Cuentan que los peregrinos y peregrinas encuentran en su caminar, en el Camino Portugués por la Costa, el Castro de Santa Tecla (en gallego, Santa Trega), una aldea prerromana que fue ocupada por comunidades indígenas de origen celta, en la época situada entre el siglo 1º antes de Cristo y el 1º después de Cristo. El asentamiento, en realidad, era insuperable en aquellos tiempos de conflictos entre los clanes celtas; desde los 340 metros de Santa Trega sus habitantes poseían un control excelente sobre el estuario del Miño, su valle y el territorio periférico, dominando el tráfico marítimo y fluvial, las explotaciones auríferas de los montes de «A Groba» y, también, como defensa de invasores.
El castro de Santa Trega se encuentra, en el monte del mismo nombre, en el Camino Portugués, luego de atravesar el río Miño desde Caminha (Portugal) al barrio Couto de «A Guarda». El itinerario jacobeo bordea a media ladera la cumbre donde se ubica el castro gallego, que fue abandonado paulatinamente una vez que los romanos consiguieron dominar el territorio para «trabajar» las minas de oro de las proximidades. Hasta entonces, la ciudadela prerromana estuvo habitada por unos cinco mil habitantes, los cuales se dedicaban a la agricultura, la ganadería, la pesca, y el comercio, siendo considerada como uno de los poblados más habitados de esta zona de Galizia.
El Castro de Santa Trega ocupaba una superficie amurallada de una 20 hectáreas con dos puertas de entrada, con casas circulares para vivir, muy sencillas, recubiertas de elementos vegetales, otras para almacenar grano o como taller de alfarería, herrerías u oros oficios; todas ellas decoradas con colores azules y blancos. El conjunto de estas construcciones estaban dispuestas en bloques o grupos con un patio común, compartiendo depósitos de agua y un pozo donde se «atesoraban» los desperdicios..
Mas arriba del castro se encuentra un Viacrucis creado por el escultor valenciano Vicent Mengual, donde se celebra la Procesión del Voto, el último sábado del mes de agosto, como consecuencia de una tradición que se festeja desde 1355 por haber librado Santa Tecla de la Peste Negra a los habitantes del entorno.
Cuentan que en el Camino Olvidado de la Montaña, en la localidad de Quintana de Fuseros, del municipio de Igüeña (comarca del Bierzo) en León, se celebra la «Procesión de los amortajados» el día 3 de mayo en la Fiesta de la Cruz. Esta es una extraña tradición a la que acuden personas de diferentes localidades, las cuales afirman haberse librado de la muerte gracias a la mediación milagrosa del Cristo de la Cabaña (en la foto adjunta la ermita del Santo Cristo) habiendo padecido alguna enfermedad, accidente grave o trance fatal. Así, los devotos afectados, en agradecimiento al Cristo, asisten a los actos religiosos, que se celebran en la festividad de la Santa Cruz, vestidos con el sudario que llevarían en el caso de haber fallecido. La Cofradía de las Ánimas del Cristo de la Cabaña, una hermandad de origen desconocido que se menciona en documentos del Marqués de la Ensenada en 1752, era quien se encargaba de organizar toda esta ceremonia, acompañando a la procesión muchos de los habitantes de la localidad berciana ataviados con vestimentas para ser enterrados.
La «Procesión de los amortajados» no es la única del territorio de León. Se mencionan otras semejantes, las cuales, paulatinamente, han desaparecido como, por ejemplo, la de Nuestra Señora de la Asunción, del barrio de La Garandilla en el municipio de Valdesamario; la de la Virgen de La Carballeda, de Val de San Lorenzo; la de La Trinidad, de La Cuesta, o la de la ermita de Santa Elena, de Felechares de la Valdería, del ayuntamiento de Castrocalbón. En Galizia, subsisten «Las Mortajas» de la Puebla de Caramiñal (La Coruña) y la procesión de «Los Ataúdes» de Santa Marta de Ribarteme (Pontevedra), prohibida este año por el párroco de la localidad por considerar que una tradición religiosa no puede convertirse en un mero espectáculo. En la provincia de Zamora existe también la de «La Procesión del Santo Entierro» en Bercianos de Aliste, que se celebra desde el siglo XV, aunque no es igual a la de Quintana de Fuseros.
