Fichad, fichad, malditos

Tiene bemoles lo de la ministra de Trabajo en funciones. “Nadie se ha tomado en serio el registro horario”, ha dicho Magdalena Valerio entre el lamento de plexiglás, la denuncia posturera y, en definitiva, el reconocimiento de la chapuza indecible que evacuó su gobierno en esa diarrea legislativa para la galería que el gurú Iván Redondo bautizó como viernes sociales. Lo divertido rondando lo encabronante es que la titular interina de la cartera del currele protagonizaba semejante rasgado de vestiduras horas antes de que su propio negociado publicase algo así como un manual de instrucciones para que las empresas se hicieran una mínima noción de cómo poner en práctica la genialidad.

Y ni aun así, oigan, porque ese presunto reglamento contempla tantas y tan variadas situaciones, que el resumen último es que vale todo y no vale nada. Vamos, que el control puede hacerse con sofisticadísimos métodos telemáticos o con una puñetera hoja de papel en la que se anotan a lápiz —da igual si son a voleo o directamente falsos— los datos de entrada y salida de lo que en tiempos de mi viejo se llamaba el productor. Las intenciones son seguramente inmejorables; el resultado, una jodienda añadida a la ya achuchada tarea de ganarse el pan. Claro que no cabe esperar nada de un sistema en el que quienes legislan sobre cuestiones laborales, quienes ejecutan esa legislación y quienes deciden sobre su cumplimiento no tienen ni pajolera idea sobre la naturaleza real del trabajo. ¿Cómo narices les explico yo a los propietarios de esas limitadas mentes funcionariales cuadriculadas que mi curro es de 24 horas al día, hotel y domicilio?

Operación Iceta

¿Miquel Iceta, presidente del Senado? Mi primera reacción al escucharlo fue reprocharme mentalmente que no tuviera la menor idea de que se había presentado y salido. Menudo periodista de las narices, me flagelé. Dado que los medios, empezando por el que lo anunció a todo trapo, no hablaban de posibilidad sino de algo que no tenía vuelta de hoja, ni se me pasaba por la imaginación que estuviéramos ante una cuestión que antes de confirmarse debía pasar por una serie de trámites no necesariamente fáciles.

Porque sí, mucha cortesía parlamentaria y lo que ustedes quieran, pero sucede que Catalunya vive en la excepcionalidad desde hace tiempo. Con presos y fugados, nada menos. Que el PSOE diera por hecho que todos los grupos del Parlament se iban a avenir a designar a Iceta senador autonómico en sustitución (o en laminación) de Montilla como si tal cosa resultaba o ingenuo o prepotente. No sé ustedes, pero servidor se inclina por lo segundo. Desde que Sánchez, el renacido, sacó al PSOE del pozo y lo tiene camino de un segundo mandato y hasta, como apunta el CIS tezanita, de darse un festín en las inminentes autonómicas y municipales, está muy crecidito. Y la cosa es que casi me atrevo a decir que con razón y sabiendo que se saldrá con la suya pase lo que pase. Si los que ahora juran que no facilitarán el nombramiento, da igual requeteunionistas que megasoberanistas, acaban cediendo, quedarán como Cagancho en Almagro por tener que tragarse sus bravatas iniciales. Si se mantienen en sus trece —y aquí los peor parados sí serían ERC y JxC—, se arriesgan a ser retratados como intolerantes cerriles. Veremos qué eligen.

Ronda preliminar

“Ahora toca prudencia, discreción y tranquilidad”, salmodiaba Pablo Iglesias a la salida de su encuentro protocolario con su casi majestad Pedro Sánchez. Quién ha visto y quién ve al otrora residente en Vallecas ahora emigrado a Galapagar. Qué tiempos aquellos, apenas anteayer, en que porfiaba que las negociaciones debían ser transmitidas por streaming. O cuando reclamaba la vicepresidencia, el CNI, un porrón de carteras y dos huevos duros. Sería digno de estudio lo que aplaca la polipaternidad, el chalé con piscina o, siendo positivos, el realismo de quien, tras echar cuentas, ya sabe que los cielos no se toman al asalto.

