El dibujante de la Euzkadi antifranquista

Luciano Quintana ‘NIK’ fue el ilustrador de referencia del Gobierno vasco durante la guerra Civil y el franquismo

Un reportaje de Iban Gorriti

Tuvo que empezar de cero tres veces, en Bilbao, París y Caracas, lo que le pasó factura y acabó mermando su salud en su otoño particular. Se llamaba Luciano Quintana Goiti y sus ilustraciones, carteles y grabados tuvieron una repercusión de alcance mundial en el apoyo propagandístico al Gobierno vasco durante la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial y el franquismo. Firmaba de forma clandestina como Nik.

Su obra, de la que pocos originales sobreviven tras un seísmo, fue sublime. Su vida, nada estudiada aún. Las incógnitas se solapan. Internet sabe poco de él. Ni siquiera le pone ni cara. Hoy podemos ver su rostro por primera vez en una de las pocas fotografías que conservó. Las guardaba en una caja cuando, tras haberse exiliado a Venezuela, el edificio en el que vivía se vino abajo engullido por el terremoto que sacudió a Caracas el 29 de julio de 1967. De todo el inmueble solo salió con vida una persona, su hijo Luken.

Ese día perdió toda su obra gráfica atesorada con mimo. Y también la ilusión. Él, que había bocetado aquellos infranqueables gudaris con la ikurriña ondeando ante el fascismo, que dio vida visual a algunos Aberri Eguna, que, dicen, diseñó el primer logotipo de la cerveza Polar, la más importante de Venezuela. También ingenió el logotipo del partido Acción Democrática. “Es una especie de leyenda urbana por confirmar que ambas cosas son obra suya”, previene Luken Ignacio, nieto del artista vasco. Su abuelo falleció nueve años después, en 1976.

Estos días, sus descendientes residen temporalmente en Barcelona y Madrid. Solo una hija, Alazne, permanece en Caracas. “¡Un nuevo exilio que vive esta familia!”, resume a DEIA Luken Ignacio desde Catalunya. La familia, mientras tanto, trata de recomponer sus piezas y dar respuesta a las incógnitas de sus ascendientes. Para empezar ya en lo básico: el nacimiento de Nik y su segundo apellido. A pesar de que su acta de nacimiento da fe de que el autor fue dado a luz “en Tolosa”, su esposa siempre lo negó y dijo que, como ella, su marido era “de Bilbao”.

Las biografías, asimismo, le denominan Luciano Quintana “Madariaga”. Consultado al respecto, su nieto ha heredado que “el segundo apellido era Goiti, como confirma el registro civil. Desconocemos de dónde salió lo de Madariaga”.

Pero, ¿quién fue a grandes rasgos este recordado ilustrador? Una biografía escrita por Alazne, una de las hijas del autor, asegura que nació el 27 de octubre de 1904 “en Bilbao”. Cursó estudios en la capital vizcaina, en Escolapios y en la Escuela de Artes y Oficios. Todos sus títulos los obtuvo con la máxima puntuación. Logró trabajo en Astilleros Euskalduna, “pero su meta era el dibujo publicitario, industrial y las artes gráficas. Trabajó intensivo hasta convertirse en el gran dibujante que fue”, agrega Alazne a este medio. De hecho, viajó para seguir formándose en Leipzig, Alemania, “donde asimilaría las técnicas gráficas y un ejercicio plástico de lo que se conocía como cubo-futurismo”, según el análisis de Bernardo Estornés Lasa.

Al proclamarse la República en 1931 colaboró con el PNV dejándose ver en portadas de libros, revistas, carteles y demás ilustraciones, sobre todo con motivo de la publicación del Libro de Oro de la Patria y el del Aberri Eguna de 1932.

Con la guerra se incorporó al Departamento de Propaganda y Publicaciones. Fue director artístico de la revista Gudari y otras divulgaciones. “Las portadas de Gudari eran preciosas, pero ¿las originales dónde están?”, se pregunta la familia. También fue obra suya el cartel de cuestación pro avión Euzkadi.

En 1937 se replegó a Santander y Asturias. “Mi abuelo utilizó sus conocimientos de trabajar en la Naval para exiliarse a Francia. Viajó escondido en una bodega donde sabía que no le encontrarían. Sabía cómo evadir las patrullas portuarias porque había trabajado en ello”, analiza su nieto Luken Ignacio.

Quintana contrajo matrimonio con la bilbaina María Luisa Urrutia y tuvieron tres vástagos: Aintzane, nacida en Francia, y Alazne y Luken, en Venezuela. En París sobrevivió como pudo, haciendo trabajos para la Delegación del Gobierno vasco. “Entre otras labores, pasaportes falsos”, confirma la familia.

