Reflexión en frío

No es la primera vez que defiendo que la verdadera reflexión no debe hacerse el día antes de las elecciones sino en cuanto están contadas las papeletas y asignados los escaños. Se entiende, claro que sí, un instante de euforia para liberar la adrenalina acumulada. Ahí cabe soltarse el refajo, entonar media docena de oeoeoés y dar gracias al cielo porque no se han cumplido los peores designios. Luego, en frío y en la intimidad del politburó correspondiente, quizá merezca la pena darle una pensada a lo que implica celebrar no haber quedado tercero. Todavía ayer se pregonaba el cuento de la lechera de la hegemonía prácticamente segura. ¿En serio volver a los números de 1998, voto arriba o abajo, era el objetivo? ¿Cómo documentar el liderazgo de no sé qué mayoría social a 12 traineras del ganador?

Y qué decir del espectáculo del peldaño de abajo. Los que venían vendiendo el desalojo a patadas marcando el paquete de unos sufragios que, borrachos de soberbia e ignorancia, habían creído en propiedad. Tarde llega la excusita de los comicios diferentes, y aun así, son 180.000 votos —más de la mitad— dilapidados en tres meses. No hay trasvases para explicarlo. Solo la evidencia de una de las campañas más desastrosas que se recuerdan, y miren que la competencia es alta.

Dejo para mejor ocasión los batacazos anunciados de las otrora pujantes fuerzas constitucionalistas. Merece un párrafo el cómodo vencedor, en cuya historia reciente no hay que rascar mucho para hallar las cicatrices de dolorosas derrotas que tal vez nacieron por la mala digestión de las mieles del triunfo. El antídoto se llama prudencia.

¡Campaña y se acabó!

Al final, tampoco ha sido para tanto. La campaña que se acaba hoy, digo. Estaba el miedo a la contaminación del pifostio español, y la cosa se ha quedado en casi nada. Cierto, no porque no lo hayan intentado los recalcitrantes visitantes de las cuatro franquicias españolas. Para nota, de hecho, el intento a la desesperada de Pedro Sánchez, en fase regresiva a Ken y copiando el tono no se sabe si a Félix Rodríguez de la Fuente o a DJ Pablo, postulándose desde Portugalete como alternativa al que le suda el yameentienden que haya o no terceras elecciones. Y aun así, poco parece que va a rascar entre nosotros, más allá de unos titulares de aluvión y unos blablablás de los todólogos de guardia. Que le aproveche.

Por lo demás, y quizá habla por mi una suerte extraña de síndrome de Estocolmo, no ha faltado entretenimiento a esta quincena de veda abierta para la caza del votante. Las gildas como mejor oferta, el euskera convertido en asustabobos, el desempoderamiento más descaradamente empoderado (o viceversa), los desahucios trucados para el selfi de rigor,  y la letanía falsaria que asegura que lo que importa es la economía. Queda todo eso como tachuelas coloreadas de las que empezaremos a olvidarnos en medio rato.

Venga, va, y también el momentazo del debate, ese silencio torpón que se tornó en Pili, levántate y anda. Pena que no tuviéramos ocasión de asistir a la recíproca porque hay cosas que todavía no se pueden decir. Y como argamasa para dar sentido a todo, esas encuestas que han sonado a peligroso canto de sirenas para la fuerza señalada obstinadamente como vencedora de largo. Cualquiera se fía.

Errejón vuelve a palmar

Qué pena más grande, Iñigo Errejón representando su propia caricatura, la del niño gafapasta al que le quitan los cromos y el bocata en el patio del colegio. Con qué docilidad lamelibranquia bajaba la cabeza ante los micrófonos y decía que el abusón de la clase no le había pegado, que solo estaban jugando a Tarzán y Chita. O, entrecomillado del modo en que lo recogen las crónicas incluso de los medios menos sospechosos de antipodemismo: “A lo mejor los españoles tienen que acostumbrarse a que se contrastan ideas en abierto y somos compañeros”. Guau, guau, guau, le faltó añadir. Buen chico, de nuevo a palmar, como cuando hace medio año el líder destituyó sumariamente a Sergio Pascual, su hombre de confianza, y después de pasarse dos semanas de morros sin aparecer en público, volvió un día a su escaño a recibir las carantoñas para la cámara de su dueño.

