El exterminio de los cátaros en Béziers: «Matadles a todos, que Dios reconocerá a los suyos»

En la foto, la nueva catedral de estilo gótico, construida sobre los restos de la antigua

Cuentan que La Via Tolosana o Camino de Arles atraviesa, en la región del Languedoc francés, el País de Los Cátaros, donde se practicaba en los siglos XII y XIII un Cristianismo dualista que pretendía representar a la auténtica iglesia de Dios; una historia marcada por la tragedia, barbarie y exterminio de todos aquellos que fueron marcados como «herejes» por la iglesia de Roma, durante la Cruzada Albigense, que suprimió, casi por completo, no sólo a los apóstatas sino todos los vestigios de la religión cátara. Esta región era una comarca gobernada por una docena de familias nobles e ilustradas, todas ellas, de una u otra forma, unidas entre si, que practicaban la tolerancia religiosa a diferencia de la intransigencia en otras partes de Europa. Además, para los Cátaros la lujosa y fastuosa iglesia de Roma era la personificación evidente del mal existente en el mundo.   

Los Cátaros encuentran en el Languedoc su arraigo y el reconocimiento de sus valores, por parte de los nobles, que miran con buenos ojos, entre otras cosas, su trabajo diario, su sencillez, su vida ejemplar y el papel igualitario de la mujer en el mundo cátaro. Pero toda esta nueva forma de sociedad no gusta al recién elegido Papa, Inocencio III quien emprende en 1198 una metódica lucha contra el catarismo. 

Lo primero que hace el Papa Inocencio III es nombrar al abad del Císter, Arnau Almaric, inquisidor y jefe de los ejércitos papales. Las milicias vaticanas entran en el Languedoc y pasan a cuchillo a toda la población que encuentran a su paso, arrasando y saqueando pueblos y ciudades. Los miembros de varias comunidades cátaras son quemados en la hoguera de la inquisición, obligando a que otros huyan a lugares que consideran seguros. 

Así, el 21 de julio de 1209 Arnau Amalric con sus cruzados papales llega a las puertas de la ciudad de Béziers donde se habían refugiado poco más de dos centenares de cátaros. El inquisidor pide a los gobernadores de la población que se rindan y entreguen a los cátaros, pero  los lideres de Béziers rehusan la capitulación y las tropas papales entran en la ciudad para exterminar a los cátaros. Pero de los, aproximadamente, 20.000 habitantes de Béziers, varios centenares se habían refugiado en la catedral románica de San Nazario. Cuentan que, en ese momento, un capitán pregunta a Arnau Amalric cómo distinguirían quienes eran herejes y quienes no, obteniendo por respuesta:  «Matadles a todos, que Dios reconocerá a los suyos». Los soldados incendian la catedral de Béziers con todos los refugiados en su interior cumpliendo la orden del inquisidor Arnau Amalric.

Los tropelías de las huestes papales no finalizan con la de Béziers sino que se reparten por toda la región del País de los Cátaros: en Carcassone el noble Trencavel es hecho prisionero y encerrado en una mazmorra donde muere de disentería; en Castres, muchos cátaros mueren en la hoguera y en Bram, se ordena mutilar a un centenar de prisioneros en una atroz amputación de ojos, nariz, orejas y labios y ser conducidos, por el que había quedado tuerto, hacia la fortaleza de Cabaret, que es tomada, finalmente, por Simón de Monfort después de un mes de asedio; 80 caballeros son colgados y 400 cátaros son quemados en la hoguera más gigantesca de la cruzada papal.

Monolito del Prat del Cremats

Los combates entre ambos bandos se prolongan durante varios años hasta que en 1243 el Concilio de Béziers ordena: «cortar la cabeza del dragón» en referencia a la fortaleza de Montsegur, un peñasco rocoso, prácticamente inaccesible, donde se han refugiado unos  quinientos cátaros. El asedio dura diez largos meses hasta que, una noche, un grupo de vascos escala por la noche hasta una de sus cimas donde los sitiadores logran instalar sus catapultas. Montsegur capitula y más de 200 cátaros son quemados vivos en la hoguera, en un prado —Prat del Cremats— al pie de la fortaleza.

Los pocos cátaros supervivientes se exilian por Lombardía, Cataluña y el Pirineo, pasando a la clandestinidad. Mas tarde, la región del Languedoc entra en el Reino de Francia en 1271.