Volvió a mudarse buscando la estabilidad y la halló en Caracas. Sin embargo, el terremoto de 1967 le acabó de trastocar. Lo rememora su amigo Iñaki Anasagasti. “Le recuerdo acodado en la barra del centro vasco de Caracas con una cerveza toda la tarde, con la mirada perdida. Triste por el terremoto en el que murió el delegado del Gobierno vasco en Venezuela -Lucio Aretxabaleta- y su esposa. Perdió toda su obra, con un sentido de la propaganda maravilloso. Jugaba con los colores, la imagen. Mi último recuerdo suyo es esa tristeza, la de un autor a reivindicar”.

Homenaje Otra creencia sobre su persona que hay que desterrar es que Nik no fue el autor de los billetes del Gobierno vasco (denominados eliodoros por impulsarlos Eliodoro de la Torre) como suele confundirse. Fueron obra de Nicolás Martínez Ortiz (Bilbao, 1907-1991) con un estilo similar, eso sí, al de Quintana.

Una de las pasiones de este afiliado al PNV era dibujar retratos de Sabino Arana con aerógrafo. “En una época los vendía a otros miembros de la comunidad de la Eusko Etxea. Uno de esos retratos está en Sabino Arana Fundazioa”, agrega la familia, que proyecta hacerle algún tipo de homenaje para lo que piden la colaboración ciudadana: “Por si alguien tiene obras, material, correspondencia o información que trate de comunicarse con nosotros”.

Desde Caracas, su hija Alazne resume las cuitas de Luciano. “El terremoto fue un fuerte golpe para la familia y en especial para él. Moralmente sufrió mucho, siempre pensando en su archivo de recuerdos de Venezuela y lo poco que conservaba de su trayectoria en su querida Euzkadi. Él, que fue muy buen padre de familia y un gran artista con un carácter afable, alegre y humano”, resuelve su hija Alazne.

OPE-Oficina de Prensa de Euzkadi, la más larga trinchera informativa

En mayo de 1947, en un ambiente de huelga general, nacía la Oficina de Prensa de Euzkadi, que mantuvo una intensa actividad informativa hasta su autodisolución en 1977

Un reportaje de Josu Chueca

CON una información sobre el último topo -el alcalde republicano de Cercedilla, Protasio Montalvo- que había salido a la luz el 18 de julio de 1977, cerró su larga trinchera informativa la Oficina de Prensa de Euzkadi, más conocida por sus siglas OPE. Abierta treinta años antes, al calor de la huelga general de mayo de 1947, se clausuraba, tras 7.001 números, la publicación diaria que superando la dictadura franquista, supuso un caso singular y extraordinario dentro del amplio elenco de iniciativas mediáticas del exilio derivado de la Guerra Civil.

La OPE, promovida por el consejero del Gobierno vasco, José María Lasarte, y por el agregado de prensa del mismo, Pedro Beitia, tuvo su precedente y matriz, en la publicación Euzko Deya que, desde una década antes -noviembre de 1936- se había publicado en París bajo el paraguas legal de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos (LIAB), pero con el impulso y gestión de la misma de la delegación del Gobierno vasco.

La publicación trilingüe dinamizada en los años de la Guerra Civil y hasta la debacle francesa de 1940, por Felipe Urcola, Adrian Maury, Eugène Goyenetche, Rafael Picavea? reanudó su actividad, a partir de 1945, con los dos primeros y con la creciente participación de integrantes de la reorganizada delegación del Gobierno vasco.

Una delegación, que tras el final de la Segunda Guerra Mundial, con la recuperación de su originaria sede física, sita en el número 11 de la avenue Marceau, y con la vuelta desde América del lehendakari, José Antonio Aguirre, y la reubicación en París de antiguos y nuevos consejeros gubernamentales, se convirtió en la principal plataforma organizativa del Gobierno vasco.

La idea generalizada de que la victoria aliada en la Guerra Mundial era el preludio del fin del franquismo dinamizó el trabajo propagandístico de los colectivos antifranquistas tanto del interior como del exterior. Así, además de la recuperación de Euzko Deya, como publicación quincenal, se puso en marcha el Bulletin d’Information y la citada Oficina Prensa Euzkadi, a partir del 2 de mayo de 1947, con periodicidad diaria, en los días laborables, es decir de lunes a viernes. El equipo gestor de la OPE fundacional, contó con José María Lasarte, Perico Beitia y los veteranos en estas lides, Adrian Maury y Felipe Urcola. El francés Maury, había residido en los años republicanos en Iruñea y Bilbao y, posteriormente, fue considerado como un «amigo y entregado compañero en la trágica guerra de 1936». En ella había trabajado como periodista en Tierra Vasca, incorporándose, tras la caída de Bilbao a la Euzko Deya parisina como traductor. Hecho prisionero de guerra por los alemanes, se reincorporó, a partir de 1946, como traductor y redactor del Bulletin y de la OPE hasta 1952. Felipe Urcola, por su parte, gozaba de la experiencia de ser un periodista de muy larga trayectoria en El Pueblo Vasco donostiarra hasta su exilio en 1936. Él fue el director de la primera Euzko Deya y de OPE hasta su jubilación en 1964 y su retiro en Hendaia, desde donde siguió colaborando como corresponsal y cualificado consejero y crítico de la misma.

