Otro ‘Steer’ novela el Durango del año 1937

 Robert Egby escribe un segundo libro con el bombardeo de la villa como partida de la trama

Un reportaje de Iban Gorriti

With all best wishes. De este modo dedica sus libros el siempre imprevisible Robert Egby, escritor británico que estableció su residencia en Pemberton, Nueva Jersey. “Con todos mis mejores deseos”, deja escrito para el recuerdo de los lectores de libros como Por el amor de Rose, novela histórica que estrenó el año pasado y con localizaciones de Elgeta, Urkiola o el bombardeo de Durango del 31 de marzo de 1937.

Egby junto con su esposa Betty Lou visitaron en 2014 Euskadi para investigar sobre aquel capítulo que por desgracia durante días puso a Durango en el mapa del mundo. El propio George Lowther Steer, según comunica el historiador iurretarra Jon Irazabal Agirre, visitó la villa una semana después del ataque de los bombarderos y cazas italianos. El famoso escritor difundió la masacre que los militares golpistas españoles permitieron. “Como curiosidad -narra Irazabal a Egby en el interior de la Oficina de Turismo de Durango- la esposa de Steer acababa de morir y el corresponsal viajó a París a su despedida y entierro, y a los pocos días vino a Durango y posteriormente a Gernika”.

El angloamericano no pierde detalle. Apunta todo. No quiere errar. Con la historia no se juega, a pesar de que él la novele. Y en ese momento, Egby da a conocer que gesta en su seno un nuevo libro y que por ello esta semana ha vuelto a viajar a Euskal Herria. Que tiene entre manos una nueva novela -“no es la segunda parte de Por el amor de rose”, diferencia-, y que esta vez arranca en sus primeras páginas de nuevo con el bombardeo de Durango, la mañana de aquel 31 de marzo de 1937 que tanta impresión le causó cuando tuvo noticia de él.

El encuentro con el matrimonio que conforman Robert Egby (83 años) y Betty Lou Kishler (81 años) se produce en la Oficina de Turismo de Durango, ese municipio que “nos gusta mucho” y al que volvieron ayer sábado desde Donostia, donde han levantado su campo base este año.

Junto a ellos, la amable anfitriona del servicio del Ayuntamiento durangarra, la técnica Natalia Naverán. A la cita se suman en unos minutos el historiador Jon Irazabal, de Gerediaga Elkartea, sociedad de amigos de la Merindad de Durango que cumple este año su medio siglo de investigación y aportación a la cultura con actividades como la Durangoko Azoka de diciembre. Tras las presentaciones, se suma al grupo Javier Sarmiento como traductor.

Irazabal es sin lugar a dudas la persona que mejor conoce qué aconteció el 31 de marzo y días posteriores de abril de 1937 cuando un pueblo inocente fue banco de pruebas para el fascismo internacional. El de Iurreta ha escrito dos libros sobre este capítulo negro que dejó al menos 336 muertos documentados en la villa. Él fue quien descubrió que la creencia primigenia de que los alemanes bombardearon la localidad no era cierta: “fueron los italianos”, informa. “Primero encontramos un documento en Madrid y a partir de ahí viajamos a Roma y dimos con todos los escritos y fotografías que dejaban por sentado que se encargó el bombardeo a los italianos que estaban en Soria”, certifica Irazabal.

Egby ni pestañea. Betty Lou fotografía a los presentes sin perder ángulo. Suman 164 años, pero una actitud de querer informarse y aprender pasmosa.

Adelanta Egby: “Esta nueva novela que estoy escribiendo se pondrá a la venta en 2016, el año que viene”. Quienes le escuchan no pueden evitar querer saber algo sobre la sinopsis al desvelar que comenzará en la calle Kurutziaga de Durango minutos antes del bombardeo. “Allí estará una niña jugando con su muñeca. Minutos después, una vez que la aviación legionaria italiana arrasó la villa a las 8.30 horas, aparece muerta. Un familiar que encuentra a la pequeña fallecida acabará de mayor siendo un francotirador en el ejército inglés. Este mismo, volverá años más tarde a Euskal Herria buscando venganza y dará con una pareja que reside clandestinamente en Francia por ser miembros de la organización armada ETA”.

Para el resto habrá que esperar unos meses, así como para el título. “No tiene aún título fijo. Y como he dicho, aunque no es una segunda parte del libro Por el amor de Rose, sí he decidido que dos personajes de esa novela aparezcan en esta nueva”, avanza el escritor y editor, de reconocido éxito.

“Hemos venido a Durango otra vez a informarnos de qué ocurrió durante aquellos días de la Guerra Civil, por ejemplo qué pasó en Elgeta, en los montes Intxorta”, explica Egby; y Betty Lou agrega, agradecida, que “este país nos gusta mucho”.

