Tantas fotos

Me rasco la coronilla con perplejidad al ver en la página 11 de DEIA de ayer una fotografía del alcalde de Bilbao, Juan María Aburto, junto a las y los portavoces de los seis grupos con representación en el ayuntamiento de la Villa. Copa en mano —a esto también habrá quien le sacará punta— y sonrisa más o menos forzada en ristre, brindan por el 2109 electoral que tenemos ya encima. Insisto: no falta ninguna sigla. Estaría por jurar que hay instantáneas similares de multitud de instituciones que a nadie le han salido de ojo ni han provocado la polvareda de diseño que la que publicó el otro día cierto diario que nunca cita a Onda Vasca y al que, en justa correspondencia, tampoco llamaré por su nombre.

Sí les cuento, por si no están al corriente, que se trata de una imagen en que aparecen compartiendo cena navideña Andoni Ortuzar, Arnaldo Otegi, Idoia Mendia y Lander Martínez; ya ven que de saque brilla por su ausencia el PP. En realidad, la cosa debería haberse quedado en otra de esas ocurrencias que tenemos los medios porque ya no sabemos qué inventar para llamar la atención y, no nos engañemos, porque los protagonistas suelen prestarse. Ocurrió, sin embargo, que esta vez a José María Múgica, hijo del abogado Fernando Múgica, asesinado por ETA en 1996, le disgustó ver a la secretaria general del PSE en actitud amistosa con Otegi, y pidió la baja del partido en el que militaba desde hace 40 años. A lo humanamente comprensible y respetable de tal decisión, ha seguido una gresca en la que nadie, absolutamente nadie, se ha privado de chapotear. Es el minuto de juego y resultado de lo que llamamos normalización.

¿Vienen los fachas?

Definitivamente, soy un inconsciente. Un atisbo de racionalidad al fondo de mi pequeño ser me advierte de que no hay que tomarse a broma el tsunami ultramontano que se nos viene de encima. Sin embargo, me puede más la curiosidad que el acojone, y allá donde debería ponerme a temblar o echar a correr, me quedo embobado contemplando el fenómeno y preguntándome qué será lo siguiente. ¿Será posible, como dijo ayer en Iruña el caudillín Pablo Casado, que lo de Andalucía sea el anticipo de la inminente barrida de la santísima trinidad del extremo centro en las próximas elecciones? Me resisto a creerlo, y no solo por fe de carbonero, sino porque los datos fehacientes no parece que apunten por ahí. No, desde luego, en nuestros terruños, que son los que egoístamente más me interesan.

Mismamente en Navarra, que es donde el Nostradamus de lance soltó su profecía, ahora mismo sus flamantes y bramantes candidatas, Beltrán y Alba, están más cerca de tener que buscarse la vida a partir del 27 de mayo que que ocupar la silla a la que aspiran. Cosa distinta es que se cumplan otros pronósticos y UPN se encuentre con la posibilidad de recuperar la silla partiendo peras con formaciones como Ciudadanos o Vox, que tienen como bandera acabar con el presunto privilegio foral.

Y en la demarcación autonómica, casi hay menos cuidado. No digo que, especialmente en Araba, ese puñadito de votos huérfanos del inefable Maneiro no se convierta en asiento en Juntas o quizá en algunos ayuntamientos, incluyendo el de la capital. Fuera de eso, estaría por apostar que la competencia por ser la derecha más incivilizada restará en lugar de sum

El PSOE pierde su feudo

Por si alguien lo dudaba, las tres diestras que salieron del mismo tronco han aparcado las presuntas diferencias y, salvo milagro de última hora, van a sumar mayoría de gobierno en Andalucía. Luego vendrán, apuéstense lo que quieran, vendiendo esta o aquella moto para que no parezca un pacto, pero lo será con todas las de la ley. Uno de perdedores, por cierto, si atendemos a la terminología que hasta anteayer ha sido matraca ad nauseam de los que ahora hacen piña para echar al PSOE de la poltrona ocupada durante 36 años, casi nada.