Lo divertido y a la par revelador es que esta vez Iglesias Turrión se ha superado en egolatría y perversión. Ha atizado ante los focos a su saco de las tortas por haber osado opinar que quizá la formación morada debería dulcificar el discurso. Con dos narices, Pablo se mofó de Errejón en un mitin en Vigo: “Podemos construir un torpe silogismo según el cual hay que parecerse a los partidos tradicionales para que te vote la gente”. Servidor, que tiene una gota de memoria, recuerda que fue él mismo quien dijo el pasado 3 de julio en El Escorial lo que sigue: “Entramos en una fase en la que nos tenemos que convertir en un partido normal”.

Desde el córner, la candidata digital Pili Zabala trata de que la bronca no le salpique: “Es cosa de ellos”.

Desembarco de mandarines

Tienen que estar las franquicias vascongadas de los partidos españoles como los chorros del oro. Me imagino a los dóciles (¡y sufridos!) militantes locales bayeta y fregona en ristre, comandados por los dirigentes tocados con una cofia, dejando los suelos, las paredes y el mobiliario en perfecto estado de revista para la visita de los respectivos señoritos madrileños. Mejor dicho, para las visitas, en plural amplificado, porque a lo largo de esta campaña, ya jodida de llevar de por sí, se va a batir el récord interestelar de desembarcos de mandarines y segundos, terceros o cuartos de a bordo. En muchos de los casos, además, con contumaz reincidencia.

¿Y a qué vienen estos émulos de aquel célebre maestro Ciruela que, sin saber leer, puso escuela? Francamente, a mi también me encantaría saberlo, porque mi nariz y mi estómago de votante de a pie me dicen que, en el momento actual, el mayor favor que podían hacer los caudillos centrales a sus agencias regionales es abstenerse de poner el pie por estos pagos. Desde luego, cualquiera que decida su sufragio tras una migaja de reflexión puede caer en la cuenta del soberano despelote que es escuchar las pontificaciones ex cathedra de unos tipos que llevan casi un año demostrando su letal mezcla de ineptitud y vileza.

Sorprende y cabrea, por lo demás, la permisividad, casi sumisión canina, de los que ejercen de anfitriones ante las muestras de osada ignorancia y/o directamente groseros insultos que acostumbran a gastar sus invitados para con los naturales del lugar de su turisteo. La hospitalidad bien entendida no debería estar reñida con un mínimo respeto

Lo que nos espera

Primer balance tras la constitución de las nuevas cortes españolas: el PP ha recuperado la presidencia del Congreso. O quizá más llana y explícitamente, el PSOE la ha perdido. Ahí hay materia para una docena de conclusiones, y ninguna buena para las autoproclamadas fuerzas progresistas, de lo que ha cambiado desde las elecciones del 20 de diciembre a su repetición el 26 de junio.

Todavía no se puede decir que lo de ayer vaya a ser el menú degustación de lo que acabará ocurriendo con la investidura. Las sumas necesarias para uno y otro asunto son distintas y, por lo demás, la tozudez suicida de las posturas exhibidas hasta ahora empieza a oler a callejón sin salida, o sea, a tercera convocatoria. En todo caso, aplicando la lupa allá donde, por suerte para los partidos, no mira el común de los votantes, sí tenemos el trailer del culebrón que nos van a largar hasta que haya presidente o se disuelvan las cortes.