La celebración de la «Procesión de los amortajados» se inicia muy de mañana con la reunión de los amortajados y familiares en la iglesia parroquial, que inician la marcha de la comitiva con la Virgen del Rosario. Los hombres abren la romería llevando velas encendidas y acompañando a los amortajados vestidos con túnicas blancas y moradas. Poco después, las mujeres caminan junto a las amortajadas, distinguidas con túnicas y toquillas de colores rosas y azules. Todos desfilan en silencio hasta la ermita del Cristo de la Cabaña, donde oyen Misa.
La ceremonia continúa después regresando a la iglesia parroquial de San Claudio acompañando la figura del Cristo de la Cabaña, con el sudario y los crespones morados a hombros de los devotos, escoltando a la Virgen del Rosario. Las dos imágenes permanecerán en la parroquia de Quintana de Fuseros hasta la festividad de San Isidro (15 de mayo), día en el que el Cristo de la Cabaña será, de nuevo, sacado en procesión para bendecir los campos y retornar a su ermita.
Quintana de Fuseros fue conocida antiguamente por Taurón y, según la tradición, fue un emplazamiento de Los Templarios en este territorio del Bierzo alto. Las señales de antiguas explotaciones auríferas romanas son muy numerosas en los alrededores e incluso existen emplazamientos mineros de nativos astures anteriores a la dominación romana.
Cuentan que las peregrinas y peregrinos encuentran en los incalculables caminos a Santiago una de las expresiones más peculiares de la arquitectura popular gallega; los «cruceiros»; en realidad, son la dimensión oculta del carácter del alma, la magia y la fascinación gallega. Decía el insigne Castelao, impulsor del nacionalismo gallego y estudioso de los «cruceiros», que «Onde hai un cruceiro, houbo un pecado». Se refería a detalles de la simbología de los «cruceiros», que tienen su origen en los Celtas, los antiguos pobladores de Galizia, de viejos cultos a dioses paganos, homenajes a muertos o ánimas, poderes sanadores, enterramientos de «anxeliños» sin bautizar o lugares donde se celebraban ritos satánicos de «meigas».
En su momento, el Cristianismo convirtió, mediante advocaciones a Jesucristo, la Virgen y los santos, toda esta simbología pagana enlugares sagrados y, además, en un rico patrimonio etnográfico y cultural de la arquitectura popular de Galizia, donde se calcula que hay unos 15.000 «cruceiros». No sólo los hay en Galizia pues también los encontramos en numerosos territorios de la península. En Euskadi, por ejemplo, en Laudio Llodio (Araba), Gernika, Elorrio y Bilbao (Bizkaia), Zarautz y Zumaia (Gipuzkoa) y Etxalar, Iruña Pamplona, Esteribar, Olite, y Gares Puente La Reina (Navarra).
Los «cruceiros» son, básicamente, una cruz situada en lo alto de un varal de piedra o una columna y, aunque los hay de diferentes tipos, puede decirse que los clásicos son los formados por una plataforma, basa, fuste, capitel y la cruz. Habitualmente, están situados en los cruces de los caminos, en encrucijadas que simbolizaban mágicas entradas a otros mundos, donde se desconoce con quien te vas a tropezar y si, precisamente, en ese lugar puedes encontrar un peligro; de ahí la función protectora que a los «cruceiros» se les ha otorgado.
Los ejemplos de «cruceiros» son muy variados y comprenden desde la sencilla cruz hasta esculturas llenas de riqueza y solemnidad, como el de la localidad Cangas de Morrazo (Pontevedra), en la parroquia de Hío, un espectacular «cruceiro» barroco del maestro José Cerviño, que modeló su obra en un único bloque de granito. La escultura simboliza en lo alto el descendimiento de Cristo de la cruz, con la Virgen María y San Juan, junto a José de Arimatea y Nicodemo, en una escena rebosante de autenticidad. Más abajo, la Virgen María pisa la cabeza de la serpiente, Adan y Eva desnudos, y la imagen de los arcángeles. En la base de la columna aparecen hornacinas con las ánimas del purgatorio, Cristo resucitado junto a su madre y, de nuevo, Adán y Eva quemándose en las llamas del limbo por haber cometido el pecado original, origen de la salvación por crucifixión de Cristo.