La Casa de los Diezmos del Señor de Gor en la localidad alicantina de Nacimiento

Cuentan que en el Camino Mozárabe, en su ramal entre Almería y Granada, existió el Señorío de Gor, señor feudal de la zona, cuya «casa fuerte» se encuentra en la población de Nacimiento en una de las orillas del río del mismo nombre, el cual desemboca en el Andarax. Esta comarca es el tramo inferior del río Nacimiento, que engloba a varios municipios del extremo más oriental de la Alpujarra, donde se aglutinan multitud de recuerdos hispanomusulmanes ligados al gobierno de los monarcas nazaríes en tahas o circunscripciones rurales parcialmente autónomas. Todo este sistema administrativo es respetado después de la conquista de Granada y conservado  hasta los cambios jurídicos de 1833 cuando, intencionadamente, se crea un estado centralizado de forma que se adscribía una subordinación de gobierno superior al provincial. A primeros de 1504 el Señor de Gor administra la Taha del Bolodui siendo conocida La Casa de los Diezmos de Nacimiento (en la foto), donde se recogían los tributos para el Señor de Gor.


Nacimiento se encuentra situada en una hondonada, a orillas del río de su mismo nombre, que tuvo una próspera economía desde finales del siglo XIX a primeros del XX como consecuencia del cultivo de la «uva de Ohanes», una variedad de uva de mesa para la exportación y que convirtió a este pueblo alicantino en una población próspera de unos 3.000 habitantes. Años después, hacia 1950, quedo mermada hasta los 500 vecinos.

La historia de la prosperidad de esta comarca comienza en la época de la toma de Granada cuando, como recompensa por los servicios prestados a la corona, gran parte de este territorio de las Alpujarras orientales se parcela y convierte en diferentes señoríos en manos de la nobleza, como es este caso de Nacimiento, otorgado al duque de Gor, Sancho de Castilla y Enriquez. Este momento, es aprovechado por los nobles feudales, los cuales ven la oportunidad de abusos y rapiñas, mediante su poder despótico, que los moros reconocen y toleran, como protección frente a los reyes y la Iglesia, los cuales intentan por todos los medios eliminar las costumbres moriscas. Pero en 1568 se produce la rebelión de los moriscos con la degollación de los cristianos en la zona y la posterior huida de los musulmanes a las montañas de la Sierra de Alhamilla aunque, finalmente, son reducidos y expulsados. 

Como compensación a esta despoblación se produce la repoblación de la comarca con «cristianos viejos», que no son coaccionados por los nobles, ya que se constituyen en concejos para aguantar las intimidaciones de los señores feudales. Se trata de un campesinado libre, propietario de la tierra que trabajan a cambio de abonar un diezmo a los señores. Pero ya nunca se reprodujo el magnífico bienestar habido en el tiempo de las tahas y año tras año se sucedió la decadencia de la comarca hasta lograr remontar, en parte, la economía de la comarca en el pasado siglo XIX. 

Los traslados del Santo Grial aragonés y el origen del Monasterio de San Juan de la Peña

Cuentan que en el Camino Aragonés, que desciende por el Pirineo, desde Somport hacia Jaca y enlaza con el Camino Francés en Gares Puente La Reina, acontecieron desde los primeros tiempos de la cristiandad una serie de historias de traslados del  Santo Grial, desde Jerusalén a Roma, Huesca, Yebra, Siresa, Balboa, San Adrián de Sasabe, la Seo de Jaca, San Juan de La Peña, Barcelona y, finalmente, la Catedral de Valencia, donde en la actualidad se encuentra. Todo un trajín desde el siglo II para que el Cáliz, con el que Jesús estableció la Eucaristía en la Última Cena y recogió su sangre en la Cruz, no cayese en manos de los enemigos de la Iglesia y la reliquia más sagrada de la cristiandad no fuera profanada. Seguramente, esta leyenda del Santo Grial aragonés se fundamenta a través de los peregrinos que caminaban a Santiago por los múltiples itinerarios de los Pirineos y que la Orden de Cluny unifica, mediante el mito griálico, el paso por San Juan de la Peña. 