Egby, un hombre espigado de talento incuestionable, comienza a recoger todos su enseres. Revisa sus apuntes: cómo fueron los militares golpistas españoles Mola, Franco y Vigón quienes dieron el consentimiento a la Legión Cóndor alemana de Hitler para que coordinaran una masacre que ejecutaron los pilotos de la Aviación Legionaria Italiana de Mussolini con sus bombarderos Savoya y los cazas CR32. Irazabal les deja con la boca abierta una vez más: “Los pilotos de los caza tenían la orden expresa de ametrallar a todas las personas que encontraran a su camino: daba igual si eran parte de la guerra o civiles o edades”.

Mola ya había avisado que o Bizkaia se rendía a los sublevados o la destruiría y “sin miramientos hacia los civiles”. Así, el asesinato de las más de 336 personas en Durango supuso, según los especialistas, un genocidio porque murió el 5% de la población que la villa tenían entonces censada. El matrimonio sorprendido con la beligerancia con la que actuaban los golpistas y sus aliados internacionales. De hecho, abrieron los ojos más de la cuenta al conocer el dato de que Mola premió a los pilotos que mataron con sus bombas a los durangarras con su envío a la ciudad de Zaragoza para celebrarlo con prostitutas, mientras numerosas familias en Durango lloraban a sus muertos inocentes. Casi ochenta años después, un anglosajón, como hizo George L. Steer en 1937, dará a conocer de nuevo al mundo aquella tragedia. La nuestra.

El Batallón Gernika: Principio y fin del nazismo

El próximo 7 de octubre, aniversario de la constitución del primer Gobierno vasco, tendrá lugar la presentación de un documental sobre la última unidad militar que estuvo a sus órdenes

Un reportaje de Luis de Guezala

EL Batallón Gernika tomó su nombre de la villa arrasada por las aviaciones militares alemana e italiana que colaboraron con el ejército franquista para imponer el totalitarismo durante la Guerra Civil. La villa mártir reducida a escombros fue un ensayo y demostración de cómo máquinas y bombas dirigidas por hombres sin alma podían destruir a una población entera y a sus habitantes desde el aire. Y con este nombre, referente a una de las primeras atrocidades cometidas por el nazismo en Europa, esta unidad vasca participaría en los últimos combates que acabarían derrotándolo.

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Tras el final de la Guerra Civil en nuestro suelo y, posteriormente, en todo el Estado español, que pasaría de ser una República democrática a una dictadura fascista, la lucha por la democracia y la supervivencia del Pueblo Vasco no terminó, liderada por su Gobierno en el exilio. Primero exiliado en Barcelona y más tarde en París, el Gobierno presidido por José Antonio Aguirre mantuvo su lucha contra el totalitarismo hasta el momento en que el ejército nazi ocupó la capital francesa.

Desaparecido Aguirre, al sorprenderle la ofensiva alemana en Bélgica, otros abertzales tomaron la iniciativa de constituir en Londres un Consejo Nacional de Euzkadi para organizar la resistencia. Una de las iniciativas más destacadas de esta institución, a la que ya nos referimos en esta sección de DEIA, tras llegar a un acuerdo con el Gobierno francés en el exilio liderado por el general De Gaulle, fue la creación de una unidad de combatientes vascos encuadrada en las Fuerzas Francesas Libres: el 3er Batallón de Fusileros Marinos.

Este batallón terminó siendo disuelto por el Gobierno británico, que no admitió unidades integradas exclusivamente por vascos en su suelo por su connivencia con la dictadura franquista. Pero muchos de sus integrantes podrían formar tiempo más tarde, tras reaparecer el lehendakari Agirre y reconstituirse el Gobierno vasco, sobre territorio francés liberado de la ocupación alemana, una nueva unidad vasca: el Batallón Gernika.

El Gobierno vasco a finales de enero de 1945 realizó un Llamamiento a la juventud vasca para que se alistara para combatir al nazismo. En este texto Jesús María de Leizaola enlazaba la lucha contra el totalitarismo mantenida durante la Guerra Civil con la desarrollada en la II Guerra Mundial. Relataba cómo el mismo comandante del batallón de gudaris que formaba junto a la sede de la Presidencia del Gobierno vasco en el hotel Carlton, y que le saludaba en las primeras horas del triste día en que Leizaola la abandonaba cumpliendo la orden de evacuar Bilbao, había sido uno de los combatientes en la incursión aliada sobre Dieppe. Euzkadi, primera agredida, debe hallarse en línea en la última batalla, en la definitiva victoria sobre la antidemocracia europea. Junto a esta proclama oficial del Gobierno vasco que firmaba Leizaola en nombre del lehendakari Aguirre, todavía exiliado en América, su órgano oficioso Euzko Deya del París recientemente liberado, publicaba otro texto firmado por Un Gudari titulado ¡Gudaris! ¡Euzkadi os llama! en el que se proclamaba:

Acordaos de nuestros hermanos, caídos por la libertad tan ansiada en nuestra Euzkadi. Acordaos cómo caían unos al grito de ‘Gora Euzkadi Azkatuta’; otros al grito del ideal que sentían dentro de su pecho.