En la provincia de Lugo, en la «Terra Chá» ––Tierra Llana del Miño— que se cruza en el Camino del Norte, encontramos «cruceiros» unidos a multitud de historias, como, por ejemplo, el de Lousada, donde una cruz de piedra indica que allí «uno asesinó a Vicenta Balsa en 1901»; otro en Abadín construido para «escarmentar o trasno e santificar el lugar»; también en Vilalba, otro en la parroquia de Corbelle, en el lugar donde, según dicen, se apareció Satanás.
Según la tradición, si depositamos una piedra en la base de los «cruceiros» que encontramos en los Caminos de Santiago el peregrino o peregrina se asegura la posibilidad de regresar a Galizia.
«O Camino dos Faros» de la Costa da Morte en Galizia es un interesante «invento» senderista y de turismo de naturaleza de los últimos tiempos, que merece la pena ser tenido en cuenta. En total son 200 kilómetros de senderismo al borde del mar en 8 etapas, 8 faros, 10 pueblos marineros y 50 playas; todo un itinerario que atraviesa acantilados, dunas y playas en medio de una naturaleza exuberante, por senderos y terrenos irregulares, los cuales, a veces, ofrecen una dificultad de tipo medio y alta, porque no es una ruta fácil ni un paseo por la orilla de la playa, En nuestro caso, recorrimos algunas etapas que podemos considerar como dificultosas por terrenos rocosos de sube y baja.
La ruta se encuentra marcada con flechas verdes, aunque en algunos momentos es necesario estar muy atentos porque se pierden. El itinerario no se corresponde con ningún camino de Santiago, salvo en algunos tramos comunes con el Camino de Muxia y Fisterra. En diciembre de 2013 nació la Asociación del Camino dos Faros con el fin de que «O Camino dos Faros» —como pregona su objetivo– exista y perviva en el tiempo, tal y como lo diseñaron los trasnos (ser mitológico gallego), y lo haga mucha gente con el máximo respeto a la naturaleza.
Es necesario tener en cuenta que el itinerario no es cíclale en más de un 50% por las dificultades propias del terreno que atraviesa; incluso para los senderistas puede haber algunos tramos un poco dificultosos. En el caso de los ciclistas se ha preparado un recorrido paralelo que es cíclale al ciento por ciento con tramos muy técnicos.
Hoy en día, la asociación no parece encontrarse su mejor momento de actividad debido a diversos problemas de homologación de la ruta por diferentes administraciones y entidades aunque, a pesar de todos los disgustos y «sinsabores» la Asociación «O Camino dos Faros» continúa trabajando con ahínco para que la ruta vuelva a situarse como una referencia de senderismo de la «Costa da Morte.
La primera etapa parte de la localidad de Malpica y continúa por Niñons, Ponteceso, Laxe, Arou, Camariñas, Muxia, Nemiña y Fisterra; siempre al borde del mar con los faros como orientación y la magia de una historia de naufragios sucedidos en la «Costa da Morte» En la siguiente dirección web puede encontrarse toda la información de esta preciosa ruta de senderismo de «O Camiño dos Faros»:
Cuentan que en el Camino Vasco del Interior encontramos el Túnel de San Adrián (Sandratiko tunela), un paso estratégico en la sierra Aizkorri-Aratz, utilizado durante miles de años, y que en la Edad Media fue un emplazamiento de control imprescindible de mercancías y viajeros entre los reinos de Navarra y Castilla. El túnel es conocido también como «El Paso de Leizarrate», —denominación correcta pues viene del Euskera «leze» (cueva)—, tiene una longitud de 55 por 10 metros de anchura y se encuentra a mil metros de altitud, bajo la Peña Horadada de 1053 metros. Como anécdota histórica, cuentan, que Carlos V que nunca se bajaba del caballo para corresponder al saludo, hubo de atravesar el Túnel de San Adrián y debido a la altura de la galería se vio obligado a descender de su montura y, pie en tierra, cumplimentar el recibimiento del alcaide y la guarnición. La Unesco en 2015 incluye el Camino Vasco del interior también llamado Ruta Jacobea Vasca o Ruta de Bayona como la más importante de los siglos X al XII. En las actuales fechas es de destacar la fiesta que el próximo 17 de julio celebrarán en San Adrián las asociaciones los amigos del Camino de Santiago de Araba, Gipuzkoa, Bizkaia, La Rioja y Haro.