¿Más de lo mismo? Les diría que aun peor. Los cada vez menos novísimos han empezado a cumplir el mandato de Pablo Iglesias de  “convertirse en un partido normal” —cita literal, no me escupan a mi, believers de la cosa— a marchas forzadas. Como prueba primera, el birlibirloque de presentar un candidato y anunciar dos minutos antes del pleno que en segunda votación estarían dispuestos a retirarlo y a apoyar a Patxi López. Juego de triles que se suma a su grandiosa acusación a Convergencia, ERC, PNV (y supongo que a EH Bildu) de haber propiciado con su abstención la elección de Ana Pastor. Miren por dónde, estarían reconociendo que al rechazar a Pedro Sánchez en su día votaron a favor de Rajoy.

Irresponsables o algo peor

Lo de Cagancho en Almagro quedará en broma menor al lado del sofoco que se va a llevar algún estadista de cuarto de kilo cuando le toque anunciar que no hay otra que abstenerse y dejar gobernar a Rajoy. Será por responsabilidad, por altura de miras y por el resto de mandangas habituales que sueltan por la bocaza los mangarranes venidos a más, pero unos miles de contribuyentes con un par de dedos de frente sabrán que es un digodiego como una catedral. La lástima es que no faltarán palmeros con y sin carné que se encenderán en aleluyas, y que la memoria de pez que gastamos dejará sin castigo la enésima tomadura de pelo de unos tipos a los que se elige para que representen a la ciudadanía.

Parecía imposible empeorar la tragicomedia que nos hicieron vivir tras las primeras elecciones, pero en dos semanas y media que han pasado desde las segundas, hemos comprobado que los récords, incluidos los de ruindad, están para batirse. Mandan quintales de pelotas que, salvando a los partidos minoritarios, que por mucho que los señalen, ni pinchan ni cortan, los comportamientos menos deleznables estén siendo los del PP y Ciudadanos.

Sí, eso he escrito, y no sin rabia. Miente como un bellaco quien diga que Rajoy está volviendo a hacer el Tancredo. A la fuerza ahorcan, esta vez está meneando el culo a base de bien; hasta con los supuestos diablos de ERC se ha reunido. Y en cuanto al recadista del Ibex, ha sido el primero en tragar el sapo de la rectificación en público. Mientras, los de la nueva política se rascan la barriga a todo rascar y el PSOE acumula boletos para la rifa del hostión que evitó por un pelo.

¿Quién y cuándo?

Así como muy poco después del 20 de diciembre me empezó a oler a elecciones repetidas, en esta ocasión tengo la casi total certeza de que no habrá tercera convocatoria. Me resulta, y creo no ser el único, sencillamente inconcebible. Lo que no veo nada claro es cómo se va a evitar el escarnio que supondría volver a las urnas. Es verdad que todavía estamos en los compases preliminares del baile del abejorro y que nadie quiere ser el primero en bajar los brazos. Sin embargo, sabiendo que no habrá más remedio que claudicar ante la realidad, la contundencia de las proclamas se antoja entre la temeridad y el insulto a la ciudadanía.

Se me escapa, por otra parte, qué desdoro hay en reconocer la evidencia. Por más que en el terreno de lo hipotético haya sumas de peras, manzanas y albaricoques que podrían configurar una alternativa de cajón de sastre, el sentido común señala un ejecutivo en minoría del PP. Hasta Pablo Iglesias lo confesó en su rajada de El Escorial: el mejor escenario era dejar que Rajoy y sus mariachis se cocieran en su propia salsa y, si salía el sol por Antequera, presentar una moción de censura a mitad de mandato.

Es un planteamiento lleno de lógica. Esos números que, de tan variopintos, no alcanzan para gobernar, sí llegan para darle muy mala vida a Rajoy desde la oposición. Aparte de que el PP no colaría ni media ley nueva, podría ver cómo iban cayendo una detrás de otra las infamantes normas aprobadas en los tiempos del rodillo, desde la reforma laboral a la LOMCE pasando por la de Seguridad Ciudadana. Antes de llegar a ese escenario, alguien tendrá que ceder. ¿Quién y cuándo?