Era lo mismo que había escrito uno de estos caídos, el poeta Esteban de Urkiaga Lauaxeta, asesinado por los rebeldes tras ser capturado en Gernika: Dana emon biar yako matte dan azkatasunari: Tenemos que darlo todo por la libertad tan amada. Ahora, tras la Guerra Civil, una vez más, y lejos de Euzkadi.

Voluntarios A este llamamiento acudieron muchos jóvenes vascos de muy diversos orígenes. Gran parte de ellos fueron veteranos de la Guerra Civil que se habían refugiado en Francia o Iparralde tras su final, bastantes de los cuales habían formado parte de la unidad de fusileros marinos constituida en 1941. Otros, más jóvenes, se unieron en este momento por primera vez a esta lucha escapando de la dictadura franquista. Es digna de mención la fuga de cuatro jóvenes de Ondarroa desde este puerto en un bote a remo.

Con estos voluntarios se constituyó el Batallón Gernika, comandado por Kepa Ordoki, quien había sido oficial del Ejército vasco durante la Guerra Civil. Esta unidad estuvo integrada en el Regimiento Mixto de Marroquíes y Extranjeros, cuyo comandante era Jan Chodzko, polaco. Formaban parte del Batallón de Voluntarios Extranjeros de este Regimiento junto con el Batallón Libertad de excombatientes republicanos, muchos de ellos anarquistas aragoneses y catalanes, un Batallón Marroquí y otro Mixto. El Regimiento formaba parte de la Brigada Carnot que tomaba este nombre del alias como resistente de su comandante, Jean de Milleret.

Los combates para la liberación de Point-de-Grave comenzaron el 14 de abril y los atacantes se enfrentarían a una guarnición alemana de más de 4.000 hombres guarecidos en fortificaciones y búnkeres de acero y hormigón en gran parte subterráneos construidos para resistir fuertes ataques. Las defensas incluían todo tipo de obstáculos como zanjas, muros y terrenos minados, así como artillería de todos los calibres, desde grandes cañones de entre 280 y 320 mm. hasta medianos y pequeños en montajes dobles y cuádruples, todo tipo de ametralladoras de posición e incluso lanzacohetes de saturación del tipo Wurfrahmen 40, más conocidos como Stuka zu Fuss. Todo lo necesario para crear lo que se ha llegado a definir como el infierno en la tierra.

La aproximación de los aliados hacia la fortaleza se vio favorecida por su supremacía área, incendiando los bosques en los que se situaban las tropas alemanas. Se producía así la revancha del sufrimiento que nuestros gudaris habían padecido en nuestros bosques, incendiados por la aviación alemana de la Legión Cóndor. Las tornas habían cambiado.

Todos los combates fueron muy cruentos al darse una decidida defensa por parte de los alemanes, muy probablemente por el miedo que tenían de lo que les podía ocurrir en el caso de ser capturados. Muchos de ellos procuraron no caer en manos de los franceses, cuyo país hasta ese momento ocupaban, y se entregaron a la unidad vasca, distinguida por avanzar con la ikurriña al frente.

Los defensores sufrieron cerca de 900 muertos, muchos de ellos desaparecidos en las ruinas de las fortificaciones destruidas, y aproximadamente 700 heridos. Por parte de los atacantes los heridos rondaron el millar, contabilizándose cerca de 400 muertos. Entre los gudaris del Batallón Gernika fueron cinco los que perdieron allí su vida. Félix Iglesias, Juan José Jausoro, Antton Lizarralde, Antón Mugica y Prudencio Orbiz. Últimos gudaris caídos en el frente. Lo dieron todo por la libertad que tanto amaron.

El enemigo de la memoria no es el tiempo sino el silencio. En contra de ese silencio y en favor de su memoria y el conocimiento del significado de su lucha, el próximo 7 de octubre, aniversario de la constitución del Gobierno vasco a cuya llamada acudieron generosos, en la Gernika que dio nombre a su unidad, se estrenará un documental que servirá para que nunca olvidemos su ejemplo.

Cuando los niños eran los nuestros

La imagen de Gernika destruida por las bombas sirvió para sensibilizar al mundo sobre los niños vascos que huían de la guerra; la foto de un niño ahogado en las costas turcas ha hecho el mismo efecto. El drama de ayer y de hoy es el mismo.