La mencionada fiesta de las asociaciones jacobeas tendrá lugar en las campas cercanas a San Adrián mediante una misa a las 10,30 horas y, posteriormente, una «kalegira» y degustación de productos del país. Las inscripciones puede realizarse en cada una de las asociaciones referenciadas.
El enclave de San Adrián se ha dilatado durante miles de años, como prueba de la importancia de este lugar de paso. Según las excavaciones realizadas (principalmente por la Sociedad de Ciencias Aranzadi) en el Paleolítico superior ya hubo grupos de cazadores-recolectores viviendo en esta cueva, la cual era utilizada como refugio habitual. Posteriormente, la existencia como asentamiento en la época romana, fue, al parecer, mucho más escaso.
Pero llega el período medieval y el emplazamiento de San Adrián adquiere una gran importancia para controlar el paso entre el Reino de Navarra y el de Castilla, sobre todo para los castellanos que cobraban tasas por individuo y mercancías; al ser usado como itinerario de camino hacia Francia y en sentido contrario a Castilla. La mejora de la calzada y la construcción de una posada dentro del propio túnel consolidó el paso por San Adrián y se convirtió en uno de los principales trayectos de mercaderías desde la costa guipuzcoana y, también, en una alternativa atrayente en los caminos de peregrinación hacia Santiago de Compostela; aunque, también es necesario señalar que la ruta también fue aprovechada por los maleantes y ladrones que utilizaban las escarpadas cumbres para ocultarse y asaltar a los viajeros o a los propios ganaderos.
Años después, a finales del siglo XVIII, el panorama cambia al abrirse otro paso de la montaña por el puerto de Arlabán, más asequible y menos peligroso a los asaltos de los ladrones; todo ello propicia la decadencia del Túnel de San Adrián, sobre todo a partir del incendio ocurrido en 1915, que resultó el revés definitivo para que el emplazamiento quedase definitivamente deshabitado.
Cuentan que en la Edad Media Ávila era una ciudad de comunidades diversas, mezcla de cristianos, judíos y musulmanes, acostumbrados a convivir de forma respetuosa y pacífica. Esta es una historia que escuché hace ya varios años, cuando pasé por Ávila, en el Camino del Levante, en la etapa que comienza en Cebreros y finaliza en capital abulense. Es un relato, que tiene a dos niños de diferentes colectividades religiosas como protagonistas —judía y musulmana— que se divertían y jugaban juntos en una ciudad medieval por la que transitaban mercancías y muchos nobles e hidalgos caballeros de muchos lugares. Así me la contaron:
Mati era un chico de 10 años muy listo, soñador, y de gran imaginación pero, sobre todo, valiente. Vivía en el barrio de la judería de Ávila, muy cerca del Mercado Chico, donde sus padres poseían un pequeño comercio de zapatería, que proporcionada a la familia una sencilla y apacible vida sin sobresaltos. Así, Mati jugaba y corría por las calles cercanas a la Muralla y al río Adaja con una amiga musulmana llamada Thuraya, cuyo nombre fascinaba al jovencísimo hebreo pues en árabe significaba «estrella». Cada noche, Mati, desde su jergón de hierba, admiraba las estrellas del claro y limpio cielo raso de Castilla esperando el momento en que su madre, como siempre, se acercase a darle el beso de buenas noches. Esta vez resultó más emotivo porque, Rael, deslizó en las manos de Mati unas pequeñas esparteñas susurrando al oído de su hijo «para que tu estrella no corra descalza».
A Mati agradó mucho aquel regalo para su amiga Thuraya, pero ensimismado con su sueño de «estrellas» le dio pie a preguntar:
—Madre, ¿cuál de todas las estrellas que vemos en el cielo es la mía?
—Busca la más brillante, que será la más libre, pues ya sabes que tu nombre quiere decir «aire de libertad» porque según Mordejai, —-«la Mano de Dios»—- es la
que nos guía hacia libertad. Y ahora, duérmete que mañana tenemos mercado.
Y, así, los ojos de Mati se fueron cerrando poco a poco mientras buscaba entre la bóveda celeste su resplandeciente estrella.