Y de esa eternidad al mando de la Bética y la Penibética me sale otra hilacha argumental. Porque es verdad que da para mucho cagüental asistir al apaño con una formación de extrema derecha sin complejos, pero aparte de lo escasamente sorprendente del hecho, no podemos obviar que el primer culpable del bofetón en las urnas fue el propio partido que desde hace tres decenios y pico ha hecho mangas y capirotes creyéndose impune en los tribunales y ante un electorado al que ha tratado como un rebaño.

Tanto ha ido el cántaro a la fuente, que al final ha saltado por los aires, dejando a Susana Díaz con una mano delante y la otra detrás. Si no fuera porque esta hostia también lo es en su cara, Pedro Sánchez tendría motivos para despiporrarse de la risa ante la caída en desgracia de quien intentó buscarle la ruina por tierra, mar y aire, y muy cerca estuvo de conseguirlo. Al correr de los calendarios, mal que bien, Sánchez sigue durmiendo en Moncloa, mientras Díaz, que no ha currado un día de su vida por cuenta ajena, aguarda que le señalen la puerta giratoria correspondiente. Qué pena.

Apenas el pataleo

Es gracioso a la par que revelador que ahora mismo la posibilidad más real —se diría que la única— de evitar el gobierno de las tres marcas de la derecha en Andalucía sea que ellas mismas no se pongan de acuerdo. Desde luego, en los escarceos iniciales del trapicheo, por ahí apuntan. Resulta despiporrante el fulanismo que gastan PP y Ciudadanos, propugnándose para la presidencia de la cosa, cuando se supone que están inmersos en una santa misión que busca el desalojo de la malvada izquierdona (ejem) corrupta del palacio de San Telmo. Una vez más, los supuestamente nuevos, que son también los más esencialistas y menos acomplejados, demuestran ser los más listos de la tripleta. A ellos les da igual que la locomotora del tren cavernario sea azul o naranja. Apoyarán cualquiera de las opciones.

Y a los otros dos actores del psicodrama, los que han palmado y no suman ni para una barbacoa, no les queda otra que aguardar el desenlace de la parada nupcial de sus rivales comiéndose los nudillos. Por si acaso, las trituradoras de papel y los programas de borrado de discos duros funcionan a pleno pulmón en cada sede, subsede y tugurio gubernamental desde Ayamonte al Cabo de Gata. El único consuelo es darse a un pataleo infantiloide basado en el insulto al mismo pueblo al que en los ratos buenos se le llama soberano, rumboso y molón. Como acompañamiento de todo, las terminales mediáticas de la ortodoxia progresí se engolfan con mil y un reportajes especiales sobre Vox y la madre que le parió al mendrugo de Abascal. Son muy fachas, pero parece que dan audiencia a mogollón. Luego preguntarán quién alimenta al monstruo

«Estatuto sobrepasado»

Lo que es la globalización. Ahora resulta que los votos de las elecciones andaluzas se pescan en la pérfida Vasconia. Y como parece que entre los emergentes ultramontanos de Abascal y los naranjitos entreverados de azul mahón se le está poniendo la cosa muy chunga a la menudencia que encabeza las listas del PP en la Bética y la Penibética, toca echar las pelágicas a todo trapo en el Cantábrico. En esas tenemos al Lepencitín Casado, que mientras su candidato pide el voto a una vaca —les juro que es literal—, se deja la garganta prometiendo expropiar las competencias de Educación, Sanidad y no sé cuantas cosas más. Por supuesto, con el añadido de conjurarse para que jamás de los jamases se transfiera a Euskadi la gestión de la Seguridad Social y, faltaría más, la de prisiones.