La Orden de Cluny, considerada como una de las más activas del Camino de Santiago, no se establece en San Juan de la Peña hasta el siglo XI cuando estos monjes pinatenses adoptan la regla de San Benito y, posteriormente, la reforma de Cluny; es el momento clave para establecer el orden en los Caminos a Santiago, en concreto, del Camino Aragonés, y la acogida a los penitentes en San Juan de la Peña. Los peregrinos y peregrinas pasaban por la Seo de Jaca, donde adoraban al Santo Grial, mientras que San Juan de la Peña quedaba un poco al margen del camino, —igual que hoy en día— ya que era necesario desviarse «un pelín» de la ruta. Por eso los monjes deciden celebrar un gran acontecimiento litúrgico y trasladar el Cáliz sagrado a San Juan de la Peña, el cual quedaría cuidado por los frailes a partir de ese momento, desoyendo las reclamaciones y amenazas de los jacetanos. El Santo Grial nunca fue devuelto a la Seo de Jaca.

Lo cierto es que la leyenda de San Juan de la Peña no comienza en estos convulsos años de finales de 1071 sino que su origen se remonta muchos años atrás cuando un joven de la nobleza aragonesa, llamado Voto, galopaba por las montañas prepirenaicas, en el momento en que su caballo se desboca y trota hacia un precipicio. El muchacho, viendo la muerte cerca, suplica su salvación a San Juan Bautista, el cual frena el corcel y salva al jinete. La escena ha finalizado frente a una cueva. El caballero desciende de su montura y penetra en ella. En la penumbra descubre el cuerpo incorrupto de un hombre, fallecido abrazado a una cruz, el cual era Juan de Atarés, un santo anacoreta del que se hablaba en este territorio aragonés. Así, el joven caballero, recordando su plegaria a San Juan Bautista, decide imitar la santa vida del ermitaño y, con la compañía de su hermano Félix, se establecen en aquella gruta rendidos a la soledad, la oración y la contemplación de Dios. 

A su fallecimiento en loor de santidad, otros muchos tomaron el relevo y San Juan de la Peña se convirtió en un lugar de culto cristiano. 

La tumba de César Borgia es pisoteada «por hombres y bestias»

Cuentan que en la ciudad navarra de Viana, en el Camino Francés, a su paso por «Tierra Estella», se encuentra enterrado el segundo hijo natural del Papa Alejandro VI y de su amante Vannozza dei Cattanei, llamado César Borgia, el cual fue cardenal, obispo de Iruña Pamplona, arzobispo de Valencia, mecenas y protector de Leonardo da Vinci, y protagonista del famoso relato «El Principe», escrito por Nicolás Maquiavelo. También, fue general de las milicias del Vaticano y de los ejércitos del Reino de Navarra, además de poseedor de innumerables títulos nobiliarios. Entonces transcurría el siglo XV del Renacimiento, una época en la que nació y se crió César Borgia en una Italia, plagada de peleas y conflictos entre clanes, «acunado» y protegido por el inmenso poder de su padre, el Papa Alejandro VI.


Según cuenta la historia, César Borgia aprendió en la Italia del Renacimiento a intrigar, negociar, conspirar y traicionar, según su conveniencia, para convertirse en el principal caudillo de la dinastía de los Borgia, que  lideraba, en un principio, su valenciano padre Alejandro VI, el cual tuvo cuatro vástagos: Juan, César, Lucrecia y Jofré. El primogénito Juan era el preferido del Papa Alejandro VI, asunto que no gustaba a su hermano César, el cual fue destinado a la carrera eclesiástica, que abandonó después de la misteriosa muerte de su hermano Juan. 

En una noche de verano Juan y César cenaron juntos y, al final, cada uno se fue a sus correspondientes viviendas, pero el hermano mayor desapareció y nada se supo de él hasta que fue encontrado flotando en las redes de un pescador en las aguas del río Tiber. Nada se supo de quién le mató aunque algunos cronistas de la época señalan a César como el autor de su muerte, lo cual nunca se ha demostrado. Era el momento ansiado por César Borgia para sustituir a su hermano Juan y convertirse en el  capitán de los ejércitos vaticanos. Fue entonces cuando hizo cincelar en su espada el lema «¡Aut Caesar aut nihil!» (¡O César, o nada!), prueba de su ambición. 