La mañana llegó veloz como otra cualquiera para vivir un nuevo día en la plaza del Mercado Chico, ayudando a sus padres en la preparación de la exposición de las abarcas, esparteñas, borceguíes y diversos calzados de cuero. Luego, corrió a buscar el puesto de alfarería de los padres de Thuraya, quien al verle llegar le sonrió desde la inmensa profundidad de sus ojos verdes. Este era el momento preferido por la pareja de amigos, que corrieron hacia la puerta del río Adaja para jugar en sus orillas, mientras escuchaban a Maisha, la madre de Thuraya, gritarles: «ir con cuidado».
Thuraya y Mati se sentaron en el borde del puente romano sobre el regato, al mismo tiempo que el joven mostraba las esparteñas a su amiga, mientras le sostenía los pies descalzos para colocarle el calzado. Pero, de pronto, una ráfaga de viento arrastró una de las zapatillas a las aguas del Adaja. Mati alargó su mano para alcanzar la pequeña alpargata de cuero, al mismo tiempo que perdía el equilibrio y caía al vacío. En pocos segundos su cuerpo se hundió en las aguas de la presa que recogía las aguas para servicio de la tenería existente poco más abajo del arroyo.
El cuerpo de Mati su sumergió de espaldas, lentamente, mientras su mirada, iluminada por el resplandeciente sol de Castilla, volaba hacia el cielo. Fue justo entonces cuando contempló en el agua las tintineantes estrellas más relucientes y brillantes, que jamás había observado, mientras la corriente del Adaja le atrapaba y engullía. Aquellas eran, precisamente, sus preciados luceros, no una única sino varias, demasiadas, todas para él sólo. Y, al mismo tiempo, alargaba las palmas de sus manos tratando de alcanzar las que creía más centelleantes, las cuales se deshacían antes de conseguir sujetarlas.
Era imposible lograr salir del río pues Mati se hundía, poco a poco, más y más, envuelto por un sinfín de estrellas, que no lograba atrapar. Pero, de pronto, una fuerza superior le sujetó de la mano y en un suspiro volvió al cálido sol del otoño abulense. Un caballero vestido de blanco, con una gran cruz roja en el pecho y una larga espada en la cintura, tenía a Mati sujeto por los brazos. El caballero cruzado subió al atemorizado niño sobre su caballo mientras le tranquilizaba con suaves palabras, al mismo tiempo que tomaba las riendas de su corcel y caminaba hacia la puerta de la muralla de Ávila, mientras un peregrino aseguraba el nombre del caballero Templario.
–Es Gualdin Pais, el caballero Templario amigo del rey Alfonso de Portugal, que regresa a su país, después de haber luchado en las Cruzadas de Tierra Santa.
Aquellas palabras tenían muy poca importancia para Mati pues a lomos de aquel caballo, vestido de ropajes blancos con cruces rojas, se sentía como la estrella más brillante del firmamento, sobre todo, porque Thuraya, su amiga, caminaba junto al caballero Templario y miraba a su admirado y leal compañero, desde sus intensos y centelleantes ojos verdes.
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Años después, en ese mismo puente, un caballero templario descendió de su caballo y se detuvo a contemplar el río Adaja, que sobre sus aguas volvía, una vez más, a ofrecer unos tintineantes reflejos del veraniego sol en forma de infinitas estrellas. Una sonrisa mezcla de alegría y tristeza se dibujó en el rostro del caballero, que desvió su miraba hacia la Puerta de San Segundo para continuar su camino por la rúa de los Zapateros hasta una de las casas del barrio de la Judería de Avila. Rael, su madre, le recibió con los brazos abiertos y le colmó de besos. Su amado Mati, aunque de paso, volvía a casa convertido en caballero cristiano tras demasiados años sin regresar con sus padres.
El caballero Templario había tenido que tomar muchas decisiones, pasadas demasiadas aventuras por los caminos e innumerables cambios durante su joven vida. Mati ya no era aquel niño judío soñador, pues en veinte años había sido testigo de excesivas alegrías y tristezas que le obligaron a cambiar de mentalidad religiosa, aunque, eso sí, siempre pensando en la defensa y ayuda del débil, del peregrino caminante a Santiago, Roma o Jerusalén dentro de la Orden de Los Templarios.