En la dirección de OPE, tras su marcha, le sucedieron un exiliado de la segunda época, Luis Ibarra, Itarko, y el propio lehendakari, Jesús María de Leizaola, que junto a Manuel de Irujo, Javier Landaburu, Agustín Alberro, Antolín Alberdi y Andoni Urrestarazu constituyeron el núcleo de la redacción de la misma. Junto a ellos un amplio elenco de corresponsales e informadores -Ángel Ojanguren, Julio Ugarte, José Antonio Durañona, Ernesto Dethorey…- hicieron posible la publicación diaria de este extraordinario boletín sin parangón en todo el exilio derivado de la guerra y dictadura franquista.

Editado a multicopista en sus primeros números y más tarde mediante una máquina offset, con una sobriedad gráfica extrema, pues salvo la mancheta a dos colores, ilustrada con el escudo del Laurak Bat, no tuvo ningún tipo de ilustración o recurso gráfico. En sus inicios se estructuró en seis secciones: información general, información de Euzkadi, la situación bajo el régimen franquista, actividades en el exterior, prensa franquista y prensa exterior.

Posteriormente, se redujo a tres grandes bloques: información de Euzkadi, bajo el régimen franquista e información del exterior. El considerable número de hojas de los primeros años, oscilando de diez a doce, impresas a multicopista y presentadas a toda página, dio paso a partir de 1949 a un nuevo diseño y número de páginas, que, salvo coyunturas informativas extraordinarias, se redujo a cuatro, impresas a doble columna. En la larga singladura de la OPE, solo un número, el correspondiente al 23 de marzo de 1960, fue reformado tanto en su portada como en la configuración interna, limitada a una hoja donde se sintetizaba la biografía del recién desaparecido lehendakari, José Antonio Aguirre.

Entre 424 y 355 ejemplares La tirada de OPE osciló entre los 424 y 355 ejemplares que fundamentalmente se repartían en el Estado francés, pero también llegaban a las comunidades de exiliados en América, entidades antifranquistas, periódicos y agencias de prensa internacionales e incluso al propio Estado español. Además de los abonados particulares e institucionales -Gobierno republicano, publicaciones como Solidaridad Obrera, Ibérica-, personalidades antifranquistas como Victoria Kent, Salvador Madariaga, Rodolfo Llopis, Miguel Armentia? fueron receptores del boletín informativo. Los testimonios de algunos de ellos subrayaban el importante rol comunicativo que OPE suponía de forma cotidiana. Jon Bilbao, por ejemplo, desde Puerto Rico, le escribía a Manuel de Irujo, diciéndole: «Sin OPE me encuentro totalmente aislado». El importante eco de las informaciones suministradas por OPE en otras publicaciones, tanto en las generadas por las delegaciones del Gobierno vasco en Argentina, México? como en otras como El Socialista o la anarquista Solidaridad Obrera son un indicio de su pertinencia y fiabilidad informativa.

OPE fue, además de cualificado portavoz del Gobierno vasco, un transmisor de informaciones que supusieron el contraste con los medios de comunicación franquistas. Por un lado, informando desde París de un sinfín de actividades y dinámicas resistentes en los planos político, social y cultural que estaban totalmente anulados en los medios del régimen franquista. Por otro, ofreciendo un contrapunto a la deformada información que los medios al sur del Pirineo ofrecieron a lo largo de toda la dictadura. OPE reivindicó en su línea editorial la memoria histórica del periodo 1931-1939. El auge de las aspiraciones nacionalistas vascas que constituyó el régimen republicano, su plasmación en el Estatuto y en el Gobierno autónomo de 1936 y la quiebra que para este proceso supuso la Guerra Civil son dinámicas en las que cualificados redactores de OPE, como Landaburu, Leizaola o Irujo, habían tenido un protagonismo esencial. Frente a los medios de comunicación franquistas, ellos ofrecieron cotidianamente el contrapunto diario de sus informaciones, recuerdos y glosas.