A partir de este momento, la trayectoria de César Borgia ascendió como la espuma con el refrendo y las conspiraciones de su padre, el sumo pontífice. Pero el punto de inflexión se produce cuando el progenitor y su hijo acuden a una banquete, invitados por el cardenal Adriano de Corneto. Días después, Alejandro VI enferma, al igual que César, pero el Papa fallece mientras su heredero logra salvarse. Por esas fechas había una epidemia de malaria en Roma, aunque todos los indicios señalan a que fueron envenenados. 

Ha llegado el tiempo de la decadencia de César Borgia que, finalmente, se ve encarcelado en Italia y, después de diferentes avatares, termina acudiendo al reino de Navarra, acogido por su cuñado el rey Juan II de Aragón, que le nombra condestable y capitán de los ejércitos navarros en un intento de ganar la guerra que se desarrollaba entonces entre los agramonteses, los seguidores de los reyes navarros y los beaumonteses, los partidarios del condestable del reino de Navarra.

El final de César Borgia está ya cerca, cuando en el asedio a la ciudad de Viana —el Castillo se mantiene firme— se produce una escaramuza que encoleriza al capitán navarro. César Borgia sale a caballo en persecución de los hombres, que han evadido el cerco, sin darse cuenta que ha dejado a sus hombres rezagados. Es el momento aprovechado por sus enemigos en el llamado Barranco Salado para darle muerte.

Su cuerpo, recogido por sus soldados, es llevado para darle sepultura en presbiterio de la iglesia de Santa María de la Asunción de Viana, pero, pasado un tiempo, el obispo de Calahorra decide que César Borgia no tenga privilegios y ordena sepultarle en la calle, a la entrada del templo, para que «los hombres y las bestias pisen sobre su tumba y de esta forma, purgue los pecados cometidos». 

La ciudad romana de Cáparra, parada obligada de peregrinos y turistas en la Vía de la Plata

Cuentan que Cáparra fue un enclave de la época romana donde los legionarios licenciados de los ejércitos romanos «hacían una parada» para descansar antes de llegar a Emérita Augusta (Mérida), donde disfrutaban de su jubilación. Estas ruinas se encuentran en la ruta hoy conocida como la Vía de la Plata, a mitad del camino de la larga etapa entre Carcaboso y Aldeanueva del Camino en la provincia de Cáceres; que, según dicen, son de origen vetón, pueblo prerromano guerrero, ganadero  y agricultor, el cual supo adaptarse a la conquista romana de la Península Ibérica. 


Los estudios arqueológicos realizados en el yacimiento de Cáparra demuestran, en cierta medida, que se trataba de una ciudad próspera y de gran actividad. Destaca sobre todo el conjunto el Arco de cuatro puertas o Terapylum situado en el centro de la población y desde el que se entraba al Foro, donde se encontraba la Basílica, lugar de impartición de justicia, y la Curia, el órgano de gobierno de Cáparra. Al fondo, había tres templos siendo uno de ellos dedicado a Júpiter, el más distinguido.

Por otra de las puertas del arco de Cáparra se llegaba a lo que hoy en día conocemos por el mercado, donde se situaban pequeños comercios y tabernas de todo tipo. Y, además, perpendicularmente a esta avenida, confluía otra avenida, a través de otra de las puertas del arco, donde se encontraban las termas y las insulae o viviendas de los pobladores de Cáparra. 

Cáparra era parada obligada para los legionarios romanos licenciados por su situación geográfica privilegiada en la ruta de la calzada romana, que unía Emérita Augusta (Mérida) y Astúrica Augusta (Astorga). Hoy en día, es igualmente una pausa turística inedulible para los peregrinos que caminan por la Vía de la Plata y, también, para muchos viajeros.

https://www.turismoextremadura.com/es/explora/Ciudad-romana-de-Caparra/

El milagro de la luz equinoccial: La televisión de la astrofísica del siglo XI

Cuentan que en los equinoccios de primavera y otoño se produce el «Milagro de la Luz» en las iglesias románicas de Santa Marta de Tera, en Zamora, y en San Juan de Ortega, en Burgos, respectivamente, en el Camino Sanabrés y en el Camino Francés. Este es un fenómeno que tiene como protagonista al sol al iluminar los capiteles medievales de las localidades mencionadas y que, metafóricamente, se puede definir como la televisión de la astrofísica en el siglo XI. Así, los cristianos de la Edad Media podían comprender los misterios de la Encarnación y la Ascensión. Este próximo viernes, 18 de marzo, se repetirá el prodigio durante unos pocos días, cuando el sol cruza el ecuador celeste y el día y la noche tienen la misma duración. Oficialmente, la primavera entrará el domingo 20, a las 15,33 hora UTC (Tiempo Universal Coordinado, que en España es UTC+1). 


