación liderada en la demarcación autonómica por Alfonso Alonso. Es muy fácil sacar la garrota y acusar a los populares de inmovilismo o cualquiera de las diatribas —ojo, fundamentadas— del argumentario habitual. Me limitaré, sin embargo, a señalar que creo que en su cerrazón o en su finura excesiva de cutis, el PP pierde la oportunidad de formar parte de un grupo de trabajo del que cabe aguardar frutos muy interesantes.

Comprendo que les sorprenda lo que acabo de anotar, viniendo de un gran escéptico. Mi esperanza reside —y esto también les asombrará, dados mis precedentes— en la presencia de Elkarrekin Podemos. Sucede que los morados han demostrado un discurso ético sobre la violencia absolutamente impecable. Su aportación, sumada a la de los otros partidos que lo tienen claro será crucial. Y dejará en evidencia a quienes avanzan retrocediendo, que han quedado en franca minoría.

Denunciar no es calumniar

Pues otra vez los golpes en la puerta no eran del lechero, salvo que lo tomen por el lado metafórico. Gajes de la democracia a la española y de sus presuntos guardianes de uniforme, con gran frecuencia dispuestos a demostrar quién manda aquí. Y, como ha sido el caso de las últimas horas en Navarra, a regalar ocho excursiones de ida y vuelta al cuartelillo por un quítame allá esa pintada. En concreto, una ubicada en Burlada en la que se ven unas manos encadenadas, la palabra Tortura atravesada por un trazo rojo y el anagrama #Aztnungal, es decir, Laguntza, escrito de derecha a izquierda.

¿Qué tiene todo eso de delictivo? Quienes no estén al corriente del asunto podrán pensar en un exceso de celo ante el incumplimiento de algún reglamento en materia de limpieza urbana. Pero no. Se supone que todos los elementos referidos constituyen, al parecer de la luminaria que ha ordenado el operativo, un delito de injurias y calumnias a las Fuerzas de Seguridad del Estado. Si no estuviéramos ante una martingala tan grave, la primera sonrisa sería al pensar en lo fácilmente que se dan por aludidas las tales fuerzas y lo mal que les sientan ciertas verdades.

Quizá haber escrito lo anterior me haga merecedor del mismo trato que han recibido los detenidos. Si eso toca, sea, pero ni ellos, ni servidor ni miles de personas o entidades respetables —empezando por Amnistía Internacional— decimos nada que no se haya constatado en numerosas ocasiones: por estos lares se ha torturado y se sigue torturando. Y las denuncias ni siquiera se investigan, como prueban las multas a España del Tribunal europeo de Derechos Humanos.

Respeto asimétrico

Una vez en Roma, haz como los romanos. Esa es la recomendación que tiene media docena de versiones en diferentes idiomas… y que habrá que cambiar. Como poco, será necesario añadir que la aseveración no se aplica a los altos dignatarios iraníes. Y menos, si como acaba de ser el caso del actual presidente, de nombre Hasán Rohaní, se llega a la ciudad eterna con un pastizal bajo el brazo.

En concreto, el fulano llevaba 17.000 millones y pico de euros para fundirse en unos bisnes petroleros con un puñado de empresas italianas. Ya lo dejó escrito Quevedo: poderoso caballero es Don Dinero. Ese parné es suficiente, no ya para que se evaporen los escrúpulos ante las incontables vulneraciones de los derechos humanos que perpetra el régimen de Teherán, sino para ponerse de hinojos ante los usos dizque culturales del sujeto, y haya que tapar chuscamente las estatuas de los Museos Capitolinos que muestran alguna parte del cuerpo desnuda.

Me hago a un lado para no ser embestido por la previsible manada de Miuras progresís con su afilada cornamenta de lecciones sobre el respeto y la cortesía hacia el diferente. Lo siento, pero no trago con esa martingala asimétrica que siempre termina igual: con los laicos y/o los católicos tragando quina. Ya está bien, y más cuando el objeto de tanta deferencia obsequiosa es una teocracia que sigue colgando homosexuales de las grúas y pisoteando con denuedo los derechos de las mujeres. Pero el que paga manda. Y qué tristeza que ese lema lo practiquen de igual modo los más rojos del barrio y los reaccionarios capitalistas que acaban de resituar a Irán en el eje del bien.

Tras la petición de perdón

El poder balsámico de las palabras. O quizá del tono en que son pronunciadas. También, claro, el momento y el lugar; se ve que, pese a todo, los calendarios no pasan en balde. Pero basta ya de buscar explicaciones. Sobra entrar en los cómos y en los por qués. Lo sustantivo es que en esta ocasión ha calado prácticamente el mismo mensaje de perdón a la víctimas del terrorismo que hace siete años cayó en saco roto. La asociación oficialista que entonces despreció con rictus airado un valiente —y yo diría que excesivo— acto de contrición aplaude ahora la descarnada autocrítca expresada por el lehendakari Iñigo Urkullu. Bien está lo que bien acaba, ¿no?

Ojalá tuviéramos la garantía de que esto ha acabado. Lo vivido nos invita a ser escépticos. Por la comodidad de los discursos, por la inercia, seguramente también, en más de un caso, por la miseria de la condición humana, llevamos demasiado tiempo estirando el fango, arrojándonos mutuamente el sufrimiento a los ojos. Ya que estamos en el momento de las verdades a calzón quitado, mencionemos los réditos de diverso tipo que algunos le han sacado al dolor. Tan duro como suena, pero igualmente real y sencillo de documentar.

Nada es obligatorio, pero tal vez, en aras de una cierta simetría, sería recomendable un reconocimiento de errores en la otra parte. No hablo de flagelos, sino de esas dos o tres cosas que pudieron estar de más. El resto es cuestión de voluntad, de sentido común y de ponerse a la tarea huyendo tanto del revanchismo como de la tentación de relativizar, de olvidar, o peor aun, de encontrar justificación al incontable daño causado.