Pero, al mismo tiempo, se hicieron eco de las actividades de las distintas fuerzas políticas operantes en Euskadi y en el resto del Estado. Los movimientos huelguísticos de 1947, 1951, los estertores del movimiento guerrillero de los años 40, las movilizaciones estudiantiles, las disensiones en los sectores franquistas, las renovadas huelgas, movilizaciones y dinámicas opositoras encontraron tal difusión en el boletín del Gobierno vasco que hicieron de él un órgano de la oposición antifranquista en el sentido más amplio.

mOVILIZACIÓN ANTIFRANQUISTA No obstante, la primacía de su campo informativo la constituyeron las actividades desarrolladas en el País Vasco. El reflejo de las crecientes movilizaciones obreras y populares a partir de los 60, la emergencia de nuevas organizaciones y alternativas sociales y políticas, el relevo generacional en la lucha antifranquista, la masificación de las protestas y movilizaciones antirrepresivas en coyunturas tan especiales como las que a partir del verano-otoño de 1968, forjaron un continuum con eslabones, como los de diciembre de 1970, con el Proceso de Burgos; septiembre de 1975, con los juicios y posteriores ejecuciones de Jon Paredes, Txiki; Ángel Otaegui, García Baena, Sánchez Bravo…; el 3 de marzo de 1976, con la matanza perpetrada contra la clase obrera gasteiztarra, las luchas por la amnistía y el costoso logro y ensanchamiento de los derechos democráticos tuvieron su diario altavoz en el consecuente boletín, que superando largamente el final del dictador se siguió escribiendo en la delegación vasca parisina.

Tras la realización de las primeras elecciones de la Transición y la apertura de las Cortes, OPE, como si de la habitual censura veraniega se tratara, imprimió su último ejemplar, el 22 de julio de 1977. A seis páginas y con la habitual doble columna, informaba entre otras cuestiones de las reuniones entre el Pacto Democrático de Catalunya y el PNV, de la declaración de Bandrés como independentista, de la petición para que la ikurriña ondease en el Ayuntamiento de Gasteiz, de las posibilidades de negociación con el Gobierno español, de las revueltas de los presos comunes? y cerraba con la aparición del último topo de la guerra. La utilización para ello de fuentes informativas propias, pero también de las provenientes de agencias y de periódicos del propio Estado español y del País Vasco, evidenciaba que la brecha informativa abierta en 1947, se podía desarrollar, se desarrollaba ya, a campo abierto en el propio suelo vasco. Y por ello esa interrupción veraniega de 1977 se convirtió en definitiva. Así, sin ningún agur ni despedida, con aquel número, el 7.001, cerraron aquella trinchera, la más larga y consecuente de toda la prensa del exilio de 1936-1939 que ellos habían mantenido, día a día, admirablemente desde las sedes y equipos del Gobierno vasco.

Siguiendo la estela de las mentiras de Franco

Un mojón conmemorativo nazi evidencia aún en Eskoriatza que los alemanes fueron aliados de Franco en la guerra

Un reportaje de Iban Gorriti

La mentira tiene las patas cortas y la historia pone a cada mentiroso en su lugar. Es el caso de la negación «oficial» de que la Alemania nazi participó aliada con el bando golpista de julio de 1936 contrario a la Segunda República. Franco, por ejemplo, mintió al señalar a los mineros asturianos y republicanos vascos como autores de la destrucción de Gernika el 26 de abril de 1937, cuando se acabó demostrando que la Luftwaffe ejecutó el bombardeo contra la villa vizcaina junto a pilotos fascistas italianos, y tras el beneplácito de los militares españoles sublevados.

«La España sublevada negó su responsabilidad y su autoría en estos hechos. Tras la guerra, se reconstruyeron edificios encima de las ruinas, pero todavía permaneció una materialidad que evidencia la participación nazi en el conflicto: las estelas de los caídos alemanes en combate», detalla el investigador de la UPV/EHU e integrante de la iniciativa memorialista Memoria Gara de Gasteiz, Josu Santamarina (Urrunaga, 1993).

Y la evidencia continúa ahí. Aún hoy se conservan vestigios materiales de la Legión Cóndor sobre suelo vasco. El ejemplo más claro es una estela alemana que -esto es importante- «por decisión popular», se mantiene en la zona de Zarimutz, un barrio de Eskoriatza. «Quizás en estos días ya es la última y hay que dejar claro que el vecindario decidió que siga ahí. Son importantes las decisiones colectivas a la hora de ver qué hacer con estos símbolos», pide tranquilidad Santamarina, y lo argumenta de la siguiente manera: «Yo estoy a favor de quitarlos, pero decidido en proceso colectivo, me revienta que haya decisiones técnicas o clandestinas con alevosía que los revientan. Deberían poder guardarse y mostrarlos contextualizados en un lugar cerrado».

En el caso de la estela de Zarimutz, el historiador alavés incide en pedir cautela: «El pueblo ha pedido que esté ahí y aunque es una estela que recuerda a un piloto nazi, estiman que es algo que ocurrió en el lugar y que hay que recordarlo quitándole todo significado de loa», defiende en declaraciones a DEIA. Santamarina es coautor de un estudio titulado con humor: ¿Qué hace una estela nazi como tú en un pueblo abertzale como este? Los vestigios materiales de la Legión Cóndor en el País Vasco. La investigación la firmó junto a Xabier Herrero.