En Santa Marta de Tera todo comenzará este viernes 18 de marzo, hacia las 9 de la mañana, y durará hasta el jueves 24, cuando la luz del ventanal abocinado incida —durante unos 5 minutos— sobre el capitel de la izquierda donde se encuentra la representación de la Ascensión de Jesucristo. La iglesia de Santa Marta, considerada como la más antigua de Zamora, es de estilo románico y, según se cree, formaba parte de un monasterio mozárabe. En su portada se encuentran las imágenes de Santiago Peregrino y San Pedro.La principal celebración prevista en Santa Marta de Tera será el próximo 19 de marzo a partir de las 9 de la mañana, con la Schola Cantorum de Zamora que interpretará el concierto «Dominica in palmis». Aunque, para aquellos que deseen acudir, se aconseja rellenar un formulario de inscripción para asistir al «Milagro de la Luz» y al concierto en el siguiente enlace: 

https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSejtfYN6vCW5yLQXIllJdmpVlZb4wDSOKZJ_SgE0iSuajkElA/viewform

En el caso de San Juan de Ortega la luz de un rayo de sol ilumina el único capitel historiado, —durante 10 minutos— a las 17 horas (hora solar), el cual recorre a través de una secuencia perfecta, que representa la Anunciación de la Virgen María. La sucesión de la estampa alumbra primero a María y la notificación por el arcángel Gabriel de la Encarnación del Hijo de Dios, la Virgen embarazada a continuación, y el saludo a su prima Santa Isabel, mientras San José se encuentra adormilado en siguiente el vértice, y la escena se completa, finalmente, con el pesebre con el Niño Dios y la «buena nueva» a los pastores.


La iglesia de San Juan de Ortega fue restaurada en el siglo XV por el artista Simón de Colonia, el cual poseía elevados conocimientos matemáticos y de astronomía adquiridos durante su formación en su Alemania natal. En el interior del monasterio se encuentra el sepulcro de San Juan de Ortega, considerado patrono de la fertilidad, donde las mujeres que quieren quedarse embarazadas acuden a rezar a su sepultura para alcanzar su propósito.

La «Virxe da Barca», que llegó a Muxía en una barca tripulada por los ángeles

Cuentan que cuando Santiago estaba predicando la palabra de Dios en tierras gallegas la Virgen se le apareció por el mar de la Costa da Morte, navegando en una barca de piedra tripulada por los ángeles; al llegar a tierra la Virgen dijo al apóstol que sus sermones habían tenido éxito, pero que era necesario que regresara a Jerusalén para su martirio. La Madre de Dios entregó a Santiago una imagen suya para que fuera venerada en aquel lugar, donde se construiría una ermita, la cual llevaría por nombre el santuario de La Virgen de la Barca de Muxía. Ya en el siglo VI había una capilla y, posteriormente, en el XV se amplió con una nueva iglesia y, al final, en el XVIII se erigió el monasterio actual. Este es uno de los finales de los muchos Caminos de Santiago, junto al clásico de Fisterra en la Costa da Morte.

Este es el inicio de la leyenda de «la Virxe da Barca de Muxía», donde se pueden encontrar tres grandes piedras que sugieren, según sus formas, la vela de un barco, su quilla y su timón, las cuales han recibido los nombres de «la Pedra de Abalar», «la Pedra dos Cadrís» y «la Pedra do Timón»; son los restos de la barca pétrea de la Virgen cuando se apareció a Santiago en la Costa da Morte. A todas ellas se les atribuyen, según arcaicas creencias, propiedades milagrosas y curativas, que han sido modificadas por la tradición cristiana.  

El domingo siguiente al 8 de septiembre se celebra la romería de la Virgen de la Barca y los romeros intentan mover «la Pedra de Abalar» subiéndose a ella, aunque, según aseguran, sólo se mueve si la Virgen lo quiere. Suelen ser muchos los que, interiormente, realizan una pregunta a la «pedra», la cual responde afirmativamente, si se menea, o negativamente si se queda inmóvil. 