Me van a perdonar que me ponga magnánimo y perdonavidas, como él mismo, y deje escrito aquí que el todavía joven Iglesias progresa adecuadamente. Con suerte, a Sánchez le salen las cuentas y le regala un ministerio. Fíjense que yo, incluso con mi innata querencia a pensar mal, estoy casi convencido de que no corremos el riesgo de un abrazo con Rivera. Menos, después del cabreo del figurín figurón porque Pedro lo relegó a la sala pequeña de Moncloa, cuando el día anterior le había agasajado con la grande a Pablo Casado, lo que en el lenguaje no verbal de la política implica reconocer al palentino hostiado como verdadero jefe de la oposición. Qué poco se parecen, por cierto, el manso líder del PP que vimos a la salida de la reunión con Sánchez y el buscabroncas perpetuo que en campaña vomitaba improperios a granel. Supongo que es lo que tiene haber recibido un meneo cósmico en las urnas. En el otro lado, el que ejercía como anfitrión puede felicitarse. Ha vuelto a ganar. Esta vez, tiempo.

Debates electorales

Debate sobre el debate, he ahí un género ya muy asentado y que reverdece en cada campaña electoral. Si tuviéramos la mitad de memoria de la que presumimos, seríamos conscientes de cómo las posturas de siglas y menganos han sido diferentes según su conveniencia. En general, cuando se se es oposición, se reclama con insistencia y aspavientos el duelo dialéctico, y cuando se es gobierno, se silba hacia la vía y se trata de evitar la confrontación en la medida de lo posible.

En estas últimas anda Pedro Sánchez. Tanto que en su día buscó el lengua a lengua (perdón por la perturbadora imagen mental) con Rajoy, Rivera, Iglesias o quien le pusieran por delante, para andar ahora racaneando los careos. Manda narices, por lo demás, que siendo quien es y defendiendo lo que dice que defiende, el único que había aceptado era un sarao a cinco en una cadena priovada de televisión. Tiene guasa que haya tenido que venir la Junta Electoral Central, con su normativa prehistórica, a poner las cosas en su sitio, borrando a Vox del festejo —favor que le hacen al indocumentado Abascal, que es un manta intercambiando argumentos— y obligando prácticamente a llevar la cosa a la televisión pública, que debió ser la opción de origen. ¿Y debería ser también la única? Por supuesto que no. En esto estoy muy de acuerdo con Pablo Iglesias. Todas las personas que se presentan a unos comicios deberían tener la obligación legal de vérselas con sus adversarios en un número razonable de debates. Otro cantar sería dar con el formato adecuado para que estuvieran representadas todas las opciones sin que los mensajes se perdieran en la polvareda.

¡Vivan los decretazos!

Hasta donde este humilde opinatero recordaba, nos gustaba entre poco y nada que se gobernara a golpe de decretazo. Cuando lo hacía Eme Punto Rajoy con harta y caprichosa frecuencia, nos sabía a cuerno quemado, y sacábamos del repertorio de atizar mil y un cagüentales. Sosteníamos entonces que tal proceder era pasarse la democracia por la sobaquera y suponía un intolerable insulto al sufrido pueblo llano, al sacrosanto sistema representativo, y me llevo una. Miren ustedes, sin embargo, que cuando lo ha hecho Pedro Sánchez con similar o mayor profusión y arbitrariedad que el de las barbas, lo tomábamos por un mal necesario. O qué canastos, por justa compensación de lo otro y muy legítima utilización de las herramientas reglamentarias en pos de un bien que la ciudadanía necesitaba como agua de mayo. Y como lo que iba al BOE sonaba a progre y molón, aquí paz y después, gloria.