El capítulo histórico de lo sucedido aquel 1 de abril de 1937 en Zarimutz es conocido. Son muchos los autores que han recordado el suceso en el que un piloto de la Legión Cóndor era derribado y ametrallado mientras saltaba en paracaídas. Junto a la de Zarimutz han sobrevivido hasta hace breves fechas otras estelas germanas en Urbina -eliminada en 2018- y Larrabetzu. «El caso de Urbina fue curioso porque es un pueblo muy combativo, muy militante», rememora el investigador alavés quien evoca que fueron tres los artilleros gravemente heridos el 31 de marzo y poco después fallecidos.

La muerte de los efectivos alemanes que conmemoran estos memoriales está relacionada con la ruptura del frente al inicio de la campaña en Euskadi. Fuera de este episodio, otra estela ubicada en Larrabetzu -hoy guardada- conmemoraba la muerte del sargento August Wilmsen, abatido tras recibir un disparo al arrojarse en paracaídas, el 1 de junio de 1937.

Santamarina recuerda que «estos vestigios demuestran que los nazis sí estuvieron aquí durante la guerra. Son casos que hablan del carácter incómodo de una materialidad que, si bien homenajeaba a miembros del bando ganador y por lo tanto pertenecía al paisaje de la victoria, evidenciaba una realidad negada: la decisiva participación de la Legión Cóndor en el bando de Franco», pormenoriza el miembro de Memoria Gara, una plataforma ciudadana que ha conmemorado esta semana las jornadas Martxoak 3, relativas a la matanza de Estado ocurrida en Gasteiz aquella fecha de 1976.

«Testimonio vivo» El historiador alavés pide una reflexión porque acabada la guerra, el Estado totalitario de Francisco Franco continuó rindiendo homenajes a la Legión Cóndor. Incluso con posterioridad a 1945, cuando el nazismo había sido derrotado en toda Europa. Hoy, 75 años después de aquel tributo, y casi 84 del golpe de Estado, el caso de la estela nazi de Zarimutz continúa confirmando la actuación de la fuerza aérea alemana al servicio de los generales Mola o Franco.

«Estas estelas son el testimonio vivo del recurso permanente a la violencia y a la mentira que fue un pilar fundamental en la dictadura de Franco» -concluye Santamarina-, «siendo evidencias empíricas que refutan frontalmente las tesis revisionistas que ocasionalmente se intentan imponer». Y es que tal y como dejó escrito el investigador británico Laurence Rees, «la historia no da lecciones ni se repite, solo advierte».

La lucha con la bata blanca

José Luis Arenillas fue jefe de la Sanidad Militar de Euzkadi durante la Guerra Civil; murió fusilado tras dedicar su vida a la lucha por la democracia y la atención a los heridos

Reportaje de Aritz Ipiña Bidaurrazaga

José Luis Arenillas Ojinaga es sinónimo de lucha y compromiso en el ámbito político y sanitario. Trabajó a favor de la obtención de derechos sociales para las clases trabajadoras vascas y, a partir de 1936, en la lucha contra los fascistas sublevados que asolaron Euskal Herria. Último jefe de la Sanidad Militar de Euzkadi pagaría con su vida, al ser fusilado por los franquistas, el haber luchado como médico a favor de la libertad y la democracia de Euzkadi y de la Segunda República.

Hijo de Ana Ojinaga y Eladio Arenillas, José Luis nació el 2 de marzo de 1903 en Bilbao. Tenía al menos un hermano pequeño, José María. Su madre fue maestra municipal del Ayuntamiento de Bilbao en las escuelas de párvulos de Atxuri, Marzana, y Cortes. El hecho de que su familia estuviera en contacto con las clases más populares de la villa y ver cuán duro era su día a día marcó el carácter de José Luis Arenillas, ya que siempre se preocupó por el bien de los demás y, más concretamente, el de los niños y niñas. Prueba de ello es que, una vez que se licenció en Medicina atendía gratuitamente a los hijos e hijas de las prostitutas en el barrio de las Cortes.

Desde 1932 hasta su disolución en 1935 fue militante de Izquierda Comunista de España. Este partido era la sección española de la Oposición de Izquierda Internacional liderada por León Trotski. En 1935, junto con su hermano José María, participó en la fundación del POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, y fue elegido miembro de su Comité Central. Colaboró en el órgano del partido, La Batalla, con diversos artículos y ensayos relacionados con la cuestión nacional vasca y la lucha de clases.

Fue sumamente crítico con el nacionalismo vasco, pero Arenillas no fue menos crítico con aquellas teorías que rechazaban las aspiraciones nacionales vascas por confundirlas con el cuerpo programático del reaccionarismo católico del PNV. “Para la clase obrera, el apoyo a los movimientos nacionales descansa en una necesidad histórica evidente (…), la existencia de EUZKADI NACIÓN. El País Vasco es un hecho social evidente e ineludible pues reúne un conjunto de particularidades que le diferencian, por ejemplo, de Castilla y Andalucía. Euzkadi es un país de capitalismo industrial que posee una lengua milenaria, una cultura, un carácter nacional y demás elementos constitutivos de una nación”.