«La Pedra dos Cadrís» —-cadrís en gallego significa riñón—- está considerada como la vela de la barca y se le atribuyen propiedades curativas sobre los dolores de espalda, el reuma, lumbago, artritis o ciática. La forma de mejorar de estos males suele ser arrastrarse por el hueco que deja la «pedra» en su parte inferior un total de nueve veces y colocar la cabeza en una cavidad, a la que también se le atribuye el alivio del dolor de cabeza. 

Y, finalmente, «la Pedra do Timón» no parece tener ceremonia ordinaria, aunque para compensar la visita a esta «pedra», muy cerca se encuentra «la Pedra dos Namorados» a la que se aplica la propiedad de amor eterno. Hoy en día, todas estas ceremonias se utilizan como un elemento añadido a la romería de septiembre.

La leyenda del Puente de Valentré de Cahors que «atrapa» las garras del diablo

Cuentan que el Puente de Valentré de Cahors en la Vía Podense o Camino de Le-Puy-en-Velay (Francia) tiene «atrapadas» las garras del Diablo. Se trata de la repetición de la leyenda de la construcción de un puente y el trato con Lucifer para que ayude con la edificación, aunque, en este caso, resulte un poco diferente. La historia de la construcción de este viaducto se remonta al siglo XIV y ha llegado hasta nuestros días a través de las coplas de los juglares y trovadores. En 1306 los cónsules de Cahors decidieron  dotar a la villa de una entrada defensiva sobre el río Lot como protección en las guerras franco-inglesas. El Puente de Valentré tiene un largo «vuelo» sobre el lecho del río y consta de ocho arcos y tres torres de 40 metros de altura, además, de una capilla en la torre occidental dedicada a la Virgen.

Lo cierto fue que el asentamiento de la construcción de los pilares sobre el cauce del río Lot resultó ardua y complicada, de forma que las tareas se eternizaban, asunto que irritaba al maestro de obras ya que no lograría finalizar los trabajos en el plazo convenido. Así que, la leyenda narra, que el arquitecto invocó a Lucifer y pactó, a cambio de su alma, que le ayudase a terminar la edificación en el período acordado. Pero el constructor era un buen cristiano e ideó una artimaña para engañar al diablo, poco tiempo antes de que las obras estuvieran terminadas; de modo que, llegado el momento, el maestro de la obra desafía a Satanás a transportar agua en un cedazo para saciar la sed de los picapedreros, objetivo que, lógicamente, no pudo cumplir. 

El diablo monta en cólera por haber perdido la apuesta y toma venganza lanzando un encantamiento sobre una piedra de la torre central de forma que todas las noches se caería al río y el Puente de Valentré nunca estaría finalizado.Sin embargo, en 1879 los gobernadores de Cahors deciden acometer los trabajos de restauración del viaducto al arquitecto Paul Gout, el cual constata que siempre falta una piedra en el mismo lugar y decide encargar a un cantero que cincele un diablillo agarrando el pedrusco como si quisiera arrancarla de su hueco. 

Hoy en día, todavía puede verse en lo alto de la torre central, a Satanás «atrapado» por toda la eternidad a la piedra que trata de llevarse. 

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Los segadores gallegos y la Virgen de las Nieves del Santuario de La Tuiza en el Camino Sanabrés

Cuentan que durante muchos años, hacia el final de la primavera entre abril y mayo, numerosas cuadrillas de jornaleros gallegos caminaban en dirección a los «anchos» campos de Castilla para ocuparse de las siegas del cereal, la alfalfa o el trigo. Los segadores gallegos descendían a través de los Montes de León, por los puertos de Piedrafita de O Cebreiro o por el Padornelo y A Canda dispuestos a ganarse su jornal —por ejemplo, unas 700 u 800 pesetas de los años cincuenta del siglo pasado— después de unas semanas en las que se concentraba la siega de los campos en la meseta castellana; hacían el mismo recorrido de ida y de vuelta, como el caso que nos ocupa del Santuario de La Tuiza, en las cercanías del pueblo de Lubián, en la comarca zamorana de Sanabria.