Serían solo cansinos regüeldos del chisgarabís venido a más que ahora manda en los gavioteros, si no fuera porque el baranda de la sucursal vascongada ve la apuesta de su jefe y la sube hasta el quinto pino. Tirando de esa parraplería de cuñao con cuatro vinos que cada vez le sale mejor, Alfonso Alonso soltó anteayer —con Iturgaiz el de los dedos largos como testigo de primera fila— que el Estatuto de Gernika no solo está cumplido, sino desbordado. Lo que están leyendo. 37 transferencias sin venir desde 1979 —35, según las cuentas a su favor de la ministra Batet—, y el que cada 25 de octubre, aniversario de la cosa, se viste de domingo para cantar las excelencias del texto presuntamente sagrado se engorila del modo que les acabo de relatar. Luego se extrañará el chistoso Alonso de la irrelevancia imparable de la formación que dirige.

Marchena el digno

Miren por dónde, al magistrado Manuel Marchena le nace la dignidad con una semana de retraso —en simulado y diferido, que diría la políticamente difunta Cospedal— y saca un comunicado renunciando a presidir esa casa de tócame Roque que llaman Consejo General del Poder Judicial. Premio para el que tenga la presencia de ánimo suficiente para reprimir la carcajada seguida del vómito. Hay que gastar una desvergüenza de talla triple XL para arrearse un comunicado jactándose de ser la releche en verso de la ausencia de mácula después de siete días en boca de todo chirichi como el vendedor de su alma al bipartidismo renacido a cambio de un puesto de relumbrón. Viene a preguntarnos el mengano en su tardía descarga de amor propio que por quién le tomamos. Y cabe contestarle a lo George Bernard Shaw: quién y qué es ya ha quedado claro; ahora se está negociando el precio.

Corrijo: se estaba negociando. La renuncia al puesto que se le había otorgado por adelantado ha mandado al carajo todo el cambalache entre PSOE y PP para repartirse las fidelidades y las poltronas del presunto órgano de gobierno de los jueces. Por si faltaran pelendengues a la broma, la formación que rompe es la de Casado, cuando la espoleta que lo revienta todo son unos guasaps del senador pepero (y cosas peores), Ignacio Cosidó, en los que se vanagloria del trapicheo.

La conclusión provisional es que volvemos a la casilla de salida, solo que con unos cuantos jirones más en el descrédito de la Justicia. Y no digamos ya en el de la política, que no ha de pasarse por alto que el fétido episodio venía bendecido por el silencio cómplice de Unidos Podemos.

Réquiem por Cospedal

Réquiem político, me apresuro a precisar el título de la columna, no vayamos a jorobar, que tiene uno el recuerdo fresco de lo que pasó con una tal Rita Barberá, cuya última cena fue un whisky y un pincho de tortilla en la soledad de un hotel. Deseo fervientemente que el destino no le reserve un final tan cruel a quien hasta anteayer tuvo tanto mando en plaza. Bastante triste ha sido su vertiginosa caída en desgracia, de cuya moraleja deberían tomar nota todos los que olvidan que son mortales —metafóricamente, insisto— y que los vientos no soplan eternamente a favor. Cifuentes, Sáenz de Santamaría (¿habrá tenido algo que ver?), Aguirre, el mismo Rajoy… por no mencionar a los que han acabado en el trullo. Piensen en la cantidad de torres altísimas que hemos visto venirse abajo en poco tiempo.

Del hundimiento particular de la ya ex tantas cosas no se sabe si llaman la atención más los cómos o los porqués. Se ha ahogado en diferido en las fétidas cloacas a las que descendió, según me jura alguien que conoce muy bien el PP por dentro, justamente buscando el modo de limpiar su partido. Como una versión manchega de Fausto, no le quedó otra que pactar con el diablo Villarejo. La tremebunda paradoja es que la mierda se quitaba echando más mierda y quedando para los restos como una bomba de relojería andante. El miércoles venció el último plazo. Sonó el tic-tac postrero, y María Dolores de Cospedal entró en el pasado. Artificiera de sí misma, se detonó antes de que la detonaran, no sin evitar la tentación de dejar tres folios de suicidio —político, reitero— en los que negaba todo y lo admitía al mismo tiempo.