El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 cambió radicalmente la vida de José Luis Arenillas. Un día después, su compromiso en defensa de la democracia y su oposición al fascismo se hizo evidente. Salió voluntariamente de Bilbao y partió a Otxandio como médico en una columna republicana. Su labor en el frente de Otxandio-Ubidea fue encomiable según los testigos de la época.

“Aquel muchacho lleno de juventud, de tinte moreno, con cazadora de cuero, pantalón gris y abarcas navarras, de mirada noble que atravesaba sus gafas, de enérgica y potente voz, consiguió en pocos días organizar un servicio sanitario completo”. Tres días después de su llegada al frente, la aviación sublevada bombardeó Otxandio que celebraba sus fiestas, dejando en la plaza Andicona 57 muertos, la mayoría niños, y numerosos heridos. El médico municipal del pueblo, José Antonio Maurolagoitia, y José Luis Arenillas fueron los responsables de socorrer a los heridos. Arenillas organizó la evacuación de heridos, que debió de ser extraordinaria, ya que en pocos minutos solo quedaron en la plaza los cuerpos de los muertos, logrando salvar a numerosas personas.

Su labor organizadora llegó a oídos de José Antonio de Aguirre, que fue nombrado lehendakari el 7 de octubre de 1936. Una semana después, el 13 de octubre, el doctor Fernando de Unceta fue designado Jefe Superior de Sanidad Militar. El staff del cuerpo lo completarían Ceferino de Jemein, secretario general; José María Bengoa, secretario particular, y José Luis Arenillas, inspector general de Sanidad Militar, nombrado directamente por el propio lehendakari Aguirre.

La Sanidad Militar estuvo formada por más de 4.000 personas, de las que tenemos identificadas y clasificadas en estos momentos a más de 2.400. Entre ellas encontramos médicos, practicantes, enfermeros y enfermeras, camilleros, acemileros, conductores de ambulancias y vehículos, cocineros o encargadas de la limpieza. Las competencias de Sanidad Militar abarcaban los servicios sanitarios hospitalarios de vanguardia y retaguardia, los servicios médicos en los batallones, los centros de venereología o epidemiología, los servicios antigás, los tribunales médicos-militares o la intendencia sanitaria, entre otros.

Como inspector general de Sanidad Militar, Arenillas tuvo que lidiar con múltiples responsabilidades. Sobre él recayó el nombramiento del personal sanitario de los batallones, organizar la inspección sanitaria de los cuarteles donde se alojaba la tropa y ordenar la evacuación de hospitales.

El 14 de junio de 1937, con el Cinturón de Hierro roto y con las tropas franquistas cerca de Bilbao, se produjeron una serie de deserciones en el Cuerpo de Ejército Vasco. Varios altos responsables políticos y militares huyeron de noche con alevosía en un barco fletado para civiles a Francia, encontrándose entre ellos el jefe superior de Sanidad Militar, Fernando Unceta.

La caída de Bilbao La huida de Unceta supuso un duro golpe para la moral de los responsables de Sanidad Militar, ya que mientras estos, entre los que se encontraba Arenillas, luchaban desesperadamente por organizar evacuaciones de heridos a Santander o a Francia y replegar material sanitario hacia el oeste, su máximo responsable huía escondido entre mujeres y niños.

La conquista de Bilbao y las poblaciones cercanas a partir de mediados de junio de 1937 destrozó la Sanidad Militar de Euzkadi, ya que a la pérdida de los grandes hospitales situados en la capital había que añadir también los hospitales de retaguardia donde se recuperaban los heridos. La carencia de material sanitario, como por ejemplo vehículos, equipos quirúrgicos o gasas fue una constante hasta la rendición en Santoña.

A esto había que añadirle también la pérdida de capital humano. Muchos sanitarios destinados a batallones o a hospitales fueron capturados o desertaron durante estos días, por lo que hubo que reorganizar nuevamente el servicio de Sanidad Militar, recayendo este deber en José Luis Arenillas, que fue ascendido el 16 de junio a jefe de Sanidad Militar y adscrito al Estado Mayor del Ejército.