El Santuario de La Tuiza se encuentra entre los puertos de montaña de El Padornelo y el de A Canda, lugar donde la tradición cuenta que estos colectivos de segadores gallegos eran los más devotos de la Virgen de las Nieves, al igual que los peregrinos de este Camino Sanabrés, obligados a superar estas sierras habitadas por lobos. El viaje de los segadores gallegos era una práctica que se remonta desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX con las lógicas diferencias de los tiempos modernos de desplazarse, a pie, en ferrocarril y, finalmente, en autocares contratados por las mismas cuadrillas. Una odisea de penurias que comenzaba en el viaje de ida y no finalizaba hasta que volvían a casa.

Los braceros gallegos, provistos de su «fouce» (hoz), un atillo con unas prendas para cambiarse y poco más, viajaban rápido, y al pasar, en la ida, por el Santuario de La Tuiza se encomendaban a la Virgen de las Nieves y, a la vuelta, solían dejar sus ofrendas en agradecimiento por regresar a Galizia. Atrás dejaban jornadas de trabajo de 16 horas, bajo el abrasador sol de Castilla, desde el amanecer hasta el anochecer y de lunes a domingo. 

Ya en 1863 la poetisa Rosalía de Castro  en su obra «Cantares Gallegos» reprochaba a Castilla el maltrato que obtenían los segadores gallegos: 
¡Castellanos de Castilla,
tratade ben ós gallegos;
cando van, van como rosas;
cando vén, vén como negros!
… 
Van probes e tornan probes,
van sans e tornan enfermos,
que anque eles son como rosas,
tratádelos como negros.

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El Puente del Paso Honroso de Hospital de Órbigo en el Camino Francés

Cuentan que al noble leonés, Suero de Quiñones, se le ocurrió una aventura caballeresca, en la localidad leonesa de Hospital de Órbigo, en el Camino Francés, donde encontramos un viaducto al que se le conoce como el Puente del Paso Honroso. En realidad, se trata de un hecho histórico, sucedido en el «año jacobeo» de 1434 y contrastado, según la crónica escrita por Pero Rodríguez de Lena, notario del rey  Juan II de Castilla. En aquellos tiempos, miles de peregrinos atravesaban Hospital de Órbigo camino de Santiago de Compostela. En total fueron unas 166 batallas las que mantuvieron durante un mes los amigos y caballeros de Suero de Quiñones, logrando mantener el paso invicto, hasta que cansados y malheridos decidieron dar por finalizada la contienda para dirigirse a postrarse a los pies del apóstol.

Esta aventura caballeresca comienza como consecuencia del enamoramiento del caballero Suero de Quiñones hacia Leonor de Tovar, pues el noble leonés, señor de Navia, portaba en su cuello una argolla y una cinta azul, como prueba de su amor hacia Leonor, con la leyenda: «Si no os place corresponderme, no hay dicha para mi». Pero parece que el caballero estaba ya cansado de llevar estos «grilletes» para lo que ideó peregrinar a Santiago, como prueba de amor, no sin antes derrotar a todos aquellos caballeros que osaran atravesar el Puente del Paso Honroso de Hospital de Órbigo.  Así que Suero de Quiñones solicitó permiso al rey, Juan II de Castilla, para el torneo y acampó en una de las orillas del río con 9 amigos, caballeros como él, dispuestos a luchar en un combate con lanzas contra aquellos hidalgos que quisiesen atravesar el puente. 

Durante un mes del verano de 1434 tuvieron lugar las justas con lanzas en el Puente del Paso Honroso, saliendo  los caballeros de Suero de Quiñones victoriosos en todos los desafíos. Pero estos duelos «pasaron factura» a los hidalgos leoneses, acampados en la orilla del río Órbigo hasta que, finalmente, levantaron el campamento y se dirigieron en peregrinación a Santiago de Compostela para depositar la gargantilla y la cinta azul en la capilla de las reliquias y en el cuello de la imagen de Santiago el Menor, respectivamente.

Hospital de Órbigo celebra a primeros de junio la festividad del Paso Honroso con romerías medievales y la reconstrucción de un torneo. En el viaducto un monolito recuerda los nombres de los amigos que acompañaron a Suero de Quiñones durante los combates: Pedro de Ríos, Sancho de Rabanal, Lope de Estúñiga, Diego de Bazán, Suero Gómez, Pedro de Nava, López de Aller, Diego de Benavides y Gómez de Villacorta. 

Esta es una historia real, cantada por numerosos poetas y juglares medievales.