Un reportaje de Luis Javier Pérez

la fuerza de una fotografía, de una palabra, o de una imagen puede llegar a ser extraordinaria. Si los líderes de la insurrección franquista se hubieran imaginado que lo que tenían previsto para el 26 de abril de 1937 iba a tener la repercusión internacional que tuvo, es posible que hubieran actuado de forma diferente.

 

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Hasta entonces estaban acostumbrados a que sus actos criminales no tuvieran ninguna repercusión práctica, más allá de las vacías quejas de las democracias occidentales. A partir de ese momento tuvieron que ser más cautos, incluso sus gobiernos aliados (activos y pasivos) no querían quedar mal ante sus opiniones públicas por causa de los desmanes de las tropas franquista.

El crimen que cometieron aquel día, la destrucción de la ciudad mártir de Gernika por los aviones alemanes e italianos que servían al gobierno ilegal liderado por el ex-general Francisco Franco, tuvo un enorme impacto internacional. Lo tuvo porque había periodistas que contaron al mundo lo que vieron, y el mundo se estremeció al conocer qué estaba pasando en aquel rincón de Europa.

George L. Steer y Noël Monks son dos magníficos ejemplos de cómo las palabras pueden cambiar el mundo. Sus crónicas sobre la destrucción total de una ciudad indefensa, golpearon las conciencias del mundo y ayudaron a que la sociedad civil de muchos lugares de Europa presionara a sus gobiernos para que abrieran las puertas a la llegada de refugiados del frente vasco.

El caso británico es un modelo claro de cómo ese suceso concreto ayudó a que las cosas cambiaran.

Nicholas Rankin, el autor del libro Crónica desde Guernica: George Steer, corresponsal de guerra, lo explicó de una manera diáfana en la conferencia que ofreció en 2011 durante el encuentro anual que organiza la asociación Basque Childrens of ’37 Association of UK (BC’37A UK) (disponible en su página web).

Rankin traza, de una forma brillante y amena, las líneas de causa-consecuencia que conectan el bombardeo de esta ciudad sagrada de los vascos, el artículo de G. L. Steer publicado en el Times, y la llegada de los Niños Vascos de la Guerra a Gran Bretaña. En este texto se ofrece, además, una detallada descripción del debate que se desarrolló entre la mayoría de la sociedad británica y un gobierno claramente simpatizante con la causa del franquismo (orden, y anticomunismo). Un debate que ganó la sociedad civil y que permitió que 4.000 niños vascos encontraran refugio al otro lado del Golfo de Bizkaia.

Esta reacción social fue alimentada, también, por las informaciones que testigos presenciales británicos no profesionales transmitieron a sus conciudadanos. Es extremadamente interesante leer las crónicas que realizaron los marinos británicos que transportaban suministros a Bilbao, rompiendo el bloqueo franquista, sobre lo que estaba pasando en el frente vasco.

“Contad lo que veis” Para conocer sus historias y sus sentimientos ante la barbarie de la que fueron testigos, es recomendable la serie de artículos que Sarah Richardson ha escrito en el blog de la organización museística británica Tyne & Wear Museums, acerca de las relaciones entre Newcastle y los vascos defensores de la Democracia durante la Guerra Civil.

En sus textos podemos descubrir cómo los marinos de esa ciudad, con largas y profundas relaciones históricas con Bilbao, narran a los diarios locales lo que han visto y han vivido en esta ciudad vasca cercada y bombardeada por el fascismo. Incluso cuentan su visita a las ruinas de Gernika, llevados por un Gobierno vasco que les pide lo mismo que pedía a todos los periodistas que visitaban el frente vasco: “contad al mundo lo que veis, contad al mundo lo que los franquistas están haciendo”.

En los tres artículos de Sarah Richardson, podemos conocer también cómo la sociedad de esa ciudad reacciona para conseguir que aquellos niños salgan de Bilbao y cómo se organiza para que su llegada y su estancia se desarrolle en las mejores condiciones.

Aquellos periodistas, aquellos marinos, aquellas mujeres y hombres de toda clase, ideología y condición social, fueron portadores de Justicia y Esperanza para los vascos que se encontraban sufriendo los ataques de los franquistas y sus aliados. Lo fueron los periodistas, ejemplo de profesionales dispuestos a jugarse su vida por contar la verdad. Lo fueron aquellos marinos británicos que visitaron el frente y se enfrentaron al bloqueo de los buques facciosos, tan valientes ante los bous, pesqueros artillados de la Armada Auxiliar de Euzkadi, y tan cobardes ante los buques de guerra de la Real Armada Británica. Lo fueron los sindicatos, partidos políticos, asociaciones, grupos cristianos… Gentes de derechas o de izquierdas, de toda clase y condición social, que entendieron que la solidaridad para los que sufren la injusticia, es mucho más importante que la realpolitik que los gobiernos occidentales practicaron durante la Guerra Civil y durante la dictadura, y que tanto dolor generó en el Pueblo vasco.

