En busca de Bobby Fischer

http://www.youtube.com/watch?v=3DhXOYCdBns

Película muy recomendable para que la vean sobre todo padres, monitores, federativos y ajedrecistas de más de 13 años, pues con las debidas exageraciones de los tópicos habituales que rodean la dramatización del entorno del ajedrez, retrata magistralmente las diversas actitudes de los personajes que pululamos en torno al mundo de la competición escolar, a saber:

En primer plano, aparecen las distintas disposiciones de los niños hacia la práctica del juego que pueden venir por mero azar tras fijarse en gente que está jugando al aire libre en el parque, porque otros amigos juegan y quieren hacer lo mismo, porque sencillamente les atrae practicar un juego de mayores, porque buscan imitar a su padre al que ve jugar con sus amigos en el salón, o porque sus padres les apuntan a clases de ajedrez cuando ellos desearían hacer, por ejemplo ballet.

Una vez el niño aprende a jugar, disfruta del juego y descubre la competición, surgen las diferencias entre los jugadores según son sus resultados deportivos, los que ganan siempre, los que ganan muchas veces y los que pierden; La película sabe recoger los distintos recorridos psicológicos que cada cual establece para afrontar la situación: los hay que aun ganando lo pasan fatal por el estrés que les genera la presión de hacer lo que todos, incluidos los rivales, esperan de ellos, y otros que pese al disgusto de perder continúan disfrutando del juego; Entre ambos extremos hay de todo, los que se dan cuenta que como experiencia ha estado bien pero lo dejan y pasan a dedicarse a la apicultura, los que se conforman con ser segundones, quienes perseveran y terminan mejorando a base de esfuerzo, los que siendo de los mejores acaban por aborrecer el juego y quienes nunca tienen bastante con ganar.

Por este afán desmedido de victoria y debido a la obsesión que puede generar un juego tan exigente como es el ajedrez, la película trata el problema del Ajedrezómano, ese niño que vive por y sólo para el ajedrez incapaz de hacer o pensar en otra cosa que no sea el ajedrez, obtusa perspectiva que en ocasiones lejos de ser evitada, es potenciada por la actitud de unos padres que desean triunfar a través de sus hijos y se implican más que ellos mismos en la competición. Así, asistimos a escenas donde los padres discuten por la relevancia que el ajedrez tiene en la familia hasta el punto de hacer girar todo en torno al mundo del ajedrez, fiestas, vacaciones, viajes en función de las fechas de los torneos, e incluso su práctica puede robar tiempo de estudio al escolar, o esa otra donde se puede apreciar a los padres discutir entre si a las puertas de la sala de juego delante de unos niños avergonzados por el comportamiento de los mayores.

Los monitores también aparecemos caricaturizados bajo dos perfiles que al final se reconcilian: el ajedrecista puro que instruye conocimiento, cálculo, variantes, aperturas y finales exigiendo del alumno concentración, esfuerzo y dedicación científica al juego con disciplina deportiva, y esa otra manera de enseñar a través de la práctica menos rigurosa pero más satisfactoria propia del jugador de café. Al final el niño, personaje principal, fusiona ambos modos de entender el ajedrez en una escena que no me gusta absolutamente nada porque da tablas en un final ganado, pero que hace palpitar al profano en la materia, concesión propia del “Happy End” hollywoodiense que le perdonamos por lo bien llevada que está llevada el resto de la trama.