Por la noche, después de la cena con sus padres en la que relató mil y una aventuras, Mati se acostó, sobre su jergón, y volvió a contemplar las estrellas por la pequeña ventana de su habitación. Y buscó su estrella, la Estrella del Sur, que siempre había marcado su camino, cuidado y acompañado durante todos aquellos años. Thuraya ya no habitaba en Avila, pues sus padres se habían visto obligados a marchar hacia el sur en busca de una vida más placentera. Mati metió la mano en la faltriquera de su hábito templario, junto a su corazón, y sacó una pequeña esparteña de cuero que apretó, una vez más, entre sus manos. La Estrella del Sur volvía a brillar en su camino.
Cuentan que la abadía de Conques en la Vía Podense, que parte de Le-Puy-en-Velay, es un lugar de peregrinación especial para los franceses, pues son numerosos los que acuden cada año a visitar el que es considerado como uno de los pueblos más bonitos de Francia; en especial la abadía románica de la Santa Foy que cuenta con el tímpano del pórtico donde se representa el Juicio Final a modo de un cómic moderno. El pueblo de Conques —en occitano Concas— fue fundado en el año 819 cuando el eremita llamado Dadon instituyó una comunidad de monjes, origen de la actual abadía, bajo la protección de Carlomagno. Conques «hunde» sus raíces en la época romana (aunque este concepto no se encuentra suficientemente documentado) pues existe un puente romano, así llamado, por el que los peregrinos atravesaban el río Dourdou. La realidad es que Conques se convirtió en un lugar de paso de peregrinos y peregrinas hacia Santiago, sobre todo, cuando un monje de Conques «robó» en Agen las reliquias de la virgen Santa Foy, famosa por curar ciegos y liberar cautivos, martirizada en el 303 por el emperador Diocleciano.
De esta forma, el número de peregrinos y peregrinas aumentó con las reliquias de la Santa Foy y la abadía prosperó hasta convertirse en una de las iglesias abaciales más grandes del sur de Francia, siendo muy afamado su tímpano y su tesoro de piezas artísticas de la época carolingia. Inicialmente, fueron los monjes benedictinos los que se hicieron cargo del monasterio y, posteriormente en el siglo XVI, los agustinos entraron a residir en él.
El tímpano del Juicio Final presenta en su centro la imagen de un Cristo, de mirada severa y rodeado de cuatro ángeles protectores, que indica mediante sus manos la dos direcciones para las almas que van a ser juzgadas. Encima del Cristo, dos ángeles sujetan la cruz de la crucifixión y en sus manos uno de los clavos y la punta de la lanza. Y a la izquierda cuatro ángeles serafines protegen al Hijo de Dios de los pecadores, representados a través de varias esculturas los siete pecados capitales, además de otras vilezas como el suicidio, la usura, la herejía o el engaño. Todo ello con una leyenda en lo alto que dice: «Pecadores, si no cambiáis vuestras costumbres, sabed que sufriréis un juicio terrible».
Bajo los pies de Cristo, el arcángel San Miguel pondera las virtudes y pecados de las almas, mientras un Satanás guasón intenta empujar la balanza en su favor. Los malditos, en el apartado de abajo, son enviados a las fauces del monstruo marino Leviatán, el cual abre las puertas del infierno.
En el lado contrario a la figura del Cristo —a la izquierda del espectador— encontramos «El Paraíso» y en la parte baja unas viñetas, que simboliza el Antiguo Testamento: Abraham con sus dos hijos Jacob e Isaac; Aaron y Moises; profetas, apóstoles y Santas mujeres que llevan frascos con ungüentos. Y en el nivel de la figura central del Hijo de Dios se representa el Nuevo Testamento: La Virgen María, seguida de San Pedro, el monje Dadon, el abad de Conques junto al monje Arosnide, (que «robó» las reliquias de Santa Foy) y Carlomagno; todos ellos acompañados de un séquito de almas piadosas.
A grandes rasgos estas serían las viñetas del tímpano del «Juicio Final» de la abadía de la Santa Foy de Conques, que, según se cree, fueron realizadas por un escultor que había trabajado en la construcción de la Catedral de Santiago de Compostela.