Y siguen negándolo

A instancias del Gobierno español, faltaría más, el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco ha tumbado varios aspectos del decreto de Lakua que reconoce moral y económicamente a las víctimas de abusos policiales. Desde la Secretaría de Paz y Convivencia aseguran que, en todo caso, lo laminado no afecta a lo básico del texto, aunque en prevención de males mayores y para no ponérselo fácil a los buscavueltas, anuncian que convertirán el decreto en ley antes de fin de año.

Ya ven que las cuestiones de principios básicos acaban sepultadas por el enjambre judicioso, como si estuviéramos ante un asunto de tecnicismos para juristas muy cafeteros y no ante una flagrante y desvergonzada maniobra para seguir negando que las llamadas Fuerzas de Seguridad del Estado vulneraron a saco los derechos humanos. Y ojo, que ni siquiera estamos hablando de hoy o de anteayer porque, conociendo el paño y mostrando una buena voluntad infinita, los redactores del texto se cuidaron de establecer el periodo de los abusos reconocibles entre 1960 y 1978; cualquiera se mete con los más recientes.

Lo tremendo es que ni aún con ese pragmatismo magnánimo se ha conseguido que el búnker arroje la menor señal de humanidad. ¿Por qué? Ante semejante obcecación numantina, no caben más explicaciones que las evidentes. Por de pronto, se trata de preservar el monopolio del sufrimiento en manos de las únicas víctimas que, al parecer, merecen tal nombre. Y por el mismo precio, es una forma de retratarse como orgullosos herederos de aquellos uniformados que lo dieron todo —pero todo, todo— por la una, la grande y la libre España.

Previsibles

¡Vaya! Ahora resulta que salen defensores de los derechos humanos hasta debajo de las piedras. La de muertos que nos habríamos ahorrado si hubieran aparecido antes. ¿Dónde estaban cuando tanto los necesitamos? No contesten. Era una pregunta retórica. Vale, retórica y además cínica. Lo bueno, lo malo y lo regular de nuestra tragicomedia es que, en general, nos conocemos demasiado. Y si no nos conocemos, nos inventamos mutuamente al gusto y a discreción. A mi, por ejemplo, hoy creo que me toca ser un fascista y un enemigo del pueblo. Qué se le va a hacer, no se puede ser todo el rato el puñetero amo de la barraca, como cuando escribí el otro día acerca de la impunidad de los GAL o hace dos martes eché unos espumarajos sobre la operación contra Herrira. Entonces las collejas —filoetarra cabrón, iras al paredón— vinieron del otro fondo. ¿Algún siglo de estos dejaremos de ser tan previsibles?

No, la idea no es mía, ya quisiera. Se la he tomado prestada a Jonan Fernández, otro que sabe lo que es recibir por babor y por estribor o, como el torero, dividir al respetable entre los que se acuerdan de su padre y los que lo hacen de su madre. Creyéndome descubridor de la pólvora, le pregunté hace un par de noches en Gabon de Onda Vasca por la visceralidad de las reacciones a favor y en contra de la decisión de Estrasburgo sobre la doctrina Parot. Visceralidad, sí, ¿qué les parece? Se me había ocurrido a mi solo echando un cigarrillo en el quicio de la puerta de la emisora. Tal cual se la centré al secretario de Paz y Convivencia del Gobierno vasco para que la rematara a la escuadra, pero él la dejó pasar y, a cambio, se sacó de la chistera lo de la previsibilidad de las declaraciones y lo morrocotudamente bueno que sería que alguna vez alguien se saliera del guion para decir lo inesperado. Ofrezco mi respeto y tal vez mi voto al primero o la primera que diga lo que menos me hubiera imaginado.

Doctrina y pretextos

Bienvenida sea la derogación de la doctrina Parot. Cantaba a leguas que era un chapucero aguaplast jurídico para tapar un boquete de serie en la legislación española, que conjuga escandalosas condenas a tres mil años con un sistema de bonus y cupones de descuento que muchísimas veces dejan la pena real en una ganga. En contrapartida, por una chorrada de delito, hay desgraciados que pringan un decenio, sin que a los paladines de las nobles causas se les mueva media ceja. Cuestión de fotogenia criminal.

O sea, que sí, que muy bien por la decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, pero sin venirse arriba y sin olvidar ciertos detalles. Por ejemplo, que esa institución a la que se le hace la ola por su ecuánime dictamen es la misma en cuyas muelas nos ciscamos cuando bendijo la ilegalización de Batasuna. No puede ser que sus magistrados antes fueran tildados de mamarrachos que emitían sus veredictos sobre lo que no tenían ni puta idea y ahora sean festejados como inspiradísimos y atinadísimos señaladores de la verdad. Ni viceversa, claro.

Ocurre, me temo —y esta es la parte más delicada de mi mensaje de hoy— que una vez más el asunto no va ni de justicia ni de derechos humanos, por mucho que casi todo el mundo se haya refugiado en ambos elevados conceptos para vender su mercancía. La inmensa mayoría de las posturas a favor o en contra de la Doctrina Parot son políticas o de conveniencia. En un lado se defiende la institucionalización de la venganza y el retorcimiento de las leyes para mantener alta la moral del ultramonte. En el otro se pretende dar carta de naturaleza al pelillos a la mar ante quien ha cometido una docena de asesinatos y no siente el menor cargo de conciencia por ello. Me gustaría pensar que hay un camino intermedio entre el encarnizamiento penitenciario y la impunidad, y que es por el que ha optado, aunque sea de puñetera chamba, el Tribunal de Estrasburgo..