Si no fuera por la rabia y la impotencia que provoca, tendría su punto cómico. Lo de anunciarnos las crisis por entregas, digo. Tengan la absoluta certeza de que nos va a caer otra porque los signos son un calco, casi una caricatura, de la vez anterior. Empiezan con un datito vago, siguen con media docena de indicadores que dan mala espina, un puñadito de desmentidos nada convincentes, un ramillete de correcciones de crecimiento a la baja o, por quedarnos en la fase en la que estamos, un llamamiento a ir apretando los esfínteres. A partir de ahí, efectivamente, toca rezar lo que sepamos y pedir que la guadaña se cebe con nosotros lo menos posible. Pero sí, dense —démonos— por jodidos: viene otra temporada de vacas flacas, o sea, de vacas convenientemente adelgazadas.
Les juro que soy muy poco dado a las teorías de la conspiración. Sin embargo, cuesta mucho no pensar mal cuando ves cómo se repite por enésima vez una coreografía que apesta a profecía que se cumple a sí misma. Anuncian que va a ocurrir y, efectivamente, ocurre, ensañándose siempre en los mismos, o en los siguientes en la lista, y pasando sin siquiera rozar a otros que, por lo visto, no nacieron para martillos. Ojo, que no necesariamente hablo de Ortegas, Roigs y demás archimillonarios. Unos cuantos escalones más abajo, hay una porción de suertudos sociales, es decir, económicos —muchos de ellos, los que más van a poner el grito en el cielo— que no solo se libran sistemáticamente del tantarantán, sino que les vendrá de perlas que bajen los viajes, los adosados, los coches, los gintonics y las raciones de ibéricos. Los demás, pónganse a temblar.