Ajedrez y Filosofía: dos pasiones enfrentadas

Si el Ajedrez enseñara a pensar, la mayoría de los ajedrecistas serian filósofos; y si la Filosofía enseñara a razonar correctamente, la mayoría de filósofos serian buenos ajedrecistas; como quiera que no sucede ni lo uno ni lo otro, así nos explicamos el poco caso que mutuamente se hacen universos aparentemente afines, por cuanto siendo como son ambas disciplinas marcadamente cerebrales, racionales, reflexivas, ilustradas, silenciosas, minoritarias y aún reposadas, choca sobremanera la paupérrima representación de la tropa filosófica en el ajedrez y no digamos de la panda ajedrecista en la Filosofía, observación esta mía que también cabe disculpar por el carácter celoso y absorbente que dichas materias, cual amantes enfrentadas, demandan de las distraídas mentes por ellas atraídas. Sin embargo, en honor a la verdad, hemos de reconocer que, aun pocos, los ejemplos son de categoría como lo prueban Benjamín Franklin, David Hume o Jean-Jacques Rousseau, autores consagrados del pensamiento muy aficionados al tablero, o el insigne Emanuel Lasker quien además de ser el más longevo Campeón Mundial de ajedrez fue un destacado Filósofo.
El texto puede ser escuchado en la sección Escaque 65 del Rincón del ajedrez, un formidable espacio radiofónico dirigido por, Manuel Azuaga, dedicado con entretenida profesionalidad al maravilloso mundo de las 64 casillas que podeis visitar pinchando en la siguiente dirección:
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La mayéutica socrática y la partida de ajedrez

Sócrates, uno de los padres de la Filosofía, era hijo de una comadrona. Por ello, entendió siempre su labor en la búsqueda de la verdad como mayéutica, que en griego es la técnica con la que se traen niños al mundo.

El método socrático, consistente en realizar exhaustivos interrogatorios a sus interlocutores, pretendiendo hacer aflorar el conocimiento que anida dentro de nosotros. Y como sucede en los nacimientos, no sin esfuerzo y dolor.

En la medida en que contemplamos la partida de ajedrez como un diálogo donde blancas y negras se alternan en cuestionar la posición contraria para dar cumplida respuesta al oponente, podríamos entender como mayéutica y no enconado enfrentamiento, el transcurrir de sus movimientos, porque ambas partes presentan dificultades al rival interlocutor y se esfuerzan en contrargumentar sus planes y estrategias o sufren en hallar una buena defensa. Es precisamente, llegados a este punto, conviene no olvidar que la otra parte posee en su interior un conocimiento que no conviene excitar en demasía, de modo que, en ocasiones, tu mejor jugada no es tu mejor jugada si con ella se fuerza al oponente a encontrar la única jugada con que se defiende y te gana.

Dejando a un lado la paradoja anterior, ciertamente, el método socrático de la mayéutica ayuda a comprender el fenómeno de las denominadas “Inmortales” porque la inspiración ajedrecística, a diferencia de la musical o poética, es poca ayuda de cara a componer las obras de arte con las que nos tropezamos por sorpresa en el lúdico dialogo de la competición cuando quien está al otro lado del tablero hace que aflore lo mejor de nuestro genio.

Es entonces que descubrimos una de las grandes verdades atrapadas en el mismo juego, a saber, que se necesita del rival para poder jugar.

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