En Youtube se encuentra un video con una representación nocturna del tímpano:
Cuentan que el Salto de Salime del río Navia, en el Camino Primitivo, en el occidente de Asturias, fue considerado en el año 1945, al inicio de su construcción, «el pantano más grande de Europa». Fuera verdad o exageración del régimen franquista, hoy en día, esta obra de ingeniería impresiona y estremece a los peregrinos y peregrinas, que descienden por la ladera del parque eólico del Buspol hacia el muro de contención de la central hidroeléctrica. Las entidades promotoras de este embalse fueron Hidroeléctrica del Cantábrico y Electra de Viesgo. Las obras duraron diez años, engullendo las aguas del pantano un total de 685 hectáreas y anegando a 14 pueblos de Asturias y Lugo. Muchos de los pobladores de estas aldeas se resistieron a abandonar sus hogares hasta que advirtieron como el agua del Navia ascendía hasta sus casas, viéndose obligados a olvidar sus raíces, renunciar a sus recuerdos, la pesca del salmón y sus tierras de cultivo en el fondo del pantano.
El río Navia es conocido como «El Río Grande» y aunque su nacimiento se encuentra en la provincia de Lugo, en las montañas de Cebreiro, desciende por Becerreá hacia Asturias. El río en aquellos años, era famoso por la gran cantidad de salmones que se pescaban en sus cerca de 100 kilómetros de recorrido de sus aguas camino del mar Cantábrico, pero la construcción del Salto del Salime fue el principio del fin —se levantaron, posteriormente, dos nuevas presas río abajo— y, hoy en día, tan sólo 14 kilómetros se encuentran aptos para la pesca del salmón, que ya apenas vienen a desovar al Navia.
Los 14 pueblos que «se tragó» el pantano estaban en las orillas; la mayor parte en la margen asturiana: Salime (el de mayor número de habitantes), Subsalime, Sanfeliz, Salcedo, Loade, Vega Grande, Saborit, La Quintana, Albeiroa y Barcela. Y en la ribera de Lugo: Rio do Porto, Vilagudín, Abarqueira, y San Pedro de Ernes.
En aquellos años del comienzo del inicio de la edificación del muro de contención de las aguas, Salime era un lugar inhóspito, entre montañas, sin apenas rutas de comunicación. Los ingenieros pensaron primero realizar 40 kilómetros de carreteras desde la población de Navia en la costa hasta el lugar de la construcción para trasladar en camiones los materiales y suministros necesarios, pero esta opción era muy costosa y, finalmente, optaron por construir un teleférico de 37 kilómetros de recorrido con 650 vagonetas, desde la costa hasta el Salto del Salime, las cuales tardaban tres horas en realizar el trayecto completo. En total fueron 3.500 los obreros empleados desde el inicio de la construcción, que fueron reclutados en Andalucía, Extremadura y Galizia, siendo en su mayor parte, presos de la Guerra Civil condenados a trabajos forzados.
Hoy en día, el Santo del Salime consta de 4 grupos de turbinas de 40 MW, con un total de 160 MW que producen 350 millones de Kw/hora/año.
En el pueblo de Grandes de Salime, construido para los desplazados por las obras, se puede contemplar un precioso museo etnográfico, que merece la pena visitar, donde se encuentran reunidas tiendas de ultramarinos, escuela, barbería, taller de zapateiro, cantina y otras muchas dependencias de los pueblos de aquellos años.
Cuentan que en los incontables caminos a Santiago suele repetirse un mito de origen celta, cristianizado, como es la «Leyenda de San Virila», el monje hechizado por el canto de un pájaro, que relata lo que aconteció a este fraile al escuchar y deleitarse con el gorjeo de un petirrojo. Según el lugar, donde se escucha la leyenda, suele ser un ruiseñor, una alondra, un mirlo u otro pájaro, el encargado de «embobar» a cada protagonista de la historia; como al religioso gallego Era, fundador del Monasterio de Armenteira (Pontevedra); el monje bretón Yves o el caballero Camilo de Carvajales del Castillo de los Templarios en Castro Urdiales, como ejemplos de otras muchas leyendas repartidas por todo el mundo. En este caso, nos referiremos al abad San Virila, religioso del Monasterio de Leyre, en el Camino Aragonés, que se une al Francés en Puentelarreina Gares. Todas las historias son similares con variantes en sus matices, pero con una semejanza y paralelismo único. Este es el cuento de «La Leyenda de San Virila».