Y no sólo fue la sociedad británica, a la que cito aquí porque conozco mejor su participación en esta parte de la Historia de los Vascos. Lo mismo ocurrió, por ejemplo, en Francia o en Bélgica. El gobierno de la URSS también tomó una parte activa, acogiendo a muchos niños en lo que en aquel momento parecía un destino seguro. En definitiva, en 1937 los vascos, al menos los que estuvieron del lado de la democracia y la libertad, supieron lo que significa la solidaridad internacional.

Es verdad que contamos con la ventaja, fundamental, de tener un Gobierno vasco que fue capaz de organizar el exilio de aquella población vasca con una eficacia que nunca será suficientemente valorada. Entre otras cosas, porque muchos historiadores se ocuparán de ignorar o de minimizar aquel esfuerzo titánico realizado en las más duras condiciones.

Pero aquel Gobierno vasco no habría podido desarrollar esa labor sin la colaboración clave de los vascos de la diáspora, sin el apoyo de un puñado de gobiernos que abrieron sus puertas a aquellas masas de refugiados, y sin la solidaridad de los miles y miles de amigos de los vascos a los que nunca hemos agradecido lo suficiente (ni lo adecuado) su trabajo y su compromiso en aquellos momentos tan complicados.

Los refugiados de hoy Todo eso pasó hace bien poco, en el tiempo de los padres o los abuelos de la mayor parte de los que hoy leen este periódico. De todo esto me acuerdo cuando estos días nos encontramos con decenas de miles de refugiados a las puertas de Europa. Me acuerdo de las historias que se conservan en mi familia sobre las visicitudes que pasaron mi amama, mi ama y mi izeko, convertidas en refugiadas de hatillo, embarcadas en un barco inglés rumbo a la costa vasca continental, donde el Gobierno vasco organizaba la acogida para aquellos que podían huir de los desastres de la guerra.

Me acuerdo de todo esto y de cómo hoy en día nos enorgullecemos de tener una de las mayores rentas europeas, de ser un país moderno y avanzado, donde la crisis ha golpeado menos que en otros lugares.

Me acuerdo de todo eso y me pregunto: ¿De qué sirve todo eso, si es posible que nos estemos convirtiendo en un país de egoístas, donde la Humanidad y el Compromiso con los que sufren se han quedado diluidos en las estadísticas del I+D+I o del porcentaje de PIB industrial?

Aquellos británicos, organizaron la acogida de 4.000 niños vascos sin contar con el apoyo de un gobierno, y en plena crisis económica. Nosotros, los vascos de ahora, muchos de nosotros con familiares que vivieron el exilio, miramos la TV, o leemos los periódicos, con la sensación de que esto de los refugiados a la puerta de Europa en realidad no va con nosotros.

Es terrible, además, cómo las excusas y los discursos del odio se repiten, adaptados al lenguaje de hoy, pero calcados a los que se oían en 1937. Entonces había quienes aseguraban que acoger a esos niños y niñas era introducir el veneno del comunismo en Gran Bretaña, o que aquellos refugiados tenían una formación cultural inferior y por lo tanto iban a ser incapaces de adaptarse a un lugar civilizado, creando conflictos con los locales. Hoy, tenemos que escuchar el mismo discurso miserable, en el que lo único que cambia es la palabra comunista por yihadista. La foto de ese pobre niño kurdo ahogado en una playa, parece que ha tenido un papel similar al que tuvo la crónica de Steer o de Monks sobre la destrucción de Gernika, y ha puesto en marcha una reacción de solidaridad.

Pero hay una gran diferencia. Una diferencia enorme. Llevamos años, decenios, viendo como a las puertas de Europa, o en la propia Europa, los afectados por las guerras malviven e intentan buscar un lugar donde refugiarse. Lo vemos y pensamos. ¡Alguien tiene que hacer algo! Esperamos que nuestros gobiernos, nuestras instituciones, hagan el trabajo.

Cuándo nos daremos cuenta que ese alguien que tiene que hacer algo, somos cada uno de nosotros. En 1937 los niños y las niñas, las mujeres, los ancianos, los perseguidos, eran de los nuestros. Ahora, también.

Una familia asesinada, una sima y la ONU

Gaztelu rinde homenaje a los Sagardía-Goñi cuando se cumplen 79 años de haber sido arrojados a una cueva, acto que coincide con el Día Internacional de las desapariciones forzadas

Un reportaje de Iban Gorriti

serendipia: descubrimiento o hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta. También puede concretarse como: coincidencia, casualidad o accidente. Todo ello en uno surge al comenzar a investigar un caso escabroso como el de la familia Sagardia-Goñi, acontecido en 1936. Ocurrió el 30 de agosto de aquel calendario. Hoy se cumplen, por lo tanto, 79 años exactos.