Si todo lo descrito es prueba de una monumental caraja o, sin más miramientos, de una incoherencia del quince, qué decir del aplauso casi generalizado a la última virguería de los fontaneros de Moncloa. Seis decretos, seis, acaban de salir adelante, no ya en el Congreso de los Diputados, sino en la Diputación Permanente, que viene a ser un instrumento previsto para actuar en casos de excepcional urgencia. Por muy bien que nos parezca el contenido de lo aprobado, quitando el del plan de contingencia frente al Brexit, ninguno corría más prisa que otros asuntos como la derogación de determinados aspectos de la legislación laboral, que se han dejado para la próxima legislatura o cuando toque. Mi duda es si no lo vemos o si no queremos verlo.

La bronca de los lazos

En la gresca esta de los lazos prohibidos deberíamos empezar por el principio. O sea, por escoger una única vara de medir. A partir de ahí, se abren dos opciones. Primera, nos ponemos profilácticos hasta la médula y establecemos que desde la convocatoria electoral hasta el día de la votación no cabe ni la cuestión más infinitesimal que pueda entenderse como mensaje de parte. Segunda, nos dejamos de chorradas y permitimos que cada quisque haga de su capa un sayo. Esta última es, de hecho, la alternativa por la que me inclino. Parto de la base de que somos lo suficientemente mayorcitos como para dejarnos influir por este símbolo, aquel recado subliminal o no sé qué medida estupenda promovida por esta o aquella institución. Lo que no vale es ir por parciales, de modo que sean requetelegítimos los viernes sociales de Sánchez y megamaxiilegales unos trozos de tela de determinado color.

En cualquier caso, si se fijan en todos los actores del psicodrama de diseño, verán que ninguno está particularmente incómodo. Cada cual vende su moto a discreción. Así, Torra tira de martirologio y victimismo y da pie a que Casado y Rivera monten el numero de los ofendiditos que reclaman un duro castigo para los rebeldes, mientras el inquilino de Moncloa sobreactúa como estadista que llama a la cordura, el cumplimiento de la ley y me llevo una. Tales para cuales.

Por lo demás, si pongo en un plato de la balanza todo este teatrillo bufo y en el otro, la realidad palmaria de unos políticos injustamente encarcelados desde hace más de un año, no me queda la menor duda de qué es lo sustantivo del asunto y qué lo ridículamente accesorio.

El retorno de la momia

Esta nueva adaptación de La momia ya tiene más secuelas que sus predecesoras. Aquí andamos ya por El retorno del retorno del retorno de la momia, y me llevo una. Quién le iba a decir al viejo criminal de Ferrol que sus residuos mortales iban a ser, así que pasaran 44 años del hecho biológico, combustible para la campaña electoral de un partido nominalmente socialista. Quién se lo iba a decir también, por cierto, a los dos presidentes de esa formación, Mister Equis y Mister Zetapé, que sumando un jartá de años en el gobierno de la nación, no se acordaron para nada de los huesos del caudillo de España por la gracia de Dios. Y ahora, en cambio, se agita a cada rato el espantajo. ¿Por qué?

La respuesta oficial, ya me la sé, es que por dignidad, por reparación a las víctimas y blablablá. Soy consciente de que ese relato cala entre mucha gente que tiene cuentas pendientes con el régimen asesino. Pero por eso mismo todo este baile con el difunto de hace casi medio siglo resulta más indecente. No se puede usar una cuestión tan seria para hacer electoralismo de aluvión. Menos, cuando todo lo que se ha hecho hasta la fecha es una sucesión de anuncios que siempre han resultado fallidos. Eso, sin contar con el buscado efecto —así de triste— de resucitar no a Franco sino a los franquistas. Incluso, de crearlos ex-novo entre chiquilicuatres que ni habían nacido cuando palmó el sátrapa.

Mi propuesta sigue siendo cortar el chorro económico al Valle de los Caídos y dejar que se venga abajo solito, allá cuidados. Las exhumaciones que de verdad me parecen urgentes son las de los miles de cadáveres que permanecen en las cunetas.