El mismo 19 de junio, fecha de la ocupación de Bilbao, abandonó la capital, habiendo redactado una orden general reorganizando lo que quedaba de Sanidad Militar. Su primera medida fue la de nombrar nuevos responsables sanitarios de las cinco divisiones, inspectores higiénicos, cirujanos, jefes de odontología, farmacia, ortopedia, otorrinolaringología… Las órdenes sobre estos fueron claras, debido fundamentalmente a lo urgente de la situación: “A todos los designados jefes de sección hago responsables del funcionamiento de los servicios que se les encomienda, dejándoles amplia libertad para desarrollar sus iniciativas”. También se crearon dos zonas hospitalarias ubicadas en Sopuerta, donde se situó la nueva jefatura, y Karrantza. Esta orden general terminaba con una breve frase que resume la situación crítica en la que se encontraba Sanidad Militar y el carácter de su nuevo responsable: “Por razones de humanidad, excito (sic) a todos a que extremen su celo en el cumplimiento de su deber, haciendo esfuerzos sobrehumanos para lograr la debida articulación de los servicios de Sanidad, cuyos elementos, actualmente dispersos y desmoralizados, deberán reajustar rápidamente en persecución de los fines que se indican”. Gran parte de la labor desarrollada por Arenillas, entre el 19 de junio y finales de agosto, consistió también en organizar la evacuación de heridos a Santander y Francia, y solicitar que llegase nuevo material sanitario o higiénico. La meticulosidad de su trabajo queda reflejada en los abundantes listados de heridos de los que disponía, así como de médicos disponibles o que habían desaparecido tras la captura de Bilbao. Esta labor debió de ser extenuante, ya que en las fotografías disponibles de él se aprecia un gran desgaste físico.

Capturado en la mar José Luis Arenillas fue capturado por los franquistas en alta mar tras partir de Santoña de una forma reglamentaria, debido a su cargo en el Estado Mayor del Ejército. Fue conducido a la cárcel de El Dueso y allí juzgado sumariamente junto a otros compañeros. En una farsa de juicio, fue acusado de ser el fundador del POUM en Bizkaia y ser el jefe de Sanidad Militar, hechos que con gran dignidad nunca negó, es más, manifestó que el propio José Antonio de Aguirre le había nombrado inspector general de Sanidad. El 16 de septiembre de 1937 fue condenado a muerte.

Juan de Ajuriaguerra, presidente del BBB, realizó un pacto con Arenillas en la cárcel de El Dueso: si uno de los dos era fusilado debía de hacer lo posible para preparar su última entrevista. Ambos se reunieron el 17 de diciembre, hablaron de sus vidas, de su pasado y de su derrota. Ajuriaguerra le habló de Dios y del más allá, pero Arenillas le manifestó que no podía renegar de lo que había sido su camino durante gran parte de su vida y le contestó que convertirse ahora, agachar la cabeza ante ese Dios, sería como reconocer que había engañado a esos queridos camaradas que le habían seguido. Ajuriaguerra le manifestó: “Cuando le vayan a matar, acuérdese de mí. En ese momento estaré rezando por usted”.

Tras ello le entregó una carta. En ella además de transmitirle que moría satisfecho de haber cumplido con mi deber como hijo de Euzkadi y adicto a la causa de los trabajadores, le pedía que cuidase de su madre de 65 años, Ana Ojinaga Madariaga, maestra municipal destituida del Ayuntamiento, que le diese aliento esperando que apareciese su hermano José María Arenillas, asesinado supuestamente por miembros del PCE en Asturias, y que hiciese llegar estas breves líneas a su mujer en Francia, ya que sin duda le servirían de consuelo en su desgracia.

El 18 de diciembre de 1937, José Luis Arenillas Ojinaga, de 34 años, fue fusilado en el cementerio de Derio, satisfecho con el trabajo desempeñado hasta su captura, dejando una madre en el exilio y destituida, un hermano asesinado en Asturias y lo más duro de todo, una mujer embarazada en Francia.

El carcelero cómplice de Salvador Puig Antich

De origen navarro, Jesús Irurre gritó “¡Franco, hijo de puta, asesino!” al acabar la ejecución de su amigo anticapitalista en la cárcel Modelo de Barcelona

Un reportaje de Iban Gorriti

El 2 de marzo se cumplirán 46 años de la ejecución de Salvador Puig Antich, miembro del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), en la cárcel Modelo de Barcelona. Fue la última persona muerta por medio del garrote vil en el Estado. El día de la consumación, Jesús Irurre fue una de las “casi quince personas” que estuvieron a su lado. Ante el cuerpo sin vida, gritó: “¡Franco, hijo de puta, asesino!”. En la famosa película Salvador, que cumple quince años, le dio vida el actor Leonardo Sbaraglia.

Aquel carcelero, que tenía entonces 23 años y hoy 69, tiene ascendencia navarra. Su padre, también funcionario de prisiones, era natural de Iruñea. En el caso de Jesús, nació en Tetuán, entonces protectorado español. “Mi apellido es el nombre de un pueblo de Navarra en el que he estado dos veces y conocido su historia. De hecho, allí me dijeron que no queda nadie que se apellide así”, relata a DEIA desde Valencia, donde reside este sindicalista de CC.OO.