El forense Paco Etxeberria realiza comprobaciones en el terreno.Aranzadi Elkartea
El forense Paco Etxeberria realiza comprobaciones en el terreno.Aranzadi Elkartea

 

Por una curiosa casualidad se cumplen cinco años de cuando la Asamblea General de la ONU declaró, el 30 de agosto, Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas. Alguna mente podría pensar que la Organización de Naciones Unidas conociera una de las más extrañas desapariciones ocurridas durante el arranque de la Guerra Civil para declarar la fecha.

Paco Etxeberria, profesor de medicina forense y miembro de Aranzadi da pistas sobre el horror que tuvo que vivir aquella familia asesinada y ocultada en una sima de Gaztelu, localidad de Nafarroa. “Bajar al fondo del pozo impresiona por sus características, pero imaginar el momento en el que fueron arrojadas al mismo una mujer y sus siete hijos me resulta casi imposible”, valora.

El informe de localización de la Sima Gaztelu, trabajo de Aranzadi, la asociación de familiares de Fusilados de Navarra, UPV y Ministerio de Presidencia cuenta con una versión del suceso, firma de Iñaki Egaña, que hoy se va a recordar en el Homenaje a la familia Sagardia Goñi, en el Día Internacional de las Desapariciones forzadas, primero en la plaza de Legasa (10.30 horas), en la sima (11.00 horas) y con una comida popular (14.00), en un acto organizado por el colectivo Amapola del Camino y Euskal Memoria.

Así, gracias a los datos recopilados por Egaña, cabe resumir que el 2 de enero de 1919, en la iglesia de Donamaría, contrajo matrimonio Pedro Antonio Sagardía Agesta, de 29 años de edad y natural de Oiz, con Juana Josefa Goñi Sagardía, de 21 años, natural y vecina de Donamaría.

Del matrimonio nacieron ocho hijos: los dos primeros, José Martín y Joaquín, en Donamaría; y los otros seis, Francisco Javier, Antonio, Pedro Julián, Martina, José María y Asunción, en Gaztelu; donde tenían fijado su domicilio.

“Desconocemos los motivos por los que un padre de familia tan numerosa, que en 1936 contaba ya con 46 años, tuvo que salir al frente junto con su hijo mayor de 17 años. Algunos testimonios han indicado que fueron obligados. Sea lo que fuere, lo cierto es que la familia se quedó en la más cruda necesidad, con la madre Juana Josefa al frente de una ristra de hijos proporcionalmente repartidos entre los 16 años de Joaquín y el año y cuatro meses de Asunción, la más pequeña”, estima Egaña.

Siempre según su versión, en un principio algunos vecinos ayudaron a la familia, pero en la medida en la que la guerra hacía aumentar las necesidades, comenzaron a acusarlos de realizar pequeños hurtos de patatas, cebollas, berzas o manzanas en los huertos de algunos vecinos. Lejos de plantear una solución digna al problema, un grupo de estos vecinos se personó en el puesto de la Guardia Civil de Santesteban, presentando denuncia ante el sargento Zubizarreta Gastesi. Este dio a entender que lo solucionasen de la forma que ellos estimasen más conveniente, dejación esta que pudo suponer la sentencia de la familia.

Al día siguiente unos vecinos hicieron trasladarse a la madre con sus siete hijos a una txabola de las cercanías. “Esa misma noche desaparecieron sin dejar rastro. Para siempre”, lamenta Egaña. La creencia general es que los arrojaron a todos a una profunda sima de la parte alta del término de Gaztelu, a la que tiraron luego gran cantidad de piedras y leña para evitar que fueran rescatados. La chabola donde estuvo la familia fue quemada posteriormente. “Después, el silencio. El absoluto silencio de los culpables y de los cómplices. El silencio también de los temerosos, muchos, en aquellos días aciagos”, agrega el investigador.

La familia, sin embargo, estaba emparentada con el famoso General Antonio Sagardía Ramos que promovió una investigación de los hechos. Soldados rastrearon la zona sin resultado alguno y los bomberos de Iruñea no pudieron, con sus escalas, llegar al fondo de la sima. Como curiosidad, este militar español es recordado por masacres que protagonizó como el Carnicero de Pallars.

Como resultado de las investigaciones, varios vecinos fueron detenidos y conducidos a la cárcel de la capital navarra, siendo defendidos por el abogado baztanés Julio Echaide. Al poco tiempo, tras una libertad provisional, quedaron libres, echándose tierra sobre tan escandaloso asunto. El propio general Sagardía, aconsejado por sus superiores, cesó en las investigaciones. Ni en los libros de difuntos de la parroquia, ni en los juzgados se registraron los fallecimientos.