Virila era un bondadoso monje del Monasterio de Leyre, preocupado por saber si sólo con la vida contemplativa alcanzaría la vida eterna; pues el piadoso fraile temía que no fuera suficiente para lograr el Paraíso. Todos los días le embargaba la duda y trataba, continuamente, de apartar estos pensamientos de su mente porque los consideraba influencias del Diablo. Así, una agradable tarde de primavera, estaba realizando sus oraciones junto a un árbol en el jardín de la comunidad cuando un sugestivo petirrojo se posó cerca de él y comenzó a lanzar sus trinos y gorjeos, los cuales obligaron a San Virila a cerrar sus ojos, fascinado por el delicado instante.
El santo monje quedó prendado de tan agradable momento y alargó su mano intentando alcanzar al pajarillo, pero este, asustado, voló hacia el bosque cercano y el fraile fue en su búsqueda, tratando de continuar con la atractiva situación; una y otra vez San Virila intentaba acercarse a la cantarina ave, pero no lo lograba, y mientras tanto ambos se iban adentrando cada vez más, en la frondosa arboleda. Finalmente, el religioso, cansado, decide volver al monasterio para asistir a la oración de vísperas.
San Virila, durante el camino de regreso, apreció que el sendero hacia el convento, se encontraba cambiado y que, además, su barba se había vuelto blanca, pero continuó y entró en la recepción del claustro donde se topó con un joven novicio, que no conocía, el cual preguntó al «viejo fraile» quien era. San Virila se identificó una y otra vez, pero ninguno de los monjes le reconoció, hasta que el bibliotecario recordó la desaparición de un religioso hacía ya 300 años.
El episodio de éxtasis para San Virila sólo transcurrió durante poco menos de una tarde, mientras que la realidad se había convertido en 300 años; una parte de la eternidad que explicaba las dudas del piadoso fraile y el enigma de cómo pasar toda la vida en el Paraíso. El sencillo canto de un pajarillo fue capaz de demostrar el infinito paso durante la serena dulzura de la vida eterna.
En el Camino de la Montaña, en las cercanías de Reinosa, se encuentra la Colegiata de San Pedro de Cervatos, una maravilla del románico, que guarda una valiosa iconografía erótica, además de monstruosos engendros, animales y frutos; esta era la fórmula ideada por la Iglesia para enseñar y «hacer ver» a los católicos del siglo XI las lecciones de religión. En las diferentes partes del templo se pueden contemplar escenas sensuales —algunas repetidas en el arte románico—, como el acto de una mujer cuyos pechos son mordidos por dos reptiles y otras secuencias en los capiteles mostrando figuras humanas exhibiendo el miembro viril u otras posturas que personifican los siete pecados o vicios capitales como la lujuria, la gula la avaricia o la pereza. Es la fórmula para reflejar la lucha entre el Bien y el Mal mediante un mensaje descomunal, pedagógico y evangelizador para las gentes del siglo XII. Esta era la «receta» para que los cristianos superasen las tentaciones en la vida terrenal y, así, lograr la vida eterna.
Aunque no sólo se observa la temática sexual de muchos de los canecillos en la Colegiata de Cervatos. También encontramos evidencias con representaciones de oficios y vagabundos como las de un saltimbanqui, un contorsionista, un ser con cabeza de cabra, un músico con arpa y otros sonando un cuerno, además, de hombres con toneles de vino, bebedores, sujetos comiendo y con cabeza y boca gigantesca. Todo un catálogo de mensajes sobre lo que es el bien y el mal.
Incluida la presencia del apóstol San Pedro, con las llaves del cielo, en la entrada indicando que sólo podrán entrar en la gloria aquellos que se encuentren libres de pecado
La Colegiata de Cervatos se encuentra en un cruce de caminos —la calzada romana de Juliobriga pasaba por allí— por el que atravesaban, no sólo los peregrinos, sino que, también, muchos comerciantes y buhoneros, pues Cervatos era en la Edad Media un ancestral paso obligado entre la Meseta y Cantabria, a través del puerto del Pozazal, en el tramo palentino y los valles pasiegos cántabros. Posiblemente, por estas circunstancias, los mensajes de las esculturas encontraban un público mas receptivo a las comunicaciones cristianas.
Inicialmente, fue un monasterio habitado por un abad y sus canónigos, que adquirió su máxima gloria cuando Doña Urraca y Alfonso VII cedieron numerosas posesiones a la abadía, la cual se convirtió en una de las más importantes de la región. Luego, siglos más tarde, fue quedando en el olvido paulatinamente.