Valla reivindicativa de la época en Bruselas. Foto: Crai-Biblioteca Pavelló República (UB)

Casi medio siglo después, aún se emociona al hablar de Puig Antich, quien fue detenido el 25 de septiembre de 1973 y condenado a muerte por el (supuesto) homicidio del subinspector del Cuerpo General de Policía en Barcelona, brigada anti-atracos, Francisco Anguas, de 24 años, durante un tiroteo que se produjo en el operativo de su detención junto a otros miembros del MIL. Se acabaría demostrando que la bala que mató a Anguas no era de las dos pistolas que portaba el anticapitalista. “Salvador era muy humano, de ideología anarquista. Un luchador que quería hacer el bien a los demás”, valora el funcionario de prisiones jubilado.

La vida de Irurre, como él mismo confirma, cambió al conocer al ideólogo catalán: “Yo era el típico carcelero duro, y con él me fui haciendo de izquierdas”. Se hicieron amigos gracias a un balón que cayó a su lado y que Puig Antich había tirado a canasta. “Allí solo había una cesta y me puse a lanzar unos tiros con él, y poco a poco entablamos amistad. Me abrió los ojos en un sistema represivo cuando él iba a morir” por dos penas de cárcel.

Irurre pasó de jugar al baloncesto con el preso a entrar en su chabolo, prohibido. “No era muy abierto, no contaba mucho, pero me hablaba de ideologías. Era un tipo culto. De hecho, me recomendó un libro de psicología infantil debido a que mi hijo escribía la e al revés. Su hermano era psiquiatra”, aporta.

Y una ayuda más: Le metía un transistor pequeño para que oyera su música favorita. “¡Me la jugaba! Le gustaba oír a Patxi Andión, a quien llegué a conocer allí mismo porque vino a rodar una película con Concha Velasco y yo hice el papel que nadie quería, el de carcelero. Con él también hablé de Salvador. Es una pena que haya muerto hace poco”.

Día a día, llevaba a casa los libros del libertario e iba tomando conciencia contra el Estado antidemócrata que agonizaba como el mismo Franco, que moriría ocho meses después. Se convirtió en el primer presidente del Sindicato Demócrata de Prisiones. “Era clandestino y, al disolverse, pasé a CC.OO. Quería luchar desde dentro”, apostilla quien se quedó con uno de los libros de Salvador. “Lo robé tras su ejecución. Lo guardo en mi casa: La función del orgasmo de Wilhem Reich”. De hecho, asegura que, el día que mataron a su amigo mediante aquel procedimiento que rompe la garganta del condenado, solo dos de los presentes “gozaron con su muerte”. “Solo dos eran franquistas como tal, uno un tal Pepe. Yo lo pasé de pena y grité”.

Un exmiembro del MIL no creyó que en aquel momento Irurre gritara “¡Franco, hijo de puta, asesino!”. Jesús le responde: “Sí lo hice. Y un compañero a todo correr me metió en un departamento y me dijo: ¡Gilipollas, qué estás haciendo!”. Comprendo que le sorprendiera que no pasara nada, pero vivimos un capítulo terrorífico. Yo tenía luego pesadillas. Lo curioso es que él pensaba que lo iban a fusilar, y al ver el garrote…”.

Salvador había confesado tanto a su abogado (que pidió al Papa su liberación) como a sus hermanas o a Irurre que “ETA me ha matado”. El preso hacía referencia a que el atentado de la organización contra Carrero Blanco motivó venganza y los franquistas lo condenador a dos penas de muerte y lo ejecutaron como también a un alemán en Girona.

el efecto de eta Consultada al respecto, Inma Puig Antich, hermana de Salvador, asiente. “Después del atentado a Carrero Blanco, en cuanto pudimos ver a Salvador, nos dijo esta frase: Esa bomba también me ha matado a mí. Él fue una cabeza de turco: lamentablemente estaba en el momento y en el lugar adecuado y el franquismo no tuvo piedad. De todas formas, Salvador nunca quiso sentirse mártir de nada”, subraya.

Irurre prevé editar un libro en el que narrar su bagaje en las prisiones en que ha trabajado, las fotos que sacó de forma clandestina -“por desgracia, ninguna con Salvador”-y detallar las veces que ha sido expulsado del cuerpo y “han tenido que readmitirme al ganar todos los recursos”, subraya quien trabajó en cárceles de Melilla, El Puerto de Santa María -“días después a que El Lute se fugara”-, Barcelona -“donde conocí a Albert Boadella de Els Joglars”-, Málaga, Eivissa y Valencia. “En el Puerto coincidí con dos de ETA muy conocidos entonces, uno de ellos José María Dorronsoro”, dice.

Irurre estima que sus antecesores “quizás sabían hablar euskara; no era el caso de mi padre”. Y recuerda un capítulo que vivió con nervios en Euskadi. “Me llamó Beristain para dar una charla en la Universidad de Donostia. Tuve esa suerte, pero fui asustadillo no sabiendo cómo me podrían recibir. La ponencia fue sobre la reforma penitenciaria. No pasó nada”.