El padre regresó de la guerra, falleciendo al poco tiempo. El hijo mayor marchó a Nafarroa Beherea, estableciéndose en las cercanías de Donibane Garazi.

Por todo ello, hoy se recordará a Juana Josepa Goñi Sagardía, de 38 años, y embarazada. Y a los hijos del matrimonio Sagardia-Goñi: Joaquín (16 años), Francisco Javier (14 años), Antonio (11), Pedro Julián (9), Martina (7), José María (4) y Asunción (1 año).

análisis forense Según el informe de Aranzadi, “es evidente que los cuerpos fueron arrojados intencionadamente a la sima y por ello cabe interpretar que se trata de muertes violentas”. Etxeberria aporta que “una familia desaparecida, una chabola incendiada, una sima cercana… Todo parece apuntar a un crimen de proporciones poco frecuentes en la larga historia de los pueblos al sur de los Pirineos”.

Y de forma indirecta, el prestigioso médico forense guipuzcoano llama a la reflexión y actuación ante hechos de este tipo. “En el fondo, también del pozo, hay una historia no aclarada. Así, cuando nos planteamos la necesidad de dignificar a quienes lo perdieron todo en la guerra, que cada uno piense en lo que le toca y actúe en consecuencia porque ante las vulneraciones de los derechos humanos no podemos ser neutrales. Nos toca hacer algo y llegar hasta el fondo”, insiste el experto investigador.

El cicloturista que salió ileso del bombardeo

Fallece uno de los últimos supervivientes del ataque que ordenaron los golpistas Mola, Franco y Vigón a Durango

Un reportaje de I. Gorriti

UNO de los últimos supervivientes de los bombardeos de Durango del 31 de marzo y días siguientes de abril de 1937 ha fallecido. No es una persona que ha pasado anónima por la vida. Hermano del popular cantante y actor de doblaje Xeberri, y regente de las dos tiendas y el taller de bicicletas que heredó de su padre ha tenido una historia especial, pieza de la memoria histórica de un pueblo. Durango contará siempre con la página escrita de un personaje inimitable al que se le ha dado sepultura religiosa, sepelio al que no acudió representación oficial.

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De hecho, según confirman familiares, José Ramón Castillo era agnóstico, un ciudadano que por su cuenta cumplió con muchos de los ideales del anarquismo primigenio, no del que ha ido evolucionando con el paso del tiempo: él era contrario a toda droga, un enamorado de la cultura, ya fuera escrita o música labrada en clave de partitura clásica. Amigo de las ondas radiofónicas, detestó la televisión. Y en el plano deportivo, a pesar de que su vida fue paralela al mundo del ciclismo, él abogaba por el cicloturismo: era contrario a toda competición.

El científico Einstein escribió en su día dos frases que parecían cinceladas para el bueno de Castillo: “La vida es como montar en bicicleta. Para mantener el equilibro hay que seguir pedaleando”. Desde el pasado 21 de julio, a las doce del mediodía, el corazón del por todos conocido José Ramón, que hasta los 81 mantuvo el equilibro de la vida y su querencia de seguir pedaleando, dejó de montar en bicicleta.

Sin duda alguna, Castillo ha sido, es y será una de las personas más conocidas y reconocidas de Durango. Si no hubiera existido en la historia del municipio, habría que inventarlo en obra de teatro, en tertulia ciclista, en emisora de radio de música clásica… Ya se ha convertido en recuerdo para siempre porque uno no muere si se mantiene dando pedales en el recuerdo colectivo. La basílica de Santa María de Uribarri acogió la misa funeral por su persona. El durangués padecía la enfermedad llamada Macroglobulinemia de Waldenstrom.

El heredero y regente del garaje de arreglo de bicicletas José Ramón Castillo Miota nació el 23 de marzo de 1934 en la calle Monago, vía del callejero durangués que más adelante pasó a denominarse Wenceslao Mayora y a día de hoy Monago-Torre. Llegó al mundo en el segundo piso del portal número 5.

Muy pocas personas conocen que fue superviviente de los bombarderos fascistas que sufrió la villa, ataque ejecutado por la aviación legionaria italiana de Mussolini y con el beneplácito de los Mola, Vigón y Franco. Así lo descubrió no hace mucho tiempo la asociación Gerediaga Elkartea. De hecho, en unos documentos hallados en Roma, estos tres militares golpistas, contrarios a la Segunda República, especificaban a los fascistas italianos que arrojaran las bombas “sin consideración de la población civil”.

