Desmemoria interesada

Cuando despertó, la ponencia de memoria y convivencia del Parlamento Vasco todavía estaba ahí. Y seguirá por los siglos de los siglos porque en el fondo, no nos engañemos, la cuestión importa a cuatro ingenuos que alguna vez creyeron que cabía no hacerse trampas al solitario. El resto se divide entre la multitud que pasa cien kilos y los que de tanto en tanto sacan a paseo la martingala para hacer como que hacen, para tirársela a la cara o, bueno, porque lo obligan los protocolos de la cámara.

Dije ya hace años —¡años!— que sería más honesto plantarse ante un atril, respirar hondo y anunciar que hasta aquí hemos llegado con la vaina, y que en lo sucesivo cada palo ha de aguantar su vela. O, traducido a román paladino, que hay sectores, y no pequeños, que creen que la violencia de los suyos fue no solo necesaria sino heroica. Prefiero esa verdad cruda que las yenkas en bucle. Muy loable, sí, la “petición sincera de disculpas” de los familiares de los presos… si no fuera porque el mismo día se recibía bajo palio a un tipo que se llevó por delante una vida humana y formó parte de una banda que acabó con casi mil más.

Y como postre, esa frase terrible seguida de un silencio de tres segundos. “Faltan más personas dialogantes como Lluch”, dijo Arnaldo Otegi ante un periodista de TV3 que, como el propio líder de EH Bildu, pasó por alto el pequeño detalle de que el exministro socialista no desapareció como por ensalmo. Por tercera columna consecutiva, vuelvo a apelar a mi memoria. Porque yo sí me acuerdo, por desgracia, de que Ernest Lluch fue vilmente asesinado por ETA en el garaje de su casa hace más de 18 años.

Memoria ‘benevolente’

Que nada, que ya queda poco, que casi está… Pero ha terminado el 18 de julio, el número 82 después del primero, y Pedro Sánchez ha dejado pasar el día perfecto para desahuciar a la momia de Franco de su plácido sepulcro en el Valle de los Caídos. Otra vez será. No le urgiremos. Ocurrirá cuando toque, pero mientras, desde estas humildes líneas le animo a reparar en la tremenda bofetada a la por él tan cacareada Memoria que se le atizó ayer en la radio pública española, esa misma, sí, que junto con el resto de medios de titularidad estatal sigue a la deriva por culpa del trilerismo partidista.

De paso, aprovecho para contárselo a ustedes, que seguro ni sospechan que a estas alturas del tercer milenio en la emisora pagada a escote se mantiene un espacio diario llamado Alborada en el que varios sacerdotes se dedican por turno a impartir doctrina nacionalcatólica. Con sacarina, si quieren, pero no muy distinta a la del Cardenal Gomá y sus mariachis.

El que ayer estaba al mando del micrófono, un tal Alberto Argüello, a la sazón rector del Seminario de Valladolid, disimuló lo justo. Tituló su homilía “Memoria benevolente”, lo que ya le pone a uno en guardia. Después de hablar del 18 de julio como fiesta que rememoraba un alzamiento, afeó “el uso politizado de la memoria”, y abonó (con estiércol verbal, claro) la tesis de los dos bandos cometiendo el mismo número de injusticias. No contento, el trabucaire exhortó a recordar “los 6 años anteriores y cómo funcionó aquella república que terminó en un guerra y los 6 años posteriores ya a la victoria y cómo se gestionó a la hora de ver el cuidado de los perdedores”. Como lo leen.

Los huesos del dictador

Se me ocurren pocos asuntos más fáciles de solucionar que el de los huesos (o lo que quede) de Franco. Basta, de hecho, con seguir el frío procedimiento que muchos deudos hemos tenido que padecer sin más derecho que acatar y callar. Se comunica a la familia del difunto que ha prescrito el periodo máximo establecido para guardar el fiambre y se le ofrecen las dos opciones al uso: o se lleva el paquete a descansar para la eternidad en un nicho o panteón de pago o directamente se depositan los restos en un osario común. A partir de ahí, el problema es de los herederos. Allá ellos si se hacen cargo del residuo del bajito de Ferrol y financian la sepultura de su pecunio o pasan por malajes descastados que se despreocupan de su egregio ancestro.

Otro gallo nos estaría cantando si se se hubiera obrado así cuando tocaba, pongamos en 1985, que es el lapso habitual que se maneja en los cementerios que nos tocan a los mortales de a pie. Y aunque sea verdad que agua pasada no mueve molino, no está de más recordar que el PSOE, que gobernaba entonces y hasta once años después, no hizo el menor gesto por exhumar al dictador que palmó, tan a gustito, en la cama. Y lo mismo, durante el septenio de Rodríguez Zapatero, cuya loada ley de Memoria Histórica más simbólica que real, no entraba como se debía (o sea, a saco) en la espinosa cuestión del Valle de los Caídos y su más célebre morador.

En todo caso, nunca es tarde. Si este es el momento, mándese unos propios a arrancar la por lo visto no tan pesada lápida y a sacar del interior el famoso féretro de plomo con los despojos del matarife de la voz aflautada. Y punto pelota.

