Nadie me preguntó por qué escribí tantas columnas sobre —o sea, contra— el gobierno de Patxi López. Tampoco me piden explicaciones cuando atizo a Barcina, el PSN, la Conferencia Episcopal, el FMI, o Rajoy y su gabinete en pleno. Ídem de lienzo, respecto a las incontables chapas que me he largado sobre normalización, soberanía, pobreza, corruptelas o inmigración. Como es lógico, cuando abordo esos asuntos, puede caerme una porción razonable y hasta razonada de soplamocos que encajo según el despertar que haya tenido. Nada comparable, sin embargo, a la galerna de bilis que se me viene encima cuando se me ocurre dedicar estas líneas a la formación de los circulitos, y no lo hago postrado de hinojos o aplaudiendo con las orejas, únicas actitudes que permiten los believers pablistas, monederistas o errejonistas. Y acompañando las bofetadas, la pregunta que, como les decía, sobraba en las cuestiones que mencionaba en las líneas de arriba: ¿Por qué escribes tanto de Podemos?
La primera tentación del tipo de barrio que soy es contestar que lo hago porque me sale de los pelendengues. Aunque suene procaz, me parece menos violento que tener que aclarar a personas talluditas que esto de la opinión está relacionado, además de con la libertad, con la actualidad. Se opina, mayormente, de las materias que son noticia. Y resulta que Podemos no solo es noticia, sino martingala machacona con serias posibilidades, según ni se sabe cuántos sondeos, de pillar cacho gubernamental en varias instituciones, incluidas algunas muy cercanas. Lo incomprensible y sospechoso sería pasar palabra y silbar a la vía. ¿Estamos?