Quisiera compartir el alborozo por la decisión u-ná-ni-me del Tribunal Supremo es-pa-ñol —¿Esta vez no son una panda de fachuzos con toga?— respecto a la momia del bajito de Ferrol. Me alegro, claro que sí, por las víctimas del matarife y sus deudos, entre los que me cuento, pero tampoco acabo de ver los motivos para tanto festejo. Y menos, cuando los que se están atribuyendo el gol en Las Gaunas (ojo, que aún puede ser anulado por el VAR) obedecen a las cuatro siglas que, habiendo gobernado un kilo de años desde que se produjo “el hecho biológico”, no movieron un dedo por sacar los despojos del viejo dictador de su apartamento en el Valle de los Caídos. La misma Carmen Calvo que anda haciendo la conga de Jalisco era ministra de peso en el gabinete de Rodríguez Zapatero que, pese a ordeñar la Memoria Histórica sin rubor, jamás se atrevió a pasar la línea azul de Cuelgamuros.
Paso por alto que en todo este zigzagueo posturero se ha conseguido resucitar, si no al fiambre, sí a sus adoradores y adoratrices. O casi peor, que se han creado ex-novo franquistas retrospectivos que no superan los treinta tacos en canal. Ya veremos cómo pagamos esa ligereza. Me conformaré con que el dictamen judicial sea firme y con que se cumpla. Llévense las rebañaduras del sátrapa a donde proceda, expídanse los frailes del Valle al rincón en que se los requiera (si es que tal sitio existe), y dinamítese sin escatimar en trilita el fantasmagórico parque temático de la humillación. A partir de ahí, podremos emitir el parte de guerra definitivo y aplicarnos a la jodidísima tarea de enfrentarnos al presente y el futuro, que ya toca.