Caminaban por la calle la madre de José Ramón Castillo -aquel niño que una semana antes de los ataques del odio y la sinrazón de la Guerra Civil había cumplido dos años- junto a su hija Amparo y él mismo. Paseaban por la hoy calle Arando, junto a la fábrica de Berrio que existía en la época frente a donde hace años estaba ubicada la discoteca Txori Zoro. Los fascistas arrojaron una bomba en ese lugar y tras la explosión cayeron piedras sobre la asustada madre y sus hijos. Los tres sobrevivieron, “pero los empleados que trabajaban en la empresa murieron al otro lado del muro”, rememora Asier Isasti, sobrino de José Ramón. “La familia acabó escapando, huyendo al monte”, agrega.

Taller de referencia Años más tarde, enviaron a Castillo al seminario de Gabiria, de los padres pasionistas. Su padre tenía un garaje de arreglos mecánicos y su madre una tienda de lencería en Kurutziaga. Él era el mayor de siete hermanos. Uno de ellos, Fernando, murió de niño. A José Ramón le seguían Amparo -ya fallecida-, Rosi, Isabel, María Ascensión y Xeberri, quien quiso cantar en el funeral la canción Ez nau izutzen negu hurbilak, con letra de Xabier Lete y música de Mikel Laboa.

A juicio del cicloturista durangués Agustín Ruiz, compañero de incontables tertulias y viajes pedaleando, José Ramón era “mejor cantante que Xeberri y tocaba la guitarra, tenía una en su taller”. De hecho, la familia recuerda que vendió una bicicleta al guitarrista Paco de Lucía, cuya hoy exmujer -hija del general y ministro del Ejército franquista José Enrique Varela- es dueña de la mansión Eche Zuria del barrio de Pinondo.

Antes de heredar el trabajo de su padre, José Ramón trabajó al salir del seminario en la empresa Duñaiturria y Estancona S.A. Más adelante, se convirtió en un referente. Su familia asegura que fue el primer taller de arreglos de bicicletas de Durango. No hay persona de décadas atrás que no pasara por delante de sus escaparates de Komentukalea y Kurutziaga. No hay vecino de la comarca que no pasara por allí a comprar una bicicleta, arreglar un pinchazo, inflar una rueda o balón, cambiar los frenos… Y los aficionados al ciclismo acudían a ver quién había ganado las etapas de las grandes vueltas que comenzaban a emerger.

En una pizarra, Castillo citaba al ganador de la jornada, el de montaña, metas volantes… Incluso, en alguna ocasión, con algún comentario o broma. Era único. Necesario. Imprescindible. También lo eran sus tertulias con personas de todas las edades. Había quien le tildaba de “vago”, adjetivo que no era cierto. Castillo era un trabajador nato, pero él lo argumentaba bien y quien le conocía lo sabía. Por el día podía estar de tertulia, le apasionaba, pero la noche era su hábitat, como el del escritor, como el de los artistas…

Quien cruzaba Komentukalea a altas horas de la noche veía la luz encendida. Allí estaba José Ramón y por las rendijas de la puerta podía escucharse la radio con música clásica, era un melómano. También apasionado incondicional de la lectura. Su paso por el seminario, quizás, había dado sus frutos en su bagaje cultural.

450.000 kilómetros Quien ha dejado de pedalear fue una persona contraria al deporte de competición. Siempre apostó por la bicicleta, por el cicloturismo, e incluso se negó a aprender a conducir, a depender del vehículo de cuatro ruedas. Hasta hace pocos años era cotidiano verle ir y volver de visitar a su hermano en el barrio berriztarra de Sarria. Pasaron los años, las décadas, la ropa de andar sobre la bicicleta evolucionó en técnica, pero él mantuvo la de toda la vida, la de algodón.

La única competición en la que participaba al año era una prueba social que se organizaba en fiestas patronales de Durango, de San Fausto, con profesionales como Lejarreta o Gorospe, con cicloturistas, con jóvenes de todas las edades… “Él la ganó un año, era buenísimo en el sprint”, valora Agus Ruiz.

Castillo no tuvo pareja ni descendencia. Solía decir que la bicicleta era su novia. Y como dato, tenía apuntados todos los kilómetros que hizo sobre la misma. Fueron 450.000 kilómetros, “más que los que puede hacer un coche”, solía comparar quien participó en pruebas como la Luchon-Bayona o quien junto a un amigo viajó con sus alforjas de Durango a París y vuelta en una semana.

Quienes le conocen bien, narran 450.000 anécdotas pedaleadas en tantos años a su lado, sobre la bicicleta o en seco en el equilibrio del que hablaba Einstein. Castillo, el histórico Castillo, fue, es y será un hombre curioso, el mismo adjetivo que usó el sabio John Howard para la bicicleta: “Es un vehículo curioso. Lo es porque el pasajero es su motor”.