Isaías Carrasco, 10 años

Viernes, 7 de marzo de 2008, claro que me acuerdo. Era el último día de la campaña para las elecciones generales. Llevábamos dos semanas conteniendo la respiración. Teníamos algo más que un mal pálpito. Dábamos por seguro que ETA no iba a resistir la tentación de hacerse notar. En realidad, ya lo había hecho. Pocas horas después de la pegada de carteles, reventó un repetidor en el monte Arnotegi de Bilbao. Luego llegaría el aviso serio en forma de bomba en la puerta de la Casa del Pueblo de Derio.

Lo siguiente fue descerrajar cinco tiros al antiguo concejal del PSE en Arrasate, Isaías Carrasco, cuando se disponía a ir a trabajar a su puesto de cobrador en el peaje de Bergara. Su mujer y su hija mayor escucharon los disparos desde casa y bajaron corriendo, presintiendo lo peor. Era la una y media de la tarde. Poco después de las dos, mi entonces compañera de Radio Euskadi, Arantza García, le dio en directo la noticia de la muerte de Carrasco a Miguel Buen, cabeza de la candidatura socialista en Gipuzkoa, que no pudo reprimir los sollozos. Es uno de los momentos de radio más dramáticos de los que tengo memoria.

No olvido igualmente las justificaciones de siempre ni la cobardía para evitar la condena en su propio pueblo. Tampoco a ciertos voceros del PP de la época como César Vidal difundiendo la especie de que ETA le había regalado un muerto al PSOE —literal— para que ganara aquellas elecciones. Lo demás está en la brutal entrevista de los diarios de Vocento en que la viuda y dos de las hijas de Isaías revelan que tras el asesinato, aún tuvieron que sufrir mil vejaciones. Conviene tenerlo presente.

Ya es 21-D

Mañana a estas horas, todo quisque andará proclamando que ha pasado lo que había dicho que pasaría. Lastrado por un inconmensurable sentido del pudor, me declaro incapaz de sumarme a la legión de adivinos retrospectivos. Suerte tendré si soy capaz de comprender lo que sea que deparen estas urnas extemporáneas que no figuraban ni como plan Zeta en la archicacareada hoja de ruta, esa que, según se nos aseguraba, contemplaba hasta el menor de los detalles.

Sé que resulta incómodo y hasta rompepelotas, pero empezaré por ahí, porque del mismo modo que no sé leer el porvenir, sí se me da razonablemente bien poner en fila india los hechos que han sucedido. No es perspicacia, sino memoria. Y sorprende que algunos la tengan, con perdón, tan corta, pues fue apenas anteayer cuando tuvo lugar el último arreón de acontecimientos presuntamente históricos.

Qué tarde la de aquel viernes, 27 de octubre, que comenzó con una DUI a la remanguillé que hubo quien ni aplaudió y que terminó con unas elecciones salidas del escroto del presidente del Estado al que se había mandado a hacer gárgaras. Un tanto extraño, ¿no?, hacer cola para presentarse, mientras la metrópoli abandonada se hinchaba a empapelar judicialmente o, sin más rodeos, a encarcelar a los dirigentes de la secesión ahora mismo pendiente. Y los otros, en fuga a Bruselas, que es casi tanto como decir a ninguna parte, salvo que el objetivo fuera convertirse en extravagancia internacional, como en su día lo fue, qué se yo, el recién difunto Miguel de Rumanía.

Hoy, ocurra lo que ocurra, habrá que tener en cuenta ese pasado reciente. ¿O se está dispuesto a repetirlo?

Yoyes… todavía

Les vengo con una recomendación. Esta noche ETB-2 emite —en tiempos se decía reponeYoyes. No me considero lo suficientemente versado como para decirles si, en lo puramente cinematográfico, la de Helena Taberna es una película buena, mala o regular. A mi me parece más que digna, pero creo que su aportación real va más allá de lo formal o lo estético. Reside principalmente en su valor como testimonio de un episodio de nuestra Historia reciente (el asesinato de María Dolores González Katarain se produjo hace 31 años y dos días, apenas anteayer) que nos debemos conjurar para no olvidar jamás. Se me dirá que como cualquiera de las iniquidades cometidas por estos, aquellos o los de más de allá en las décadas del terror, y es verdad. Ocurre, en todo caso, que se trata de un hecho —me consta lo frío de denominarlo así— que reúne un compendio de circunstancias que explican no solo cómo vivimos todo aquello, sino cómo lo seguimos viviendo.

Eso último es lo singular… y lo preocupante. Más de tres décadas después de su ejecución por “chivata y traidora”, el recuerdo de Yoyes sigue siendo muy incómodo, casi un tabú, para muchos de esos que en otros asuntos siempre van con la Memoria en los labios. Todavía el otro día, cuando aconsejaba en Twitter echarle un ojo a la cinta, me llovieron escupitajos verbales de variado pelaje. Me citaban a Lasa y Zabala o a Iñigo Cabacas —hace falta ser brutos y malnacidos— a modo de contrapeso, como si las injusticias se compensasen. Ya sé que fue, en el fondo, por decir lo prohibido: que Kubati, el arrogante asesino de Yoyes, imparte ahora lecciones sobre Derechos Humanos.